Partida Rol por web

Parecía que su querido Dios no estaba a lo que tenia que estar y Alexander maldijo a todo lo que se le ocurrió en cuanto su mano izquierda golpeó el crucifijo. Pero lejos de amedrentarse, ocurrió todo lo contrario, a la rabia que ya tenia, se le sumo la de este momento y el boxeador se acercó al esbirro mas cercano y la soltó de golpe con sendos puñetazos que hiceron todo el daño que no había hecho en los ataques anteriores.

Anthony no pudo evitar la cara de sorpresa al ver el estado del matón con el que se había enfrentado, lanzado por los aires tras recibir la señal de la cruz.

Incluso miró levemente la cruz y, por un leve instante, dudó si habría habido intercesión divina pero rápidamente desechó la idea y buscó su siguiente objetivo.

Pero no fue consciente de que correr con ese peso era algo más complicado que levantarla y dejarla caer y solo movió el aire delante del sirviente.

Eilish jamás se había visto sumida en un momento como aquel, en el cuál la lucha por su vida era lo más importante. Aún así, su mente seguía estando clara. ¿Quién mejor que ella conocía la anatomía humana? Su primer ataque se centró en el cuello de su adversario, e inmediatamente después se había dado cuenta de su fallo.

- Al cuerpo, Eilish, al cuerpo. Zona intercostillar, lado izquierdo medio cerca del esternón. Ese golpe iría directo al corazón. Intercostillar en lado derecho, zona media para perforación de pulmón derecho. Zona estomacal, pinchazo centrado ladeado hacia el cartílago costal izquierdo - la doctora fue enumerando mentalmente puntos donde el daño, si no mortal, sería grave. Y en este momento su ataque no iba dirigido hacia el hombre que tenía frente a ella, sino al que podía dañar aún más a su hermano. Aprovechando que el secuaz de Lord Lang estaba centrado en Seamus y que había alzado sus brazos, pudo observar la cantidad de puntos a apuñalar que tenía ante ella.

- Céntrate en mí, aiteann* -dijo entre dientes mientras clavaba el bonito adorno en el torso del hombre.
 

Lord Aidan cayó de rodillas algo que alegro en gran medida al joven investigador. Su cuerpo comenzaba a sobreponerse a la droga y trataba de moverse, aunque con gran torpeza. Francis lo tomo por un brazo y tiro con fuerza para ayudarle a levantarle.

—¿Que hago señor? ¿extenderle alguno de sus ungüentos le ayudaría?—. Pronuncio con nerviosismo.

El señor Douglas miraba de vez en cuando con impotencia a los demás. No disponía de armas y sus reservas arcanas estaban apunto de vaciarse, lo sentía en el frio que había arraigado en sus huesos. El joven investigador no podía hacer gran cosa, por mucho ingenio que tuviera dependía de su magia, una magia que no podía derrochar.

La pelea se había convertido en una batalla campal, en un combate a vida o muerte, y así lo entendían los involuntarios compañeros que actuaban en consecuencia, demostrando una enorme fuerza de voluntad y dándolo todo de si. Incluso más de lo algunos de ellos mismos creían ser capaces de lograr, superándose ante la adversidad.

Eilish decidió cambiar su estrategia. Se dio cuenta de que su planteamiento inicial, a pesar de ser posiblemente más letal, era mucho más complicado de lograr. Y es que aquellos hombres no eran pacientes inmóviles, sino experimentados luchadores. Así que, sacando provecho de sus conocimientos de anatomía humana y en concreto de los órganos vitales, lanzó un ataque preciso contra el hombre que amenazaba dañar a su hermano. Y la larga aguja acertó de lleno en el costado de este, que se encontraba ocupado concentrado en Seamus. La doctora calculó que habría dañado un riñón. Y debía de ser doloroso. Al menos así parecía confirmarlo la mueca que apareció al instante en la cara del esbirro. Mas para su sorpresa el hombre cayó al suelo con ambas manos sujetándose el abdomen e incapaz de hacer nada más.

Seamus por su parte aprovechó el momento de distracción de su oponente para golpearle con el atizador y tratar de rematar la acción de su hermana. La improvisada arma volvió a sacar un chillido al aire y alcanzó a su objetivo, aunque sólo fue de manera superficial y sin lograr dañar realmente al secuaz. Todo señalaba a que Seamus aún no se había recuperado del todo de la sorpresa o del daño de la cuchillada recibida.

