Partida Rol por web

Sabíamos desde el principio que algo no iba bien, pero jamás me hubiera imaginado que aquel pequeño cuerpo que sigue a Sombra con unos pasos aparentemente confusos al principio sería la amenaza que demuestra inmediatamente tras ello, con torpes movimientos que de alguna forma no la ralentizan ni le impiden lanzar un rápido y afortunadamente fallido ataque hacia sombra. 

El impacto emocional ante tal escena por otro lado, es más que certero, casi bloqueándome. La pequeña humana se encuentra en un estado grotesco, muerta, y buscando lo mismo para el resto de nosotros, sin otro control más allá de un único instinto, por lo que parece. Después de todo el de supervivencia no surge tras los golpes de mis compañeros, pero, es decir, ya está muerta...

Todo parece suceder rápido mientras que los demás ya se abalanzan sobre ella, pero mis instantes de dudas se ven finalmente interrumpidos por las manos de Luelar, dándome fuerzas para sujetar mi espada sobre las mías, donde antes flaqueaban frente a mi vacilación.

Dama de la Oscuridad...

Repito tras ella en mi cabeza. Esto es demasiado retorcido, adecuado para ella, pero necesario, así que dispuestos a meter a alguien en esto, y aunque no sea de mi gusto, es mejor que sea Izz en lugar de Rael.

Mi espada se torna fría y oscura, como es ella, y como va a ser esto cuando yo también me decido a lanzar el filo de mi espada contra el pequeño cuerpo de la no muerta, sin poder por mucho que quisiera contener el ataque lo más mínimo, después de contemplar cómo de imprevisibles sus movimientos pueden ser.

La elfa de los bosques, Shiral, terminó por aceptar el obsequio de Luelar. Sí, ambas razas estaban enfrentadas por una larga historia, y sus religiones también enfrentaban a sus respectivas diosas, pero la necesidad apremiaba y los peligros que acechan en el mundo fuera de las grandes ciudades tras cuyos robustos muros nos resguardamos hace, en ocasiones, extraños compañeros de cama.

De modo que la montaraz empuñó con firmeza la espada, cargada con la oscuridad de Izz, y la empleó con la efectividad de la que habitualmente hacen gala los guerreros de los distintos pueblos élficos. La hoja rasgó el aire con un suave siseo, antes de impactar en el cuerpo de la niña muerta en vida. Golpeó en su hombro, y por un instante dio la impresión de que nada la detendría, que avanzaría como el cuchillo sobre la mantequilla más suave y la partiría por la mitad. No llegó a tanto, no obstante, pues se detuvo a mitad del pecho, tras haber abierto un impresionante tajo en el cuerpo de la muerta viviente, hasta el punto de que su brazo izquierdo quedó medio colgado de un hombro que amenazaba con caer por su propio peso, desprendiéndose del cuerpo.

No obstante, la criatura permanecía en pie, y su lengua brotó entre sus labios muertos, relamiéndose ante la idea de alimentarse de la carne de alguno de los mortales que estaban acabando con su existencia. Su mente, si es que se podía considerar que la tenía, no daba para más que ese simple objetivo.

La muerte, oculta tras el adorable rostro de una niña, desea darse un festín con nuestra carne. No importa que me retire a los confines del mundo, los pecados del pasado siempre logran alcanzarme y los ojos inertes de la niña, me recuerdan que vaya donde vaya, la muerte siempre estará ahí para alcanzarme.

La oscura y retorcida magia de la elfa bien podría helarme la sangre, pero tan solo sería posible si mi viejo corazón aún estuviese latiendo, pues creo que se ha detenido en el preciso instante en el que la niña se nos ha mostrado. Con gran determinación mis compañeros descargan terribles golpes sobre el cuerpo de la pequeña. No sé si es el miedo lo que les motiva a moverse o una férrea determinación por hacer lo correcto, quizás incluso un poco de ambas.

