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Entre los suyos, Durghall jamás había destacado por su fortaleza o su bravura. Ni tampoco por su corpulencia, ni ninguna otra característica física visible. De hecho, era particularmente bajo para la media de su gente, y de contextura más bien menuda en comparación con el resto de los fieros norteños que todavía erraban por la tundra.

Sin embargo, a pesar de que no había sido bendecido con el desmesurado porte de sus bárbaros congéneres, el experimentado viajero constituía de todos modos una visión formidable para los habitantes de las regiones más civilizadas. Una circunstancia que se acentuaba a medida que el hosco personaje continuaba su camino hacia el Sur, donde la recia sangre dornita empezaba a diluirse ante la presencia de otras razas.

Por supuesto, también incidía en todo ello el inconfundible aire feral y salvaje que rodeaba al sujeto. Reforzado por las numerosas capas de pieles (algunas, sin siquiera curtir) que cubrían toda su anatomía, particularmente sus hombros y su espalda, las que servían también para dotarlo de una mayor corpulencia.

Quizás por ello, no le sorprendió del todo al parco personaje que aquel desconocido solicitara su compañía. Después de todo, para los demacrados habitantes de aquellas regiones, el fornido bárbaro debía de parecer toda una amenaza. Y precisamente por ello, también una buena forma de asegurarse que nadie se atreviera a molestarlos.

Poco podría saber aquel desprevenido y amable ereño del verdadero carácter del bárbaro. Y menos aún de las extrañas circunstancias en que se había dado su fortuito encuentro...

Sin embargo, Durghall no consideró apropiado comentar nada de esto a su extrovertido compañero de viaje. Y durante los varios días que duró el trayecto, apenas si cruzó palabra alguna con sus camaradas. Varios incluso se preguntaban si aquel sujeto huraño y taciturno, que se mantenía casi siempre alejado del resto, conocía alguna otra lengua que no fuera los torpes balbuceos de los salvajes.

Por fortuna, cuando por fin se acercaban al poblado que parecía ser el destino último de la caravana, el llamado MANFRED comenzó a intercambiar algunos comentarios con el pequeño mediano que los guiaba.

Durghall estaba agradecido por ello. Pues quizás terminaran por entretenerse entre ellos, evitándole así la exasperante tarea de tener que mantener cierta cordialidad, a la que estaba groseramente desacostumbrado.

- El gnomo no le había comprendido muy bien... y ahora lo trataba como si fuera su discípulo, como si quisiera conocer los secretos de las plantas. ¿Pero antes no se le había acercado para compartir conocimientos? El ermitaño asintió manteniendo una sonrisa cordial, su inteligencia no era tampoco su punto fuerte aunque estaba por encima de la media, pero no era tan elevada para sentirse ofendido. Además su grado de armonía y equilibrio que intentaba mantener le ayudaba a llevarse bien con los demás, o al menos lo intentaba.

Vio a su guardaespalda Durghall seguir el sendero como si nada, Manfred tuvo que acercarse: - Durghall, te he dado las riendas del burro, ¿por qué no coger burro?, burro dinero para pagarte, burro tiene mercancías para vender, burro importante defender burro defender a mí, ¿comprendes?, dijo no disgustado pero si alarmado por tal grado de desinterés. Después tuvo que retrasarse del grupo para coger de las riendas del animal e intentar que cogiera el ritmo del grupo, - Durghall coge el burro llévalo al grupo pesa mucho, tu fuerte, yo no, ¿ayudas? Le preguntó viendo si el guardaespalda había comprendido lo que quería decirle o no, - sino ya serían dos los que no comprendían bien el idioma del comercio. 

2° de Halail del año 101 de la edad oscura (Turno 2)

El silencio se postergó, no había nada, simplemente nada que le llamaré la atención. Desde la ventana más baja, que daba hacia el centro del poblado y lo largo de la calle principal, el enano Ulfrin podía observar con un muy reducido margen, lo que allí sucedía. Aunque ciertamente, el tamaño de la ventana, que no pasaba de los 30x30cm no le molestaba, afuera no pasaba nada. Los aldeanos con una clara pesadumbre y falta de alegría en sus ojos, caminaban de un lado a otro realizando sus tareas diarias con desgana, como si sus acciones no sirviesen de nada, como si sus vidas no sirviesen de nada, como si el mañana realmente no importase. Aquellos hombres habían perdido el sentido de la vida, eso era claro, y eso le molestaba a Ulfrin, el no estaba allí para ver eso; solo esperaba que tuviese que estar allí todo un día.

