Partida Rol por web

Las dos damas querían intimidad, eso era evidente. Lógico por otra parte, pues estaban llamando bastante la atención. 

Glÿnmaer las siguió sigiloso, pero entonces, los tres secuaces de Payne se interpusieron entre él y las mujeres y Payne y Lissandra iban a entrar en la sala reservada dejándole a él fuera.

Aplaudo en mi fuero interno que las dos mujeres humanas hayan decidido montar una reunión privida. Nunca se sabe quién puede estar escuchándote...

Los matones de Payne (ahora sé que la sádica joven del látigo se llama así) se apostan a la entrada del reservado para impedir que nadie entre. Una actitud muy sensata, sin duda. Pero yo no soy cualquiera y no necesito recibir una invitación para entrar en casi cualquier parte que desee.

Así pues, hago entrechocar los tacones de mis botitas y recito No hay lugar como el hogar» para intentar

...para intentar acceder a la estancia sin ser detectado y... de hecho así fue. 

Payne, la bruja de hielo y el pequeño Pixi Oscuro estaban reunidos en un lugar íntimo, aunque sólo uno de los tres sabía que eran tres y no dos en aquella reunión.

El cartel que indicaba la direccioón hacia Hommlet, no mentía. Acheron apretó el paso tras lo sucedido y en unas cuantas horas vislumbró una colina donde se erigía la villa a la que viajaba. Ya era de noche cuando llegó a la ciudad, pero por suerte, no tenía una muralla con una régias puertas vigiladas por la guardia de la ciudad, para impedir el paso de extranjeros durante la noche como sucedía en otras ciudades.

Hommlet se trataba de una comunidad rural y aparentemente afable. Destacaba una gran torre que sobresalía en lo alto de la colina donde había sido edificada la villa. Dicha torre dominaba el pueblo y los bloques de piedra que la conformaban parecían bastante nuevos. Un proyecto de muralla había empezado a alzarse en torno a la ciudad, aunque todavía quedaba tiempo para que pudiera proteger de algún ataque. Destacaba también que, aunque el pueblo estaba compuesto por centenares de casas y edificios, la zona sigue siendo verde, con árboles y arbustos por doquier.

Nada más adentrarse en la villa de Hommlet Acheron se dio cuenta de que más que una villa, se trata de una aldea grande. La población no debía llegar ni al millar de habitantes y en una villa de dicho tamaño difícilmente se podrían encontrar suministros de los que un avezado grupo de aventureros necesitaría.  

Por otra parte, en seguida se dio cuenta de que se trata de un lugar agradable y pacífico. Sus gentes, aunque pocas en la calle a esas horas de la noche, parecían seguras, bien alimentadas y contentas de su suerte, pues sonríen, eran educadas y parecen caminar sin miedo alguno mientras no detectan a al extranjero. Sin embargo, al verle, parecían cambiar de actitud. Sus sonrisas se borraban y parecían ponerse alerta, recelosos de cruzarse con él. Normal por otra parte, dada su apariencia. Quizás, la triste historia vivida en el pasado tenía algo que ver con dicha actitud.

A Acheron le costó encontrar a alguien que se atreviera a acercase hasta él para preguntar por la taberna. De hecho, no lo logró. Su aspecto espantó a los poco transeuntes nocturnos que quedaban en las calles. Por suerte, resultó que la posada estaba bastante cerca de donde se encontraba y muy cercana a una fábrica de alfarería. A las puertas de la taberna localizó a un extraño elemental de hielo, el cual estaba allí quieto y sin decir nada. Tampoco se dirigió a él, ni le miró.

Se trataba de una taberna bastante humilde. Era más bien una posada de clase baja, aunque la construcción era sólida y en piedra. Un cartel algo raído indicaba el nombre del establecimiento y en el exterior, se hallaba una cartel con una lista de precios. No parecía que sirvieran comida, como tampoco alojamiento, pues la carta tan solo consistía en una serie de precios de bebidas que iban desde las cervezas de todo tipo, pasando por licores y acabando en varios tipos de vino.

El interior era un lugar algo lúgubre, pues estaba iluminad deficientemente y había pocas ventanas y pequeñas. No estaba demasiado limpio, aunque tampoco era una pocilga. El salón estaba a un cincuenta por ciento de ocupación aproximadamente y prácticamente eran todo varones a excepción de una mujer con una verruga en la punta del mentón que reía de forma escandalosa alrededor de varios tipos y de otra moza algo rechoncha que conversaba en la barra con dos hombres feos como el culo de un trasgo.

- Bu...bu...buenas noches, caballero... - Saludó un hombre calvo con un amplio bigote que se escondía tras la barra mientras servía una cerveza espumosa. Era evidente que estaba algo amedrentado por el aspecto tan duro de aquel hombre que acababa de acceder al interior del salón. - Bienvenido al Terrigan. ¿Qué desea tomar?