Uno tras otro, mis compañeros empuñan sus armas contra la niña, provocando en su pequeño cuerpo, heridas que bien podrían haber tumbado a un gigante. Lo cual me recuerda, lo bien que nos vendría hoy el gigante que acompañaba al grupo. Si el acero y la magia no logran acabar con la criatura, dudo mucho que mis flechas puedan poner punto final a esta lucha. Por lo que lo único que se me ocurre es tratar de reducir a cenizas el avatar de la muerte.

-¡Maldita sea!

Como tantas otras veces, tomo con rapidez una de las antorchar de mi equipo y la prendo. Los gruesos guantes y el frío no lo ponen fácil, pero doy gracias a mis años a la intemperie de tener la práctica suficiente como para poder hacerlo. Espero que el fuego tenga éxito donde el acero no.

Quizás fuera la voz de la experiencia, el buen tino o el temor que calaba los huesos del veterano explorador, pero Ivar tomó la decisión, ante las serias dificultades que el grupo sufría para subyugar a aquella criatura, que quizás optar por otra estrategia podía ayudar más que simplemente descargar la hoja de su hacha. Por ello, clavó una rodilla en el suelo y extrajo una antorcha de su mochila, esforzándose en prenderla.

Los nervios y las inclemencias del gélido y hostil clima de aquellas montañas le jugaron una mala pasada, y le costó más de la cuenta lograr encender la llama sobre aquel sebo debidamente preparado. Sin embargo, finalmente el brillo anaranjado se abrió camino, e Ivar pudo ponerse en pie con aquel fuego en el extremo del madero que pretendía emplear como arma, y ante el que la niña muerta no parecía mostrar temor alguno.

En efecto, el fulgor de las cálidas llamas de la antorcha no provocó el menor efecto en aquella criatura. La niña, o lo que en otro tiempo lo había sido, terminó de girarse observando alrededor con su mirada vacía, de un azul pálido y sin vida. Finalmente, posó aquella siniestra mirada en el humano que brillaba por el metal que le cubría, y se abalanzó sobre él aprovechando la cercanía, dispuesta a buscar su carne entre las juntas de la armadura. Sin embargo, al alargar las manos para tratar de acercar su boca, ésta se cerró sonoramente hendiendo el aire, con un chasquido que daba buena cuenta del poder de sus mandíbulas muertas.

En aquel momento, sin embargo, el tiempo pareció detenerse en la explanada del campamento de leñadores. Pueden ustedes creerme, buenas gentes, cuando afirmo sin temor a ser vilipendiado por ello que este humilde juglar se habría orinado en sus propios pantalones ante lo que nuestros héroes, todos ellos, incluido el propio caballero que tenía prácticamente encima a la niña muerta, presenciaron al girarse.

Al fondo de aquella explanada, otros cuatro infantes de diferentes rutas y, posiblemente cuando aún conservaban vida en sus tiernos cuerpos, de distintas edades, se apostaban de pie, mirándoles fijamente. Algunos se cubrían con pieles, aunque al menos uno de ellos, el más adelantado, tenía su escuálido torso completamente al aire, con las costillas pegadas a la piel. En su rostro sin vida no se vislumbraban ya los ojos, pero al igual que los demás observaban el enfrentamiento impertérritos, soportando sin importarles en absoluto las inclemencias de un viento helado que soplaba cada vez con más fuerza.

Aprovechando que la niña muerta se lanza sobre Tyron, decido buscar su espalda y tratar así de hacerla el mayor daño posible. Mi daga se hunde en su carne muerta con facilidad, aunque parece que ni ha sentido el daño.

De pronto, el aire viene más frío que nunca y algo me hace mirar hacia un lado... al cual no debí mirar jamás. Con horror, visualicé a otros cuatro niños, en el mismo estado que la que esperaba que cayese al suelo de una vez y pudiese descansar en paz, mirándonos desde el otro lado del campamento. - Hay que lograr acabar con ella antes de que decidan venir. - Les dije a los demás. - Pues sin duda somos un bocado demasiado delicioso como para que juzguen si merece la pena el riesgo.

Y no es que supiese más que nadie sobre el tema, es que la  misma niña que nos atacaba, estaba mostrando aquel instintivo comportamiento. Ahora mis ojos permanecían pendientes de aquella monstruosidad y de los cuatro que nos observaban.

