Partida Rol por web

Balmut quedó extrañado ante la reacción del anciano. ¿Quería avisarles de algo o ponerles a prueba? ¿Se daba cuenta de que había vidas en juego? El hombre del bosque frunció el ceño y apretó el mango de su hacha mientras Nerulf se retiraba con una sonrisa. Inzim enseguida captó la tensión de su compañero y mostró los dientes con la vista fija en el mismo punto, el viejo desdentado. 

- ¿De qué se ríe? - preguntó con hosquedad al resto de porteadores sin siquiera mirarlos. - ¿Está loco? - 

A pesar de que trataron de reconocer la melodía con que entonaba aquella cantinela, y la propia letra de la misma. Ninguno de ellos había escuchado antes jamás referencia en otras canciones, y el ritmo era tan extraño que tampoco lo relacionaban con ninguna canción. La hierba del ahorcado fue la expresión que más llamó la atención del grupo, pero del mismo modo que ocurría con la canción, ninguno sabía a qué se estaba refiriendo. Mungo intentó preguntarle más acerca del tema para ver si Nerulf explicaba algún detalle más de la canción o sí sabía algo sobre las ciénagas. Pero el hombre le miró y se echó a reír y después le señaló con un arrugado dedo lleno de nudos como una rama vieja y le repitió el mismo verso, aunque esta vez sonó más a advertencia que a canción, ya que su entonación fue mucho más seria.

Balmut preguntó al resto de los porteadores si sabían a qué se estaba refiriendo, pero ellos se mostraban tan confusos y perplejos como el propio grupo. Algunos se encogieron de hombros y otros optaron por restar importancia de algo que no conocían y aconsejar al grupo que no le hicieran caso, pues la edad debía estar volviendo ya senil al viejo Nerulf. Para olvidad el violento, y extraño, momento el invitaron al grupo a más bebida y comida y a descansar después antes de retomar su viaje descendiendo la Escalera de Girion.

Balmut no se contentó con los argumentos que intentaban excusar al viejo, no después de que Nerulf se echara a reír. No le pareció que estuviese senil. Y si lo estuviese ¿de qué se reía? ¿qué le parecía divertido? ¿qué realidad percibía? 

El hombre del bosque rechazó la nueva invitación de los porteadores, lo que podría hacer sospechar a quien le conociese.

- Tomaré el aire. - fue la única explicación que dio al grupo antes de retirarse acompañado por Inzim. 

El joven observó el camino seguido por el anciano y encomendó a su compañero canino la vigilancia. Debía avisarle si alguien fuese a entrar tras él en casa de Nerulf, o en caso de que el grupo se dirigiera a las balsas. Inzim se sentó junto a la puerta que acababan de cruzar y observó a Balmut alejarse. 

Grimrow, si bien se quedo meditabundo en relación a lo ocurrido con el anciano, al igual que los porteadores no quiso ir más allá y si bien rechazó beber y comer más, pues estaba saciado, si que aceptó la posibilidad de descanso. El día siguiente sería duro y habría que recuperar las fuerzas. 

- Bien, yo opto por el descanso. Mañana será un día duro - comentó. - Muchísimas gracias por la velada. -  dijo a modo de despedida mientras se dejaba dirigir a las dependencias para descansar.

Balmut encontró la puerta de la casa del anciano abierta y a éste sentado en un viejo butacón junto a la hoguera de su sala de estar. Miró a Balmut y no pareció asustado de tenerle allí en la casa aún a pesar de que no había sido invitado. El hombre del Bosque utilizó todas las estrategias que pudo para tratar de disuadir a Nerulf de que borrara esa sonrisa desdentada de sus labios y le contará algo más sobre lo que sabía. Pero el anciano no dijo nada más, salvo aquel extraño verso que le repitió tantas veces como preguntas hizo Balmut.

Entrando en las Ciénagas Largas

Pasaron la noche junto a los porteadores y descansaron de aquella dura jornada de viaje surcando las aguas del lago. A la mañana siguiente, con fuerzas renovadas, descendieron la Escalera de Girion con la ayuda de los porteadores para hacer descender las embarcaciones por los surcos excavados en el pavimento del camino aprovechándose de los soportes provistos de ruedas que habían ingeniado. El grupo retomó la marcha algo más allá de la cascada, donde las aguas descendían a gran velocidad y aceleraban la corriente del río.

