Partida Rol por web

Daha y Nekaua salieron en busca de Clea dejando a Iskal y a Corianne con la arquera. Había sido una decisión fácil. La pirata tenía libertad para hacer de las suyas y la hermana y la futura paladina tenían una excusa para no estar allí.

Las dos aventureras recorrieron sus pasos hasta volver a pasar a la Alta Mena de Oro y acabaron llegando el hogar del fenecido Stelio Bondus.  La fachada de los dos pisos superiores estaban negras de hollín, aunque ya no brotaba humo. Habían sofocado el incendio.

Sin saber muy bien dónde buscar, goliath y semielfa, recorrieron  algunas calles, pero tampoco encontraron allí a la asistente del ministro. Sin saber muy bien qué hacer decidieron volverse a la taberna del padre de Corianne y finalmente la encontraron en la entrada de paso entre las dos Menas de Oro hablando con los guardias.

Fue no de los guardias el que señaló a Nekaua y a Daha. Parecía que Clea les estaba preguntando a ellos por sus compañeros. La asistente los miró con cara de sincero alivio, parecía que había estado muy preocupada.

—¡Gracias a Nihal que estáis bien!—dijo la mujer abrazando primero a Daha y después a Nekaua— ¿Qué ha pasado? ¿Dónde os habíais metido? Me temía lo peor.

El recibimiento de Clea cogió por sorpresa a Daha. Era la primera vez que veía a la asistente de Veiner bajar la guardia y eso le gustaba. Hasta ahora todo habían sido suspicacias y malas caras, al menos eso había percibido la alcorita. Eso en gran parte había desequilibrado la frágil mente de la sacerdotisa, pues no había sido esa la actitud únicamente de Clea, sino de prácticamente todo el grupo.

Daha se sentía una paria. Alguien que no encajaba entre aquellos aventureros y es que Daha, no era una aventurera. No al menos una aventurera al uso, aunque si que era cierto, que se había convertido en una superviviente. Mejor o peor, había ido sorteando todas las dificultades con las que se había topado y por fin habían conseguido una pista sobre lo que estaban buscando, o más bien la iban a conseguir. Corianne y Iskal iban a hacerlo, vaya. Pero al fin y al cabo, eran un equipo y eso también le reconfortaba. Por fin se sentía parte de aquel extraño y variopinto grupo.

- Yo también me alegro de verte. - Le sonrió. Y lo decía en serio. Daha se alegraba de ver a Clea y de que estuviera bien. Todas las rencillas y tiranteces que podían haber surgido, podían ser olvidadas en ese preciso momento y con suerte podían empezar de cero. - Tenemos de que hablar. - Le respondió más seria. - Pero no aquí. - Miró a Nekaua. - ¿Volvemos a la taberna?

El trayecto hasta el edificio del alquimista no era largo ~ninguno lo era en las ciudades de la tierras bajas~, pero Nekaua tuvo que retener sus pies en varias ocasiones para que Daha no quedara atrás. Estaba nerviosa, sus emociones agitadas, y sospechaba que nada menor a un esfuerzo extenuante y prolongado hubiera sido capaz de calmarla.

Nekaua observaba de reojo a Daha. La alcorita se mostraba meditabunda, y en su rostro se reflejaba una preocupación que, sospechaba la goliath, no derivaba tan solo de la misión. Le hubiera gustado hablar con ella, ofrecerle consejo y consuelo, pero no se atrevía. Temía empeorar el estado del espíritu de la sacerdotisa. Y ella misma, imaginando lo que debía estar sucediendo en el burdel, no estaba de mejor ánimo.

Hallaron a Clea poco después, en las puertas de la muralla que dividía Mena de Oro en dos, cuando ya regresaban a la ciudad baja mientras pensaban dónde podía haberse metido.Devolvió el abrazo a la mujer con cierta torpeza. Los suyos no eran aversos al contacto, pero raramente recurrían a él. Gestos y miradas eran con frecuencia más que suficientes para transmitir cuanto era necesario.

Asintió a las palabras de Daha. No esperaba que les estuvieran escuchando, pero alguien como ella llamaba demasiado la atención en las calles, y el establecimiento estaba cerca.

