El pozo del bosque

Mientras seguían el sendero elfo que atravesaba el eterno y oscuro bosque Negro, la compañía pudo ver piedras marcadas con runas y montones de rocas que demostraban que antaño hubo hombres que vivieron en aquella zona del bosque Negro y poblaron aquel lugar mucho antes de que la Sombra contaminara el antiguo Bosqueverde. Eryn Galen, como le llamaban los elfos antes de que la podredumbre se extendiera desde la fortaleza de Dol Guldur y contaminara todo el bosque.

Al día siguiente a la tormenta, tras haber dejado atrás el hogar del Ermitaño, continuaron la marcha recibidos por una cálida mañana que incluso a la sombra del bosque Negro fue aumentando su temperatura conforme el día avanzaba hasta dejarles empapados en sudor por el esfuerzo del camino y aquel día caluroso de verano. Hacía el mediodía, un sentimiento de fatiga parecía surgir del terreno y encaramarse a sus piernas. Las moscas zumbaban alrededor de sus oídos con molesta perseverancia y el agua que goteaba de un centenar de arroyuelos cercanos sonaba como una canción de cuna a media voz.

El pobre Belgo se sentía exhausto. Su padre lo alzó al carro para que descansara sus doloridas piernas por un rato. Baldor, desde el incidente de las arañas, se había vuelto algo más introvertido con el grupo pero poco a poco retomaba la confianza y se volvía más hablador. No obstante, el calor de aquel día le tenía en silencio para no malgastar fuerzas. Les quedaba poca agua, y nadie quería malgastarla echándosela por encima para refrescarse, así que solo les quedaba resignarse y aguantar como podían. Al menos la sombra sempiterna de los árboles del bosque les evitaba que el sol caluroso del verano cayera plomizo sobre ellos.

Belak siguió el ritmo de la compañía. 

- ¿Deberíamos acercarnos a los ríos a buscar algo de agua? - preguntó en voz alta esperando encontrar algo de apoyo en sus compañeros - Tal vez podríamos bañarnos... - dijo tratando de mostrarse algo alegre pero de pronto recordó lo sucedido con las arañas y se enmendó a si mismo - No no, no, no abandonaremos el sendero, seguro que no queda mucho para llegar a nuestro destino!

Droul prefería el calor al frío. ¡Dónde va a parar! Un buen fuego calentando tus pies mientras lees un interesante libro y fumas en pipa. O arrebujarte en tus mantas una noche de lluvia o nieve. Y cuando empezó a hacer más calor en el bosque y los riachuelos trinaban como pájaros, pensó que su ánimo cambiaría y que podría volver a sonreír. Sin embargo aquel funesto bosque seguía cayendo sobre su ánimo como una pesada losa y ni siquiera tuvo ganas de reprender a Belak por su idea sobre beber o bañarse.

Aquel maldito bosque tenía el ánimo del enano minado hasta hacerlo quejarse, maldecir o refunfuñar por el más insignificante hecho y, el hacer ahora una calor de mil demonios con la promesa del agua fresca danzando en sus oídos no ayudaba a serenarlo

- Maldito bosque, malditos elfos y maldito su sendero. Un buen camino a través de las montañas, eso sí estaría bien, no aquí, hollando la tierra cual cabras descarriadas... y encima, mires donde mires, solo hay eso- espetó señalando con un grueso dedo acusatorio al árbol más cercano - Árboles y más árboles, brrrrrr!!!

Mungo bostezó, desperazándose, mientras evitaba que las moscas se acercasen demasiado a su boca. Estaba tentado de un segundo desayuno, pero no contemplaba la posibilidad de incluir insectos en el menú. Agradecía que la sombra de los árboles impidiese que el sol de verano les achicharrase.

—Da la impresión de que llevamos años caminando por este bosque. Al menos la sombra es fresca, ¿verdad, Belgo?

El mediano seguía empeñado en mantener alta la moral del grupo, aunque cada vez resultaba más difícil. Hasta Kurdrim parecía a punto de empezar una pelea con los retorcidos robles del camino.

—Yo que tú no bebería más agua que la que llevamos en los odres, Belak. No mientras no salimos del bosque, al menos. Estoy seguro de que no debe quedar mucho… espero. 

