Moviéndome entre un cúmulo de sensaciones a cada cual más dispar, miré con ojos aterrados la bestia que, con la voz de Lydia, intentaba convencernos de lo que para mí solo podía tratarse de una locura. Sentía repulsión por lo que estaba viendo, lástima por lo que le había ocurrido a la médico y pánico a formar parte de aquella aberración que con miles de ojos y bocas solo parecía querer devorar más almas... o lo que fuera que quisiera aquel ser.
No me lo pensé dos veces. No quería formar parte de aquella criatura del infierno que había venido a buscarme así que, poniendo en práctica mi idea de lanzarme al vacío antes de que aquella asquerosa boca me engullera, salté. Y al hacerlo comprendí que Tiffany había decidido tomar el mismo camino.
Sin embargo, si en algún momento había creído que me estamparía contra el suelo, me llevé una tremenda decepción. Sintiendo la misma sensación que cuando aparecimos en aquella ciudad de pesadilla para reencontrarnos con un aún más viejo Isaiah. De pronto nos detuvimos, o esa sensación fue la que tuve. En mitad de la nada quedamos completamente parados y un nuevo horror se mostró ante nosotros.
No era capaz de gritar, ni siquiera era capaz de moverme. Simplemente me encontraba en medio de un vacío infinito viendo como un enorme ojo se abría ante nosotros. Y cuando una voz retumbante dio forma a las palabras me di cuenta que, por el momento, quizás no todo estuviera perdido pues aquel que había hablado no lo hacía con reproche o acusación, simplemente nos interrogaba como si en el fondo sintiese curiosidad.
—Así es... Mi compañera dice la verdad —conseguí decir—. Alguien nos puso sobre la pista de Starker y todo lo que sucedió a continuación nos ha traído hasta este punto.
Cuál era el punto del que hablaba en esos momentos era algo que ni yo mismo era capaz de definir.
El enorme ojo sin párpado, perfectamente esférico, cambia el color de su iris hacia un rojo sanguinolento. Tanto Tiffany como Liam tienen la impresión de que no se trata de la verdadera forma de aquel que les está hablando, sino que debe tratarse de algún tipo de avatar, una representación visual del interlocutor. Es muy probable que se hallen en suelo firme, dado que así lo sugiere el hecho de que, al desplazar el pie, sigue existiendo suelo bajo el contacto hecho con el calzado. ¿Qué clase de criatura será realmente y por qué se oculta tras una ilusión? Es muy probable que la respuesta a la primera pregunta suponga la respuesta a la segunda. Su pregunta sobre la búsqueda de Christian Starker ha sido muy clara.
—Es cierto —responde Tiffany que, a pesar de toda su fachada, está sorprendida por lo que está ocurriendo—. Han ocurrido cosas extrañas y creemos que él es la clave para entender lo que ocurre.
Liam siente un pánico controlado gracias al hecho de que el ojo ha mostrado genuina curiosidad y ha comenzado hablando, en lugar de querer arrasar con todo como estaba haciendo la bestia que ascendía por las escaleras con cuerpos humanos formando parte de su enorme volumen de horrenda carne.
—Así es... Mi compañera dice la verdad —dice el periodista al fin—. Alguien nos puso sobre la pista de Starker y todo lo que sucedió a continuación nos ha traído hasta este punto.
El ojo guardó silencio durante unos instantes en los que los dos visitantes del extraño lugar sienten como algo sobrevuela el interior de sus cerebros. La sensación de indefensión es grande, pero no la de amenaza, que se va atemperando con el paso de los segundos. Esta criatura tiene algún interés personal en lo que está ocurriendo y ha decidido intervenir. ¿Por qué? Quizá esa no sea importante en estos momentos.
—De manera habitual no me involucro en los asuntos de los Arcontes y los Ángeles de la Muerte, pero este caso es una clara excepción —se escucha hablar al ojo sin que parezca que vaya a dar detalles acerca de todos los elementos mencionados que escapan a la comprensión y conocimiento de los invitados—. Hay ciertas cosas que deben saber y otras que no les son necesarias. Dada su actual naturaleza, algunas serán comprensibles para ustedes y otras no. Me interesan aquellas que puedan comprender.
