EL camino, largo y tedioso, dio para mucho, pero sobretodo para que vuestras mentes, acostumbradas al trajín de la guerra y a preocuparse casi única y exclusivamente por la supervivencia, descansase. Y no sabríais decir si eso era bueno o malo, por que os hacía conscientes, ahora más que nunca, de todo lo vivido y...todo lo que habíais hecho.
Suele decirse que en el amor y en la guerra todo vale, pero pocos hablan de las secuelas que deja, los reproches propios, los secretos escondidos y las miserias vividas. Quizá el precio a pagar es demasiado alto para el "provecho" que se saca, o quizá los nobles propósitos nunca acaban de encontrar una realidad que los acompañe, sea como fuere, buen tramo se recorrió en silencio, y así os pilla la visión, en lontananza, de vuestro pueblo, aquel que añorabais y que ahora, por fin, teníais en frente, a un hora al ritmo.
Algo se os removió, para bien, por dentro. El hogar suele desatar esas emociones. La mente anticipa la bienvenida y los buenos momentos, pero a medida que os acercabais...esa sensación parecía desvanecerse levemente y acongojarse ante una cierta preocupación. Quizá fuera por la época del año, otoño, o por las horas, pues ya caía el sol, que propiciaban una imagen triste y oscura, o quizá fuera por como lucía el pueblo, a toda vista desmejorado. ¿o quizá era que la memoria, después de tantos años fuera os jugaba una mala pasada?. Sea como fuere, aquel pueblo os daba la sensación, de no ser el mismo.
Las noches otoñales, tras las largas jornadas en el campo o en los talleres de la aldea, solían ser vivarachas, llenas de bullicio. Los aldeanos se juntaban "en la de Antón", como popularmente se conocía a la única taberna de la zona, que hacía las veces de mercado entre la gente de la aldea y las que venían de las cercanías, o en sus propias casas para echar unos vinos, jugar, o simplemente intercambiar una charla, ya fuera esta agradable, o una eterna discusión por algún linde heredado. Esta era todo lo contrario, el sol estaba desapareciendo, pero ya nada se escuchaba en la aldea, y solo alguna tímida luz asomaba por la fiestra de escasas casas, aquello era raro, definitivamente, muy raro.
Casi como si os leyese el pensamiento, el aullido de un lobo apareció en la noche, poniendo banda sonora a la extraña sensación que os invadía...
Bien, pues cuéntese esta como la escena introductoria. Usadla un poco para narrar vuestra llegada a la aldea y, si queréis, charlar entre vosotros para ir marcando como serán vuestros vínculos.
Sea como fuere, dejadme claro ya sea con el propio post o en notas, cual será vuestra primera acción en Montemaior y...a partir de ahí, comenzamos la partida.
Larga y tediosa ha sido la marcha desde Flandes al hogar, pero por fin estamos a sus puertas... una década alejados, pero de nuevo a punto de reunirnos con los nuestros, al menos con los que sigan vivos entre nosotros... Creéis que todo será como antes de irnos?
Usted que piensa Pater?
Yo creo que no... porque ninguno de nosotros es el mismo que se fue.
Que os parece una última (penúltima) copa en la vieja taberna, para brindar por nosotros y despedirnos? Además, apostaría algo que allí nos informaran de las nuevas del lugar, y de quienes están, o ya no, en el pueblo... Familiares, amigos... Yo será lo primero que voy a hacer... Si señor, iré a esa taberna.
La cara de Beatriz reflejaba una ligera sonrisa algo apagada y con la mirada mirando al horizonte, como intentando recordar aquellos años en que decidió alejarse para ver mundo.
Sabía que la "niña" que abandonó el hogar, hacía mucho que se extravió en algún lugar del camino recorrido, y que lo que regresaba era una sombra de ella, con nuevos conocimientos, más experiencia y sabiduría y demasiadas cosas horribles que intentar olvidar.
Luego, volviendo un poco en sí y volviendo a oir el traqueteo del carro, pensó en cual sería su futuro ahora...
Le gustaría ayudar a la gente de la aldea y sus alrededores, con sus remedios. Cuidar de la comunidad, en un ambiente mucho más relajado que un húmedo páramo, bajo unas telas que hacían a las veces de hospital de campaña, si es que hacía falta...
Si su padre aun seguía vivo, le ayudaría...