Los nervios hacían mella en nuestros héroes, que veían a lo que parecía un enemigo imparable como parte de un grupo mayor. Si tanto les estaba costando abatir a uno sólo de aquellos seres, ¿qué posibilidades tenían ante un grupo tan numeroso como ellos mismos? Sombra trató, apresuradamente, de aprovechar para hacer un corte rápido en la espalda de aquella niña, pero la daga, si bien encontró carne y se tiñó de una sangre negruzca, no pareció causar el menor daño al muerto viviente.

Pude presenciar la grandeza de Izz extenderse por aquella arma élfica, que debía servirle a ella, la verdadera Diosa; pero que no era así fruto de una flagrante injusticia. La Dama de la Oscuridad había estado en inferioridad de condiciones respecto a Rael, y aun así había logrado un gran poder, algo que la convertía en toda una inspiración.

Los ataques de mis compañeros se sucedían, algunos con más tino, otros con menos; pero haciéndose evidente que la aparentemente frágil criatura no lo era para nada. No sólo parecía difícil cortar su cuerpo, sino que hasta su sangre se hacía de rogar a la hora de brotar. Aunque debía reconocer que aquel color oscuro que tenía me gustaba.

Sus mandíbulas parecían muy fuertes, algo de lo que me percaté cuando trató de atacar al caballero, justo antes de notar algo a nuestra espalda. Al girarme presencié horrorizada lo que nos esperaba al fondo de la explanada. Nuestros problemas se multiplicaban.

En cuanto tuve ocasión, disparé mi ballesta en dirección a la niña, sujetando mi arma con fuerza para tratar de que el fuerte viento afectara a su dirección lo menos posible. No ataqué a ese ser por lo que dijo Sombra, aunque probablemente tuviera razón, sino porque ahora que había calado a la espeluznante niña, no pensaba dejarla escapar.

La elfa oscura, pese a no tratarse de su oficio, sabía bien de las prácticas de su pueblo cuando se enfrentan a serios problemas. Matar primero, rápida y eficazmente, y preguntar después, era una máxima que había llevado al pueblo de la Infraoscuridad a desarrollar grandes espadachines y asesinos sin igual. Por ello, no dudó un instante en disparar su ballesta directamente contra la criatura muerta en vida, un virote que se clavó con precisión en su espalda, aunque penetró poco en su carne. Y es que el cuerpo muerto parecía tremendamente resistente, por la dureza de su carne y por su negativa a caer a pesar del tremendo castigo que llevaba encima.

Casi como si reaccionasen a la caída final de su igual, los cuatro muertos que observaban la escena dieron un paso al frente, renqueante, antes de acelerar de forma torpe pero veloz. A cada paso daban la sensación de estar a punto de tropezar, pero no caían, sino que avanzaban inexorables en dirección a nuestros héroes, a los que alcanzarían más pronto que tarde. Uno de ellos se desmarcó ligeramente del resto, clavando su inexpresiva mirada en la elfa de los bosques. Los otros tres, en cambio, parecieron atraídos por el olor de la sangre de Luelar, hacia quien corrían chocando prácticamente entre sí, en una torpe competición por el trofeo que suponía la carne de la elfa oscura.

El poder que Luelar ha infundido a mi golpe ha sido notable. Tanto, que estoy convencida de que he acabado con la criatura incluso antes de acabar el golpe, pero no es así. La niña resiste un corte que habría acabado con la vida de cualquiera, y llena de una espeluznante hambre, corre hacia Tyron, que afortunadamente se separa de ella, ileso. 

Los golpes se suceden contra el mismo objetivo, pero pronto descubrimos que, a pesar de continuar siendo nuestra prioridad, no es el único. Otros niños de la misma condición, inmutables por los azotes del tiempo, observan el encuentro, y no tardan en unirse, convirtiéndonos a Luelar y a mí en sus objetivos. 

Ahora podemos centrarnos en ellos, pues siguiendo la orden de Sombra todos acaban con la primera niña. Casi estaba empezando a perder la esperanza de que pudiéramos, de hecho, parar de alguna forma a esa cosa después de haber hecho algo tan horrible como asestar tal golpe a alguien de esa estatura, para encima parecer prácticamente inútil. 