El otro esbirro de Lord Lang contra el que se enfrentaban los peculiares hermanos se vio superado por el coraje y las habilidades que demostraban sus supuestamente fáciles víctimas, y su ataque fue tan descontrolado y falto de precisión, que Seamus no tuvo dificultad alguna para desarmarle con un golpe bien colocado sobre la muñeca. El ruido de metal chocando contra el suelo paso desapercibido para el resto en medio del sonido de la pelea.

Mientras tanto a pocos metros de los McBride dos ingleses, cuyos métodos eran tan dispares como su procedencia, hacían su parte para demostrar a los pelirrojos irlandeses que también los sajones eran capaces de dar una buena imagen en combate. Y Alexander, enfadado consigo mismo por la falta de precisión de sus últimos golpes, cargó su rabia contra el sicario de Lord Lang más cercano. Los dos puñetazos fueron de una contundencia mortal y su contrincante poco pudo hacer frente a la técnica y la fuerza del boxeador. Al igual que con el primer esbirro que había noqueado el puñetazo con la derecha volvió a romper varias costillas dejando al enemigo fuera de combate. Pero Alexander, no contento con esto, lanzó un segundo y demoledor puñetazo con la izquierda sobre la cabeza de aquel, reventándole varios dientes y provocándole una conmoción cerebral que habría de Por si sola suficiente para dejarle fuera de combate.

Tras el terrible y contundente impacto de Sir Sutton contra el esbirro que yacía en el suelo, el noble se sintió señalado por la mano de Dios. Tan tremendo éxito le había hecho ganar confianza en sí mismo y, queriendo seguir deleitándose en sus recién descubiertas capacidades, atacó al esbirro que se estaba levantando del suelo y se encontró de repente con un macizo crucifijo en la boca del estomago, obligándole a expulsar súbitamente el aire de los pulmones y cayendo de nuevo al suelo. Pero con algo no había contado el noble.

– Sois peores que las ratas. ¿Por que no os morís simplemente? – Lord Lang había perdido por fin la última gota de su paciencia por la incompetencia de sus inútiles esbirros y había decidido pasar el mismo a la acción –. Despídase de su miserable vida, Sir Sutton. – amenazó escupiendo el nombre del noble y arremetió contra Anthony. Este, sin tener la fuerza necesaria para manejar con soltura el peso de la sólida cruz, no pudo reaccionar lo suficientemente rápido como para bloquear la trayectoria del sable, que rajó en un movimiento lateral la chaqueta y la camisa de Sir Sutton, y cortó el pecho de Anthony como un cuchillo caliente corta un trozo de mantequilla.

La atención de Francis estaba ahora ocupada con su compañero Ripper. Lord Aidan había dado señales de estarse recuperando del efecto del veneno que recorría su cuerpo. Pero aún no tenía fuerzas suficientes para mantenerse en pie y sufría involuntarios espasmos que hacían sacudir todo su cuerpo. Mas viendo a su compañero indeciso entre ayudarle a él o al grupo de imprevistos combatientes, hizo un esfuerzo por controlar las convulsiones y, mirando en dirección a la chimenea, dijo al detective únicamente dos palabras.

– Las cenizas.

Y cayó de nuevo al suelo.

Pero... pero... - Anthony se miró el pecho donde el corte de Lord Lang hacía manar la sangre de su pecho. - ¡Ese chaleco me lo regaló la Condesa de Werthshire cuando le presenté al que sería su sexto marido!

Con el rostro rojo, volvió a balancear la pesada cruz pero solo consiguió barrer el aire delante de sus enemigos.
 

La treta que había utilizado para desarmar al truhan le había servido en más de una pelea de callejón para evitar que su pescuezo tuviera un apretado collar de acero, y en esta ocasión no había sido distinto. Amagando un gesto, volviéndose rápidamente hacia el otro lado para sujetar la mano y retorcerla, había conseguido que ese tipo soltara la navaja.