Venga Rodrigo, esta vez me gustaría que estuviera a mi lado para tomar esa copa... A nadie le amarga un dulce y contar con un "Ángel de la Guarda" no es poca cosa. Y tu Xoan... eres quien puede devolverle la alegría a este lugar. A bien seguro serás capaz de encontrar lo que mas falta le haga.
No más codicia, avaricia o egoísmo. Quiero PAZ y compartirla con el resto!!!
Largo había sido el camino de vuelta a casa, a una casa que muchas veces a lo largo de aquellos terribles años de guerra en más de una ocasión había pensado que nunca volvería a ver. Y al final ya casi estaban, y allí también se encontraban aquellos miedos a que habría sido del pueblo y de la familia, en su caso eran sus padres, así como hermana y dos hermanos. Los hermanos ya se habían casado todos, también la hermana y tenían sus propias familias. Pepe el mayor se había ido al pueblo de al lado, de donde era la mujer. Lo que más le preocupaba era el estado de sus padres, que vivían con lo justo y esperaba que los hermanos y hermana se hubieran ocupado de ellos.
-No Beatriz, no creo que nada sea como antes. Desde aquí hasta me parece más viejo y estropeado. Yo a un vino si me apunto, pero luego quiero ir a casa a ver como están mis padres.- Y continuó un rato mas en silencio, pensando en lo que haría ahora, sin guerra, a que dedicarse. Pronto encontraría algún buen negocio, y se encargaría de darles una mejor vida y ayudar a su familia. También tendría que pensar en sentar la cabeza y encontrar a una buena mujer con la que tener algún hijo.
-No se, desde aquí casi parece como que algo estuviese pasando en el pueblo. Ya se verá, ganas de descansar ya tengo, al menos de dejar de caminar y poder recuperar fuerzas. También de ver a los conocidos, aunque con miedo de que ya apenas nos reconozcamos, me consta que mucho hemos cambiado en estos años de guerra.- Y continuó el camino con los muchos miedos y dudas que se agolpaban en su mente.
Ver en lontananza el pueblo querido, hizo encogerse el corazón. No echó lágrima alguna, pero pco le faltó. ¡Cuántas veces había añorado regresar a aquella localidad! A sus casas y calles, a su algarabía y sus gentes, a sus familiares y amigos, a sus pastos y bosques... Asintió a las palabras de Beatriz, sin poder contestar debido al nudo en la garganta que se le había formado. Tragó saliva y esperó un poco antes de hablar, para que no se le notara la aflicción.
-"Todo será diferente, seguro. Nosotros hemos cambiado y el pueblo también." Logré decir.
Seguimos camino, acercándonos inexorablemente hasta sus lindes. Fray Iago parecía ensimismado, sumido profundamente en sus pensamientos. Miré su rostro y lo vi ceniciento. Algo oscuro pensaba que le demacraba la cara solo por ello. Decidí dejarle un rato a solas, así que aceleré el paso.
-"Lo de tomar algo es una fantástica idea. Vayamos a la taberna de Antón a refrescarnos el gaznate antes de despedirnos e irnos con nuestras familias." Comenté, distraídamente.
Me fijé mejor en el pueblo tras las palabras de Xoan. Algo no iba bien, ya que parecía que la vida misma había abandonado el lugar. Me recordó a ciertas poblaciones de Flandes que habíamos arrasado...
Iago caminaba detrás de la carreta, en soledad, sumido en sus pensamientos, escuchaba a sus compañeros hablar a lo lejos. En sus palabras podía detectar una mezcolanza de júbilo, preocupación y cansancio, escuchó, pero no prestó atención.
Sentía el polvo del camino por doquier, el barro seco impregnado en su hábito, los huesos doloridos, y el alma herida tras tanta muerte a sus espaldas. Diez duros años de sangre y ruina, de velar para que los espíritus de aquellos hombres y mujeres no se quebraran, una misión ardua y fatigosa, mantener en la senda de Cristo a soldados acostumbrados a segar vidas, salvar sus almas tras tanta guerra había sido agotador. Pero Iago no perdía la fe, aunque su método ahora era diferente, él también había aprendido de todo aquello, ahora comprendía mejor al hombre, y las enseñanzas de San Francisco de Ásis cobraban un mayor significado en su propósito. Iago no era el mismo que partió años atrás en dirección opuesta, lejos habían quedado sus años de servicio a la Inquisición, sí definitivamente su método había cambiado.