Aprovecharon la velocidad del río para avanzar recorriendo una gran distancia durante toda aquella tercera jornada de viaje. No se detuvieron en la orilla ni siquiera para comer, aprovechando la corriente que les conducía hacía el sur y comiendo en las propias embarcaciones. Aproximadamente a unos cuarenta kilómetros al sur del lago, el curso del río se adentraba bajo las ramas del Bosque Negro cuando la noche caía de forma plomiza sobre ellos y las temperaturas se refrescaban descendiendo abruptamente tras la puesta de sol. El sombrío dosel del bosque parecía silenciar los sonidos de la naturaleza, desde el zumbido de los insectos hasta el gorjeo de los pájaros, nada salvo el chapotear de los barcos en el agua pudieron escuchar allí.

Más allá de la Escalera de Girion, la compañía encontró que ante ellos se alzaba una vasta región conocida como las Ciénagas Largas, una zona considerada como inexplorada y peligrosa, que evitaban incluso los más curiosos de los hombres del Lago. Ni tan siquiera los elfos de las almadías se atrevían a navegar por aquella siniestra y recóndita zona que otrora fuera uno de los accesos más rápidos hacía la Ciudad del Lago.

Conforme navegaban y se internaban en la zona notaron como el ambiente se volvía más tenso. El terrero alrededor del valle del río era llano y fangoso, las aguas aminoraban la velocidad que las cataratas les habían oprimido y continuaban mansas y pastosas durante toda aquella extensión, recuperando su característica rapidez al abandonar las ciénagas. Por las mañanas y al anochecer solía alzarse una niebla densa y blanquecina como la que encontraron aquel día, la cual hacía casi imposible seguir una senda por tierra. Sólo se podían fiar del trascurrir de la lenta corriente, avanzando gracias a ella aunque esta se volviera en algunos tramos más tortuosa, especialmente cuando serpenteaba por un centenar de meandros. Las aguas del río solían ser más rápidas en primavera que en otros periodos del año, debido al hielo que se fundía en las distantes montañas. Pero en aquellos días la primavera todavía era incipiente y el sol escasamente apenas tenía fuerza suficiente para derretirla.

Con los cuerpos cansados y la noche encima, deberían acercarse a la orilla para montar un campamento, encender una hoguera y descansar hasta el día siguiente.

Ahora se encontraban con el verdadero reto en cuanto a navegación se refería. Para ese momento Grimrow esperaba que Cuidoron estuviera lo suficientemente familiarizado con la embarcación como para poder sortear los escollos e imprevistos con los que pudieran toparse, los rápidos, las ciénagas...

Era el momento de tomarse un descanso, el ritmo llevado a lo largo del día había sido vertiginoso y seguir navegando era un peligro demasiado elevado.

Cuando encontró un punto de acceso adecuado a la orilla acercó su barca hacia él, haciendo señas al elfo para que le siguiera.

- Pasaremos aquí la noche - dijo a sus compañeros de viaje. - Imagino que habrá que montar guardias o algo por el estilo. Cuando tal cuestión quede resuelta montaremos el campamento.- añadió.

—Yo no tengo problema en hacer la primera guardia— dijo Mungo. Estaba cansado y aquel sitio le ponía los pelos de punta, sobre todo después de la canción del viejo Nerulf, pero prefería mantenerse despierto unas horas más para luego dormir del tirón.

Ayudó a Grimrow y a los demás con el barco y se dirigió a Ella. Aunque notaba los brazos resentidos por el esfuerzo de remar manteniendo el ritmo de los demás, tenía hambre y debían encargarse de la comida.
—Oye, ¿crees que habrá algo decente por aquí? Temo que ni siquiera encontremos un triste conejo— lamentó.

El elfo se había ido haciendo poco a poco con los mandos de la embarcación, o al menos eso quería pensar. La realidad era que el esfuerzo que tenia que hacer era inmenso y aunque pretendía que no se le notara demasiado, el agotamiento era patente. Sus brazos estaban cansados, tensos y deseando un buen descanso.

La noche llegaba, y con ella ese merecido reposo. La corriente los había hecho avanzar con mucha rapidez, pudieron aprovechar bien el día para recorrer una gran distancia. La sensación de un trabajo bien realizado embargaba el corazón del elfo, estaba satisfecho.

Siguió, asintiendo a sus indicaciones, a Grimrow. Se dirigieron a la orilla, encallaron y aseguraron las barcas para que el agua no se las llevase. - Descansemos - dijo mientras se masajeaba los brazos - Es un duro trabajo, por el que los barqueros se merecen mi respeto - dijo algo dolorido.

- Yo descansare primero, si se me permite - dijo sonriendo - En cuanto llenemos el estomago - se alegraba de pisar tierra firme

Balmut no consiguió deshacerse de las palabras del anciano. Quiso pensar que habían sido fruto de una mente senil o alejada de la realidad, que se las había inventado por alguna razón. Pero siempre le asaltaba la misma duda: ¿y si significaban algo? La preocupación le forzó a localizar aquella hierba que desconocía mientras cumplía su labor a los remos. 