Tuvimos un altercado y nos hemos alejado por los tejados, respondió cuando estuvieron lejos de los guardias. ¿Qué ha sucedido cuando nos hemos marchado? 

—Está bien—dijo echando a andar al tiempo que se echaba el pelo hacia atrás.

Daha y Nekaua se fijaron en que la mujer tenía la mano vendada, aunque medio ocultada por la larga manga de su vestido. Sin decir nada al respecto la mujer comenzó con su relato.

—Organizamos una cadena para sofocar el fuego. Pero al principio fue muy difícil, con tantos componentes alquímicos la cosa solo iba a peor Hay algunas personas heridas por quemaduras y otros en mal estado por la inhalación de humos y vapores. Por suerte pudimos actuar con antelación y conseguimos que el incendio no terminara de descontrolarse. Parece que la estructura del edificio esta intacta y que la fachada se ha llevado la peor parte. Luego en la inspección, subimos a la azotea para asegurarnos que todo estaba bien y... bueno, fuisteis vosotros, ¿no? Me escabullí antes de que alguien se acordase de vosotros os he estado buscando desde entonces—entonces añadió con suma preocupación—¿Estáis todos bien?

Su pregunta llevaba un segundo significado implícito, después del triste destino que había sufrido el pobre Kifel. Parecía que había una persona más tierna en el interior de la asistente del ministro.

Lo estamos, respondió la goliath, apretando suavemente el hombro de Clea con una mano, imitando el tipo de gesto confortante que empleaban los humanos. Todos. Y tú has sido muy valiente. 

Beltegeuse representaba la fuerza para hacer frente a los enemigos de la libertad, mientras estos existieran, pero había otros modos para hacer del mundo un lugar mejor.

Miró a un lado y a otro, y aguzó el oído en busca de pasos que los siguieran, demasiado cercanos, y rostros sospechosos entre las gentes y las sombras.

Los izaritas mataron al alquimista y empezaron el fuego, dijo en voz queda cuando se pensó segura. ​​​​​​Y creo que no solo a él. Vimos humo procedente de la casa de Rizo. Y de otros lugares... 

Peleamos con los que viste en la terraza. Cogimos a su cabecilla y escapamos por los tejados para no toparnos con la guardia, ni con otras gentes. Iskal y Corianne están con ella, tratando de que comparta lo que sabe. Nosotros hemos venido a buscarte. Me alegro de haberte encontrado. Temía que tuvieras problemas con la guardia, o que te estuviesen buscando otros izaritas. 

No dijo nada todavía sobre el cuaderno. Daha podría explicar mejor que ella lo que necesitaban.

- Por suerte, no todo está perdido. - Desveló la alcorita. - Pudimos salvar el cuaderno de notas de Stelio, el alquimista. Es un galimatías de números, operaciones, signos arcanos e indescifrables palabras, pero tiene que tener un sentido. - Observó. - Es ahora cuando echo de menos al cascarrabias de Petrick. Él quizás haber encontrado el sentido a todo esto... - Resopló cabizbaja. Segundos después dio una palmada y su ánimo pareció virar ciento ochenta grados. - ¿Puede la República pagar a un traductor? Un mago o un alquimista podrían ser la clave. 

Daha había visto un cambio de actitud enel Clea. Casi parecía que tuviera sentimientos. Esperaba que accediera a la petición. Leer aquel cuaderno y sobre todo descifrarlo, llevaría tiempo y el tiempo de un experto en ese tipo de asuntos, sin duda sería caro.

—Rizo...—musitó preocupada cuando escuchó sobre el incendio en el colmado.

Clea bajó la mirada hundida. Estaba claro que la misión no iba a ser sencilla. De partida no es fácil hacer que una droga desaparezca así porque sí. Pero algo que tenía toda la pinta de un tema de carácter criminal, se había acabado convirtiendo en el megalomaníaco plan de un cultista de la muerte. Y ahora no sólo había desaparecido la droga, sino que había personas muriendo: Kifel, Stelio (aunque fuera un cretino), Rizo y sus parientes...

Cuando escuchó a Daha mencionar las notas del alquimista, la mujer dio un bote.

