Partida Rol por web

NOTA PREVIA A LA INCURSIÓN.

Si masacras por completo a otra familia noble, te ganas enemigos.
Rara vez se ve en público al Lord Forjapalabra Logan de Foreyda, cabeza de la casa Foreyda y autor intelectual de la masacre de la casa Wilderose.
Sabe que la Mano Derecha Roja conspira en su contra. Su ubicación es un secreto y cambia cada poco, además siempre va acompañado por su guardaespaldas Beatrice Throdor (antiguo miembro de la Mano Derecha y una de las mujeres más letales del continente).
La heredera de la casa Foreyda, Natalia, se casa mañana por la noche con el heredero de la casa Eisenhart. A Logan no le importa la felicidad de su hija. Es un matrimonio concertado para que la casa Foreyda tenga acceso al proceso Eisenhart.
La tradición dice que todos los matrimonios de los Foreyda se debe celebrar en el Fuerte Leodruhn, situado en una isla que está cerca de la costa de Laefendport.
Esta noche se celebrará allí una gran fiesta, antes de que los Eisenhart lleguen mañana para la boda. Esta noche podéis atacar.

OBJETIVO DE LA MISIÓN: Asesinar a Lord Forjapalabra Logan de Foreyda.

Recibiréis más información en breve... Si las Hermanas lo permiten...

Era muy tarde ya cuando Julianne se reunió junto a Jean para recibir aquella información, tenían una nueva misión que cumplir y ambos ya llevaban juntos pululando entre las sombras muchísimos años. Ella era una chiquilla cuando se encontró a su compañero y al principio se llevaron como perros y gatos, hasta que la adolescencia vino con lo que vino y las cosas cambiaron radicalmente. Quizás, tenían una forma más placentera para resolver los conflictos. 

No obstante allí con su cerveza, se encontraba sentada sobre el taburete de la barra y conversaban con su informante de forma muy distendida, esto sería rápido como era habitual, así que en cuanto escuchó aquello, miró sorprendida a Jean y su sonrisa se dibujó con cierto aire malicioso en el rostro. 

—¿Cuánto por el trabajo?—preguntó sin escrúpulos—. Un adelanto no vendría mal, debo costearme un vestido que le guste a este. 

Tras decir aquello le guiñó un ojo a su compañero y se mantuvo a la espera de que los otros dos, agreguen algo más. Sería muy difícil planificar un asesinato en la boda, aunque siempre hay muchísima cantidad de gente y la idea de infiltrarse, comer gratis y asesinar, sería perfecto. 

Aquella afrenta no podía -no debía- ser pasada por alto. La Casa Foreyda, junto con las demás Casas Nobiliarias, claro, pero principalmente ellos, se habían encargado de exterminar casi por completo a la noble Casa Wilderose, y como miembro de la Mano Derecha, su honor le compelía a vengar a sus amos.

Sin embargo, el tiempo había pasado, y a falta de que se presentase una oportunidad ideal para poder llevar a cabo tal noble labor, los pocos miembros que quedaban de la policía secreta habían terminado viviendo entre las sombras, improvisando cada día, tratando de sobrevivir un poco más... y tal vez olvidando un poco de aquella noble labor que antaño desempeñaban.

Claro, todo había cambiado ahora, pues en otra movida política, el Lord Forjapalabra había comprometido a su pequeña con el heredero de los alquimistas, presentando una ocasión que no podría ser pasada por alto: Lobas finalmente abandonaría su madriguera, pues la tradición dictaba que tenía que estar presente para las nupcias. Claro, teniendo en cuenta que se llevarían a cabo en el Fuerte Leodruhn, un bastión de los Foreyda, no sería nada fácil realizar la incursión. No obstante, no era algo que pudieran dejar pasar, su deber los llamaba.

La oscuridad era la mejor amiga de los espías, los asesinos y los contrabandistas, así que no fue de extrañar que ambos hubiesen acordado encontrarse pasada la medianoche en aquel bar. Nada más verla, el muchacho le dedicó una sonrisa incitante a su compañera. Resultaba increíble pensar que ambos apenas pudiesen soportarse (y en ocasiones ni eso) años atrás, pero mucho tiempo había pasado, muchas cosas habían sucedido, y el roce había llevado al cariño, y mucho más allá.

