Narcisus, bañado en sudor, seguía combatiendo de forma acérrima a la amenaza no-muerta. Pese a que en sus cejas se perfilaban las lágrimas saladas y su cabello corto comenzaba a espesarse por el efecto de la batalla, el hombre no cesó en su intención. Mantenerse estoico y luchar hasta el final.
Ni siquiera se pasó a pensar en que Connor, quizás, prefiriese desechar su responsabilidad y partir a fines más egoístas. Le consideraba, a un día de conocerle, un enamorado, pero un patriota al fin y al cabo, y un defensor de su país. No concebía que no quisiese estar ahí en ese momento, pese a todo. Quizás que prefiriese estar en la mansión Butler, pero desde luego no pensó en que el fuerte no fuese su sitio en aquel momento.
Con el arma entre las manos, descargada, el hombre siguió hablando, insuflando valor a sus hombres cuando el enemigo amenazaba con acercarse. El sonido de los disparos llenaba sus oídos, y el olor de la pólvora su nariz. Veía los caballos caer y a los muertos acercarse. Connor, por su flanco izquierdo, defendiendo el infranqueable muro con éxito. Sonrió.
- El enemigo reduce su número a pasos de gigante, hombres- declaró Narcisus a voz en grito, jaleando a la masa para que siguiese combatiendo con fiereza ante la adversidad-. La victoria se alza ante nosotros como un porvenir inevitable. Algunos de vosotros quizás recuerden o hayan oído hablar de James Cuberth Wyatt. Luchó con Wellington en el regimiento South Essex. Cuatro disparos por minuto- explicó, poniendo de ejemplo a un camarada-. Del 75% al 100% de eficiencia- añadió con demagogia numérica, pero práctica-. Aprendió de un green jacket que es posible recargar más rápidamente si no se usa la baqueta. Algo conocido entre los sargentos de infantería ligera.
Narcisus recargó y disparó hacia un caminante, abriendo una minúscula brecha entre tantas que asolaban a la línea enemiga.
- Hay green jackets entre nosotros hoy. Demostradles que no sólo ellos son capaces de tal hazaña, como lo hizo en su día James Cuberth Wyatt- mientras tanto, recargaba. Disparó-. Su mayor arma no es su mosquete, sino su valía. No teman, concéntrense, y mantengan la precisión de la que hacen gala en cada entrenamiento. ¡No dejen al enemigo irrumpir en el fuerte! ¡Abatan la línea! ¡RECARGUEN, APUNTEN, FUEGO!
Y predicó con el ejemplo, hablando mientras seguía los pasos. Lo hacía rápido, dándose toda la prisa posible mientras actuaba, intentando lograr a la carrera y desesperada los ansiados cuatro disparos y muertos por minuto y soldado. Una nueva unidad de medida. Número de cabezas reventadas en soldado por minuto.
- ¡Repitan conmigo!- pidió en tono autoritario, instando a un ritual y un cántico de guerra-. Fusil horizontal, medio camino- el perrillo en posición de seguridad, a medio recorrido-, cartucho- mordido-, oído- pólvora en él-, vertical- nueva posición del fusil-, papel- cartucho al final del mismo-, baqueta- sacada-, pólvora, baqueta- munición casi preparada-, pecho- a martilleó el arma llevándosela al corazón-, ¡Apuntar, DISPARAR!
Y repitió aquello una y otra vez. Una y otra vez. Animando a sus camaradas a hacerlo con él. Que la orgía de sus voces acallase los balbuceos de los caminantes y sirviese para alzar la maquinaria de guerra en una oda imparable.
Connor se sumó a la labor de defensa del fuerte. La idea era buena en práctica, atraer la atención de la amenaza para librar al pueblo del grueso de enemigos. Así lo llevó a cabo pensando que de esta forma y hasta que su fuerza de voluntad le mantuviera en el recinto militar, ayudaba a la familia Butler. Si eliminaban a la gran mayoría del ejército de los muertos, podrían salir y desplegarse por escuadras para barrer los últimos reductos de su enemigo.
Podía ver en la distancia a Strafford dar órdenes y cumplir con su nuevo papel. Las prácticas de tiro que tan buen sabor dejaron en los hombres son puestas a prueba ahora. John también alienta a aquellos con los que comparta posición en el muro de defensa. Sabe que la valentía y el tesón crecen con unas palabras acertadas en el momento preciso.
