Partida Rol por web

Sherlock Holmes by Night.

London by Night - Toma de Contacto - Escena 1.

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19/09/2012, 01:56
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Matt había mandado colgar ese cuadro hoy. Cuando le preguntaron, su respuesta clara.

- ¿Por qué no? Ha sido el mejor detective del mundo, no se merece menos.

Y lo dijo así, sin más, aceptando el hecho de que su coeficiente intelectual estaba muerto y enterrado bajo tierra, pudriéndose en el interior de ataúd de madera. Matt no debía ser de los lunáticos que pensaba que ese hombre brillante pero antisocial seguía vivo. E hizo lo que muchos otros, pasar de criticarle a bendecirle. El camarero y dueño del local había dicho un sinfín de barbaridades contra Sherlock, acusándole de todo menos de poco agraciado físicamente.

Pero eso no era todo. El cuadro no era realmente importante. Matt llevaba todo el día decaído. No sonreía tanto como de costumbre, y al hacerlo se le notaba considerablemente forzado. Emma no pudo pasar algo así por alto, y lo pilló varias veces mintiendo. Mentiras piadosas, como se encontraba bien o que simplemente estaba ligeramente acatarrado y le rabiaba la cabeza. No colaba. Matt sabía mentir, pero no aquel día. Estaba en baja forma.

Afuera, hacía frío. Dieciseis grados, una cifra bastante habitual. Y llovía considerablemente, por los que los paraguas, lógicamente, se apretujaban en el paragüero de la puerta como si intentasen buscar oxígeno desesperadamente. Se podía escuchar el sonido de las gotas de agua golpeando incesantemente en el exterior, furiosas e inmortales. El cielo estaba encapotado por la capa de nubes, y a las once de la noche, medianoche en España, el sol estaba ya muy lejos de poder verse desde ningún rincón de Londres. Sólo en cuadros, y ni ahí. Para colmo, había viento, por lo que los pocos clientes que aún atravesaban el umbral de la puerta llegaban empapados. Era un problema del viento, que provocaba muchos problemas con los paraguas baratos comprados en cualquier tienducha de mala calidad.

En efecto, Emma estaba trabajando. En Clarence, obviamente, eso era algo elemental. No merecía ni aclararse.

No era un mal sitio donde trabajar. A pesar de la hora y las costumbres londinenses, su función de pub convertía al local en un avispero a aquellas horas de la noche. El local no estaba lleno, pero sí que había una cantidad de clientes respetable para la que estaba cayendo. No se trataba de macetas ni lluvia, sino delincuencia. Matt había apagado la televisión pues estaba dando la nueva y mala noticia de que un asesino no identificado había empezado a recrear los crímenes de Jack the Ripper, el destripador. Fantástica idea, como si la humanidad no estuviese bastante jodida de por si, y disculpen la expresión.

La jovencilla rubia, Claire, había estado trabajando tras la barra. No era una experta en trucos de manos, así que no se había puesto a hacer coreografías de fantasía a la hora de servir bebidas como si aquello fuese una película musical, pero su sonrisa deslumbraba en todo el local, contrastando con Matt, el cual, razón por la cual tuvo que relevarla. Era mejor que él se encargase de preparar y la chica de servir, por una cuestión de imagen de cara al cliente, claro.

Emma en cambio llevaba poniendo copas toda la tarde. Si no le habían salido rozaduras en los pies era porque la experiencia le había servido para ingeniárselas y solucionar esa clase de problemas, que si bien eran nimios, podían llegar a arruinarle el día a uno, o incluso la semana si la herida tardaba en curarse. Los camareros sabían por qué. Esas heridas podían llegar a ser verdaderamente problemáticas tras varias horas, varios días a la semana. Había que aprender a sobrevivirlas de alguna forma.

Y a Matt se le cayó una copa de cristal. No se supo muy bien como, pues la chica no estaba mirando directamente, pero así fue. Y el dueño no parecía muy contento. De hecho, pareció ser el cristal que rompió el vaso. El hombre, sin mediar palabra, miró al público, el cual lo vio como algo completamente normal. ¿A quién no podía caérsele una copa de vez en cuando? No era tan grave. Pero Matt llevaba todo el día disimulando.

- Voy a por la escoba y el recogedor- dijo en voz baja con un tono cual perro pulgoso y herido.

E hizo mutis por el fondo, metiéndose en la cocina.

Claire agarró a su compañera por el hombro y le susurró con la suavidad propia de una sílfide.

- Échale un cable, yo me encargo, no sea que aproveche ahí dentro y discuta por Trevor. Tal y como lleva el día, no me extrañaría.

Su voz, además de suave, era dulce. Claire podía no resaltar en la mayoría de las cosas, pero a nivel social era excepcional. Su voz levantaba no sólo sonrisas y su rostro tenía la misma facultad. Era algo innato, que unas mujeres tenían y otras no. Suerte que Emma no fuese una oveja más del rebaño en ese aspecto.

Un cliente levantó ligeramente la mano con los dedos índice y corazón juntos, con los demás dedos recogidos hacia el exterior. Dos copas más, pedía. Era importante el gesto, pues si los demás dedos hubiesen estado en dirección contraria, según las costumbres de Londres, estaría insultando a Claire. Hacía años, allí, a los arqueros, para que no pudiesen ejercer lo que mejor sabían hacer les cortaban esos dos dedos. Era un insulto típico londinense.

Se escuchó el sonido tenue de una cacerola en la cocina.

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19/09/2012, 02:41
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Debo decírselo a alguien, Alma Cándida.

Hace tiempo decidí ponerle fin a mi triste vida, por varios motivos pero ninguno concreto.
Me despedí con una carta de los que alguna vez dijeron “Amarme”.
Y no guardaba rencor a aquellos que me despreciaron.

No tuve valor para hacerlo, aunque valor no es una palabra apropiada para ser incapaz de poder ponerle fin a la realidad.
Sé que me escuchas, así que lo diré. Y no tengo prisa, lo diré lentamente en cada pesadilla que te obligue a sufrir.