—¡El cuaderno! —repitió sobresaltada, parecía que un halo de esperanza había entrado en ella porque pareció recuperar las energías—¿Un galimatías sin sentido? Sí, esperaba algo así. Stelio nos contó a Iskal y a mí que los alquimistas codificaban su trabajo. No me gusta la idea de involucrar a un tercero, pero no tenemos opción. Vamos, conozco a un mago que nos ayudará.

El rostro de Nekaua se iluminó al reconocer el entusiasmo y la energía en la voz de Clea. Conocía a alguien que podía ayudarles. Tal vez, si eran rápidos y afortunados, conseguirían las pistas que necesitaban y podrían volver junto a Corianne e Iskal antes de que hicieran algo que no pudieran deshacer, de lo que pasarían arrepintiéndose mucho tiempo.

Guíanos por calles concurridas si puedes, aconsejó a la secretaria. Si los izaritas saben ya que seguimos vivos, no es buen momento para que volvamos a toparnos con ellos.

Daha no había pensado en ello, pero Nekaua tenía razón. Si se mezclaban con la gente, sería más complicado que dieran con ellas, a la vez que si estaba rodeadas de gente, de ser localizadas, los izaritas se lo pensarían dos veces a la hora de actuar a plena luz del día y delante de infinidad de testigos. O podía ser que les diera igual, al fin y al cabo los izaritas eran unos dementes.

- Esa es una buena noticia. - Le dijo a Clea. - Vamos a ver a ese mago.  

La nueva actitud de Clea era mucho más colaborativa. Parecía como si por fin se fiara de ellos. Podía ser que les hubiera visto pelear por la causa y eso le hubiera abierto los ojos acerca de que no estaban allí únicamente por el oro, o podía ser que la muerte de Kifel le hubiera afectado. Podían ser muchas cosas, pero lo importante era que la asistenta de Veiner al fin era parte del grupo. 

El trío volvió una vez más a encaminarse hacia la Alta Mena de Oro. Con el caos que había habido con los fuegos de la ciudad, la guardia ni siquiera les hizo ninguna pregunta acerca de su acceso. La noche estaba ya sobre le cielo de Mena de Oro cuando llegaron a una tienda que ya tenía los postigos echados. Sortilegios Theyson. Clea llamó a la puerta y tras un rato la puerta se abrió. Se notaba que la Alta Mena de Oro era un lugar seguro, porque lo normal habría sido hablar atraves de una mirilla.

Quién los recibió fue un hombre que había pasado la cincuentena de barriga oronda, calvo, con un largo mostacho albino y un monóculo. Cuando se encontró al extraño grupo formado por la asistente del ministro, la alcorita y la goliath, frunció el ceño.

—Lo lamento, pero el negocio está cerrado.

—Sóis el señor Theyson, ¿verdad? Sé que las horas son un poco intempestivas, pero necesitamos vuestra ayuda. Venimos parte de Stephen Veiner.

La mención del nombre de Veiner fue suficiente para que el mago les permitiera entrar.

—¿El ministro? Claro, claro, pasad.

Steve les hizo pasar a la tienda que en esos momentos estaba a oscuras excepto por la lampara que llevaba en la mano. Tras colocarla, lanzó un rápido y sencillo sortilegio y todas las velas se encendieron iluminando el lugar. Después miró al extraño trío.

—Decidme, ¿qué puedo hacer por vosotros?

- Vaya, ahora si que venimos de parte del ministro Veiner y en misión oficial... - Alzó una ceja y miró a Clea de reojo. - ¿Representaremos ahora los intereses de la República? - Se encogió de hombros. No dijo lo que pensaba, sería mejor así. No quería iniciar más conflictos ahora que parecía que Clea empezaba a abrirse al grupo.

- Verá, necesitamos interpretar urgentemente un código inscrito en un cuaderno. - Le dijo la alcorita sacando el manuscrito y haciendo entrega del mismo al señor Theyson. - De su rápida y completa interpretación, depende la seguridad de Mena de Oro y quizás de toda la República. Su ayuda es de gran importancia. - Abrió el cuaderno ya en manos de aquel hombre. - ¿Le importaría? - Le invitó a que comenzara a ojeralo.