Inevitable fue sentir regocijo al contemplar su tierra natal, su bella Galicia, sus bosques y montes...a su amigo Rodrigo unos metros más adelante, erguido como siempre, seguía inquebrantable, aunque bien sabía que cargaba con gran pesar, lo conocía demasiado bien, y Xoan y Beatriz, ahora lejos de tanta muerte podrían acercarse más al Señor. Eran buenos chicos.
Siguió caminando con la cabeza gacha, sin articular palabra, su camino no acababa el Montemaior, su camino no había hecho más que empezar.
Cada uno a su manera, los cuatro integrantes del grupo pusieron camino hacia la taberna, conocida en el pueblo como "la de Antón". No les hizo falta andar mucho para que sus sombríos se confirmasen. El pueblo había cambiado.
Durante el largo tiempo fuera, la habían recordado, evocándola en sus mentes tal cual la habían dejado, pero nada era ya igual. La gran mayoría de casas se habían descuidado: paredes con grietas visibles, enredaderas creciendo por las paredes, alguna fiestra desvencijada y astillas en las maderas de las puertas, con sus goznes oxidados. Era como si, de repente, el pueblo hubiera sido abandonado. Sin embargo, allí había aún gente, salía alguna tímida luz de los interiores, y aquellos que tenían chimenea echaban algo de humo por ella.
No obstante, la de Antón había resistido mejor, estaba igualmente avejentada respecto lo que recordaban, pero mucho mejor cuidada que el resto del pueblo.
Con una pequeña chispa de esperanza en sus corazones al haber visto la taberna, al menos, en buen estado, abrieron la puerta y entraron esperando encontrarse a sus paisanos, pero lo cierto es que si el exterior había animado, el interior los volvía a tener con el ánimo bajo. No es que estuviera mal cuidado, si no al contrario. Incluso el olor era exquisito, caldo de nabizas, parecía, quizá con un trozo de tocino para darle sabor, pero allí no había ni el apuntador.
Una figura recia se recortaba al fondo, contra el fuego de la lareira. A todas luces parecía Antón, el dueño de la misma. En una de las esquinas había otra persona, por sus vestimentas, diríais que el párroco. Nadie más. Antaño, a estas horas, la taberna estaba llena.
Antón se giró apenas para percibir cuanta gente estaba entrando, y siguió a su tarea, que ahora que estabais más cerca, visteis que era remover, efectivamente, un caldo de nabizas:
-Vaya, hacía mucho tiempo que no venía ninguna cara nueva, sentaros, ahora os atiendo...
Al terminar de remover unos segundos después, girándose por completo se acercró a vosotros un poco más, el hombre abrió los ojos de par en par, y esbozó una enorme sonrisa.
-Bea, Xoan, Rodrigo, padre Iago, que alegría veros, como es que no decís nada y entráis tan callados. Cuantos años fuera ya? He perdido la cuenta. Pero que alegría veros, y en qué momento mas propicio!
El hombre os cede un sitio y os sirve unos cuencos de barro con caldo y pone un botijo con vino en el medio de la mesa.
-Supongo que vendréis cansados y con pocas ganas de cuentos, pero es que benditos sean los ojos. El pueblo está pasando por una muy mala época. Ha desparecido gente en el último año. Mucha. Van al bosque, y no regresan. Un par de ellos han vuelto diciendo majaderías initeligibles, pero a los días han desaparecido también sin dejar rastro...Nadie se atreve ya a entrar, pero un grupo como vosotros, que venís de Flandes, seguro que os atrevéis a ir ver que pasa.
El hombre habla deprisa, como si llevara mucho tiempo esperando este momento. Encontrar alguien a quien contarle sus penas y a quien pedir ayuda.
El hombre que estaba en la esquina, al que ahora reconocéis a todas luces como el párroco, se gira en su mesa y se queda observando la escena, con una cara compungida, como quien tiene miedo y ganas al mismo tiempo de unirse a la charla.
PD: Al párroco no lo conocéis, os lo describo como tal por que no es complicado sumar 2+2 en este caso, pero por si diera a error, no lo conocéis personalmente.
PD2: He acelerado un poco las cosas, y en el camino me como vuestra iniciativa para decir como entráis o como reaccionais al entrar. Esto no será costumbre, mi idea es cederos totalmente la iniciativa a vosotros, pero en rol por foro, como no se apure un poco el inicio, podemos tardar un mes en que Antón os cuente algo.