Tras desembarcar y ayudar a asegurar las barcas tomó de nuevo su hacha. 

- Exploraré la zona. - informó al resto del grupo con gesto serio. 

Sin esperar respuesta, el hombre del bosque se alejó seguido por Inzim. Sus pasos no vacilaron, estaba acostumbrado a deambular por el Bosque Negro, pero sus sentidos se mantenían en alerta. Debía encontrar el rastro de los enanos y descubrir algo sobre aquella hierba del ahorcado. 

Krölin pasó desapercibido durante la estancia en el pueblo. Sin duda alguna, estaba conociendo un mundo nuevo para él. Se sentía como si estuviera desnudo fuera de las cavernas talladas de los enanos. Todo eran descubrimientos, desde la cerveza hasta los sitios mas tenebrosos, como áquella ciénaga. Ese sitio no le inspiraba confianza.

Se alarmó cuando escuchó al guía planificar una acampada, no era algo de su agrado, pero suponía que faltaría mucho para poder salir de allí. 

En cuanto el enano pisó tierra firme, su expresión corporal cambió por completo, parecía cómo si hubiera aprendido a andar de golpe, como si hubiera encontrado algo perdido durante mucho tiempo. - Al fin tierra... En fin, busquemos un lugar cómodo para descansar y reponer fuerzas.  - Encontró entre las tierras fanganosas un espacio de roca cóncava donde todo el grupo podría descansar de forma cómoda. - Bien, ¿alguien sabe cocinar? Tengo tanta hambre que podría comerme un arce entero.

Al fin en tierra tras una larga jornada de navegación a la que para nada estaban acostumbrados sus cuerpos, se dirigieron hacía un breve trozo de tierra más duro que el blando y fangoso suelo cercano a las aguas. Krölin incluso se encaramó a una pequeña roca para mantener los pies secos y a salvo y dejó hueco para que todos pudieran sentarse con él. El estómago les rugía como si fuera viento chocando contra la roca en lo alto del Caradhras.

El cansancio y la preparación del campamento en el que pasar la noche sustituyeron las labores de exploración y vigía de los miembros del grupo, a excepción de Balmut que comenzó a caminar por los alrededores en busca de alguna pista, todavía pensando en el misterioso acertijo de Nerulf. Balmut no sabía a que se refería con la Hierba del Ahorcado, pero pretendía averiguarlo. Empezó a andar con la pretensión de encontrar alguna planta o algo que le diera la respuesta. Tan absorto estaba en ello que estuvo a punto de pisar algo que había en el suelo y pasar de largo sin fijarse en el rastro importante. Fue Inzim el que dio con la pista, y detuvo a su amo colocándose en medio de su camino. Con la cola en alto, y olfateando el suelo, el perro había caminado junto a Balmut durante toda aquella breve ruta de exploración. Alzó la cabeza y meneó el rabo contento girándose para mirar a su amo y ladrando con una fuerte voz pese a su juventud.

En el suelo había unas migas de pan y más restos de que alguien se había detenido allí para comer. Unas huellas de botas pesadas se dirigían desde el lugar a la orilla del río, aunque se perdían poco antes de llegar al río. La tierra estaba levantada en la orilla, como el surco que podría dejar un bote al ser arrastrado por la fangosa tierra. Podían ser los enanos, pues no cualquier viajero se aventuraría a ir por allí debido a la peligrosidad del sitio. Pero aquello tampoco demostraba que fueran ellos al cien por cien.

Con calma, Balmut estudió el número, la profundidad y el tamaño de las huellas. Intentó determinar de cuántos individuos se trataba y si pertenecían a enanos, basándose en la complexión y peso de la raza, para reducir la posibilidad de error. Aún así le hubiera gustado encontrar pruebas más evidentes. Y algo en referencia a la hierba del ahorcado que tanto le preocupaba.

Respirando profundamente fue consciente de que su animadversión por el embajador enano le había hecho olvidar un detalle que podría haber sido de gran utilidad: Que Inzim hubiera olfateado el olor de los emisarios. Hizo un gesto a su compañero para que recordara aquel rastro que podía ser el de sus objetivos. En aquel momento era lo mejor que tenía. 

Al volver junto al grupo torció el gesto y habló con seriedad. Su rostro no disimulaba su desagrado. Estaban demasiado ociosos para su gusto. 

- He encontrado huellas. - señaló con la mano la dirección. -  Un grupo desembarcó para comer antes de seguir su camino. - 

- Habrá que estudiar bien esas pisadas, supongo que pararían aquí a hacer noche, como nosotros - dijo no muy convencido - Pero cabe la posibilidad que empezaran su viaje desde aquí. Hay que averiguarlo - Añadió mientras se acercaba a las huellas para ver si se dirigían lejos del agua. De no ser así, deberían de suponer que habían vuelto a su embarcación para proseguir el viaje.