- ¡JA! ¡Esa es mi Lissie! - dijo, con los ojos brillantes y la mandíbula desencajada al ver cómo su hermana había apuñalado al otro tipejo con un simple alfiler de señora. Nunca había sido una damisela desvalida, pero le estaba demostrando que era digna hija de la Isla Esmeralda. 

Sólo quedaba un contrincante y podrían ir a por Lang, seguramente. No estaba prestando mucha atención a lo que pasaba a su espalda, pero había visto cómo lanzaba puñetazos Alexander y no tenía duda alguna de que se estaba apañando bastante bien. Sutton también estaba por ahí, porque escuchaba su voz de sajón afeminado, lo que demostraba que sus formas delicadas le habían mantenido con vida por la gracia de la Virgen. Estaban solos, y solos saldrían de esa.

- ¡Coge esas navajas, Lissie! - dijo, lanzando un monstruoso golpe con ambas manos sobre el esbirro ante él - ¡Prefiero algo que corte que este maldito atizador!

Lord Lang había entrado en juego, y Alexander no dudó, tenía mucho que cobrarle a ese malnacido y mirandole fijamente se dirigió hacia él

- Tuuuuuuuuuu... Cuando termine contigo vas a desear no haber nacido.. ¡Y vas a contarme con todo lujo de detalles donde tienes a Allison!!

Y con la intención de soltar toda la rabia acumulada soltó su mano derecha, pero esta vez buscando la mano de Lord Lang con la intención de desarmarle, no quería acabar con el, al menos de momento...

Cuando el capitán pronuncio aquellas dos palabras, Francis no trato de usar su ingenio para saber que quería de las cenizas, simplemente salto como si de un resorte se tratase y corrió todo lo rápido que pudo hacia la chimenea.

Aunque nunca fue excesivamente musculoso ni alto, sus piernas eran largas como el centeno y se movían como pocas personas podían imaginar. Apenas unos segundos después estaba agachándose sobre la chimenea para tomar las cenizas aun calientes. Noto como le ardían las manos, sin embargo aquello no le importo, tomo un buen puñado y volvió todo lo rápido que pudo hasta su compañero.

Mientras regresaba observo la situación del combate. La gran mayoría de los esbirros habían caído; sin embargo Lord Lang había hecho acto de presencia.

—Si congelara el picaporte de la puerta bloquearía la única salida de aquellos rufianes—. Pensó Francis para sus adentros mientras apuraba los últimos metros hasta llegar a su compañero caído.

Cuando el joven investigador llego incorporo levemente a su superior y espero ordenes.

Nada más clavar la aguja de sombrero sobre ese hombre se había sentido... ¿Bien? Su rabia había despertado en esa sala. Y había descubierto lo que podía realizar con sus conocimientos. Al fin y al cabo un cuerpo era un cuerpo, aunque estuviese en movimiento en vez de muerto. Lo vio caer ladeando la cabeza con suavidad hacia su derecha.

Su hermano la despertó cuando la nombró a voz en grito. Ella se recompuso para mirarlo y sonreírle con calidez.  Observó como Seam golpeó al único hombre que quedaba en pié ante ellos. Analizó sus movimientos y su musculatura, la inercia de su golpe unido a la fuerza impactando en el cuerpo de su contrincante. En ese momento se dio cuenta de que era todo un espectáculo de anatomía. ¿Cómo no se había fijado antes? Según el golpe y la zona a golpear ella podía calcular el daño causado. Al caer en este hecho su mirada se centró en la herida sangrante de su hermano y la furia volvió a hacer su aparición. 

El hombre había caído al suelo, y en cuanto escuchó las palabras de Seamus afirmó enérgicamente con la cabeza agachándose a recoger todas las armas que pudo abarcar. Tras ponerse de nuevo en pie le dio la de mayor envergadura a su hermano.

- Creo que es hora de cobrarnos por la osadía de lo ocurrido. ¿No crees, hermano? Estoy deseando coger a nuestros queridos anfitriones y ver qué esconden en su interior - dijo con cara de pocos amigos.

Si con algo no había contado la familia Lang al invitar a esa gente a su particular fiesta, era que entre ellos se encontrarán cinco valientes capaces de plantarles cara e incluso quizás hasta de romper sus planes. Al menos ese aspecto empezaba a tomar la escena. Nadie habría dado un penique por cuatro hombres y una mujer indefensos contra media docena de sicarios armados. Y sin embargo estaban demostrando que no eran unos cualquiera, sino que estaban hechos de una madera muy especial.