Lain ya estaba sintiéndose incómodo recorriendo el bosque y los días y días en él iban calando hondo en su espíritu. Aunque trataba de sacar ánimos de todos lados y que el de sus compañeros no decaiga, a cada paso que daba se le dificultaba.

-A una gran fragua podrían alimentar tantos árboles, jaja- le respondió a Kurdrim con algo de humor, pero notablemente molesto por el lugar.

-Estoy cansado, señor Mungo. Hace demasiado calor, incluso con la sombra. - Se quejó el pequeño cuando el mediano le preguntó. Al igual que la otra mitad del grupo, Belgo no lo estaba pasando bien por culpa del calor. Intentaba retirarse el pelo empapado de la frente perlada de sudor mientras hablaba jadeante.

A mediodía el calor se había vuelto tan sofocante que los enanos del grupo empezaron a sentirse fatigados y, sobre todo, abatidos y molestos por el ambiente del bosque Negro. Mostraron su indignación con la presencia de los árboles, e incluso Lain se atrevió a sugerir que podrían alimentar una gran fragua durante siglos. Pero al bosque no pareció que le agradara aquella idea, y un viento hizo removerse las copas de los árboles con un siseo nada agradable.

Intentaron seguir avanzando, pero a esa hora lo hacía difícil, y la mitad del grupo se encontraba tan exhausta ya que necesitaban un descanso. A corta distancia del camino, la fila de árboles se abría en un pequeño claro lleno de hierba fresca y verde, todavía mojada por la lluvia del día anterior y desde donde además se podía ver el cielo azul y despejado de aquel día, pues los árboles no habían logrado conquistar con su malicia aquel trozo de cielo. Lo más grande que crecía allí, era un pequeño matorral. Era un buen lugar para descansar, y ya iba siendo hora de detenerse y comer algo, por lo que Baldor sugirió que podrían parar allí a comer y tomarse un buen descanso antes de proseguir.

Desde buena mañana los ánimos del grupo parecían desfallecer, y salvo el buen mediano Mungo Bolguer y el hombre del bosque, que parecían relativamente enteros, el resto parecía notar fuertemente la opresión de aquel maldito bosque. El calor era insoportable, y empezando a escasear el agua, no hubo de otra que racionarla para que no faltase hasta el final del trayecto, lo cual todavía menguaba el buen ánimo ya casi inexistente. 

El joven Belgo también lo estaba empezando a pasar mal, a penas logrando continuar de pie y con la boca reseca, por lo que el beórnida sacó su cantimplora y le dio de beber al muchacho, aún a sabiendas de que el agua era necesaria. Era menester que todos llegasen en las mejores condiciones posibles, y aunque sabía que malgastar el agua era mal asunto, también lo era el tener que llevar en volandas al crío si no era capaz de seguir.

- Bebe muchacho. Parece que vayas a desmayarte por el calor de un momento a otro, y no es eso lo que necesitamos... - le expresó con una mirada afable, aunque siempre resultaba intimidante en sus formas aunque no fuese su intención - No creo que tardemos mucho en descansar un rato y comer, así que ánimo chaval...

En efecto, al poco llegaron a un pequeño claro en el que se podía ver el cielo azul y en donde la hierba verde todavía estaba mojada de la lluvia del día anterior. Aquel apacible lugar er como un oasis entre la oscuridad del bosque negro, por lo que Iwgar no puso ninguna objeción en descansar al llegar al lugar. De hecho aquello logró apartar las sombras que rondaban su cabeza...

