Partida Rol por web

Fueran quienes fueran, Gonzalo no supo reaccionar ante la llegada de aquellos desconocidos.

Observó que se trataba de monjes, que tras un largo camino, apremiaban a las gentes del castillo del barón para que les recibieran. Pero debían ser gente importante, ya que reclamaban un trato especial. No era normal aquellos golpes entrada la noche, ni aquellos gritos, ni aquella demanda de ser recibidos por el barón en persona... Y, tras observar la palidez inmediata del rostro del sacerdote Hernan al conocer de quién se trataba, supo que los recién llegados no eran unos cualquiera.

Como en muchas otras ocasiones, Gonzalo supo cuando mantener la boca cerrada y dejar a los más "adecuados" para dar la bienvenida.

Se acercó a los sacerdotes viajeros y, con gesto servil, se ofreció a coger las bridas de las mulas para llevarlas al establo. Con una ligera inclinación de cabeza, el muchacho se dirigió al trio:

-Yo me encargaré de sus monturas y de su equipaje.

Quién sabe... en la tranquila soledad del establo, podría "curiosear" lo que cargaban las alforjas de aquellos hombres de dios

Cogiste las bridas de las mulas y, servilmente, las acercaste al establo. Parecían animales sedientos, así que les procuraste agua para beber, y un poco de forraje para alimentarse.

Los animales, agradecidos, bebieron hasta saciarse, y comenzaron a degustar las hierbas en cuanto las tuvieron delante. Se notaba que habían recorrido un largo camino bajo el sol, y que agradecerían un reposo a cubierto, bien alimentados y con la sed calmada.

Los más pesados de sus sacos han entrado con los monjes en el castillo, pero aún cuelga un saco grande de cada mula. En una hay algunas monedas de cobre, en otra una pequeña cruz que parece de oro puro, y en la otra algunos cálices de cobre.

En todos los sacos hay ropajes clericales, así como algunos alimentos y una gruesa manta.

El guardia que había dado la orden de abrir la puerta entró en el castillo y fue a llamar a Aisslin. Éste apareció corriendo, medio desvestido, y con cara de haber estado durmiendo profundamente.

Al instante, como era de esperar, se hizo cargo de la situación, enviando a Mara y a Silvana a por algunos manjares de los que habían sobrado de la cena y a por buen vino. Agustí fue ordenado llamar al Barón, y Hernán acompañó a la comitiva al salón principal.

Al cabo de unos instantes, Agustí regresó anunciando que el Barón aparecería en breve.

Mara y Silvana regresaron de la cocina con algunos platos suculentos, aunque fríos, y otras criadas se ocuparon de traer bien vino. Al cabo de un rato, regresó Gonzalo.

Los invitados, al ver las jugosas carnes del plato, comenzaron a engullirlas como si estuviesen muertos de hambre, con una gula y una falta de modales propios de un mendigo más que de un hombre de fe.

La mayoría de los criados por fin se habían despertado, y aguardaban confusos y con curiosidad la llegada del Barón para enterarse de todo.

-Bueno, he comido cosas mejores, pardiez- dijo con desdén mientras arrancaba un trozo de carne capaz de llenar dos bocas de golpe- Bfero no tenfggo por cosfftumbre desdeñar lo que me sirfffen con tanta buena voluntaffff.- dijo con la boca llena.

Soltó un desagradable eructo, y se repanchigó en su asiento, copa de vino en mano, mientras sus compañeros de viaje seguían comiendo como si no hubiera mañana.

La espera se hizo larga, pero por fin el Barón apareció por la puerta. El monje se puso en pie y extendió los brazos hacia el Barón.

-¡Nuestro fiel Barón Ricardo! A fe mía que de este encuentro solamente puede surgir algo positivo. ¡Soy nada menos que el Diácono Charles de Lupo, enviado especial de vuestro Papa Luna!

Ambos hombres se funden en un amistoso abrazo, y el Barón se muestra encantado de poder servir a su Papa, Benedicto XIII.

Uno de los clérigos menores entrega unos papeles al barón, que éste le pasa a Aisslin, para que se los lea. Al terminar de leerlos, Aisslin confirma que son auténticos, y que provienen, como así lo había anunciado el pedante diácono, del viejo papa de Peñíscola.

