Partida Rol por web

Precariedad

Todo tiene un principio

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17/12/2009, 12:32
Director

Universidad de Cambridge, Martes 23-Abril- 1996, 8:32. Despacho de la Doctora Ywen Roth

Ywen Roth acababa de llegar a su despacho, había llegado tarde, pues su hora de entrada eran las ocho, pero nadie le recriminó por ello. Su lugar de trabajo estaba en el edificio principal de la Universidad, en la segunda planta del ala oeste, en un lugar bastante apartado, pues realmente, no pertenecía ni al profesorado ni a la administración, dejándola en una cómoda zona de nadie.

Su secretaria habitual, Virginia Walters, se encontraba enfrascada en una conversación telefónica mientras miraba con mala cara el ordenador que tenía frente a ella, por sus palabras era evidente que discutía sobre el correcto funcionamiento del mismo, por lo que apenas si le brindó una fugaz sonrisa y un pequeño gesto con la mano.

Llevaban dos años trabajando juntas, y a pesar de que no podían considerarse amigas, si que mantenían una cordial relación, Virginia contaba con veintisiete años, y era de Londres, eficiente, ordenada y silenciosa. Por eso cuadraban bien juntas.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de la atractiva mujer cuando entró en su despacho, hacía tanto frío como en invierno, y el tiempo había anunciado temporales de agua y nieve prácticamente por toda Europa durante la próxima semana. Todo estaba exactamente tal y como lo dejó el último día que estuvo aquí, bueno, había un pequeño detalle que cambiaba la fisonomía de la mesa.

Un sobre cerrado de color blanquecino, con su nombre escrito de manera elegante en la parte frontal del mismo.

 

Admirada Doctora Roth

                Mi nombre es Zvjezdan Misimovic, y aunque deseo fervientemente que no le resulte del todo desconocido, es probable que mi modesta afición al coleccionismo no haya llegado a sus oídos.

                Me he puesto en contacto con los responsables de la Universidad, de la cual guardo un grato recuerdo, pues estudié en ella durante un año en mis ya lejanos tiempos universitarios, y a pesar del poco tiempo que allí permanecí, hice excelentes amigos, todos ellos ya fallecidos. Disculpe la tendencia de este anciano a irse por las ramas, pero la soledad me ha acompañado durante estos últimos años, y muchas de mis palabras se han perdido en el devenir de los días.

                Siguiendo con el motivo de estas líneas, le diré que solicité su experta presencia en mi modesta casa para la tasación de algunas obras de las que dolorosamente debo desprenderme. Soy consciente de que una viaje a los Montes Balcanes en la situación por la que atraviesa mi retorcido país no parece un viaje de placer, pero puedo asegurarle que no correrá ningún peligro, pues mi hogar, Dacijaj, es un pequeño pueblecito rodeado de naturaleza, ajeno a los problemas políticos.

                No se arrepentirá de aceptar mi oferta, descubrirá pequeños tesoros artísticos que han permanecido olvidados durante siglos, unos que sólo unas pocas personas en el mundo son capaces de apreciar en toda su magnitud. He dispuesto todo lo necesario para el viaje si finalmente decide aceptarlo, para que en los próximos días pueda por fin disfrutar de su agradable compañía, pues no es tiempo precisamente lo que me sobra.

                Gracias por dedicarme su tiempo.

 

Firmado: Zvjezdan Misimovic

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18/12/2009, 15:28
Ywen Roth

Golpeó con suavidad varias veces la carta recién leída contra la palma de su mano izquierda. Era un gesto impulsivo, desprovisto de intencionalidad alguna, que provocó que el ruido del papel la hiciera centrarse tan sólo en su estricto micro universo auditivo durante unos escasos segundos, recordando simultáneamente el lento pasar de páginas de los libros que habían compuesto su vida hasta entonces.

Se había parado a un paso de la ventana. Justo a tiempo de reprimir el vértigo interno, aquella punzada dolorosa que la sobrecogía habitualmente. Ni siquiera se había quitado el abrigo, todavía se hallaba refugiada en él. Iba a nevar, eso habían dicho las noticias, y ella se ocultaba de ese futuro aún en ciernes bajo aquella gruesa prenda que le proporcionaba protección contra los elementos. Protección, refugio, futuro… Términos que parecían visitarla procedentes del pasado para adornar su lenguaje y caminar junto a ella paso a paso.

A través del ventanal que se hallaba tras el escritorio, atisbaba un campus universitario de martes soñoliento, que dejaba en su paladar un cierto sabor a herrumbre, propio de mecanismos faltos de engranaje y potencia en un inicio. Alzó una ceja y acercó la hoja de papel amarillento y mate a la nariz en un gesto de claro matiz nostálgico. Olía de la manera usual, almacenada en su memoria a base de costumbre. Sonrió levemente y se giró para observar el sobre que había dejado abandonado encima de su mesa de despacho, un mueble estrictamente funcional que, sin embargo, resultaba a la vez cálido, gracias al añejo toque de color que le proporcionaba el cerezo. Su mirada volvió a centrarse de nuevo en las marcas que horadaban su superficie. Nunca había encontrado el significado de aquellas muescas que se hallaban en la esquina superior derecha, conformando un par de letras, H y D, y que delataban cierto deseo de inmortalidad de algún usuario previo.

Retiró el abrigo de sus hombros y lo colgó en el perchero que se alzaba discretamente junto a la gran estantería del fondo, apretado en un lateral, dando la sensación de hallarse comprimido. Después se aproximó con lentitud al escritorio, se dejó caer con brusquedad sobre el cómodo asiento giratorio de aspecto pasado de moda plantado frente a él y encendió el ordenador, al que acompañaban dos fotos, ambas situadas a un lado de la pantalla, en una se reflejaban tres rostros, Alan, su hija y ella misma, en otra tan solo uno… Grace. Acababa de regresar de visitarla durante el fin de semana, por eso había llegado más tarde al trabajo aquel lunes, venía casi directamente de la estación Victoria, apenas con tiempo suficiente de soltar los bultos sobre la moqueta del vestíbulo de su casa. Desde que su hija había ingresado en la Escuela Rossall y se había mudado al internado en Fleetewood, Lancanshire, se había sentido intensamente sola, a pesar de no hallarse lejos de Alan. La echaba de menos y eso era sencillamente un detalle inamovible.

Su pecho se elevó y descendió con rapidez, soltando el aire retenido previamente con fuerza. Sí, quizás un viaje no le viniera mal, probablemente la distrajera. Sí, seguramente, pero… la situación era tan controvertida en la zona a la que aquel hombre hacía referencia que inevitablemente y de inmediato un nudo se le formó en la boca del estómago. Uno de esos que unía ocasionalmente el deseo de hacer algo y la incertidumbre de pensar que quizás ese algo no fuera lo más conveniente para uno. Sus ojos se alzaron de los retratos y se posaron primero en la pantalla del ordenador para después pasearse por las fotos de las obras de arte que decoraban aquellas cuatro paredes y que ella misma había decidido que figurasen allí.

