Partida Rol por web

Alcanzar los aledaños de aquel fuerte no me aclaraba demasiado. Había muchas pisadas en la nieve, eso era cierto, pero ¿no debía ser algo normal? Aquel se suponía que era un lugar de trabajo, donde muchos hombres iban habitualmente de un lado a otro en diversas labores. Que el suelo estuviera extensamente pisado era normal. Lo que no era normal era que no hubiera visos de la presencia de aquellos hombres.

Dediqué una corta mirada a Shiral, exploradora de los elfos del bosque que seguramente estuviera más habituada a leer las señales que el paso del hombre dejaba en el entorno natural. Fue un breve instante, tan sólo mientras amarraba las riendas del caballo a un saliente en la estructura de madera de aquella empalizada. En aquellos instantes, la elfa oscura se me adelantó y abrió un poco más el portón de acceso al interior, permitiendo que viéramos el interior con mayor facilidad. Sin embargo, al hacerlo, y antes de que lograse mirar hacia dentro, murmuró unas palabras que me desconcertaron, aunque no comprendí la gravedad de éstas hasta que me asomé.

Sangre. El lugar estaba vacío, ni una sola persona, ni un cuerpo tendido, pero había sangre en el suelo. Inmediatamente, desenvainé mi espada bastarda, comprobando que Ivar tomaba precauciones con su arco bien tenso en la mano, mientras Nayí se asomaba al interior de una de las cabañas.

¿Ya... habías visto algo así antes? -Pregunté en voz baja a Luelar, sin poder apartar la mirada de Nayí, de la puerta de aquella construcción de madera. ¿Existía la posibilidad de que alguien hubiera "guardado" los cuerpos dentro?- ¿Donde? ¿Qué es lo que sabes al respecto?

Entré en la cabaña, sin dejar de apuntar a aquella criatura con mi ballesta. La pobre luz que entraba en aquel momento, la dibujaba como un niño, pero hacía tiempo que había aprendido a no fiarme de nada y me movía buscando ver su rostro. En algún momento debí de hacer algún ruido, puesto que la criatura se levantó lentamente, sin dejar de mirar la pared, para luego girarse y mostrar el horror de la realidad que se ocultaba en aquel lugar.

No era más que un niña... o eso fue, antes de cambiar a ese aspecto tan aterrador, con aquella fría y quebrada mirada. En su boca se veía la sangre de lo que se estaba alimentando en aquel momento, sus propias entrañas. Pronto comenzó a caminar hacia mí, con su fría y diría que hasta muerta mirada clavada en mi cuerpo. Tenía hambre. Seguro... y yo sería su siguiente plato. A cada paso que daba hacia mí, yo retrocedía, de camino a la salida, con el virote de mi ballesta fijo en ella.

Podría gritar, pero... si habían más cosas como esa ocultas en las cabañas, atraería a todas hasta nosotros. Lo mejor era sacarla fuera y darla muerte... y si habían más criaturas como ella en las cercanías, tendrían carne para alimentarse en el suelo tirada. Así pues, paso a paso, salí de la cabaña, sin dejar de apuntar hacia su interior. - Aléjate con cuidado. - Susurré al viejo cuando creí que podía escucharme. - Y prepárate para lo que va a salir de ahí dentro...

Luelar se acerca a nosotros para explicar que ya ha visto algo así antes, aunque nada más que lo que estamos viendo ahora mismo. Sangre, sin rastro alguno de los cuerpos. Si aquel trampero hubiera conservado algo de su cordura, podría haber arrojado algo más de luz sobre todo esto antes de que lo dejase en la posada, pero entonces, ¿Qué demonios debe haber pasado aquí que haya destrozado su mente de tal forma? 

