Partida Rol por web

Nieve Carmesí VII

La Mansión

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20/04/2009, 11:18
Hans Müller

Toda iniciativa, toda respuesta, toda acción acerca de abandonar la biblioteca y subir a la planta superior se vio interrumpida cuando desde más allá de la puerta cerrada les llegó el gemido de una persona. Un gemido que acabó tan bruscamente como había empezado. Hans Müller en ningún momento había dudado que la casa pudiera estar ocupada. Las señales habían sido más que claras. Las luces, la música, el sonido de unos pies corriendo,... Pero algo escapaba a su comprensión. Quienes quiera que fueran la persona o personas fuente de toda esa actividad, debían ser plenamente conscientes de su presencia en la mansión y en contra de lo que la precaución ordenaba, no solo no ocultaban su presencia sino que hacían gala de la misma de un modo ridículo. En un flash, estableció una rápida asociación con lo que los campesinos les habían transmitido. Las viejas historias de los Yusareff. No, Hans Müller no creía en los fantasmas, ni en los espíritus, y nada ni nadie podría convencerle de lo contrario. Los muertos no se levantan de sus tumbas para mortificar a los vivos. De eso nos encargamos nosotros mismos, pensó. No, aquello era una especie de juego, una estrategia para asustarlos, para ahuyentarlos de aquella lóbrega construcción que les servía de refugio. Quien quiera que ocupara aquella casa estaba actuando de acuerdo al guión preestablecido por los cuentos de viejas que circulaban sobre la antigua familia dueña de la propiedad. Y, en cierta medida, no se podía negar que fuera una táctica inteligente. Bastaba mirar a sus compañeros, nerviosos, dubitativos, tensos...

El seco sonido de un libro al caer, le sobresaltó. Inmediatamente, sonrió. Un perfecto golpe de efecto, propio de esas fraudulentas sesiones espiritistas destinadas a engañar a  pobres desdichados y que habían sido denunciadas en más de una ocasión en los periódicos, en los tiempos en que los titulares de guerra no lo llenaban todo, y causando el consabido escándalo social y la vergüenza de las víctimas. Convencido de estar siendo víctima de un intento de engaño, para Hans Müller solo era cuestión de dar con el truco.

Por lo tanto, el artillero no dudó un segundo. Se acercó resueltamente al libro y lo recogió del suelo, dejándolo encima de la gran mesa central. Después, se dedicó a observar en silencio la estantería desde la que había caído el libro, buscando el hueco anteriormente ocupado por este. Si alguien estaba detrás de todo aquello, sería fácil descubrirlo.

 

 

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20/04/2009, 12:20
Octavius Dietrich

Ante el ofrecimiento de la campesina, Octavius entrecerró sus ojos mientras meditaba acerca de la proposición, y sin apenas dudarlo, llegó a la conclusión de que aquella mujer parecía esconder mucho más de lo que aparentemente mostraba. Pero aquello era irrelevante, o al menos para él, pues si bien podía ser que aquella prisionera no era lo que aparentaba, ese hecho tampoco haría variar la situación actual, por lo que el soldado se negó a compartir ninguna palabra en voz alta al respecto, a la espera de que el sargento decidiera o no dar el visto bueno a la idea expresada por Hans y secundada por el mismo.

Cita:

De momento este es lugar más seguro de cuantos hemos visto. Mi deber es hacer que TODOS podamos regresar sanos a nuestras casas y aventurarnos de forma alocada por este lugar no me parece la mejor forma de conseguirlo. No obstante, estar continuamente riñendo entre nosotros tampoco ayuda lo más mínimo así que si subir ayuda a acabar con todo esto de una vez, así se hará. Pero subiremos todos, nada de separarnos. Y tú - dijo el sargento señalando con el dedo a Grigori, ya de por sí amedrentado por las palabras de Grüber - Nada de trucos.

Y allí estaba, el sargento Kart parecía más que decidido a no permitir que el pequeño número de hombres bajo su mando se separaran por ninguna razón, y aunque el soldado Dietrich apreciaba y defendía esa misma idea desde que habían entrado en aquella mansión, en aquel instante, una chispa de decepción prendió en su interior, ya que se había hecho a la idea de poder demostrarle, al menos a Hans Müller, que allí los únicos seres vivos eran ellos. Pero todo y dicha sensación, Octavius se guardó bien de no demostrarla, y ni siquiera su rostro emitió una leve mueca o gesto que así lo denotara durante los instantes en que el silencio gobernó la biblioteca antes de romperse, de forma abrupta y sorprendente, por el gemido procedente del otro lado de la puerta que el mismo Ziegler había decidido, sin éxito, intentar abrir.

