Partida Rol por web

Al ver a la criatura no puedo evitar poner una mueca de asco.

- ¿Es que ya no me voy a encontrar con nada normal? - me digo a mi misma.

No tengo duda, llenaré todas es bocas de plomo antes de que se levante. Aprieto el gatillo y... me tiembla el pulso.
Con todo el estruendo que he montado y no le ha dado ni una jodida bala.

Mierda.

El ojo ya estaba abierto, ya había mandado toda la información necesaria para que un reflejo de autoprotección pusiese en marcha a aquel viciado organismo. Que a la marine le hubiese temblado el pulso ya casi era algo secundario... De debajo de la criatura surgió un brazo amorfo, hinchado, con un número imposible de articulaciones en comparación con un brazo normal, como también parecían imposibles las garras que de él brotaban donde deberían estar los dedos, Claudia vio el gris plateado de su ataque...

Balas desperdiciadas y el abrazo de aquel ser no es la mejor manera de terminar.

¡Jódete! -le grito a ser - Ojalá te atragantes al comerme.

Aquel brazo primario, blando y asqueroso continuó saliendo del armario, alcanzando una altura más ata que la del cuerpo que lo había portado originalmente, casi como si fuese una lombriz gigante anexa, y abrió sus garras con más longitud ante el dolor del despertar que las luces y la extraña le habían brindado.

Aquello rasgo el uniforme, la piel, la grasa y los músculos del torso de Claudia con una caricia de vidrios rotos, peor sin llegar a terminar con ella.

El dolor me supera de una forma indescriptible y parece que perderé la consciencia en cuestión de segundos...

La consciencia de Claudia pareció capaz de aferrarse una vez más a los huesos de acero de su determinación, haciendo de tripas corazón para aferrar su arma y apuntarla a aquella cosa que la había hecho sangrar como nada en toda su vida previa...

La criatura recibió la ráfaga de hierro candente en su encorvado cuerpo grasiento, aun encogido en el interior del armario, con solo su mortal brazo saliendo del escondrijo. La marine no le había matado, pero aquel monstruo, en vez de volver a atacar con aquella extremidad, lo que la superviviente daba por sentado, abrió su desencajada mandíbula para dejar escapar un grito perforante cuyos ecos parecían capaces de alcanzar los túneles que debían de llevar al mismo infierno. Casi daba la sensación de que hacía temblar todo el entorno a su alrededor, como si aquel alarido fuese una mano estrujando el manido papel que resultaba ser la realidad en aquel planeta muerto.

A pesar del alarido de la abominación, no le tengo miedo. No puedo dejar que el terror que provoca esta criatura me domine. No dudo, abro fuego de nuevo.

La criatura recibió la segunda ráfaga de fuego antes de encogerse como una babosa a la que se hubiese aplicado la llama de un mechero, escurriéndose con un alarido repugnante entre las piernas de la marine con una velocidad que casi parecía antinatural. Detrás había dejado los restos del expedicionario del que había brotado y del que se había alimentado, como la piel de una uva pasa vacía, en la que todavía se podían percibir las aberturas que una vez habían sido su boca, sus ojos y su nariz.

El silencio volvió a dominar aquella sobredimensionada tumba prefabricada por aquellos humanos, que la habían levantado sin ser conscientes de la naturaleza mortuoria de aquel planeta.

Agotada tras el encuentro me separo de la criatura. Me siento a tomar aire unos instantes y antes de dejarme llevar por la tétrica grandeza del lugar, reúno mis últimas fuerzas y continuo caminando.

La marine consiguió sacar fuerzas de donde casi no las había y se dejó guiar subconscientemente hasta la sala de los ascensores. Los que subían no estaban operativos, pero había otro, solo para bajar a las estancias inferiores, que había sido manipulado, un apaño de cables cortados, casados en sagrado matrimonio con una alianza de cinta aislante, reposaban sobresaliendo bajo el panel de los controles. El único interruptor operativo tenía escrito con plantilla AL INFIERNO, en letras negras, justo encima. A su lado estaba garabateado al lado el texto MANDAD AYUDA.

