Partida Rol por web

Una extraña calma atraviesa a Hasegawa cada vez que asocia una imagen con uno de sus compañeros, como si una presión sobre su pecho se despejase y pudiera respirar más y más hondo. Es ciertamente agradable, liberador incluso. Hace que la chica, que flota en un espacio indefinido, se sienta mucho mejor.

Las conexiones hacen además brillar las nebulosas de estrellas interconexas que pueblan el lugar. Las dos primeras hacen brillar con calidez dos de los cúmulos estelares, pero la tercera, errada en su idea, causa que otro cúmulo se apague tenuemente.

Parece que la conexión entre la imagen del videojuego y Teo no era acertada... María siente que aún desconoce cosas de sus compañeros, pero su conexión con ellos no es mala...

El cosmos de luces brillantes parece expectante, deseando más información de la chica.

Tras las últimas imágenes una explosión de colores, rompiendo la escenografía que ante mí se mostraba para descomponerse en pequeñas virutas luminosas, libélulas que danzaban en el aire en un compás grupal hilarante. Verlo reconfortaba mi alma, haciendo que los problemas fueran insignificantes.

¿Odio paterno? ¿Rencor? ¿Huida? ¿Miedo? Todo eso eran bobadas en comparación con el baile hipnótico, la conexión entre uno y otro. Todos somos uno y, a la vez, somos todos.

Una conexión, un cordón umbilical invisible que nos unía a una misma madre, a un mismo punto y, ahora mismo, sentía que estaba dentro de las entrañas de esa madre, de ese universo inexplorable.

Cuando los puntos de luz dejaron de danzar y se alejaron, pude ver todo con más claridad. Era una ínfima parte de lo que creía y, ahora en su extensión, era más hermoso.

De nuevo las luces se aproximaban pero, esta vez, se movían de forma distinta. Movimientos más rápidos, inconexos que, a su paso, formaban más imágenes. Quería sentir miedo pero, de alguna forma que no llegaba a entender, no lo tenía. No iban a hacerme daño.

Querían mostrarme algo.

Al principio pensaba que eran imágenes sin sentido que debía interpretar, como si de una consulta se tratara, pero en mi mente se dibujaban las formas de animales. Podía ver con claridad las puntiagudas orejas del zorro, las alas del petirrojo, la imponente mirada del lobo, la esbelta figura del ciervo y, por último, uno que no lograba reconocer, una especie de dragón mitológico.

Ninguno se mueve pero sé que están esperando algo. Me esperan a mí, que decida entre todos, y tengo claro a dónde iré.

Al mover los pies era como si flotara sobre el suelo, por lo que sólo tardé unos segundos en llegar ante el lobezno.

De alguna forma siempre me había sentido identificada con la simbología de los lobos. Eran cazadores resistentes, con gran aguante físico, incomprendidos que se han ganado la reputación de sangre fría pero, en realidad, son criaturas sociales. Representan el espíritu de libertad, guía leal pero, a la vez, les gusta estar en manada.

Le miré a los ojos y me veía a mí a través de sus ojos.

Todo cobraba más sentido.

Aún permanezco en aquel limbo que extraordinario me resultaba ya al vivenciar estas sensaciones que inundaban mi ser, formando parte de un todo, donde cada pieza comenzaba a encajar con el resto. No obstante debía continuar con aquella asociación yendo más allá de lo evidente, aprendiendo a percibir lo que sentía sobre mis compañeros y las imágenes que se encontraban en mi mente. 

- Nada mal Hase... -  musito en silencio, mientras expando mis pensamientos para ir más allá buscando conectar a un nivel más profundo. Observando detenidamente cada detalle, detectando las sensaciones que emergían al asociar a los senses con aquello. 

Desconocía el motivo pero sentía que Mei debía tener relación con el accidente, quizás por esa razón no confiaba en nadie y estaba marcada por un intenso dolor siendo incapaz de lidiar con ello. Por otra parte, observo detenidamente el tablero de ajedrez mientras mi mente navega por aquel espacio infinito, permitiendo que Andrea surja en medio de ello asociado a la pizarra. Desconocía el motivo, pero sentía que así era, al igual que Teo y el Tablero de ajedrez. 

Las luces vuelven a tililar, a alborotarse, en respuesta a los pensamientos y sensaciones de María. Sin embargo esta vez parecen ir en unanimidad hacia una decadencia paulatina, haciéndose ténues, lo que deja un extraño sabor a decepción en la consciencia de la japonesa. Parece que no ha dado en el clavo...

La última escena cuya luz se mantiene a medias es una que evoca un recuerdo triste: una enfermedad.

La sensación de pesadez en el corazón es muy alta en esta memoria cuajada en luz, y Hasegawa se ve arrastrada al borde de un llanto abstracto, sin forma física dada su carencia de cuerpo, pero con un tremendo peso emocional que nunca antes había experimentado. El motivo probablemente es que ella comparte un dolor similar, no idéntico, pero con la misma raíz... una pérdida vital.

El sentimiento por más abstracto que fuese y superficial hacía mella en mi, cada error en la secuencia y todo lo que ello implicaba me desconcertaba un poco. No obstante la última imagen paralizó toda esta marea de sensaciones encontradas, cuando al fin encuentro un hilo conductor y una similitud con mi historia. 

Embriagada por todo lo que sucedía, decido avanzar y elegir, sin perderme en la inconstancia emocional que emerge de la nada. Por esa razón elijo a Teo y la pizarra, Andrea y la mujer enferma para después decidirme por Mei y el juego, tal vez buscando alguna relación o guía en esta dimensión de la cual encerrada estoy.