Un intenso escalofrío recorrió la espina dorsal del soldado de artillería mientras el lamento se expandía por aquella antigua y polvorienta habitación, adentrándose en el cuerpo de los soldados y los prisioneros, seguramente instándoles a profundizar en el temor y el miedo si este ya se había instalado en ellos desde hacia rato, como era su caso. Y mientras el sargento daba un pequeño salto atrás, reaccionando ante la cercanía del gemido de la forma que haría cualquier persona asustada, o Pieter tartamudea unas pocas palabras en busca de que el propio sargento calmara su angustia, Octavius fijo su mirada, cargada de respeto, en la vieja madera que conformaba la puerta, a la espera, quizás, de que esta se abriera y mostrara el origen, niño o mujer, de aquel espeluznante sonido. Pero el lamento llegó a su fin con la misma celeridad que había surgido, y aunque nada más había acaecido en esos pavorosos instantes, más que las preguntas de la campesina que él había ignorado por completo, creyéndolas inoportunas y ridículas, su desazón y miedo se habían incrementado de forma peligrosa, atentando contra su última defensa, el control sobre si mismo, y el quemazón de su mano derecha, olvidado a causa de la tensión y los odiosos sucesos en la mansión, renació con fuerza, llevándolo a frotarse la marca de nacimiento con fuerza. Y entonces aquel libro cayó al suelo, rompiendo el segundo silencio creado en apenas unos segundos, y seguido de un nube de polvo nacida del impacto contra el polvoriento suelo, quebró el hechizo que el lastimero gemido había logrado tejer alrededor de su mente.

El soldado Dietrich había vivido y sufrido infinidad de situaciones cargadas con el horror de sus visiones, y si bien todas habían sido pavorosas y temibles, las continuas experiencias le habían otorgado un grado de saber estar, un poder disimular el temor y la desdicha por lo que podía y era capaz de ver, por lo que cuando el sordo golpe golpeó su abrumada mente, se sintió aliviado por ello, pues ese sonido, ese suceso, acababa de evitar que su rostro, hasta el momento más o menos contenido, no estallara en una mueca de autentico terror. Aliviado, pues aquella era la sensación que lo embargaba ante lo cerca que había estado de perder el control, observó como Hans Müller se acercaba al viejo libro y lo recogía para depositarlo sobre la mesa antes de volver a centrar su atención en la biblioteca. Busca una explicación racional a la caída de ese libro, su fuerza mental se basa en ello, y sabe que si no la halla no será capaz de mantener esa seguridad, esa pose de fuerza. Pero me parece que aquí y ahora no lo logrará, jamás hallará nada que explique, racionalmente, todo lo que aquí sucede.

Sin la misma aparente seguridad que Hans, pero con su mente mucho más predispuesta que la de ninguno de los presentes, Octavius Dietrich se encaminó a la mesa, y tras apoyar las palmas de sus manos a ambos lados del libro, fijó su mirada en este y se preparó para recibir cualquiera que fuera el mensaje que los habitantes de aquella mansión habían decidido entregarles. Centrado únicamente en el infantil libro cargado de colores, leyó, para si mismo, las rusas palabras que componían aquel poema, y aunque su ruso era más o menos fluido a la hora de hablarlo, no se sentía lo suficiente seguro como para traducirlo por si mismo con exactitud, por lo que repitió la lectura, aunque en esta ocasión en voz alta y clara.

Bien, ahora, haced el favor de traducirlo. - solicitó, con tono serio e imperioso, desviando su mirada hacia ambos prisioneros.

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20/04/2009, 13:17
Hans Müller
Sólo para el director

Notas de juego

¿Alcanza Hans a descubrir el hueco de la estantería desde el que cayó el libro? Si es así, ¿a qué altura está? Si debo tirar dados, coméntamelo.

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20/04/2009, 15:59
Alexeva

Alexeva escuchaba a Octavius leer, con su fuerte acento alemán, el texto del libro, vocalizando para sí misma en silencio al tiempo que el soldado recitaba:

 

 

Cita :

Den Sedmogo noyabrya -

Krasniy den calendarya

Poglyadi v svoyo ocno:

Vsyo na ulishte crasno!

