Partida Rol por web

Sin demoras ni palabras innecesarias, Harg volvió a atacar a uno de los enemigos.

Mientras intentaba sin éxito una buena estocada, observó de reojo a la recién llegada que tras su accidentada aparición le había dado ahora por soltar la lengua y conversar en un momento nada propicio.

Al menos tenia un bonito rostro y cierta elegancia de movimientos pensó y aquello disparo en el joven un recuerdo apreciado.

No recordaba el nombre de aquella “doncella” de compañía, pero si la increíble habilidad que esta tuviera vulgarmente conocida como “La Cabalgata”, que no era otra cosa más que la eventual pareja sexual se sentara sobre el cipote para, a continuación, constreñirlo con los músculos del ano hasta casi hacerte sentir que iba a descabezarte el “chamorro”.

Quizás la nueva tuviera la misma habilidad, si sobrevivían todos a este enfrentamiento incluso tal vez luego se lo proponía.

Ensangrentado, dolorido y agotado. A un paso de la muerte entre rufianes de tan baja clase como la mía.
No me queda otra que luchar.

Incapaz de lograr rasgar su carne con mi garfio o de protegerme durante más tiempo.

Lapp siguió dando estocadas infructiferas contra los enemigos. La cosa no pintaba muy bien, esperaba que los refuerzos fuesen más útiles que toda la pandilla junta.

Junto al portón Dürer y el Chamorro seguían empeñados en vender caras sus pieles. Moviendo con habilidad su arma, más navaja de chulo que daga cortesana, el peludo Ermitaño logró dejar un feo corte en la cara de uno de sus enemigos. No suficiente como para dejarlo fuera de combate pero a bien seguro para hacerlo más feo de lo que ya era.

El pobre Chamorrito, tan ensangrentado y pequeñito, dio un inútil golpecito que a nadie hirió.

Mientras en el pasillo la recién llegada, Estrilda, hizo girar la bola de su lucero del alba con fuerza y habilidad. El golpe fue brutal y hundió media cara del pobre desgraciado que lo recibió. Con los ojos en blanco y con el alma ya a medio camino de los infiernos el pobre desgraciado se desplomó en el suelo convertido en una piltrafa.

Su compañero viéndose herido y superado en número abrió los ojos de forma desmesurada. Se arrojó de rodillas como si fuera a rendirse pero en vez de eso alzó la cara mirando al trio de mercenarios con los ojos llenos no de terror si no de gozo.

He sido testigo, y mi sangre ¡mi sangre se unirá al coro de su Anunciación! Y derramando lagrimas de felicidad procedió a rebanarse el pescuezo con el arma que portaba. Durante esos largos segundos sus ojos permanecieron fijos en los tres mercenarios mientras gruesas lagrimas de alegría corrían por su feo y mugriento rostro.

¿Qué horrible locura entrañaban esas palabras? ¿Qué era esa Anunciación, terrible vocablo ya por dos veces oído en este maldito monasterio?

Aunque atendiendo a los sonidos de lucha que venían de más adelante, en el patio junto al portón, la delicada situación de Dürer y el Chamorro hacía mejor dejar los misterios para luego.

Los tres enemigos que quedaban junto al portón se abalanzaron sobre Dürer. El sucio y pelambrudo navajero parecía una presa más peligrosa que no el malherido enano. Aun así los instintos de combate del Ermitaño parecían haber despertado y esquivó o paró los golpes bajos de dos adversarios.

Claro está que tan ufano estaba con sus habilidades que no se percató del golpe dirigido a la parte baja de la espalda que con una cachiporra le asestó otro de los enemigos. El golpe le provocó un espasmo de dolor y lo hizo trastabillar pero no lo suficiente como para caer derrotado.

"¡JAJAJAJA!" - Rió Lapp mientras se arrancaba una costra de la mano. - "¡ESOS CABRONES SON NUESTROS, A LA CARGAAAAAA!" - Supo conocer cuando estaba en ventaja, y no lo iba a desaprovechar. Sin pensarselo dos veces cargó hacia los enemigos.

Lo que no sabía es que al gritar habia alertado a los enemigos y estos esquivaron facilmente su ataque.

Mientras se dirigía en ayuda a sus otros compañeros en apuros, Estrilda tuvo que preguntar -¿Quienes quedan del grupo?- Obtuvo rápido la respuesta, al ver ensangrentados al enanito gracioso de Chamorro y al costroso Dürer. Jack yacía en el suelo con sangre corriendole por todos sus agujeros faciales, aunque el muy cabrón había muerto con una sonrisa en la boca.

