Partida Rol por web

Eilish no supo discernir inicialmente si todo aquello estaba siendo otra nueva visión o formaba parte de la realidad. Todo era tan silencioso y tal irreal... como un teatro realizado en el altar y expresamente sólo para ella, y por lo tanto ella ya se había intentado preparar mentalmente por si volvía a ocurrir, repitiéndose una y otra vez que todo ocurría en su cabeza.

Lo que sí que le resultó raro es que en el mismo instante en que el cuello del cura fue seccionado la voz de Niamh reapareció extremadamente aguda. 

- ¡Te lo dije! ¡Te lo dije! ¡Corre, huye de aquí! 

La doctora creía estar paralizada por su propia imaginación, pero en ese instante intentó moverse y nada en absoluto ocurrió, su cuerpo no obedecía a su cabeza. Esto fue explicado seguidamente por el anfitrión haciéndoles ver que, hiciesen lo que hiciesen, no podrían actuar de manera alguna. Iban a morir.

- ¡Es día de cosecha! Eilish, tú no... nosotras... No, no, no. ¡Reacciona! - esa vocecita chillona no paraba. 

- ¡Para, por favor, para! - Eilish intentaba calmarla pero su voz no salía, no existía. Y vio cómo Lord Lang se acercaba a ellos y el bofetón que éste le propinó a su hermano hizo que ella intentase volver a moverse obteniendo el mismo resultado que la vez anterior. - Maldito desgraciado, cerdo, te cortaré, te trocearé y te daré a los perros - su vena irlandesa y protectora de su hermano salió en su mente sin vacilación. Pero de poco le sirvió, y vieron cómo la cosecha seguía con dos ancianos y la sangre comenzaba a correr.

- Nos dijo que no lo permitiésemos... y ahora nosotras seremos la cosecha.

De buena gana le hubiera arreado un par de puñetazos a sus anfitriones si sus musculos reaccionaran, pero por mucho que intentó resistirse su cuerpo no respondía

- Sabía que algo iba mal, se veía que Allison no era ella, que no estaba por voluntad propia - una lágrima cayó por la mejilla del boxeador al pensar en el destino de su amiga - y el padre Griffin..., no he conocido mejor persona que él. A Dios pongo por testigo que no se saldrán con la suya

Todo parecía normal, al principio. Francis pensaba que había visto todo en esta vida, pero se equivocaba en gran medida. Antes de poder reaccionar el sacerdote había caído y todos los invitados habitan sido paralizados por medios sobrenaturales.

Douglas observo entre gritos como los Lang abandonaban la estancia con la novia y los señores Graham arrastras. Era algo aterrador. Si nadie hacia nada, pronto todos acabarían así.

—¡Joder! ¡joder!—. Maldecía una y otra vez el joven investigador—. ¿Como se supone que iba a predecir esta vil estratagema?

Trato de moverse con todas sus fuerzas, forcejeo, pero su cuerpo no respondía. Suspiro sonoramente mientras observaba la escena, esperando su final. Escucho la fuerte respiración, el llanto a punto de salir de los invitados.

Una mosca empezó a revolotear a su alrededor, rozo sus oídos, paso por su cara hasta finalmente posarse en su nariz. Por puto acto instintivo trato de apartarla de un manotazo, pero obviamente no pudo hacerlo. Sin embargo, uno de sus dedos juraría que se movió ligeramente. ¿Era posible? 

En un momento dado, Anthony se dio cuenta que le dolían las manos y es que estaba apretando los bordes de la silla con todas sus fuerzas. Frunció el ceño y, lentamente, movió los dedos, ocultos bajo la silla.

Se dio cuenta que, por algún extraño motivo, no se veía afectado por veneno de los Lang.

Su primer impulso fue echar a correr, buscar refugio, pero se contuvo y, aunque más adelante diría que cómo iba a abandonar a su suerte a todos los invitados afectados por las artimañas de sus anfitriones, lo cierto era que quería saber qué demonios estaba ocurriendo allí afuera.