¿Dónde demonios estará exactamente Dacijaj?... El eco de los rumores sobre Zvjezdan Misimovic y su colección de arte bizantino invadieron inevitablemente sus pensamientos, ya que no había un solo museo que no la cortejase para sí, al menos temporalmente, y nadie había podido hasta entonces echarle un ojo encima a todo el lote completo. Un caramelo agridulce, eso era lo que suponía aquel pedazo de papel de anodino envoltorio. Era una pena que aquel hombre tuviera que desprenderse de alguna de sus obras, pero, de ser así, quizás el propio Museo Británico estuviera interesado en adquirirlas.

Repasó mentalmente algunas líneas de la carta de nuevo: "no es tiempo precisamente lo que me sobra…" e inesperadamente un escalofrío le recorrió otra vez la espina dorsal de arriba a abajo.

Justo entonces, Ywen Roth, de apariencia frágil, aislada del frío por un jersey de lana granate de cuello alto y unos pantalones negros de tweed, se levantó de la silla, dejándola medio girada, y asomó la cabeza por la puerta de su despacho: - Virginia, - sonrió, todavía no había tenido tiempo de charlar con ella, pero allí seguía al teléfono, enfrascada en algo que por sus gestos le resultaba tedioso, de manera que añadió en un tono de voz controlado, suave, - ¿podrías decirle a Laurent que necesito hablar con él, por favor?... – Su superior directo. Sabía lo que éste le iba a pedir que respondiera a la oferta del señor Zvjezdan, ya que había pocas personas más avariciosas que Laurent Filch, artísticamente hablando. Esa era una de las cosas que Ywen no podía evitar detestar de él, su forma de “amar” el arte.

Por cierto... frunció el ceño. ¿Misimovic no era también el apellido de un escultor? Sí, su hijo... Se acercó con rapidez a una de las estanterías, creía recordar concretamente una escultura, escogió uno de los tomos y, mientras esperaba que Laurent la atendiera, la buscó entre sus hojas.

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24/12/2009, 10:16
Director

Virginia fijó la mirada en su inmediata superiora, se sentía a gusto con la discreta profesora, era amable y de carácter reservado, no se inmiscuía en sus asuntos y jamás le había gritado, esas eran las principales cualidades que admiraba en Ywen, hablando por supuesto, desde el campo personal.

El profesional era otro asunto, pues no podía evitar sentir una comedida y hasta cierto punto sana envidia de ella. Sus conocimientos eran altos, y la forma que tenía de trabajar invitaba a confiar en ella, enseguida te dabas cuenta de que sabía perfectamente de lo que estaba hablando, y esta no era una opinión únicamente personal, pues se lo habían dicho varias personas que habían trabajado con ella. Virginia difícilmente podría aspirar a mucho más profesionalmente hablando, pero tampoco estaba descontenta con lo que hacía, a veces, era una labor monótona, pero te daba la oportunidad de conocer a gente realmente brillante y codearse en cierta manera con ellos. Y había ocasiones en las que ella no desentonaba, no le gustaba parecer únicamente una idiota secretaria.

Tapó el auricular del teléfono con la mano izquierda, y devolvió la sonrisa Enseguida doctora Roth pulsó un botón en la base del aparato e intercambió unas palabras con la secretaria de Filch, esbozó un pequeño gesto de sorpresa y dio las gracias para volver de nuevo a Ywen tras dejar un poco apartado el auricular Dice Geraldine que viene hacia acá a hablar con usted espero unos momentos a ver si deseaba algo más, pero cuando la doctora volvió a penetrar en su despacho tras un breve agradecimiento, se armó de valor para poder seguir discutiendo con los informáticos.

Buscando entre sus libros, recordó haber leído una vez un pequeño artículo sobre pueblos perdidos de los Balcanes donde se mencionaba Dacijaj, según decía al autor, se trataba de un hermoso lugar detenido en el tiempo, en la frontera con Montenegro, libre de la devastación de la guerra de la antigua Yugoslavia, un pueblo que a veces parecía seguir perteneciendo al reinado de Justiniano.  Pero eso fue todo lo que consiguió exprimir a su vasta memoria, lo cual ya era mucho más de lo que la mayoría de las personas recordaría.

Casi sin pensar encontró el libro que deseaba, era capaz de explorar en su extensa colección con más facilidad casi que en su propio cuerpo, tal vez porque la historia sea el autentico amor de la doctora Ywen Roth.

Allí apareció, en la página trescientos doce aquel grabado a carboncillo que mostraba una imagen muy aproximada de la obra de Misimovic, en una revista llamada Bracket, una de las publicaciones más influyentes en el momento actual.

Se encontraba enfrascada, observando aquella inquietante figura, y recabando los datos que se pregonaban del autor, cuando la puerta de su despacho se abrió ligeramente, y los nudillos de Laurent golpearon la puerta un par de veces, con una estudiada suavidad que no ocultaba que prácticamente había entrado sin llamar.

- Tiradas (1)
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28/12/2009, 13:45
Ywen Roth

El eco de las palabras de Virginia resonó en su interior de manera hueca, mientras las yemas de sus dedos se deslizaban sobre las páginas del tomo que sujetaba con firmeza. Pesaba y ese hecho hacía que sintiera toda aquella situación como real y efectiva de manera gratificante. Tenía la extraña impresión de que Laurent venía hacia allí anticipadamente, como si hubiera estado pendiente de su llegada, como si la carta que ahora se hallaba sobre el teclado de su ordenador fuera un presente demasiado engalanado para obviarlo, como si él a su vez hubiera recibido alguna notificación al respecto de esa solicitud por parte del propio Misimovic.

A veces se daba cuenta de que valoraba negativamente las cualidades de Filch, aunque ese conocimiento careciera de efecto alguno en consecuencia, pese a todo. La excelsa mayoría de las personas que ostentaban un cargo de responsabilidad pareja a la suya en aquella universidad eran ancianos. El hecho de que Laurent tan solo hubiera comenzado a peinar canas y tuviera todo un futuro por delante llevaba a pensar que pudiera haber sido escogido para el cargo por alguna razón de carácter favoritista en vez de por sus propias cualidades, pero ese no era el caso. Filch era idóneo para el puesto y este hecho se hallaba ampliamente avalado por dos de sus características fundamentales: una visión del arte propia de un artista y una perspectiva comercial propia de un buitre carroñero. Era precisamente esto último lo que la hacía sentirse continuamente enfadada con él y, sin embargo, ¿en realidad se trataba de algo malo?... Ciertamente, no.

