Partida Rol por web

La batalla era inminente y todos parecían aguardar en algún puesto preparados para asumir el rol que les pertocaba: artilleros, marinos de abordaje, defensores de pabellón... invocador del Kraken.

La bruja de ébano dibujó en cubierta un círculo con runas con la sangre de un animal que llevaba en uno de los múltiples frascos que formaban parte de su equipaje, colocó incensarios que humeaban drogas capaces de tumbar a un caballo y tras unos cánticos exóticos y una metódica parafernalia, una sombra apagó el sol allá donde la muchacha se disponía a conjurar, ésta entró en un trance lleno de sonidos grotescos y espasmos inhumanos. 

Prácticamente la totalidad de la tripulación del Inferno quedó acongojada contemplando el increible espectáculo que se les estaba ofreciendo, pero dando un paso al frente para interponer su presencia a las miradas indiscretas Harold comenzó a hablar usando un discurso que enardecía a las masas de forma casi hipnótica mientras el bajel encaraba rumbo entre los dos barcos enemigos que estaban a tocar. 

La batalla acontecería inevitablemente en unos instantes.

No tenía nada claro qué esperar de una batalla en alta mar, pero lo que si haría, por todos los medios era caer al mar. Sabía que con todo el metal que tenía encima se hundiría irremediablemente. Lo que si sabía es que un canalla en tierra pesaba lo mismo que un rufián en la mar. Que un herido sangraba igual aquí que allá, y que el dolor era el mismo, viajaras donde viajaras, así que procuraría apoyar a Abe en su combate, pero no haría por abordar la otra nave. Le protegería, y sobre todo, se protegería con él. Sabía que era un canalla experimentado en estas lides, y que mejor que juntarse con un experto en algo, para afrontar ese algo.

Poseída por fuerzas que apenas podía controlar la bruja de ébano surcó de forma onírica las profundidades del océano en busca de aquel monstruo que inundaba sus visiones con destrucción y sangre, notó su presencia y conectó. La criatura seducida por la voluntad de Calypso comenzó a emerger raudo con el ansia de destruir todo aquello que su dominadora quisiera.

La batalla era inminiente. La bruja había comenzado su ritual para intentar convencer a todos de que un monstruo de las profundidades acudiría en su ayuda, suponía que lo que quisiera que hubiese echado en los braseros ayudaría a convencer a la tripulación...

Por su parte se colocó entre dos cajas, buscando una buena cobertura contra las armas de fuego. Sabía que intentar esconderse de las balas de cañón era completamente inútil, pero de las balas si podía resguardarse. Así mismo sacó su pistola de duelo y comprobó por enésima vez que estaba cargada y a punto para escupir muerte contra sus enemigos. Después desenvainó su espada y vio sus ojos reflejados en la brillante hoja, solo que no eran sus ojos los que le devolvían la mirada, si no los de aquel hombre que murió en la cubierta en llamas del Revenge.

Sacudió la cabeza para despejar su mente y comprobó que su compañero estaba lo suficientemente cubierto cerca de él.

-No salgas hasta que no hayas escuchado una andanada completa de artillería. Probablemente descarguen todo su material de gran calibre nada más tenernos a tiro y después barrerán la cubierta con los mosquetes. Hasta que no paren de disparar ni respires- por alguna razón se sentía responsable de la seguridad de su colega.

-No reveles tu posición si no es completamente necesario, estamos aquí para defender el pabellón, no para atacar, ¿entendido?- no pretendía sonar pedante ni aleccionador, pero quería que la situación le quedase clara al casaca, estaban lo más lejos posible del peligro, pero no estaban exentos de él.

Todo había pasado demasiado rápido en las últimas horas, pero sobre todo, parecía haber ocurrido hacía una eternidad. Cuando el español se había elevado intentando enardecer los ánimos de la tripulación con palabras traicioneras y la promesa de un motín, él había corrido junto a Harold para cambiar las tornas y obtener un beneficio; así era como él se desenvolvía, su verdadera ventaja en aquél triste mundo dónde los engaños y los trucos valían su peso en oro. 