Muy lentamente, hizo dos movimientos. El primero de cabeza, para comprobar si quedaba algún miembro del servicio vigilándoles, y el segundo hacia el antiguo boxeador sentado a su lado, tanto para hacerle saber que no se había visto afectado por el veneno como para comprobar si a él sí.

Fueron transcurriendo los minutos y, encerrados en sus inmóviles cuerpos, habían perdido por completo el sentido temporal. Cada segundo les parecía eterno. El sonido cadencioso del péndulo de un enorme reloj de pie en su oscilante movimiento, lento y pausado, imparable y constante, les recordaba a los latidos de un débil corazón y hacía que los nervios se crisparan.

Tic

Dios mío, ¿pero qué está sucediendo? ¿Por qué?

Tac

¿Qué piensan hacer con esos pobres ancianos?

Tic

Nos van a matar a todos. Nos piensan matar a todos.

Tac

¿Quién será el siguiente?

TIC

¿He oído pasos? ¿Se están acercando?

TAC

Por favor, que no me elijan a mi. POR FAVOR NOOOOO.

Supieron que la puerta se había abierto por el ligero chirrido de los goznes, que en el absoluto silencio que reinaba en la sala parecía un estruendo. Alguien entró silbando una alegre tonadilla y, por el sonido de pasos, no venía solo. Pero era imposible saber de cuantos acompañantes se trataba.
Los silbidos se detuvieron y alguien habló.

– Esos dos. – Fue la escueta orden que dio Lord Lang. Entonces pudieron escuchar el ruido de sillas cayendo al suelo y cuerpos siendo arrastrados antes de que las puertas volvieran a cerrarse, me tras la tonadilla se alejaba con ellos.

En el momento en que Lord Lang dio las órdenes de llevarse a otras dos personas Seamus y Eilish sintieron claramente como el aire a su alrededor, hasta ahora quieto como el de una cripta, les acarició con pequeñas corrientes creadas por los movimientos de alguien acercándose. ¿Les habían señalado a ellos? ¿Sería éste su final?

Eilish tuvo por un momento unos pensamientos reconfortantes, pensando en su madre y en que por fin podría volver a verla. Pero no duraron mucho. Ella estaba viva y si hay una fuerza realmente poderosa en el universo, es la que nos impulsa a querer seguir viviendo, a pesar de las dificultades y pesares que a veces la vida nos pone delante. A luchar por dar un paso más… y luego otro… y otro. A no abandonar. Por nosotros. Por los vivos. A su lado estaba su hermano, la persona más importante en su vida, y no iba a abandonar tan fácilmente. Ella era una McBride.

Seamus por su parte parecía una olla a presión a punto de estallar. Deseando librarse de sus ataduras y liberar la fiereza irlandesa que ardía en su interior. Si pudiera echar mano ahora mismo de Lord Lang posiblemente le arrancaría la piel a tiras con sus propias manos y tiraría después el cuerpo a un nido de ratas para que estas se dieran el festín de su vida. Tal era el odio que sentía ahora mismo. No solo por el hecho de haberle engañado y haberle abofeteado. Sobre todo por atreverse a insultar a su hermana y poner en peligro la vida de la persona que más quería en este mundo. Aquella que daba sentido y estabilidad a su propia vida. Si ponían un dedo sobre su hermana, se las tendrían que ver con Seamus. Aunque para ello tuviera que volver del mismísimo infierno.

Pero de nada sirvió esta furia y rabia que sentían los hermanos McBride. El efecto del veneno era demasiado poderoso y seguían expuestos al albedrio de aquellas personas. Aquellas personas que en estos momentos se disponían a llevar consigo sus próximas víctimas.

Escucharon el ruido de las sillas al caer y notaron como las patas de estas golpeaban sus propios asientos al volcar. Se estaban llevando a los dos invitados que habían estado justo detrás suyo.

Aún estaban vivos. Aún había esperanza.