Jean-Paul conocía a los clientes habituales, muchos de ellos requerían de sus servicios de tanto en tanto, por lo que se sentía más o menos como el dueño del lugar. Claro, su aura de confianza claramente se traspasaba a su compañera, cosa que no le molestaba. No obstante, cuando hizo esa pregunta arrugó un poco el ceño, pues no eran simples mercenarios, sino agentes reales.

— Sin duda harías que cualquier tela tuviese un atractivo sobrenatural, pero creo que el vestido que más podría agradarme es aquel con el que llegaste al mundo, ma chère —replicó él, seductor, acariciando suavemente la espalda de la asesina, aunque luego miró al informante—. Lo que mi compañera quiere decir es: ¿cuánto nos costará llegar hasta la isla? —preguntó, inclinándose hacia adelante.

En la maloliente taberna vuestro contacto, Alexander, o mira. A simple vista parece un comerciante, algo venido a menos, pero sabéis de buena tinta que tiene las manos manchadas de sangre. Como vosotros. Así funciona la Mano Derecha Roja, derramando la sangre de aquellos que asesinaron si piedad a la Casa Wilderose.

- Vamos -dice apurando su vaso de vino aguado y acercándose a vosotros, para susurrar sin ser oído - ¿seguís pensando que tenemos acceso a las arcas de la corona? Se os pagará lo de siempre, lo acordado.

Se echa hacia atrás en su silla y pide con un gesto que le llenen de nuevo el vaso. Pone sobre la barra una moneda doblada, a la que el tabernero no le hace ascos. Ambos saben que el pago es adecuado, pues el vino estará igual o incluso más aguado.

Cuando el orondo y sudado tabernero se retira a otro lugar, para despertar a un borracho que duerme sobre la barra, Alexander huele el vino y se encoge de hombros. Al fin y al cabo ha bebido cosas peores.

- La mejor manera de ir al lugar de la boda es en barco -os comenta tan cerca como puede de vuestros rostros y tan bajo como es capaz- Ir a los muelles principales que están kilómetros más abajo, es un suicidio. Hay mucha guardia deseosa de atravesaros el cuerpo con sus armas.

>> Tenéis un bote escondido en el distrito de los almacenes, que usaréis para llegar a la isla -en ese momento da un trago y se ríe.- A no ser que prefiráis nadar en estas aguas traicioneras. Hagáis lo que hagáis tened cuidado con la banda de los Tilycan, dicen los rumores que trabajan para la Casa Foreyda.

« Lo acordado, porqué no me sorprende.» pensó al esbozar una sonrisa, incluso le guiñó el ojo a su compañero para decirle entre gestos que más tarde se hacían un recorrido especial para comprobar si la piel o el vestido era lo más indicado para ella así se veía más sexy. Tras tener ese pequeño momento, se centró en el informante y por sobre todas las cosas lo que se ofrecía para cumplir la misión, más allá de que ambos eran expertos en la materia, era vital dado el mundo en el que viven contar con ciertos recursos que faciliten medianamente el trabajo. 

—Perfecto, está claro que nos encanta ser exhibicionista pero no en nuestro trabajo—aclaró, aceptando lo del barco—. El bote está bien, seremos cuidadosos. 

Luego intercambió miradas con Jean y volvió a la carga. 

—¿Tendremos alguna curiosa invitación a la boda o nos meteremos a nuestra manera? Ya sabes, me gusta ser limpia en mis misiones y buscar la forma más cómoda para asesinar. 

Tras hacer aquella pregunta, esperó paciente a que su compañero haga alguna que otra pregunta. Era evidente que ambos tenían sus formas y lo que podía pasarle por alto a Julianne, allí estaría Jean para compensarlo. Lo malo de todo esto es que irían a un campo minado de enemigos, cada vez más complicadas las misiones. 

"Lo acordado es mejor que nada", pensó Jean-Paul, con la mirada fija en el comerciante, sin dejar de acariciar la espalda de Julianne, dejando que fuera ella quien llevara la voz cantante en el intercambio, al menos de momento. Ella solía ser más directa y no le daba rodeos a las cosas.