Sin embargo nada había salido bien, su as bajo la manga había resultado una baza sin importancia y la fortuna había cambiado de manos con demasiada velocidad y facilidad, más o menos igual que como había caído desplomado el cuerpo sin vida de Sancho, quitándoles a ellos – a los dos casacas –, la oportunidad de sacar algo en claro de todo lo sucedido y porque de tamaña traición; como era de esperar, el interrogatorio a los matones que le acompañaban había servido de bien poco. Todo aquello era algo por lo que debía dar las gracias, también, a esa maldita bruja que parecía ir un paso por delante de él en todo y frustraba con sus acciones y susurros cada plan que su mente diseñaba cuidadosamente.

La hechicera. No era momento de lamentarse ni de estancarse en sentimientos adversos, pero sus pensamientos volaban una y otra vez contra ella. Sus poderes le abrumaban y le asustaban casi tanto como los despreciaba, por entenderlos como salvajes. Aquella mujer carecía de control sobre la magia que practicaba, y aún así, pese a que cada vez que llamaba a sus espíritus ancestrales tentaba a la suerte y se jugaba la razón y la vida – y también la de los demás –, salía airosa una y otra vez. Lo que era peor, había logrado ser la sombra que daba fama a Harold y al Infierno.

Negó. 

No, el capitán corsario se valía por sí solo para tener la reputación que tenía. Lo demostraba una y otra vez, y hasta él mismo tenía que aceptar que con sus palabras había acallado cualquier conspiración y a la vez despejado cualquier duda sobre quien gobernaba el timón de aquél navío y a quién le debían su vida todos aquellos demonios. Si la mujer de piel oscura como su alma daba poder a aquella tripulación, él era un líder a la altura para usar aquella fuerza como la herramienta perfecta para la destrucción de sus enemigos. El prestigio lo habían ganado entre los dos...

.... y eso sólo los hacía más despreciables. 

Si regresaban a Londhs, cuando regresaran, se prometió que les pondría en su sitio. Usaría su influencia como Casaca y todos los recursos que hicieran falta para hacer que aquél dúo mortal quedara separado y, de ser posible, juzgados por traición al no haber declarado ante quien debían las habilidades que la primera poseía y el segundo encubría. 

Miró a Abraham; tampoco se olvidaba de lo que había presenciado. Sus capacidades no se quedaban tampoco cortas, y aunque era fiel como un perro a Harold y este a su vez era vasallo del Rey, todo podía cambiar, y no dejaba de ser un bruto incontrolable que, llegado el momento, podía convertirse en un problema. Contra él no tenía nada, pero también debería reportarle.

Si es que sobrevivía.

A medida que se acercaba la batalla le había visto cada vez más cerca de la que sería la primera línea de combate. Si algo había que concederle, es que era bravo y un camarada justo; pese a ser un oficial, o tal vez justo por ello, permanecería dónde más peligro corría, codo con codo junto a sus hermanos. Si caía, lo haría con ellos, si sobrevivía, lo haría también sabiendo que no había jugado con ventaja.

Se preguntó si él haría lo mismo con Black, o viceversa, y supo que por mucho que le pesara, sí que era así. No hacía falta decirlo, y ninguno lo admitiría nunca, pero ambos lo había podido comprobar en aquellos callejones de la ciudad dónde habían estado tan cerca de morir. Era una sensación que rozaba cruelmente la amistad sin llegar a serlo. ¿Sentiría él lo mismo? No podía saberlo, pero lo cierto es que ambos, de nuevo, estaban en el mismo sitio, aguardando un destino que les sería seguramente similar llegado el momento.

Por si fuera poco, le estaba dando lecciones y consejos para mantenerle a salvo. Podría haberse reído en aquél momento, pero en vez de eso lo que hizo fue chascar la lengua, fingiendo estar molesto con bastante poca credibilidad.