Pasado cierto tiempo, Ulfrin escuchó un revuelo, y adelantándose a mirar por la pequeña ventana, se asomó sin poder ver gran cosa de lo que sucedía. Afuera las personas habían cobrado más vida, no mucha, pero si la suficiente para llamar la atención del enano. Algo o alguien se acercaba al pequeño poblado, lo cual generaba una creciente preocupación en los aletargados ciudadanos de Koln.

Varios de ellos no pudieron resistir sus miedos y corriendo hacia la oficina del sheriff, el edificio donde el mismo Ulfrin se encontraba. Aunque éste se ubicaba en una bodega en el segundo piso del ala derecha del edificio; por lo que nadie se daría cuenta de su presencia.

Ulfrin quiso mirar que era aquello que se acercaba, pero el ángulo de la ventana no le permitía ver, y mover las cajas a la ventana más alta a su izquierda le haría perder toda visión del centro de la aldea, y le tomaría mucho tiempo mover todo sin hacer ruido.

Mientras su fastidio iba tomando poder en él invitándole a mover las cajas, observo al sheriff salir a paso veloz de su pequeño cuartel para ir hacia el camino que salia del pueblo. Estirándose lo más que podía, vio como el sheriff le hacia el alto a lo que parecía ser un burro. Y no podía ver más, solo hacer suposiciones. Al menos sabía que era poco probable que un contingente de orcos llegasen con un burro por delante.

2° de Halail del año 101 de la edad oscura (Turno 2)

Con la claridad de que el gnomo Girolamo era quien habría de tomar la palabra, la caravana se puso en movimiento de nuevo, y un par de minutos después, ya se encontraban en la entrada al poblado de Koln.

Allí pudieron observar a los aldeanos del poblado de Koln, su actual parada, con una clara pesadumbre y falta de alegría en sus ojos. Estos, caminaban de un lado a otro realizando sus tareas diarias con desgana, como si sus acciones no sirviesen de nada, como si sus vidas no sirviesen de nada, como si el mañana realmente no importase. Aquellos hombres habían perdido el sentido de la vida, eso era claro, y eso incomodaba a varios de ellos, pues ninguno estaba allí para ver aquello, sin que lo supieran entre si, todos tenían la intensión en su corazón de enfrentar a la sombra, y de un modo u otro habrían de cumplir su meta.

Los aldeanos no tardaron en escuchar la llegada de las carretas y si en un principio no les preocupo tanto el ver llegar a un gnomo montado en una carreta tirando de un burro, cuando vieron que se trataba de dos carretas, tres burros y un total de personas, en su mayoría hombres fuertes, su instinto natural fue el miedo, y varios de ellos corrieron a buscar ayuda entrando a un edificio grande y alto, que parecía ser un viejo cuartel con su antigua gloria olvidada.

Sabiamente Girolamo, ya conocedor de situaciones parecidas, les hizo el alto. Momentos después, quien parecía ser alguna autoridad civil del pueblo se acercó a ellos con los aldeanos detrás, mostrando aún una clara desconfianza y duda en la caravana. Aquellos habitantes del poblado de Koln, claramente estaban a disgusto con las visitas inesperadas.

– Soy Azahn Dowl sheriff de este poblado, bajo las ordenes de Izrador – se presentó el sheriff con unas palabras que recitaba casi como formula y que parecían significar muy poco para él, incluso el nombre del Dios oscuro en su boca parecía saberle a un te amargo, o bien a los pobladores un dolor profundo que se expresaba en sus rostros.

– ¿Que las trae a este lugar tan lejano de todo? – preguntó mientras les examinaba con la mirada a todos. – parecen ser una caravana de comerciantes. ¿Que buscan aquí? No tenemos nada para ofrecer y solo nos interesa comprar herramientas de metal o los servicios de algún buen herrero – exclamó el sheriff casi pidiéndoles que se marchasen.

Los últimos metros se habían vuelto interesantes mientras observaba a unos y otros charlar. Se le hizo extraño, ya que normalmente la gente había perdido la magia de "hablar" por hablar, sin un propósito claro y sin tener la certeza al cien por cien de que no te iba a vender el que te devolvía las palabras.

