Brindlewood Bay se desperezaba una mañana más. El olor a salitre inundaba las calles y el aroma a café recién hecho el de muchos hogares de este entrañable pueblo costero. Prometía ser un día caluroso y agobiante, especialmente por todos esos turistas que llegaban en plena temporada alta para dejarse el dinero en crema solar y baratijas de las tiendas de recuerdos.
Convenientemente alejada del bullicio costero, la pequeña librería The Candlelight recibía a sus clientes con una pizarra. Escrito a tiza había un par de mensajes:
Libros de bolsillo en oferta. ¡No vaya a la playa sin su ejemplar de Blackwater!
Club de lectura de las Expertas del crimen: Primera planta.
Y así, si uno pasaba la gran mesa central atiborrada con los últimos best seller y se dirigía a la escalera de la derecha, podía oír las risas y comentarios de nuestras cinco protagonistas. Mientras discutían sobre el último libro de su saga favorita, Los misterios de la corona de oro —que narraba las aventuras de la superdetective trotamundos Amanda Delacourt—, alguien se aproximaba subiendo pesadamente los escalones.
Pregunta de rigor para comenzar la aventura con buen pie:
Mientras la cámara va mostrando detalles de la estancia donde celebráis las reuniones de las Expertas del crimen, ¿qué vemos que nos indique cómo habéis personalizado el lugar?
Podéis contestar como parte de la narración, a vuestro gusto (siempre que mantenga la coherencia con la historia que vamos tejiendo).
Resollando y maldiciendo todos y cada uno de los escalones que conducían a la primera planta de la librería, subía el sheriff Wyman Dalrymple, un viejo conocido de las Expertas.
Las cinco jubiladas allí reunidas habían ayudado más de una vez al sheriff y a sus hombres a resolver casos que habían dado auténticos quebraderos de cabeza a la policía. Pese a que debería mostrarse agradecido, Dalrymple era un gruñón de mediana edad que prefería comerse un bocadillo de alfileres antes que ver su orgullo pisoteado por un club de aficionadas a las novelas de misterio.
No había que ser Amanda Delacourt para adivinar que la visita del sheriff no era precisamente por cortesía.
—Buenos… uf… días tengan, señoras.
Agnes estaba sentada en su silla reservada al lado de la ventana, junto a la planta de interior cuyas hojas más bajas habían sido arañadas y mordidas por Mr. Pickles. Ese era su sitio por que hacía un año trajo una cama para su gato y la colocó en la ventana y desde entonces tan solo se había movido del sitio para lavarse. El gato blanco de pelo largo miraba a un pájaro posado en un cable eléctrico en frente de la librería y chasqueaba los dientes con intenciones depredadoras mientras que su dueña utilizaba una barra de pegamento para untar unas fotos del club de lectura de las cinco miembros que habían tomado en su último caso para colgarlas en el corcho de la entrada, donde se encontraban recuerdos de todas ellas juntas.
-Querida, puedes pegarla tu- le comentó a su amiga Muriel sentada a su lado -Tienes ese ojo artista que las demás no y seguro que la colocas mejor que yo.
Cuando su amiga se fue a colocar la foto le susurró al resto del grupo -Ya sabéis que si no la colocamos como a ella le gusta se pasará toda la tarde quejándose jajaja que mala soy- comentó riéndose por lo bajito.
Agnes abrió su copia de Los misterios de la corona de oro -Que os a parecido queridas? A mi me gustó la parte en la que su guapo compañero Arquimedes se sumergía en la piscina sin camisa para igualar el peso del oro y como Amanda se quedaba boquiabierta al ver que en realidad no estaba flacucho jiji.
En aquel momento el sheriff subió las escaleras con bastante esfuerzo y Agnes le recibió con una sonrisa.
-Buenos días Querido, como se encuentra Gunter? Le vi llevarlo al veterinario espero que no fuera nada grave, ya sabe que puedo cuidárselo cuando lo necesite- Gunter era el pequeño chihuahua que el señor Dalrymple se compró pensando que sería un pastor alemán y podría convertirlo en un fiero perro policía.
El ego del sheryff Dalrumple se topó con los recortes del diario que relataban cómo las expertas habían resuelto diferentes casos. En muchos de los recortes le daban la mano al alcalde, recibiendo todo el reconocimiento que el sheryff nunca había tenido. Una ilustración de Amanda Delacourt reinaba por encima de los recortes como una especie de tótem neopagano, enmarcado con todo tipo de brillantes piedras rosas. Rosas también eran las sillas, cortesía de un diseñador para el que la empresa Pinkman proveía. En una mesita rosa en la esquina había una caja de bombones, una tetera de plata, tasitas, un cajón con cucharitas y sobres de azúcar de bar, y una calentadora eléctrica de agua. Junto a la mesita se encontraba Rosa antes de que el sheryff llegara, preparando un té. ¿Lo queréis con azúcar, queridas? Rosa escuchó el comentario sobre el libro, y opinó. A mí me habría gustado que terminase con Virginia, tenían mucha más química que con Arquimedes, huhuhu.