– Eres muy pesado, no necesito que me digas como sobrevivir a esto, preocúpate de ti mismo y no te mueras tú. Yo puedo encargarme de estos malnacidos – pese a sus palabras, el tono no reflejaba en absoluto la intención que parecía querer transmitir, y estaba claro que agradecía aquella preocupación en una situación que, como Black debía tener claro, era totalmente distinta a cualquier otra que hubiera vivido en su vida. El hecho de que tras decir esto se agachara más e imitara la postura defensiva de su compañero tras unas cajas, era ejemplo de todo esto.

Y así estaba, parapetado tras unas protecciones que realmente no le protegerían demasiado de una bala de cañón, comprobando también sus pistolas para asegurarse de que cuando llegara el momento funcionarían en perfecta sincronía con su cuerpo. Aquellas bellas armas de fuego debían sembrar entre sus enemigos el miedo, debían ser una extensión de su cuerpo y de su afilado ingenio, los cuales estarían además movidos como los hilos de una marioneta por las visiones de batalla que su magia le concedería en un momento tan crítico. 

No podía ser de otra manera, pues si lo era..., sería el final. 

En aquellos momentos volvió a permitirse un pensamiento hacia todos y cada uno de los que trabajaban como zánganos de una colmena para resistir el ataque de aquellos dos buques que se le aproximaban, y vencerlos después. Tanto fue así que, pese a que jamás se había considerado cristiano ni religioso en ningún sentido, alcanzó a elevar una plegaria a dios o al mismo diablo, quien quisiera escuchar, destinada a mantener a salvo a todos los posibles.

Si aquello salía bien, estaría dispuesto incluso a invitar a una cerveza a Leinad cuando pisaran tierra firme. Que narices, podría llegar a besar a esa zorra de ébano si lograba darles la victoria mediante brujería pagana y monstruos sacados de los cuentos. 

Todo estaba dispuesto. Abraham se colocó junto a sus compañeros; en muchas ocasiones habían sangrado juntos. Y estaban dispuestos a luchar una vez más.
Abe soltó un gruñido: los marinos que estaban junto a él no necesitaban más arenga. Descolgó el hacha del hombro y la sujetó con la siniestra mientras con la diestra preparaba su pistola.

En ese momento, el cielo pareció oscurecerse y, al girar la cabeza, vio a la extraña mujer entonando unos cánticos guturales que le helaron la sangre de las venas.
Apartó cualquier pensamiento funesto, y se concentró en la batalla que se aproximaba.
- Un buen día para morir, hermanos.

- Si, es un buen día para que ellos mueran. Murmuró apretando los dientes y mirando a las otras naves.

La bruja extrajo uno de sus odres con sangre de oveja. Sin perder un instante comenzó a dibujar un círculo enrunado en el suelo, mientras su mente se abstraía de todo lo que sucedía a su alrededor. Para Calypso no había nada de importancia en ese momento. Su mente viajaba en esos instantes aun lugar ignoto para enfrentarse a la voluntad del verdadero dios del mar.

Muchas eran las historias que se narraban. Leyendas y habladurías se cernían sobre el mito del Kraken. Embarcaciones desaparecidas sin dejar rastro de la noche a la mañana. Pesadillas de marineros ebrios que perjuran haber sobrevivido al ataque del titánico primigenio.

Sea como fuere, la mujer de ébano ya no se hallaba en la misma realidad, su espíritu se balanceaba de un lado para otro, mientras sus ojos desprovistos de iris y velados en un blanco lechoso, se perdían con la mirada de un ser muerto en el horizonte infinito. Los cánticos de Calypso aumentaban de timbre, mientras su rostro, se perlaba de un sudor espeso y mate. Su cara se había agrietado en una mueca terrible, extirpando cualquier ápice de su belleza exótica.