Hace una pausa y un nuevo silencio se hace en el lugar. Justo cuando los visitantes creen que todo ha llegado a su fin, el ojo desaparece y un suelo de mármol blanco se muestra a sus pies.
Frente a los dos periodistas se encuentra un hombre vestido con un traje banco, camisa oscura y corbata roja. Unos bellos zapatos del color del cinturón, negro, brillan en sus pies. El cabello está impecablemente peinado hacia atrás y su aspecto es el de un hombre de unos treinta años, si bien su mirada hace pensar que su alma soporta un peso de mucho más tiempo.
—Mi nombre es Jonathan Cordinger —se presenta, aunque no ofrece la mano en ningún momento—. Esta entrada tan teatral únicamente tenía como objetivo poder leer en sus almas y ver sus auténticas intenciones. No son peligrosos en modo alguno, no para mí. Vamos a hablar.
La sala, que se extiende hacia el infinito en todas direcciones, es luminosa con la excepción de algunas zonas oscuras en las que parece que ciertos seres u objetos se retuercen brevemente antes de desaparecer.
—El pintor Starker supuso un verdadero dolor de cabeza para algunos de los que dirigen el Infierno —revela con naturalidad—. Se dispuso que fuera eliminado para poder borrar su esencia y que no recordarse nada acerca de su poder cuando regresara al mundo, cosa que haría cuando sus recuerdos y emociones fueran purgados.
Cordinger hace el amago de sentarse y un cómodo sofá de una sola plaza aparece de la nada. No invita a sus visitantes a hacer lo mismo ni parece que le preocupe el asunto en modo alguno.
—Howart Rhine es un humano, como ustedes y su naturaleza le hizo desear a ese pintor para él. Quiere la obra maestra definitiva: los campos de tortura del Infierno al óleo. Pero ese lugar, tan personal como único, no es un sitio que deba ser mostrado en una galería de arte. Mi propio padre no lo habría aprobado de encontrarse en la Ciudad Eterna… —durante unos segundos guarda silencio—. Pero mi padre no está y sus emanaciones no van a permitir que ese hombre mantenga el control sobre el pintor ni un momento más. Starker soñó con ustedes y les pidió ayuda, cosa que ustedes le ofrecieron porque son, básicamente, personas con conciencia culpable.
Las sombras de la sala comienzan a acercarse a los dos visitantes como perros que olisqueasen a un visitante nuevo en la casa. Suben y bajan por los hombros de Jonathan Cordinger y desaparecen de nuevo.
—Sé que conocen buena parte de todo esto, así como el hecho de que desean llevar a Howart ante las autoridades, pero eso no va a ser posible: no se le va a permitir seguir en la Realidad donde habitan. Normalmente no me involucraría en estos asuntos, pero el Infierno es algo muy delicado. La Realidad entera está a punto de precipitarse en él a causa de seres con la crueldad de Rhine Howart. Pese a ser ahora un reputado anticuario, estuvo al mando de varios campos de exterminio en Asia, donde perfeccionó ciertas artes de tortura que le convirtieron en un ser depravado a un nivel sólo alcanzable por los Hijos de Astarot. Es la personificación de la tortura, el dolor, el sufrimiento y la desesperanza —se está preparando para el final—. Puedo hacerles aparecer exactamente en el punto donde deseen, sea donde sea y esté donde esté. Sólo les pido lo siguiente: Starker debe permanecer vivo y Howart debe morir. Si mis órdenes no son atendidas, ustedes serán enviados al Infierno. Así de simple.
Después de todo lo que llevábamos vivido las últimas horas o días, o quizás fueran ya años ya para mí el tiempo había dejado de ser una medida exacta, no debería sorprenderme lo siguiente que nos fuera a pasar. Pero me equivocaba. Aún podía asombrarme, preouparme y temer cualquier cosa que esa realidad alternativa, ese mal sueño o lo que fuera que estuviéramos viviendo nos tuviera que ofrecer.