No supo si pensar en ingenuidad o genialidad. Lo que sí intuyó, es que el grupo que les acompañaba se les antojaba "extraño". Y aún no había decidido si eso era algo bueno o malo, pero trató de no olvidar los rostro de sus compañeros del viaje.

Por otra parte, la gente que deambulaba por la ciudad, esos rostros muertos en vida, que tanto le recordaban a los Caidos, ya correspondían más con la realidad imperante; la vida sin esperanza ni alegrías de Izrador. Cuando finalmente avisaron a la autoridad, y por la prisa que se dieron Arvin dedujo que muchos palos debieron correr en esta región, se fijó en el que se presentó como Sheriff, y en los alrededores.

Tuvo que contener su lengua, pues había cedido el turno a Girolamo, así que se prometió a si mismo a hacer caso y ver que tal se desenvolvía. De todas formas, si la cosa iba a peor, siempre estaba a tiempo de intervenir. Sin embargo, se fijó en la palabras y gestos corporales del Sheriff, ya que desde lo del pescador, cada vez desconfiaba más de todo... y esperaba ver la traición o la mezquindad asomando en las sobras de lo que una vez fue la humanidad.

Dispuesto a prestar atención a la forma en que Girolamo se presentaba, Wendell se detuvo cuando el gnomo hizo lo propio, manteniéndose unos pasos atrás de el.

Los rostros y actitudes de los pobladores eran algo que, lamentablemente, había visto una y otra vez desde que había abandonado su tierra natal. Y si lo pensaba, incluso allí. Vencidos, sin ganas de vivir, con miedo. Al ver que se dirigían a lo que parecía un cuartel apretó los puños, esperando que no fuera el preludio de un intento de arresto.

Sin embargo al notar que solo salía una persona del lugar, y observando la forma en que el sheriff se presentó le dio algo de alivio, este no parecía sentirse a gusto con su propia posición, lo que podría ser algo bueno. O quizás malo. Sin embargo, el tono de sus palabras era claro, prefería que se marchasen. "Veamos si lo puede hacer cambiar de opinión" se planteo pensando en el jefe de la caravana.

Deseoso de ayudar, y dado que sólo se había comprometido a no hablar, elevó apenas sus manos, mostrando las palmas vacías intentando demostrar que no tenía intenciones ocultas. Sin embargo su gesto, aparentemente, pasó desapercibido por el sheriff que mantuvo la vista fija en Girolamo.

Llegan al poblado dándose cuenta del ambiente pesimista que rodea la aldea, los aldeanos parecen haber perdido toda esperanza... Le entró ganas a Manfred de darle esperanzas, de hablarle de un tiempo de paz y de gloria, de calmar satisfacer e imbuir aquellos corazones de ilusión, pero se mantuvo callado por la palabra dada, aguardando que su Jefe de caravana iniciase las órdenes pertinentes o marcase el plan a seguir. Manfred estaba algo incómodo en aquel poblado, algo se respiraba en el aire que no le gustaba, y miró a un lado y otro para ver si intuía a qué se debía aquella quemazón que le invadía. 

Pronto se dio cuenta de la actitud de los aldeanos que huyen ante ellos como si se tratase de un grupo paramilitar armado. Manfred quiere contenerlos, darles palabras de esperanza, decir que vienen en son de paz, pero todo se queda en un mudo silencio esperando que su dirigente fuera el que parlamentara con aquella gente temblorosa. Ve como se meten en un basto edificio para salir con un dirigente que se dirige hacia ellos con desconfianza, nuestro líder le hace un alto o es una señal de amistad no puede verlo con nitidez desde su posición. Se mantiene atento y quieto sujetando a su burro ya que no ha conseguido que su guardaespalda hiciera el menor caso a sus palabras. 

El dirigente de los aldeanos se presenta como un hombre de ley, un hombre al servicio de los señores oscuros, el rostro de Manfred languidece con la idiosincrasia de a quien sirve el hombre, todo se contrapone una fauna agradable, unas casas bien hechas y grandes, con un pueblo al servicio de las sombras, algo no cuaja en todo ello, pero Manfred mira para desembaucar el dilema pero... nada. El hombre expone sus motivos dice que solo le interesa el metal, las armas, ¿y para qué? Acaso los siervos oscuros van a querer que un montón de campesinos vayan armados... es absurdo sobre absurdo no obstante calla y aguarda la contestación de su líder.