Acheron dedicó una mirada displicente al tabernero. Le parecía un ser ridículo, aunque no sabría decir por qué. ¿Quizás por las patillas? Era irrelevante.

-Hidromiel... De Espino Negro-, gruñó al tiempo que asentaba su cuerpo sobre un taburete y dejaba reposar su martillo en el suelo, con el cabezal sobre la tarima.

Se quitó el yelmo, dejándolo a su lado sobre la barra. Sin su terrorífica máscara de guerra, Acheron tenía las facciones de un hombre curtido en batalla. De tez anormalmente pálida, casi de un gris perla, su varonil rostro era el epítome de la faz de un soldado veterano. Afeitado sin mácula, su cabello era muy corto y sus ojos parecían dos orbes de un color rojo sangre.

-Tabernero...-, dijo captando la atención del regente del negocio cuando volvió con su bebida. -¿Hay en este pueblo algún místico? ¿Alguien que entienda los sueños?-.

- Hidromiel de... ¿Espino negro? - Hizo un gesto de incomprensión, pero finalmente se encogió de hombros y se dio media vuelta para verter una jarra de hidromiel de marca blanca, la única que tenía en su posada y servírsela a aquel extraño y espeluznante hombre. - ¿Un hombre que lea sueños? - Se llevó la mano al mentón. - Mucha gente viene preguntando cosas raras hoy... - Comentó. - Puede preguntar a los sacerdotes de los templos, a Toridache Nem, el sabio o al mago Spugnoir... - Se encogió de hombros. - ¿Sueños raros, eh?

Al enorme titán cetrino le bastó catar con un sorbo aquel mejunje para percatarse de que no era, ni de lejos, hidromiel de Espino Negro. Es más, era improbable que fuese incluso hidromiel. Su parodia de hidromiel parecía la micción de un chucho callejero, motivo por el cual Acheron se planteó arrancarle la tráquea al tabernero por haberle timado con marca Hacendado^TM, pero el calvorotas escupió algunas perlas informativas bastante interesantes. Si gracias a él daba con alguien que pudiese ofrecerle algo de paz onírica daría por saldada la deuda de sangre que aquel insecto acababa de contraer con él.

-Sueños raros, sí... Te he visto en mis sueños, amigo. Te empala tu mujer con una horca. Será mejor que no la engañes esta noche-, disparó sin previo aviso Acheron con su poco habitual pero negrísimo sentido del humor. -¿Qué clase de cosas raras te preguntan esta noche, tabernero?-, preguntó en una mezcla de gruñido gutural y advertencia de muerte mientras se inclinaba ligeramente sobre la barra, acortando la distancia entre sus ojos animales y aquel alopécico hombrecillo.

El último que había soñado a lo grande estaba cenando con los peces. ¿Acaso había una convención de soñadores reuniéndose en Hommlet?

-He visto varios templos de camino a este lugar. ¿Dónde encuentro a esos clérigos a los que nombras?-, dijo dando otro trago a aquella bazofia líquida sin apenas inmutarse.

- Sueños raros... - Repitió aquel hombre. - Cosas raras... - Aquel hombre parecía desconcertado. - ¿Clérigos? No he... - Hizo una pausa. - No he hablado de clérigos. Un sabio y un mago. Viven aquí en la aldea, pero... - Se rascó la cabeza. - Han venido... - Se acercó a Acheron y bajó el tono de voz. - ¿Ve a esos tipos?  - Señaló con la mirada a tres hombres que parecían estar custodiando una puerta al fondo de la sala.

- Vinieron con una mujer extraña vestida de un blanco impoluto. - Desveló. - Luego se encontró con otra mujer. Una mujer morena. Muy extraña. - Señaló de nuevo en dirección a la puerta custodiada por aquellos tres hombres. - Están en esa habitación. Puede que le interesa hablar con ellas. Son... gente misteriosa. - Alcanzó a decir. - Podrían saber algo de lo que usted me pide. Yo... - Negó con la cabeza. - Yo sólo soy un humilde tabernero, ¿sabe?

-¿De verdad? ¿Tú? ¿Tabernero?-, inquirió Acheron fingiendo sorpresa ante el interrogante que le lanzaba el tabernero sobre su oficio. -Jamás lo hubiera dicho...-, ironizó.

Echó un vistazo a los tres bastardos que le señalaba el tabernero con discreción.

-No son muy agraciados, no... Háblame de esa mujer de blanco y de esa morena misteriosa, tabernero. ¿Por qué están en el reservado? ¿Te han pagado bien por su privacidad? ¿Dirías que se conocían?-.