—Tal vez nosotros deberíamos hacer lo mismo. Comer, digo. Pero mentiría si dijese que no me preocupan las huellas— dijo Mungo, mientras preparaba sus pertenencias y preparaba su arco y su daga para procurar algo que llevarse a la boca —. ¿Alguna idea de qué son esas huellas, Balmut? Puede que sean viajeros como nosotros y, con un poco de suerte, quizá sepan algo de los enanos.

Sabía que su optimismo quizá no sirviese de mucho, pero prefería mantener altos los ánimos y no ponerse en lo peor.

Balmut perforó al elfo con la mirada. No le sentó muy bien que fueran a revisar si había hecho bien su trabajo. Y menos cuando nadie estaba haciendo el suyo. Incluso pensaba en ir a cazar cuando el hobbit le preguntó por las huellas. 

- Podrían ser de quienes buscamos. - respondió escueto.

El hombre del bosque se quedó de pie ante el grupo esperando que se pusieran en movimiento. Pensó que no durarían ni medio día en el Bosque Negro... Mal asunto, porque parecía que se internarían en él y no podría mantenerse al cuidado de todo el grupo.

En las Ciénagas Largas, con la sombra del Bosquenegro cayendo sobre ellos, la oscuridad parecía más espesa y el aire se mantenía inmóvil, colgando sombrío sobre las empantanadas aguas de la orilla. En algún lugar, aquí y allá, se formaban extrañas burbujas en la superficie del agua que se hinchaban hasta estallar y salpicar pequeñas gotas de lodo a su alrededor. Una tenue bruma se posó sobre las aguas conforme la noche iba ganando terreno. El borde de la orilla brillaba y se mantenía resbaladiza y viscosa por el limo que se acumulaba y el agua se mantenía estanca haciendo difícil diferenciar dónde comenzaba la ciénaga. Un pez chapoteó en el agua cerca de los botes y se alejó nadando mientras preparaban el campamento para pasar la noche. 

Al otro lado la cosa no era demasiado prometedora, los árboles se mantenían apretados unos con otros impidiendo que el aire se moviera entre ellos. El ambiente estaba viciado, agobiante y lóbrego. Los árboles parecían inclinarse hacía ellos como si detestaran su presencia allí, incluso pudieron escuchar el quejido de las ramas, como si los árboles chasquearan los labios molestos.

La noche, sin embargo, transcurrió tranquila. Ningún peligro descendió de entre las sombras para enfrentarse a ellos, aunque sentían en sus corazones un profundo pesar debido al sombrío lugar en que se encontraban. Pronto descubrieron que las Ciénagas Largas eran tan lúgubres y tenebrosas como los lugares más recónditos del Bosque Negro. Apenas pudieron desayunar de sus provisiones en paz, preocupados como estaban por la siniestra sombra que dominaba el lugar: unas nubes oscuras habían ocultado los rayos de sol primaveral que habían acompañado su viaje hasta ese momento.

Pero todavía quedaba mucho viaje por delante, habían encontrado los indicios de una pista, tal vez de los enanos. Pocos viajeros se aventuraban a seguir esos caminos en aquellos tiempos oscuros, y dado que las huellas halladas por Balmut eran recientes podía significar que estaban en la pista. Deberían permanecer atentos a la orilla, vigilantes de cualquier posible rastro que hallar.

Balmut se sintió desamparado en aquel tétrico y hostil entorno, y ni siquiera la presencia de su cercano compañero canino consiguió reconfortarle. Las sombras le acechaban e imaginaba enemigos tras cada árbol. Recordó su hogar, del que quizás había olvidado la intensidad de aquella presión en el propio alma. ¿Se había vuelto más blando en las tierras de los hombres? No era la única duda que asaltaba su mente mientras luchaba por mantenerse alerta ante el inminente peligro que esperaba a que bajara la guardia. ¿Podía confiar en aquellos desconocidos? Quizás debería abandonar el grupo... siempre les había ido bien a los dos solos... Y las palabras de aquel anciano... Los temores cobraban más fuerza y no tardó en afilar su arma con la preocupación plasmada en su rostro. 

La noche no supuso un gran descanso para el hombre del bosque, como tampoco sintió gran alivio por partir, pero se esforzó por buscar el rastro de aquellos enanos. Cuanto antes dieran con ellos antes podrían abandonar aquellas tierras, que era lo que más deseaba en aquel momento. Sin contar que sus propios temores le hacían imaginar lo que podrían estar sufriendo, de lo que tenía que salvarles...