Entonces llegó el Sheryff, y Rosa se le acercó con la caja de bombones. Buenos días, Wyman, ¿ha adelgazado? ¿Ha cambiado de peluquero? Díganos cual es su secreto para estar tan guapo. Aunque supongo que no solo ha venido a presumir su belleza. ¿Le apetece un bombón? Acabo de hacer té.
Luna observaba la escena con una sonrisa serena, sus ojos verdes brillando con una mezcla de diversión y curiosidad. Sentada en una silla de madera, llevaba su túnica color tierra, adornada con pequeños bordados en tonos vibrantes que parecían danzar con cada movimiento. Entre sus dedos jugaba distraídamente con un pequeño amuleto de piedra turquesa, sintiendo la energía calmante del mineral.
Mientras Agnes y Rosa se enzarzaban en su animada charla, Luna se mantenía en silencio, escuchando con atención pero sin sentirse obligada a intervenir. Cuando Agnes mencionó la escena de Arquimedes, los labios de Luna se curvaron en una sonrisa suave. En su mente, no era la atracción física lo que importaba, sino la conexión más profunda entre los personajes, esa danza de energías y vibraciones que podía percibir más allá de las palabras impresas. El tintineo de sus pulseras resonó suavemente mientras se acomodaba en su asiento, observando cómo el sheriff Dalrymple subía pesadamente los escalones. Luna no se apresuró a intervenir; sabía que su presencia, tranquila y acogedora, era suficiente para suavizar el ambiente.
Cuando el sheriff finalmente llegó a la cima, Luna lo miró con una mezcla de compasión y comprensión. Podía sentir el peso de su orgullo herido, la lucha interna que siempre acompañaba sus visitas al club. Cuando Agnes le preguntó por Gunter, Luna inclinó ligeramente la cabeza, conectando con el pequeño animal en su mente. "Los animales siempre saben cuándo son amados", pensó. Con su voz suave y llena de calidez, intervino finalmente, dirigiéndose al sheriff con una mirada de profunda empatía.
-Sheriff Dalrymple, la energía de este día es especialmente densa, ¿verdad? -dijo, mientras jugueteaba con una flor de lavanda que llevaba en el pelo- Pero siempre hay una forma de encontrar armonía, incluso en los momentos más complicados. Si necesita un momento de calma, quizás una breve meditación con nosotros podría ayudarle a centrarse.
No esperaba que el sheriff aceptara su oferta, pero sabía que, de algún modo, sus palabras encontrarían un lugar en su corazón, plantando una semilla de serenidad en medio de su agitada mente. Mientras hablaba, su voz fluía como un río, sin forzar, sin imponer, simplemente ofreciendo su luz como un faro en medio de la tempestad. Luna confiaba en que, tarde o temprano, el sheriff también encontraría su paz, tal como ella lo había hecho a lo largo de su vida.
Muriel se había sentado cómodamente en su lugar, donde podía dejar a su lado la cama de Kumiko para mirarla de vez en, le encantaba verla dormida, pues a sus ojos parecía un "bebé".
- Siempre picando ¿eh Agnes? - suspiró pero hizo lo que le pedía, pues aunque nunca lo admitiría, llevaba razón. Cogió la foto y renqueando escogió un lugar que tenía buen feng shui por la energía que le transmitía, había aprendido mucho en su estancia en la comuna acerca de como organizar los espacios para lograr un equilibro con el mundo natural. Una vez colgado sonrió al ver el cuadro que había pintado para adornar la sala, uno de una grulla blanca sobre fondo oscuro, aquel animal era un símbolo de buena fortuna y longevidad, justo lo que les hacía falta a ellas.
Sonrió al escuchar la referencia acerca de Arquímides, también lo había pensado cuando había leído aquella escena, le había recordado a su Gale por un momento...
Una vez acabado su trabajo, se sentó de nuevo y observó como el sheriff subía agotado tras su terrible batalla contra las escaleras, era un hombre difícil de tratar, y ella ya no estaba para andarse con rodeos, así que decidió saludar simplemente, si tenía que intervenir, ya buscaría el momento.
Millie se encontraba zarceando en su teléfono móvil para mandarle un mensaje a Clara, su nieta. Era un teléfono de ultimísima generación que le había regalado su adorada nieta y que Millie apenas entendía. Para colmo, la pantalla aquella brillaba como un demonio y cegaba los cansados ojos de Mildred. La anciana llevaba puestas unas enormes gafas que solo lucía para leer la letra más pequeña, cuando su presumido orgullo le permitía hacerlo.
