Partida Rol por web

Finalmente Acheron reveló también que había llegado a Hommlet con una clara intención. Al igual que Lissandra y Payne tenía la intención de explorar la zona y encontrar un extraño culto que podría estar organizándose en algún lugar de aquella región. La llamada religión del Mal Elemental podía estar resurgiendo y eso no podía ser bueno para nadie, ni tan siquiera para sus dementes seguidores. Por ellos, los tres decidieron viajar juntos para comprobar que estaba sucediendo y que poderosa era la amenaza que se cernía sobre ellos.

Esa noche durmieron en la taberna de Terrigan. Pese a que el mesonero del mismo nombre que el local les dijo que la taberna no tenía habitaciones, las tres miradas furiosas y los puños golpeando sobre las palmas de las otras manos de los secuaces de Payne, logró que aquel hombre recordara que en efecto, aquel local tenía un par de habitaciones que podían ocupar por un bajo precio.

Durmieron razonablemente bien pese a que las habitaciones no eran de lujo, aunque eso sí, bastante mejores que a lo que estaban acostumbrados en los últimos días, pues habían tenido que dormir al raso y en incómodos sacos de dormir sobre la misma tierra húmeda del camino. Al amanecer todos estaban en pie, con los equipajes preparados y listos para el viaje. No obstante, tomaron un frugal desayuno antes de partir.

Sin más, el grupo inició el camino hacía aquel lugar al que la gente de Hommlet se refería como "la Barbacana del Foso". El camino fue en otros tiempos una carretera adoquinada, pero las malas hierbas se habían abierto paso entre las juntas de los adoquines, destruyendo el arduo trabajo del hombre. A ambos lados del camino, se abría paso una amplia amalgama de granjas y terrenos de cultivo. Algunos trabajados y otros abandonados tiempo atrás. No se trataba de un terreno completamente llano, pues a diferencia de la zona que habían dejado atrás al llegar a Hommlet, en aquella zona se sucedían un sinfín de pequeñas colinas, montes bajos y desniveles, con páramos húmedos en las tierras bajas entre las colinas, que hacían más trabajosa la marcha.

A medida que se alejaban de la villa, el camino se iba haciendo cada vez más y más estrecho y la maleza comenzaba a adueñarse de él con mayor fiereza. Por fortuna, todavía era transitable y su recorrido evidente. A medida que avanzaba el día, el sol comenzó a calentar sus cuerpos, lo cual reconfortó a la mayoría de ellos, pero no así a Lissandra y mucho menos a Glacis, el elemental de hielo que viajaba con ella. Tampoco le hizo demasiada gracia a Acheron, pues su armadura absorbía el calor con saña y empezaba a sofocarse en el interior de la misma.

Al menos el camino era solitario y no parecía muy peligroso. Aunque... ¿Qué podía considerarse peligroso para un grupo tan numeroso de guerreros, arcanos y divinos? 

A mediodía se detuvieron a almorzar tras casi seis horas de marcha ininterrumpida. La Barbacana no podía estar a demasiado lejos, pero el cansancio y el hambre les vencieron finalmente.

El grupo ya estaba recogiendo sus enseres para partir de inmediato y afrontar la última parte de viaje, cuando Acheron, el más atento de todos, percibió algo. Primero se escuchó un leve rumor procedente de la zona norte, pero no vio nada. Era más que un sonido, como una vibración. Algo parecía estar moviéndose bajo tierra. ¿Era posible eso? Acheron llamó la atención de sus compañeros y para cuando todos guardaron silencio, fueron testigos de como la tierra se removía de su interior surgían en un estallido de tierra y fango, dos seres de gran tamaño y feos de verdad.

Se trataba de dos enormes insectos segmentados que se acercaban inexorablemente hacia ellos. Dos seres enormes con delgadas patas, cada una de ellas acabadas en afiladas garras. Parecían tener un duro caparazón y sus ojos pequeños ojos negros miraban con escasa inteligencia y mucha hambre al grupo, por encima de sus poderosas mandíbulas. Nada más salir a la superficie se fijaron en el grupo y comenzaron a comunicarse con unos extraños y guturales sonidos, como silbidos y chasquidos y finalmente comenzaron a acercarse a ellos.

—¡Ankhegs! —reveló Payne—. Escupen ácido, e intentarán agarraros con sus mandíbulas. Golpeadles en el abdomen, si podéis, o allí donde la cabeza se une con el cuerpo.

-Oh, qué desagradable -comentó Lissandra poniendo los ojos en blanco-. Veo que al sur proliferan los insectos. Debí comprar insecticida antes de salir de casa.