De repente, entre estertores y espasmos, la mujer comenzó a vomitar una neblina negruzca que se arremolinó a su alrededor. En el momento que se aquellos turbios vapores se acercaban a los confines del círculo enrunado, se detenían como si de una pared de cristal se encargara de contener aquel humo vivo e inteligente. La voz de Calypso pasó de ser un nimio y rítmico susurro a convertirse en un desgarrado grito. Entonces, la silueta que anteriormente había hecho aparecer la bruja, la que llamaba Anciano, se formó tras ella, pero a los pocos segundos, del manto vaporoso que se hallaba frente a ella, emergió la figura de exuberantes rasgos de una mujer joven y bella - ¡¡PONONGA!! - gritó identificándola. Casi como si se tratara de una sucesión, flanqueando sus lados se conformaron un par de siluetas. Una se asemejaba a un guerrero africano tribal, pues se trataba de hombre musculado que portaba un escudo y una lanza, mientras que la otra parecía un enorme gigante pétreo - ¡¡TOA!! ¡¡KAITIAKI!!- 

Pero cuando todo parecía haber acabado, frente su regazo arrodillado emergió la silueta de un enorme león que no dudó en rugir enfurecido. El espectáculo era tan irreal como aterrador. - ¡¡KARAHERE!!- fueron las últimas palabras en salir de su boca, pues los cinco espíritus ancestrales habían sido convocados sobre la cubierta del Inferno por voluntad de Calypso que los había liberado de su celda carnal. 

Acto seguido, todos empezaron a cantar la canción tribal de la bruja, dando a toda la escena un toque más siniestro si cabe. Calypso enmudeció mientras la salmodia seguía siendo recitada por aquellos seres de poder inimaginable. Su mente seguía sondeando en el fondo marino, buscando al Señor del Mar. 

Súbitamente, sus ojos e abrieron de par en par volviendo a su coloración habitual. A pesar de eso, su cuerpo ya no le pertenecía. Era una carcasa vacía, un conglomerado vital sin dueño. De su garganta surgió una única palabra con un tono tan gutural que incluso aquel que lo oyera no podría dar crédito a todo lo contemplado hasta el momento. Era una palabra simple y llana...

- ¡¡Rey!!  

El Inferno avanzó con el viento y la corriente a favor, haciendo que la capacidad de reacción de los barcos enemigos fuera casi nula, ellos poseían una ventaja numérica que convertían las dificultades de los elementos en un mal menor. Lo que no sabían de que esos detalles ante un capitán como Harold podían suponer la diferencia entre una aplastante victoria o una derrota humillante.

Las velas infladas por la potente racha de viento hacían crujir mástiles y maromas del Inferno resonando en el silencio sepulcral que los piratas concentrados no se atrevían a romper. La espuma del mar salpicaba la cubierta livianamente y el sol se ocultaba tímido tras unas nubes que no amenazaban tormenta... Apenas unos nudos para el choque, apenas unos segundos que se hacían eternos. El barco estaba apunto de entrar entre el enemigo como un cuchillo rasgando una vela, en breve la andanadas de cañonazos inundarían de fuego, astillas, sangre y humo el ambiente para dar paso al choque de aceros.

Fue entonces, en el mismo momento en el que las proas de los tres barcos se cruzaban cuando el que se aproximaba por estribor del Inferno hizo un giro antinatural, como si algo lo agarrara y frenara su trayectoria... la mayoría de marinos del bajel corsario miraban por orden del capitán en sentido opuesto, como si desde el principio se le restara importancia a lo que estaba pasando, pero con el rabillo del ojo muchos fueron los que distinguieron un gigantesco tentáculo que emergía del mismo océano para enredarse en la cubierta del barco victimizado.

FUEGOOOOO

FEUUUUUUU

Gritaron contramaestres en ambos barcos cuando al fin se cruzaron. Cañones y mosquetes escupieron plomo barriendo la cubierta del Chasseur (lo que pudieron leer en el casco) y causando grandes destrozos en un Inferno que se había sabido atrincherar para este encontronazo a muy corta distancia.