El vino aguado es terrible, pero no es lo peor que ha tomado el contrabandista, aunque todavía recuerda los tintos que le daba de beber la nobleza, en especial luego de una incursión bien hecha. Se inclinó un poco en su asiento, apoyando ambas manos sobre la mesa, dando un trago copioso -la mejor forma de pasar aquello- a su jarra.

- Los Tilycan trabajan para cualquiera con las monedas suficientes -respondió él, encogiéndose de hombros-. Lo que sucede es que, actualmente, nadie parece tener más monedas que los jodidos Foreyda. Tal vez los Eisenhart, pero ya sabemos que los alquimistas poco se inmiscuyen con el resto de la... calaña -dejó salir una carcajada amarga-. En cualquier caso, el bote seguramente sea suficiente, la isla no está demasiado alejada de la cosa, y seguramente no será difícil encontrar a algún sirviente descontento que nos ayude con lo demás -se encogió de hombros. Después de todo, explotar el resentimiento que la clase baja podía albergar por los que estaban por encima de ellos era uno de sus muchos talentos-. Por mucho que quiera pintar los muelles de sangre traidora -le dió un toque a su compañera a la altura de la cadera-... lo mejor será actuar con discreción. No queremos que se enteren de lo que viene hasta que los traidores exhalen su último aliento.

- Bien -dice el hombre pidiendo un tercer vaso de vino- si ya está todo claro no deberíamos perder más tiempo. Las cosas no se van a hacer solas.

Apura el vaso y se levanta, tambaleante. No está borracho, ni mucho menos, tiene una leve cojera. Una vieja herida que se le agravó con el paso de los años. En ningún momento hace ademán de pagar y aprovecha que el tabernero está abriendo un nuevo barril, de algo que osaba llamar cerveza, para irse sin depositar ni un sola moneda.

Desde la puerta os hace una seña para desearos buena suerte.

Y eso era todo, no lo podía creer Julianne cuando lo vio irse de allí sin pagar lo que se había tomado. Sin poder evitarlo puso los ojos en blanco y le hizo un gesto a su compañero por la osadía del mismo. Al fin de cuentas deberían coger ese bote, aunque tampoco aclaró si era ya o cuando. 

—Bueno, parece que nos toca disfrutar de lo que queda de la noche o subirnos a navegar. ¿Qué te apetece más?—preguntó al rubio con cierto aire coqueto, divertida por ello—. A mi no me preguntes porque ya sabes la respuesta. 

Sin más buscó unas monedas y las dejó sobre la mesa, de vez en cuando le gustaba pagar ella con tal de provocar un poco a su compañero de maldades. Además hoy estaba benevolente, ya mañana quizás hasta lo despluma entero en cuestión de minutos. No obstante había un tema que tratar y por ello se acercó en demasía a Jean para hablar entre susurros. 

—Ese gordo puto no nos dijo demasiado, hay que ver si podemos entrar por las buenas a la boda—comentó sonriendo y mostró su gesto más peligroso—. ¿Ideas? ¿Algún plan?

Jean-Paul siguió al gordo informante con la mirada y un pequeño gesto de evidente desdén, en especial luego de que se largara sin dejar ni una moneda. Bueno, al menos ya le había dado una al tabernero, pero el joven sin duda no tenía ganas de convertirse en la línea de crédito de aquel hombre, así que no tardó en levantarse en silencio, haciéndole un ademán a Julianne para que lo siguiera.

— ¿Por qué no ambas, ma chère? —respondió, con voz sugerente, acariciando su mentón con el dedo índice—. El vaivén de un bote puede ayudar con ciertas... cuestiones —añadió, esbozando una sonrisa cargada de dientes.

Sin embargo, por mucho que le hubiese gustado seguir intercambiando afiladas y coquetas expresiones con su compañera, tenían trabajo que hacer, aunque frunció el ceño cuando la castaña dejó caer las monedas sobre la mesa.

— Estoy seguro de que encontrarás la manera de cobrarme eso luego —comentó en voz baja, sin desagrado alguno, mas bien ciertas... expectativas—... y bueno, por mucho que tu perfil sea el suspirar de muchos aristócratas, no creo que seamos tan inconspicuos como nos gustaría. Lo más probable es que la boda tenga una lista que será examinada y cumplida a rajatabla, así que nuestras opciones seguramente sean permanecer en las sombras... o colarnos como sirvientes —continuó, mientras echaba a andar a la salida—. Tengo un par de contactos que seguramente podrían darme algo de información.