Finalmente, tras varios intentos, lo conseguí. Hablé con los espíritus, no preguntes cómo, y les pedí valor o una mano.
Me dieron lo segundo.

Me metí en las alcantarillas y sentí la sensación de estar siendo constantemente observado, pero ya no quería suicidarme.

Intenté salir, pero no pude. Las salidas estaban conveniente cerradas, y no por obra del hombre.

Llevaba una pistola con una sola bala que no fui capaz de usar contra mi cuerpo.

Me metí en un agujero oscuro y esperé a que apareciese. Lo hizo.

Allí estaba, alto y delgaducho como un muerto en vida, sin rostro.

Aún así, notaba como me miraba. No podía moverme.

Ahora soy él. El Espantapájaros.


Y Candice, empapada en sudor y lágrimas, se despertó. Estaba en su cuarto, sola y a salvo, como las dos noches anteriores. Era la tercera vez que soñaba que ese monstruo sin alma ni corazón, y no sabía por qué. Ella sólo quería borrarlo de la memoria. Ni siquiera era real, pero le temía. Su armario estaba cerrado, como su puerta y su ventana, la cual tenía la persiana bajada hasta el final. La habitación estaba sellada, y la joven escondida bajo las sábanas de cuello para abajo. Sábanas muy usadas, de Disney. Las tenía desde que era pequeña, y quisiera o no cambiarlas su padre siempre acababa poniéndoselas otra vez. No le gustaba aceptar que su hijita se hacía mayor.

Su lámpara relucía, brillante, a su izquierda.

Esa lámpara llevaba un día dando problemas. La encendió anoche, por pánico a ese monstruo. La luz la protegería, como a una niña pequeña. Cuando se despertó, brillaba más, con un tono anaranjado, pero en seguida descendía al amarillo natural. El proceso se repitió aquella noche. Hacía mucho que no encendía esa lámpara auxiliar, y sólo la había encendido esas dos noches, por lo que probablemente fuese un simple fallo de voltaje o de la bombilla. Quizá de las dos cosas. Pero no por ello era más alentador.

Fuera se escuchaba el sonido de la lluvia contra el suelo. Eran las once de la noche, doce en España, y hacía frío en las calles de Londres, dieciséis grados, una temperatura muy normal, aunque Candice estaba a salvo bajo el amparo de su estufa. Su padre se la había puesto en persona antes de irse a tocar a un pub de la zona centro. Dijo que volvería pronto. ¿Había llegado ya? A Candice seguramente le vendría bien un abrazo paterno en aquel momento.

La lámpara se apagó de pronto, sumiendo la estancia en la más absoluta oscuridad. Una lágrima resbaló por la mejilla de la joven. Se escuchó la puerta de casa cerrarse con un ruido seco. Pom.

Algo golpeó el paragüero que había en la entrada. Fue un ruido hueco. Pom.

Y el sonido repetitivo de pasos vacíos. Eran pisadas cortas, como si abarcasen poco espacio. Por suerte o por desgracia, aquellos zapatos resonaban con un chirrido contra el suelo de madera.

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19/09/2012, 13:16
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Afuera, hacía frío. Dieciseis grados, una cifra bastante habitual. Y llovía considerablemente, por los que los paraguas, lógicamente, se apretujaban en los paragüeros de las puertas como si intentasen buscar oxígeno desesperadamente. Se podía escuchar el sonido de las gotas de agua golpeando incesantemente en el exterior, furiosas e inmortales. Rompían contra el techo y los laterales del camión, contra los cristales. El cielo estaba encapotado por la capa de nubes, y a las once de la noche, medianoche en España, el sol estaba ya muy lejos de poder verse desde ningún rincón de Londres. Sólo en cuadros, y ni ahí. Para colmo, había viento, por lo que cuando saliese del vehículo no acabar empapado sería toda una odisea. Era un problema del viento, que provocaba muchos problemas con los paraguas baratos comprados en cualquier tienducha de mala calidad. Su paraguas estaba dentro de esa categoría, pues estaba, de una forma muy inconveniente, roto. Una ola de viento lo había convertido en una obra de arte abstracto.

En efecto, Iain estaba trabajando en plena noche, por desgracia. Tener pocos recursos económicos podía obligar a hacer horas extras, y más cuando el mundo se encontraba en una crisis económica globalizada en mayor o menor medida.

Aún así no era un mal trabajo. Por la noche había poco tráfico y era fácil circular con aquella mole llena de carne. El problema, lógicamente, era la lluvia, pues reducía la visión y podía llegar a incordiar si hacía patinar las ruedas. Aquaplaning.

Iain no llevaba la radio encendida, pues en ella varias emisoras parecían deducidas a emitir la mala noticia de que un asesino no identificado había empezado a recrear los crímenes de Jack the Ripper, el destripador. Fantástica idea, como si la humanidad no estuviese bastante jodida de por si, y disculpen la expresión.

Finalmente, las llaves del contacto giraron y la camioneta paró. Estaba en la entrada trasera del pub-restaurante Clarence. Sí, el hombretón había estado ahí varias veces como cliente, pero hoy le tocaba visitarlo como repartidor. Bajó del camión, sin paraguas, y se caló al instante. Lluvia como si Dios estuviese muy pero que muy enfadado. Las botas del hombre aplastaron el encharcado suelo gris que reflejaba su silueta.

Abrió la parte trasera del camión y sacó la primera caja sin ningún esfuerzo. Iain era fuerte, muy fuerte. En parte por genética y en parte por el cultivo de los años. Sus manos se movieron hasta la puerta trasera del local, y llamó a la misma con la punta de la bota. Una y dos veces, para que supiesen que no había sido algo accidental.

El cocinero se encargó de abrir la puerta. Era de color, y mucho. También saltaba a la vista que era homosexual, y mucho. No había dicho ni una palabra, pero su expresión corporal era digna de que ese hombre tuviese plumas en lugar de sangre.