Seamus estaba lo suficientemente loco como para estar disfrutando de la pelea a pesar de la seriedad del momento. El irlandés celebró la controlada punzada de su hermana, que había hecho caer malherido con una simple aguja para el pelo a uno de aquellos matones, con un aullido, gritando el diminutivo cariñoso con el que solo él podía llamar a su hermana. Animado por tal éxito, lanzó él mismo un terrible bandazo con el atizador contra el último esbirro en pie, que se había atrevido a tocar a Eilish. Éste, desarmado, se había preparado para defenderse del inminente ataque de Seamus, pero de poco le sirvió. El trozo de metal impactó con tal fuerza contra la espalda del esbirro de Lord Lang, que hasta perdió parte de su perfecta línea. Aquel hombre tardaría mucho en volver en si. Y quizás nunca más volvería a poder moverse.

Ese fue el diagnóstico de la doctora McBride. Ella sabía que la dura barra había golpeado contra las vértebras torácicas y provocado una lesión de la médula que posiblemente terminara en una paraplejia y que le impediría moverse de cintura para abajo. Sintiéndose segura por el momento, Eilish siguió las instrucciones de su hermano y recogió los dos puñales caídos al suelo, cediendo uno a Seamus. Eran armas más cortas que el atizador, pero estaban niveladas para la lucha y eran más fáciles de manejar en combate.

Tratando de ayudar a su compañero reanimado, Francis salió corriendo en dirección a la chimenea y volvió tan rápido como pudo con un buen puñado de cenizas en las manos. No sabía que intenciones perseguía el otro Ripper, pero no dudó en seguir sus instrucciones. Lord Aidan, viendo la duda en los ojos del investigador, le comentó su propósito.

– Aún no estoy seguro de a que nos enfrentamos… – Un ataque de tos le sobrevino y tuvo que detener la explicación un momento – … pero voy a dibujar un pentagrama de protección en torno al resto de invitados por si acaso. Espero poder evitar así más víctimas inocentes. – Creyendo vislumbrar otra pregunta en los ojos de Francis continuó, la voz apenas un hilo –. Ayuda a los demás. Yo puedo hacerlo solo. – Recogió las cenizas de las manos del investigador y, más recuperado ya de los estertores iniciales tras salir del estado de parálisis, empezó a dibujar la arcana figura en las baldosas del salón de los Lang.

Mientras tanto Anthony se encontraba en medio de una de las situaciones más peligrosas a las que jamás se había enfrentado y no se dejó amilanar por la herida causada por el anfitrión. Soportó con entereza el dolor y, a pesar de que un primer impulso habría llevado a cualquier otro a defenderse de su atacante, el noble actuó con algo más de fría lógica. Supuso que, si era capaz primero de dejar fuera de combate al esbirro que encorvado aún se sujetaba la boca del estomago, después podría aunar fuerzas con el boxeador contra Lord Lang, sin tener que preocuparse de un posible ataque por la espalda. Dicho y hecho el crucifijo volvió a barrer el aire del salón y a golpear una vez más al matón, esta vez en los hombros, haciendo que de nuevo un sonido de huesos rotos resonará en la habitación.

Sorprendido al ver como aquel noble amanerado no sólo se atrevía a plantarle cara, sino que incluso se burlaba de él, Lord Lang perdió si cabe aún más los estribos y volvió a esgrimir su sable contra Anthony. Pero, al dejarse llevar por la ira y habiendo perdido así la concentración en el combate, el golpe de espada fue de todo menos preciso y no llegó más que a rozar a Sir Sutton, quien, intuyendo el movimiento del arma, se había lanzado en el último momento en la dirección correcta y evitado así una fea herida.