—Chica, pues tienen que hacer esto tan complicado... —finalmente logró mandarle el mensaje a Clara y se centró en lo que decían sus amigas del club de lectura sobre el libro de la señorita Delacourt—. ¡Ay, como siempre centrándoos en las banalidades! —dijo a modo de reprimenda—. ¿Y que os ha parecido el giro final en la trama? ¡Jamás se me hubiera ocurrido sospechar del señor Worthington, el mayordomo de la familia!
Aquel rinconcito de la biblioteca, que ya consideraban suyo por derecho —no os podéis imaginar lo violento que fue cuando otras señoras se sentaron allí a leer sus libros y beberse su café—, estaba decorado con las aportaciones de cada una de ellas. Millie había traído su vieja colección de periódicos y recortes de revistas junto a una cajonera donde guardó todo ello. Las malas lenguas insinuaban, sin fundamento, que lo había hecho para deshacerse de cosas viejas que no hacían más que acumular polvo en su casa. Sin embargo, aquellos periódicos y revistas ya habían sido útiles en más de un caso, como cuando descubrieron que la coartada del señor Ashbourne sobre la sospechosa muerte de su esposa no se sostenía, pues en junio de 1977 él estaba en Brindlewood Bay recibiendo un premio de pesca, y no en Aruba como pretendía alegar su defensa.
El shérif Dalrymple hizo su jadeante puesta en escena mientras debatían sobre Los misterios de la corona de oro y Millie torció el morro. En parte porque le recordaba a la versión satirizada de Lestrade, pero principalmente porque Wyman era el hermano de la esposa de su hijo Robert, y la relación entre madre e hijo se había enfriado por culpa de aquella arpía. Así que el sentimiento de desprecio entre ambos era mutuo.
—Ya decía yo que los pastelitos de Muriel corrían a esconderse... —murmuró lo suficientemente alto para que el shérif le escuchase y desviando la mirada con orgullo del grasiento policía.
El sheriff se dejó caer pesadamente en una de las sillas rosa Pinkman. Tenía la frente perlada de sudor y, si su orgullo masculino no se lo impidiese, habría sacado un abanico con el que apaciguar aquella calurosa mañana. Recorrió la estancia con la mirada, desde el póster de Amanda Delacourt hasta el cuadro de Muriel, tratando de no fijarse demasiado en los recortes de prensa que relataban los casos resueltos por las Expertas del crimen. Luna, Rosa y Agnes fueron las únicas que se mostraron amigables con él.
En cuanto recuperó el aliento, regodeándose quizá en la expectación que había generado en aquel club de lectura, habló por fin.
—Puede ahorrarse los chistes de gordos —dijo, mirando a Mildred—. Llevo toda la noche sin dormir y he tenido que venir a toda prisa porque no me ha quedado más remedio. En cuanto a Gunter: se encuentra bien. Solo tenía problemas de estómago por el pienso alto en proteínas con el que le estaba alimentando.
Carraspeó. No había venido allí a desayunar y mucho menos a estar de cháchara.
—Será mejor que vaya al grano: hace un par de noches sacaron de la bahía el cadáver de Albert Krause.
El señor Krause no era un desconocido para las Expertas. Se trataba de un adinerado hombre de negocios, dueño de una gran compañía y que gozaba de cierta popularidad en Brindlewood Bay. Tanto él como su familia eran socios habituales en el club deportivo del puerto y solían gastar bastante dinero en diferentes locales cerca de la playa. Su yate, La Dama Regia, solía ser la joya de la corona entre los los humildes pesqueros, veleros y lanchas, solo eclipsado ocasionalmente por la fugaz visita de uno de aquellos cruceros llenos de turistas.
Aunque eran de Boston, la familia Krause solía veranear habitualmente en Brindlewood Bay. Tanto el propio Albert como su mujer Alison, obsesionada con celebrar eventos benéficos en el club deportivo, como sus hijos Sara, David y Emily. Sara era la más humilde, ama de casa y madre de tres retoños. David tenía una galería de arte en la gran ciudad de la que siempre alardeaba, y terminaba siendo la comidilla por su atrevido sentido de la moda, llegando a lucir en varias ocasiones boas de plumas en deslumbrante rosa Pinkman. Emily, por su lado, era la más reservada y solía pasarse los veranos en lo que los jóvenes llamaban "LAN party", una auténtica geek de los ordenadores.
Conocisteis a alguno de los hijos de Krause hace varios años. ¿Qué circunstancias rodearon aquel encuentro?