Dacijaj, por fin había ubicado aquel enclave mentalmente, dotándolo así de una localización espaciotemporal. Un anticiclón en medio de la borrasca. ¿Existían de verdad los lugares protegidos de todo mal? ¿O era un mal en sí mismo aislarse dentro de una burbuja cuando en tu entorno se sufría un ambiente de hostilidad perpetua? Tragó saliva y, sin más, aquella pregunta dolorosa trajo consigo un hallazgo…

… el de la escultura de Mirsad, que le recordó inmediatamente unos versos del Infierno de Dante Alighieri: “mientras retrocedía yo a lugar bajo, ante mis ojos se ofreció quien por el largo silencio parecía mudo. Cuando a este vi en el gran desierto, ¡Ten piedad de mi! Le grité, quien quiera que seas, sombra u hombre cierto…” y en consecuencia un golpe seco la recorrió internamente, como una bomba activada tras la ligera presión de un detonador manual.

¿De qué se revestía uno en realidad? ¿Cuál era su verdadera esencia? ¿Qué era el ser humano exactamente? ¿La mitad descarnada de aquel ángel o su otro yo neoclásicamente perfecto? ¿Éramos los que caminábamos sobre la Tierra simplemente eso, peregrinos temporales? ¿O en algún lugar interno en verdad poseíamos un alma que había sido desterrada de un paraíso? Dos hechos la inquietaron entonces simultáneamente, la inseguridad que otorgaba la penitencia de convivir con un pasado descarnado y preguntarse qué habría llevado a Mirsad Misimovic a ser tan cruel consigo mismo. Mientras repasaba los datos que allí aparecían sobre él, se imaginó cómo sería tener aquella obra ante sus ojos, en “vivo”, y tuvo la certeza de que debía ser un acontecimiento a todas luces demoledor internamente.

De pronto y debido a ella, se encontró a sí misma reviviendo su pasado. ¿Volvería a matarlo? Si retrocediese al preciso instante de apretar el gatillo, ¿lo haría por segunda vez? Las piernas le temblaron ligeramente al descubrir que sí, que lo haría una y mil veces, aunque se hallase imbuida en un bucle temporal de repetición absurda, y que sufriría las consecuencias una y otra vez de nuevo, el remordimiento, el dolor, el sacrificio… Se asustó, ¿en qué momento se había transformado internamente en un verdugo? ¿Cuándo había dejado de ser un ángel neoclásico para transformarse en su otra mitad descarnada?, y acabó por responderse a sí misma al fin… en el preciso instante en el que el dolor había logrado desfigurarla.

Durante los segundos siguientes, se lamentó de no tener pruebas de la existencia de un Dios, de no poder creer en él, independientemente de la religión sobre la que se alzase, ya que al menos si lo hubiera, podría reconfortarse cada día rogándole, como lo hacían aquellos que se llamaban a sí mismos creyentes, por la salvación de un alma concreta… la suya propia, pero no, ella llevaba largo tiempo soportando un infierno que nada tenía que ver con ningún dios de ninguna cultura, de manera que… ¿qué podía suponer morirse? ¿Despertar? ¿O ya estaría despierta?

Apartó la mirada de aquella obra de arte que la conmovía intensamente, cerrando el libro de golpe y permitiendo que el sonido seco de ese sencillo gesto se desplegara por el aire, mientras que simultáneamente los dedos de Laurent tamborileaban sobre la puerta de su despacho, anunciando un hecho consumado. Avanzó entonces unos pasos, aún de espaldas a él, y lo dejó sobre la repisa en la que había estado descansando con anterioridad. Entonces observó durante un momento las palmas de sus manos vacías, que consiguieron trasportarla hasta algo más de una década atrás, y las encontró como en realidad se hallaban…

…manchadas de sangre. Apretó la mandíbula inferior contra la superior y se apartó de la estantería para acabar recorriendo la distancia que la separaba de su mesa de escritorio, acompañando aquel desplazamiento con un ademán hiriente, el de limpiarse esa misma sangre imaginaria sobre su suéter, como quién se desprende físicamente de cierta sensación de sudor.

- ¡Vaya, cuánta rapidez!... Tu eficiencia me desborda… - Había cierto toque de ironía en aquella admiración, aunque careciese por completo de malicia añadida. Retiró la carta del teclado y la elevó entre sus dedos - ¿No será por esto? ¡Y yo que pensaba que tenía algo sorprendente que contarte!... – Se giró y mantuvo su mirada para terminar preguntándole después de una breve pausa - ¿Y bien?...- Una sonrisa suave bailó sobre sus labios a la vez que su ceja izquierda se alzaba ligeramente, dotando a su rostro de cierta picardía, haciendo que nada en ninguno de sus gestos pudiera delatar las manchas de sangre recién adquiridas que portaba el granate oscuro de su jersey.

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29/12/2009, 18:33
Laurent Filch

Vestido de manera impecable, con un elegante traje azul marino, y una estudiada sonrisa en su rostro. Esa era la imagen habitual de Filch, la misma que lucía en estos momentos, mientras se sentaba con naturalidad y confianza en la silla vacante frente al escritorio de Ywen.

Cambridge es un lugar pequeño una breve muestra de pillería en su gesto encogiéndose de hombros las noticias vuelan rápido querida Ywen acarició suavemente el hoyuelo que destacaba en su barbilla, mientras observaba con sus azules ojos el hermoso rostro de su interlocutora.

Era difícil, muy difícil, saber la verdadera opinión que Laurent podía tener de las personas que le rodeaban, su discreción era elevada, y muy a menudo usada para obtener favores gracias a sus silenciosas promesas. Había tanteando un par de veces a Ywen, ella era guapa e inteligente, pero a pesar de que muy a menudo había sido tachado de hombre frío, quedaba, según él, a años luz de la temperatura y distancia que parecía querer poner la doctora con todo lo que la rodeaba.

Su mirada recorrió, voraz, el sobre que ondeaba en la mano de la mujer, y su gesto se afiló, La colección Misimovic, esa gran Desconocida enfatizó esta última palabra a la par que su sonrisa se asemejó a la de un depredador pensando en la comida, poseedora, teóricamente, de varias de las joyas del arte bizantino, se dice que muchas de las obras perdidas del gran esplendor de Ravena descansan allí, ocultas en las sombrías cámaras del viejo caserón Misimovic rió con desgana, los rumores se vuelven estúpidas leyendas cuando las cuentan marchantes ávidos de dinero y fama querida Ywen gustaba de usar aquel apelativo para referirse a ella, aún a sabiendas de que no era del todo de su agrado.