Por un momento pienso en la posibilidad de que esta situación no sea distinta de la que la elfa oscura describe, sin mucho más que rascar. Que esto concluya el final del camino y hayamos venido aquí demasiado tarde y para nada, o que por el contrario sea el principio de uno mucho más largo, pero descarto la primera opción después de ver cómo Sombra sale de la cabaña, la forma en la que lo hace. Algo la amenaza, pero ella no huye inmediatamente; No está en peligro inmediato. Sin embargo tampoco ataca de vuelta, si no que se agrupa, se prepara para algo, y parece advertir a Ivar de ello ¿Pero de qué? ¿Tal vez otro lobo, una bestia atraída por la sangre? Vuelvo a echar un vistazo rápido alrededor, pensando que si es así, tal vez podría haber más, acercándose, pero de nuevo centro en seguida mi atención en Sombra, mirando al mismo punto que mira ella mientras me acerco cuidadosamente a la pareja de humanos, empuñando mi espada frente a mí.

Las palabras de Luelar me causaron una gran consternación. Aquel suceso no era un caso aislado, sino que parecía estar repitiéndose por la región. Sin embargo, seguía sin entender la naturaleza de lo que allí pasaba. Volví a fijarme en el interior, ante la mención de la elfa oscura del escaso interés en robar de quien fuera responsable de ello. En efecto, en aquella explanada había víveres y material que nadie se había llevado, y que seguramente contaría con cierto valor.

¿Don... dónde fue eso? ¿Y cuánto tiempo hace? -Le pregunté a la elfa oscura, cruzando también una mirada con Shiral. No era muy ducho en geografía, pero habían dispuesto un mapa para nosotros, y seguramente la montaraz sabría identificar la posición de ese lugar si la elfa oscura lo explicaba. Y era posible que Luelar fuera reacia a compartir esa información por no desvelar la ruta por la que había acudido a la taberna, o eso me pareció. Por ello, traté de dejar claro el motivo de mi pregunta, que ni mucho menos incluía meterme en sus asuntos- Necesitamos saber por dónde y cuánto se ha extendido este mal...

Sin embargo, en aquel momento vi salir a Nayí de la cabaña, y mis manos se aferraron a la empuñadura de mi espada con fuerza. Salía de espaldas, con extremo cuidado, y apuntando al interior con su ballesta. Demasiadas precauciones para estar el terreno despejado. Me pareció que dedicaba unas palabras a Ivar. Más precauciones. Algo moraba en aquella cabaña, algo que podía ser responsable de lo que allí había sucedido. De modo que tragué saliva, me armé de valor, y me adentré paso a paso en aquella explanada del campamento, decidido a aguardar junto a mis compañeros lo que fuera que estuviera a punto de salir de la oscuridad.

Si algo he aprendido con el paso de los años, es a confiar en un aviso de peligro por parte de un compañero o más bien, de compañera en este caso. No sé sobre qué tiene centrada su atención Sombra, pero tensando el arco, comienzo a alejarme de la cabaña. Mis pies se mueven de forma lenta, sin ánimo de llamar la atención más que lo estrictamente necesario. Tomo distancia de la cabaña, pero sin acercarme a otras. Si hay algo ahí dentro, puede que lo haya también en el resto y no me apetece ser tomado por sorpresa.

La pregunta que cruza mi mente es...¿Qué diablos se ha encontrado ahí dentro? ¿Un animal salvaje? No, se enfrentó con valor a los lobos y seguramente habría actuado de otra forma. Así que...creo que sea lo que sea lo que vaya a salir de ahí dentro no me va a gustar nada.

La presencia del resto del grupo logra aliviar mi malestar, siempre es bueno contar con la ayuda de brazos fuertes y pies rápidos, más aún cuando te enfrentas a una amenaza desconocida. Que los espíritus nos protejan y no permitan que nuestra sangre sea la que tiña ahora la nieve.

Oh, sí, era evidente, todos lo supieron al momento. Ver salir a la mujer que se hacía llamar Sombra dre aquella cabaña fue suficiente para comprender que algo malo estaba aconteciendo, que el peligro de aquel lugar, el mal que había campado a sus anchas en aquel campamento, no había desaparecido. Lo que nuestros héroes no comprendías aún, era la dimensión de aquel mal.