Acheron cerró sus puños con fuerza en torno a la empuñadura de su martillo y se lo echó al hombro, calibrando la distancia que le separaba de aquellos enormes monstruos insectoides.

-Son feos, los muy hijos de puta-, murmuró el bárbaro para sí mismo al tiempo que escuchaba las palabras de Payne.

-Prevenido-, dijo sin inmutarse demasiado. Todavía tenía fresco el careo con el khuul.

Grune dudó un instante. ¿De verdad iban a enfrentarse a aquellas cosas? ¿No sería mejor idea simplemente huir? Fuera como fuera, quien reaccionó en primer lugar fue Glacis, quien sin dudarlo cargó contra una de aquellas criaturas. No obstante, antes de poder llegar junto a ella, recibió un fuerte mordisco y es que aquellas bestias eran enormes y sus mandíbulas tenían un largo alcance.

- ¿En serio? - Dijo Grune mirando a Payne. - ¿Vamos a pelear contra esas cosas? - Le dijo con la esperanza de poder dejar a aquel trozo de hielo peleando con aquellos insectos enormes y ellos poder salir por patas del lugar. 

Grune esperaba una respuesta de su señora para tomar una iniciativa, aunque lo cierto era que no se le veía muy por la labor de combatir contra los anhegs.

—Hacedlas pedazos, y pediré que os fabriquen una armadura con sus escamas en el pueblo¹.

Payne avanzó dando ejemplo, sin la duda o el miedo que mostraban sus esbirros.

—Doncella del Dolor... Látigo Servicial... dame el poder que me merezco.

Grune, aunque realmente no estaba demasiado seguro de que lo que estaba haciendo fuera lo más prudente, se movió junto a la Señora del Látigo y una vez a su altura, armado a dos manos con su espada larga, se preparó para soltar un buen tajo si es que alguna de aquellas criaturas se le acercaba lo suficiente.

- Estoy con vos, mi Señora. - Le dijo a Payne.

Una de las bestias insectoides lanzó un mordisco con sus poderosas mandíbulas contra Glacis, sin embargo éste, de forma grácil pese a su naturaleza, logró esquivarlo. No así un segundo intento. Las poderosas fauces de aquella bestia le agarraron por el torso haciendo crujir su helado cuerpo. Además, Glacis quedó atrapado entre las mandíbulas pese a que luchó con todas sus fuerzas.

El otro ser con aspecto de insecto, cargó contra lo primero que vio. No fue otro que el buen Fredaric, quien pese a que intentó esquivar aquel brutal ataque, las mandíbulas de la criatura se cerraron entorno a su brazo derecho, el cual prácticamente quedó cercenado. Pero no conformándose con ello, la bestia atrapó al guerrero entre sus fauces inmovilizándolo e incapacitándolo para el combate.

Payne lanzó un latigazo cuando la bestia se lanzó contra Fredaric, pero falló.

Acheron se tomó un breve instante para inhalar profundamente. Luego, arrancó a correr con potentes zancadas hacia el insecto que pretendía devorar a uno de los criados de Payne. Armó los brazos cargando un potente golpe de su martillo que pensaba dirigir contra el abdomen de aquel engendro, siguiendo la recomendación de la mujer armada con el rebenque.

Fredaric, del que pocos conocían su apellido, Fronkonstin, trataba en vano de liberarse de aquellas fauces babeantes y terriblemente dolorosas. Aquel hombre agarraba las mandíbulas y trataba de separarlas de entorno a su enemigo insectoide.

- ¡Socorro! - Gritaba desesperada. - ¡Duele! ¡Duele mucho! - Se lamentaba.

Lutipold se movió raudo aprovechando que el ankheg estaba ocupado masticando a Fredaric. Una vez a su espalda, rodeándolo y flanqueando con Acheron, incrustó su espadón entre la juntura entre el tórax y el abdomen de la criatura. Sin duda, aquel espadazo impactó en alguna zona vital del insecto, pues el chirrido que lanzó al aire probaba el dolor que sentía.

- ¡Fredaric, aguanta! - Gritó el guardaespaldas de la Señora del Látigo.

Con pasos lentos, la hechicera se deslizó por la hierba mientras de sus bolsas de componentes extraía un hueso. Se deshizo en su mano mientras recitaba el conjuro y al abrir la mano, un puñado de nieve salió flotando hacia la enorme bestia contra la que estaba peleando Glacis.

-Te dije que te quedaras atrás, querido -le dijo al elemental.

Por la derecha, un enorme gorila de pelaje blanco y mechones azulados llegó a la carrera para embestir contra el ankheg, y comenzó a descargar puñetazos y mordiscos contra él.