Lo importante es que no somos los únicos que estamos al corriente de la precaria situación económica del señor Misimovic, y por eso no podía recomendar a otro para esta misión que no fueras tú se inclinó ligeramente hacia delante, dejando al descubierto un lujoso reloj, adoptando un tono a mitad de camino entre confidencial y paternal se que viajar a Yugoslavia en estos tiempos puede parecer arriesgado, pero no hay nada que temer, tengo algunos contactos allí, y he planificado el viaje para que todo resulte sencillo

Laurente siempre miraba a los ojos, era una cualidad altamente valorada para las negociaciones, pero algunas veces podía resultar incómodo saldrías mañana en un vuelo directo a Belgrado, y desde allí irías en un tren diplomático hasta Pec, la ciudad más grande la región de Kosovo, muy cerquita de la frontera con Montenegro, y desde allí un autobús de línea hasta el pueblo volvió a recostarse ligeramente sobre la silla.

¿Qué me dices?, quizás haya una pequeña Bizancio en Dacijaj

 

 

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30/12/2009, 19:50
Ywen Roth

¡Cuán afortunada soy entonces! Acabo de ganar una incursión en un conflicto bélico con posibilidad, eso sí, según todos remota, de que me peguen un tiro y tú... tú seguro que te acabas llevando los laureles… ¡Pedazo de capullo!... – Y todo ello aliñado con la suficiente dosis de tono irónico como para que se notara a la perfección el sarcasmo - Anda, venga, confiesa... ¿Qué ganáis exactamente Cambridge... o tú?... - Seguramente el resultado de sus palabras fue igual que si, participando en una película del oeste, el Séptimo de Caballería te hubiera pasado literalmente por encima. Claro que aquel tipo de reacción, directa y exenta de hipocresía, no era algo a lo que después de una década trabajando juntos Laurent Filch no estuviera acostumbrado, ni tampoco algo que no le resultara divertido.

Tienes… - señaló con el dedo índice su corbata, balanceándolo ligeramente – quiero decir que… está torcida… - Y así era. ¡Oh, sí! Lo era. Se acercó entonces a su interlocutor, cómodamente sentado, y asió el susodicho artículo con ambas manos - ¿Por qué lo haces? ¿Disfrutas con ello, verdad? – Un tirón suave, apretando el nudo en simultáneo. – Colección desconocida, joyas de arte bizantino, obras perdidas del gran esplendor de Ravena… - Otro tirón, esta vez el último, solo que más brusco - Sabes que lo odio… odio que me intenten vender un producto… y más aún cuando me conoces a la perfección y sabes que no va a hacer falta convencerme de nada… que es del todo innecesario… - La soltó, sonriendo. – Ya está… - Se apartó de él y avanzó hacia la puerta, asiendo el pomo con su mano diestra, abriéndola y sintiéndose afortunada por no haber deshecho todavía las maletas. Otra cosa que también odiaba era empacar.

Virginia, ¿podrías hacerme un favor? Localízame a Alan… - asomaba de nuevo la cabeza por la puerta de su despacho. Su tío era un reconocido marchante de arte y seguro que podía darle alguna pista más sobre todo aquello. – Para almorzar, cenar… - Se encogió de hombros – que escoja él… - Además si Ywen se iba de viaje tenía que encargarle otro asunto… su hija. Lo cual le recordó otra cuestión más. - ¡Ah!... Y, por favor, deja un recado en el internado de Grace para que me llame hoy mismo sin falta. – No tenía ni idea de cómo andarían las comunicaciones en la zona a la que iba a acceder y jamás se marchaba sin despedirse.

Zvjezdan decía en su carta que había dispuesto todo lo necesario para el viaje en caso de que al final decidiera aceptarlo y allí frente a ella Laurent afirmaba haberlo planificado todo de tal modo que resultara sencillo. ¿Y ella? Ella… por una parte, se preguntaba qué implicarían exactamente los términos “necesario” y “sencillo” respectivamente para cada uno de ellos, pero desde que había leído la carta y había sentido ese nudo en la boca del estómago, había sabido que aceptaría.

Atrapada entre dos hombres y una colección de arte bizantino, esa era su posición actual, aunque en realidad el segundo hecho la hiciera sentirse infinitamente más cómoda que el primero, no en vano, su relación con el arte bizantino siempre había sido gratificante, mientras que convivir con el sexo opuesto, no importaba el tipo de relación, le había resultado en la mayor parte de las ocasiones decepcionante e incluso se podría afirmar que hiriente, o cuando menos básicamente complejo. Era curioso, ya que había habido un momento en que se había llegado a sentir culpable por ello, hasta que había comprendido que no siempre el hecho de que algo funcionara mal en tu vida implicaba que el responsable fuera uno mismo y a partir de entonces se había prometido a sí misma no censurarse más en ese aspecto, dejando al tiempo enmendar errores llegado el caso.

Por cierto… - Retrocedió sobre sus pasos hasta sentarse en la silla giratoria, mientras mantenía de nuevo la mirada de Laurent. - ¿No sabrás dónde está expuesta la estatua de Mirsad Misimovic? Me refiero a la que le lanzó a la fama. ¿La recuerdas?… - Frunció el ceño ligeramente al recordarla, regresando inevitablemente a la sensación que la había invadido con anterioridad. En el tomo no ponía dónde se encontraba y francamente ella misma no recordaba ningún dato al respecto. Según el itinerario planteado por Laurent, tenía que pasar por Belgrado y por Pec, de manera que quizás tuviera suerte y estuviera expuesta en cualquiera de esas dos poblaciones, aunque en tiempos de confrontación el arte dejara de tener valor alguno para convertirse simplemente en una forma de chantaje emocional. A lo mejor resultaba temerario, sí, pero si se hallaba en algún punto del recorrido que estaba a punto de iniciar y existía la posibilidad de echarle un vistazo, ¿por qué no intentarlo al menos? Si había algo que en verdad amaba de su trabajo, era el hecho de albergar continuamente la posibilidad de tratar con el arte cara a cara y así poder tener la oportunidad de dejarse herir por él.

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04/01/2010, 00:27
Laurent Filch

Laurent adoptó la mejor de sus sonrisas ante el ataque de Ywen, se recostó en la silla y cruzó sus piernas con cierta suficiencia, claramente se declaraba vencido en aquel momento, pero la doctora bien sabía que únicamente era una concesión de cara a la galería, le gustaba aparentar que ella había ganado la conversación, aunque fuera solo unos instantes.

Sólo se sorprendió durante un par de segundos cuando la atractiva mujer le recompuso la corbata, o más bien le estaba dando una buena reprimenda, como se la daría tal vez a un niño pequeño, y la dejo hacer, guardándose su respuesta hasta que ella terminó de confirmar la aceptación del encargo con las instrucciones que daba a su secretaria.

