Partida Rol por web

Supo que había despertado porque pudo ver un oscuro cielo sobre él y lejanas llamaradas rojizas por el rabillo del ojo, pero no tuvo las sensaciones habituales de un despertar; se sentía extrañamente leve, como si su cuerpo no tuviera nada que ver con todo aquello.

Inmediatamente todo dejó paso a Alex, a la última mirada que Alex de dirigió, con una lágrima resbalando por su hermoso rostro.

Hijo mío, hijo mío...

Dorothy lo levantó con lo que a él le pareció una suavidad inusitada. De nuevo esa levedad. Miró a su hija y quiso ver un restallido de rabia y amor en sus ojos.

Pero él sólo podía pensar en la muerte de Alex, en cómo se encadenaba en una macabra ristra de muertes que le rodeaban, le asfixiaban, le hacían hundirse en un fondo negro, frío...

Ted no quería irse a ese fondo. No quería, no...

No quería... Y no quiso. Aún con la imagen de Alex en sus pupilas, como si no fuera a borrarse jamás, como si hubiera alcanzado el lugar de honor en su vitrina particular de fantasmas, junto a su padre, decidió que no moriría. No sabía que fuera tan fácil como eso, como decidir ir a un partido de los Yankees el domingo, o como comprar un pretzel en la panadería de Abraham.

Miró de reojo a los lados desde la altura de los brazos metálicos de Dorothy, y vio a su hija Stacy lloriqueando y a Joanna, que parecía querer incorporarse. Y se dio cuenta, con una extrema lucidez, que se trataba de aquello. El golpe sin duda había sido tremendo, y el mal no era sólo psicológico; allí había huesos que soldar. Pero no podía ceder a la desesperación y a la rabia por... por haber visto morir a su hijo, por no haber podido evitarlo, por no haber sido él, en su lugar, el que hubiera salido ahí fuera.

Alex había muerto, y eso no cambiaría aunque Ted lo siguiese lánguidamente al otro mundo.

Estaba en el suelo temblando, dejando que mis fuerzas me abandonaran y no queriendo levantarme jamas de aquel suelo extraño, había fallado a mi hijo, a mi marido y mis niñas. ¿Como podía levantarme como si nada? Como podría mirarle a Ted a la cara y confesarle lo que debí de hacer hace tantos años, como podría hacerle eso ahora. Solo deseaba quedarme allí y consumirme lentamente.

Pero los gritos de Stacy, los sollozos de mi querida hija y estando segura que la propia Dorothy también estaría llorando, cada llanto me taladraba y me hacia temblar. -Acaban de perder a su hermano mayor Joanna y ni siquiera sabes si Ted esta vivo... ¿Como vas a abandonar ahora? No puedes. No debes. -Una voz resonaba en mi cabeza, una que no creía mía y me obligaba a sobreponerme al duelo, al dolor y al fugaz pensamiento de no ser una familia de verdad o simples humanos.

Finalmente pude continuar, levantarme poco a poco, mi maquillaje estaba destrozado, mi pelo sucio y crispado, mi ropa llena de mi propia sangre y la de otros... Pero eso no me podía importar menos. Finalmente cuando me levanta, no sin dificultad y con la cara totalmente roja, puede ver por primera vez como mi niña estaba ensangrentada y magullada. Como mi segunda hija aun seguía vistiendo aquel robot y sostenía a su padre y como estábamos en una nueva tierra yerma, hostil y con un solo lugar visible en el horizonte.

Cojee hasta estar a la altura de Dorothy y le toque la cabeza a mi marido. -¿Estas bien Ted? ¿Sientes las piernas? ¿Puedes caminar? -Preguntaba con los ojos sin brillo, fingiendo una sonrisa cuando alce la mirada hacia Dorothy. -Que fuerte eres mi niña. -Y continue cojeando, hasta estar a la altura de Stacy para examinar su dedo y heridas. -Tenemos que curar eso Stacy, veras como pronto dejara de doler... -Pensé en poner recto aquel dedo como había visto en la facultad en ese cursillo de primeros auxilios hacia ya demasiado tiempo o como en las películas de acción que tanto le gustaban a Alex, lo recolocaban de un rápido movimiento.