En el momento en el que el sable alcanzó su máxima trayectoria y hacía falta una mayor fuerza para cambiar su sentido, Alexander aprovechó para lanzar un golpe tan preciso como decisivo para la pelea. Adelantó con la rapidez propia del atleta un pie, poniéndose así al alcance del arma, pero sabiendo que disponía de ese valioso instante para golpear. Si fallaba, se encontraría expuesto a un contragolpe de su enemigo. Pero si acertaba… en ese caso podría lograr desarmar a aquel villano y desequilibrar la balanza a favor del grupo. El puño salió disparado con una velocidad que solo proporcionan años de entrenamiento en lucha, pero para Alexander todo pasó en cámara lenta. Como si el tiempo fluyera con la viscosidad y pereza de la miel al salir de un frasco. O la de la sangre abandonando gota a gota un cuerpo inerte y ya frio. La mano derecha, cerrada en un puño, golpeó segura contra la muñeca del hombre que se había atrevido a amenazarlos. El coloso puso toda su fuerza en el impacto y el daño fue tal, que Lord Lang no pudo más que soltar involuntariamente el sable. El acero cayó al suelo de cerámica con su característico campanilleo metálico.

El sonido de la columna del esbirro al quebrarse resultó suficientemente satisfactorio y elocuente para que el irlandés no precisara un segundo golpe sobre su espalda. Resopló, complacido de ver que todos estaban caídos y puso los brazos en jarras al ver el despliegue de rostros cenicientos, paralizados y drogados de los demás invitados. Luego se fijó en que el tipo afeminado y de piel pálida que parecía haber hecho buenas migas con Alexander también se había recuperado, pero en vez de colaborar en la lucha se había quedado agazapado al fondo, murmurando con un tipo de chaqueta roja. 

- Pedazo de mierda - dijo, escupiendo al suelo y dedicándole una mirada de desprecio, que sólo retiró cuando las facciones delicadas y hermosas de su mirada se interpusieron en su ángulo de visión. Y encima con una buena y afilada hoja sólo para él - Ah... esto es otra cosa. Gracias Lissie. Vamos a ver qué valiente es ese señorito Lang.

Balanceó la hoja un par de veces en su mano, comprobando satisfecho que estaba mucho más equilibrada que el atizador, dejó caer éste en el suelo y se giró hacia el resto. Ver cómo el boxeador había desarmado al noble le produjo una amplia sonrisa de tiburón.

- Tú y yo vamos a tener más que palabras - le espetó, avanzando a grandes zancadas mientras le señalaba con la afilada hoja - Maldito-pedazo-de-escoria-inglesa-come-pollas-muerde-almohadas-traga... traga... ¡VEN AQUÍ!

El golpe de Alexander había pillado por sorpresa a Lord Lang que lanzó un grito más de rabia que de dolor al tener que soltar involuntariamente el arma y encontrarse así en una desventaja aún mayor. Sus esbirros habían caído y él no lo había visto venir a tiempo. Cuando decidió entrar él mismo en acción, ya era tarde para apoyarse en sus secuaces. De repente se encontraba solo contra esos entrometidos, pero al menos tenía un sable en la mano que le daría cierta ventaja y ayudaría a acabo con esas alimañas. Y ahora, en la primera ocasión que habían tenido para hacerle frente, habían sido capaces de desarmarle. Su odio hacia esos cinco metomentodos creció hasta límites insospechados. Parecía un volcán a punto de entrar en erupción.

Pero supo controlar sus emociones. Canalizarlas en el siguiente movimiento y, con un salto que recordó más a un tigre que a un ser humano, rodó por el suelo haciéndose con el sable e incorporándose a pocos metros de donde había comenzado la pelea, dando la espalda a uno de los biombos. En esta posición esperó a que sus especiales invitados tomarán la iniciativa y se acercarán a él.

– ¡Venid cucarachas! ¡Venid a que os aplaste como las sabandijas que sois!

Y diciendo esto saco con la mano izquierda de una funda escondida bajo la chaqueta una daga de un metal tan brillante que reflejaba las luces de la habitación en todas direcciones, como los rayos del sol sobre un espejo. 

El joven investigador asintió con firmeza ante las palabras de su superior, sin embargo veía todo aquello con aire lúgubre. Sus reservas arcanas se estaban agotando y no sabia luchar. Para colmo no solo quedaba Lord Lang, sino que quedaba su hermana, lo que suponía que seria una mujer.

Sabia que tarde o temprano el señor Lang viéndose superado en numero y habilidad decidiría huir alertando a su hermana, un enemigo que seguro era muy poderoso. Sin embargo un hombre con una espada contra gente desamparada o armada con armas de corto alcance era algo muy peligroso. La mente de Francis valoraba si congelar la cerradura, analizar las acciones de su enemigo para obtener una pequeña ventaja o por el contrario lanzarse al combate.