Misimovic quiere vender algunas cosas, y nosotros estaremos encantados de aliviar su situación económica, pero y ahí, justo en ese momento desapareció la sonrisa de su rostro, dejando paso a la parte que valoraba la universidad de Filch la economía de la universidad no es todo lo boyante que nos gustaría hablaba rápido pero con la seguridad de quien sabe las palabras que debe pronunciar así que lo mejor sería una realizar una tasación “adecuada” a los intereses de la gloriosa Cambridge calló, sabía que ella lo entendería, pues si algo no era Ywen Roth, es estúpida.

Roussillon pronunció el nombre de la localidad francesa cuando consideró que debía hablar de nuevo Cetrinaj, la luz del sueño, pertenece a la colección privada del marqués Francois de Toulillon su mirada, errática desde que había comenzado su cháchara, se afiló inquisidora sobre su helado azul, una inversión detestable desde mi punto de vista la que cometió el “entendido” coleccionista Laurent odiaba a todos aquellos tipos a los que no conseguía convencerles de que sus propuestas eran las mejores, y durante años, había batallado un par de veces con el de Toulillon sin demasiado éxito.

Un breve y sonoro “bip” interrumpió al historiador, disculpa dijo mientras introducía la mano en el bolsillo derecho de su chaqueta, y echaba un vistazo a su busca, frunció ligeramente el ceño y apretó los labios, dejando nuevamente el aparato en el mismo lugar de donde salió.

Me reclaman desde arriba disgustado se encogió de hombros con resignación, él no tenía la culpa de ser un hombre tan ocupado Gracias por aceptar Ywen su tono de voz se volvió suave y meloso, había conseguido su propósito una vez más, sólo se justa con el señor Misimovic y con la Universidad se levantó de la silla, y pareció que iba a irse, pero lo que hizo fue apoyar ambas manos en el escritorio de madera, inclinando su cuerpo hacia delante, y bajando el tono de voz, y quisiera pedirte un pequeño favor personal buscó de nuevo sus ojos, cómplice hay un pequeña niñería que siempre he deseado adquirir, un relicario del siglo siete que permaneció durante varios siglos en la iglesia de Sant Joseph en Devonshire, que es el lugar donde nací, y me gustaría que volviera a casa su mirada decía con claridad meridiana que contaba con ella para realizar el bonito gesto con sus paisanos.

Le diré a Geraldine que te tenga todo preparado en menos de una hora tras lo cual, espero a la contestación de Ywen para acudir a su improvisada cita.

 

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06/01/2010, 02:33
Ywen Roth

De manera que se encuentra en Roussillon… - estaba claro que al menos de momento se quedaba sin “conocerla”. Se encogió de hombros instintivamente mientras de manera simultánea un gesto claro de aceptación de ese hecho se dibujaba en su rostro, una manifestación totalmente contraria a la tensión que durante unos segundos se había perfilado en la voz de Laurent Filch al recordar a Francois de Toulillon – en las manos del marqués… - observó a su jefe de refilón. Por alguna razón siempre había tenido la impresión de que ambos se detestaban.

La colección privada que se le atribuía a aquel francés afincado en el departamento de Vaucluse destacaba por lo llamativo y especialmente selecto de sus obras, en el sentido de que todas ellas estaban dotadas de un carácter especial, se podría decir que tenían alma. Las inversiones de aquel hombre denotaban que atesoraba algo que sobrepasaba la frontera de la rentabilidad, que valoraba cada pieza en base a lo que ésta sencillamente le provocaba, una visión que el hombre que tenía delante en aquellos instantes nunca había podido permitirse. Así que guardó silencio al respecto, sobre todo, porque no sentía necesidad alguna de hacerle llegar tales pensamientos a su interlocutor. Allí frente a ella, disimulando su satisfacción por lo que él consideraba un triunfo.

Mercenarios del arte, así se le antojaban a veces algunos miembros de aquella casta de la que no se podía decir que ella formara parte. No al menos en la forma en la que ellos se involucraban y, una vez aclarado ese punto, se llegaba rápidamente al siguiente… ¿cómo se le recordaba a un hombre de esa clase, precisamente como el que tenía enfrente, que las obras de arte pertenecían al mundo, que en cierta forma eran apátridas?... Por mucho que te las hubieran "arrebatado" de tu localidad natal allá en Devonshire.

Apoyó el codo sobre la mesa y el rostro sobre la palma de su mano diestra: ¿Y llamas a traerte de vuelta el relicario de St Joseph un “pequeño” favor?... ¿Vaya con que eso es lo que quieres, eh?... – Sin duda una de las piezas de ese estilo mejor conservada del siglo siete. Una medalla más que colgarse de cara al público. - Haré lo que pueda… o para variar quizás lo que me apetezca… - Y en aquellos precisos instantes, Laurent Filch se le antojó un tipo tremendamente infantil, que reclamaba sus cosas como un niño al que le hubieran robado uno de sus juguetes de infancia – No te preocupes te mantendré informado, te llamaré en cuanto haya echado un vistazo a la colección y tenga una visión global del asunto…

Asintió y sonrió al despedirse, centrándose inmediatamente en la pantalla de su ordenador con la intención de realizar algunas pesquisas, entre ellas, recordar si tenía algún contacto, alguien conocido, trabajando o destinado en la zona a la que acudía por si acaso en un momento dado podía necesitarlo. Otro asunto que reclamó su atención fue buscar exactamente qué tipo de obras de arte bizantino se le atribuían a la colección de Misimovic para hacerse a una idea de lo que podía encontrarse, mientras esperaba que Virginia realizase las recados que le había solicitado.

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19/01/2010, 17:03
Director

La Doctora se afanó en su tarea de recopilación de información, sus dedos se deslizaban sobre las teclas, haciendo parpadear constantemente las letras de color verde brillante que bailaban sobre la pequeña pantalla, accediendo a los datos que podía proporcionarle el ordenador central de la universidad.

Variadas eran las obras que se atribuían a la colección del relativamente afamado coleccionista, en su mayoría bizantinas, pero debido a la escasez de las mismas, se sabía que Misimovic había adquirido también algunas pequeñas obras góticas de gran valor.

No había muchos, y era en cierta medida extraño, pero era bien conocido por Ywen el carácter a menudo retraído y excéntrico de muchos de los poseedores de las mayores colecciones, esta gente no solía moverse por los valores de la gran mayoría de la sociedad, siendo en su mayoría, personas de conocidas riquezas. La gente que pasaba apuros para llegar a fin de mes no podía permitirse bellos lujos.

Recordar a alguien conocido en la zona fue una tarea mucho más complicada, tanto que supo que el más cercano se encontraba en Zagreb, Odea Radja, una antigua profesora suya a la que no veía en años, apenas le dio clase durante un par de cursos. A eso se reducían sus amistades por la conflictiva zona.