Luna escuchó atentamente mientras el sheriff Dalrymple hablaba, sintiendo en su voz una mezcla de cansancio y frustración. No le sorprendió que su tono fuera cortante, especialmente hacia Mildred, pero como siempre, Luna mantuvo su semblante sereno. Sabía que las palabras duras no eran más que una armadura que el sheriff usaba para proteger su vulnerable interior.
Cuando mencionó a Albert Krause, la expresión de Luna se tornó más seria, pero no perdió su calma habitual. Cerró los ojos por un breve instante, como si buscara en su memoria, pero también en las energías que le rodeaban, intentando comprender la gravedad de la situación. El nombre de Krause resonaba en su mente, no solo como el hombre de negocios adinerado que todos conocían en Brindlewood Bay, sino como alguien con quien ella había cruzado caminos en más de una ocasión.
Hace varios años, Luna había tenido un encuentro curioso con uno de los hijos de Krause, Emily. Fue durante uno de los festivales de verano en Brindlewood Bay, cuando la pequeña tienda de Luna, Armonía Cósmica, había montado un pequeño puesto al aire libre para vender inciensos, cristales y ofrecer lecturas de tarot. Emily, apenas una adolescente en aquel entonces, se había acercado tímidamente al puesto, atraída por las piedras y amuletos que Luna exhibía. Aunque Emily era conocida por su carácter reservado y su pasión por la tecnología, aquella tarde algo la llevó hacia Luna.
-Recuerdo a Emily, la hija menor de Albert -dijo Luna, abriendo lentamente los ojos y fijándolos en el sheriff- Era una joven intrigante, muy diferente a su familia. Mientras los demás se preocupaban por su apariencia y sus eventos, ella parecía perdida en su mundo de códigos y computadoras. Sin embargo, una tarde, se acercó a mi puesto. Había algo en su energía, una mezcla de curiosidad y confusión, como si estuviera buscando algo que ni ella misma comprendía del todo.
Luna sonrió levemente al recordar aquel momento. Había sentido que Emily estaba luchando por encontrar su lugar en un mundo que no siempre la comprendía, rodeada de una familia que, aunque la amaba, no lograba conectar con ella en profundidad.
-Emily eligió una piedra de amatista -continuó Luna, su voz suave y llena de nostalgia- Me dijo que le gustaba porque la hacía sentir tranquila, como si fuera un ancla en medio del caos. Le hablé de cómo la amatista podía ayudar a calmar la mente y a encontrar claridad en medio de la confusión. No sé si la utilizó alguna vez, pero hubo un momento en el que sentí que nuestras almas conectaban, aunque fuera brevemente. -Luna volvió a mirar al sheriff, esta vez con una expresión de sincera preocupación- Albert Krause era un hombre con muchas facetas. En el negocio, era implacable, pero en el fondo… había algo más, algo que siempre permaneció oculto a los ojos de los demás. Ahora que ha fallecido, me pregunto qué secretos se llevaría consigo, y cómo afectará esto a los que le rodean, especialmente a Emily.
Luna podía sentir la tensión en el aire, como si cada una de las Expertas del Crimen estuviera procesando la información a su manera. Sin embargo, Luna, fiel a su naturaleza, no apresuró sus pensamientos. Sabía que el universo tenía sus propios tiempos y que, eventualmente, la verdad saldría a la luz, como siempre lo hacía. Pero mientras tanto, ella estaría allí, como un faro en la niebla, guiando a sus amigas y, tal vez, incluso al propio sheriff, en la dirección correcta.
Mildred mantuvo su mirada desafiante con toda la dignidad que tenía dentro mientras sus manos arreglaban el dobladillo de su falda sin sentirse culpable por el sarcástico comentario hacia el policía, aunque le preocupaba la salud de Gunter y se alegró de que la cosa no fuera grave. Millie sentía más empatía por el perro que por su dueño. Sin embargo, la noticia que les traía el shérif cayó sobre ellas como un jarro de agua fría. Millie sintió que el aire se volvía denso por un instante. Su primera reacción fue llevarse una mano a la boca mientras sus ojos se agrandaban.
—¡Oh, cielos! —exclamó con el aliento entrecortado antes de forzarse a recuperar la compostura y echar mano al broche que lucía aquel día, como si su tacto pudiera darle la calma que necesitaba en aquel instante.
Varios años atrás, durante uno de esos veranos en los que la familia Krause pasaba la temporada en Brindlewood Bay, Millie tuvo un encuentro peculiar con Sara, David y Emily. Había sido en un evento benéfico organizado por Alison Krause en el club deportivo, para recaudar fondos para una causa que ahora le resultaba borrosa. Millie, en su rol de locutora antes de que su programa fuera cancelado y ella forzada a la jubilación, había sido invitada a cubrir el evento y a entrevistar a algunos de los asistentes para un segmento especial.