-¡Han matado a Jack! HIJOS DE PUTA-

La antigua artista circense cargó contra los enemigos, brincando en últimas instancias para hacer el ataque más bonito a efectos visuales. El estilo ante todo. La bola del lucero del alba tocó a unos de los enemigos.

Pero era demasiado pronto para saber si con eficacia o no.

-¡Tranquilos, ya están aquí los refuerzos!- Por si acaso colaba, que no lo sabía, tuvo que decirlo.

-¡Aguanta Chamorrito!-

Dürer viendo como llegaban refuerzos se abalanzó sobre uno de los malditos a intentar ensartarle la daga directamente a la yugular. Había aguantado suficientes golpes y seguiría pateando como pudiera. Si no lo lograba, se aseguraría de dejarle una fea estocada para que alguien más lo pudiera rematar.

¡Oh el gozo de ver llegar en el momento más inesperado los refuerzos de amigos y camaradas!

O como mínimo si no el gozo la tranquilidad de ver aparecer a otros malasombras con los que uno se parte el pan, por necesidad más que por gusto, y de los que se puede razonablemente esperar que por el momento no lo apuñalaran a uno.

Eso debieron pensar Dürer y el Chamorro (si es que mucho pensaba con la fea brecha en la frente) cuando Lapp, Harg y Estrilda aparecieron cargando en tromba desde el pasillo de ronda. Aunque Lapp falló miserablemente el lucero del alba de Estrilda volvió a, con mucho estilo, hacer de las suyas. De pie sobre el cadáver gravemente profanado de Jack la muchacha asestó un golpe por la espalda a uno de los enemigos. Se oyó un crujido horrible al partírsele la columna y otro aun peor cuando en el suelo la mujer remató al herido con varios golpes en la parte de atrás del cráneo.

Animado por ello Dürer se abalanzó con su navaja rajando el estomago del pobre desgraciado que tenía más cerca. Este miró con incredulidad cuando la navaja del Ermitaño lo desolló haciendo que sus tripas se salieran de su abdomen. Con un quejido lastimero el hombre soltó su daga para tratar de, sin resultado, volver a meterse los intestinos en el cuerpo antes de caer moribundo al suelo.

Ante la terrible situación el último superviviente salió corriendo, alejándose del portón hacía el gran patio del monasterio en el centro del cual se alzaba la iglesia y su imponente torre.

Pues sí. Afirmativo. Sospechas confirmadas. La intuición volvía a ser la correcta. La nueva no solo era bonita y ágil, también tenia un buen culo. Harg la miraba desde atrás y mientras el enemigo comenzaba a alejarse de la refriega.

Quizás podría haber intentado rematarlo, pero, ¡vamos!, no quería arrebatarle el placer a los dos compañeros que habían resistido con tanto tesón.

Y, por otro lado, había allí al alcance de sus ojos una pequeña montaña de restos – y mierda -, a la cual podría echar mano. Quizás encontrar algo interesante.

Tras haber convertido al pobre Jack en una bomba humana hay poco que rescatar de su maltrecho cadáver. Unas pocas piezas de plata, 12 para ser exactos, y una espada corta. Como el Gracioso no tenía mochila llevaba sus objetos personales en los bolsillos. Estos no han llevado bien el tema de la explosión rectal claro está.

Aunque al parecer una pequeña botellita con un liquido verduzco ha sobrevivido. ¿Qué será?

Los pordioseros con uniforme de la Compañía del Águila, sucios y llenos de desgarrones, solo tenían armas aun peores que las vuestras. Rudas cachiporras y dagas melladas. Pero sea por el favor del mismísimo Diablo, padre de los mercenarios, un buen arcabuz está reclinado contra los goznes del portón.

Esas maquinas infernales producidas en las herrerías heréticas de los tecnomántes de Grift pueden dejar seco de un tiro a un caballero enfundado en armadura pesada. Claro está que también es probablemente que te arranquen la mano o la cabeza en el caso de que algo falle en su mecanismo.

Vaya, vaya pensó divertido el buenmozo de Harg tras coger de las monedas solo su parte, ósea tres, y el vial con aquel liquido extraño.

A continuación, tomo aquella fantástica y hereje herramienta desde donde estaba apoyada y tras pensárselo un momento, se la entregó al Chamorro.

Un poco porque no sabia como demonios usar aquella cosa y otro porque el jodido enano quedaba muy gracioso con aquella vara que era incluso más alta que él.