Vyutsya flaqui u vorot,

Plamenem pilaya.

Vidish, musica idiot

Tam, gde shli tramvai.

Ves narod - i mlad i star -

Prasdnuet svobodu.

I letit moy crasniy shar

Pryamo c nebosvodu!

 

Notas de juego

¿Y qué se supone que significa lo que está leyendo? Porque mi personaje sabe ruso, pero como jugador pues más bien no.

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20/04/2009, 20:40
Grigori

Grigori se acercó hacia Alexeva, que sostenía el libro. Siendo él un pobre campesino, nunca nadie le había enseñado a leer o escribir. Así que se fijó en el dibujo, pero la niña con el globo no le sugería nada que pudiese tener algo en relación con los horripilantes cuentos sobre los Yusareff. Así que le dijo a Alexeva.

-¿Sabes leer? Yo soy incapaz. ¿Doce algo sobre esta casa?-

Esperó la respuesta de la campesina, atento a las caras gestos que ponían los soldados alemanes, a la excpectativa de lo que pudiese revelar la joven rusa.

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20/04/2009, 21:54
Hans Müller

Hans Müller miraba hacia la estantería, tratando de descubrir el lugar ocupado por el libro caído. La orden de Octavius Dietrich a los campesinos y las palabras del ruso Dimitri se le antojaron irracionales y estúpidas. 

- ¡Por Dios! ¿Es que no se escuchan? ¿Qué pretenden descubrir en ese libro? No es más que un cuento infantil -dijo con un tono ligeramente exasperado sin mirarlos siquiera, concentrado en su observación del mueble-. Alguien está jugando con nosotros. No sé si se trata de una persona o de varias, pero casi seguro que no es gente armada o la situación sería muy diferente a la que vivimos. Sea quien sea, está haciendo todo lo posible para que nos creamos esas patrañas sobrenaturales con las que mantiene alejados a los locales. Historias de fantasmas, espíritus, muertos que no descansan... que nuestros campesinos nos han transmitido amablemente, porque es con lo que se han criado. Un muerto no se levanta de su tumba. Ni del campo de batalla cuando ha sido abatido. Y eso lo sabemos muy bien todos los presentes. ¿O alguno de ustedes ha sido visitado por algún amigo o familiar muerto, algún compañero caído? Si es el caso, me comeré mis palabras, pero toda esa sarta de memeces propias de gente ignorante, más asustada por los muertos que por los vivos... Señores, en esta casa vive no sé quién y está haciendo lo posible por alejarnos de ella con lo único con lo que cuenta. El miedo. Y seríamos muy estúpidos si cayéramos en su trampa. Habrá quien esté predispuesto a creer que todo esto está orquestado por esa desgraciada familia que moró en esta mansión y no reposa tranquila en el cementerio que vimos antes de entrar aquí, pero yo no me  lo creo. Y voy a intentar averiguar cómo. Un libro no se cae de su estantería así como así. Ni un piano suena solo. Les aconsejaría que me ayudaran a descubrir su modus operandi. Estoy seguro que si se abre esa puerta no habrá nadie tras ella. Y si alguien se molestara en revisar ese piano, es hasta posible que descubriera algún mecanismo que lo activara, como las pianolas de los músicos callejeros, si es que ese piano fue el origen de la música que oímos. Pero ustedes mismos. Si prefieren creer en espíritus es cosa suya - concluyó con un deje irritado.

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21/04/2009, 00:32
Karl Ziegler

El sargento Karl continuó mirando la puerta tras el cese del espeluznante sonido que se originó tras ella. Al poco un libro cayó estrepitosamente de una de las estanterías que ahora se encontraban a su espalda. Karl apenas giró el cuello para ver la causa del golpe y, tras determinarla, volvió a mirar a la puerta que permanecía cerrada con llave.

A su alrededor se sucedían las reacciones de las persona que le acompañaban en la sala, tartamudeos y bravuconerías,  pensamientos y actos, decisiones e indecisiones, de querer y no poder. Hans tratando en vano de demostrar su teorías para las que se le acababan las ideas; Dietrich, sin poder convencer al resto de lo evidente y que él tan claro veía; Alexava sin poder traducir su propio idioma, quizás porque el libro era demasiado antiguo, porque se había quedado muda ante aquellas palabras o porque el alemán no era su fuerte; Grigori sin enterarse de nada, Grüber preguntándose cómo era posible que hubiese llegado a encontrarse en aquella situación; y Pieter desorientado sin un enemigo palpable al que abatir. Pero Karl no prestaba ahora mucha atención a lo que los demás hacían, aunque sí se había hecho eco de sus actitudes una vez se hizo el silencio.