- Pasa, fortachón- dijo con un conjunto de movimientos que no hacían más que resaltar su opción sexual. Su voz pretendía estar a medio camino entre la seducción y la irreverencia-. Puedes ir dejando la carne en el congelador, si quieres.

Iain, lógicamente, entró en la cocina. Era pequeña, pero muy bien aprovechada, y parecía limpia, blanca e impoluta. Había un congelador gigante que le alcanzaba hasta la cintura. A la gente normal, hasta el estómago. Es que Iain era grande además de fuerte.

Dejó la caja en el suelo y abrió el congelador.

Justo entonces, Matt, el dueño del local, al que sí conocía, entró en la cocina con cara de malas pulgas. Raro en él, pues solía ser bastante más agradable con la gente. ¿Sería ese su lado oculto? Ni siquiera reparó en el repartidor. Se acercó al cocinero y comenzó a hablarle en voz baja, parecía molesto. ¿Habría hecho algo mal? Si había algún problema, sería la primera vez. Ese lugar no solía tener quejas, y menos relacionadas con el servicio de cocina.

Matt no era ni de lejos tan alto o fuerte como Iain, pero tampoco era bajo o enclenque. Era ligeramente musculoso, aunque lo justo y suficiente. Era alto, aunque no en exceso. Y solía trabajar de camarero aunque el lugar fuese suyo. No era un mal tipo. Pero aquella noche parecía diferente.

Iain dejó esos pensamientos aparte y cogió el primer... un momento. Miró dentro del congelador para cerciorarse. Sí, no cabía duda. Hay dentro había dos bolsas de sangre de medio litro. Era roja, lógicamente, y parecía sellada al vacío de forma aséptica. ¿Qué demonios hacían ahí dentro? Eso debería estar en un hospital o en un depósito, no en un restaurante. Ahí dentro no pintaba absolutamente nada. Es más, probablemente fuese denunciable.

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19/09/2012, 13:40
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Hacía frío. Dieciseis grados, una cifra bastante habitual. Y llovía considerablemente, por los que los paraguas, lógicamente, se apretujaban en los paragüeros de las puertas como si intentasen buscar oxígeno desesperadamente. Las gentes que quedaban en las calles caminaban a paso ligero y constante. Se podía escuchar el sonido de las gotas de agua golpeando incesantemente el suelo, furiosas e inmortales. El cielo estaba encapotado por la capa de nubes, y a las once de la noche, medianoche en España, el sol estaba ya muy lejos de poder verse desde ningún rincón de Londres. Sólo en las obras de arte de Tona. Para colmo, había viento, por lo que los paraguas de los transeúntes bailaban a su propio ritmo sin tener en cuenta los deseos y necesidades de sus dueños. Era un problema del viento, que provocaba muchos estropicios a los paraguas baratos comprados en cualquier tienducha de mala calidad. Tona ni siquiera tenía paraguas.

La mujer había estado trabajando hasta tarde, pues esa obra de arte le había costado más tiempo del esperado. Pero había salido perfecta, y para muestra eran las monedas que tenía en su cepillo. Había billetes, incluso. Aún quedaban unos pocos espectadores que se habían quedado rezagados sacando fotos y echando unas últimas monedillas.

Por suerte, la lluvia no era un problema insalvable. Aunque la gente no quería salir tanto a la calle por la desaparición de SHerlock y el aumento de la delincuencia, ningún criminal podía detener a toda la ciudad. Los había que se pasarían la noche disfrutando hasta que las discotecas, dos horas después, cerrasen a cal y canto.

Tona estaba bajo un pequeño edificio cuyo techado era lo suficientemente grande como para cubrirla a ella, la pared, y sus espectadores, aunque algunos de estos últimos, que ya se habían ido, disponían de paraguas en su mayoría.

La joven, satisfecha, se arrodilló sobre el cepillo y comenzó a contar. No fue muy buena idea. Había tantas libras que era imposible contarlas con exactitud. Pero no solamente por la cantidad, sino porque el cepillo ya no estaba en su mano.

Unas zapatillas deportivas, rojas, pasaron ante los ojos de la vagabunda. Sus manos pegaron un tirón y el cepillo salió disparado a su nuevo propietario.

Cazadora negra, vaqueros azules, pelo negro y encrespado, bajito y de hombros anchos, ya fuese por la ropa o por su constitución. Llevaba calcetines blancos. Vaya combinación de ropa.

Había salido corriendo como alma que lleva al diablo, con el botín y las manos y la vergüenza abandonada en algún sitio. ¿Robarle a una vagabunda, en serio? ¿Qué clase de desgraciado haría algo así?

Por suerte, la lluvia hacia que sus pasos resonasen como un eco maravilloso que hacía perfectamente de radar. Y todavía estaba a la vista. Corría, pero no era un objetivo inalcanzable.

Tona agarró su mochilla, llena de botes de pintura en aerosol.

Grr.

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19/09/2012, 23:15
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Hacía frío. Dieciseis grados, una cifra bastante habitual. Y llovía considerablemente, por los que los paraguas, lógicamente, se apretujaban en los paragüeros de las puertas como si intentasen buscar oxígeno desesperadamente. Las gentes que quedaban en las calles caminaban a paso ligero y constante. Se podía escuchar el sonido de las gotas de agua golpeando incesantemente el suelo, furiosas e inmortales. El cielo estaba encapotado por la capa de nubes, y a las once de la noche, medianoche en España, el sol estaba ya muy lejos de poder verse desde ningún rincón de Londres. Sólo en las fotografías, y ni ahí. Para colmo, había viento, por lo que los paraguas de los transeúntes bailaban a su propio ritmo sin tener en cuenta los deseos y necesidades de sus dueños. Era un problema del viento, que provocaba muchos estropicios a los paraguas baratos comprados en cualquier tienducha de mala calidad.

