Partida Rol por web

No, Sykes, este rastro no se parece en nada al que vimos allá abajo, en la gran sala. Es diferente. ¿Podrían haberlo hecho los especímenes, caso de estar vivos?

La mirada de Sikes, que guardó silencio, era por demás evidentemente afirmativa. Se le escuchó alto y claro tragar saliva. Aferró su fusil de cerrojo con más entusiasmo a partir de entonces.

Moore no había visto a Pickwell retroceder: su mirada miraba a uno y otro lado, cierto, pero abarcando con su ángulo la zona donde pudiera haber Constructores acechando en las sombras de las ventanas ruinosas. ¡Alto, estúpidos! Dijo a Menez y a Field cuando avanzaron. Si había algún signo de que estuviera nervioso era el calificativo con que les había mandado que pararan. Esperen. Vamos todos juntos. Ya que son tan valientes, abran la marcha, pero no se adelanten.

Entonces se percató de la maniobra de Pickwell y le hizo gestos, tras suspirar, de que fuera hacia el campamento.

Los demás, tras un breve debate se adentran en las ruinas en busca del doctor, pero a tí, que ya estás a unos buenos trescientos metros de ellos, Moore te hace gestos de que vayas hacia el campamento a refugiarte.

Desaparecen tras el arco por el que pasaba el rastro.

Comienzas el regreso. Es un corto paseo. Desde donde lo ves, al rebasar los escombros del centro de la plaza, en el campamento todo parece quietud. No se ve a nadie: deben estar haciendo un turno para dormir, pero a tu derecha, en un extremo de la plaza hay uno de los hombres que va en una ruta que convergerá con la tuya cuando lleguéis al campamento. Se queda un momento mirándote y saluda amistosamente. Luego avanzáis. Es difícil adivinar quién es quién con tanta ropa, y gritar con lo que ronda por las ruinas no parece muy recomendable, así que su identidad permanece oculta para tí, y la tuya para él, supones. El compañero va por delante, y cuando llega desaparece tras subir la escalerilla del Enderby.

Una vez llegas a la altura del avión notas un fuerte olor a keroseno que viene de la puerta que tu compañero parece que ha dejado abierta. Le ves de espaldas, en el interior, retrocediendo.

Dentro de las ruinas Sykes, al seguir el rastro, mete la mano entre unas piedras y extrae un fonendoscopio. En el interior la penumbra es una masa de grises que las luces de las linternas solo desvelan para dejar patente que a vuestra espalda acecha la oscuridad. Los haces se mueven nerviosos con cada pequeño sonido o movimiento que percibís, y los cañones de los rifles parecen copiar sus trayectorias: pero siempre se tiene un punto ciego, y parece que la luz que encañona una dirección no hace sino poner de relieve la oscuridad que se cierra a vuestra espalda. Las respiraciones bajo las mascarillas despiertan ecos en las cavidades del edificio ruinoso, y las voces suenan demasiado agudas, por el efecto de los gases que respiráis.

Sykes sostiene el fonendoscopio del doctor mientras se da la vuelta para encarar al grupo. El sonido hace que varios rifles de los que vigilabais la retaguardia lo encañonen nerviosos.

Sykes hace un gesto socarrón, como si muriera, pero sus ojos son pozos de tristeza. Mantiene el tipo para que la desesperación o el terror no dominen a todos, como cualquier buen explorador metido hasta el fondo en un pozo de mierda, tal y como es el caso.

Apuntad al suelo con eso, muchachos. No disparéis hasta haber visto bien el objetivo ¿me oís? O vais a acabar haciendo un agujero donde no queréis. Creo que el rastro sigue por ahí. Señala una rampa ruinosa.