-Y encima los malditos árboles parecen quejarse por nuestra presencia... ¡solo me faltaba eso, que un hierbajo crecidito me mirara por encima del hombro!- espetó el enano al escuchar los extraños ruidos que sonaban a su paso, pateando una piedra en dirección al árbol más cercano

Por fortuna un pequeño claro los recibió como una amante anhelante haciendo que la frustración se rebajase notablemente mientras ponía rumbo hacia el lugar, desabrochándose instintivamente las correas de su macuto para, en cuanto llegó al lugar, dejarse caer y despanzurrarse notablemente cansado y agobiado por el calor

- Seguro que dar un paseo por cualquier yermo es más agradable que esto... brrr... camino de los elfos- musitó con voz afinada y burlesca - Una buena calzada de piedra es lo que hace falta. Y menos árboles para que corra el aire

Belgo agradeció a duras penas el agua que le ofrecía Iwgar, bebiendo ansioso de la cantimplora del beórnida de tal modo que apunto estuvo de atragantarse. Baldor miró la escena y lamentó no haber tenido el aquella ocurrencia con el muchacho, a fin de cuentas era su hijo y parecía que los demás lo estaban cuidado más que él mismo. Pero para Baldor todavía seguía siendo difícil asumir que aquel mocete era su pequeño.

Baldor sacó su propia cantimplora y dio un trago. Después la sacudió, el sonido hacía indicar que no le quedaba mucho para terminarse. Miró hacía el lugar de donde procedía el arrullar de las aguas cercanas. Al sentir que varias miradas se clavaban en él mostró una ligera sonrisa.

-Tranquilos. No pienso volver a beber de ningún arrollo de este bosque. Solo lamento no haber llenado las cantimploras con la lluvia de ayer...

- No creo que debiéramos apartarnos del sendero - dijo a sus compañeros al darse cuenta de que todos estaban cansados. Le daba miedo que comenzaran a liarse a hachazos con los árboles y todos acabaran arrepintiéndose. Movió su mano a modo de abanico. 

- Menos quejas, menos quejas! - dijo con una sonrisa en la boca y le pegó una palmada en la espalda a Kudrim - No insultes a los árboles, o acabaremos todos volando por los aires - dijo sin poder evitar sonar algo risueño pero tratando de darle empaque y gravedad a sus palabras. 

Sonrió ante la pequeña chanza de Baldor. 

- Eso es! humor! necesitamos humor! - dijo dando unas palmadas.

Los compañeros se tumbaron en la fresca hierba del claro, Belak mostró su preocupación por apartarse del sendero pero para entonces Kurdrim ya se había dejado caer sobre la hierba y se había repanchigado en el lugar utilizando sus objetos como soporte. De todos modos, no se habían alejado demasiado. El camino estaba apenas a un par de metros, y el lugar era realmente agradable para descansar. A la sombra de los árboles aquel lugar era un pequeño oasis de tranquilidad, el frescor de la hierba les alivió el calor agobiante de aquel día y la visión del cielo azul les calmó los corazones y el contundente peso que sentían en ellos tras tantos días encerrados entre árboles.

Comieron alegremente y compartieron algunas historias que les sirvieron para conocerse mejor. Mientras Mungo contaba algunas peculiaridades de su lejano pueblo, Belgo cayó dormido con una cara de felicidad dibujada en su rostro. Con el estómago lleno y lo apacible del lugar, pronto llegó el amodorramiento de varios de ellos, que se sintieron inclinados a echar una siesta. Kurdrim fue el primero en caer, seguido pronto por sus dos compañeros enanos. Los ronquidos rítmicos y graves de los enanos no entorpecieron la charla del resto, quienes recordaron historias de feroces criaturas que roncaban con la misma intensidad que el coro de enanos durmientes.

Droul tuvo sueños agradables mientras dormía sobre la hierba. Soñó con grandes jarras de cerveza y deliciosos estofados de ternera. El viaje del grupo transcurría más ameno en sus sueños que lo que había sido realmente, y disfrutaba haciendo compañía al pequeño Belgo, que veía en él la figura paternal que el arroyo del bosque le había arrebatado. No les escaseaba la comida, ni tampoco el agua, y durante el viaje habían superado con gran éxito las adversidades que habían encontrado. Droul sabía que a su regreso iba a ser considerado como uno de los mayores exploradores del mundo, pues en su sueño, ningún enano había recorrido antes el bosque Negro y contado historias como aquellas para rememorar tales caminos.