Al ver como sacaba una segunda arma dejo mas que claro que no pretendía huir, al menos no por el momento. El camino se abría ante Francis, facilitando en gran medida su siguiente acción. Sus ojos se movieron por el cuerpo de su enemigo, sus ojos, rodillas, hombros, pies..el cuerpo humano y su lenguaje corporal decía grandes cosas a aquellas personas que sabían observar.  

Eilish estaba satisfecha con lo ocurrido, al menos en parte. Se sentía muy apoyada, pues, aparte de su hermano, la pequeña vocecilla hizo su reaparición. - ¡Bien! ¿Ves? Eres capaz ¿Ves de lo que eres capaz? Has defendido a Seamus - estaba tan entusiasmada que ni se molestó en hacerla callar- Y lo harás, Liss. Les arrancarás el corazón para asegurarte que no se vuelvan a levantar. Ya te digo yo que la mujer no es normal. ¡No! ¡No lo es! Debemos tener mucho cuidado con ella.

- Acabaremos con ellos. Lo haremos - agarró con fuerza el puñal en la mano derecha mientras con la izquierda mantenía sujeta la aguja llena de sangre. La misma con la que había perforado el riñón al hombre que yacía en el suelo.

Alexander había conseguido su objetivo, y por un momento estuvieron en ventaja, pero esta les duro mas bien poco. En la primera oportunidad que tuvo, ese malnacido de Lord Lang se habia rearmado, y encima se habia alejado de ellos, buscando quzas una posicion ventajosa.

Nuestro boxeador penso que era un buen momento de armarse, puesto que parecia que sus puños no funcionaban todo lo bien que debería. Sin esperar mas se agacho a recoger las dagas que tenia a mano, no se parecian a sus puñales, y de hecho no estaban pensadas para ser lanzadas, pero le valdrian de momento.

Una vez las tuvo en su mano, las sopeso y utilizando su mano buena, lanzó con todas la fuerza que fue capaz.

Anthony no podía creerse el potencial dañino que tenía la cruz que portaba y empezaba a entender la frase que recitaba su tía-abuela Milfred: a Dios rogando y con el mazo dando.

Lord Lang se veía en problemas, al encontrarse sin el respaldo de sus lacayos, y se refugiaba en una esquina del salón mientras ninguno de sus compañeros parecía adelantarse a plantarle cara.

¿De verdad? - les dijo sorprendido mientras miraba alrededor y veía que todos rodeaban amenazadoramente a su anfitrión pero nadie parecía dar el paso decisivo. - ¿Nadie?

Pero poseído por el momentum y sujetando la cruz con fuerza, avanzó contra el noble que había decidido privarle de una noche de festejos y, quizá, arrumacos en la cama de alguna joven.

- Acabaremos con ellos. Lo haremos - agarró con fuerza el puñal en la mano derecha mientras con la izquierda mantenía sujeta la aguja llena de sangre. La misma con la que había perforado el riñón al hombre que yacía en el suelo.

Se giró hacia Lord Lang mirándolo con auténtico odio y concluyó que no pararía hasta verlo desangrado a él y a toda su puñetera familia. Se mantuvo al lado de su hermano, pues se dio cuenta que si se alejaba podía suponer un problema y causar más daños a Seam. Ésto último no era una opción.

Se acercó todo lo que pudo junto a su hermano manteniéndose un paso por delante de él,y en el momento en que encontró una linea de lanzamiento limpia con el anfitrión de tan ajetreada fiesta, lanzó el puñal. Lamentablemente, los rápidos movimientos del noble hicieron que la hoja pasara de largo.

Alexander, sintiéndose seguro por su éxito desarmando al anfitrión, se relajó un instante. Instante que aprovecho Lord Lang para realizar un rápido movimiento a un lado y recoger el sable. El boxeador reaccionó y lanzó un rápido derechazo que únicamente alcanzó el hueco que había dejado su rival. Sin perder un segundo, Alexander se agachó a recoger uno de los puñales que había dejado caer un esbirro y se lo lanzó con gran velocidad y fuerza al noble. Pero las dagas no estaban niveladas para arrojarlas con suficiente precisión y así el cuchillo pasó a un par de metros de su objetivo.