- A ver... todo esto ya se está pasando de ciertos límites. Desde luego que un grupo armado no prepararía un teatro así, y tampoco creo que lo hiciesen gentes desarmadas... preparar algo así requeriría no solo mucho trabajo, sino mucha inteligencia, y no creo que alguien tan inteligente permaneciese en un lugar como este en los tiempos que corren. Probablemente sea algún tipo de sistema para evitar que saqueen la casa. Todo esto, visto desde fuera y con las luces encendidas y tal... daría la impresión completamente de que la casa está habitada lo que, sin duda, debe espantar a muchos ladronzuelos. Desde luego es ingenioso. Pero es hora de acabar con todo esto... sea lo que sea... -

Ni siquiera el propio Karl estaba seguro de qué era lo que finalmente le movió a hacer lo que iba a hacer, lo que le hizo decidir saltarse todas las normas de seguridad establecidas para él y su grupo, lo que podría costarle hasta la vida si la fortuna no le era propicia. Quizás fue simple curiosidad por todo lo que allí estaba ocurriendo. Quizás el miedo se había instalado en él, aunque no era capaz de reconocerlo. Quizás estaba demasiado cansado ya de tanta palabrería y discusión. El caso es que se decidió a acabar con todo. Y sería la fortuna la que decidiese si aquella acción sería el final de su carrera militar, y quizás de su vida, o solo el siguiente paso lógico en su maduración como oficial.

Karl tomó aire y se aferró fuertemente a su fusil. Esta vez no dio ninguna orden, no avisó a nadie lo que iba a hacer, aunque era evidente. Esta vez el riesgo sería solo suyo. Encaró la puerta cerrada con llave, aquella de la que todos se había apartado unos segundos antes tras aquel sonido y, con apenas un metro de impulso, asestó una fuerte patada a la vieja madera a la altura de la cerradura, que se quejó del golpe casi tan amargamente como el aquel niño lo había echo instantes antes. Karl estaba concentrado, tan pronto como la puerta cediese dispararía su arma ante cualquier amenaza.

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21/04/2009, 01:46
Pieter Müller

Pieter se quedó mirando la puerta desde la que se oían los gemidos. Luego de sentir el ruido producido por la caída del libro, un escalofrío recorrió el cuerpo de Pieter. Ahora un libro infantil lucía abierto en el suelo. Las coincidencias ya eran muchas, y Pieter confió cada vez más en la teoría de que todo esto fuera producido por entes sobrenaturales, tal como relataba la leyenda. Era imposible que hubiera alguien más en esa habitación que hubiera botado el libro infantil. Luego de que Hans lo hubiera dejado sobre la mesa, Pieter observó la imagen junto al texto.

Definitivamente, ahora a Pieter ya no le gustaban los niños, si veía uno en la mansión, lo amordazaría y maniataría sin ningún remordimiento.

-Mi sargento, mientras los prisioneros nos traducen el texto yo creo que lo mejor será derribar esa puerta para ver si hay alguien que está al otro lado quien haya hecho caer ese libro. Cosa que veo muy poco probable, pero quiero quitarme esta idea de la cabeza respecto a la leyenda de los Yusaref.- Dijo Pieter.

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21/04/2009, 08:45
Dieter

Dieter había permanecido callado, hastiado por la situación de caos que reinaba en el grupo. No podía creer que un grupo de soldados instruidos y con experiencia en la batalla se dejasen llevar por lo que fuera que dijese un estúpido libro de cuentos infantiles. Finalmente, se decidió a actuar cuando el Sargento Karl por fin tomó una decisión. Quitó el seguro del fusil y se dispuso a apuntar a la puerta, esperando a que el sargento la reventase.

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21/04/2009, 08:59
Director

Octavius se dispuso a leer dificultosamente el poema.

Mi papá me mima,

mi mamá me ama,

mi abuela me quiere,

mi hermana me calma...