Fue allí donde Millie conoció a los hijos de Krause. Especialmente recordaba a Sara, la mayor. En aquella época, Sara todavía no se había convertido en el ama de casa que es hoy. Era una joven vivaz, recién casada, con una mirada llena de sueños y ambiciones que terminaron apagándose en el cuidado de la casa y de sus hijos. Pero Millie la recordaba en aquel entonces como una mujer muy dulce, pero también algo inquieta, como si estuviera buscando algo más en la vida que aún no lograba definir. Durante el evento, Millie y Sara coincidieron en la mesa de los postres, ambas elogiando la tarta de limón que había preparado una de las vecinas del pueblo. Fue allí donde Sara le confesó, entre risas, que no estaba segura de querer seguir el camino tradicional que su madre esperaba de ella. Le habló de su deseo de viajar, de quizás abrir algún día un pequeño negocio, algo que la apasionara y le permitiera escapar de las expectativas que la rodeaban. Millie la había escuchado con atención, compartiendo algún que otro consejo basado en sus propias experiencias de vida. Aquel encuentro quedó grabado en la mente de Millie no solo por la conversación, sino también por la sensación de que Sara era una joven en una encrucijada, una alma libre que aún no había sido completamente domesticada por las responsabilidades que, con el tiempo, terminarían por moldearla en la mujer que era ahora.
Rosa se imaginó el pobre cadáver en la bahía, se sorprendió, se asustó, y lo expresó: ¡qué horrible! Y se comió un bombón. Luego fue a sentarse en las sillas a juego con su conjunto, digiriendo esta noticia tan horrible. ¿Cómo están sus hijos?
Rosa había conocido a David, y le había parecido todo un caballero. Cuando Robert murió, David organizó una galería de arte en su memoria, con montones de artículos pigmentados con rosa Pinkman. Invitó a Rosa, Roger, y Lily, y los tres asistieron. Hubo champagne, aperitivos, y mucho arte. David se mostró atento y considerado con Rosa, todo un anfitrión, y consiguió hacerla reír un rato. Roger y Lily no tuvieron la misma impresión. Roger le contó que pasado el suficiente rato como para pillar el puntillo, David lo invitó a hablar a solas, y le propuso comprar la empresa Pinkman a un precio ridículo. Roger pensó que se trataba de una broma, pero David insistió hasta terminar con su paciencia. Lily contó que estuvo toda la noche intentando llevársela a la cama a pesar de su explícito rechazo. Pero todo eso no cambió la impresión que Rosa tenía de David, pensó que sus hijos exageraban por envidia de ese encantador y bien vestido caballero.
Cuando Robert murió, David organizó una galería de arte en su memoria. Me gustaría organizar algún evento para animar a los hijos, ¿me ayudaríais, queridas?
Cuando el policía fue al grano Muriel cerró los ojos un momento para aceptar la noticia, silenciando todo a su alrededor, era su manera de mostrarle respeto al fallecido, o así al menos, lo veía ella.
Una vez volvió a abrir los ojos escuchó a sus compañeras compartir algún recuerdo con la familia Krause, ella misma entonces, reflexionó, haciendo un recorrido por su memoria hasta quedarse pensando en un momento, con Sara, recordaba haber coincidido en el parque, mientras sacaba a su perrita, los niños le habían pedido jugar con Kumiko, a lo que ella, viendo que estaban bien educados se había mostrado de acuerdo, mirándoles siempre de reojo, la madre de los críos se había sentado con ella en uno de los bancos de hierro y habían conversado de la vida. Le había caído bien la mujer, no era un monotema acerca de los niños, no, sintió que podía hablar de ella de cualquier cosa, y como los retoños estaban entretenidos, se les pasaron las horas hablando como si nada. Recordaba también sentirla como una mujer hogareña, entregada a su familia, pero que a la vez tenía alguna que otra afición a la que se dedicaba siempre que la dejaban, estaba segura de que la muerte de su padre le habría afectado, y pensó en hacerle una visita en cuanto pudiese.
- Por supuesto Rosa - contestó al oír la proposición, era una buena idea - y si os parece bien, y alguna quiere acompañarme me gustaría ir a visitar a Sara, recuerdo que me cayó en gracia un día que coincidimos en el parque al que suelo ir con la pequeñaja - añadió mirando de soslayo al animalito dormido. Luego se quedó un momento meditando y miró al Sheriff - e intuiremos que no ha sido un simple ahogamiento, ¿verdad? - esperaba que el hombre no les diese la información a cuenta gotas...