Si ya desde lejos les había parecido que el pueblo estaba desmejorado, cuando llegaron la cosa era aun peor de lo que parecía. Aquello daba la impresión de estar abandonado, y tan solo tenía la certeza de que no lo estaba cuando veía alguna luz, o la salida de humo por alguna chimenea. Daba la impresión de ser uno de aquellos muchos pueblos arrasados por la guerra que habían dejado atrás en Flandes. No a nivel de destrucción, que no era tanta, sino abandono, como si sus pobladores se hubieran marchado.
-¡Buenas noches!- Dijo al entrar en la taberna.
La taberna tenía mejor aspecto, y al entrar se encontraron con solo dos personas, lo que no era para nada normal, ya que a aquella hora debería estar llena. Uno era Antón, el posadero que les reconoció y parecía nervioso. Algo estaba pasando con la gente del pueblo, que al parecer estaba desapareciendo en el bosque cercano. Y otro por su aspecto y ropajes parecía ser el párroco, este no hablaba pero parecía querer hacerlo.
Bebió un poco de vino, y antes de probar el caldo, le pregunto a Antón.-Parece extraño lo que nos cuentas, aunque ya con ver el estado del pueblo, esta claro que algo esta pasando.- Quería preguntarle por sus padres y sus hermanos, por su familia, pero se aguanto. No tardaría en saberlo.-Han sido diez largos años de guerra, que mucho nos han cambiado. Pero ya hemos podido ver que aquí también han cambiado mucho las cosas. ¿Podrías decirnos algo más de lo que esta pasando? ¿Es todo el bosque o alguna zona donde ocurren las desapariciones? ¿Qué os contaron los que pudieron regresar antes de finalmente volver a desaparecer?- Ya eran muchas cuestiones, mejor esperar alguna respuesta antes de continuar, y además aun quedaban las de sus amigos.
Seguro que les contaban alguna historia de fantasmas o brujas, cosas en las que hace algún tiempo no habría creído ni prestado ninguna importancia, pero que ya no descartaba, las almas en pena eran algo real, y estas actuaban sobre los vivos. Aquello despertó sus miedos y temores ante todo ese mudo de lo sobrenatural, frente al cual estaban bastante desprotegidos.
El camino hasta la puerta de la posada fue acompañado de una mezcolanza de ilusión y a la vez de preocupación.
El pueblo se veía apagado, en semi abandono, sin vida en las calles. Nadie asomaba para ver quiénes eran los "visitantes". Se había perdido aquella curiosidad genuina de las gentes rurales.
Al final cruzaron el umbral de la puerta de la posada de Antón. Desolación es lo que sintió, pues solo dos almas se encontraban en ella, y una de ellas era la del propio dueño. Al otro no lo recordaba, pero por sus vestimentas, estaba casi en la certeza de que era alguien del clero.
A las buenas, Antón. Ilusión me hace que nos hayas reconocido después de tanto tiempo.
Beatriz se hubiera acercado directa a darle un abrazo, pero guardó la compostura, ya que no quería dar una sensación errónea a los dos lugareños.
Huele bien pardiez.
Escucho lo que el propio posadero les relató como si su grupo fuera agua de mayo. Un sentimiento de preocupación le embargó. Esperaba que su familia fuera una de las que aún se mantuviera en casa...
Mi padre sigue cuidando de la comunidad? Quienes quedan?. Seguro que algún grupo de bandidos está secuestrando gente para alguna actividad ilegal. Se debería elevar una denuncia al personal correspondiente del Rey, para que vinieran a investigar!!!
Luego calló, tomo un buen trago del botijo de vino, y lo paso a Rodrigo. Y olió el plato de caldo.
editado para cambiar el orden del texo y que se entienda mejor.
La preocupación se apoderó del grupo a medida que se adentraban en la aldea, pues irreconocible estaba. Ni algarabía ni interés alguno a su llegada. Iago ensombreció ante tal circunstancia "¿qué habrá sucedido a estas gentes en nuestra ausencia?" pensó mientras recorría el empedrado. Los recordaba alegres y vivarachos, quizá en exceso, pero ahora nada de aquello quedaba, se percibía un ambiente huraño, o al menos con absoluto desinterés por las nuevas, "cosa extraña, ¿miedo? ¿recelo?, deberé investigarlo antes de marchar a Santiago". Iago tenía en mente seguir camino, peregrinar, y ofrecer ayuda y paz a aquellos que más lo necesitaran, pero podía esperar, al fin y al cabo, este pueblo había sido su casa durante muchos años, su parroquia, y sentía desasosiego creciendo en su corazón "sí, mi viaje puede esperar".