Pero no ha sido así, y eso me da un mínimo de esperanza para el resto del combate, que sin duda va a ser complicado si todos poseen la resistencia que la primera de ellos ha mostrado, y contando con que estos sean los últimos de ellos y no nos veamos obligados a huir, si es que estas cosas se cansan y sí que tropiezan mal alguna vez.

Uno de ellos viene hacia mí, así que es a ese mismo al que pretendo atacar cuando venga a por mí. Sin embargo antes de ello, no se me pasa por alto que son el resto de ellos los que van a por la elfa oscura. - ¡Cubrid a Luelar! - Pido al resto de mis compañeros, preocupada por lo centrados que están los enemigos en ella. 

Sujetando mi espada me acerco a ella tal y como pido a mis compañeros, buscando desviar hacia mí la atención de parte de los enemigos y repartirnos la carga que viene hacia nosotras.

Pocas veces en mi vida he contemplado una escena tan grotesca. Uno, dos, tres y hasta cuatro aliados descargar sus aceros una y otra vez sobre el pequeño cuerpo de la niña hasta reducirlo a un jirón de carne ensangrentada. Si tan solo uno de ellos ha costado tanto ser destruido, no quiero ni imaginarme lo que nos costará acabar con cuatro y ya no digamos, con diez, veinte o cien.

-Luchad no es una opción, maldito sea vuestro coraje digno de grandes reyes. ¡Seguidme, tengo un plan!

Mis modales no son los apropiados, sobretodo cuando tomo del brazo a Luelar y tiro de ella arrastrándola hacia el interior de la casa que poco antes, había entrado a explorar. Solo rezo para que en su interior no haya más de esas cosas, lo último que necesitamos es que las criaturas nos ataquen por dos frentes.

-¡A la cabaña! Entrad y cerrad la puerta. Sombra, Luelar, ayudadme a cerrar todas las ventanas menos una.

No estoy seguro de si me harán mucho caso, después de todo solo soy un viejo al que acaban de conocer. Pero liarnos a golpes con los muertos puede que nos cueste demasiado, pero si logramos encerrarlos en la casa cuando llegue el momento oportuno y la prendemos fuego, puede que las llamas hagan el trabajo con nosotros.

El tiempo, como pueden comprender mis buenas gentes que escuchan esta historia, apremiaba demasiado. Todos conocemos la diferencia entre un ejército bien adiestrado y una turba llena de voluntad. Si bien individualmente todo hombre es capaz de combatir con fiereza, sólo los ejércitos bien organizados logran superar todo tipo de obstáculos. O eso dicen quienes no se han enfrentado a clanes completos de gigantes azules o bárbaros embravecidos.

El caso es que nuestros héroes no eran un ejército organizado, sino que en este punto de nuestra historia apenas si se conocían aún. Por ello, lejos de actuar como uno sólo, actuaron únicamente con la mejor de las voluntades y valor. La elfa de los bosques se adelantó para situarse junto a Luelar, dispuesta a compartir la horda enemiga, mientras que el veterano Ivar optaba por una más sabia y conservadora estrategia. Gritando a sus compañeros con la esperanza de que siguieran sus indicaciones, comenzó a correr hacia la cabaña, dispuesto a buscar refugio en su interior y obligar a aquellos seres a enfrentarles en un espacio más reducido y con menor libertad de acción.

El problema era, lamentablemente, que tal vez no a todos les diera tiempo a seguirle...

El horror disfrazado de niña, por fín cedió al dolor y las heridas de nuestras armas y acabó derrotada en el suelo. Hubiese pensado que estaba muerta, pero en ese estado ya se encontraba cuando nos atacó. No sabía que mal era la causa de que aquellos inocentes niños tuviesen que vivir aquel cruel y endemoniado destino, pero tampoco era momento de pensar en ello. En cuanto el cuerpo de la niña golpeó sobre el frío y rojizo manto de nieve que había bajo nuestros pies, la pequeña horda de criaturas salidas de a saber que infierno, corrió hacia nosotros de aquella manera tan peculiar y rápida.