Tras ganar presumiblemente el primer asalto (o salir bastante mejor parados que los dos barcos enemigos) la tripulación corsaria gritó enfurecida vitoreando. Ahora maniobraban para ponerse paralelos de nuevo pero al otro costado para una nueva andanada y el abordaje. Gritos de dolor y terror encogían los corazones de todos en aquel pequeño lugar en medio del océano, provenían del Archange Gabriel donde todos, excepto los que procuraban maniobras o disponían de nuevo los cañones, vieron ahora sí como un calamar de dimensiones gargantuescas luchaba contra arpones y mosquetes que no parecían dañarle en absoluto. El Kraken era real y estaba destrozando el barco enemigo sin conceder ni un ápice de piedad... Calypso seguía en su círculo de invocación desprotegida a los mosquetes, indefensa al acero de espadas, pero provocando tal destrucción que nadie de los allí presentes osaría jamás acercarse malintencionadamente a ella.

BARRABOOOM

Resonaron de nuevo los cañones que dejaban paso entre la humareda a garfios de abordaje.

Tras maniobras y andanadas por fin los garfios habían hecho presa de las embarcaciones haciendo que el abordaje fuese un hecho. Marinos y marineros de ambas embarcaciones se enfrentaban cara a cara preparados para abordar o defender el navío.

Primero los mosquetes y pistolas se dispusieron mientras los marineros empezaban a cruzar de un barco a otro usando cuerdas o escalas.

Abe y Leinad se dispusieron a recibir la primera andanada de marineros y disparos con pólvora y coraje... después el oficial de guerra tenía el deber de guiar en el abordaje a sus marinos. Llegado el momento el sargento portuario debería tomar la decisión de acompañar al abordaje a su nuevo socio o quedarse en el Inferno a verlas venir.

Tras maniobras y andanadas por fin los garfios habían hecho presa de las embarcaciones haciendo que el abordaje fuese un hecho. Marinos y marineros de ambas embarcaciones se enfrentaban cara a cara preparados para abordar o defender el navío.

Primero los mosquetes y pistolas se dispusieron mientras los marineros empezaban a cruzar de un barco a otro usando cuerdas o escalas.

Los inspectores casacas negras habían permanecido a cubierto y ahora estaban dispuestos a recibir a aquellos marineros que ya habían superado las lineas de defensa.

El Kraken emergió para llevar su legado de destrucción en la contienda naval. Calypso seguía ensimismada y distante, vinculada en cuerpo y alma a aquel ser divino que acongojaba con su poderío a extraños y propios, mientras sus apéndices tentaculares, capaces de partir barcos por la mitad, sacudían el maderamen del malogrado bajel que estaba a punto de irse a pique.

La bruja musitó una ininteligible palabra, mientras que alzaba una mano y la lanzaba furiosa contra algo invisible que sólo se hallaba en su mente. En ese preciso momento, el Kraken alzaba uno de sus ciclopeos tentáculos y lo descargaba con saña sobre la embarcación enemiga, zarandeándose violentamente. La mujer de ébano, volvió a repetir la ceremonia, pero esta vez, aunque el enorme monarca del mar obedeció la voluntad de Calypso, puso más resistencia a la dama vudú. A pesar de eso, nuevamente la titánica criatura atacó sin piedad, partiendo mástiles, cabos y velas por igual.

Cuando se disponía a repetir el proceso, una enorme bala de cañón se aproximó hacia su posición. Todo parecía que Calypso moriría en aquel lugar y que el Kraken quedaría libre sembrando el caos en la batalla, pero la silueta vaporosa del enorme enorme gigantón pétreo se antepuso frente a ella. La bala se detuvo sin explosionar cayendo a peso sobre la cubierta. El espíritu que hiciera de muro se deshizo en volutas. Ya no formaba parte del ritual, pero su gesto había salvado a la bruja...