Sophie, por suerte, llevaba un buen paraguas, capaz de resistir el vientecillo que bailaba por la calle a esas horas. Había salido de la biblioteca hacía tres horas, cuando la cerraron, pero no quiso ir a casa todavía, así que fue revoloteando por toda la ciudad obedeciendo a sus obligaciones personales. Se le acumulaba el trabajo pendiente y era mejor quitárselo cuanto antes aunque no fuese una hora prudente.

La delincuencia había subido, pero seguía siendo una hora relativamente segura, y más si no se metía en sitios oscuros. Por las calles principales, a pesar de la lluvia, seguía habiendo gente. No en vano, ella se movía por zonas de mucho tráfico.

Estaba caminando, sin más, cuando les vio. Oh, no, ellos no. Otra vez ellos, no. Eran los matones que se la tenían jurada. Pero, ¿qué hacían? Oh, por Dios, ¿eso del suelo era un indigente? ¡Bastardos!

Aquel grupo de chiquillos, como si Londres fuese América, se divertían a costa del sufrimiento de otra persona. ¿Hasta eso habían llegado? ¡Nunca antes habían hecho algo así!

No, no, espera. No era un indigente. Era un compañero. Le dieron la mano y le ayudaron a levantare. ¡Menos mal! Aunque, bueno, bien mirado, uno acababa de arrearle otro puñetazo. Al menos no parecía que sangrase, sólo habría recibido un par de golpes, y no parecían encarnizarse todos con él. Debía ser una disputa menor de uno contra uno, de esas que los chicos sin cerebro resolvían con un pequeño intercambio de golpes.

Bueno, al menos sólo eran bárbaros en miniatura, podía haber sido peor. Eso era bueno, aunque seguía sin ser una buena noticia para Sophie. Estaban en medio de la calle principal. Podía intentar pasar sin que la reconocieran, pero quizás no fuese buena idea. ¿Y si la reconocían? Estaba sola, y era de noche. Bueno, había una calle secundaria, pero no estaba tan iluminada. Por ella sólo avanzaba un hombre encorvado, cubierto hasta los topes de ropa, bufanda, sombrero, gabardina y botas. Llevaba un maletín en la mano izquierda, bajo un guante, y no parecía llevar paraguas, así que se estaba calando. Iba a su aire, y probablemente siguiese su camino. ¿Por qué iba a molestar a la chica?

Aunque bueno, bien mirado, también podía dar un rodeo, aunque perdería tiempo, y si los chicos se movían de sitio...

Oh, Dios, ¡no podía ser tan complicado! Era sólo volver a casa de noche, y ya era mayorcita, ¿no?

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20/09/2012, 02:17
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Afuera, hacía frío. Dieciseis grados, una cifra bastante habitual. Y llovía considerablemente, por los que los paraguas, lógicamente, se apretujaban en los paragüeros de la puerta como si intentasen buscar oxígeno desesperadamente. No se podía escuchar el sonido de las gotas de agua golpeando incesantemente en el exterior, pero estaban ahí, furiosas e inmortales. El cielo estaba encapotado por la capa de nubes, y a las once de la noche, medianoche en España, el sol estaba ya muy lejos de poder verse desde ningún rincón de Londres. Sólo en cuadros, y ni ahí. Para colmo, había viento, por lo que los pocos chavales que aún atravesaban el umbral de la puerta llegaban empapados. Era un problema del viento, que provocaba muchos problemas con los paraguas baratos comprados en cualquier tienducha de mala calidad.

Las cifras en Londres eran un tema que cada vez preocupaba más a los ciudadanos. La delincuencia subía y los crímenes resueltos bajaban. La sospecha se había convertido en realidad. Sin Sherlock Holmes la ciudad, reprimida, se había desatado de sus cadenas. Sin el mejor detective del mundos, los criminales de Londres campaban nuevamente a sus anchas.

Aquella noche, Dawn, Greg y Edmund estaban cenando Pizza tranquilamente en su casa, pero en la televisión retransmitieron una noticia que les puso a todos los pelos de punta. La apagaron en seguida, lógicamente. En el telediario habían dado la noticia de que un asesino no identificado había empezado a recrear los crímenes de Jack the Ripper, el destripador. Fantástica idea, como si la humanidad no estuviese bastante jodida de por si, y disculpen la expresión.

La respuesta de Dawn ante aquella nueva situación fue clara.

En efecto. Fiesta. Dawn estaba harta de ver como todo eran malas noticias. Edmund casi es asesinado por culpa de los crímenes de otros, y eso no era algo tolerable. Debían animarse, que eran jóvenes. Se suponía que los jóvenes debían vivir los años que nunca volverían, así que Dawn arrastró a Greg y Edmund a aquella discoteca. Edmund nunca había estado allí, pero había que reconocer que estaba muy bien montada.

Greg aceptó rápido. No era un fanático de aquellos locales, pero hacía el tiempo suficiente que no pasaba por la farmacia a comprar látex. Era hora de sacar las pistolas y ponerse la máscara de ligar.

La música era buena, casi todo revueltos de canciones conocidas, encajadas para tener un efecto cardiovascular la mar de excitante. Todos saltaban al ritmo de la música, jaleando como animales tuviesen o no alcohol en la mano. Algunos, en las esquinas, disfrutaban de sus acompañantes, fuesen habituales o conocidos esa noche. Otros, ingerían de tapadillo sustancias de dudosa ilegalidad. Y unos terceros hacían ambas cosas a la vez.

En el centro de la pista de baile, Edmund estaba relativamente solo. Estaba bailando con un par de desconocidas que acababa de desconocer, pero Dawn, diez cabezas más allá, estaba rodeada por un sinfín de hombres que la rondaban como un enjambre de insectos, una manada de hienas o un aquelarre de buitres. O las tres cosas a la vez. La chica parecía disfrutar la situación aunque luego se fuese a su casa sola.

El problema no era sólo Dawn, sino Greg. Hacía tiempo que decía haber ido a la barra a por otra copa, y eso que las copas eran muy caras, pero no había vuelto aún. Y habían pasado varios refritos de canciones ya por los discos del DJ.