Estáis en un amplio vestíbulo de forma pentagonal, desde el que salen varios corredores más o menos taponados por el derrumbe parcial del complejo. El que señala está casi limpio. Subís varias plantas que conforman un dédalo de habitáculos en forma de celdillas de formas geométricas disparejas. Esta zona está mejor conservada, y parece que se ha elegido de entre otras alternativas para ascender lo más posible. La vía atraviesa más vestíbulos al subir más y más. No hay grabados bien conservados aquí, pero los pocos que examináis sugieren una zona de viviendas por lo vago de los temas representados, todos en torno a una extraña vida cotidiana. De vez en cuando un rayo de luz atraviesa las sombras, para aliviar vuestra ceguera y permitiros ahorrar pilas hasta que veis más adelante luz natural, al final de un tramo de la rampa casi impracticable. Más allá el techo ha cedido por completo, pero la estructura sobre la que estáis aguanta aún, y os podría permitir seguir. Avanzáis con mucho cuidado, mientras Sykes revisa el suelo, estudiando piedras que se han movido recientemente y otros signos sutiles que descubren el paso de algo por el lugar hace no mucho.

El camino acaba en un socavón desde el que se divisa el paisaje ruinoso y... nada más. No hay salida posible de aquí, como no sea volando.

Lacónico, Sykes se da la vuelta para enfrentaros. Aquí acaba el rastro, compañeros. Se encoge de hombros y se da la vuelta para mirar el cielo antártico. Oscuro, profundo. Insondable.

Lo tienes claro, para seguir al buen doctor no hay nada más sencillo: volar como carambolos.
 

Ahora Sykes insinuaba, porque nunca lo decía con claridad, que los Carambolos se habían llevado a Hirsch. Ya no eran los temibles Soghots sino los indestructibles Creadores. A lo mejor se lo habían llevado para arreglarlo pues Menez había percibido que el psiquiatra estaba un poco apático.

La respiración de la pequeña Menez era agitada. Como en un sueño en el que corres y corres y nunca alcanzas el objetivo, los expedicionarios avanzaron, subiendo incansables, para no llegar a encontrar nada más que un fonendoscopio. Al menos la familia tendría algo que enterrar, mucho más de lo que se le dio a la del pobre Gedney. Cuando Sykes se dio la vuelta para mirar al cielo antártico, Menez hizo lo propio mientras decía.

- Está claro. Para seguir al buen doctor no hay nada más sencillo: volar como carambolos.

La mujer apuntó hacia arriba con la pistola de bengalas y apretó el gatillo, atenta para ver si la luz de la bengala les dibujaba la silueta de un carambolo transportando a un psiquiatra.

A la misma vez que me hecho un vistazo discretamente al interior para ver que pasa mis manos amartillan las pistolas dispuestas a escupir fuego. No permitire que nadie estropee mi avion

Charlene pareció tener que hacer un gran esfuerzo para contenerse y no zarandear hasta el mareo a Aramiker, que había cometido la imprudencia - la locura - de señalizar su posición. Tal vez pensó que ya daba igual.

Tras examinar infructuosamente el cielo, encontró que este no le devolvía la mirada. Nada había que buscar allí, su compañero simplemente no estaba ya. Si Sykes no podía encontrar un rastro útil, es que simplemente no existía.

Miró detenidamente, uno por uno, a sus compañeros de expedición. La imagen que daban le pareció, seguramente, desoladora. Sin alternativa  en aquel infierno, cargando con armas probablemente inútiles en un último asalto imposible. Los defensores del Álamo, qué americano..., y qué absurdo.

Nada parece que podamos hacer aquí - dijo por fin, tratando de que su voz sonara suave y persuasiva, aunque el resultado fuera poco más que un silbido tembloroso - Regresemos, volvamos... - terminó, suspirando.

¿Era ese el futuro que les esperaba a los Expedicionarios? ¿Ser capturados, uno a uno, y desaparecer para siempre en la oscura noche antártica? Cada vez que uno de ellos se alejaba, volvía perturbado o peor aún, no regresaba jamás. Y el más chalado de todos era sin duda Starkweather, que quería permanecer allí mucho más tiempo aún. Nada tenía el más mínimo sentido.

Sí, regresemos... y no dejemos de regresar hasta llegar a Nueva York, como mínimo. Si permanecemos aquí, nos aguardan dos destinos: terminar en las garras de los Creadores, los Shogots o piedras grises movedizas, o terminar chalupas perdidos, como el pobre Dom. 