El estómago de la historiadora comenzó a protestar, el tiempo había pasado deprisa, y un buen número de volúmenes se apilaban sobre el escritorio, el reloj marcaba las diez y cuarenta y tres minutos.

- Tiradas (1)
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23/01/2010, 12:42
Ywen Roth

Perdió la noción del tiempo de la manera habitual, mientras deambulaba mentalmente por datos y descripciones artísticas que la hacían sentirse segura, porque en realidad eso era en cierta medida lo que sentía en su vida profesional, seguridad. Más allá del mar de sentimientos internos con los que bregaba con cada bocanada de aire que entraba en sus pulmones y que tan solo mostraba a los más cercanos.

Por eso, a veces, según en que situaciones y dependiendo de con quién se hallase, se revestía de un disfraz de distanciamiento que la hacía sentirse menos incómoda con el resto del mundo. No se trataba de hipocresía, Ywen Roth carecía de ella, no entendía de falsedades ni comulgaba con fingimientos, y eso era así hasta tal punto que la suma de aquellos factores provocaba un efecto curioso en su entorno. En resumen, decía sin tapujos lo que pensaba y sentía, pero le costaba mostrarlo emocional y físicamente. A veces se sentía como si le hubieran amputado una parte de sí misma que anhelaba desesperadamente recuperar.

Las creaciones que se conocían mejor dentro de la colección de Misimovic albergaban obras bizantinas que se situaban como referentes de periodos muy variados, desde la primera edad de oro del arte bizantino hasta la tercera, de valor en algunos casos altamente elevado, como pudiera ser el caso de la escultura del Rey David en su trono del siglo IX, una placa de marfil con incrustaciones de oro que a pesar de su tamaño, tan sólo medía 11 centímetros por 7’5, era un trabajo sobresaliente de orfebrería de la época o, por ejemplo, el Díptico Barberini del siglo VI, también de marfil, pero de dimensiones algo mayores. Eso en cuanto a algunas esculturas reconocidas, pero también se rumoreaba que poseía un mosaico restaurado al detalle de Justiniano y otro del Arcángel San Miguel, este último un icono con moldura del siglo XI, a parte de una colección de monedas de la época de diversos emperadores, Constantino, Juliano, Justiniano, Tiberio e incluso Heraclio o Basilio. Cabría resaltar en concreto, dentro de este mismo sector, una moneda de la época de Constantino que había sido convertida en colgante de oro y cuya imagen, almacenada como otras tantas de la época entre los múltiples volúmenes de su despacho, Ywen estaba observando sobre el papel en aquel preciso instante.

Respecto a obras góticas, se le atribuían a su compendio ciertos retablos francamente curiosos, cuya característica principal era que abandonaban sorprendentemente la usual temática religiosa para mostrar paisajes y retratos, además de algunas esculturas ecuestres o religiosas destacadas, como por ejemplo el mítico Ángel de la Sonrisa de renombre internacional. Todas ellas, obras expresivas que reflejaban sentimientos reales a través de sus pinceladas o cinceladas, tales como dolor, ternura, simpatía... El resultado de una nueva mentalidad característica del gótico, más urbana, cercana al hombre y la naturaleza que mostraba a su vez una renovación de la espiritualidad.

Por último, apuntó en su libreta los datos de Odea Radja en Zagreb por si le fueran de utilidad, aquella mujer a la que era imposible no recordar debido a la imperturbabilidad de su gesto, a pesar de su amabilidad y buen hacer, estiró las cervicales, contrayendo los omóplatos, y simultáneamente echó un vistazo a su reloj, de pronto exasperada consigo misma incomprensiblemente, harta de súbito de esconderse de si misma tras los libros, tras el arte, tras los datos, tras el trabajo diario. Se levantó de golpe, confusa internamente, y atravesó la estancia y el umbral de la puerta que la separaba de Virginia, francamente decepcionada con algunos de los trazos de su vida.

Una vez en la antesala de su despacho, se centró en su compañera: - ¿Has localizado ya a Alan? – Forzó un gesto cordial en su rostro, en absoluto sospechoso, que cubrió todo aquel terremoto interno, devastador en exceso. Respiró hondo, lentamente, y continuó – Voy a acercarme a la cafetería… ¿te apetece venir o te traigo un té acompañado de algo más consistente? – Ahora sí que sus labios reflejaron una sonrisa... de las de verdad.

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25/01/2010, 13:50
Director

Virginia revisaba una gruesa carpeta mientras garabateaba grácilmente en un folio de color blanco que tenía a su derecha. La pantalla del ordenador se encontraba apagaba, y la torre probablemente también, pues el despacho se encontraba anormalmente silencioso. Suele pasar, que te acostumbras tanto a un sonido, que solo te das cuenta de su existencia cuando este se ausenta.

Levantó la cabeza de sus quehaceres al escuchar la voz de la doctora, parpadeando una par de veces antes de contestar, como si regresara a la realidad Ehm, aún no he podido, le he dejado mensajes en su casa y en la galería, pero aún no he recibido ninguna respuesta se encogió de hombros a modo de disculpa, esbozando una ligera sonrisa, en cuanto tenga respuesta le avisaré, no se preocupe amplio su sonrisa cuando Ywen le preguntó si quería algo de la cafetería.

No, muchas gracias, ya he desayunado antes, es la única manera de aguantar la caminata desde casa todas las mañanas

Esperó unos segundos más mirando a la elegante mujer que tenía enfrente, dispuesta a volver a su tarea anterior si no quería nada más.

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27/01/2010, 23:47
Ywen Roth

Asintió como única respuesta y, como si aquel simple cabeceo hubiera sido el resorte desencadenante de un mecanismo concreto, regresó sobre sus pasos, observó los tomos sobre su escritorio, asiendo uno por el lomo, y rescató su abrigo y su bolso del perchero.

- No tardaré mucho – sonrió levemente al volver a encarar el rostro atareado de Virginia y abandonó aquella sala con la extraña sensación de no estar siendo del todo sincera con aquellas tres últimas palabras. De pronto necesitaba respirar, era como si el día se hubiera vuelto gris de súbito, independientemente del tiempo atmosférico, como si nada bueno estuviera floreciendo en aquellos instantes en el mundo. ¿Sentía nostalgia? ¿De verdad? ¿En serio? ¿De qué podía tener ella nostalgia? Apretó los labios mientras caminaba por el pasillo y accedía al exterior del edificio. No, sin duda se estaba confundiendo, no podía ser, ¿o quizás sí? A lo mejor en realidad lo que añoraba era haber podido vivir otra vida distinta a la suya propia en algunos aspectos.