El cuerpo de Seamus destilaba adrenalina. Se encontraba en medio de una buena pelea y eso le ha hacía sentir vivo. Una vez hubieron acabado con los indeseables y molestos esbirros de Lord Lang se giró en busca del plato principal. Quería dar una lección a aquel hombre que había tenido el atrevimiento de amenazar a Eilish. Y sería una lección que de poco le iba a servir al lord, pues dudaba que después del tratamiento que tenía pensado para él fuera a encontrarse en situación de sacar ningún provecho de ella. Localizó a su enemigo y se alegró al ver que los sajones habían hecho su parte del trabajo satisfactoriamente. El odiado Lord Lang estaba solo, sin sus secuaces cerca para defenderlo. Volvió a mirar a su hermana y recogió con agradecimiento el puñal que ésta le ofrecía. Contento de tener un arma más adecuada para una pelea, recorrió a grandes zancadas el espacio que le separaba de su rival, gritándole para llamar su atención. Cosa que consiguió sin demasiados problemas. El cabecilla de los Lang volvió la mirada hacia el irlandés, los ojos llenos de odio por su desfachatez.

Mientras tanto, inseguro al sentirse agotado por el rápido desgaste de energía y sin confiar demasiado en sus habilidades para la lucha, Francis aún no se animaba del todo a entrar en combate. En su lugar prefirió observar la escena con detenimiento, con la intención de entender la psicología del enemigo, de tratar de reconocer sus siguientes movimientos. La aptitud combativa que adoptaba Lord Lang a pesar de encontrarse claramente en desventaja, la mirada de intensa rabia y los dientes apretados que asomaban como los de un perro rabioso, dieron a entender al detective que el hombre no era de los que huía. Era un enemigo para el que sólo podía haber dos posibles resultados: matar o morir.

Eilish empezaba a sentirse cada vez más segura de sí misma. Los resultados positivos del uso de sus conocimientos de anatomía y la cercanía de su hermano la daban una gran confianza. Sintió como una profunda ira se apoderaba de ella al mirar a aquel hombre, por quien hasta no hace mucho había sentido aprecio y hasta admiración y quien la había decepcionado tan intensamente. El fuego irlandés que corría por sus venas hizo que sintiera como su piel ardía de pura cólera. Siguió de cerca a Seamus, con la clara intención de hacer daño a aquel impostor y, en cuanto vio una oportunidad de arrojarle el puñal que acababa de recoger, se lo lanzó con toda la fuerza que tenía. Pero, al igual que Alexander, tampoco ella supo poner la precisión necesaria en el lanzamiento y falló por bastante.

Anthony sin embargo supo mantener la calma y atacar con precisión. Bien es cierto que, si Lord Lang no hubiera estado atendiendo a las burdas amenazas de Seamus, quizás no hubiera acertado a su objetivo. Pero también es cierto que el noble supo reconocer en seguida su oportunidad y sacó el máximo provecho de ella. De nuevo descargó el crucifijo contra su enemigo y de nuevo impactó aquel contra el cuerpo del rival. El anfitrión de la sangrienta boda recibió el golpe en la parte alta del estomago y soltó una exclamación de dolor.

Lord Lang sentía una mezcla de diversión y de desprecio hacia aquellas atrevidas e inoportunas molestias. Diversión al ver de que forma tan aficionada lanzaban sus fallidos ataques. Despreció por que le estaban haciendo perder el tiempo y además se atrevían a insultarle y a amenazarle. Fue entonces cuando Anthony le sorprendió con un golpe bien colocado.

– ¿Cómo te atreves? – rugió enfadado Lord Lang tras recuperar algo de aire. Su mirada estaba ahora fija en Sir Sutton y, decidido a acabar con el gusano que se había atrevido a dañarle, se abalanzó sobre él, blandiendo contra el noble ambas armas.

Atento a los movimientos de su rival, Anthony pudo esquivar el primer ataque con el sable, girando el cuerpo a un lado. Pero su enemigo era experimentado en la lucha y, con un rápido golpe, el filo de la daga se clavaba en el costado que Sir Sutton había dejado al descubierto en su desplazamiento lateral.