Sus frías miradas indicaban sus objetivos, siendo la elfa oscura la peor parada en cuanto a número de adversarios. Recogí mi ballesta del suelo tan deprisa como pude y cargué un virote en ella. Apunté hacia uno de aquellos niños que corrían hacia Luelar, quizás si le daba, desviaría su atención hacia mí... Y escuché la voz del viejo a mi espalda. - ¡Están demasiado cerca! - Respondí al hombre al tiempo que disparaba a aquel engedro de la naturaleza, mientras caminaba hacia atrás, buscando mantener algo de distancia entre esas cosas y yo, para seguir usando la ballesta contra ellos.

No nos iba a dar tiempo a entrar, cerrar y bloquear nada. Entrar y cerrar la puerta quizás, pero poco más. Eso sin contar que ellos ya tenía su velocidad punta y nosotros debíamos salir de cero... y que una de esas cosas te cogiese por la espalda y te derribase significaría tenerlos a todos encima y tu muerte.

Nayí fue la primera en hacer ver al explorador las lagunas de que adolecía su improvisado plan. Con un sencillo grito, le indicó que los muertos vivientes se aproximaban demasiado rápido y los tenían casi encima, y la fuera de la ley dudaba que fueran a lograr dejarlos atrás. Por ello, se agachó a recoger de nuevo su ballesta y la preparó para poder dispararla de nuevo, esperando que aquel movimiento le permitiera prestar mejor batalla cuando los niños les alcanzasen.

La niña muerta había caído, lo que significaba un problema menos, pero sus amiguitos no tardaron en emprender una torpe carrera hacia nosotros. Torpe, pero efectiva, y es que por mucho que parecían ir a caer en cualquier momento; la verdad era que se mantenían en pie y fijos en un objetivo: yo, en la mayoría de los casos.

En seguida me encontré a la elfa del bosque junto a mí, pidiendo al resto que me cubriera, mientras que el explorador trataba de tirar de mí; pretendiendo que nos encerráramos en la cabaña para que aquellos seres no nos alcanzaran. Pero como Sombra no tardó en señalar, aquellas pequeñas pero horrendas criaturas se encontraban demasiado cerca.

Me zafe del agarre de Ivar, pero no renuncié a retroceder, apelando al poder mágico que corría por mis venas mientras me cubría con la capa y me hacía hacia atrás. No me gustaba tener que descubrir aquella carta al grupo de aventureros tan pronto, pero creí que aquella sería la mejor manera de evitar que los seres azules que se aproximaban me atacaran.

Mi cuerpo cambió bajo la negra capa, menguando de manera repentina, no pudiendo ver los demás lo que me había sucedido hasta que la capa desapareció. Mi aspecto parecía humano, pero no la de un humano cualquiera, sino la de uno de aquellos niños que caminaba sin vida. Imité casi en su totalidad a la niña que acababa de caer, salvo por su cabello, conservando mi cabello blanco en pos de que mis compañeros tuvieran claro que continuaba allí, y mi equipo; conservando mis armas, incluida la ballesta que empuñaba.

Si nuestros héroes no tenían suficiente con el horror que les suponía aquella pequeña horda de infantiles muertos vivientes, una nueva brujería acudió a ellos para helar su sangre desde sus propias filas. Puede que algunos de ellos supieran de la capacidad innata que algunos miembros de la raza del reino subterráneo mostraban al ser capaces de alterar su aspecto a voluntad. Aunque lo fueran, ese conocimiento no les preparó para lo que se avecinaba.

Luelar retrocedió, ocultándose envuelta en su propia capa. La oscuridad de ésta no servía en modo alguno de camuflaje en un escenario cubierto por el blanco manto, ni era esa su intención, pues al volver a desprenderse de ella no era Luelar, la elfa oscura sacerdotisa de Izz, quien se presentó ante ellos. Era la niña muerta a la que el grupo acababa de abatir con gran esfuerzo, conservando la misma ropa y equipo que portaba antes de tan horripilante cambio, y con el cabello blanco como lo poseía la elfa oscura.