La Escuela de Artes y Humanidades de Cambridge formaba parte de un compendio de seis sectores distintos y englobaba bajo su nomenclatura bastantes especialidades como, por ejemplo, Arquitectura, Historia del Arte, Filosofía, una amplia gama de Filologías e incluso Teología, entre otras, además de los diversos departamentos de investigación. De hecho, sus espacios libres a aquellas horas de la mañana se veían reducidos a la mínima expresión, debido al constante hormigueo de personas por sus venas circulatorias.

Arqueó las cejas confusa, parecía que huyera de un incendio, de manera que respiró profundamente en el exterior del edificio e incomprensiblemente agradeció el viento frío en el rostro, mientras observaba durante unos segundos el amplio atrio que se hallaba ante ella antes de comenzar a atravesarlo. Sin embargo, en ningún momento sus pasos la llevaron hacia la cafetería, sino que pasaron por delante de ella sin que gesto alguno en el rostro de Ywen indicara que en algún momento hubiera tenido la intención de encaminarse hacia allí.

Disfrutaba observando la Capilla de King´s Collage desde los bancos de los amplios jardines y, aunque el día no invitara a tal efecto, decidió detenerse en su contemplación durante al menos unos instantes para así perderse en la infinita complejidad de su arquitectura gótica. Justo entonces, dejó de tener importancia todo sentimiento alternativo a aquello y el alivio y la gratificación que en ocasiones el propio arte otorga se hicieron cargo de la situación, como si desenredaran de nuevo un ovillo que hubiera enmarañado un gato.

El aire que exhalaba al respirar hacía vahos frente a ella, sonrió, despertando de nuevo, pero entumecida por la humedad ambiental, y se giró sobre los talones para observar el entorno con mayor detenimiento. No, definitivamente no iría a la cafetería de la universidad, acababa de rubricarlo. Abandonó el campus, cruzó la acera y penetró sin pensárselo dos veces en el "All souls", donde el calor le arreboló las mejillas de inmediato. Avanzó hasta la barra, sobre la cual abandonó el catálogo de obras que portaba, se sentó en un taburete elevado, se despojó del abrigo que acabó descansando sobre sus rodillas y, tras pedir un té con una nube de leche y una tostada, se hizo de inmediato con el "Times" para encontrar en uno de los laterales de la portada la noticia de que un hombre de la limpieza había perdido su trabajo por haber sido cogido bebiendo café de una cocinilla destinada a los miembros del Parlamento. Frunció el ceño, ¡por Dios bendito! ¿De verdad le podían despedir a uno hoy en día por algo semejante? Francamente esperaba que no. En fin... el Parlamento inglés y su encorsetamiento extremo.

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29/01/2010, 16:41
Director

Esa noticia era lo más novedoso que aportaba el periodico, que se había convertido en sinfín de rutinarios informes sobre las discusiones entre los políticos sobre asuntos que en general, importaban poco a la población media. Los sucesos tampoco variaban en demasía de un día para otro, las mismas desgracias, muertes y catastrofes, tan familiares ya que no escandalizan ni sorprenden. Y que decir de la parte internacional, todo parece tan lejano que se lee como si se tratara de otro planeta.

No había mucha gente a aquella hora en el All Souls, pero siempre era un lugar acogedor, era de esos pequeño bares donde todo parecía ir más despacio, y las preocupaciones parecían mucho menores.

A su mente volvió el recuerdo de Alan, no era descabellado que desapareciera durante varios días sin dar señales de vida, era algo que hacía de vez en cuando, reforzando ese aura de hombre misterioso, que parece estar por encima del bien y del mal, que tanto gustaba aparentar, era su forma de ser, había que aceptarlo tal y como era.

Ywen sintió como un escalofrío recorrió su cuerpo sin previo aviso, todo el aire a su alrededor pareció evaporarse, y una sensación de ahogo se apoderó de la académica, apenas duró unos angustiosos momentos, durante los cuales no pudo moverse. 

Se giró en cuanto pudo, y lo único que pudo ver fue la puerta cerrándose de manera pausada, el resto de personas que estaban en el local continuaban con sus vidas, sin al parecer haberse percatado de que algo extraño sucediera.

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02/02/2010, 01:20
Ywen Roth

Estaba terminando su té, cuando… casi lo vierte sobre el periódico e inmediatamente se asombró de sí misma, porque incluso le temblaba ligeramente el pulso. El aire a su alrededor se había condensado de tal forma que le traía recuerdos extraños, sensaciones y sentimientos confusos y entremezclados que de vez en cuando, sobre todo, en momentos como aquel en que de pronto se sentía vulnerable, invadían su mente de nuevo provenientes de algún punto concreto de su pasado.

Si se hubiera visto obligada a ponerle un nombre a aquel efecto, habría tenido que admitir que sentía algo parecido a lo que comúnmente la gente solía denominar un “déjà vu”, sólo que únicamente suscrito a los sentimientos, no al entorno, ni a los hechos en sí mismos. Era como si su mente y su cuerpo reconocieran el hecho de haberse sentido paralizados en alguna otra ocasión, sin aire que respirar, con la piel erizada y esa impresión de que lo que le estaba ocurriendo en esos precisos instantes era sobrecogedor, aunque el emplazamiento y las circunstancias fueran absolutamente novedosos para ella.

Tomó el último sorbo de té, dejó la taza sobre la barra junto al dinero del importe, abandonó el periódico sobre la misma, permaneciendo éste abierto a la espera de que alguien se compadeciera de él, olvidado de pronto como si súbitamente hubiera pasado a ser completamente innecesario, tomó el catálogo de manera acelerada, se colocó el abrigo de camino hacia la puerta y salió al exterior apresuradamente como si acabara de recordar que estaba en el lugar erróneo, quedándose al fin allí afuera plantada en medio de la acera, más allá del umbral de la puerta del “All Souls”.

¿Qué diantres hago aquí?... ¿Exactamente qué era lo que esperaba encontrar? ¿El cuerpo de su madre yacente sobre el suelo de la acera, desangrándose? ¿El de su marido con una bala alojada entre sus órganos vitales? ¿Ese era el tipo de malestar que acababa de evocar escasamente unos segundos antes? ¿El mismo que la había invadido entonces? ¿O distaba bastante en realidad? De repente se percibía a sí misma como si estuviera señalando las desigualdades en un juego corriente de diferencias de la sección de pasatiempos del periódico que acababa de dejar atrás.

Lo único que le quedaba claro era que ahora se sentía… ¿estúpida? Sí… Era el fiel reflejo de la incoherencia, como cuando los héroes de las películas en el cine de terror salían al encuentro del asesino, sabiendo que les iba a destripar. Sólo que en este caso ni siquiera esa descripción se asemejaba. Al menos igual de ridículo sí que es... se lamentó internamente, dejando que un gesto de incredulidad personal se pasease impunemente por sus facciones. Te diré lo que vas a hacer, Ywen… ¡Oh, sí!... ¡Claro que sí!... Regresaría de inmediato a su despacho y terminaría de recopilar todos los datos necesarios, después recogería lo que considerase de utilidad, solicitaría en préstamo el material de estudio y tasación usual, esperaría a que le entregasen los datos concretos de su vuelo, viaje, trayecto… rezaría para que su jornada laboral trascurriese cuanto antes y regresaría a su casa a descansar. Estaba agotada, no en vano, aquella noche la había pasado mal durmiendo en un vagón de tren, casi sin pegar ojo.