Nayí salió de la cabaña, apuntando en dirección a las sombras de su interior con su ballesta. Ivar aprestó su arco, apuntando también al hueco de aquella puerta, temiendo lo que aparecería por ella. Tyron avanzó hacia el interior de la empalizada, aferrando con desesperación la empuñadura de su espada bastarda. Las dos elfas, Luelar y Shiral, le acompañaron en el camino, aunque su elongada vida y experiencia les llevó a no perder de vista el resto del mundo, cubriendo las espaldas del grupo y atendiendo a lo que pudiera suceder en otros lugares diferentes a aquella puerta que atraía la atención de los humanos.

Y aquella puerta, el acceso a aquella cabaña, mostró el mal de su interior como si de un portal al infierno se tratase.

Una niña apareció en el umbral. Caminaba despacio, de forma pesada, como si estuviera prácticamente dormida y a punto de caer rendida, aunque sus ojos estaban bien abiertos y mostraban una palidez cercana a la ceguera. Sus cabellos raídos enmarcaban un rostro infantil pálido y helado, en cuyos labios destacaban las manchas de sangre, las mismas que goteaban por sus ropas, tras las que, a la altura del vientre, por su propio peso se desparramaban sus tripas por el suelo, arrastradas en su caminar.

Y aquella niña, aquel ser... miraba con nuestros héroes uno por uno, como si tratase de decidir a quien de ellos dirigirse, si es que había algo que decir. Finalmente, clavó su vacía mirada en Nayí, y abrió los labios. Pero ninguna palabra surgió de entre ellos. Tan sólo mostró sus dientes, alzó sus brazos, y se abalanzó hacia su presa.

El viejo estuvo al quite y comprendió enseguida que algo iba mal. Fue un alivio para mí verle reaccionar de aquella manera. Calmado y en silencio, caminó hacia atrás tal y como hacía yo, sacando distancia a la criatura que pronto saldría a la luz, cruzando por la misma puerta que acababa de cruzar yo. Lo único que se escuchaba en aquel momento, era el crujir de nuestros pasos sobre la nieve, mientras que caminábamos alejándonos de la cabaña.

Y entonces salió ella. Menuda, de rostro azulado, quizás por el mismo frío y unos ojos que solo me hacían ver la muerte en ellos. Sus pasos eran pesados y ahora veía con más claridad como sus entrañas arrastraban por el suelo, salientes de su propio vientre, las cuales mordía antes de interrumpirla con su propio y privado festín.

De refilón, pude ver como el caballero corría hacia nosotros, con la espada en la mano. Me giré llevándome el dedo índice de mi mano más libre a la boca, tratando de hacerle guardar silencio. Quien sabía cuantos más como ella saldrían de aquellas cabañas. Quizás ese gesto fuese el que hizo que aquel horror disfrazado de inocente niña, se lanzase sobre mí. Con toda la celeridad que pude, agarré mi ballesta con ambas manos y disparé el virote que estaba preparado en la misma, para luego lanzarla la ballesta hacia la cabeza y sacar una de mis dagas, dispuesta a pelear contra ella.

Cada noche, cuando me acurruco entre las mantas y cierro los ojos, me pregunto si las almas de aquellos a los que he matado vendrán a visitarme. Alguien me contó una ocasión, que aquellos a los que damos muerte no pueden encontrar la paz hasta que su asesino cruza al otro lado. La historia venía acompañada de una gran cantidad de cerveza, pero...¡Diablos! durante semanas, cada vez que permanecía en guardia durante las noches, creía ver las sombras de los hombres a los que di muerte. Creía escuchar sus voces en el viento y su ira en el corazón del fuego.

Nunca fui el más valiente, pero al menos contra los hombres sabía cómo combatir, pero lo que ahora se alza ante nosotros es...diferente. Los muertos caminan de nuevo, portando el mal en sus ojos y un voraz apetito en su interior que no parece tener fin. No sé que es lo que temo más, si la mera visión de la joven infante devorándose a sí misma o el mero hecho de saber que ahora sí es posible que los rostros de los muertos, que durante tanto tiempo me han acosado en mis pesadillas, puedan volver a alzarse de sus tumbas y acudan por fin en mi busca para encontrar la paz que les arrebaté.

-En nombre de todos los sagrados espíritus...¿Qué mal asola estas tierras?

