Partida Rol por web

10 de Abril de 1893. Waushara.

La explosión fue ensordecedora, la caja fuerte del banco pareció ponerse a bailar una extraña zapatera. Cuando quedó quieta, la puerta casi había saltado de sus goznes. Aprisa te acercas con unas bolsas, toda la población de Waushara se habría despertado al oír aquella explosión estremecedora, tenías poco tiempo.

Aún hubo que forcejear un poco para abrir aquella maldita caja, y encima no tenía todo lo que esperabas, tan solo unos fajos de billetes y nada de bolsas llenas de oro como habías oído. En cuestión de unos minutos tenías todos los billetes metidos en una sola bolsa, momento en el que decides salir de allí sin perder tiempo.

El guardián nocturno yacía cerca de la puerta con la cabeza descansando sobre un charco de sangre.

Templenton aguardaba con los caballos. El idiota había empalidecido ante la visión del guardia muerto. Hubiese dado el golpe solo, pero él había conseguido la dinamita para hacer volar la caja fuerte, así que… De todas formas, me había propuesto pegarle un balazo en cuanto nos encontrásemos en el lago de Castle Rock, a tres horas de distancia yendo a galope tendido. Desde allí, el plan era pasar a Juneau y luego a Jackson.

-Vamos, pasmarote –le espeto.

Deposito la bolsa con el dinero en mis alforjas y subo al caballo con parsimonia. Pico espuelas y salgo disparado de aquel pueblo de mala muerte amparado por la noche sin luna.

La posibilidad de aquel golpe sencillo en Waushara me había desviado de mi intención original de desplazarme hasta el condado de Eau Claire. Aquellos cartuchos de dinamita y la información de que pronto les llegaría la nómina para los trabajadores de la empresa maderera local habían hecho que me decidiera. Tengo vicios caros, qué le vamos a hacer.

Ben y Templenton montaron en los caballos y salieron de Waushara a toda velocidad. Ben suponía que esta vez tampoco les seguirían, había sido todo bastante rápido y fácil...

Los dos hombres cabalgaron hacia el oeste, atravesando la zona norte de Adams a través de una inmensa cantidad de árboles, que así les ocultaba de cualquier posible perseguidor. Estaban alcanzando Juneau cuando deciden hacer un alto en el camino para pasar allí la noche.

Tras echar un vistazo exhaustivo a los alrededores, desciendo del caballo para rebuscar en las alforjas.

-Eh, Templenton, ¿estás nervioso? Tengo aquí algo que nos calmará –comento al tiempo que extraigo una botella. La destapo y bebo directamente del gollete. –Aah, es un buen whisky. ¿Te apetece un trago?

Se la ofrezco y prosigo:

-Llego la hora de repartir el botín. Será tal como convinimos, mitad y mitad. Esa dinamita fue la que me decidió, no te voy a mentir.

Mientras tanto, mis manos andan manipulando las correas de las que pende el rifle. Estoy esperando el momento justo. En cuanto Templenton bajé la guardia, lo partiré en dos con el Remington. Benjamín Lewis Spearman no nació para repartir su dinero con un don nadie.

Templenton toma la botella de Ben, sin quitarle ojo al hombre, no parece fiarse demasiado de él. Templenton tiene cara de bonachón, es alto y corpulento. Su hablar es algo lento, en ocasiones parece, un poco retrasado.

Cierto, mitad y mitad. Cuánto tenemos?

O ese tipo con cara de besugo es más despabilado de lo que parecía o la codicia, como una virgen abre el balcón para su amante, se había asomado impúdica a mi rostro.

-Seiscientos para ti y seiscientos para mí –digo a regañadientes. –Trae acá el whisky, no te lo vayas a beber todo, es lo que me queda.

Me acerco para arrebatarle la botella y lanzarle su saca. A continuación, subo a mi caballo, vigilándolo por el rabillo del ojo y me dispongo a marchar, o a hacer el paripé al menos.

-Me largo de aquí. Te aconsejo que hagas lo mismo; después de lo que hicimos, saldrán a cazarnos como a coyotes.

Y pico espuelas. Por supuesto, en cuanto rodee aquel promontorio de más adelante, regresaré sobre mis pasos bajo el manto de la noche para respirarle en la nuca a Templenton. En cuanto esté desprevenido, le dispararé desde una distancia segura.

Ben sigue a Templenton a una distancia prudente. Aguarda a que caiga la noche y el hombre acampe cerca del camino para cuando duerma atacarle. Espera unas horas sentado no muy lejos del lugar, con su Colt en la mano acariciándolo con la otra, jugando con él... esperando...

Tras unas horas parece que Templenton está dormido. Ben se acerca sigilosamente a él, con la mala suerte de pisar una rama seca que despierta a Templenton sobresaltado. El cuál, cogió rápidamente su revólver apuntando a Ben.

“¡Maldita sea! No puedo creerlo, otra vez la he cagado. ¿Me habrá gafado este cretino?”, me da tiempo a pensar mientras me agacho para clavar mi rodilla izquierda en tierra y abro fuego contra Templenton, utilizando la mano izquierda para hacer rodar el tambor de mi Colt. Las balas surgen del cañón como los escupitajos de un áspid.

Ben dispara a Templenton, pero este a su vez se hace a un lado disparando a Ben. La poca visibilidad de la noche, sumado a los nervios del momento, hacen que su puntería les juegue una mala pasada fallando ambos. Sin embargo la cosa no acaba aquí... Templenton y Ben vuelven a dispararse ¿Tendrán más puntería esta vez?