Anthony apenas pudo creerlo. ¿Realmente acababa de mover un dedo? Pero, ¿y el veneno? ¿No debería de estar afectándole también a él? Para cerciorarse volvió a intentar mover los dedos. Esta vez de la otra mano. Para su sorpresa también hicieron caso de los impulsos mandados por el cerebro. Bien era cierto que las reacciones no eran fluidas, de alguna forma su cuerpo parecía tomarse su tiempo en reaccionar, pero se había movido. De eso no había duda. Sir Sutton agradeció el serio y constante entrenamiento al que se había sometido a lo largo de su vida en el consumo de distintos tipos de bebidas alcohólicas.

Giró algo la cabeza. Sólo un poco. No sabía si alguno de los camareros -¿o debía de llamarlos esbirros?- de los Lang aún se encontraban en la sala y querría comprobarlo. Por desgracia el salón era realmente grande y, si alguno se encontraba detrás suyo, sería imposible verlo sin arriesgarse más en su movimiento.

Buscó apoyo a su lado. Giró ahora en dirección al boxeador. De nuevo extremó las precauciones y solo volvió la cabeza unos pocos centímetros. Lo justo para poder ver a su compañero de sitio. Este seguía mirando hacia delante, como si se tratara de uno de los famosos guerreros de terracota. No hubo reacción por parte de Alexander.

Cuando el organizador de aquella fiesta volvió a entrar en la sala, Sir Sutton decidió quedarse quieto y mirar adelante. Era demasiado peligroso enfrentarse el solo a varios de aquellos hombres. No solamente por su mayor número, sino que además probablemente estarían armados.

Por fin se marcharon y les dejaron de nuevo solos. ¿Cuándo volverían? ¿Qué tiempo les quedaba? ¿Habría alguien en la sala para cuidar de los prisioneros? Eran incógnitas sobre las que el noble meditaba.

Se habían llevado a Allison y habían asesinado al pobre reverendo Griffin, cuyo cuerpo estaba ahora tirado en el suelo como el de un perro callejero. La mujer que amó en su día y un hombre al que quería y apreciaba. Sintió un odio viral hacía aquellos ricachones que habían sido capaces de hacer esto sin el más mínimo atisbo de piedad o humanidad. Y sintió rabia por sentirse preso en su propio cuerpo, atlético, fuerte, poderoso, que se había convertido en su propia prisión.

Con pensamientos de venganza que solo alimentaban su furia más y más, Alexander no podía hacer otra cosa que mirar hacía delante y esperar. Esperar a que volvieran a por ellos. En un momento de esa interminable espera algo le sorprendió. Le pareció ver un movimiento con el rabillo del ojo y se esforzó en dirigir sus sentidos en esa dirección.

No se había engañado. Era cierto. El bueno del noble -¿cómo dijo que  se llamaba? ¿Summon? ¿Surtton?- había girado la cabeza en su dirección. Se podía mover. Alexander quiso mandarle una señal. Volvió a intentar moverse con todas sus fuerzas, pero le resultó imposible. Fuera lo que fuera que había hecho aquel noble, él no era capaz de liberarse.

Llegó Lord Lang acompañado de otros hombres y rompieron el silencio y la tensión. Se llevaron a otras dos personas consigo, al menos eso había dicho el anfitrión. ¿Pero a quienes? Había sido detrás suyo y recordó que allí, entre otros, estaban sentados el duque de Gloucester y la mismísima Reina de Inglaterra en su versión pelirroja. ¿Habrían sido ellos los elegidos?

Las fuerzas malvadas se encuentran escondidas en cualquier sitio. Esperando para atacar cobardemente. Acechando para asesinar vilmente. Todo esto y mucho más lo sabía Francis de las distintas conversaciones con sus compañeros de logia. Pero para nada se había imaginado que pudiera pasarles en una boda como esta, donde se casaba la hija de uno de sus mecenas. Había bajado la guardia y ahora pagaba las consecuencias.

