Partida Rol por web

Parecía uno de aquellos trabajos aburridos que no merece la pena ni recordar en las noches de taberna. Los mercenarios eran gente de acción, como bien sabemos, y lo que estaban haciendo era preguntar a cada viajero su nombre, de dónde venía y si quería una entrada. Ellos no manejaban el dinero, claro está, sino Wilf Schwarshaus, uno de los socios de Heinz. Un hombre que estaba constantemente fumando hierbas de tabaco en un pipa con forma de dragón.

Era uno de esos hombres que parece que no habla mucho, pero en realidad era bastante hablador, metía baza en todas las conversaciones y en realidad no estaba en ninguna.

Un codazo ligero sorprendió a Carlo entre las costillas. Pss... ¿Tú te imaginabas algo así cuando llegamos por aquí? Le pregunto señalando con el mentón a ningún lado en concreto. Sabiendo la amplitud de mi pregunta aclaré cautamente en voz suficientemente baja para que solo mi compañero de armas se percatara del asunto. Me refiero a todo esto. Las ropas de pavo real que llevamos, este asunto de las preguntas en el que el acero no saldrá de su vaina, y todo este jodido idílico ambiente de bondad, felicidad y seguridad alejado de todo lo malo que ocurre al otro lado de estos puñeteros bosques. Otra pomposa comitiva accedió a la ciudad y firmes como varas de mando realizamos las preguntas de rigor con toda la cortesía correspondiente... ¿De dónde? ¿Qué intenciones? ¿Una entrada? ¿Esa es una fulana o se trata de su mujer?...

Bueno, lo cierto es que esa última pregunta, gracias a Sigmar, no salió de mis labios hasta que la comitiva pasó y mi compañero y yo quedamos a solas. Pregunta que generó unas risas bajas objeto de reproche por parte del señor Wilf, a quien no gustaba quedar excluido de las conversaciones por lo que habíamos podido comprobar. Aiisss.... Que latazo, bien merece la paga que vamos a cobrar semejante tedio... Comenté con un suspiro mientras las horas pasaban sin grandes.... ¿Grandes, que digo? Sin ningún mísero acontecimiento.

- Pues no, la verdad. Claro que esto es un pueblo perdido del Imperio donde reina la tranquilidad y casi nunca ocurre algo digno de mención. En fin, yo solo quiero ganar lo suficiente como para volver a viajar a Tilea y enrolarme en alguna compañía de mercenarios en la que pueda obtener importantes beneficios del saqueo y de los rescates de los prisioneros.-

le comenta Carlo a su compañero. La idea de Vicci respecto a un "trabajo" distaba mucho de su actual ocupación. Ellos eran hombres de acción, no unos simples vigilantes que como mucho tendrían que espantar a algún borracho que merodease por el lugar o evitar que algún jovenzuelo se colase en el recinto.

Wilf se movía inquieto en la mesa, habían llegado varias personas de la nobleza, y se quejaba en voz baja de que no había habitaciones para todos. Aquello iba a ser un problema, si el nuevo hostal hubiera estado terminado, aquello no le iba a gustar a Heinz.

Si quieren acción, pueden llegar a tenerla. Con motivo del festival los salteadores se instalan en estos bosques y tratan de robar las personas de bien que sólo quieren disfrutar de las delicias de nuestro maestro salchichero, siempre que paguen. Y las ropas, señores, son un símbolo de nuestro hogar, no quiero que se mofen de ellas.

Las monedas de oro se iban acumulando en la mesita del hombre, que sólo parecía un anciano debido a la larga barba encanecida, en realidad no debía tener demasiado años, se movía con bastante agilidad y sólo estaba sentado porque la mesa era muy baja para administrar el dinero estando de pie. Anotaba nombres y cantidades en una hoja de papel.

A ese no le dejéis entrar -dijo señalando a un hombre que se acercaba por el camino, algo más de treinta años, ropa de vivo color amarillo, daga al cinto, cayado en la mano y mochila al hombro-, es un trilero de Talabheim, ya ha venido otros años.

Yo serví un año en el ejército, no era lo mío, además una bestia horrible me rompió dos costillas de un mazazo y aquello terminó de convencerme de que no me jugara la vida. Una vida de tendero es más aburrida, pero más larga.

Asiento ante las palabras de nuestro jefe de "sección". Me alegraba saber que tenía alguna clase de experiencia en combate, aunque no hubiera salido bien del todo, algo entendería de nuestra forma de vida, está claro. Con intención de estar prevenido pregunto en voz baja a nuestro jefe: ¿Que se sabe de el? ¿Cuál es su nombre? ¿Qué ha hecho antes? Me gustaría saberlo para poder controlarlo y no provocar un altercado o un espectáculo, ya me entiende. Entorno los ojos estudiando al hombre, viendo su forma de andar confiada, su paso ligero, y las características de su acero en el cinto.

Con paciencia espero hasta que el hombre señalado por nuestro jefe se acerque a la entrada establecida en los límites del lugar. Cuando va a proseguir, le llamo su atención con un gesto firme pero sin signos de agresividad y le pregunto: Buenas tardes caballero. ¿Podría indicarme la razón de su llegada?

¿Yo, señor? ¡Yo soy Manfred de Talabheim! Consagrado mago e ilusionista. Puedo hacer desaparecer pequeños objetos o animales y hacerlos reaparecer. ¡Es fantástico! Vengo a ofrecer mi espectáculo a los comensales de tan magnífico evento.

Mientras lo decía Wilf se levantó con todas aquellas monedas de oro en el cofre y se dirigió al interior del poblado, sin duda para dejar la recaudación en lugar seguro antes de seguir el trabajo.