Su preocupación creció al escuchar a Antón. Sorbió el caldo, miró al posadero y preguntó: —Buen Antón, ¿Qué estás diciendo?, ¿durante todo un año ha desaparecido gente del pueblo sin conocerse la causa? Habla sin reparos ¿Qué más sabes? —alternó la mirada entre Antón y el párroco, suponía que debía de ser el que se hizo cargo de la parroquia a su marcha—, acércate hijo —dijo acompañando con un gesto de la mano.
El hombre suspira, casi parece que arranca a llorar. La sonrisa de bienvenida no era más que una calma tensa que refrenaba sus miedos y sus nervios. Al encontrarse con gente con la que hablar y a la que quizá pedir ayuda, sus defensas bajaron. Tras el momento de debilidad, se recompuso y os habló más calmado, sin las prisas iniciales:
-Veréis, desde hace cosa de un año casi ya, empezó a desaparecer gente, unas 10 en lo que va de año. Catuxiña, la hija de Catuxa, Diego - el hermano de Darío -, los leñadores, ¿recordáis? y también Dosito, el padre de Eufrasia fueron los últimos en desaparecer, los únicos que quisieron entrar al bosque a ver qué había pasado a los otros. Desde aquellas nadie más se ha atrevido a entrar. Algunas familias de hecho se fueron del pueblo, por eso lo veis tan descuidado. Nada es lo que era, parecemos fantasmas de lo que fuimos. Quedamos aún unos cuantos, algo más de la mitad, que nos resistimos a irnos, pero vivimos con miedo.
Hizo una pequeña pausa, pues los recuerdos que su mente estaba reviviendo se lo estaban comiendo por dentro.
Esa pequeña pausa la aprovechó el párroco para entrar en escena.
Tosió el viejo pero de rostro firme párroco, y se sentó con vosotros, terminando así el acercamiento que, poco a poco, había comenzado desde la seña de Iago, mientras Antón hablaba.
-Bienvenidos de nuevo hermanos. No tengo el placer de conoceros, pero lo que he escuchado de Antón me llega para saber que sois buena gente, si él os tiene en estima, significa mucho.
Tosió de nuevo.
-Mucho me temo que el demonio o sus sirvientes se han fijado en este pueblo. No es cosa normal lo que sucede, ni obra de Dios, a todas luces. Por desgracia, el miedo causa tanto refugio en la fe como alejamiento de ella, y me temo que en este caso, salvando a Antón y alguna otra excepción, este pueblo ha escogido la segunda opción. No he sabido ser el guía que necesitan. He rezado por alguna seña, alguna ayuda, y Dios mediante, creo que sois vosotros. Catuxiña...
La voz del párroco se quebró por un momento.
-Catuxiña fue una de las últimas en volver al pueblo para luego desaparecer para siempre. Sé que habló con Mercediñas y con Paquito, los hijos de Hermenegildo, pero yo no he sido capaz de hacerles hablar. Quizá a vosotros, gente que viene de la guerra, os hablen sabiendo lo fuertes que sois.
Al decir esta última propuesta sonrió, cansado, como quien se aferra a un último clavo ardiendo, pero ya perdiendo la esperanza.
Fray Iago escuchó con atención al tabernero, al tiempo que se le fruncía el ceño. El padre Sebástian se acercó visiblemente compungido. Iago pudo verle ahora más de cerca, era más viejo de lo que en un principio le había parecido "¿Cómo un hombre de su experiencia ha dejado que las gentes se alejen de Dios? ¿Cómo es posible semejante descarrío?" El rostro de Fray Iago se endureció repentinamente, mostrando enfado y severidad, pero rápido recuperó la compostura al recordar que ahora era otro, mucho más transigente y comprensivo.
Guardó silencio durante unos instantes, sorbió del cuenco, levantó la mirada de nuevo, no podía negarse la preocupación que sentía por aquellas gentes desaparecidas, por los habitantes del pueblo, por todo lo que había construido durante años en ese lugar, que ahora veía se estaba desmoronando.
—Está bien, iré a hablar con los hijos de Hermenegildo en cuanto acabe este caldo ¿Dónde puedo hallarlos? —Fray Iago estaba dolorido y cansado tras el viaje, pero semejante pérdida de fe requería de intervención inmediata, su método había cambiado, pero no así, su sentido del deber ni de la responsabilidad—, respecto a Catuxiña, antes de desaparecer, ¿contó algo? ¿visteis algo diferente en ella?