A pesar de todas las villas y pueblos que había visitado y por los que había pasado, siempre me sentía un tanto nervioso al enfrentarme a sus gentes. Cuando estás frente a gente que ha sufrido tanto, y que a buen seguro seguirá sufriendo, te podías encontrar con disidentes, que formaban parte de una resistencia que podíamos considerar una lucha perdida pero que, aun así, nuestro espíritu nos obligaba a mantener, un hilo de esperanza; También estaban que se mantenían con vida gracias a agachar la cabeza, apretar los dientes, y seguir con sus miserables vidas hasta que llegue el final y, por último, los más peligrosos, aquellos que se habían unido a las fuerzas oscuras y luchaban junto a ellos, pensando que, de esta forma, sus vidas serían más seguras y placenteras. ¿Quiénes serían los que formarían parte del pueblo de Koln?

Cuando los primeros habitantes salieron corriendo, asentí para mí, bajándome del carro y dando unos pasos hacia delante, observando a derecha e izquierda, atento a lo que nos rodeaba, mientras esperaba a que apareciera quien, en unos pocos minutos apareció.

Mi nombre es Girolamo Savonarola digo llevándome la mano derecha al corazón, agachando la cabeza a modo de saludo antes de continuar ¿y quién no está bajo las órdenes de los ejércitos de la sombra? Bajo las manos, agarrándome la muñeca de una mano con la otra, apoyándolas en mi barriga

Efectivamente somos comerciantes, y no somos nosotros los que perdemos cosas, sino más bien los que las encontramos. ¿Cómo sabes que aquello que traemos no os será de utilidad? Además, si no haces cosas estúpidas cuando eres joven, no tendrás nada con lo que sonreír cuando eres viejo ¿no? Digo riendo y alzando las manos Está bien, está bien bajo un poco la cabeza, moviéndola a derecha e izquierda, todavía sonriendo el caso es que solo buscamos un lugar donde descansar y pasar unos días antes de proseguir nuestro camino. Y quizás, no sé, encontremos algo que podamos ofreceros y que a vosotros os venga bien. Aunque ya os digo que, por desgracia, las herramientas de metal no están muy bien vistas, supongo que alguien de tu cargo es consciente del peligro que pueden suponer.

Sin querer dar más información, miro al sheriff, poniendo nuevamente una mano agarrándome la muñeca de la otra, dejando mis brazos colgando.

La eterna espera, la incertidumbre constante y otros muchos desagrados para quien está ansioso, son las constantes del furtivismo. Cuando se está ocultando y lo más importante es mantenerse fuera de la vista del enemigo, horas y horas de no hacer nada se transforman en la rutina contante. La paciencia, por suerte, siempre ha sido una de mis capacidades y es por eso que mi formación como combatiente fue muy distinta de la que tuvo el resto de los jóvenes de mi aldea, que se entregaban a una furia impaciente para derrotar al enemigo. Lo mío es más de luchar buscando el momento apropiado para todo.

Así es como transcurre mucho sin que la pequeña ventana hacia el centro del pueblo me ofrezca mucho, más allá de ver el apagado rostro de algunos aldeanos y sus monótonas jornadas.

Entonces, aquel revuelo generalizado que concluye con el Sheriff acercándose a la salida para detener el ingreso de algún viajero, uno precedido por un burro, lo que descarta completamente para mí el que sean orcos o un legado. De seguro ha de ser un comerciante o algún pobre refugiado.

Mas eso no evita que me llame mucho la atención, no porque considere que ha de ser una gran amenaza, sino porque pueden ser los hombres de la resistencia que se habían mantenido alejados hasta ahora, sin mencionar que es lo único nuevo que he visto dese que estoy encerrado en este almacén.

Pienso en mover las cajas para mirar pero declino de la idea rápidamente. Primero porque es mucho trabajo con mucho riesgo de exponerme por el ruido, pero también porque eventualmente entrarán en el pueblo y quedarán a mi vista. En caso contrario, si veo que el Sheriff los espanta, tendré suficiente tiempo para mover las cajas y verles irse.