-Asuntos de vital importancia nos han traído al castillo- comenta, recogiendo de nuevo los papeles- Y es de vital importancia también el hablar con vos ahora mismo, en privado, pues tamaña es la importancia que no habría de poderse esperar a mañana.

Aisslin os ordena salir a todos, y cierra la puerta, quedando solamente dentro los tres clérigos, el Barón y el criado principal.

Muchos de los criados, la gran mayoría, regresaron a sus camastros, pero un buen número de ellos aún se quedó aguardando a las puertas, por si se oía alguna que otra frase pronunciada con más entusiasmo de la cuenta.

La puerta se cierra y me quedo haciendo guardia frente a ella, con los brazos cruzados y cara de pocos amigos. Del interior surgen voces inaudibles y lentamente voy acercando la cabeza para ver si distingo alguna, sin darme cuenta de la proximidad de una antorcha en la pared que a punto está de quemarme una oreja. Por ello desisto, y sigo con lo mio.

La repentina visita del clero me ha puesto nerviosa, definitivamente he perdido el sueño y decido no volver a mi camastro. Sigo sin saber cual es el motivo de tal visita asi que me quedo junto a la puerta intentando oir algo. 

-Creo que hablan en latin. -Le comento a Silvana al ver que no esta entendiendo nada.

Los modales y maneras de ese autoproclamado enviado del papa me hacen pensar que en realidad hemos sido engañados por un charlatán de poca monta que se ha querido aprovechar de la fe y la lealtad del Barón para con la iglesia. Me disponía a decirle un par de palabras cuando apareció Aisslin por lo que decidí que el o el propio Barón se encargaran de dejarle las cosas claras. Por eso mismo mi sorpresa fue mayúscula cuando anunciaron que los documentos que portaba el Diácono eran auténticos.

Salí de la habitación sin terminar de creerme la historia del Diácono y preocupado por aquello que tendrían que hablar, más teniendo en cuenta que al ser noticias provenientes de la iglesia lo lógico sería que como su único representante en el castillo estuviera presente. Así que puse un momento la oreja para ver si podía escuchar algo de lo que decían.

El muchacho dejó los caballos a buen cuidado. Tendrían agua y comida para recuperar la fuerzas perdidas en el camino.

Tras asegurarse que nadie podía descubrirlo, Gonzalo chafardeó las alforjas que portaban las monturas de los monjes y se quedó asombrado con lo que encontró: alguna moneda, cálices de cobre y... una cruz de oro!!

-La madre que me par...!!- tuvo que silenciarse Gonzalo frente aquel hallazgo. Nunca había tenido nada de tanto valor entre sus manos y, sin pensarlo dos veces, se puso el valuoso objeto bajo la camisa, mirando eso sí, a un lado y otro para verificar que se encontraba solo.

Dio un par de pasos para salir del establo y, entonces, se detuvo...

"Piensa Gonzalo...no seas idiota...". El muchacho tuvo uno segundos de reflexión y supo que aquel objeto solo le traería problemas. Primero: qué pasaría si los monjes buscaban la cruz y descubrían que no estaba. Él era el único que había tenido contacto con las mulas. Segundo: donde podría "vender" o intercambiar aquel preciado objeto sin levantar sospechas. Tercero: se jugaría todo lo que había conseguido (un trabajo decente, un hogar donde vivir, estar al lado de Mara) por una decena de problemas con aquella maldita cruz de oro?

El rata dio media vuelta y volvió a poner la cruz en su sitio.

Eso sí, agarró las monedas de cobre y las escondió en sus calzones. Antes de irse, agujereó el saco para despistar las posibles sospechas. Si el saco tenía un agujero... las monedas podían haberse pedido por el camino.

Al llegar tras dar de comer a las mulas, observó que todos estaban cerca de una puerta cerrada. Todos menos Aisslin, el barón y los tres monjes, que debían estar dentro.

"Estan intentando escuchar que hablan dentró?" se sorprendió Gonzalo. Con un gesto de pregunta silenciosa, levantando ligeramente los hombros, el muchacho preguntaba mímicamente qué sucedía.