Las palabras fluyen de mis labios con la fuerza de apenas un susurro, lo cual es toda una hazaña pues bien creía que sería incapaz de articular ni tan siquiera una única palabra.

Retrocedo hacia la entrada, si hay una criatura proveniente del reino de los muertos puede que haya más. Debemos de huir de aquí, escapar lejos pero...¡Diablos! Esa cosa va a por Sombra.

Si alguien me pregunta más tarde no sabré responder qué es lo que he hecho en este preciso instante, supongo que en situaciones así es el instinto y la experiencia lo que se impone a la mente racional. Por ello, sin ser realmente consciente de ello, alzo mi arco y disparo una flecha contra la pequeña criatura de ojos malignos.

No había sido muy específica en mis indicaciones precisamente por no querer dar pistas sobre dónde se encontraba el lugar por el que había abandonado la Infrasocuridad, sin embargo, el caballero en seguida preguntó por dónde había visto aquello y hacía cuánto tiempo. Con aquellos dos datos, podría ser relativamente sencillo localizar aquellas cabañas, y con ello, acercaba a quien dispusiera de esa información al camino que había seguido.

Tyron no tardó en aclarar el motivo por el que quería conocer aquella información, una razón que me pareció sincera, pero no suficiente como para exponer a los míos; mucho menos cuando una elfa de los bosques, un miembro de aquella raza que nos despreciaba, se encontraba delante.

Antes de que pudiera pronunciarme, vimos cómo Sombra salía de la cabaña apuntando al interior, pareciendo decirle algo a Ivar, quien también comenzó a alejarse de la construcción tensando su arco. Tyron en seguida comenzó a avanzar espada en mano, siguiéndole Shiral y yo de cerca, aunque ello no impidió que prestara también atención a nuestro entorno; temiendo que lo que se ocultara en aquella cabaña no fuera la única amenaza que había en el lugar.

Mis rosados ojos se abrieron como platos al ver a aquella criatura salir despacio de la cabaña, con aquellos extraños ojos, la boca y la ropa manchadas de sangre, y sus tripas desparramadas en el suelo. Nunca había visto nada igual, aunque si hubiera tenido que buscar una semejanza entre las razas que conocía, me habría decantado por un cruce entre un humano y un gigante de hielo. Pero no, no se trataba de nada de eso. Aquel ser estaba muerto, no podía ser de otra manera, y me resultaba incomprensible cómo podía darse algo así.

A menos qué...

Aquel ser avanzaba despacio, mientras Sombra pedía silencio e Ivar retrocedía tras murmurar algo. El ser sin vida no parecía una gran amenaza a simple vista, pero aun así, me resultó inquietante la forma en la que comenzó a mirar a cada uno de nosotros. Parecía querer decir algo, pero nada más lejos de la realidad. Deteniendo sus blanquecinos ojos en la mujer de negro, terminó por mostrar su dentadura y abalanzarse sobre ella con los brazos en alto.

No sabía lo que podía llegar a esperar, al ver a Nayí saliendo de aquella cabaña. ¿Un orko? ¿Un troll? ¿Un gigante? Había oído historias sobre los titanes que moraban en las montañas Kehalas, pero si me fiaba de ellas uno de esos monstruos ni siquiera cabría en una cabaña como aquella. ¿Algún tipo de bestia monstruosa? No conocía demasiadas, pero los soldados hablaban mucho, en noches de licor junto al fuego.

Pero ni mi más temerosa imaginación podría haberme prevenido para aquello. Lo que surgió de las sombras del interior era... una niña. Su piel estaba pálida, amoratada por el frío, igual que sus ojos vacíos y blanquecinos. Contemplé con estupor cómo sus tripas caían desparramadas por el suelo, a punto incluso de soltar mi espada y acudir en su ayuda. Estaba grave, se moría... No, estaba, estaba muerta.

Por Korth, es un... ¿muerto viviente? -Murmuré, soltando la empuñadura de la espada con una de mis manos para efectuar sobre mi pecho la señal de la cruz de El Salvador.