Sin preguntarme cómo había sido posible, el vacío en el que creía que nos encontrábamos pasó a ser una increíble sala cuyos límites se perdían a mi visión. La blancura del lugar incluso me resultaba molesta pero desviar la mirada a las sombras que se movían me resultaba aún más inquietante. Y el enorme ojo había dado paso a un hombre normal y corriente, por lo menos de aspecto, pulcramente vestido y de ademanes elegantes y sofisticados que empezó a contar una historia que a mí me resultaba difícil de seguir.
Seguía sin comprender nada. No sabía de qué hablaba aquel ser que se había presentado como Jonathan Cordinger, a no ser que todo se tratara del guión de una mala película de miedo de serie Z. Quería preguntarle muchas cosas, resolver muchas dudas y recibir explicaciones a todo lo que no entendía: Arcontes, Ángeles de la Muerte, su padre, esa esencia de la que hablaba, el infierno...
Durante todo ese tiempo que duró la charla me quedé mudo, viendo como las sombras se iban acercando poco a poco y sintiendo sobre mí el peso de esa culpa que Jonathan parecía haber visto en mi interior. Sin embargo, fueron sus últimas palabras, su petición... aunque sería más correcto decir su orden, lo que hizo que lo mirara sorprendido e incluso aterrado.
—¿Nos está pidiendo que matemos a Howart? —pregunté sin ocultar mi incredulidad.
Aquel hombre nos estaba proponiendo cometer un asesinato. De acuerdo que, si era cierto lo que nos contaba, Howart era un sádico que seguramente merecía la muerte, pero involucrar a gente normal y corriente amenazándolos con el infierno... Eso era simple y llanamente chantaje.
—Y si aceptamos, ¿qué pasaría si no llegamos a tiempo de acabar con Howart y éste mata antes a Starker?
Necesitaba saber que, en el caso de aceptar aquella locura, si fallábamos no nos enviarían al infierno. Porque a esas alturas y después de haber visto todos aquellos horrores, en especial el de la bestia de la cual acabábamos de escapar, empezaba a creer en el infierno y en los miles de demonios que habitaban en él.
Tal como imaginábamos, aquel ojo era un ser de gran poder, pero no peligroso, por el momento. Luego de que respondiéramos sus preguntas, cambió su forma por la de un hombre. Parecía saber muchas cosas que se ocultaban a la realidad que conocíamos.
-¿Arcontes?¿Ángeles de la muerte?¿Se refiere a... los ángeles de la bilbia? Y el infierno... quiero decir... ¿Todo eso existe realmente?
Me costaba hilar mis preguntas en una forma coherente, pero no podía con mi curiosidad.
-¿Y quén es su padre? -agregué cuando me di cuenta de que casi había pasado por alto ese detalle- Y hay otra cosa pregunta que me he estado haciendo desde hace mucho. Tal vez usted sepa la respuesta. Una vez vi a un ser rechoncho con la piel blanca. ¿Usted sabe qué es?
Luego de una pausa, que utilicé para reflexionar sobre la petición que nos hacía, formulé mi respuesta.
-Sólo prometo que intentaré proteger a Starker -dije con seriedad- He hecho suficientes cosas inmorales en mi vida, pero nunca he matado y no voy a empezar ahora. Usted mismo lo ha dicho: somos seres capaces de sentir culpa y yo, no podría vivir con la culpa de haber tomado una vida. Si merezco en infierno por eso, lo aceptaré. Si mi tarea de defender a Sarker tiene como consecuencia que Howard, digamos, de alguna manera, fuerce mi mano, eso ya es diferente. Pero no puedo prometer algo sobre lo que no tendré control. Será decición de él, no mía.
Apuesto a que este Cordinger es un humano despertado.
Lo cierto es que no se dice si alguna vez fue humano o no. Lo que sí se sabe, y siempre según la primera edición de "Kult", es que se trata del hijo mestizo del Demiurgo, el Creador, nada menos. Su padre le persigue para acabar con él y, para sobrevivir, el hijo ha declarado la guerra al Cielo, al Infierno y al Elíseo. En definitiva, ha declarado la guerra a todos los poderes de la Máquina que sustentan la Realidad Verdadera. En esta ocasión, ha llegado a unos acuerdos para mantener una situación de equilibrio con algunos de sus enemigos...