Agnes recibió la noticia de la muerte de Albert su cara adoptó un semblante triste, tardó unos segundos en procesar la noticia y después de que sus amigas intervinieran decidió contar su historia con la familia Krause-
Recuerdo al padre de Albert, Albert Krause senior. Viví en Boston unos años en mi juventud y ese hombre ya era conocido en aquel entonces. Yo trabajaba como guía turística y aquel hombre solía venir a verme para pedir consejos de escalada. Albert junior y Albert senior siempre iban juntos cuando el fallecido aún era un niño, hasta que un año intentaron subir al monte de Boston solos; su padre sufrió un accidente y cayó de más de 50 metros sobre unas rocas afiladas como cuchillas- la anciana hizo una pausa dramática y prosiguió - Pero en aquella época los hombres eran más duros y solo se rompió una pierna. Pero su hijo decidió no volver a escalar mas por miedo a más accidentes.
Agnes hizo otra pausa para acariciar a Mr. Pickles -Poco después me mude a Brindlewood Bay y no volví a ver al pequeño Albert hasta años más tarde, siempre sospeché que de pequeño se había enamorado de mi y me siguió hasta aquí para declararse, pero pasaron los años y nunca se atrevió a dar el paso- La cuidadora de animalitos oficial de la ciudad ignoró el hecho que estaba casado y con hijos por que no encajaban en el final de su historía, pero tampoco conocía directamente a ningún otro miembro de la familia.
-No me quería ir por las ramas y hacer perder más el tiempo a nuestro apuesto sheriff, dígame, podemos asumir que ocurrió algo en la "Dama Regia"?
El sheriff fue paciente y esperó a que terminasen de darse las condolencias. En cierto modo disfrutaba de la expectación, quizá por su tenue vena teatral.
—Asume bien, Agnes. Y, si quieren hacerle una visita a la familia Krause, tienen mi permiso. Es más, hasta se lo recomendaría. Ahora mismo se encuentran anclados en mar abierto, todos retenidos hasta que termine la investigación.
Sopesó las miradas de todas, saboreando la intriga del momento. Sabía que eso pondría de los nervios a Muriel y no podía resistirse a chincharla.
—A ver, les explico la situación al detalle: el cuerpo lo encontraron unos pescadores. El testimonio que ha dado la familia es que se encontraban en una pequeña fiesta familiar nocturna. Al parecer, Albert había bebido más de ma cuenta y cayó a plomo a las oscuras profundidades. Según su mujer, estaba muy oscuro y no pudieron hacer nada cuando le oyeron precipitarse.
»Nos llamaron inmediatamente, pero nuestras lanchas no fueron capaces de encontrar ni un mísero zapato. Eso es precisamente lo que me mosquea. Puedo entender que alguien empine el codo y se caiga por la borda, ¿pero que no aparezca y lo terminen encontrando a la mañana siguiente? Tuvo que hundirse como mínimo. Aquí hay gato encerrado, se lo aseguro.
»El caso es que, como sabrán, estamos muy mal de fondos. Ni siquiera hemos podido enviar el cuerpo a una morgue. Etienne, el pescadero, nos ha permitido conservar el cuerpo en uno de sus frigoríficos. Ya imaginarán el percal. Entre eso y que el mayordomo no deja de entrometerse… Vamos, que no me ha quedado más remedio que recurrir a ustedes. Tienen un don para entrometerse hasta en los lugares más recónditos y resolver los misterios más disparatados. Este les viene como anillo al dedo. Porque, me ayudarán, ¿no?
Luna escuchaba cada palabra del sheriff con una expresión serena, sus ojos verdes fijos en él, llenos de una tranquila curiosidad. A pesar de la gravedad de la situación, no había rastro de ansiedad en su rostro. En cambio, había una calma innata, una certeza de que todo lo que debía revelarse lo haría a su debido tiempo.
Cuando el sheriff mencionó que la familia Krause estaba retenida en mar abierto, un suave suspiro escapó de sus labios. Miró a sus amigas, y por un momento su mirada se detuvo en Muriel. Luna entendía la inquietud de su amiga, pero no pudo evitar sentirse ligeramente divertida por la astucia del sheriff, siempre buscando maneras de jugar con las emociones del grupo.
-Sheriff Dalrymple, su intuición es correcta -dijo Luna con su voz suave, como si estuviera cantando una melodía- Aquí hay más de lo que parece. El agua es un espejo, a menudo nos muestra lo que queremos ver, pero también esconde lo que no estamos preparados para enfrentar. Albert Krause…
Sus palabras se desvanecieron mientras cerraba los ojos, tratando de conectar con la energía de la situación. Luna siempre había tenido una afinidad especial con el agua, esa energía fluida que podía tanto sanar como destruir. Sabía que el mar podía ser un guardián de secretos oscuros, pero también un camino hacia la verdad. Abrió los ojos lentamente y miró al sheriff, sus labios dibujando una ligera sonrisa.