La voz de Chester sonaba extraña a sus propios oídos. Tenía un deje irreal, como si llegara de muy lejos. El fotógrafo apenas era capaz de reconocerla como suya.

Vámonos de aquí los que aún podemos. Vámonos antes de que más muertes y desapariciones caigan sobre nuestras espaldas.

Y cuando decía "nuestras", en realidad pensaba en las de Starkweather y Moore, que por algo eran los jefes. Dicho esto, y de nuevo siguiendo la guía de Sykes, Chester empezó a regresar al campamento. Espero que Dom no se haya ido muy lejos ahora.

Moore miró serio la bengala que ascendía levemente en el aire quieto y transparente. Muy luminosa. Por cómo alumbraba el mundo alrededor, el paisaje, que por causa de la poca humedad parecía perfectamente detallado aun a una gran distancia, cobró relieve para mostrar que lo que parecía estar cerca estaba lejos y viceversa. Moles que parecían al alcance de la mano demostraron estar muy retiradas, pequeñas torres o templos o ruinas imposibles de relacionar con nada demostraron estar a mano, como si se pudieran tocar con solo alargar el brazo.

¿Volar, Menez? Pues mire, no es mala idea.

Antes querían ir a rescatarle y ahora reculan. Miró a Chester y a Charlene. También a los demás, que mostraron un gesto de impotencia e indecisión

No le abandonaré. No del todo. Tengo un plan. Mientras lo decía, giraba la cabeza hacia la plaza. Ahí se veían varias cosas entre piedras desastradas: por un lado, junto a los aviones, dos figuras irreconocibles que parecían hablar. Por otro, y casi al final, se podían ver dos motitas más pequeñas: figuras humanas más remotas pero más fáciles de identificar. Una era más pequeña y gesticulaba mientras que la otra, robusta, marchaba muy tiesa y haciendo gala de despreocupación. Moore les miró detenidamente, calculando.

Si lo que pienso que va a suceder va a suceder, debemos ir calentando motores. Luego veremos si volvemos a casa o vamos de caza.

El tipo bajó las escaleras casi de espaldas, mirando fijamente el interior del avión. Ni se enteró de que había alguien observándole, empuñando dos revólveres de grueso calibre. Se quedó medio segundo al pie de las escalerillas sin dejar de mirar. Tanteó los bolsillos de su parka y sacó un paquete de tabaco. Se puso un cigarrillo en la boca, dejando colgar la máscarilla de oxígeno, que parecía de diseño diferente a la que llevábais vosotros. La parka estaba muy sucia, pero en el hombro estaba cosido el redondel de tela con el logo de la expedición de Lexington. Retrocedió de espaldas mientras encendía el cigarrillo, hasta que topó con los cañones de los revólveres de Pickwell.

Kyle Williams, el piloto de Lexington se dio la vuelta con el cigarrillo todavía sin encender, mientras trasteaba con un zipo. Costaba hacer chispa. Eh, Dominique. Tenía un aire triste. Encendió el cigarrillo. Miró a su espalda. Veo que no hay nadie. ¿Qué pasa? Nuestro avión está averiado. Estás temblando. ¿Porqué no guardas eso?

Apaga el cigarrillo estupido, ¿no hueles el keroseno?, o acaso quieres hacernos volar por los aires.

Que haces aqui, y tus compañeros, contesta... Hoy he tenido un mal dia, no hagas que empeore.

Sin perderle de vista ni dejando de apuntarle espero sus respuestas, a una distancia prudencial que me permita esquivar cualquier ataque que intente.

Chester empezaba a estar harto de no dar ni una.

¿¡Y qué quiere que hagamos, Señor Moore!? Rezar para que nos salgan un par de alas y poder perseguir a... ¿¡algo!?

Parecía que el miedo, el frío y la frustración acumulada habían encontrado una espita para poder salir al exterior. A algún nivel, Chester sabía que ponerse a gritar no serviría de nada - y probablemente empeoraría las cosas - pero no parecía importarle. Y tampoco sabía se sería capaz de rebajar el tono ni aunque quisiera.