Conforme la marea de muertos se arremolina en las inmediaciones del Britannia, el hedor incrementa, como si el enemigo tratase de infundir el terror antes de llegar a las puertas. La visión es fantasmagórica y muchos de los soldados se lamentan al ver a personas conocidas verse convertidas en espectros que no sienten el dolor de los disparos. El Capitán abandona su posición para acercarse a un ocupado Strafford para proponerle. - ¿Señor me dedica un segundo? - Connor es consciente de que la persona que tiene enfrente es ahora su superior en funciones. Si Narcisus le atiende, el joven rubio le sugerirá: - Señor, Creo conveniente poner un cañón pesado en línea con las puertas de acceso. En caso de ser derribada, un disparo podrá retirar de una andanada a todo el tropel del puente. Con su movimiento lento, tendríamos tiempo de recargarlo para un nuevo uso. Si Usted lo autoriza, ordenaré su colocación inmeditamente -
Perdón por el retraso y calidad del post. Estoy teniendo unos días bastante agitados.
Evangeline, aún algo pálida, subió al piso de arriba. Buscó un catalejo en el despacho de su padre -aún le resultaba imposible creer que él nunca más iba a entrar allí- y salió al balcón, tratando de atisbar qué estaba pasando. El sonido de los cañones podría significar muchas cosas. No todas buenas.
Pensó en el anfitrión de la fiesta, huyendo a toda velocidad, abandonando a sus invitados... Inspiró hondo. Había envejecido diez años en menos de diez días.
El mayor Berdan le dió permiso para que llevara a cabo su idea. De todos modos, la puerta era sólida, y con unos travesaños como refuerzo tendría que aguantar. Los cañones hablaron cuando las criaturas se acercaron a un centenar de metros, vomitando metralla. Dicha metralla mutiló y mató a muchos de ellos definitivamente. Luego, los green jackets dispararon conforme se acercaban, procurando apuntar a la cabeza. Los artilleros recargaban lo más deprisa que podían, mientras los fusileros esperaban a una distancia de tiro óptima.
Luego, los fusiles comenzaron a vomitar fuego y muerte, tres o cuatro veces por minuto, cada fusilero a su ritmo. Se creó una densa nube de humo a causa de la pólvora negra, que facilitó a los no-muertos llegar hasta los muros. Fue preciso detener el fuego unos instantes, hasta que se disipó. Luego, comenzaron de nuevo a disparar, y los pequeños cañones pedreros y las granadas de mano cayeron sobre los no-muertos, regándoles de metralla. Los soldados se tomaron su tiempo, apuntando a las cabezas, disparando a su ritmo. Una bala, un muerto.
La batalla, si es que podía llamársele de esa manera, duró cuatro horas. Al final, cansados de disparar, tuvieron que enfrentarse solo a pequeños grupos de no-muertos, que despecharon con más tranquilidad. Los diseños de Vauban probaron su eficacia. Sin ángulos muertos, con fuego cruzado, miles de aquellos muertos vueltos a la vida yacían sobre el campo de tiro como testigo macabro de la eficacia de aquella fortificación. No se perdió ni una vida entre los soldados. Y, posiblemente, casi toda la comarca se hallara libre de aquellas criaturas. Excepto aquellas que no habían podido salir de casas y cobertizos.
No hubo cánticos de victoria, solo silencio, el olor apestoso de la muerte, y un cansancio muy profundo. Había soldados que se quedaron dormidos con la espalda apoyada en la almena. Aquella era una victoria sin medallas, sin toques de tambor, sin discursos, sin saqueo. Los que habían matado eran civiles, civiles ingleses, convertidos en una pesadilla aterradora.
Motivo: Ataque soldados
Dificultad: 0
Habilidad: 15
Tirada: 4 6 9
Total: 9 +15 = 24 Éxito
Cubierto parcialmente de una negra capa de pólvora y con una sed del demonio, Berdan creyó que la batalla había terminado. Miró a Strafford, el segundo al mando de la jornada, y estrechó su mano. Luego mandó a los cansados capitanes que se reuniera y dió unas últimas ordenes.
-Debemos descansar y preparar la marcha extramuros. Pero hay mucho trabajo que hacer entretanto. Vamos a dejar que los hombres descansen por turnos. Sería menester dejar un cuerpo de guardia vigilando el muro, para cubrir los trabajos de recogida y enterramiento de cadáveres. No debe ser muy sano dejar todos esos cuerpos pudriéndose al sol. Calculo que en estos trabajos perderemos un día entero, pero creo que lo merece. Preparemos luego municiones y pertrechos. Marcharemos sobre el enemigo liberando las poblaciones cercanas, dejando un cuerpo de guardia aquí para el fuerte se convierta en el puesto de mando y punto de información de todas las operaciones. Mandaré unos mensajeros a caballo al general Tarleton. Quizá nos necesiten en Leeds después de asegurar esta comarca.