El mago era un hombre de avanzada madurez y estado físico afectado por el vicio, como era habitual entre los humanos que podía acceder al sustento como si fuera un asunto trivial. Descubrir que existían personas así había supuesto una conmoción para la muchachita goliath que había sido capturada en las tierras bajas por Doña Clavilda y sus compañeros. Para los suyos, la vida era una pugna constante contra la naturaleza, que proveía con una mano y castigaba con la otra. Incluso en la granja, cada día debían trabajar la tierra para hacer que brotara de ella nueva vida.

Cuando les permitió pasar, Nekaua tuvo que agachar la cabeza para atravesar el umbral de la puerta del establecimiento del mago.

Cuando las velas se encendieron por arte de magia, no pudo evitar acordarse de su hermano. Cuando había regresado por primera vez de la Tribu, le había enseñado el tipo de cosas que había aprendido bajo la tutela del chamán encendiendo una hoguera con unas palabras y un ademán de las manos. Por desgracia, la magia no era lo único que había aprendido.

Se cruzó de brazos cuando Daha entregó el cuaderno al mago y le explicó lo que necesitaban de él. Deseaba que fuese capaz, y que fuese rápido. Necesitaba acción para calmar todas las dudas y preocupaciones que la tenían aferrada.

El hombre frunció el ceño escéptico al escuchar a Daha pero no dijo nada al respecto. En su lugar tomó el cuaderno y comenzó a ojearlo.

—Vaya, esto son notas. Él sistema no debe de ser muy complejo, estás notas están escritas con mucha rápidez. No puedes tener fluidez con un sistema complejo.

Steve puso el cuaderno a media distancia de su cara y lo miró a través del monóculo.

—¡Aaaaaah! Inteligente. Parece el sistema de Elgami. Ya veo. Os lo explicaré. ¿Veis que todas las líneas están bien estructuradas? Es sencillo. Tomad la primera línea de la página. Mirad el número que hay en la esquina inferior izquierda y contad letras. Cuando lleguéis a ese número, eliminadla, coged el número de la siguiente esquina y volvedlo a eliminar. Cuando acabéis esa fila, el siguiente número os dará el número de filas a eliminar completamente. Y después una vuelta a empezar. 

El hombre comenó a tachar letras y líenas y entonces miró el cuaderno extrañado.

—Un momento... hmmm... ¿Gundrak? Esto no tiene sentido... ¿Será un Elgami invertido?

Por suerte para Nekaua la palabra gundrak si tenía sentido. Era la palabra que usaban los orcos para referirse al oro.

La explicación de Theyson atravesaba a Nekaua como un hálito. El dedo del mago volaba por el papel, y para cuando creía reconocer la letra que señalaba, volvía a estar en otro lugar de la página. Por qué iba a necesitar alguien hacer algo así, y qué valor tenía el esfuerzo cuando podía ser deshecho con tanta facilidad por un experto.

Pero, se dio cuenta cuando escuchó la palabra que leía el mago, no era ese extraño sistema de escritura lo que ofuscaba el significado del texto.

Oro, dijo, apoyando dos manos que podían sujetar sandías en el escritorio. Ruën ba'gundrak gorz, el verdadero dios de los hombres, como decía el viejo chamán que adiestraba a su hermano. Gundrak es como llaman al oro los orcos. En su lengua.

Daha escuchó atentamente lo que iba diciendo aquel hombre calvo y con monóculo. Desde luego parecía saber muy bien lo que se hacía. Tanto que llegó a una primera conclusión. Una palabra, "grundrak", que como Nekaua tradujo, significaba oro en el idioma oscuro de los orcos. ¿Pero, qué tenía que ver eso con el polvo de escorpión? Podía ser que la única pista que tenían, no fuera buena. Eso conllevaría una gran decepción para todos. La cosa no pintaba bien.

- Oro... - Miró a Nekaua con gesto de incomprensión. - Bueno... - Miró entonces a Theyson. - ¿Y qué más pone?

Porque tenía que poner algo más. No podía acabar todo allí. Básicamente, porque nadie cifraría con un código tan complejo una sola palabra, que a priori no tenía nada que ver con nada y no llevaría a nadie que curiosease las notas, a ninguna conclusión. No, era evidente que tenía que haber algo más.

- Siga pro favor... - Le suplicó.

—¿Han transcrito en alfabeto común el lenguaje orco?—preguntó Clea.