Su único consuelo era que también a Lord Aidan, su compañero algo más experimentado, también le habían sorprendido. Aunque en seguida se dio cuenta que era un consuelo sin demasiado sentido. Estaban atrapados y a merced de aquella familia de monstruos. Y habían dejado bien claro que iban a usarlos como ofrendas en un ritual siniestro, que ya se había cobrado la primera víctima.

Desesperado como estaba luchó por librarse de sus ataduras, pero le fue imposible. La sorpresa fue mayúscula cuando, por un acto reflejo e inconsciente, descubrió que quizás no estaba todo perdido. Sin haberlo buscado, sin ser un acto intencionado meditado, había conseguido mover un dedo. En otra situación se habría reído de ello, pues era algo banal, pero en esa ocasión era un rayo de esperanza.

Apenas tuvo tiempo de alegrarse, cuando la puerta se abrió y Lord Lang eligió sus próximas ofrendas para su sacrificio. Francis siguió mirando hacía delante sin querer llamar la atención. No sabía cuantos eran, ni siquiera si estaban armados. Tampoco sabía cómo serían las reacciones de su cuerpo en una pelea. Mover un dedo no era comparable con los reflejos y la velocidad de movimientos propios de un combate. Así que espero y, aunque no lo reconocería si le preguntarán más adelante, se alegró de no encontrarse entre los elegidos.

Tal vez fuera la sangre fluyendo por todo su cuerpo a una velocidad inusitada, propulsada por los intensos latidos de su corazón y la rabia que iba en aumento, la resistencia a fármacos y drogas que había desarrollado con los años, o intervención de mismísima Virgen. O quizás, todo a la vez. Pero Seamus notó que su cuerpo no estaba tan entumecido como al principio. Un hormigueo empezó a recorrer su cuerpo como cuando se quedaba dormido en una posición incómoda, y lentamente, empezó a levantar un dedo. Luego otro. Y otro. Y toda la mano. 

Una mano que se tornó en un puño.

Si tuviera a Lang a mano... si se atrevía a ponerle las manos encima de nuevo, o siquiera miraba a Lissie...

Tenía ganas de incorporarse, de correr hacia ese ricachón de cara de acelga y estrellar el puño en su nariz. Verle con los dientes rotos sería una buena manera de empezar la ceremonia. Pero allí había mucha gente implicada, demasiados compinches. Y si se distraía, quizás tomarían a Eilish. Y esa sería la cagada de la tarde.

Así que, con delicadeza, acarició la mano de su hermana para que supiera que empezaba a moverse. Luego, esperó a que las puertas se cerraran de nuevo y echó un vistazo a los presentes para tener claro por dónde se habían ido. Necesitaba una estrategia.

Lentamente, con suma delicadeza, Eilish notó la áspera mano de su hermano sobre la suya. Fue un movimiento leve, rápido, apretando para hacerle saber que estaba ahí. Y sobre todo, que podía moverse.

Eilish sintió alivio al entender que no se la habían llevado a ella ni a su querido hermano. Sintió también piedad por las almas de aquellas pobres personas que habían sido elegidas, pero debía de reconocer que su mente estaba puesta en Seamus y, aunque en menor medida, también en su amiga Allison. ¿Seguiría viva? La idea de encontrarla muerta como a la muchacha de su aparición la atormentaba.

Era tanta la tensión y, por que no decirlo, el pánico que sufría, que en condiciones normales hubiera dado un salto al sentir el roce de una piel contra la suya. La sorpresa dio paso en seguida a un inmenso alivio y alegría al darse cuenta que era su hermano. Podía moverse y se lo estaba indicando. Seamus la mandaba una señal de esperanza. Él estaba con ella y, por todos los Dioses, lo daría todo para no permitir que la pasara nada. Ese era el mensaje que la doctora McBride leyó en la dulzura de aquella caricia.