Y entonces, con un salto al ritmo de la música, su cabeza dejó que sus ojos viesen fugazmente el piso superior. Se accedía por una escalera de metal, y daba a una especie de suelo de rejilla metálica desde el cual se podía ver el piso inferior. Desde ahí se accedía a la despensa, los despachos y los reservados. La zona privada y/o VIP, vamos.

El problema no era ese, sino que atinó a ver una gabardina beige caminando por allí. ¿Y quién la coronaba? Lestrade, el Inspector. No pudo asegurarse, pero ya le había visto un par de veces, así que le sonó a él. Era canoso, se movía como él y tenía su constitución. Podía ser él.

Bien. Tenía a Dawn acosada por un avispero de hombres, a Greg en paradero desconocido, a unas chiquillas pululando a su lado intentando ligar con el aspirante a bombero, y al posible Inspector Lestrade accediendo a los reservados. Claro, que bien podía seguir bailando y esperar a que la noche acabase. En dos horas aquella discoteca cerraría, pues en Londres la fiesta tenía un horario que otros países no asumían. Quizá, con suerte, la fiesta seguiría en otro sitio, aunque que continuase en su casa podía llegar a ser un problema si se desparramaba mucho.

La canción paró, y el DJ puso una nueva. Esa vez no era un remix, y no se bailaba de la misma forma, pero seguía siendo suficiente para que la fiesta no parase.

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20/09/2012, 02:31
Emma Swan

Emma no dudó y agradeciéndole a su amiga el detalle, entró corriendo en la cocina. No sabía qué panorama se esperaba, pero poco le importaba. No sabía que podía ocurrirle a Matt para estar así, pero tenía que averiguarlo o la situación empeoraría y lo acabaría pagando el negocio y por consiguiente, todos los que trabajaban ahí. Y Emma no se imaginaba trabajando en otro lado, y en otra compañía.

Entró decidida a parar lo que sea que estuviese pasando y a llevarse a Matt a algun lado para hablar a solas, a ver si le podía contar lo que le ocurría y en dicho caso, ayudarle todo lo que estuviese en su mano.

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20/09/2012, 02:32
Tona

La gente solía odiar la lluvia, pero a Tona le resultaba agradable (quitando los más que habituales resfriados posteriores). Y solía ser un buen negocio. La gente se arrimaba a los soportales y se concentraba, por lo que era más que probable que, si sabías donde pintar, te juntases con un buen grupillo de curiosos variopintos.

Y así había sido. Un buen día, con una buena pintura y un buen cepillo. Al menos hasta que a un hortera le dio por salir corriendo con SU dinero. Joder, si había caido hasta alguna moneda extranjera para Bob.

Echó mano corriendo a la mochila y salió escopetada, dejando allí a los curiosos con un veloz pero educado "buenas noches". La lluvia caía con fuerza y arrastrada rebelde por el viento, pero eso a Tona le daba igual. No llevaba paraguas, asi que se iba a mojar lo mismo.

- ¡Ey!- gritó con fuerza mientras esquivaba a los traseuntes y sus bastantes más peligrosos y caóticos paraguas-. ¡Ese dinero lo gane con el sudor de mi frente!- señaló al hombre, que parecía alejarse aún más por las calles de Londres-. ¡Me ha robado el cepillo!

Sabía que valdría de más bien poco, asi que siguió corriendo. ¿Quién se va a tomar en serio a una vagabunda diciendo que la han robado? Pero bueno, siempre había algún buen samaritano perdido en Londres. Otra cosa es que hubiese salido de casa con la que estaba cayendo...

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20/09/2012, 04:06
Edmund Young

Edmund se preguntó por enésima vez dónde había ido a parar Greg. No era la primera vez que desaparecía en busca de algún ligue, pero acostumbraba a avisar.

De todas formas no estaba tan preocupado como para dejar de observar a Dawn bailar, rodeada de otros hombres y seguramente burlándose de él, sabiendo que le reconcomían los celos. Edmund no se menospreciaba, pero siempre que veía a su novia se preguntaba si realmente la merecía, o peor aún, si algún día ella se daría cuenta de que en realidad no lo hacía. Así que se ponía celoso fácilmente. Ella se reía de él, decía que le miraba con ojos de corderito al que llevan al matadero cuando sentía celos, pero no podía evitarlo.

Sabiendo que hacía aquello - atraer a hordas de hombres a su alrededor con sus insinuantes movimientos - tanto para divertirse como para torturarle a él, quizá más lo segundo que lo primero, se había propuesto hacer lo mismo. Cabe decir que atrajo a un par de chicas, pero dudó de estar dándole siquiera un poco de celos a Dawn.

Generalmente iba a las discotecas con y para sus amigos, si es que iba. No le encontraba la gracia a eso de bailar con desconocidos. Había días que se le daba bien y días que se le daba mal, pero jamás conseguía ponerse "en serio" hasta después de unas cuantas copas, porque le daba vergüenza. Así que generalmente aceptaba ir a las discotecas si era en grupo, con sus amigos, y todos bebían y hacían el ridículo juntos. Estar allí en medio intentando ganar la atención de un par de chicas se le hacía complicado y tenía la sensación de que, a pesar de haber logrado algo, estaba haciendo el payaso.

Claramente el sentir vergüenza y estar reprimido era resultado de la falta de una cantidad suficiente de alcohol en su sangre. Y la culpa de eso la tenía el desaparecido Greg, que debería haber vuelto hacía un buen rato.

Fue entonces cuando, intentando olvidarse de sus temores y vergüenzas y dejándose llevar por la música, vio al que parecía ser Lestrade entrando en la zona de los reservados. Inmediatamente se le pasaron las ganas de fiesta. Los recuerdos de las "entrevistas" que tuvo con aquel hombre, ambas obligándole a rememorar y relatar detalles macabros sobre cosas que preferiría no haber presenciado, afloraron al instante.

