Partida Rol por web

Teodoro entró en la cámara y se encontró con una abominación. Había estado en algunos encuentros con moros y el fétido olor que desprendían los muertos y heridos que se ensuciaban encima y vomitaban no era algo nuevo para él. También había visto a carroñeros dar cuenta de cadáveres, pero lo que nunca había visto era a hombres alimentarse de hombres. Eso era antinatural, y como un novato en su primera batalla, se dispuso a soltar hasta el desayuno.

Mientras, internamente rezaba un padrenuestro y se intentaba recomponer para volver al combate.

La imagen que estaba delante de nosotros no podía tratarse de una realidad. Parecía más salido de un cuento de algún endemoniado, al que un espíritu maligno le hubiese poseido para tener semejante imaginación que una escena real. 

Todas las lecturas y enseñanzas nos decían que el demonio habitaba nuestro mundo tomando las más diversas formas, para tentarnos y llevarnos por el mal camino. Todo eso era poco ante la escena que estábamos contemplando, algo difícil de creer para nuestro cerebro. 

Solo Goyo, tan feo como esos diablos carnívoros y Gaizka, supongo que por aferrarse a la vida, por su mujer e hijo, par cían los únicos dispuestos a enfrentarse a las criaturas, pero no serían suficientes, necesitábamos más ayuda. Teodoro, le busco con la mirada para verle doblarse por la mitad, sin reaccionar. Caballero, Caballero, sobrepongase y luche en nombre De Dios. Rechace esta visión y combátala, por usted, por La señora Jimena, por dios y, si fuera necesario, dar la vida para que el resto sobreviva,  como hizo jesus, nuestro salvador.

​ Mientras intentaba inspirarle e infundirle valor, enarbole la cruz consagrada, que siempre me acompañaba, con la izquierda,  mientras con la derecha sacaba la Maza por si tuviera que hacer uso de ella.

Acabad con estas bestias. El señor está con nosotros. Vosotros sois el brazo purificador aquí en la tierra y vosotros devolveréis a estos demonios al sitio del que salieron.

   Las figuras se acercan dejando un reguero de sangre hacia vosotros, alzando los picos con intenciones asesinas.

LA escena era escabrosa, pero no más que las vistas en el campo de batalla. Me rehago rápido cuando veo que se levantan los muertos....contra eso no he luchado en la vida, pero si se puede cortar puede morir de nuevo. Preparo el escudo con la siniestra, un último escupitajo al suelo y con el hacha hago sonar el escudo golpeándolo un par de veces-¡Vamos!-es todo lo que digo, esperando ganar tiempo para que el fraile saque al caballerete de pacotilla de sus vómitos. Su espada es más que necesaria pero si sigue vomitando como novato no nos será de ayuda-Gaizka, tu y yo. Tenemos que aguantar-El cazador sí los tiene bien puestos y se prepara para lo que viene. LA señora está acojonada, espero que no sea un estorbo.

   ¡El combate comienza los dos primeros mineros muertos avanzan, tras ellos vienen otros dos, y tras estos otros dos, y otros dos más aún avanzan desde el fondo!

   Goyo y Gaizka preparan sus armas, ambos empuñan hachas de armas, de duro y frío metal, pero ellos no pueden formar una línea que cubra toda la sala, por lo que permanecen unos pasos por delante para tratar de contener la marabunta de mineros de fríos y goteantes miembros que se dirigen.

   Es Gaizka el primero en dar un paso y balanceando su hacha tratar de acertar al primer minero que se aproxima, pero se precipita en su ataque y su hacha roza al minero arrancando simplemente un trozo de carne. El minero sigue su avance sin mostrar dolor ni daño aparente.

   Goyo, más profesional en estas lides, se asegura de apuntar al centro del cuerpo del minero, balancea su hacha y lanza un terrible tajo en diagonal que casi parte por la mitad desde el hombro a la cadera, esparciendo sangre y restos por las paredes. La fuerza del golpe lo empuja brutalmente atrás hacia la derecha. El minero, o más bien sus restos sanguiñolentos, cae como un pesado fardo en un rincón para no loventarse nunca más.

   El otro minero sigue sin inmutarse y baja su pico en un tremendo golpe que atraviesa la pierna derecha de Gaizka, que aulla de dolor, el minero saca el pico empapado en sangre.

   Y otros dos mineros avanzan arrastrando los pies para entrar al combate cerrado. Mientras atrás, el Párroco Beltran exhorta a que Don Teodoro reaccione.