Jonad se situó un paso por detrás de Girolamo, pero a su lado. El montaraz se balanceaba sobre si mismo al tiempo que toda aquella conversación tenia lugar. Su mirada inquieta iba de allí para ya mirándolo todo con curiosidad y atención. Se preguntaba cuando comerían. Ya que su barriga no paraba de emitir rugidos perfectamente audibles.

El parco norteño se había detenido junto con el resto en las afueras del poblado, pero había aprovechado el momento para adelantarse unos pasos a la caravana, escrutando las inmediaciones. Para hacerlo, había dejado momentáneamente las riendas del burro que cargaba las pertenencias del tal MANFRED, decisión que pareció no gustar en absoluto a su patrón, quien no tardó en recriminarle semejante descuido.

Sin embargo, poco caso hizo el fornido personaje de las indicaciones de su camarada. Pues mientras este le hablaba, DURGHALL se hallaba con la mirada perdida en la distancia, profundamente concentrado en avistar cualquier detalle que pudiera impresionarlo del sencillo paraje.

El veterano vagabundo llevaba muchos años errando por las desoladas tierras del Norte. Bastantes más de lo que cualquier hubiera imaginado. Y si había sobrevivido, era precisamente por mantener siempre aquella actitud alerta y desconfiada, que le impedía bajar nunca la guardia, y lo obligaba a moverse con la máxima cautela.

Sobre todo, cuando se acercaban a alguna zona habitada, donde los esbirros de la Sombra podían adoptar las formas más inesperadas...

Quizás por ello, en cuanto el resto de la caravana continuó su marcha hacia el poblado, el imponente salvaje simplemente les siguió el paso, ignorando por completo las advertencias de su atónito protegido, como si nunca hubiera llegado a oírlas.

Solo se detuvo cuando el pequeño gnomo que los guiaba les hizo señales para que guardaran las distancias. Y aguardó pacientemente a que el pequeño se encargara de franquearles el paso.

DURGHALL podía reconocer las miradas de aquellos aterrados habitantes. Pues le había tocado sentirlas en carne propia demasiado a menudo. También sabía dónde podían llegar a conducir, claro. Pero en esta ocasión, el duro norteño estaba tranquilo, pues el pequeño líder de la expedición parecía bastante acostumbrado a tratar con las autoridades.

Una tarea que al hosco dornita no se le daba demasiado bien, ultimamente...

2° de Halail del año 101 de la edad oscura (Turno 3)

El sheriff escuchó las palabras de Girolamo mientras a su vez iba examinando a sus ocho acompañantes. Claramente en su rostro, lo que el gnomo le decía no le gustaba nada, o al menos su cara de desagrado eso mostraba.

– Si son comerciantes, deben tener algún permiso de las autoridades del Dios Izrador para transportar tantas cosas, pues veo sus carretas llenas – exclamó Ashan, el sheriff de Koln al tiempo que extendía su mano exigiendo los papeles.

Girolamo con mucho gusto y seguridad le entregó los documentos e incluso intentó señalarle los puntos importantes del mismo, haciéndole saber que venía en una misión importante como siervo de la sombra con el fin de apoyar en la guerra contra las inmundas fatas que infestaban las Kaladrun. Aunque también hizo hincapié en que necesitaba pasar por Koln, aún cuando el documento no lo dijese. Girolamo tenía su propio plan para apoyar a la rebelión, el cual solo el conocía y por el cual había de necesitar pasar por aquel poblado. Si el sheriff era su contacto, tal como se le había anunciado, entonces este entendería claramente las indirectas.

El sheriff miró los documentos con detenimiento, sobre todo los puntos señalados por Girolamo, aunque en su rostro había cierta incredulidad y duda. No obstante, al final se mostró satisfecho.

– Muy bien, adelante. Muevan su caravana por la calle principal del poblado. Todo derecho, y dejen las carretas allá, al final, antes del puente. A la derecha junto a rio no estorbarán – indicó mientras invitaba a Girolamo a que le siguiera junto con la caravana.

– Necesitamos comida, pero no podemos pagarla. Los niños pasan hambre y los ancianos están enfermos. Si pueden ayudar, no tendríamos problema en hospedarlos unos días – dijo el sheriff a Girolamo mientras avanzaban, más que nada en un tono de súplica, claramente preocupado por su gente.

– De las herramientas, tenemos metales y las necesitamos para trabajar la tierra. Espero cuentes con alguna mano hábil – dijo en voz baja para que prácticamente nadie pudiese escucharle.