Claudia presionó el botón y se vio bienvenida por una molesta alarma de emergencia que llenaba con sus ecos el nuevo piso. La sala de entrada estaba cubierta de baldosas blancas, con luces titilantes y una camilla tirada en el suelo, cubierta por un limo negruzco seco hacía tiempo.

Un pequeño tramo de escaleras bajaba hasta una compuerta sellada, con luces rojas destellando en su parte inferior. En su pantalla de seguridad se leía APERTURA FORZADA DE PERÍMETRO, aun estando la puerta cerrada. Aparentemente Claudia podría abrir la puerta con normalidad, teniendo también la opción de apagar la alarma.

Esa alarma me va a volver loca. Me aproximo a la puerta para abrirla y poder acceder al panel de control que espero encontrarme al otro lado.

- ¿Habré muerto en mi huida y estaré en el Infierno? Espero que no sea así.

La marine consiguió apagar la alarma tras pelearse un par de minutos con la pantalla que daba el mensaje de alarma. Consiguió abrir la puerta que daba paso al piso y esta se cerró a su paso. La pantalla de controles al otro lado estaba desconectada, tal vez se podría volver a activar en algún control central, si no, no podría volver hacia atrás.

Claudia pasó a lo que parecía ser una sala de espera, curiosamente una ametralladora con un soporte automático apuntaba a la puerta por la que había accedido, pero su barril de munición estaba derretido. Había casquillos de munición por el suelo.

La siguiente estancia era una sala de seguridad, con una caja de seguridad cerrada. Este cuerto comunicaba con otro: una armería vacía en la que solo quedaban casquillos y cargadores vacíos por el suelo. En el fondo de la sala había una puerta hermética que se operaba con una rueda que alguien había atrancado usando un hacha emtálica.

Con la intención de ahorrar munición, trato de quitar el hacha.
Lamentablemente mis fuerzas me fallan, lo que me extraña tanto debido a todo lo que vivido hasta el momento. Tengo la sensación de que jamás volveré a ser la misma.

- A tomar pol culo el sigilo y la delicadeza -farfullo antes de abrir fuego contra la caja de seguridad y la puerta que me impide avanzar.

Pues si, la fuerza no era una habilidad de la que pudiese hacer buen uso la marine en aquel momento. Dejó reposar la metralleta contra su costado, agarró el mango de acero del hacha atrancada, pero sus reflejos fallaron, moviéndola solo dentro del cierre que atrancaba la compuerta, logrando que casi cayese de culo. No parecía tan complicado, peor los nervios, el hambre y la fata de descanso (EN DÉCADAS) se cobraban tributo.

Tras aquel fallo no tuvo tanto reparo en volver sobre sus pasos y soltar una nueva ráfaga de plomo sobre el cajón de la armería, el anterior, descargado sobre la compuerta, más que nada la había puesto en peligro, pero la cabeza respondía lo justo.  Tras el violento sonido, la portezuela cedió, rindiéndose, dejando, coqueta, que Claudia viese sus secretos: un revolver y un kit de primeros auxilios.

Ante la imposibilidad de abrir aquella compuerta, a Claudia le tocó seguir el recorrido turístico convncional, abriendo la puerta que daba paso al fulgor sucio de unas duchas cubiertas de azulejos blancos y negros, con tuberías rotas, grifos arrancados y aguas estancadas en el suelo. Probó a abrir uno de los grifos que quedaban en la pared, pero el mecanismo se negaba a escupir su agua.

Tras pasar por los austeros vestuarios, con sus taquillas vacías o vomitando su contenido, desintegrado, sobre el suelo, como si el paquete intestinal del mobiliario hubiese sido rajado, Claudia llego a la habitación de control ambiental, donde su único habitante le sonreía, incrustado contra la pared: un cuerpo momificado, con una única marca de bala en el centro de su frente. Frente a él, en el suelo, el arma homicida, otra pistola.