Pero, ¿qué podría hacer él solo contra todos esos hombres posiblemente armados? ¡Oh! Si solamente pudiera ella ayudarle a salir de esta. No quería perderle también a él en un arrebato de heroicidad irlandesa.

Anthony tenía claro que esperar más era imposible y que la discreción solamente podía prolongar lo que parecía un final poco agradable. Y él aún se consideraba muy joven para eso.

Giró su cuerpo para poder abarcar con su mirada el salón al completo y, asegurandose que no había nadie, se puso de pie y miró a Alexander.

Disculpeme, buen compañero, espero que funcione. - dijo justo antes de soltarte un tortazo a la altura del que Lady Brushwell le regaló al Conde Bergman cuando éste le preguntó por el color de sus enaguas.

Después miró al mustio acompañante del bigotudo cirquense, aquel que apenas había abierto la boca desde que sus caminos se cruzaron, y decidió que no tenía aún confianza para probar el mismo método con él, por lo que decidió acudir a aquel que seguramente tenía la misma resistencia que él a las bebidas espirituosas y que ya había demostrado que el temple no era cosa suya. El irlandés.

 El corazón de Francis se agito de nuevo en su pecho cuando la inquietante melodía abrazo el silencio de la habitación hasta hacerlo desaparecer. El sudor comenzó a manar de sus poros de nuevo y rezo porque no le tocara. Para su sorpresa, se llevo a otras personas y no a el, algo que le alivio para su vergüenza.

— Quizás los ungüentos hagan que me recupere en mayor medida. No, espera. Esos aumentaban la fuerza y la agilidad—. El señor Douglas pensaba mientras trataba de nuevo de moverse y así ir adquiriendo movilidad—. Puede Lord Aidan tenga otras pócimas y ungüentos para esta situación. Podría congelar el pomo de la puerta para dificultar que entren y así tener tiempo para encontrar una solución.

Los pensamientos iban y venían en ideas locas, ideas demasiado lógicas como para funcionar y de toda índole. Mientras tanto, el tiempo pasaba y su cuerpo aun no reaccionaba de manera correcta. 

El tortazo del "bueno" de sutton pareció surtir efecto en Alexander, que poco a poco comenzó a liberase de esa prisión que era su propio cuerpo. Comprobando previamente que no hubiese nadie en la sala, se levantó y se dirigió con su nuevo amigo hacia el "duque" y la "reina" `para comprobar que no habían sido ellos los elegidos, y comenzó a hablarle al primero

- No se moleste por lo que aquí mi nuevo amigo va a realizar, puede ser poco ortodoxo, pero en mi caso, ha sido la mar de efectivo - se giró hacia el noble y continuó - si es tan amable, pruebe luego con el señor Douglas, el que estaba sentado a mi vera, algo me dice que puede sernos la mar de útil, yo esperaré a nuestros anfitriones detrás de la puerta, tengo ganas de soltar algunos ganchos -

Y situándose lo mas escondido posible detras de la puerta espero pacientemente a que esta volviese a abrirse

En cuanto Sir Anthony Sutton III alzó la mano con la sana intención de ayudar al irlandés a recuperar la compostura, notó cómo las cejas de éste se arqueaban, sus ojos se clavaban en los del inglés y su boca se torcía en un ademán socarrón.

- Baja esa mano, julandrón, si no quieres que te la meta por el culo - dijo, entre dientes. Anthony pudo entonces apreciar cómo Seamus estaba acariciando la mano de su hermana, quizás haciéndole saber que el efecto de la droga había disminuido su efecto. Rápidamente se incorporó y miró alrededor, comprobando que el inglés y el lanzador de cuchillos estaban de pie, sanos y salvos. Se tocó la sien repetidas veces con el dedo - Sois pocos espabilaos, en cuanto entren otra vez y vean que falta alguien, se olerán la tostada.

Señaló a Alexander, luego Sir Anthony.