- ¿Que hace ese tipo aquí? - pensó - ¿Se ha degradado de detective frustrado a caza-yonkis?

Con pocas ganas de seguir, aprovechó el cambio de música para disculparse con las dos chicas que pululaban a su alrededor y intentó llamar la atención de Dawn levantando un brazo.

Cuando creyó que esta miraba, hizo señales hacia la barra. Solo pudo suponer que se había dado cuenta. Entonces empezó a sortear y empujar a la gente, a estrujarse entre ellos incluso a apartar de un manotazo el brazo de alguien que le pellizcó el culo solo para notar con cierta alarma que era un brazo bastante... musculado y velludo. Olvidando el evento por su propio bien, continuó su periplo hasta que alcanzó la barra, y dada que la zona cercana estaba menos abarrotada, le extrañó no oír un "plop" detrás suyo, como si él fuera el tapón de una botella recien descorchada. Respirando un poco de aire no fresco y para nada natural, pero que al menos no olía a abarrotado, alcohol y sudor, se dirigió a la barra a pedir algo, mientras buscaba a Greg y confiaba en que Dawn se portase bien.

Greg era un tipo alto, casi dos metros de músculo y con el pelo naranja, no debería ser difícil de encontrar. Aunque de vez en cuando dejaba que la mirada se le escapase hacia la zona V.I.P.. Había pocas razones para que un hombre como Lestrade entrara en una discoteca y la mayoría que se le ocurrían tenían que ver con algún u otro delito.

- O eso o ha entrado con alguna amiga que le afile el sable. - pensó, esbozando una sonrisa, aún sabiendo que no era para nada probable.

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20/09/2012, 17:26
Sophie Campbell
Sólo para el director

La joven miró angustiada la escena que continuaba ante sus ojos. Es posible que su madre le hubiese recordado que hay que ayudar a los demás, pero ella era realista y sabía que no conseguiría nada metiéndose en medio En el mejor de los casos me volverán a quitar los apuntes No sabía si había sido por copiarlos o simplemente para molestarla, pero la primera vez ya le había supuesto un arduo trabajo el rehacerlos. Aunque desde entonces siempre hacía una copia de lo visto en clase al llegar a casa, así que quizás podría...

No seas ingenua se dijo con dureza. Aquellos chicos estaban demasiado exaltados como para limitarse a mirar su mochila un momento y dejar que los dos se fueran Lo mejor es alejarse y llamar a la policía Dudaba que llegasen a tiempo, pero era todo cuanto estaba en su mano.

Si es que conseguía alejarse, claro. No podía pasar a su lado, y si se daba de repente la vuelta quizás llamase la atención de alguno de ellos: por propia experiencia, sabía que los peatones a los que no mirabas directamente solían pasar desapercibidos mientras siguiesen el fluir normal por la calzada. Un parón brusco o mediavuelta inesperada en aquel momento podía resultar un gran error, así que siguió andando a paso medio hasta estar cerca de aquel hombre del maletín, momento en el que se detuvo sosegadamente.

¿Quiere que le cubra? -su voz -calculadamente tenue- fue acompañada por una sonrisa insegura, un intento por parecer una amable ciudadana- Voy en la misma dirección que usted -Sea cual sea- y no me importa compartir paraguas.

Aquel tipo no inspiraba precisamente mucha confianza, pero la verdad es que prefería sospechar de alguien a estar seguro de su malicia, y sus compañeros allí presentes caían en la segunda opción. Aunque la viesen, quizás la dejasen en paz al ver que iba acompañada.

- Tiradas (1)
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20/09/2012, 21:34
Candice Bradley

Candice permaneció unos segundos callada, sentada sobre la cama. Su respiración era muy sonora debido a las lágrimas que corrían por su nariz. Se sequó un poco la cara con la manga del pijama y respiró hondo. Inspirar, expirar... Y pensó. Pensó en ella misma y en el fantasma que la había atormentado. No entendía nada, ¿sus fantasías se estaban volviendo contra ella? Se abrazó a sí misma, como si un frío repentino hubiera penetrado en su habitación, en su protegido castillo. Y entonces la luz se apagó. El faro de esperanza se extinguió cuando ella más lo necesitaba. Tuvo que volver a enjuagarse las lágrimas.

El sonido que venía de abajo la sacó de su ensueño. Dejó de reflexionar y alzó la cabeza. Aquello significaba que papá había llegado a casa, o eso suponía. Le habría gustado enfrentarse a sus miedos ella sola, sentir que por sí misma podía hacer frente a cualquier situación que se le presentase. Pero no. Le costaba admitirlo pero necesitaba a su padre. Aún era una niña de papá. 

Se levantó de la cama y caminó hacia la puerta. Sus pasos eran cortos pero rápidos, quería llegar en cuanto antes a él. Abrió la puerta de su habitación, lentamente, mientras contenía sus ganas de salir corriendo. Y bajó por las escaleras lentamente, esperando encontrarse con un rostro conocido.

- ¿Papá? - murmuró primero, demasiado bajo como para ser escuchada - ¿Papá? ¿Eres tú?

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21/09/2012, 08:56
Iain McGrogan
Sólo para el director

Dejó la caja dentro del congelador y bajo la tapa. Después de un segundo volvió a abrirla. La sangre seguía allí.

¿Pero que coño?

No sabía si aquello era cosa de Matt o de alguno de los empleados, pero desde luego no iba a dejar que aquello lo metiera en líos. Decidió que lo mejor sería decírselo al dueño, y que el decidiera que hacer.

Se acerco con paso tranquilo hasta los dos hombres quedándose muy cerca, de manera que su presencia interrumpiera la conversación.

Cuando finalmente los hombres miraron hacia él, simplemente dijo.

-Esto... Matt... ¿Podemos hablar un momento?

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22/09/2012, 00:37
Administrador

Durante unos segundos, Tona y la escurridiza sabandija parecieron correr a la par. Esquivaron un par de paraguas con sus respectivos transeúntes y pisaron más charcos de agua de los debidos. De pantorrillas para abajo ambos acabaron empapados de agua turbia, una perspectiva muy poco agradable.