Unas letras en espray rojo, escritas en la pared, rezaban ADIOS, CIELOS AZULES*. La marine logró manipular las computadoras de la sala, pidiéndoles pacientemente que dejasen de soltar el sonido de sus alarmas y sus luces de emergencia por todas las instalaciones, lo que también le permitió escuchar el sonido de... De cosas moviéndose en algún otro punto impreciso dentro de las instalaciones. Cuando vio que poco más iba a conseguir, pasó a la sala contigua, donde le esperaba una biblioteca igual de desastrada que el resto de estancias que había visitado hasta entonces.

Alguien había tirado parte de las estanterías de una pared, descubriendo el acceso oculto a un ascensor.

Los libros que quedaban estaban empapados, manchados de sangre o quemados, generando una desagradable allfombra bajo sus pies. Por aquí y por allá quedaban restos de bengalas de potasio gastadas.

Sobre la única mesa en pie quedaba un diario garabateado a mano con una letra enloquecida y apretada. Sea lo que fuera, lo que se emoviese por la base, parecía haber dado con la ruta que la había llevado hasta allí, parecía sonar en el pasillo anterior a la compuerta cerrada con el hacha.

Me tiro al suelo cuando las balas rebotan.

- Mierda -farfullo antes de ponerme en pie. Casi acabo hecha un colador.

Soy consciente, al menos por el momento, de que todo esto me está pasando factura. No razono con normalidad e incluso llego a pensar si lo he hecho alguna vez a lo largo de mi vida.

Observo el contenido de la caja: un revolver y un kit de primeros auxilios. Recojo el pequeño botín. Desde luego no me vendrán nada mal. Lo cierto es que casi cualquier cosa que me encuentre puede serme útil.

- ¿Qué demonios habrá pasado aquí? - me pregunto a mi misma, sin ser capaz de imaginar algún tipo de respuesta que sea satisfactoria y mucho menos correcta.
Avanzo por la base y veo que todo está destrozado, que lleva abandonado más tiempo del que puedo siquiera calcular.

Llego a la sala de control y antes de comprender que aquel hombre lleva mucho tiempo muerto, le encañono. No llego a presionar el gatillo, alguien ya lo hizo tiempo atrás. Quizás fuese él mismo, lo supongo por la herida de su cabeza. Las letras de la pared parecen su epitafio. El arma que está a su lado pasa a forma parte de mi pequeña colección. Reviso si ambas tienen algo de munición, o no me servirán de nada.

Usando el panel de control detengo el molesto sonido de la alarma. No la soportaba más. También detengo el deslumbrante brillo de las luces. El silencio llena el lugar de forma breve. Escucho algo que indica que no estoy sola, que hay algo más aquí y que desconozco su origen. Seguro que no es nada bueno. No puedo quedarme quieta o seré una presa fácil.

La alfombra de papel no es lo que esperaba y mucho menos que estuviese llena de sangre. Una alfombra roja... estoy cansada y se escapa una sonrisa irónica de medio lado. Los restos de material incendiario me hacen sospechar que trataron de tender una trampa en este lugar. O quizás la lucha llegó hasta aquí.

Mientras me dirijo al ascensor que ya no está oculto, me percato de la existencia del diario. Quizás contenga algo de información que me permita saber que demonios está pasado. Aunque no sé de cuanto tiempo dispongo, busco una silla para sentarme a leer, si es que todavía recuerdo como se hace.

A pesar de que hay algo yendo hacia ella, la marine se sienta unos pocos segundos a echar un vistazo a aquella enloquecida bitácora. Desentrañar sus secretos le lleva un poco más de lo que debería, más que nada por lo apretado y caótico de lo allí recogido, peor se las apaña para rascar unas cuantas líneas de información, aun sin saber por completo si esa información es real o útil.

'Las bestias odian el agua'

'Quieren llenarnos con sus huevos'

'Son dos tipos distintos de aliens'

'Los que gritan se mueven solo en la oscuridad'

'Los gusanos luminosos atraen las pesadillas'

No había nada desarrollado más allá de una sola frase y algunas impresiones, como la última, parecían fruto de la locura ¿O no? Claudia no podía saberlo ahora mismo, peor si sabía que aquello que venía a por ella, tras pararse en cuartos anteriores, estaba alcanzando las duchas. O salía ahora mismo de allí o tendría que enfrentarse a lo que fuera que seguía su rastro...