Jonathan Cordinger, si es que ese es su nombre verdadero, os mira como si fueseis una curiosidad digna de aparecer en un zoológico. Se levanta del asiento en el que se ha acomodado e, inmediatamente, este desaparece como si jamás hubiese estado allí. El espacio infinito parecía aún mayor al no contar con ningún referente salvo el propio Cordinger, que se halla tranquilo a pesar de lo espinoso de la conversación. Las sombras se desplazaban por el marmóreo suelo a gran velocidad en ocasiones, otras con más lentitud, y todas parecían arremolinarse frente a su engalanada figura.
—¿Nos está pidiendo que matemos a Howart? —pregunta Liam con notable asombro.
—Me es igualmente válida cualquier forma de desaparición que estimen oportuna —dice con una voz fría como un témpano de hielo—. El caso es que Rhine Howart debería desaparecer de manera permanente.
—Y si aceptamos —prosigue Liam inmediatamente—, ¿qué pasaría si no llegamos a tiempo de acabar con Howart y éste mata antes a Starker?
—Llegarán a tiempo —replicó muy seguro de sus palabras.
Mientras tanto, Tiffany no da crédito a lo que Cordinger acaba de relatar. Son conceptos tan imbuidos de la doctrina judeo-cristiana que resulta difícil considerarlos más allá de los muros de una sinagoga o iglesia. De hecho, resultan propios de una película de terror, una acerca de horrendas sectas de increíble poder, quizá.
—¿Arcontes? ¿Ángeles de la muerte? —inquiere con escepticismo la paparazzi—. ¿Se refiere a... los ángeles de la Biblia? Y el Infierno... quiero decir... ¿Todo eso existe realmente?
—Ah, cómo me apasionan los debates. Ojalá tuviera tiempo para esto… veamos… nada existe realmente hasta que es nombrado. Aquello que no tiene nombre carece de la existencia en tanto cosa que puede ser nombrada y transmitida y, por ende, existir —sonríe, como si fuese una broma privada que sólo él conoce—. ¿Existen los ángeles? Existen. ¿Existen el infierno? Por supuesto. Desde el momento en el que es nombrado, aquello que no tenía nombre se hace real en la existencia. Mientras, sólo existe como concepto, obviando su realidad no fenoménica y no perteneciente a una intuición sensible. Pero la intuición… eso convierte casi todo lo que estaría vedado al ser humano en existente a falta de ser bautizado por el intelecto. El caso es, supongo, que todo eso existe, sí. Mi padre mismo bien lo sabe.
¿Se trata de un raciocinio con base, bien articulado, o sólo es un montón de palabrería para resultar perturbador? Resulta difícil estar seguro, y tanto más en ese extraño lugar al margen de lo que podría llamarse “real”. Por desgracia las disquisiciones filosóficas suelen carecer de utilidad práctica cuando uno se está jugando la vida por una mala decisión.
—¿Y quién es su padre? —pregunta la mujer, justo cuando se da cuenta de que ha pasado por alto ese detalle.
—Creí que resultaba evidente cuando dije que había tenido que declarar la guerra a todo lo que existe: el Demiurgo, señorita Clark —dice con tono hueco mientras las sombras comienzan a trepar por su cuerpo—. Para ustedes es el creador de todo lo que existe. Supongo que, en cierta medida, eso me hace el hijo de dios ante los ojos de los humanos.
Que alguien así pudiera ser considerado el hijo de dios no deja de resultar chocante.
—Y hay otra cosa pregunta que me he estado haciendo desde hace mucho. Tal vez usted sepa la respuesta. Una vez vi a un ser rechoncho con la piel blanca. ¿Usted sabe qué es?
Jonathan Cordinger se muestra curioso ante la pregunta, como si se tratase de un acertijo a descubrir. Piensa durante un instante y sonríe.
—En efecto, sé lo que es —pero tras esa respuesta, no hay ninguna revelación y Tiffany se da cuenta de que se ha reído ligeramente de ella. Dado que ve que no hay nada más que hacer en ese sentido, decide responder a la petición original y, además, completar la respuesta de Liam, que escucha la conversación con interés y en silencio.