 

La puerta de la habitación contigua a la biblioteca, debilitada por el paso del tiempo, cedió con facilidad cuando el Sargento Karl arremetió contra ella, sacándola de sus goznes, dando lugar a una nueva nube de polvo, detrás de la cual, pudieron ver una nueva sala, bastante más pequeña que la biblioteca. Parecía una especie de despacho.

En el centro de la habitación, destacaba una hermosa mesa escritorio, repleta de papeles amarillentos y material de escritura. Detrás de él, había un cómodo sillón. Todo el mobiliario estaba cubierto por una fina capa de polvo.

Pero allí no encontraron a ningún niño.

Además de la puerta por la que entraron, vieron otra puerta, a su derecha, que llevaba hacia el distribuidor. Pero por el tamaño de la habitación, tendría que haber otra habitación intermedia.

Octavius seguía leyendo.

Montañas nevadas,

picos helados,

criaturas aladas,

hijos amados.

Estando colgados,

vemos venir,

a los seres alados,

deseando morir.

La casa entera parecíó temblar cuando, tras la lectura de Octavius, una especie de aullido inhumano, procediente de algún rincón de la casa, los sobrecogió. Nunca habían oido nada parecido, ni siquiera en el campo de batalla, donde todos habían visto hombres gritaban de dolor y sufrimiento hasta desfallecer.

 

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21/04/2009, 09:07
Director

Cuando Octavius pronunciaba las últimas palabras del poema, comenzó a tener una extraña sensación; pero no fué capaz de reaccionar hasta el final, cuando aquello no tenía remedio. No fué entonces hasta que fué enteramente consciente de lo que sentía. Había fuerza en aquellas palabras; algo que no pudo comprender, pero que estaba ahí. Y a continuación, sintió otra cosa que conocía muy bien; sintió el mal. Tuvo la sensación de que una presencia maligna lo embargaba por completo. Y comprendió entonces, que aquel aura que había percibido al entrar en la casa, no era más que un residuo menor de aquello que sentía ahora. Y comprendió también, que fuera lo que fuera, lo habían liberado y ahora gritaba de júbilo y de rabia.

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21/04/2009, 10:00
Franz Grüber

Grüber se encontraba atendiendo la reprimenda de Hans cuando por el rabillo del ojo vió el gesto de Ziegler para derribar la puerta, por un momento lo cogió por sorpresa el golpe y se cubrió la cara con el hombro. Una vez se despejó el polvo de la habitación continua, Franz entró lentamente con el rifle en ristre, una vez se aseguraron que ahí no se encontraba nadie encendió un par de lámparas.

El doctor se encontraba inspeccionando la habitación mientras oía la cantinela de Octavius a su espalda. Cuando comenzó el temblor de la casa agachó la cabeza instintivamente entre los hombres y el sonido lo estremeció - ¿Qué diablos ha sido eso? - Preguntó al aire.

Se giró a su sargento y dijo - Señor, tenemos que encontrar a quien sea que está provocando esto. El temblor que hemos sentido es sin duda por las bombas de fuera, pero ese sonido no lo había oido en la vida.

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21/04/2009, 12:17
Octavius Dietrich

Octavius entonó las palabras de la mejor forma posible, esforzándose en cada una de las complicadas sílabas rusas, y aunque el significado de estas se le hacía difícil, muchas de aquellas partes del poema tuvieron clara y firme traducción en su mente. A su alrededor, mientras, sentía y percibía como el resto de soldados hablaban o actuaban, y aunque quizás debería haber prestado atención a ello, su mente estaba absolutamente concentrado en la infantil lectura, absorbiendo cada pequeña parte de la posible información que allí pudiera esconderse. Las irritadas palabras por parte de Hans, o incluso el golpe que derrumbó la puerta de la biblioteca, pasaran casi desapercibidas para él, pues aquel poema poseía un algo especial, y aunque inicialmente era incomprensible para él, estaba decidido a descubrirlo.

Estando colgados,

vemos venir,

a los seres alados,

deseando morir.