- Es como pescar con las manos: te quedas quieto, esperas a que el pez pase entre tus manos, y lo atrapas - hizo el gesto de estrangular - Tú, forzudo, a tu sitio. Viejo, tú ponte cerca del... cadáver del sacerdote, como si estuvieras mareado.

Cuando pasó los ojos por el rastro de sangre del pobre hombre, se santiguó rápidamente. Menudo sacrilegio habían cometido esos niños ricos.

- Cuando vuelvan a por más, se creerán que intentas escapar e irán directos a por ti. Entonces el bigotitos y yo les pillamos por detrás - miró a Alexander, con el ceño fruncido - No me jodas, son ellos o nosotros. No quiero dudas.

Lo siguiente que notó fue la mano de su hermano sobre la suya. La impresión hizo que el vello de su piel se erizase. 

Como no podía ser de otra manera, un nuevo temor se instauró dentro de ella - No te muevas Seam... No lo hagas... - y mientras pensaba eso, la voz de Niamh se entusiasmó sobremanera - ¡Se puede! ¿Ves como se puede? Vamos Eilish ¿es que vas a dejarlo solo? 

Eilish pensó en cómo el cuerpo reaccionaba frente a un virus, cómo se enfrentaba a él y pudo visualizarlo. Sus células plasmáticas empezaban a generar anticuerpos. Sus linfocitos ya transformados en células T y células B habían sido activados para combatir la toxina que la estaba manteniendo paralizada. 

Una célula B bien informada había reconocido la toxina contra la cual estaba codificado para responder, se dividió y produjo muchas células plasmáticas; entonces éstas secretaron grandes cantidades de anticuerpos, que combatieron a los antígenos específicos que circulaban por su sangre.

Por otro lado, un subtipo de célula T, conocida como célula T colaboradora, realizó diversas funciones. Éstas liberaron sustancias químicas para ayudar a que las células B se activasen y dividiesen en células plasmáticas y llamar a los fagocitos para que destruyesen al patógeno que la estaban infectando. Consiguió visualizar cómo lo que infectaba su cuerpo era destruido y sintió calor donde, desde su visión, había sentido frío.

Volviendo en sí, la irlandesa observó con una sonrisa en los labios cómo su hermano estaba dando órdenes a unos y otros preparando su propia actuación, y se sintió tremendamente orgullosa de él. Con suavidad movió su brazo para tocarle la pierna y llamar su atención dejándole claro que ella también podría ayudar.

Por su parte Niamh no paraba, estaba demasiado excitada y nerviosa, lo sentía en su pecho. - Si, si, si, si. Ya estamos listas. Huyamos cuanto antes.

Seamus notó cómo algo apretaba con suavidad su pierna y al mirar pudo observar como su hermana le sonreía. - Parece que no se te da nada mal. ¿Y yo, qué hago, hermano? Ya sabes que las irlandesas no somos mucho de mirar - e inmediatamente le guiñó un ojo apretando con un poco más de fuerza la pierna que agarraba.

Alexander mantuvo la mirada al "Duque" dandole a entender que no vacilaría y volvió a su sitio, pues le convenció mas el plan del pelirrojo, Alexander no era bueno en ese campo.

- No se preocupe "Duque", no se puede hacer una idea de las ganas que le tengo a ese señor Lang, si es que se le puede llamar así - y apresurándose volvió a su sitio, previa comprobación del estado del señor Douglas.

- Ey Lissie - el rostro de Seamus se iluminó al escuchar la voz de su hermana. Se inclinó, comprobó sus mejillas y mostró una sonrisa de dientes amarillos - Bien, ese montón de mierda sabe que eres doctora, ¿no? Tú estarás ayudando al viejo y se confiarán porque no tienen ni puta idea de lo dura que eres.

» Llámame McBride - respondió a Alexander. La bromita del duque había durado demasiado y no era momento para ello. Extendió la mano, se la estrechó a aquel hombretón y suspiró. Echaba en falta algo de plomo y pólvora, pero tendrían que conformarse con lo que los compinches de Lang llevaran encima.