—Sólo prometo que intentaré proteger a Starker —dice con seriedad—. He hecho suficientes cosas inmorales en mi vida, pero nunca he matado y no voy a empezar ahora. Usted mismo lo ha dicho: somos seres capaces de sentir culpa y yo no podría vivir con la culpa de haber tomado una vida. Si merezco el Infierno por eso, lo aceptaré. Si mi tarea de defender a Starker tiene como consecuencia que Howard, digamos, de alguna manera, fuerce mi mano, eso ya es diferente. Pero no puedo prometer algo sobre lo que no tendré control. Será decisión de él, no mía.
Su interlocutor medita las palabras que acaba de escuchar. Las sombras salen despedidas de su cuerpo en mil direcciones como si estuviesen buscando algo, realizando movimientos quebrados por el suelo que en ese momento parece brillar un poco menos. Los ojos de Cordinger parecen oscurecerse, pero la sonrisa burlona no desaparece de su boca.
—De acuerdo, señorita Clark, puedo comprender su aprensión a tomar una insignificante vida humana. No empatizo con sus sentimientos, pero sí con la decisión final de rechazar a hacer algo que rompe, de alguna forma, un código de honor que se ha forjado —su rostro, de facciones bien hechas, muestra inesperadamente una seriedad que puede amedrentar—. Voy a reformular mi proposición inicial: puedo hacerles aparecer en el punto exacto donde deseen, sea donde sea y esté donde esté. Les pido que Starker permanezca vivo al precio que sea. Es un ser humano inocente, sólo cegado por su visión y ambición artística y no merece morir. ¿Es así más aceptable? Pues adelante…
-Pues sí, es aceptable -respondí con conformidad- Protegeremos a Starker. Pero necesitamos saber dónde está. Sólo entonces nos resultará útil su habilidad de hacernos aparecer en cualquier lugar.
Jonathan Cordinger mira con insolencia a la paparazzi.
—Se encuentra en su casa, cuya dirección no aparece en los listines telefónicos que ustedes utilizan para localizar el paradero de alguien en primera instancia —dice con jactancia—. Yo sé dónde es y allí les puedo enviar. La puerta de su casa, el interior de su salón, su piscina exterior o a cinco mil kilómetros de ese lugar. No necesitan saber las coordenadas o la dirección exacta. Sólo tienen que decir dónde quieren aparecer.
Cómo iba a ser posible escuchar toda aquella conversación, ver el lugar tan fuera de la realidad en el que nos encontrábamos o saber que deberíamos acabar con la vida de un hombre para salvar otra y no considerarnos locos. Tenía puesta toda mi atención en lo que se hablaba, en las explicaciones tan vanidosas y engreidas que aquel ser pronunciaba, pero mis ojos no dejaban de obsrevar los movimientos de las sombras. Me tenían hipnotizado y no dejaba de preguntarme qué serían. Una pregunta hecha solo para mí pues seguramente la contestación que recibiera no acabaría siendo de mi agrado.
—Un humano inocente... —Volvi de nuevo a la conversación obligándome a fijar mi mirada en el hombre—. No hay humanos inocentes señor Cordinger —sentencié antes de lanzar un suspiro.
Me pasé la mano por la cara, en un vano intento de apartar la niebla de problemas que se cernía sobre mí. Buscaba una justificación a lo que íbamos a hacer, o al menos yo tenía pensado hacer y, cuando la encontré, me agarré a ella hasta convencerme que hacía lo correcto.
—Un mal menor para evitar otro mayor... —Proteger al artista era nuestra prioridad, aunque aún no tenía ni idea cómo lo íbamos a hacer—. Supongo que Starker es consciente de que está en peligro... —eso era una obviedad después de haber visto su estudio— ¿pero hasta dónde sabe? Es decir, de todo este mundo... paralelo o realidad alternativa o lo que coño sea... De todas esas cosas raras que vimos ¿qué conoce Starker exactamente? Sus cuadros delatan que puede ver el ¿alma? de las personas, pero ¿hasta qué punto cree que es un don o simplemente es consciente de esta realidad?