Y entonces, cuando la ultima de aquellas palabras surgió de su garganta, Ocatvius Dietrich percibió aquello que había estado escondido tras aquel poema, sintió la fuerza almacenada en sus palabras, y lo peor de todo, fue consciente, demasiado tarde, de la verdadera utilidad de lo que acaba de recitar. Entonces, cuando el terror iniciaba el ataque contra cada una de las fibras que componían su cuerpo, aquel temblor se apoderó de la mansión y junto a él, o seguramente la causa de este, un intenso y abrumador aullido, un grito inhumano de placer, una clara muestra de júbilo que expresaba y confirmaba sus peores sensaciones. Abrumado por lo ocurrido, y con leves pero intensos temblores atacando cada uno de sus músculos, Octavius buscó apoyo en una de las sillas, y aún con sus rostro marcado con la más intensa y espeluznante mueca de terror, tomó asiento de forma lenta y precisa mientras sus ojos, vidriosos a causa del miedo, se movían en abanico por la habitación, encarando cada sombra, vigilando cada entrada a la espera de que aquella cosa, fuera lo que fuera, hiciera acto de presencia.

No hay nada que hacer… ya no tenemos escapatoria. – susurró, deteniendo su mirada en Hans, aquel hombre el cual, aún tras todo lo visto y sentido, era capaz de razonar basándose en la lógica y negando lo sobrenatural. – Ese poema era la llave de su prisión, y al leerlo lo hemos… lo he liberado, y ahora, ahora es libre, nos buscará, y al igual que hiciera con el teniente, acabará con nuestras vidas.

Abatido por la culpa, y aún con la repugnante y maligna presencia presente en cada uno de sus poros, el soldado de artillería guardó silencio, y en un desesperado esfuerzo, cerró los ojos en un último intento de encontrar la suficiente fuerza como para enfrentarse a lo que se avecinaba. Pero aquella búsqueda era la más difícil de su vida, y allá donde miraba, tan solo hallaba, tan solo sentía el mal y la rabia que este desprendía.

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21/04/2009, 16:12
Hans Müller

El sonoro y seco crujido de la puerta al ceder y caer ante el embate del oficial, sobresaltó a Hans Müller que se giró bruscamente hacia el sargento, llevando de forma instintiva su mano a la pistola enfundada. Por un instante, la acción del sargento le sorprendió intensamente, a sabiendas de la naturaleza poco espontánea del mismo, pero su mirada voló por encima de él. A través de la nube de polvo que se había levantado pudo percibir parte de la habitación, en apariencia, un despacho anexo a la biblioteca tal y como revelaban el escritorio, el material de escritura y el sillón que alcanzó a distinguir. No vio nada más. No vio a nadie más. Tal y como había vaticinado, ninguna persona se hallaba en la estancia recién descubierta.

Fue entonces cuando aquel angustioso aullido se impuso sobre todo lo demás. El artillero sintió un leve pinchazo en los riñones y un torrente de adrenalina inundó su sangre. Su pulsó se aceleró, sus pupilas se dilataron, su respiración se volvió más rápida y un cerco de sudor se marcó bajo sus axilas. Nunca había escuchado nada similar en su vida y esperó no volver a oír nada igual en lo que le restaba de ella.

La voz de Grüber rompió el silencio sobrevenido, disipando la momentánea confusión que había experimentado a raíz de aquel grito y no pudo evitar fijarse en Octavius Dietrich que, con el rostro desencajado, tomaba asiento incapaz, por lo que parecía, de mantenerse en pie. Sus miradas se cruzaron por un solo segundo antes de que el soldado cerrara firmemente sus ojos.

Hans Müller se acercó a Octavius y puso una mano sobre su hombro. Aquel hombre, víctima de sus temores irracionales, estaba a punto de derrumbarse.

- ¡Octavius! ¡Reaccione! - murmuró con voz ronca y baja-. No es momento para dejarse vencer por sus miedos. Ambos queríamos una oportunidad para demostrarnos mutuamente lo falaz de nuestros respectivos puntos de vista. Ha llegado ese momento. Levántese y acompáñeme ahí dentro. Verá que no hay nadie, tal y como afirmé. Sea fuerte, no tema aquello que no puede ver, simplemente porque no existe. Levántese de esa silla - dijo con amabilidad mientras tiraba levemente del brazo del soldado - y atrévase a comprobar que todo esto no es sino una farsa, una tramoya organizada para espantarnos de aquí. Recupérese, aunque solo sea para hacerme ver lo equivocado que estoy - invitó en un intento de provocar a Octavius Dietrich para que reaccionara.

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21/04/2009, 17:11
Hans Müller
Sólo para el director

Notas de juego

Blagdaros, al no responder a la pregunta que te hice he supuesto que la respuesta era negativa y he seguido roleando en base a ello.