—Nunca he tenido la oportunidad en un bote, así que sería una buena forma de intentarlo. ¿No?—comentó tras morder su labio, incitando a su compañero—. En todas las necesarias. 

Asintió con respecto a las formas de cobrarse aquello, muy dispuesta estaba de hacerlo. Ya cuando escuchó las ideas de Jean, las meditó un poco debido a la posibilidad de hablar con algunos de sus contactos y también pensar que meterse como personal de esa boda, sería lo conveniente. No le importa tener que servirles, no cuando podría ensartar un cuchillo ante el menor descuido. Era divertido pensar en ello. 

—Tendremos que hablar con esos contactos y nada, irnos de aquí con lo necesario. Toca trabajo de campo cuando lleguemos, así nos infiltramos como dices y el ataque lo hacemos desde adentro. 

Sin más, muy preparada estaría para continuar con esa línea del plan. 

— ¿Y qué mejor que antes de una misión? —preguntó él, tras guiñarle un ojo—. No hay mejor manera de estar relajado y enfocado —dijo con convicción.

El rubio le sonrió a la castaña casi como si supiera lo que pasaba por su mente, pero hizo un gesto que significaba "calma", pues lo mejor estaba por venir. Finalmente dejaron la taberna luego de escurrirse, pasando por su escondite acostumbrado para recoger todos los enseres necesarios para aquella misión.

Luego de pertrecharse, se dirigieron al distrito de los almacenes, donde antes de buscar el bote, Jean-Paul consultaría primero con Maxwell, un antiguo... colega, por decirlo de alguna manera. Se sabía en los bajos fondos que el buen hombre era el canal principal entre los nobles y cualquier cosa que alterara los sentidos luego de ser esnifada, inyectada o ingerida, así que seguramente él sabría qué nobles asistirían. Al fin y al cabo, todos estaban enfermos, y dudaba que alguno fuera a correr el riesgo de asistir sin su chute acostumbrado.

— Bienhallado, Maxwell. Supongo que estás enterado de que se celebrará la boda entre el primogénito de los alquimistas y la hija del Lord Forjapalabra, por lo que asumo que tienes una idea aproximada de quiénes están verdaderamente invitados al evento, ¿no? —hizo énfasis en "verdaderamente"—. Creo que está de más decir que todavía me debes por salvarte el culo, y que lo mejor será que compartas esa información privilegiada conmigo, ¿no? Aparte de los sirvientes, claro, y de si tienes alguno infiltrado para hacer tus entregas sucias —concluyó.

A la entrada del distrito de los almacenes podéis ver a Maxwell. Está sucio y apesta, cosa que no es habitual en él. Os da la sensación de que está disfrazado. Es posible que esté vigilando a una persona o mercancía.

- Jean-Paul, amigo, da gusto volverte a ver -susurra mientras te agarra por el codo y tira de ti. Cuando os alejáis varios metros señala con la cabeza a un tipos.

Los sujetos, mal encarados, llevan armaduras de cuero bajo sus capas (para cubrirse de la lluvia-noche, que cae débilmente), portan espadas cortas y alguna sorpresa oculta. Sin duda están patrullando la zona, además de cerrar muchas de las calles con barricadas y apostar guardias en ellas.

- Los Tilycan están más agresivos que nunca. Han llenado bien sus bolsas para que se comporten como perros de presa -el hombre mira a los lados antes de continuar hablando. - Está en boca de todos que es a causa de la boda por la que me preguntas.
>> La boda no está abierta al populacho. Sólo las casas nobles que se unirán están invitadas. Además de guardias personales y servicio fiel.

Se aleja unos pasos más y te pide que le sigas.

- Llevan días preparando la boda y será esta noche. Todos los sirviente están allí desde el principio de los preparativos y es posible que alguno de mis muchachos estén allí, si no los han descubierto. Si necesitáis ayuda, busca a alguien que lleve una punta de flecha al cuello. Un objeto demasiado usado como para entrañar algún tipo de peligro.

—Hm, pervertido. Por mi bien. 