Sin embargo, aquella desdichada no era ya la niña que había sido en vida. Lo supe en cuanto abrió aquella boca, pude ver el hambre insaciable de un ser que había trascendido la vida y servía a la muerte. Y buscaba, precisamente, la muerte de uno de mis compañeros, de Nayí, la presa más cercana. De modo que me apresuré a sujetar mi espada bastarda nuevamente con ambas manos, pues muy a mi pesar, tenía que enfrentarme a aquel ser que parecía una inocente niña pequeña.

Aquella desdichada criatura, con la apariencia del ser inocente que debió ser en otro tiempo no tan lejano, dio un primer paso renqueante en dirección a Nayí. Parecía lenta, muy lenta y aletargada, como si fuese incapaz de moverse debido a tener las articulaciones agarrotadas. Sin embargo, el siguiente paso fue vertiginosamente más veloz. De hecho, parecía que la niña fuera a precipitarse al suelo, trastabillando a su paso, pero lo que hizo en realidad fue tomar velocidad con torpeza y abalanzarse con los brazos extendidos hacia Nayí, a quien parecía pretender arrollar a su paso.

Por fortuna, pese a verse sorprendida por aquel brusco movimiento, la mujer conservaba suficientes reflejos como para lograr apartarse a tiempo, lo suficiente al menos para que la criatura no llegase a impactar contra ella. La muerta viviente frenó lentamente al ver que no había alcanzado su objetivo, y bajando los brazos comenzó a girarse, observando con sus ojos vacíos a los seres vivos que la rodeaban.

Aquel ser, pues ya no era nada de lo que fue, camina pesadamente hacia mí. Más mis ojos no se apartan de los suyos y de su caminar, puesto que desconfío plenamente en lo que es y lo que puede llegar a hacer. Sonrío bajo mi capucha cuando la veo tratar de dar aquel largo paso, el cual casi la hace caer al suelo y mi sonrisa se borra por completo al descubrir que no solo no se caía, sino que era su forma de moverse y había iniciado una carrera hacia mí.

Sin saber si iba a agarrarme o derribarme, lo mejor que podía hacer era no estar allí para su llegada y eso logré hacer. La encaré enseguida y sin pensármelo dos veces, disparé el virote que tenía listo en mi ballesta contra aquel ser. Virote que salió directo y que golpeó con precisión en mi blanco.

Cargar un nuevo virote me llevaría tiempo que no tenía, puesto que aquella niña monstruosa se había enamorado de mí y lo mejor que podía hacer era sacar mis dagas y enfrentarla cuerpo a cuerpo. Mi manó buscó a "Sarím" mi favorita y la empuñé mientras esperaba el siguiente ataque de la criatura.

Sombra, habituada a aquel tipo de movimientos llenos de subterfugio, y a sobrevivir en la dureza de las calles de las grandes ciudades a base de aprovechar las oportunidades, no dudó en disparar a aquella criatura por la espalda. El virote salió de la ballesta con fuerza, la suficiente como para causar un daño irreparable a un hombre fornido. Sin embargo, la muerta viviente continuó girándose como si tal cosa, buscando una nueva presa para saciar su malsano apetito.

Todos permanecíamos atentos a la criatura que de forma lenta se movía frente a nosotros, no advirtiendo ninguna otra a nuestro alrededor por el momento. En un principio aquella cosa no parecía una gran amenaza, sin embargo, se lanzó contra Sombra con una gran velocidad. A pesar de ello, la mujer de negro logró esquivarla, lanzándose en seguida al contraataque e hiriendo a aquel ser ya muerto.

Incluso a mi me pareció escalofriante el modo en que la menuda criatura continuaba con su propósito a pesar del virote que le había dado. Mientras continuaba girándose, la observé con detenimiento, queriendo estar preparada para cuando me tocara atacarla; había quedado claro que aquella cosa tenía la habilidad de sorprendernos.