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21/04/2009, 19:16
Director

Notas de juego

Cita :
 

¿Alcanza Hans a descubrir el hueco de la estantería desde el que cayó el libro? Si es así, ¿a qué altura está? Si debo tirar dados, coméntamelo.

Uhms, perdona. Sin duda se me pasó contestarte por culpa de las prisas. Últimamente ando algo despistadillo.

Sí, aciertas a ver el hueco perfectamente.

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21/04/2009, 19:56
Grigori

Como a todos, la reacción de Ziegler de derribar la puerta lo cogió por sorpresa. Entre esto y ver a aquel soldado nervioso traduciendo el poema, ya no sabía que esperar de ese grupo de locos con los que estaba allí metido.

-Si me permiten el atre..-

Cita:

una especie de aullido inhumano, procediente de algún rincón de la casa, los sobrecogió.

Las palabras murieron en la boca de Grigori, intentó procesar lo que estaba pasando pero aquello lo superaba. Hasta ahora tenía muy claro que de lo que tenía que preocuparse era de las reacciones de los alemanes para seguir con vida. Ahora no lo tenía tan claro.

Con un ràpido vistazo se dió cuenta que todos los presentes habían oido lo mismo que él, y eso lo sobrecogió más. Su mente empezó a dar vueltas, su vista se nubló y empezó a sentir unas fuertes nauseas. Al momento hincó una rodilla al suelo para evitar desmoronarse. Y sin previo aviso, algo que había estado olvidado largo tiempo se le presentó con claridad.

Estando colgados,
vemos venir,
a los seres alados,
deseando morir.

Esos versos, esa cancioncilla, le hizo recordar las historias de su abuela, le hizo recordar las múltiples noches sin dormir acechado por miedos invisibles.

-No puede ser. Auqello eran sólo historias para asustarme. Es imposible. Debe ser una coincidencia. seres alados....-

Y en ese preciso instante, los ojos se le llenaron de lágrimas. Unas lágrimas que hacía mucho tiempo que no salían, que se había obligado a guardar para poder sobrevivir. Y sin razón alguna, se desmoronó, llorando y temblando, con las manos en la cara. Lo que aún no sabia era si lloraba por el terror que le inspiraban sus miedos infantiles, o por la incertidumbre de lo que se podía encontrar si las viejas leyendas tenían algo de cierto.

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21/04/2009, 21:04
Alexeva

- Esta casa nos está poniendo muy nerviosos a todos. ¿No les parece que deberíamos irnos? - casi suplicó la campesina - Ya no se oyen explotar las bombas. Podemos encontrar refugio en otro sitio más tranquilo.

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22/04/2009, 00:44
Karl Ziegler

Karl derribó la puerta sin mayores problemas, con tanto ímpetu que casi se plantó en el centro de la nueva sala por la misma inercia. Rápidamente giró a un lado y a otro buscando algún objetivo con su fusil, pero allí no había nada, bueno, más bien no había nadie porque algo si que había: el mismo polvo y la misma soledad que inundaban el resto de la casa. Grüber puso algo de luz en aquél lúgubre despacho en el que no encontraron nada más que lo evidente.

Pero, de repente, un nuevo sonido, mucho más acongojante que el que les había llevado a descubrir la nueva sala, se dejó oír por todos los rincones de la casa. Un grito tan estremecedor que Karl se llevó las manos a las orejas de forma casi inmediata e instintiva, bloqueando su audición hasta que intuyó el fin de la pesadilla.

Entonces el sargento volvió a la biblioteca, encontrando allí un panorama de lo más desalentador. Todo lo acaecido en el escaso tiempo que llevaban allí dentro había minado poco a poco no solo la moral sino también el juicio de todos los que se encontraban en aquella casa. Unos más y otros menos, en función de la fortaleza mental de cada uno, habían sucumbido a los embrujos de aquella tétrica mansión.

Él mismo ya no tenía claro como actuar. ¿Cómo levantar la moral de aquellos desquiciados hombres? ¿Cómo hacerlos recapacitar? ¿Cómo recuperar el orden cuando no podía hacerlo ni consigo mismo?. El sargento miró a todos lados. No sabría explicarlo, pero comenzaba a tener la sensación de realmente había algo observándoles, como un lince observa a su presa, dispuesto a saltar sobre ella en cuanto se despistara lo más mínimo. Casi podía sentir como aquel salto estaba próximo.