Y al fin, el infierno se desató en alta mar. Los cañones rugieron con la potencia de mil tormentas. Nada más comenzar las maniobras, los marinos pudieron ver cómo un enorme apéndice tentáculado surgía de las profundidades marinas para apresar con férrea fuerza el casco de uno de los navíos que habían osado presentar combate contra el Inferno. Abraham miró nerviosos hacia atrás. No cabía duda de que era cosa de Calypso; esa mujer cada vez le daba más miedo. Al menos era bueno tenerla de su lado... Las primeras balas comenzaron a volar y los proyectiles silbaban a su alrededor como zumbantes moscas que anticipaban el festín de carne muerta que les aguardaba. Quinn alzó la pistola y tensó la mandíbula en una mueca feroz. Seleccionó al agraciado que iba a recibir el abrazo de la Parca y, tirando del gatillo, dejó que el mecanismo de muerte que encerraba su arma se pusiese en marcha. Del cañón salió un fogonazo y a su vez, el fuego vomitó plomo que voló hacia su objetivo portando un funesto mensaje. El marino volvió a guardar la pistola, pues ya había realizado su cometido, y lo había hecho bien. Sujetando con ambas manos su pesada hacha, aguardó a que la primera oleada de enemigos se aproximase. - ¡Vamos, nenas! - dijo, dirigiéndose a sus hombres - ¡No pasarán! ¡En cuanto abramos brecha, les vamos a enseñar cómo abordamos los Perros del Infierno! Jajajaja Toda la irritación y el malestar que había existido entre la tripulación desapareció de la mente de Abe; ahora, todos esos hombres eran hermanos, y como hermanos iban a luchar codo con codo. Su risa resonó en toda la cubierta. Estaba en su elemento: agua y sangre serían lo mismo en apenas unos momentos y el recio luchador se relamía expectante anticipando los gritos y el horror.

Justo en el momento que debía empezar el abordaje Abe se adelantó a todos dando el pistoletazo de salida hiriendo levemente en el antebrazo a un marineros que se disponía a invadir el Inferno colgado de un cabo... no fue una herida ni mucho menos grave, pero si lo suficientemente molesta como para que el pobre infeliz cayera al agua golpeándose en su trayectoria con troneras, casco y demás.

Tras el disparo del oficial de guerra vino la respuesta del enemigo, una veintena de mosquetes atronaron haciendo saltar astillas por todo babor del Inferno... la suerte fue que Harold había previsto este combate y las barricadas montadas justo en aquel costado minimizaron daños y bajas tanto en la andanada de cañonazos como en la de mosquetes, apenas un par o tres marineros resultaron heridos de poca importancia.

Aun no se había disipado la humareda de los mosquetes franceses cuando marineros y piratas empezaron a abordar a un costado y otro ambas naves... por el camino golpes y cuchilladas hicieron que muchos de ellos no lograsen cruzar o lo hicieran francamente malheridos.

Ambos barcos empezaban a tener brega en sus propias cubiertas y cuando el Sr Quimm disponía su hacha para la pelea vio como su capitán en un gesto inequívoco ordenaba que se abordase el Chasseur... Harold y los casacas defenderían el pabellón y a la bruja vudú junto a Burg y otros suboficiales.

          Desde su posición observó, cada vez más nervioso, como todo se volvía un caos de gritos, astillas y humo. Las pesadas balas de hierro destrozaban las cubiertas de ambos barcos, barriendo con sus andanadas todo lo que tenían por delante, incluyendo brazos, piernas y cabezas de desdichados que no habían sabido ponerse a cubierto, o cuya protección no había bastado. Casi podía oler la sangre en el aire, y en el ambiente se respiraba, casi incluso se saboreaba, la pólvora de los disparos de cañones y mosquetes al soltar sus mortíferos proyectiles. 