Consciente de ello y de que podrían aparecer más como ella aunque no hubiera ningun ser a la vista aún, quise fortalecer mi arma, pero entonces contemplé otra opción; una que nunca antes había considerado: pediría a mi diosa que obrara su milagro en el arma de alguno de mis compañeros. El Caballero de Stumland y la Elfa del Bosque eran los únicos que tenía a mi alcance, y aunque mi primer impulso fue el de emplear aquel favor divino sobre la espada de Tyron, finalmente me decidí por ayudar a Shiral. Aquello no me hacía ninguna gracia, pero seguramente me resultaría más beneficioso a la larga.

Con rapidez, llevé una de mis manos hacia el lado donde se encontraba la elfa, posando mi mano sobre la empuñadura de su arma y tocando también sus manos en el proceso a pesar de haber intentado evitarlas; tendría que lavarme las manos con ahínco después de aquello.

- Dama de la Oscuridad, deja que tu alargada sombra toque este arma, que tu ponzoña sea también la suya... - volví a susurrar de manera casi inaudible, esperando que en aquella ocasión el favor de Izz nos fuera de utilidad.

Los ojos de la elfa oscura, tan antinaturalmente rosados como expertos en la naturaleza de su raza, contemplaron a la criatura no viva con detenimiento. Podía la aspirante a Señora Oscura percibir un patrón en los movimientos de la niña, erráticos en apariencia pero no carentes de sentido. Y supo inmediatamente que sería capaz de sacar partido de tal conocimiento.

Como supo también que otros a su alrededor eran más diestros en el enfrentamiento directo, donde ella era más efectiva a través de tretas y subterfugios. Por ello, y tras dudar unos instantes para determinar el mejor objetivo para las bendiciones de su diosa, optó por tocar la hoja de la espada de Shiral y entonar una plegaria a Izz. La elfa de los bosques creyó detectar cómo la empuñadura de su espada se enfriaba ligeramente, del mismo modo en que la hoja adquiría un brillo más oscuro. Tal vez fuera tan sólo una impresión, pero tras escuchar las siniestras palabras de Luelar, tuvo la convicción de que no era así.

Mi cabeza me decía que así debía ser, que aquella desdichada criatura no era ya el inocente ser que una vez había sido, que lo que tenía ante mí no era a una niña pequeña, sino su cuerpo animado por algún tipo de oscuro mal. Y que acabar con su indigna existencia era lo más piadoso que podía hacerse. Sin embargo, al mirarla a su rostro descompuesto y sucio por la sangre y la nieve sucia, a pesar de su malsana palidez, continuaba viendo a una simple niña. Y aquel aspecto lograba hacerme dudar, teniendo que esforzarme en sujetar la empuñadura de mi bastarda con más ahínco para lograr siquiera moverme.

Korth, te imploro que me des fuerzas para hacer lo que debo... -Murmuré, apretando los dientes y exhalando profundamente. El vapor brotó de entre mis fosas nasales como el bramido de un caballo, mientras acumulaba arrestos para hacer algo que, casi de forma instintiva, sentía que estaba mal.

Descargar toda la fuerza de mi espada sobre el cuerpo de una infante.

Pero era lo que había que hacer. Aquello estaba mal, sin duda, pero logré convencerme de que no era yo quien obraba mal, Era el poder que había animado aquel cuerpo lo que era maligno, lo que debía ser detenido. Y aquel ser, que otrora había sido alguien inocente y digno de la compasión y cuidado de El Salvador, merecía descansar en paz. Por ello, avancé con más decisión de la que albergaba mi corazón, y alcé mi pesado acero para golpear a aquel muerto en vida, dispuesto a cortar los hilos que hacían moverse lo que debía permanecer inerte.

El caballero de Stumlad avanzó, decidido en cuerpo, que no en alma, a combatir a la criatura. Sus dudas no arrebataron firmeza a sus brazos, y éstos alzaron con precisión la espada bastarda que portaba, descargando con fuerza su hoja en un tajo diagonal descendente, que golpeó a la niña en el hombro. El caballero pudo sentir cómo la carne se resistía más de lo normal al paso de su afilado acero, pero aún así abrió una gran herida que cruzó el hombro y parte del pecho de la niña muerta. Curiosamente, apenas brotó sangre de la herida, y la que ensució sus ropas era de un color demasiado oscuro. Pero la criatura ni mucho menos había caído.