Por suerte, la vagabunda poco a poco parecía poder dar alcance a su perseguidor. Cada vez estaba más cerca, y más cerca, hasta tenerlo prácticamente al alcance de la mano. Aquella capucha bajada sobre la cual se alzaba un corto y encrespado cabello marrón, sucio por la falta de higiene, cada vez estaba más cerca de poder ser retenida entre los dedos de la pintora.

Pero no fue así. Tras un charco que le salpicó hasta la ingle, cruzaron la calzada a través sin mirar siquiera a los lados, cegados en aquella persecución desenfrenada por el pan de mañana y el hambre del día siguiente.

Se escuchó el frenazo de unas ruedas quemándose mientras patinaban por la lluvia, desbocadas, y la luz de unas luces largas cegando a los aspirante a atleta.

Pum.

Algo golpeó la cadera derecha de Tona y provocó que esta, como un pajarito indefenso, diese dos vueltas de campana en el aire antes de caer el suelo con el muslo izquierdo. Acto seguido, el brazo del mismo lado golpeaba el asfalto, y finalmente, el cráneo.

Las luces blancas del coche, deslumbrantes, eran lo único que se veía más allá del suelo, la noche negra y la lluvia.

Ante ella, un pequeño cartón verde, mojado por el agua. Parecía la entrada a un club, pero llevaba pegada una nota amarilla con un clip. El papel no era de Tona, o al menos no lo recordaba, por lo tanto...

Se escucharon los pasos de aquel desgraciado huyendo en la noche, perdiéndose en la distancia mientras la ficha evaluaba su estado.

No se había hecho daño. Al menos, nada grave. Sólo le molestaban algunas partes del cuerpo, aunque dolía menos que cuando te golpeabas un dedo contra un mueble, eso seguro. Estaba perfecta, salvo por el shock.

La puerta del vehículo se abrió, y unos zapatos negros comenzaron a acercarse a través de la lluvia.

- Oh, Dios, ¿está usted bien?- dijo la voz de un hombre, aparentemente anciano- ¿se ha hecho daño? Oh, Dios, lo siento, ¡ni la había visto! Discúlpeme, por favor.

El hombre parecía realmente preocupado por el estado de salud de Tona. Su voz destilaba nerviosismo, y al parecer no había cogido paraguas al salir del coche, pues de cintura para abajo, que era lo que en esa inerte posición podía ver la joven, estaba empapándose rápidamente. Los bajos del pantalón ya estaban mojados por las salpicaduras.

Ahora Tona sólo tenía dos problemas. Había perdido a su dinero y a su perseguidor. Ese era el primero. Estaba calada de agua hasta los huesos y el alma. Ese era el segundo. Físicamente estaba bien. Podía moverse, y si no lo había hecho ya era porque su cerebro aún estaba asimilando el haber bailado con el aire y besado el suelo sin hacerse nada. Incluso había tenido un encuentro de una noche con un parachoques, pero su cadera parecía preparada para eso y más.

- ¡Pero si eres una niña!- exclamó el hombre, sorprendido. Claramente era un anciano, aunque parecía bastante enérgico y vivo. Probablemente sabría conducir bien y todo hubiese sido culpa del maldito agua. Era difícil detener en seco un coche en esas condiciones, y nunca mejor dicho.

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22/09/2012, 02:10
Administrador

¿Quiere que le cubra? -la voz de Sophie, caculadamente tenue, fue acompañada por una sonrisa insegura, un intento por parecer una amable ciudadana- Voy en la misma dirección que usted -Sea cual sea- y no me importa compartir paraguas.

El hombre se revolvió, inquieto e inseguro, en su abrigo. Llevaba un sombrero ancho, que le tapaba el cabello, aunque podían verse unos mechones de cabello castaño que escapaban de aquella tapadera. Su traje, gris, cubría hasta más allá de la cintura, envolviéndole. Llevaba el cuello levantado, de tal forma que era difícil verle cuando simplemente miraba al frente. Al menos, desde el flanco era difícil atinar a descifrar sus facciones. Parecía pálido, eso sí, y a través de la ropa podía olerse el perfume del hombre, como a tierra recién removida. O acababa de rebozarse cual croqueta en el cementerio, o trabajaba de enterrador o un oficio similar.

Su maletín, negro y sellado, no tenía ningún tipo de maletín.

- No se preocupe- respondió en voz baja, casi susurro. Era una voz grave, forzada-, estoy acostumbrado al agua. Esto es Londres- afirmó, como si eso fuese excusa para calarse de normal al abrigo de la noche. No iba excesivamente mojado, pues el hombre solía caminar bajo los techados, pero era inevitable que se mojase de vez en cuando, aunque por el momento conseguía no parecer una toalla a remojo- No me importa que camine junto a...

En la manzana contigua se escuchó el sonido de unas ruedas con las pastillas de freno a todo rugir. El sonido del agua barriendo como una ola y finalmente el silencio. Había una salida auxiliar, al parecer despejada de gente, que conectaba rápidamente con esa calle, aunque era un pasillo estrecho. Por otro lado, al frente se abría la luz de una nueva sección de farolas que le permitirían dar con su casa. Había torcido, por lo que ya no tenía a los chicos de cara, sino a la vuelta de la esquina trasera, caminando en línea recta hacia atrás y luego torciendo. Parecía estar a salvo de ellos.

Definitivamente, algo había derrapado y había hecho aquaplaning en la manzana contigua, probablemente un coche o cualquier otro tipo de vehículo. El hombre no parecía querer hacer muchos amigos, y su presencia no era muy agradable, pero por el momento no había intentado comerse a la niña, lo cual era buena señal.