Entonces, en su sueño percibió algo. Algo tan poderoso que le llegó a despertar y le devolvió a la realidad del claro en el que se encontraban los demás charlando animadamente mientras reposaban la comida. Allí, donde el claro terminaba y los bosques comenzaban de nuevo, a pocos metros de ellos, había algo extraordinario. Algo que no podía dejar sin explorar. Sintió la imperiosa necesidad de acudir allí a echar un vistazo, pues sabía que debía plasmar algo de tan trascendental importancia. La curiosidad del explorador trotamundos que era le picó con fuerza. ¿Qué podría ser aquello? ¿Ruinas de una vieja civilización olvidada? Habían visto ruinas con anterioridad en el camino, tal vez algún tesoro o maravilla olvidada se escondiese allí.

Lain tuvo sueños agradables mientras dormía sobre la hierba. Soñó con grandes jarras de cerveza y deliciosos estofados de ternera. El viaje del grupo transcurría más ameno en sus sueños que lo que había sido realmente. No les escaseaba la comida, ni tampoco el agua, y durante el viaje habían superado con gran éxito las adversidades que habían encontrado. Lain  sabía que a su regreso iba a ser considerado como uno de los mayores exploradores del mundo, pues en su sueño, ningún enano había recorrido antes el bosque Negro y trazado un mapa tan completo para rememorar tales caminos.

Entonces, en su sueño percibió algo. Algo tan poderoso que le llegó a despertar y le devolvió a la realidad del claro en el que se encontraban los demás charlando animadamente mientras reposaban la comida. Allí, donde el claro terminaba y los bosques comenzaban de nuevo, a pocos metros de ellos, había algo extraordinario. Algo que no podía faltar en sus mapas. Sintió la imperiosa necesidad de acudir allí a echar un vistazo, pues sabía que debía plasmar algo de tan trascendental importancia. La curiosidad sedienta de conocimiento que tenía dentro le picó con fuerza. ¿Qué podría ser aquello? ¿Algún libro que mostrara los secretos del Enemigo? ¿Ruinas de una vieja civilización olvidada? Habían visto ruinas con anterioridad en el camino, tal vez algún tesoro o maravilla olvidada se escondiese allí.

Kurdrim tuvo sueños agradables mientras dormía sobre la hierba. Soñó con grandes jarras de cerveza y deliciosos estofados de ternera. No les escaseaba la comida, ni tampoco el agua, y durante el viaje habían superado con gran éxito las adversidades que habían encontrado. Kurdrim sabía que a su regreso iba a ser considerado como uno de los mayores guerreros del mundo, pues en su sueño, ningún enano había recorrido antes el bosque Negro y enfrentado con éxito todos los peligros que allí se escondian amenazantes. Kurdrim había logrado vencer a no pocos enemigos y su habilidad con el arma se volvió legendaria.

Entonces, en su sueño percibió algo. Algo tan poderoso que le llegó a despertar y le devolvió a la realidad del claro en el que se encontraban los demás charlando animadamente mientras reposaban la comida. Allí, donde el claro terminaba y los bosques comenzaban de nuevo, a pocos metros de ellos, había algo extraordinario. Algo que terminaría por darle el renombre que merecía. Sintió la imperiosa necesidad de acudir allí a echar un vistazo, pues sabía que fuera lo que fuera aquello, terminaría de otorgarle gloria a su nombre. Dejaría de ser el hijo de Edrik, y tendría un nombre reconocido por derecho propio.

Pocas veces soñaba, y sin duda alguna, nunca sueños tan buenos como aquel. Mientras se mecía en ellos, disfrutó del viaje y la compañía con una sonrisa en los labios. Sus palabras siempre eran escuchadas y su piqueta no necesitó encontrar enemigo al que apuñalar. Era un buen viaje: sencillo y satisfactorio.

Por eso mismo despertó tan confuso y molesto al mismo tiempo. Quería volver a dormir, intentar atrapar de nuevo el hilo de aquel sueño para permitirse algunas horas más de paz en el corazón antes de enfrascarse de nuevo en el asfixiante trayecto. Pero aquello que intuía más allá... Sabía que si lo dejaba pasar, no dejaría de pensar en ello durante toda su vida. Y conociéndose como se conocía, le reconcomería por dentro hasta tener que viajar por su cuenta al Bosque Negro y encontrarlo. ¿Cómo no aprovechar ahora mismo, que estaba allí, al alcance de la mano?