Eso me dio la idea que el traje que portara mi hijo le fue muy útil y como dentro de la nave aun debería de haber trajes similares, con suerte nos ayudarían a seguir adelante. -Puede que dentro de la nave, haya un botiquín de primeros auxilios o los propios trajes nos den algún tipo de ayuda. Voy a mirar. Luego hablaremos de esa torre a lo lejos, Ven Stacy vamos a mirar juntas. -Invite a mi hija a seguirme para poder curarla dentro, con tono apagado.

- Pa... ¿Papá?

El dolor de Stacy rápidamente paso de centrarse en su dedo a la imagen de su padre, magullado. La mirada se le clavó en sus padres. Poco le importaba ya el dónde estaba y las manchas carmesí que iban creciendo en su ropa. Extendió su mano hacia su madre, en parte atendiendo su llamada y en parte, buscando consuelo.

escribendo...

Ted apenas se movía, y miraba de reojo a las mujeres de su familia. Esbozaba un indefinido amago de sonrisa, estúpidamente fijo en su cara; no se sabía si era una mueca para disimular el dolor, sin éxito, o con la aburda pretensión de reconfortar a alguien.

-Estoy bien, hija -respondió a Stacy, ampliando la sonrisa. -Aunque un poco magullado... Tendréis que ayudarme a ponerme ese traje, Joanna -añadió débilmente; era un respuesta a su pregunta. Necesitaría ayuda para casi todo... El traje podría resultarle esencial en estos momentos.

Miró hacia arriba de reojo, al robot ocupado por Dorothy, atisbando cómo se encontraba su otra hija. Se diría que bien, dentro de lo que cabía. Y luego a esa lejana torre que su esposa había indicado.

-Por qué no -se limitó a decir. Daba la sensación, por el tono neutro y apagado (quizás por su estado físico, quizás no) de su voz, de que nada de aquello le importaba realmente -Quién sabe qué podremos encontrar allí.

Camináis hacia la gran torre en medio de un silencio incómodo, sintiendo como si siguieseis el camino marcado de antemano, en un momento tan lejano y distante, que podría decirse que jamás ha existido.

A cada paso, la torre está más cerca y parece más majestuosa si cabe, a pesar de su caprichosa estructura extraña. Cuando estáis más cerca, apenas a doscientos metros, veis como la misma es más alta de lo que en un principio parecía, adentrándose en las nubes del planeta, perdiendo de vista el final, y distinguís una majestuosa escalinata como única entrada, que asciende hacia arriba a un lugar que escapa a vuestra mirada por ahora. El camino, desperdigados por los escalones, hay infinidad de cuerpos de diferentes especies alienígenas. En medio de la sorpresa abrumadora, os fijáis en la diversa fauna que allí yace inmóvil: grandes seres peludos, gigantescos seres con forma de oruga viscosa, unos extraños seres geométricos, otros de resplancediente plasma... Incluso veis lo que parece ser una humana de piel negra, que parece dormida o muerta sobre un ser plano que parece hecho de tierra, también quieto.

Ascenciendo las escaleras en espiral durante una larga eternidad, arribáis a un inmenso salón horizontal de más de dos mil kilometros cuadrados, sostenido por cuatro colosales pilares, donde el suelo es un verdadero manto de seres inertes por el que es muy complicado caminar. Dorothy, controlando las entañas de aquel inquietante robot, logra abrir camino para toda la familia. Esa gran cúspide se encuentra más allá de las nubes, por eso es imposible verla desde el suelo.