¡Maldito sea! ¡Maldito sea usted, Starkweather, la expedición Arkham y maldito mil veces el diario que nos dejaron!

Chester parecía haber perdido el control por completo. Su respiración se había acelerado, agarraba la escopeta como si quisiera romperla, y se encaraba ahora con Moore, ahora con los demás miembros de la expedición, como si no supiera a quién debía dirigirse.

¡Y dice usted que tiene "un plan"! ¡Vamos hombre! ¡No me haga reír! 

No, no parecía que Chester tuviera muchas ganas de reír. Pero deteniéndose un momento a coger aire, parece que algo al fin hizo "click" en la cabeza de Chester, que pareció coger aire y detener al fin su diatriba.

Espere... ¿ha dicho "ir calentando los motores"? Esto suena a... un buen plan. Está bien. Volvamos y calentemos motores. ¿Quién sabe? Quizás eso de que nos salgan alas va a terminar siendo verdad, je je... quizás podríamos tratar de rescatar a Hirsch persiguiendo a su captor con una avioneta, sí.

¿Era una locura? Sí, probablemente lo era, pero Chester juraría que en aquel grupo ya nadie era capaz de distinguir lo que era una locura y lo que no.

Las manos de Charlene se habían aferrado por un momento con tanta fuerza a su escopeta del 16 que era seguro que bajo los bien enfundados guantes los nudillos estaban aún más blancos que la tremenda blancura que les rodeaba. El movimiento era inequívoco, estaba dispuesta a noquear al bueno de Chester si persistía en aquella actitud amenazante.

Chester...- dijo al fin, cuando Field consiguió controlarse - He llegado a apreciarte de veras - se había relajado visiblemente, pero resultaba evidente que le había costado pronunciar estas palabras - pero no puedo permitir que nos pongas en peligro aún más, a ninguno de nosotros. Por favor - y el ruego sonó desgarradoramente sincero - ayúdanos a salir de aquí...

¿Así que tiene un plan? - se volvió a Moore - Ahora, ¿Resulta que tiene un plan? - preguntó de nuevo, con un tono de sorna que sonó en realidad triste - Es el momento de ponernos crípticos, ¿No, Señor Moore? - añadió, recalcando mucho el "Señor" - Está bien, seguiremos, si hay algún sitio al que seguir... - terminó, haciendo un gesto vago con la mano.

Parecía cansada, muy cansada.

- Relájeeenseeeee.- Decía Menez mientras cargaba otro cartucho en la pistola de bengalas. La luz de la bengala no había descubierto lo que ella deseaba.- ¿No ven ya que bien? Volvemos a los aviones y pronto estaremos surcando los cielos en otro de esos "agradables" vuelos.- Decía agradables con sorna, puesto que sólo habían tenido malas experiencias. Golpes, vomitonas, pérdidas de consciencia, gritos y alaridos, miedo, mareos, etc. No se imaginaba cómo Picwell, en su estado, iba a pilotar el avión, pero bueno, eso ya se vería después.- Por favor Sykes, vaya en cabeza.

¿Keroseno? Se dio la vuelta para mirar el Boeing, todavía sosteniendo el mechero zippo en la mano, sin haber cerrado la tapa. La llama salía recta en la atmósfera sin siquiera una brizna de aire.

Williams estaba entre Dominique y el avión. Y yo que creía que era gasolina. Con un movimiento despreocupado, lanzó el mechero hacia la puerta abierta. El keroseno prendió alegremente. La llamarada es impresionante. Todo va a estallar. Con una risotada histérica, Williams...

Tenemos alas, si, estaba diciendo Moore cuando comenzabais el descenso por el dédalo de escombros y salas vacías.

BOUMMM

El ruido, seguido de un temblor de toda la estructura os hizo dar un salto de puro miedo. Cayeron piedras y se abrieron nuevas grietas por todas partes. Una columna de humo negro se vio tapar el último parche de cielo que todavía se podía divisar desde donde estabais.
 

No alcanzo a llegar al mechero, pero mis balas daran cuenta del saboteador... Bang, Bang disparando a dos manos le intento gastar los dos cargadores de 7 balas cada uno en su cuerpo.