Partida Rol por web

Cámara del Solsticio

(y alrededores)

Tras la despedida de Alantar os reunís con el resto de presentes delante de la escalera. Arriba quedan aún Opilaf y Rupert, mientras que el Altísimo Consejero y la Tenebrïs se retiran a sus respectivos campamentos acompañados por sus séquitos. Con vosotras quedan las escoltas elfas proporcionadas por el Barón Zeläj, los druidas, la dríada, el hada y el Maestro Thömtûin Martillo de Oro, acompañante del Vitûr.

El hada revolotea a vuestro alrededor, riendo y pronunciando palabras que no podéis comprender, dejando una estela de un polvo brillante y rosado cada vez que sacude sus delicadas alas. El Maestro enano habla con el druida gurahl en una lengua que parece la de los enanos, articulando sonidos toscos y roncos. El resto os miran con curiosidad, y finalmente es la druida montada en el reno la que se acerca.

- ¡Saludos, Guardiana Skadi y Sacerdotisa Militsa! Soy Camyr, Jinete del Yermo y Archidruida del Círculo de la Sombra. Es un gran honor conoceros. El que habla con el Maestro Thömtûin Aûrjammer es Feddur, Caminante de Algar y Archidruida del Círculo de la Pradera. Mi acompañante centáuride, que no habla el común, es Bélkora, Protectora de Adnor y Archidruida del Círculo de la Luna. Y el anciano que habéis dejado allá arriba es Opilaf, el Sabio Maestro de Ûldatär y Archidruida del Círculo del Bosque. Todos fuimos elegidos por Beory en algún momento, al igual que vosotras. Ha sido Ella, nuestra Madre, quien nos ha convocado aquí para velar por vosotras y por aquello que portáis.

Notas un ligero cosquilleo en tu pierna, algo se mueve cerca de la gema, o puede que sea la gema en sí con sus raíces.

-Saludos Camyr, agradecemos su ayuda- hago una pequeña reverencia con la cabeza -Sinceramente, tenía mucho interés en conocerla a usted y a los demás druidas. Siento que si hay alguien que puede entender la responsabilidad que tenemos, esos son ustedes. Permítame que le pida algo. Estaría muy interesada en mantener una reunión con todos los druidas que habéis sido anteriormente elegidos, supongo que tenemos mucho que escuchar, aprender y preguntar-

- Claro, Sacerdotisa Militsa. Reunámonos en la intimidad de la Cámara. Pero os advierto que de todos nosotros sólo Feddur, el Maestro y yo hablamos el idioma común. ¿Alguna de vosotras dos conoce la lengua de los elfos del bosque? -pregunto mirando de reojo a Bélkora.

Vuestras escoltas elfas permanecen afuera con su enorme tigre. La dríada les hace compañía, y el hada revolotea de aquí para allá, curiosa y juguetona. Cuando el Vitûr y Aûrjammer se han marchado, los druidas se congregan en la Cámara para recibiros, tal como Militsa ha solicitado hace unos momentos.

Bélkora, Feddur, Camyr y Opilaf

Sobre vuestras cabezas una alta y tosca bóveda de piedras termina en un pequeño hueco por el que entra un tímido rayo de luz. Un agujero que perfora por su centro la Piedra del Altar, alrededor de la cual habéis estado debatiendo con los diplomáticos hasta hace un rato, sin ser conscientes de esta pequeña oquedad.

Ante la imposibilidad de poder comunicarnos con Bélkora, miro con asombro a Camyr -Pues no, yo no la conozco. Sería mucho pedir que, ¿hicierais de intermediarios ustedes? por favor- 

A continuación observo el pequeño agujero que comunica el altar con la cámara -¿A qué se debe la existencia de este agujero? pensaba que la cámara era completamente estanca- digo con suspicacia, pues seguro que está hecho a posta, ya que desde arriba no se aprecia nada  -"hay una doble intención en esto"-

- Haremos gustosamente de intérpgretes. Entgre nosotgros nos comunicamos siempgre en la secgreta lengua de los dgruidas. Una lengua que deberíais apgrender cuanto antes.

- En las paredes a nuestgro algrededor descansan los cuerpos de los héroes que defendieron Ûldatär durante la Guergra del Kaos. Esta cámara, este túmulo, este monumento funerario, fue erigido en honor a ellos durante los años posteriores al final de la gergra. Un lugar así, con cuerpos en descomposición, debe estar bien ventilado. Sien embargo... cierto es que también es posible escuchar las conversaciones en torno a la Piedgra del Altar con una nitidez pasmosa desde aquí abajo. Este es el secgreto de la Cámara, que os confiamos.

Había entrado junto a Militsa a la Cámara todavía fascinada por aquellos llamados druidas. Durante toda mi vida no había tenido la ocasión de ver algo igual y al menos entre ellos sentía que podía bajar la guardia, que nos encontrábamos seguras en su compañía. 