Dürer recogió de entre los restos la espada de su compañero Jack, conjunto a 3 monedas de plata más. Rebuscó entre su melena, y como si de magia se tratase, entre piojos y una mata de pelo, sacó un vial de vidrio, cuyo líquido se bebió al seco, una vez estando listo lo lanzaría al piso. De ahí tomaría el peso a ambas armas y estando listo miraría a sus compañeros, dicIéndoles;

-Bueno, ¿Tenemos que seguir saqueando, no? Algo deben tener estos malditos monjes -

Dije, mientras me acercaba al monje sin sangre que había matado antes, a ver si entre sus ropas cargaba alguna llave, y mirando a los alrededores cualquier cosa que me llamara mi atención.

Agarro poco convencido el arcabuz que me tiende Harg y me lo cuelgo a la espalda de la forma más cómoda posible. Busco la munición del arma y las mechas para hacerlo funcionar si fuese necesario.

Recojo tres de las monedas de Jack, poco me importa que estén llenas de heces y sangre, y me dirijo a la puerta con la intención de abrirla.

- Alguien me ayuda a abrir, no creo que pueda solo.

Me toco la herida y les miro con cara de pena, esperando que alguno me pueda curar.

Pobre jodido enano de mierda, pensó Harg, cuando el Chamorro puso aquella expresión en el rostro. Esos ojillos pequeños y graciosos le recordaron a los de un perro apaleado. ¡Pobre criatura asquerosa y malformada!, volvió a decirse, sería bueno ayudarle.

Sin pensárselo mucho tomo de entre sus cosas el vial que acababa de obtener, había visto al tal Dürer curarse de la misma forma hacia tan solo un instante.

Anda, toma pequeñín le dijo con cierta aprensión en la voz por desprenderse de tan maravilloso vial, toma tu esta poción la necesitas más.

A Estrilda le parecía repugnante el saquear el cadáver de un aliado, pero entre mercenarios de tan bajo calibre y calaña solía pasar. Lo había muchas veces en sus andanzas con la compañía negra. Se encogió de hombros y se acercó a la puerta.

-Espera, espera Chamorrito, tengo que hacer una cosa antes-

Fue hasta el cadáver del monje.

-Aprendí una cosa de una pitonisa del circo en el que viví cuando era una cría, quizás podamos sacar más información, eso siempre es bueno ¿No creeis?-

-Ugh'Kal Magh'Tar Semial, Tan'Bs 'Cthu'lu Fgwa'Ng, te susurro a través de las puertas de la muerte para que contestes mis preguntas, Bek'Nur Ugh'kal-

Recitó imponiendo sus manos sobre el defenestrado cadáver y cerrando los ojos.

La figura del monje muerto se agita y convulsiona como ningún cuerpo humano debería. Una exhalación de olor nauseabundo parece escapar de su boca abierta en un silencioso grito de dolor mientras se arquea y retuerce los miembros de forma antinatural. El crujir de los huesos de sus articulaciones al romperse os hiela el alma.

¡DOLOR! ¡DOLOR! ¡Solo hay DOLOR! Un mar profundo, oscuro y eterno. Un mar de DOLOR. Grita con una voz que espantaría al torturador más avezado. Haz tus preguntas bruja ¡Maldita seas! ¡Y maldito sea el engaño! ¡Haz tus preguntas y déjame marchar a donde pronto tendrás que llegar tu!

Al ver que el hechizo había funcionado, Estrilda dio un respingo para atrás, asustada.

-¡AHHHHH! ¡JODER QUE SUSTO!-

Luego se quedó pensativa unos instantes.

-Así que ha funcionado eh...hmm veamos, veamos, aquí van las preguntas...-

-¿Cuantas tropas más hay?- Miró al resto, para que confirmaran que iba bien encaminada.

-¿Donde están?-

-A quién o qué servís que será anunciado?- Se había acordado del tipo que se rajó el cuello al quedarse solo.

Por último, se dirigió al grupo.

-Pues ha funcionado, creí que no iba a ser posible, pero aprenderme esa cháchara de carrerilla ha valido la pena, ¿no?-

El cuerpo se convulsiona y se oyen crujir más huesos al romperse. Las venas del hombre pueden verse marcadas en su piel como una telaraña de un horrible color negruzco. 

¡Una docena! Una docena de mercenarios. Los ojos bien abiertos. Los ojos siempre abiertos y atentos para contemplar SU nacimiento. Chilla en respuesta a la primera pregunta. 

En los patios este y oeste contemplan el Paritorio y el Gozo de la Sangre Derramada. ¡Montan guardia y dan testimonio! El tono de la voz se vuelve lastimero, como los gemidos de un perro quebrado por los crueles golpes de su amo.

¡ELLA! ¡Fue Anunciada! ¡Fue esperada! ¡Gloria a lo que nace del útero antiguo! Chilla de nuevo a la tercera pregunta. El cuerpo arqueado como si un millar de fuegos lo abrasasen.