Y sin más que decir ambos partieron hacia las calles, ese aroma a muchedumbre, caos y oscuridad era precioso ante la mirada de Julianne que atenta a los detalles, siempre como buena asesina se convertía en una sombra para pasar desapercibida de todo el mundo mientras las situaciones van surgiendo. Ya con su capucha puesta y ese atuendo bien al cuerpo, se mantuvo sigilosa pero cerca de Jean hasta que se encontraron con este amigo en cuestión. 

Con un gesto de cabeza lo saludó a ese tal Maxwell y tras iniciar la conversación su compañero, se mantuvo atenta a los detalles, más aún a esos perros que tenían los bolsillos llenos. Demasiadas mierdas alrededor, la boda está movilizando las masas, no será que se esperan el golpe de todos modos. ¿Hm? 

—Típico...—respondió por lo bajo y alzó una ceja ante la obviedad de ese tío con la flecha—. ¿No hay forma de infiltrarse entre el servicio? Quizás hablando con ese, nos da un pase. 

O al menos nos deje la puertita abierta. 

Saca de uno de los bolsillos un par de colgantes con forma de punta de flecha.

- Siempre llevo alguno por si necesito planificar una incursión. Son vuestros, así os reconocerán.

El muchacho le dedicó una sonrisa cargada de picardía a su compañera, aunque tan pronto entraron en la ratonera de Maxwell, su semblante cambió a uno más serio, casi de negocios. Su gesto se agrió aún más cuando el veterano contrabandista hizo gestos en dirección a los encapuchados, chasqueando los dientes con evidente fastidio.

— Haciendo lo que mejor saben hacer, sin duda: lamiendo las botas de sus amos para que les regalen migajas —comentó el rubio, con evidente desdén.

Era obvio que la boda no estaría abierta al populacho, los nobles no se arriesgarían a tanto, aunque Jean-Paul se tranquilizó un poco cuando Maxwell mencionó que alguno de sus muchachos podría estar ahí. También era probable que no estuvieran, pero era una apuesta que estaba dispuesto a jugar. Recibió los dos colgantes de flecha gustoso, incluso dedicándole una breve sonrisa agradecida al veterano.

— Estamos en paz, Maxwell —le dijo, aunque hizo una pausa y sonrió—. Incluso, si en algún momento necesitas ayuda... no dudes en buscarme —estrechó la mano del contrabandista e hizo un gesto a Julianne para que lo siguiera.

Manteniéndose en las sombras, ambos agentes se escurrieron por el distrito de los almacenes, buscando aquel inconspicuo lugar que el gordo Alexander hubiese marcado como seguro para ocultar el bote. Una vez encontrado, Jean-Paul se colocó su colgante de flecha, aprovechando para colocárselo también a Julianne, utilizando aquella oportunidad para acercarse de más a su cuerpo, por la espalda, mientras sus manos rozaban deliberadamente el cuello de la muchacha mientras le asía aquel símbolo.

— ¿Estás preparada, ma chère? —preguntó en un susurro.

Jean-Paul depositó un beso en la nuca de la mujer, y aunque amenazó con buscar sus labios, se separó apenas instantes antes de consumar aquel contacto, con una sonrisa fiera.

— Ese lo dejamos para el agua —le guiñó un ojo, la ayudó a montarse en el bote y luego él hizo lo mismo, empezando a remar hacia su destino.

Ya tenían el acceso, era un gran paso porque no sería difícil mezclarse con el personal de la boda. Así que tras despedirse del susodicho contacto de su compañero, ambos se hicieron sombras mientras se dirigían hacia el punto donde estaba escondido el bote. Incluso en ese momento dónde Jean le colocó el colgante, ella no dudó en morder su labio inferior por la provocación mientras que con una mano libre apretó su muslo con la intención de clavarle las uñas. Manifestando intensidad. 

—Siempre. 

​​​​​​Durante ese momento de provocación, donde todo el cuerpo de Julianne estaba rozándose con el de Jean, notó la cercanía de ese rostro y lo que podía surgir de ello. Lo disfrutó, incluso cuando no le regaló ese beso y ante el comentario, giró bajo un grácil movimiento y lo sujetó del cuello de la camisa, solo para acercar el rostro así podía darle una lamida en los labios. 

—Si, mejor en el agua. 

Le guiñó un ojo y se subió al bote tras separarse, incluso revisó si tenía todo encima. Era una joven que necesitaba comprobar esas cosas.