Narcisus asintió al Mayor Berdan. Estaba extenuado, pero se tenía en pie a base de voluntad y adrenalina subyacente.
- Por supuesto, Mayor. No podría estar más de acuerdo con usted- se limitó a decir con boca pastosa. Usualmente parco, con los discursos de aliento ya terminados, no podía hacer nada más. Se encontraba demasiado agotado como para tener algo de pensamiento creativo y ser ligeramente ingenioso.
Y lo cierto es que el Mayor Berdan tenía razón. Él no podría haberlo dicho mejor. Ciertamente, había que despejar el terreno de cadáveres, ya fuese con una fosa común o con fuego. No concibió la idea de ponerse a rebuscar entre algún rostro reconocido para devolverle el cuerpo a su familia. Y él estaba preparado para lo que viniese.
Sabía que Connor, no obstante, quizás tuviese algo distinto en mente. Cuando el Mayor se retiró, habló con él en privado.
- Capitán Connor, antes, atareado en la defensa, no lo dije, pero no me siento cómodo con el hecho de que me llame Señor- apuntó con concesión, a sabiendas de que Connor no era menos que él a efectos prácticos-. Sus capacidades son parejas a las mismas, y mi cargo actual es temporal. Puede seguir considerándome su compañero- ladeó el rostro, como queriendo cerciorarse de que no había nadie-. Por otro lado, entiendo que para usted Leeds pueda ser inoportuno. Sé que usted preferiría volver a la residencia de los Bulter. Le agradezco que haya cumplido con su deber, pero comprendo su postura, aunque no la comparta. Tras liberar las poblaciones cercanas, le animo para intentar convencer a Berdan para que su camino se acerque a la casa en cuestión.
Esbozó una sonrisa, a sabiendas de que, si bien él estaba centrado en la guerra y había sido ciego en su determinación de seguir adelante con la guerra, debía dejar de lado cierta inflexibilidad patriota en aras del corazón de su compañero, aunque en última instancia no sabría cómo llegaría a obrar.
- Y gracias por lo del cañón- apuntó para ensalzar el sentimiento de utilidad de su compañero-. Fue una buena idea.
Se levantó trabajosamente de la cama, pues su tío había salido de la habitación nada más escuchar el lejano jaleo. Si quería saber qué estaba pasando no tenía más remedio que empezar a moverse.
Nada más salir de la habitación se cruzó con Georgina y Evangeline, a las que saludó con un ligero cabeceo. Ese pequeño gesto fue suficiente para que la cabeza le diera vueltas, así que se apoyó en la pared cercana a la ventana.
- ¿Amigos o enemigos? - preguntó a las muchachas, que tenían mejor visión que él. - Lamento que no haya dado tiempo de inocular a nadie más. - se disculpó, anticipándose a una pronta huída.
Katherine escuchó el ruido y corrió en busca de su hermana, no se quería asomar porque algo en el corazón le decía que esos ruidos no provenían de quien ella hubiera deseado. Vio a su espejo, aunque algo más delgada con el catalejo y cuando iba a preguntar, se dio cuenta que el señor Frederick ya lo había hecho, así que sólo aguardó a la respuesta de Evan.
La pesadilla estaba lejos de terminar pero todos en esa casa sólo tenían una opción: seguir peleando hasta el final. Al menos le consolaba que Evan estaría protegida de esas porquerías vivientes y podría escapar para contarles a los demás como salvarse de aquella maldición. Si, eso la consolaba después de toda la desgracia que había caído sobre su familia.
El tesón y la perícia de los hombres consiguen amainar el envite de la marea de muertos. Uno a uno,acaban sucumbiendo gracias al conocimientos de su debilidad, la cabeza. Con ello, se ha ahorrado bastante munición. Aún la humareda de la pólvora estallada está presente, aunque cada vez en menor medida, no así el olor, que parece haberse impregnado en los uniformes. El peor de todos ellos es el que emanan los cadáveres abatidos, que se impone sobre el de la munición disparada. El fuerte ha sobrevivido con gran éxito al ataque, ha sido una gran victoria.