Mis dudas sonaban muy distintas en mi cabeza que en voz alta, pero me preocupaba la forma en la que deberíamos acercarnos a Starker sin asustarlo. Si no conocía nada de esta realidad que estábamos viviendo, ¿qué le impediría tomarnos por locos si aparecíamos delante de su puerta? ¿Qué le íbamos a contar?
—Muy cierto —secundé a Liam— No será inocente, pero tampoco merece el destino que ese Howard ha planeado para él —Luego reflexioné sobre las preguntas de Liam—. Le diremos la verdad: que sabemos que está en peligro y queremos protegerlo. No necesita saber más. Por muy tentador que me parezca averiguar qué sabe, es algo que podremos discutir con más calma cuando pase la tormenta —Entonces me dirigí a nuestro anfitrión—. Llévenos a la puerta de su casa. Tal vez podamos hacernos pasar por vendedores de seguros o testigos de Jehová. O tal vez podamos encontrar una entrada alternativa. ¿Quién sabe?
Jonathan Cordinger se mueve tranquilamente a poca distancia de vosotros. Sus pasos son cortos y, a pesar de la imagen que pueda estar dando, es evidente que se trata de una persona meditabunda y reflexiva, de esas que trata de dejar lo menos posible al azar. Quizá el término «persona» no sea el más adecuado para definirle, pero en estos momentos es el más cercano. Las sombras que se habían alejado de su cuerpo vuelven a acercarse a él y se enroscan, intangibles, en su columna vertebral ascendiendo hasta su cabeza, cuyo pelo está cuidadosamente peinado hasta el punto de resultar poco natural. Sus proporciones son perfectas y, por ello, resulta más artificial que otra cosa. Sin embargo, sus intenciones parecen ir en la misma dirección que las de lo que queda del grupo de investigadores.
—Es posible que no haya humanos inocentes, señor Gallagher, no se lo voy a negar —dice al fin—, pero creo que coincidiremos en que existen diferentes niveles de culpabilidad. Y no puede compararse un ser humano con poca paciencia con un ladrón. Y este no tiene la bajeza moral, según su forma de ver el mundo, que un genocida que asesina a dos millones de compatriotas por sus extrañas ambiciones. Hablo de Pol Pot aunque, para serle del todo sincero, ese ser tampoco era humano en realidad.
La niebla se mueve, caprichosa, cubriendo a los dos investigadores durante un momento y dificultando ver el rostro de Cordinger, pero tan rápidamente como ha aparecido se diluye en el aire.
—Usted me pregunta hasta dónde sabe Starker… puedo decirle que lo suficiente —su mirada se fija en Liam con un brillo extraño en el fondo de sus ojos—. Hizo un pacto para poder percibir el alma de aquellos a los que pinta en sus cuadros y, para ello, invocó a fuerzas cuya existencia había averiguado. Puedo afirmar que es plenamente consciente de la existencia de una Realidad más allá del velo donde viven los seres humanos. La diferencia sustancial es que él jamás ha viajado a este lado, como ustedes han tenido la ocasión de hacer. Sabe de su existencia, pero le es indiferente; él quería ser el mejor artista del mundo… y quizá lo haya conseguido.
Las sombras de Jonathan Cordinger se aproximan a vosotros tímidamente, como animales salvajes tratando de olisquear una presa, curiosos, quizá codiciosos. Suponéis que Cordinger las controla o puede controlar en el momento en el que lo desee.
—La señorita Clark ha resuelto que los lleve ante la puerta de la mansión de Rhine Howart —dice con una sonrisa—. Y así será. No volveremos a vernos. Al menos no con las actuales formas que todos estamos mostrando ni en estos términos tan educados. Buena suerte.
Todo gira como una imagen que pierde nitidez, claridad y forma. El espacio el tiempo se pliegan de maneras misteriosas más allá de lo que cabe concebir y, cuando todo parece volver a la normalidad, os encontráis frente a una puerta de madera que se adivina pesada. Sentado en el porche, junto a ella, hay un hombre vestido casi enteramente de negro y armado con una Beretta M92. Detrás de vosotros hay un muro de tres metros de alto que no habéis tenido la necesidad de sortear, coronado de cristales rotos.