...Y aún así, no pudo evitar que su cuello se girara con rapidez hacia un lado y otro de la calle, como quién pretende cruzar de acera, acompañado de una mirada que analizó cada palmo de la vía en la que se encontraba. ¿De verdad nadie más había notado aquello? ¿Realmente había existido un “aquello”? ...Y aunque hubiera existido, ¿qué sentido tenía su reacción? A veces el cansancio te crispaba de tal modo que cualquier acontecimiento podía implicar el caos.

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02/02/2010, 12:10
Director

La doctora Roth terminó todo lo que tenía pendiente antes de abandonar su despacho, Laurent había acelerado cualquier trámite burocratico, lo cual facilitó mucho la tarea de adquirir los materiales que necesitaba con tan escaso margen.

Vivian le dio los billetes de avión y tren necesarios, así como una sencilla guía con el itinerario a seguir, y que ádemas le explico brevemente, se guardó las preguntas que su rostro reflejaban, ¿Serbia? Pocos lugares peores se le ocurrían para visitar en este momento, pero no era ella quien tomaba las decisiones. Se despidió de su jefa tras recordarle que podía llamarla si le surgía cualquier tipo de incoveniente con los pasajes que le acababa de entregar.

Salió antes de hora, dudaba mucho que fueran a decirle algo, y necesitaba el descanso para el viaje del día siguiente, en el cual ya tendría tiempo para repasar los datos obtenidos, así que cuando llegó a casa, una buena ducha y una frugal cena fue todo lo que necesitó antes de acostarse y pasar un noche sorprendentemente tranquila y reposada.

Londres, Miercoles 24 - Abril- 1996 , 6:16. Residencia de la Doctora Ywen Roth.

Se levantó pronto para encaminarse a Heathrow, de donde salía su vuelo en dirección a Belgrado, trayecto que transcurrió con normalidad, únicamente alterado por unas ligeras turbulencias llegando a la capital yugoslava, pero nada que tuviera importancia. Al bajarse del avión, no tuvo ni siquiera tiempo de salir del aeropuerto, pues un hombre al servicio de la universidad la llevó a la estación de trenes. Se presentó como Viakjr Dragic, rondaba los sesenta y hablaba el inglés con fluidez, le contó que había estada trabajando para la universidad durante toda su vida, haciendo prácticamente de todo. Se mostró como un educado y ameno conversador durante la aproximadamente media hora que duró el camino, y no se despidió de ella hasta que Ywen estuvo debidamente acomodada en su compartimento.

Belgrado, Miercoles 24 - Abril - 1996, 11:02. Aeropuerto Nikola Tesla.

La condiciòn de diplomática que Laurent le había conseguido le facilitó mucho las cosas, su equipaje apenas si fue revisado, y su vagón estaba separado del resto por el vagón cafetería y uno más, donde se encontraba el centro de seguridad del tren. Viajaba sóla en su compartimento, y en el resto del vagón únicamente se encontraban cuatro personas más, siendo ella la única mujer. Dos de los pasajeros se presentaron educamente cuando coincidieron en el pasillo, Luca Cicarille y Danilo Ballenti, dos elegantes diplómaticos de la embajada italiana que fueron una agradable compañia durante algunos momentos. Jóvenes para su cargo, coquetearon elegantemente con ella, y se mostraron corteses, sin llegar a resultar incómodos en ningún momento. El tercer viajero no salió de su departamento, mientras que el cuarto, únicamente murmuró un gruñido a modo de saludo, no parecía encontrarse en su mejor momento de salud. Los italianos incluso se ofrecieron a acompañarla a su hotel en Pec, pues debía hacer noche allí para coger el autobús de primera hora de la mañana.

Pec, Miercoles 24 - Abril - 1996, 22:23. Hotel Pec.

Esa noche fue bastante peor que la anterior, la cama era pequeña e incómoda, y había muchos más ruidos en el exterior que en su confortable vivienda, o por lo menos eso le pareció. Pero el día llegó y su autobus salía temprano, así que en principio, en una hora llegaría a su destino.

El vehículo estaba en unas condiciones mejorables, pero por lo menos no era una chatarra, el conductor, un hombre de unos cuarenta, vestido con unos vaqueros y una chaqueta azules, fumaba un cigarro junto a la puerta mientras recogía los billetes. La miró por unos instantes, con un gesto de sorpresa, y se ofreció a ayudarle con las maletas.El autobus comenzó el trayecto bastante concurrido, pues al ver el itinerario, se dio cuenta de que paraba en bastantes más lugares de los que hubierada sido deseable, la hora se iba a convertir en dos, no le cupo ninguna duda. Fue parando y perdiendo pasajeros conforme el tiempo pasaba, vio como se mezclaban ancianas vestida a la manera antigua, con jóvenes de uniforme, todo tipo de gente, siendo ella quizás, la nota más discordante.  A la hora de camino, cuando este comenzaba a ascender por las montañas y el frío aumentó de manera notable, fueron detenidos en un control militar, y subieron unos cuantos militares, que les hicieron varias preguntas acerca de sus destinos e intenciones.

Todo pareció rutinario y no tardaron demasiado, así que camino continuó, y la nieve comenzó a hacer acto de presencia a ambos lados de la carretera, tiñiendo el montañoso paisaje de blanco. El último de los pasajeros, exceptuándola e ella, se bajó en Dralnu, a apenas veinte kilómetros de su destino, y con la nieve también cayendo del cielo. Aún avanzaron un poco más, y por la ventanilla apenas ya si se vía más allá de unos cuantos metros, fue entonces cuando el vehículo se detuvo por completo, y el conductor se puso de pie, dirigiéndose a ella, hablándole en un serbio que le costaba entender.

Cerca de Dacijaj. Jueves25 - Abril - 1996, 12:11. Carretera comarcal 215.

Nieve en el camino, voy a dar la vuelta, no queda mucho, pero no puedo continuar más allá con garantías, seguramente tardará unos cuantos días en poder ir al pueblo

Se quedó esperando la respuesta de la elegante mujer, no es que realmente necesitara su confirmación, pero le parecía apropiado advertirselo. Justo en ese momento, apareció un segundo vehículo en escena, un viejo opel vectra, que adelantó al detenido autobus y se detuvo junto al mismo, pero el mal tiempo hacía muy complicada la visión de sus ocupantes.