En silencio, para no despertar a sus compañeros enanos, se levantó y fue para allá. ¿A quién le tocaba el turno de guardia ahora? Tampoco importaba mucho, dado que alguno de ellos estaba despierto. Pero por si acaso se llevó la piqueta, aunque dudaba que le pasara nada. Nunca estaba de más ser precavido.

La calma antes de la tempestad. Aquella podía ser la sensación que respiraba Iwgar sentado en aquel apacible claro que rompía con la constante hallada desde que avanzasen por el sendero. Francamente resultaba extraño que un lugar así pudiese encontrarse alrededor de aquel inhóspito paraje rodeado de árboles amenazantes y la sombra, por lo que sin duda alguna debía de estar imbuído de magia élfica o algo similar. ¿De qué podría tratarse? ¿Cómo era posible que durnate largas jornadas no hubiesen encontrado ningún lugar tan apacible y ahora estuviesen en aquella especie de claro fresco?

- Desde luego este lugar rompe con todo lo que hemos vivido hasta ahora, ¿no creéis? - - expresó el beórnida a sus compañeros que todavía no roncaban como el grupo de enanos y con quién compartía anécdotas de los de su raza - Resulta extraño que rodeados de la sombra y los árboles que buscan engullirnos se encuentre un paraje como éste, tan apacible y fresco. ¿A qué creéis que pueda deberse? Como sea, supongo que deberemos hacernos con el ánimo de proseguir nuestro camino... ¿Despertamos a estos dormilones?

Teóricamente no restaban muchas jornadas para terminar de atravesar el bosque negro y llegar con los suyos. Iwgar ansiaba reunirse con su gente y explicarles todo lo vivido desde que partiese casi un año atrás. ¿Qué recuerdo guardarían de su persona? ¿Se alegrarían de verle nuevamente?

Kurdrim se despertó de golpe con un aspaviento que asustó a quienes estaban a su alrededor. El enano miró de hito en hito a sus sorprendidos compañeros que charlaban animadamente en el claro y sacudió la cabeza.

-¡Por las barbas de...! ¿Me he quedado dormido? He tenido un sueño... Qué extraño. Algo glorioso. Un tesoro... ¡Hay un tesoro aquí!

Kurdrim giró la cabeza y miró hacia la zona situada en el lado contrario al sendero, justo donde el claro daba paso a la profundidad del bosque con aquellos intimidantes y viejos árboles de tronco grueso.

-¡Eh, Droul lo sabe!

El grupo se giró hacia el lugar donde Kurdrim indicaba, allí pudieron ver a Droul que se había despertado sin decir palabra y se había dirigido sigilosamente hacia el final del claro sin que ninguno de ellos, que charlaban alegremente, se diera cuenta de ello. El enano dio un par de pasos y su cuerpo desapareció tras los árboles, internándose en el bosque.

El grupo al completo, a excepción de Lain que seguía durmiendo a pierna suelta, se levantó como un relámpago, aunque ya era tarde para evitar que Droul no abandonara el sendero. A pesar de que Kudrim había anunciado que allí había un tesoro, el resto del grupo recordaba lo que había pasado la última vez que uno de ellos había ido por su cuenta. Incluso Baldor se levantó con preocupación, dirigiéndose con el resto a intentar detener a Droul antes de que se alejara demasiado. Todos estaban preocupados menos Kurdrim, a quién le brillaban los ojos y estaba ansioso por encontrar el tesoro que se había aparecido en su sueño.

Afortunadamente, no tardaron mucho en dar alcance a Droul. El enano se había detenido frente a un antiguo y viejo pozo situado en el interior del bosque, entre un par de viejos árboles. Del pozo apenas quedaba un anillo bajo de piedras alrededor de un agujero en el suelo junto al que crecían espesos matorrales. Los enanos sintieron inmediatamente al ver el pozo, que aquel era el lugar donde se encontraba lo que se les había aparecido en sus sueños. Algo importante, tal vez el mayor tesoro que jamás hubiera existido, o un hallazgo antiguo y reseñable que cambiaría los libros de Historia.