Pero, esperando alguna respuesta del grupo, intentó "cazar" alguna palabra del otro lado de la puerta. Pero solo pudo escuchar un leve murmullo que no supo descifrar. Aquella madera debía ser demasiado gruesa...

Mara comienza a bostezar, presa del sueño, sin prestar demasiada atención a las voces que provienen del interior de la sala.

Parece que nadie es capaz a oír nada, lo cual resulta harto frustrante.

En ese momento, Hernán agudiza la oreja, y comienza a percibir algunas frases sueltas procedentes del interior. No las escucha con total claridad, pero algo sí que oye, algo totalmente obvio por la expresión de su cara.

Los demás quedan expectantes, ávidos de recibir noticias.

Escuchas las siguientes frases sueltas desde el interior, todas procedentes del incesante parloteo de Charles de Lupo:

...Cisma de la Iglesia. Yo Charles de Lupo, he sido designado...

...Sí, sí, sí, exactamente, mi buen Barón Ricardo, para ponerle fin...

...Mi buen Papa Luna quiere poner las cosas claras con el creador, pues el fin de sus días se acerca...

...Revocar la sentencia...

...No es papa fornicador ni blasfemo...

...Es bueno y sincero, exactamente, y así habrán de admitirlo...

...Y si eso se lleva a cabo, recapitulará...

...En Barcelona, sí, Guido de Cervino, enviado del Papa de Roma...

...Pergamino con condiciones...

...Atacados por el camino por... Sí, la Orden de Montesa... Y necesitamos ayuda. Mis hombres tienen miedo...

Estas son todas las oraciones que has conseguido escuchar. Por el tono que emplea Charles de Lupo, tiene toda la pinta de estar pidiendo un favor personal al Barón.

El muchacho no soportaba las situaciones donde se quedaba al margen. Observaba como el sacerdote había modificado su rostro al, seguramente, escuchar parte de la conversación de los recién llegados con el barón. La curiosidad le picaba de verdad y deseaba saber que era aquello de lo que, en privado, estaban hablando... Porqué Gonzalo estaba convencido que debía ser importante.

-Pssst...Hernan...-susurró e intentó acompañar sus casi mudas palabras con gestos para acabar de hacerse entender-... de qué estan hablando?

Así que tal y como cuentan los rumores el Papa Luna esta cerca de reunirse con el señor. Eso en parte son buenas nuevas ya que por fin se terminara todo este sin sentido de tener varios Papas y la iglesia cristiana volverá a la normalidad.

Están hablando con el Barón sobre un ataque que han recibido mientras iban camino de Barcelona para hablar con un enviado del Papa de Roma. Al parecer no era cierto que fuesen esperados en castillo pero si lo es su relación con el Papa Luna. Al parecer el Papa Luna esta cerca de su muerte y querrán pedir revoquen la excomulgación para que muera siendo aceptado por la iglesia cristiana le contesto a Gonzalo en susurros mientras me alejo de la puerta para que los que están al otro lado no se enteren de nuestro espionaje.

Empezaba a aburrirme y a tener un sueño tremendo, pero no me parecía sensato marcharme por si el barón o los visitantes querían algo, así que me quedé con los demás, junto a la puerta, esperando. Jo, con lo bien que se estaba en la cama...

El monje era el único que parecía escuchar lo que pasaba dentro, aunque no parecía sorprendido de lo que oía. Como respuesta a la pregunta de Gonzalo, éste susurró velozmente lo que había oído hasta entonces. No obstante, aunque a Hernán le pudiese parecer obvio el que estos hombres viniesen a ver al barón, yo no entendía muy bien qué podían querer de él. Pero bueno, era lógico que a mí se me escapasen este tipo de cosas. A fin de cuentas, todo ese mundo de los Papas, la Iglesia, las batallas, la nobleza... era algo de lo que yo jamás había formado parte y, en el barrio donde yo vivía antes de mudarme a Amposta, estos temas eran algo de lo que nadie se preocupaba. De modo que seguí apoyada contra la pared, escuchando y esperando.