El plomo borbotea a mi alrededor, salpica sobre los arbustos que me rodean, los disparos resuenan como cañonazos en la quietud de la noche y la pólvora comienza a quemarme las manos y la cara. “¿Cómo es posible que no pueda acertarle…? Dios, ésta última me ha ido por poco”, cosas así podría estar pensando si no fuera porque no estoy pensando en nada. Mi pellejo está en juego y cae él o cae yo, así de malas se pusieron las cosas. Sigo disparando, tratando de conservar la sangre fría.

Templenton dispara a Ben rozándole un hombro, pero Ben, esta vez con mejor puntería, dispara a la cabeza del pobre Templenton. La bala impacta en plena frente, haciendo caer hacia atrás al hombre por el impacto Ahora el cuerpo de Templenton reposa sobre un charco de sangre inmóvil... muerto.

En cuanto Templenton se desploma como una fuente de sesos, doy un par de saltos doliéndome de la quemadura en el hombro, que duele como mil demonios.

-Hijo de mala madre, me ha costado matarte –mascullo, y en un rapto me aproximo hacia el cuerpo y le vacío el cargador en la tripa. –Mira lo que me has hecho –le grito señalando con el cañón humeante la herida que me ha inflingido. –Perro, aquí te van a comer los… los… las alimañas que haya en esta asquerosa región. ¡Los buitres o los lobos!

Ya más calmado, recupero de las alforjas el dinero. Pienso por unos instantes en llevarme el caballo, pero es posible que el tiroteo haya puesto sobre aviso a nuestros perseguidores. Así que, sin perder ni un solo minuto más, vuelvo junto al mío, monto y salgo disparado hacia Juneau, siguiendo mi plan inicial.

Durante la noche cabalgas rumbo a Junea. Tras unas horas a caballo, decides buscar un lugar donde pasar la noche. El día ha sido largo, estás cansado y el hombro te molesta ligeramente. Te alejas del camino buscando algún lugar seguro para dormir. Encuentras una zona con varias rocas de entre 2 y 3 metros de altura situadas al lado de una colina. Bajas del caballo y continuas a pie entre ellas buscando algún recoveco. Esta vez la suerte está de tu lado, pues encuentras una especie de socavón bastante profundo en la parte baja de esa colina.

Es arriesgado detenerse aquí, pero el caballo necesita descansar y yo examinar esta maldita herida. “Me arriesgaré a hacer fuego, decido, Estoy seguro de que la bala sólo me ha rozado, pero vale más prevenir que curar.”

Dejo al caballo pacer entre los peñascos y me dispongo a hacer una pequeña fogata a la entrada de la providencial covacha. No me lleva demasiado tiempo, y pronto me encuentro descamisado y palpándome el hombro. Aún sigue sangrando la jodida. Tendré que cauterizarla. Dejo el puñal a la vera del fuego y mientras espero que la hoja se ponga al rojo, oculto las alforjas llenas de dólares por los alrededores, bajo un puñado de piedras. Mi sombra se agiganta sobre aquellos enormes colmillos, y es como si tuviese un séquito de demonios bailarines.

De vuelta a la lumbre, muerdo un trozo de soga y aplico el filo a la herida. El dolor subsiguiente es minuciosamente voraz. Al terminar, jadeo con la cabeza echada hacia atrás, observando el firmamento cuajado de estrellas y olisqueando el olor de mi carne quemada. Siento hambre y busco algo de cecina en las alforjas. Las mordisqueo, y mientras lo hago, las emociones del día se reavivan y me incitan a manosear mi sexo. No pegaré ojo hasta que me alivie. Me masturbo sobre las llamas y la simiente se derrama con un chisporroteo.

-Ya es hora de dar un cabezadita -me digo dando un suspiro, y me recuesto sobre la silla de montar, con la manta sobre el pecho.

Tras haberse masturbado Ben durmió como los angelitos diez minutos exactos. Porque en el minuto once, aquella cosa dura, aquel cañón del revolver, se apoyó en su cabeza.

Ben no abrió los ojos. Se dio cuenta de que estaba atrapado, pero intentó disimular hasta el fin. Quizá aún tendría una oportunidad... Fingiendo que estaba dormido, quizá el sheriff llegaría a distraerse... porque estaba seguro de que era el sheriff quien le amenazaba. Esperó unos segundos hasta que finalmente abrió los ojos y pegó un brinco cuando oyó aquella voz:

- ¿Creías que me habías engañado, muchacho?

A Ben los nervios se le convirtieron en cuerdas de guitarra. ¡Porque aquella voz no era la del sheriff! Sino la ed aquella chica con la que había estado antes de atracar el banco.

En efecto, se trataba de ella. Al abrir los ojos la distinguió muy bien, aquellos pechos y aquellos labios eran difíciles de olvidar. Y distinguió mejor aún el cañón del Colt 45 que estaba apoyado en su sien derecha.

Mi cabeza comienza a maquinar a toda velocidad en tanto mascullo algunas palabras que me permitan ganar algo de tiempo.

-Marie, qué casualidad, justo estaba soñando con tu coño. Me lo pasé muy bien contigo, lo tienes muy estrechito, ¿sabes? En la mayoría de las putas es como clavarla en mantequilla. Eh, qué bueno que estés aquí, así ya no tendré que ir a buscarte para pagarte lo que te debo.

Aguardo expectante e impotente. Estoy seguro de que esta perra me volará la cabeza sin titubear si hago el menor movimiento. Una mujer que es capaz de perseguir a un hombre por un miserable puñado de dólares tiene que tener la sangre más negra que Caín. ¿Y cuánto sabrá? Apostaría mi alma a que está al corriente de todo.