Junto a Strafford, Connor primeramente felicita al ascendido en funciones por su gran labor. - Debo felicitarle, ha organizado muy bien la batalla. Apenas ha habido bajas aliadas. Habrá que retirar todos esos cadáveres o la enfermedad podría quere instaurarse en el fuerte. Habría que enterrarlos pronto - Tras las palabras de Narcisus el joven Capitán opina.
- Capitán... ardo en deseos de saber sobre ella. Si pudiera saber si se encuentra bien. Podría enviarme como explorador de zona junto a un soldado. En media jornada habría regresado y desde luego traería información también del pueblo y alrededores. Présteme una montura y un arma y le prometo que regresaré. Ahora que está usted al mando podríamos traer a las hermanas y a los doctores al fuerte. Éstos podrían ofrecer sus conocimientos a los heridos. Casi no ha levantado el día, mientras organiza con Berdam la marcha y retiran los cadáveres me daría tiempo a regresar y dar la información. ¿Qué me dice? -
Los ojos claros de Connor buscan los del hombre de hielo tratando de encontrar en ellos un atisbo de piedad. No se atreve a pedir que le acompañe, pues es conocedor de sus nuevas obligaciones, pero desde luego, no encontraría entre todos los casacas rojas a alguien más adecuado. El tiempo apremia, cada minuto que pasa aumenta las posibilidades de que la familia Butler haya abandonado su morada y con ello, la dificultad de encontrarlas.
El sonido de disparos y cañonazos flotaba en el aire, y flotó con regularidad durante toda la noche. Los muertos vivientes se dirigieron a él como un faro, recorriendo caminos, prados y charcas. Su objetivo fue el fuerte Britannia, donde atrincherados tras los muros, los soldados dejaron que las criaturas llegaran y se amontaran. Dispararon sobre ellos con la metralla de sus cañones y las balas de sus mosquetes. Cientos, casi miles de años de guerra, habían refinado el "arte" de matar a sus semejantes, y los no-muertos descubrieron pronto que ni siquiera su número podía hacer frente a los diseños de Vauban: sin puntos muertos, sin posibilidad de escalar los muros, con fuego cruzado y sentados sobre el polvorín de la región, los soldados se tomaron su tiempo. A cada disparo, uno de ellos se abatía al suelo para no levantarse jamás. Eran sus antiguos vecinos y familiares, ahora horriblemente deformados por la enfermedad, ciegos y sedientos de carne y sangre. Profesionales, los soldados no se dejaron llevar por sus sentimientos, y simplemente apuntaban, disparaban y recargaban.
Tras horas de combate, la montaña de cadáveres pudriéndose al sol fue visible apenas el humo de la pólvora se disipó en el aire, dejando tras de si un paisaje dantesco. Surgiendo de sus casas y escondites, muchos supervivientes, entre los que estaban los residentes de Butler Manor, se dieron cuenta de que las calles de Colchestershire estaban desiertas y silenciosas. Pequeños grupos de no-muertos permanecían rezagados por alguna razón, quizá atraídos por el olor de su propia carne, o surgiendo del interior de las casas y los cercados tras una dura pugna. Sea como fuere, la mayor amenaza había sido neutralizada.
Con el amanecer, el padre Jackson, el parróco local, fue testigo de una escena insólita. Un correo del rey, que viajaba a caballo con sable y varias pistolas, picó a su puerta y le repartió unos folletos de imprenta, clavando en el portón un mensaje del rey Jorge. Sin dar muchas más explicaciones, el hombre siguió cabalgando hacia los pueblos cercanos, cumpliendo de modo ejemplar y algo suicida su misión. El pequeño Fletcher, el ladrón que había asaltado a las hermanas Butler y que había escapado del orfanato (donde muchos niños habían sucumbido a la enfermedad y a las mandíbulas de sus compañeros), se asomó a la puerta. Llevaba varios días atrincherado en la iglesia con el padre Jackson, que ahora le miró de modo significativo, al leer el contenido de las octavillas. Tenían que salir de su escondite, aunque no quisieran. Su comunidad les necesitaba.
A menos de una milla de allí, una adormecida Katherine se despertó de su improvisado descanso en un sillón de su habitación, y miró por la ventana, atraída por un sonido particular: el de los cascos de un caballo. Como el héroe de una novela, vestido con su uniforme tiznado de pólvora y con el sable repiqueteando sobre el lomo del caballo, el capitán John Connor cabalgaba en pos del reencuentro con su amada.