Acheron conocía bien un principio básico de la civilización que, por extensión, se aplicaba también al crimen organizado: no metas tus narices donde no te llaman. En este caso, consideraba acertado ahondar en el misterio antes de lanzarse de cabeza contra aquellos tres hijos de puta más desfigurados que la cara del tal Vrock a estas alturas de la noche.

Terrigan empezaba a sentirse algo coaccionado por aquel hombre oscuro. Muchas eran las preguntas y su actitud, si bien no era hostil, si que le incomodaba por alguna razón. Fuera como fuera, mejor iba a ser responder a sus preguntas de la mejor manera posible. No fuera cosa que aquel acorazado enfureciera y la emprendiera a golpes con él o con su local.

- Me pidieron intimidad. Tenían cosas de las que hablar. - Comentó. - Han pagado por la habitación, si y... creo que no, creo que no se conocían...

Payne miraba a Lissandra y Lissandra miraba a Payne. Ninguna de las dos hablaba, estaban como mudas, algo extraño, pues hasta el momento habían estrado compartiendo mucha información y puntos de vista y si habían pagado por la intimidad de aquella ocasión era precisamente para profundizar en el asunto que les ocupaba a ambas y sin embargo... nada decían mientras el tiempo transcurría.

Todo ello estaba siendo espiado al detalle por una tercera presencia que utilizando sus dotes feéricas se había colado en el último instante en la estancia y quizás, la presencia de aquel pequeño ser del que ni Lissandra y Payne se habían percatado, pero que quizás intuían por alguna razón, era el motivo del intenso silencio reinante en la estancia, el cual podía cortarse con cuchillo.

Durante tanto tiempo como puedo soportarlo sin morirme de aburrimiento, presencio el duelo de miradas silenciosas de las dos mujeres. Solo cuando me doy cuenta de que es la tercera vez que bostezo y mis alas empiezan a cansarse de sostenerme en el aire, me decido a romper el silencio.

—¡Enhorabuena a las dos, habéis ganado ambas y yo pierdo en vuestro extraño juego de las miradas intensas! —exclamo, revelando así mi presencia pero sin hacerme visible ante ellas—. He intentado escuchar vuestra conversación telepática, pero nada, no ha habido manera; así que perdonad mi interrumpción.

»Seguro que estabais teniendo una charla metafísica sobre el sentido de la vida, pero yo os traigo otro asunto igual de interesante o más —dejo caer el pergamino indescifrable entre las dos—. Tiene un montón de información valiosa sobre un templo que estoy buscando, pero no sé leerlo. Si alguna de las dos tiene la bondad de traducírmelo, me marcharé por donde he venido y os dejaré retomar vuestra conversación. A fin de cuentas, supongo que solo yo estoy preocupado por la inminente aniquilación del mundo a manos de un elemental tuerto...

Lissandra esperaba que Payne dijese algo, pero cuando el duelo de miradas comenzó, decidió seguirle el juego. Estaba más que acostumbrada a estar en silencio introspectivo mientras a su alrededor, sus súbditos se peleaba o hacían el tonto, de modo que se acomodó en una silla y esperó a que la elegida de Loviatar tomase la palabra. Más no lo hizo, de modo que Lissandra repasó de memoria sus conjuros para ver si podía lanzar algo aunque solo fuera para entretenerse. La situación transcurrió con la misma lentitud con la que se derrite un glaciar en el norte, de modo que le pareció corto en comparación.

Cuando aquella voz resonó en la habitación, Lissandra estuvo a punto de darle a Payne con el bastón como acto reflejo. ¿Una emboscada? Podría haberlo sido y ella podría haber muerto allí mismo sin haber terminado de resolver sus asuntos.

-Esta intromisión es de lo más incómoda -manifestó poniéndose en pie. La habitación pareció volverse más fría con la presencia de la hechicera y su actitud irritada. Sin embargo, las palabras de aquella extraña criatura invisible le llamaron la atención, de modo que guardó el polvo que pensaba utilizar para conjurar un hechizo que revelara su posición-. ¿Quién eres y por qué nos estás espiando?

Miró el pergamino. Estaba escrito en la lengua de los dragones.

-Puedo leerlo. La cuestión es, ¿por qué debería hacerlo cuando ni siquiera has tenido la educación de mostrarte? ¿Lo conoces? -le preguntó a Payne.

—Por desgracia —respondió Payne, con una gelidez en el tono de voz que estaba en la línea de la aurilita—. Glÿn, muéstrate antes de que le pida un saco de harina al posadero para tirártelo encima.

Torció el labio en un gesto de disgusto.

—¿Has estado espiándome todo este tiempo? Chico malo —dijo, echando mano a su látigo.

Estimaba que no haría falta más que un latigazo para ponerlo en vereda. O matarlo, una de dos.