Reviento al primero de los muertos, pero veo como Gaizka resulta herido y maldigo nuestra suerte. Miro de reojo a ver si el caballerete se ha recompuesto o sigue vomitando-¡Don Teodoro necesitamos ayuda!.-LAnzo otro tajo al pecho de un muerto esperando librarme pronto de el y poder ayudar a Gaizka-¡Gaizka aguanta!

Una vez que Teodoro parecia que se había recuperado, le doy unas palmadas en el hombro vamos muchacho, necesitamos tu acero. Dios guiará tu mano digo sin prestrar más atención, y dirigiéndome lo más rápido que puedo, que no es mucho, hasta el cuerpo de Brais.

Con dificultad, me agacho para palmearle la cara, enseñándole el crucifijo Levanta, joven valiente. Dios está de nuestra parte y necesita tu fuerte brazo para combatir a los enemigos venidos del mismísmo infierno. Levántate y  ayuda a nuestros compañeros a destruir esas aberraciones. 

Tras el zarandeo por parte del párroco y sus palabras de ánimo finalmente don Teodoro se recompuso y a la vez que se santiguaba ante la cruz que éste había sacado, dijo -Aunque indigno por mi anterior falta de espíritu, demostraré a estos seres la fuerza del brazo de los caballeros santiaguistas. Ayude a recomponerse al resto que yo ayudaré en la lucha a Goyo y Gaizka.

Tras ello se adelantó unos pasos e intentó con poco acierto dar un buen espadazo a uno de esos monstruos, interponiendo también el escudo entre ellos de forma más efectiva.

¡Segundo asalto! Los mineros avanzan de forma inexorable.

   El combate continua, el sonido de metal, los gémidos y gruñidos que lanzan los mineros, los gritos que lanzáis vosotros sea de terror o de furia y el sonido de entrechocar de picos y armas y los sordos golpes cuando encuentran carne, sea viva o muerta. Dos mineros más avanzan, uno para enfrentar a Gaizka, que tiene dos delante suyo y otro para ocupar el hueco que ha dejado el que ha eliminado Goyo

   Gaizka se mueve para derribar al nuevo minero que entra al combate mientras vuelve a levantar su hacha para golpear, pero las nubes de moscas que zumban le distraen y asquean a partes iguales para conseguir que vuelva a fallar, Teodoro entra al combate, lanzando un tajo al minero que hirió a Gaizka, pero él tampoco consigue acertar.

   Goyo, demuestra ser un guerrero competente al volver a acertar a su adversario con un tremendo golpe de su hacha de armas que destroza su pecho, las costillas rotas y desgarradas dejan un hueco donde se entrevee su corazón, que no parece latir, un golpe así habría derribado a cualquier hombre, pero el minero sigue en pie.

   Beltran consigue reanimar a Brais que recupera la conciencia y se incorpora, lanzando un grito al ver la situación, instintivamente, sin tiempo a pensar se adelanta y descarga un tremendo bastonazo sobre el mienero que está al lad de Goyo, pero falla.

   Los mineros atacan, el que está enfrente del Caballero de la orden de Santiago levanta el pico, un pico que gotea sangre de vuestro compañero Gaizka y descarga un tremendo golpe que logra por fortuna detener Don Teodoro, un golpe que resuena ensordecedor contra su escudo metálico. El que está a su lado lanza un golpe más errático contra Gaizka, sin acertarle. El minero herido por Goyo, con su pecho detrozado al descubierto, esparciendo sangre y con la carne colgando sin inmutarse golpea a Goyo, pero este demuestra su pericia parando el golpe sin pestañear.

   Los zombis se agolpan detrás y uno avanza para ocupar el hueco que queda libre enfrente de Goyo a la derecha.

Al ver que Teodoro se recomponía, me anime para incitar a Brais de ese estado cuasi comatoso, al igual que al joven Aritz 

Rápido, despierta por Dios. Lucha no por tu vida, sino por tu alma. Destruye a aquellos que intentan arrebarte lo que es tuyo y será el señor.

Teodoro siguió dando espadazos con poco aplomo mientras que defendía perfectamente. Esos miserables no paraban de enseñar sus tripas putrefactas y sus asquerosos rostros y esto descentraba terriblemente al caballero más acostumbrado a batallar contra enemigos con turbante a los que no tenía que ver como sus ojos se les caían del rostro.