¿Y quién sois vos, valiente caballero de nuestro amado Imperio? Hombre de armas os veo, sin duda la gloria os espera en un futuro no muy lejano. O tal vez ya la habéis alcanzado, contadme pues, vuestra gesta.

Sin duda no es de vuestra incumbencia, pero responderé diciendo que soy uno más de los muchos hombres que guardan la paz y la seguridad de este buen lugar durante los festejos. Comento con voz tajante mientras saco de mi bolsillo un pergamino enrollado con una larga lista de nombres ajenos a este lugar y que nada tenían que ver con el susodicho timador. ¿Manfred de Talabheim decís? Esperad un momento... Digo mientras paso un dedo por la lista de nombres.

!Aja! Aquí está, sabía que lo había leído en algún momento. Por lo que leo ya ha acudido a este lugar antes... Siento comunicarle que su nombre se encuentra en la lista que integran quienes no son bien recibidos en este lugar. Le recomendaría buscar otro lugar en el que alojarse, pues las puertas de ESTE pueblo se cierran ante vos por órdenes de mis superiores. Muchas gracias por venir, y buena suerte en su búsqueda. Digo mientras cierro el paso junto a Carlo, sin ningún miramiento al foráneo.

- Vamos, ya ha oído a mi compañero. Lo mejor será que se marche y no busque problemas.-

dijo Vicci secundando a Waldemar. Con sutileza, dejó caer la mano en el pomo de su espada. Si había problemas, cosa que a Carlo no le importaría demasiado, los mercenarios llevaban las de ganar: bien armados, bien entrenados y deseando patear algún culo.

Qué grosero...-comentó Manfred ante las palabras de Carlo- casualmente lo del nombre en la lista tiene solución, tengo aquí una pluma mágica, tiene poderes -comentó a Ulrich en un susurro- y es capaz de hacer borrar cualquier nombre de cualquier lista. Como si nunca hubiera existido -remató con un guiño.

Y tengo un truco aún mejor, ya verá, extienda la mano.

Haciendo un claro gesto a mi compañero de que me cubriese en caso de problemas mediante nuestra jerga militar a base de signos, extiendo la mano y expreso una de mis más cordiales sonrisas, dispuesto a recibir algo extra como un paga o un sobre sueldo por parte del al parecer no poco pudiente sujeto. Si... puede que nos entendamos... Expreso en voz baja al hombre a la espera de que no defraude mis expectativas de nuevas ganancias para mi compañero y para mí. Puede que nos entendamos pero también puede que no... Pienso ya para mí, esperando paciente.

El de Talabheim recogió una piedra del suelo y se la colocó al mercenario en la palma de la mano. Cuando éste frunció el ceño el trilero le tranquilizó.

Ya verá - le cerró el puño a Waldemar y con la mejor de sus sonrisas preguntó- ¿La nota?

Pues claro que la notaba debió pensar, tenía una maldita piedra en el puño.

Ábrala 

Cuando Ulrich abrió la palma la piedra había desaparecido. Un chico que venía por el camino hizo un gesto de aprobación. Muy bueno.

Aún no ha acabado,  no basta con hacer desaparecer algo, hay que hacerlo reaparecer -dijo el posible mago- Vuelva a cerrar el puño. ¿La nota?

¡Vaya que si la notaba! ¡Había algo en su mano!

Abra su mano.

Y cuando lo hizo había un chelín de plata sobre su palma. El escaso público aplaudió.

Precioso, realmente precioso... Comento guardándome el chelín en el bolsillo de mi uniforme. !Y ahora, largo, me caguen diez! Y como vuelva a verte por aquí no habrá tanta chorrada que valga. ¿Queda claro? Digo con todo firme mientras desengancho mi espada de la vaina pero sin llegar a sacarla, solo para tener mejor acceso a ella. Con clara expresión de enfado y habiendo perdido toda la paciencia señalo con la mano el camino de salida del pueblo, en dirección al bosque, dando por finalizada la discusión con el aparente Bufón.

Vicci no supo si enfadarse o sonreir. Un miserable chelín para sobornar a dos mercenarios de altura, como ellos. No obstante, recordó que el individuo que tenían delante era un trilero, y dado que el juego era uno de sus vicios preferidos - y el tileano tenía unos cuantos- se le encendió la bombilla de inmediato.

- Espera Ulrich, se me ocurre que tal vez podamos dejar que este tipo pase. Pero si lo hacemos, tendría que compartir sus beneficios con nosotros. Digamos que, cuando terminemos la guardia y volvamos a la fiesta este tipo tendrá que habernos conseguido con sus malas artes 5 coronas a cada uno. Seguro que sabe como arreglárselas para desplumar a algún noble forrado de oro.-

le propone muy por lo bajo de manera que solo su camarada pueda oírle.

Dandole la espalda al miserable trilero y mirando de frente a Carlo mientas le guiño un ojo, digo en voz baja: Encargate de esto entonces, que le queden bien claras las normas, y que entre por donde no le vean. Que sepa que si alguien le relaciona con nosotros está muerto. Que si intenta tongarnos está muerto, y que si se pasa de la raya está muerto. Con dos palmadas en el hombro paso junto a Carlo y me establezco en mi puesto, revisando los planes de otros viajeros.

Vicci hace un aparte con el trilero y le explica cual será el trato.

- Verás, Manfred, vamos a dejarte entrar pero con varias condiciones. La primera de ellas es que, si te preguntan, vas a decir que te has colado por otro lugar en el que nosotros no estamos de guardia. La segunda es que, ahí dentro, nos vas a conseguir 5 coronas a cada uno con tus habilidades. Bien, quiero que esto te quede claro: si cuando terminemos la guardia y te busquemos no estás, o si te vas de la lengua o si no consigues el dinero; estás muerto. ¿Capisci?-

Cuando nadie mira, Carlo le deja entrar en el recinto.