-Creo que aceptaré su invitación para visitar a la familia Krause. Quizá la atmósfera del yate pueda revelarnos algo que no se puede encontrar en tierra firme. A veces, los lugares llevan consigo las vibraciones de los eventos que allí ocurren, y yo puedo sentir que este caso tiene una corriente profunda que aún no hemos descubierto. -Mientras hablaba, Luna se inclinó ligeramente hacia adelante, su tono lleno de una serena convicción. -Ayudaremos, por supuesto. Pero no solo con nuestras mentes, sino también con nuestros corazones. A veces, las respuestas no están en los detalles evidentes, sino en lo que sentimos al estar allí. Y aunque este misterio puede parecer complicado, tengo la sensación de que, con el tiempo, la verdad se aclarará como el agua bajo la luz del sol.
Luna tomó una pausa, dejando que sus palabras calaran en los presentes. Sabía que cada una de las Expertas tenía sus propias habilidades únicas para ofrecer. Ella aportaría su percepción y conexión espiritual, una perspectiva diferente pero complementaria a las demás.
-Y tal vez, sheriff, mientras ayudamos a resolver este enigma, también podamos encontrar un poco de paz para la familia Krause. Porque al final, incluso en medio del misterio, lo más importante es sanar.
Con esas palabras, Luna se recostó de nuevo en su silla, dejando que la serenidad del momento la envolviera. Ella sabía que este caso les llevaría a lugares oscuros y desconocidos, pero también sabía que estaban listas para enfrentarlo juntas, como siempre lo habían hecho.
Rosa se fue levantando del asombro, cada vez más emocionada, cada vez más exitada por el misterio. Y además, si iba a ver a la familia, iría en barco, como en los viejos tiempos con Robert y los niños, o con sus amantes. Le apetecía mucho ir en barco.
Sabias palabras, Luna, aquí hay un misterio que se debe resolver. Después de ver a la familia, podríamos ir a ver el cuerpo. Podemos, ¿verdad, Wyman, querido? Ah, y me gustaría pasar por mi casa antes, quiero hornear un pastel para acompañar en el sentimiento a la familia Krause. ¿Y quizá pongo un poco de ingrediente especial para que se vayan de la lengua. Le sonrió a su buen vecino Wyman con mucha ternura.
Agnes acercó la silla hacía Wyman puesto que su sordera llevaba años impidiéndole seguir una conversación larga si no prestaba toda su atención. Cuando el joven policía terminó, la anciana se quedó pensativa, mientras sus amigas hablaban, pero algo de lo que dijo Rosa la llamó la atención.
-Rosa querida, vas a hornear un pastel para 'acampar en sus asentamientos'? La familia está en alta mar y allí no se pueden hacer picnics, la edad no perdona...
Pero antes de que nadie la sacara de su error se dirigió de nuevo hacía el Sheriff.
-Que bien te explicas cariño, no me extraña que te nombraran Sheriff tan joven... Estoy segura que Etienne no tiene inconvenientes en ayudarnos, trabajé con él un verano en industrias pesqueras Osaka, ese muchacho tenía madera, sacaba tripas con el cuchillo como un campeón... si alguien me acompaña podríamos revisar el cuerpo mientras las que teníais más relación con la familia les hacéis una visita- propuso la señora dirigiendose al final hacia la mesa.
-Pero hay algo en lo que se equivoca joven- Dijo misteriosamente girándose de nuevo hacia Wyman -El gato nunca está encerrado, siempre anda suelto- Y Mr. Pickles saltó sobre la mesa con gran majestuosidad.
Muriel prestó toda su atención al Sheriff, cada detalle contaba y si quería ser como su querida Amanda Delacourt, tenía que ser capaz de ayudar al hombretón junto a sus amigas.
Cierto era que la historia no acababa de encajar...
- Sospechoso sin duda, querido, ¿mentirá la familia? Me encantaría acompañaros a todo lo que habéis comentado y en particular a ver a Sara, estoy segura de que me recibirá, después de todo parecía una mujer hogareña, que no dirá que no a algo de comida para ayudar en estos días tan duros, y un poquito de charla, creo yo... Entonces por aclararme, que a estas edades ya... iremos al yate y nuestra buena cocinera Rosa llevará un buen pastel, yo puedo llevar a mi perrita para que los niños estén entretenidos e incluso hablen conmigo o mínimo para que Sara no tenga que estar pendiente de ellos, y Luna seguro que hace que la atmósfera sea perfecta para que hable - sonrió - Y Agnes, ¿tienes que conocer a todo el mundo verdad? - le guiña un ojo - Mildred, querida, ¿grabar las conversaciones está feo cierto? - sonrió con picardía.