En ese momento una voz suplicante se alzó sobre el resto:

Alexeva :

Esta casa nos está poniendo muy nerviosos a todos. ¿No les parece que deberíamos irnos? Ya no se oyen explotar las bombas. Podemos encontrar refugio en otro sitio más tranquilo.

Karl se quedó un instante mirando a la mujer. La retahíla de palabras, casi incomprensibles, pero con un claro mensaje le hizo recapacitar. Su obligación para con aquellas personas seguía siendo la misma que cuando entraron, que cuando salieron del campamento la noche antes, la misma que cuando le dieron el destino o cuando ingresó en las fuerzas armadas: protegerlos de todo mal en la medida de lo posible. Y aquél lugar había demostrado hacer un mal mayor que la tormenta o las lejanas bombas del exterior. - Es una deshonra aceptar una derrota así... pero en muchas ocasiones más vale una retirada a tiempo que.... - El sargento se cortó a sí mismo, decidido a no perder más tiempo. Aunque quizás ya fuese demasiado tarde para todo aquello. Hizo un ligero movimiento de cabeza a la campesina y, seguidamente dio la orden.

- Müller - dijo dirigiéndose a Hans - ayude al soldado a Dietrich a caminar, ¡oblíguele si es necesario!. Dieter, Grüber, Müller, nos vamos de aquí. - El sargento se acercó a Grigori y levantó al campesino tratando de arrastrarlo a la puerta por la que habían entrado, haciendo un gesto a los tres soldados que aún parecían mantener un juicio razonable para que desbloqueasen el camino hacia la salida. - Solo espero que esta decisión no sea la peor... -

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22/04/2009, 01:09
Hans Müller

- Ziegler, si cree que voy a salir de esta casa para enfrentarme en la oscuridad al frío y la nieve, y vagar sin destino por un territorio desconocido hasta morir congelado, es que es usted muy estúpido o se piensa que lo soy yo - afirmó, prescindiendo por primera vez del título del oficial, con la mano aún en el brazo de Octavius Dietrich -. Y tratar de arrastrarnos a ese destino dice bien poco de su supuesta inteligencia militar o de su cordura. Si lo que quiere es matarnos, más le vale sacar su arma y dispararnos aquí y ahora - señaló con voz asqueada -. Al menos será más limpio y sin sufrimiento. ¡Qué les pasa a todos ustedes! - exclamó con fuerza mirando los diferentes rostros -. Puedo entender que esos campesinos, ignorantes y analfabetos, se sientan asustados, que reaccionen como lo hacen. Pero ustedes, hombres con carrera militar, médicos, hombres ilustrados... ¡Por Dios! Los horrores los hemos visto y vivido en el campo de batalla. Aquí, en esta casa, ¿qué mal hemos sufrido? ¿Quién ha resultado herido? La única baja, la del Teniente Diederick, fue a resultas de un mortero, de la guerra, de esa guerra de la que hemos huído para refugiarnos aquí. Al margen de dicha desgracia, nada. Y si se sienten atemorizados por gritos, notas de piano, un libro caído y sombras hasta el punto de preferir salir ahí fuera, a una muerte más que segura, no seré yo quien se lo impida, pero desde luego no pretendan que les acompañe. No soy un suicida. Y me da igual Ziegler que crea que esto es un acto de rebelión o de sedición. Perdió todo derecho a mandar sobre nosotros cuando abandonó el campo de batalla en vez de cumplir con las órdenes que se nos dieron, ocupar las trincheras rusas o morir en el intento. Igual que lo hicimos todos nosotros, desertores por miedo a los gases, a los morteros, a las balas... a la muerte. Y me resulta indiferente que compartan mi opinión o no, que se consideren desertores o no, que prefieran vivir en la ilusión de que escaparán a  un pelotón de fusilamiento tras un consejo de guerra o no. Pero no me arrastrarán ahí fuera. Y menos a causa de un miedo irracional y absurdo, cuando ni siquiera se han molestado en averiguar el origen de aquello que tanto parece atemorizarles y que en su caso, Ziegler, le lleva a preferir enfrentarse a los elementos en medio de la oscuridad, sin esperanza alguna de encontar otro refugio, y se vale de su pretendida jerarquía para imponernos su criterio y condenarnos a muerte. No puedo impedirles que hagan lo que quieran, pero apelo a su inteligencia, a su cordura y espero que recapaciten. Y especialmente tú, Pieter, espero que me escuches y te quedes aquí.