Cuando vuestro desconcierto no podría ser mayor, un cuerpo se pone en pie. Es un cuerpo menudo, similar a el de una niña humana. Su piel es de color gris verdoso, y sus ojos completamente negros, como los de un insecto. No tiene nariz ni labios, pero sí boca.

Joanna nota como su hija Stacy se agarra con fuerza a las ropas de su madre, y gimotea aterrada.

El ser se queda observándoos, con una enigmática sonrisa en los labios y en silencio, aunque vuestra cabeza no puede contener más preguntas. Os invade la sensación de estar al final del camino, sea lo que sea ese camino. Entonces, el ser exclama:

- Bienvenidos.

Camine hasta la zona de los trajes, pues el resto de la nave parecía infranqueable y antes de ponerme a ellos, el sollozo de mi hija me hizo girarme y mirarla con una triste sonrisa. Me agache y cogí sus manos. -Calma cariño, aun... aun tenemos algo que hacer, pero antes mira allí, detrás mio. -La distraje antes de que mis manos se movieran entre sus dedos y tras un chasquido y el grito de dolor que vino después recoloque el dedo de mi hija.

-Ya esta Stacy. Ya no dolerá tanto como antes. -La abrace para consolarla, el tiempo mínimo antes de apartarla suavemente de mi. -Ahora vamos a coger los trajes a vestirnos con ellos y me tendrás que ayudar con el de papa. -Hablaba en un tono neutro intentando aparentar lo que siempre e sido, una mujer fuerte y decidida, ahora rota por las consecuencias de las que nunca tuve control.

Primero ayude a vestir a mi hija, después a Ted con cuidado de no hacerle mas daño del que ya había recibido y terminar con un simple beso en sus labios para intentar reconfortarlo. Acaricie el metálico brazo de mi segunda hija y le di las gracias. -Lo siento Dorothy, pero creo que vas a tener que llevar a Papa y para eso necesito que te quedes un poco mas de tiempo dentro de este robot, luego te sacaremos, lo prometo. -Le susurre sin saber siquiera si me escucharía. Y cuando me hubiera puesto mi propio traje, mire al horizonte, asintiendo a las palabras vacías de mi marido.

-Si, vayámonos ya. -Respondí sin querer mirar atrás, aun era demasiado doloroso.

El camino hacia la torre aunque sin incidentes, si que era perturbador, al parecer muchas otras "especies" antes que nosotros había llegado o intentado llegar hasta allí. Lo que mostraba aquellas escaleras plagado de seres extraños e imposibles era terrorífico y por esa misma razón cuando mi hija se pego a mi, yo misma reforcé esa necesidad, por miedo a que se perdiera o me perdiera entra aquella amalgama de desperdicios.

-Esto es... -No pude acabar la frase, me faltaba aire y saliva, las escaleras eran interminables pero el final del camino era aun peor. Una inmensidad sostenida por pilares grotescamente grandes y una figura delante de nosotros antropomorfa pero sin ningún rasgo humano.

-¿Bienvenidos? -Me pregunte al ser el primer ser que nos hablaba y no parecía ser hostil. -¿Quien eres? ¿Que es todo esto? -Dos preguntas, de las cuales la segunda llevaba haciéndomela desde que salimos del confort de nuestro salón.

- Se refieren a mí como el... Alto Arquitecto. - Dice con una suave voz. - Esto es mi hogar. El planeta donde habito. Donde siempre he habitado.

Un chasquido metálico continúa la conversación. El Dorothy, con esa voz metálica. Esta vez, su tono es titubeante y temeroso. No le avergüenza mostrarse desprotegida.

- ¿Y... y todos? ¿Y todas las personas? - Dice la joven Doth mientras a su hermana Stacy le recorre la mejilla una lágrima.

- El universo es demasiado extenso y el tiempo, demasiado relativo, pero haré un esfuerzo por explicarme. Las personas que tú conoces hace cientos de años que dejaron de existir en la otra punta de la realidad. Lo más parecido que existe sois vosotros. - Dice el Alto Arquitecto.