«Mucho me temo que durante esta semana no voy a comprar pescado donde Etienne», pensó Millie arrugando la nariz al escuchar que por falta de fondos el cadáver del señor Krause descansaba en la cámara frigorífica del pescadero, entre calamares, bacalaos y el resto de fauna marina. Pero tras apartar la indecorosa y horrenda visión de su cabeza y lamentar que la falta de medios de la policía provocase aquella indigna conservación del cuerpo del pobre fallecido, Millie se centró en lo que el shérif les relataba y, al igual que sus compañeras, aceptó la invitación al yate de la familia Krause para investigar el asunto.
Luna, Rosa y Agnes, cada una a su particular manera, se ofrecieron a ayudar rápidamente a la familia. Pero solo Muriel y ella misma retorcieron sus pensamientos en pos de lo intrincado del misterio. ¡Y eso que no acababa más que comenzar, aquello prometía sin duda! Muriel ya organizaba el viaje, siempre queriendo confirmar todo dos veces, como de costumbre. Millie asintió y cuando le preguntó por el tema de la grabación mostró su sonrisa profesional.
—Si nos dan el consentimiento se les puede grabar, y estoy segura de que nadie se negará a darlo. Si les planto mi grabadora enfrente y no acceden a ello quedarán como sospechosos. Y ninguno de ellos querrá tal cosa —explicó mientras se tocaba el bolso allí donde estaba su fiel micrófono de bluetooth. Las tecnología había evolucionado mucho, ya no necesitaba una grabadora, y la sensación de plantarles un micrófono delante de la cara a los sospechosos la devolvía a sus tiempos de reportera en la juventud, antes de empezar con el programa de radio.
»Shérif, ¿la familia ha estado toda la noche en el yate? ¿Ninguno de ellos ha salido? —preguntó arrugando el ceño con aquel gesto que su rostro tomaba cuando entrevistaba a alguien en su programa.
Su pregunta no era baladí. Millie entendía que desde la aparición del cadáver la policía no habría permitido a ningún tripulante ni pasajero salir del yate, pero le costaba entender lo que había ocurrido antes. Según la cronología del shérif, Albert Krause había caído al agua durante la fiesta nocturna y, cuando los pescadores encontraron el cadáver por la mañana, la familia seguía en el yate. Incluso a estas horas estaban allí, retenidos por la policía suponía. Eso le sugirió otra pregunta.
—¿A qué hora llamaron para informar de que el señor Krause se había caído al agua?
El sheriff Dalrymple escuchó pacientemente los diferentes planes que iban proponiendo las Expertas. A él, el nombre «Expertas del Crimen» le irritaba bastante, pero era evidente que las necesitaba para evitar que algunos criminales se saliesen con la suya. Aunque su método «forense» fuese caótico y poco ortodoxo, debía reconocer que funcionaba.
—Así es, Mildred —contestó—. En ese yate solo había nueve personas, contando con la víctima. Ninguna tuvo la oportunidad de abandonar el barco. Al menos, en el periodo entre que llamaron al número de emergencias y acudimos con las lanchas. Creo que no fueron más de 15 minutos. Desde entonces, llevan todo el tiempo en el yate. Como mucho, alguno de nuestros agentes les facilita algo del club deportivo. Ya saben: comida, papel higiénico, bolígrafos…
»La llamada la realizaron sobre las dos y cuarto de la madrugada y nosotros llegamos a las dos y media. Sabrina, mi mujer, estaba que echaba chispas por sacarme de la cama a esas horas.
Cuando consideró que había aclarado todas las dudas, ruborizándose un poco por el comentario de Agnes y desviando su atención unos segundos para rascar a Mr. Pickles detrás de una de sus peludas orejas, continuó con la conversación.
—Bueno, pueden proceder como consideren, pero les aconsejo que se den prisa. Esa familia lleva ya un tiempo sin poder salir del yate y estamos agotando su paciencia. Si quieren acercarse al yate, solo tienen que hablar con alguno de los agentes apostados en el puerto. Tiene orden mía para dejarles una lancha siempre que la necesiten. ¿Alguna pregunta más?
iremos al yate y nuestra buena cocinera Rosa llevará un buen pastel, yo puedo llevar a mi perrita para que los niños estén entretenidos e incluso hablen conmigo o mínimo para que Sara no tenga que estar pendiente de ellos, y Luna seguro que hace que la atmósfera sea perfecta para que hable
En principio no hay ninguna mención a que los hijos de Sara estuviesen en el yate, pero a partir de ahora van a estar. ¡Excelente aportación! ^^