La conversación en el interior del salón duró lo suficiente como para aburrir a la mayoría de los criados que aguardaban noticias frescas. Al cabo de un buen rato ya solamente nueve de los criados seguían allí aguardando, sin contar a Aisslin, que estaba dentro, con su señor.

Tras la conversación las puertas se abrieron y el barón, tras un vistazo al pasillo, ordenó entrar a los nueve criados que se habían quedado a la puerta en espera de noticias. Cuando hubieron llegado ante su amo, éste carraspeó y comenzó a hablar.

-Mira, precisamente estaba pensando en algunos de vosotros- dijo, señalando a Gonzalo y a Agustí- Nuestro nuevo amigo Charles de Lupo necesita de nuestra inestimable ayuda para una misión importantísima. ¡Nada menos que por orden de nuestro amado Papa Luna! ¡Es un honor aceptar su encargo, y mañana mismo se llevará a cabo!

Comenzó una serie de alabanzas hacia el Papa que podrían haber dormido a una piedra. Alentado por el petulante Charles, el Barón se pasó un buen rato elogiando a Benedicto XIII, mientras sus criados trataban de mantenerse despiertos.

-Y por todas esas virtudes, he decidido encomendar esta misión a alguno de mis fieles criados, que sin duda aceptarán acompañar a Charles y a sus siervos y a protegerle de todo mal. Pero antes de comentar nada de tan importante misión, me gustaría saber si alguno de vosotros estaría dispuesto a hacer un viajecito hasta Barcelona, en misión oficial para nuestro queridísimo Papa. ¡Una pequeña comitiva acompañando tan insigne mensaje! ¡Bien recordaré el gesto de quien se muestre voluntario!

Y si nadie se muestra voluntario, a fe mía que seré yo mismo quien escoja a los tontainas que habrán de acompañar a este adulador nato de Charles. Pero el objetivo de tal viaje bien lo merecen, y más por servir a mi querido Papa de Peñíscola.

Se quedó esperando la respuesta de los diez presentes, entre ellos Aisslin y su esposa, Gonzalo, Agustí, Silvana, Hernán, Mara, otro de los guardias (un compañero de Agustí), una jovencita que solía atender la huerta (Sofía) y un agricultor ya mayor, bien quemado por el sol.

Tras realizar un breve carraspeo para llamar la atención de los presentes sobre mi persona doy un paso adelante mi señor siendo esta como es una misión por el bien de nuestro querido Papa Luna y en pos de la iglesia permítame presentarme como voluntario. No es muy de mi agrado abandonar el castillo dejando la capilla sin custodia pero tratándose de una misión de tan suma importancia creo que puedo hacer una excepción.

Viajar hasta Barcelona no habría sido una experiencia a tener en cuenta en el pasado, pero las tediosas guardias en Amposta me hacían ver el viaje como una forma de romper la rutina y conocer tan magnífica ciudad.

-Mi espada está a vuestra disposición, señor, para lo que sea menester. -Digo metiendome de lleno en mi nuevo papel de soldado pero sin terminar de creermelo.

Hago una pequeña reverencia y miro de reojo a mis compañeros por si alguno se está burlando de mi actuación.

Gonzalo estuvo a un suspiro de adelantarse unos pasos y aceptar el encargo de su señor. La vida en el castillo era lo más cómodo que había conocido en muchos años y, tras las penurias que habia recibido, había creido que era una buena recompensa a su mala suerte. Pero sabía que era un hombre de cambios, de vivir al límite, de poner a prueba al destino... se revivió en su interior el instinto de aventuras y deseó apuntarse a la comitiva que se dirigía a Barcelona, ciudad que desconocía por completo. Pero... y Mara?

Su mirada se dirigió hacia la mujer que le provocaba temblores y sudores nerviosos, la mujer que deseaba... Hacía días que había decidido decirle lo que sentía a Mara, pero nunca había encontrado el momento adecuado. Y si el se marchaba con el grupo y no volvía a verla más?

No, Gonzalo decidió esperar la respuesta de su compañera para decidir qué hacer. Procuraría quedarse cerca de ella, tanto como fuera posible.