—El honor es nuestro —respondo a la archidruida Camyr inclinando la cabeza, aunque es Militsa quien toma la palabra.

Con todos allí reunidos alzo la cabeza para contemplar la sala y como mi compañera, me dijo en el haz de luz que se abre paso entre la oscuridad. 

—¿Habéis escuchado entonces las palabras que se han pronunciado junto a la Piedra del Altar? —pregunto para saber si todos estaban al día, o al menos aquellos que hablaban común —. Junto a ella la Sacerdotisa ha lanzado una propuesta, la cual cada vez tiene más fuerza también en mis pensamientos. Opilaf ya ha examinado la gema y sabe el poder que posee, ¿por qué entonces dársela a una de las facciones en vez de ser los elegidos de la Diosa Madre quienes la utilicen para su bien?

No sabía si me estaba adelantando a las palabras de Militsa, o por qué quería reunir a los druidas, pero yo no podía quitarme ese pensamiento de la cabeza. 

- No hemos escuchado nadä, pues estábamos afuera con las comitivas diplomáticas. Pero de haber estado aquí, sí lo habríamos hecho. De todos modos no tenemos secretös entre nosotros, y Opilaf nos contará todo.

- El deber del Cónclave es decidir el destino del objeto, no entgregarlo a una de las facciones. Sabia reflexión, Guardiana Skadi. Sin embargo nosotgros no podemos participar de esa decisión ni influir en vosotgras. Es una de las reglas del Pacto de Ûldatär para mantener la paz. Sólo podemos aceptar lo que decidáis los cinco.

- Conoco su poder, sí. Lo podido setir al velo. Pero sigo sin saber kés. Y por ké neta Disa Made os lo etegó. No peso ke se una gema. Una poderosa fete de vida peso ke pede ser. Tego muxas dudas, emanas.

- On neneitod ropek, on somartal Assanÿa.

- Dice que deberíamos dejar a Assanÿa que examinase el objeto fgruto del Árbol Saggrado de Beory.

- No. Las Elegidas no keren. Lojeto pemanecerá ocuto ata depés dela votacón.

- On eikner somart, boetök aneid sam, Bélkora.

-Aunque seguimos firmes en nuestra decisión de no volver a mostrarlo, tengo curiosidad, ¿Quién es Assanÿa?-

- Assanÿa es nuestgra hermana dgríadä, esa fascinante cgriatura que habéis visto antes. La más antigua y cercana a Beöry de todos nosotgros. La más sabia y neutgral también. Si alguien puede saber algo acerca del el secgretö de ese objeto, es ellä. Pero... debéis tener cuidado, pues las dgríadäs son capgrichosas, y no acostumbgran a relacionarse.

Ante lo que nos dicen miro a Militsa y aprieto los labios pensando en si quedarme callada, pero al final no lo hago. Se que ella es reticente a mostrarle el objeto a nadie, pero ninguna de las dos tenemos el conocimiento necesario como para saber qué es la gema que la Diosa Beory no ha entregado.

—Quizá debiéramos hacerlo, dejar que la dríada lo examine —digo acercándome un poco ella, bajando la voz buscando un poco de intimidad entre nosotras —. Sé que no quieres que nadie más lo vea, pero si queremos tomar una decisión sabia y elegir cual será el mejor futuro de la gema nos ayudaría saber cuál es su poder. Puede que ni siquiera sea útil en manos de los enanos, ni pueda mezclarse con la magia de la que habla el Alto Consejero. Ni siquiera Opilaf fue capaz de ver más allá, pero si esa criatura está tan unida a la Diosa Madre... tan solo te pido que lo pienses, haremos lo que decidas.

Al escuchar las palabras de Skadi, tomo conciencia de que en todas las decisiones que hemos de tomar, las debemos hacer las dos. Ella siempre apoya mis actos, sin cuestionarlos y en esta ocasión, ante su insistencia y con los argumentos que me expone, no puedo obviarlos - Tienes razón, Skadi. Hay veces en las que aferrarse a una idea, lo único que se consigue es que el punto de mira se estreche. Y este caso, no es el más indicado, debemos ver más allá- respondo a mi compañera con una sonrisa de complicidad.

Opilaf asiente ante la decisión que habéis tomado y sale de la Cámara. Al poco vuelve acompañado por Assanÿa, la dríada.

Assanÿa es tan alta como un árbol, y tan hermosa como las estrellas. Se mueve despacio, como una suave y agradable brisa, agachando su cabeza para no rozar el techo, caminando grácilmente hacia vosotras, acariciando con sus agrietadas manos los nichos de las paredes. El crujir de la madera de su cuerpo os recuerda a un bosque en primavera, y su olor al de la hierba húmeda después de la lluvia. Cuando os mira lo hace con tal dulzura que no podéis evitar estremeceros, como si os estuvieseis asomando al mismísimo abismo del tiempo.