          Al lado del trabajo que estaba haciendo el kraken, guiado sin piedad por la bruja, la destrucción que estaban causándose mutuamente el Infierno y el Chasseur parecía un juego de niños. No quiso mirar lo que el monstruo marino estaba haciendo, ni pensar en que haría si lograra librarse de sus ataduras, pero aún así el estómago se le encogió, hecho un nudo, cuando vio por el rabillo del ojo como Calypso estuvo a punto de convertirse en poco más que una masa de carne sanguinolenta e irreconocible. No guardada siquiera una pizca de bondad hacia ella, pero si su muerte iba a ser seguida por la suya propia, prefería que tuviera mil trucos como aquél para mantenerla con vida. 

          Así que al parecer el problema no era ella, sino él mismo. Su propio pellejo es el que peligraba, del que debía preocuparse. Era el momento de sembrar su propia muerte, convertirse en el segador que, en el fondo, era en verdad. En su mano estaba el destino de aquellos hombres, y ese sino era morir. 

          Se sumergió en su propia magia, bebiendo de las energías que rielaban invisible para el mundo, pero no para él, y dejó que fuera este mismo poder el que tomara el control, fortaleciendo su cuerpo, mejorando sus reflejos, afinando su puntería. Sus manos dejaron de temblar, sus ojos se posaron en cada enemigo, aunque veían más allá, y se levantó de su cobertura mientras disparaba aún antes de darse cuenta de que ya había apuntado y encontrado un hueco, un punto débil, en uno de aquellos necios que apuntaban con sus armas sin saber lo que les venía encima.

Le Noir se erigió en una postura perfilada saliendo de su escondite para sorpresa de los asaltantes. Su acción fue tan rápida, impredecible y precisa que pareciera que siempre hubiese sabido lo que debía hacer en aquel momento preciso desde siempre y lo tuviese estudiado al dedillo... tal vez fuese así, en eso erradicaba la belleza del poder de aquel truhán pasado a defensor de la ley de Londhs.

Todo fue demasiado rápido como para que fuese perceptible para nadie, simplemente un tipo de negro apareció de la nada para disparar... nadie echó de menos o se extrañó cuando aquel marinero quedó parcialmente descabezado cesando su carga... las balas y la metralla eran en aquellos momentos parte del ambiente, tanto como el humo o la propia espuma del mar que salpicaba junto a la sangre las cubiertas de los tres navíos.

No se qué quieres que haga, pero no voy a cruzar de barco a barco.

Con una armadura pesada, escudo y tal ... es una forma ideal de alimentar a los peces. A no ser que este cascarón se empiece a hundir o se de la orden de abandonar el buque, quedo. Si veo que mis conocidos se marcha, voy con los casacas al puente a apoyar el combate allí.

A cubierto entre aquellas cajas apenas tenía campo de visión, en parte ese era el objetivo, permanecer protegido, pero también le impedía comprender totalmente lo que estaba ocurriendo en aquel rincón del océano Atlántico. El torrente de emociones y recuerdos que le agolparon en su cabeza le dispararon la adrenalina hasta el punto de no ser consciente de lo que pasaba hasta que aquellos enormes tentáculos, dignos de un dios primigenio dormido durante eones en alguna ciudad sumergida, se aferraron al casco del Archange Gabriel y lo empezaron a apretar con una fuerza que no era de éste mundo. Las cuadernas comenzaron a crujir a astillarse anunciando que en pocos minutos el navío se convertiría en pasto de las aguas y de las criaturas que las habitaban.

No tuvo mucho tiempo de maravillarse con la visión del kraken acabando con sus enemigos como en una epopeya griega, pues en el lado opuesto los cañones empezaron a vomitar fuego y plomo y a salpicar e muerte las cubiertas de ambos barcos.

Antes de que pudiese reaccionar, Le Noir ya había salido de su escondite y dado cuenta de uno de los asaltantes del barco que se movían por la cubierta. Entre la confusión, los gritos de guerra y muerte, todo se entremezclaba impidiendo analizar quienes eran sus rivales y quienes, simplemente, pasaban por allí, por lo que optó por seguir el ejemplo de su compañero y descargar su arma contra uno de los marineros del Chasseur que pululaban por la cubierta del Inferno al alcance de su pistola de duelo.