En sus manos estaba decidir qué hacer. Las opciones ante ella eran un abanico, pero aquello sólo tenía un desenlace feliz en principio. Llegar a casa tarde o temprano. ¿Adónde iba a acabar yendo sino? Era tarde, aunque claro, podía haber heridos. Aunque claro, ¿ya llamaría alguien a una ambulancia, no? ¡Y quizá no fuese nada! ¡Quizá ni siquiera hubiese tenido lugar un accidente y todo hubiese quedado en un derrape!

Aquel hombre, paró un segundo al escuchar el ruido, pero desechándolo como información importante siguió caminando.

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23/09/2012, 10:11
Administrador

La nueva canción, considerablemente larga, sonaba. Parecía electrónica.

Las dos crías que rodeaban Edmund refunfuñaron cuando el aspirante a bombero se retiró de la pista de baile, ignorándolas. Era obvio que para ellas aquel chico era una especie de trofeo, pero lógicamente él tenía otros asuntos que atender.

Greg no podía haber ido muy lejos, eso estaba claro, pero muy cerca tampoco parecía estar. Sea como fuere, no parecía al alcance de la vista, o al menos, no con facilidad. Debería poner algo más de empeño en buscarle si esa era su empresa. Se habría escondido entre las masas, o en alguna esquina, o en los reservados, o habría salido del local. En la barra no estaba.

Una barra donde todo sea dicho, las copas valían quince libras en vaso de tubo a medio llenar con más hielo que alcohol. Era lo que tenían esa clase de locales, que el precio se basaba en las apariencias y el negocio. Allí los no muy duchos a la hora de engañar a una mujer para llevársela a la cama acababan arruinados, a no ser que les saliesen los billetes por las orejas.

Lestrade había entrado en una de las puertas adornadas con un cartel que rezaba “Privado”, en el piso de arriba, y parecía haber echado un ojo cauto para que nadie le siguiese. Cada vez era más obvio que aquel hombre era el inspector. La forma de proceder, de mirar alrededor, la ropa, el rostro, la complexión… pero Londres era muy grande, podía ser un malentendido. Era poco probable que no fuese él, pero era mejor no apostar la cabeza por ello.

Y… ¡DAWN!

La mujer acababa de soltarle un revés a uno de sus admiradores. Sus afiladas zarpas, estiradas cual gata en celo, sirvieron de estético adorno para que la palma de la mano se estampase con gracia en la cara de aquel rubito. Ligeramente musculado, muy atractivo, de pelo corto y cuidado y un traje de diseño, ofrecía un aplauso que hubiese hecho aplausos entre las ideologías hitlerianas. Era su prototipo de hombre perfecto, salvo por la rojez de su cara.

El chico estaba de espaldas a Edmund, y había tanto ruido que era imposible adivinar nada, pero Dawn tenía la indignación tatuada en el rostro y había dejado de bailar, provocando que la mayoría de sus fans se disolviesen aterrados al ver que no tenían nada que hacer con ella esa noche.

Y, lógicamente, seguía sin haber ni rastro de Greg.

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23/09/2012, 10:16
Administrador

El pasillo estaba oscuro, y había que tener cuidado con donde se ponía el pie. Un paso en falso por la escalera y la caída podía ser preocupante, haciendo un agujero económico en el sistema sanitario de un país que trataba a todos los ciudadanos de forma pública.

Candice había reunido el valor para sobreponerse a sus pesadillas y aquel repentino apagón, consiguiendo salir del cuarto y echar andar pasillo abajo para encontrarse con aquello que había entrado en su casa.

Se escuchó el sonido de la ropa corriendo por la espalda, escapando del cuerpo. La puerta del armario de la entrada se abrió y una percha saludó en el silencio, haciendo de hombros para un nuevo abrigo.

Click.

La puerta del armario se cerró, y el sonido de las bisagras de la puerta sellando la seguridad del hogar volvió a llenar la estancia. Acto seguido, algo metálico, quizá llaves, golpeó el cenicero de la entrada, que era el lugar donde se dejaban normalmente ese tipo de cosas, aunque también había algunas monedas.

- Ya estoy en casa- dijo la inconfundible voz masculina de su padre.

Menos mal. Era él. ¡Tamaño susto y problema hubiese tenido lugar si no!

- Parece que se ha ido la luz, han saltado los plomos. ¿Tenemos velas, hija?- preguntó en tono claramente dubitativo el hombre. Aún no había visto el rostro de la chiquilla, por lo que no sabía de su estado.

El hombre, lógicamente, no solía preocuparse demasiado por las velas. Solo se usaban para dar un ambiente íntimo o iluminar en esas situaciones, por lo que en aquella casa no se utilizaban con frecuencia.

No tomó como raro que la chica estuviese despierta. Eran las once y pico, una hora aceptable para que una universitaria siguiese despierta, y más Candice, que se lo tenía grabado con sobrados honores.

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23/09/2012, 10:21
Administrador

Emma entró en la cocina. Era pequeña, pero acogedora. Impolutamente blanca, su cocinero se encargaba personalmente de que aquel lugar estuviese presentable. Raro era que llegasen quejas ahí dentro, pues el servicio solía ser impecable.

Iain, cliente habitual y repartidor de carne, calado hasta los huesos por la lluvia del exterior y una ausencia de paraguas, estaba frente a un congelador con dos cajas de madera llenas de alimento crudo, rojo, y fresco. Nunca había repartido carne a ese sitio, pero siempre había una primera vez para todo. Estaba haciendo un pequeño charco en el suelo, y por su barba resbalaba el agua. La camisa se pegaba al torso por culpa de la capa de líquido, marcando una musculatura más que considerable. Un puñetazo de ese hombre podía hacerte perder la consciencia en el sitio.

Matt hablaba con su empleado en voz baja, pero se giró hacia Iain y asintió. Dejando lo que se estuviese trayendo entre manos con el chico, echó a caminar en dirección al fortachón.

- ¿Necesitas ayuda?- preguntó intentando parecer amable. Se le veía malhumorado, como si aquel día no le estuviese saliendo muy bien y se hubiese despertado con el meñique izquierdo, pero su profesionalidad y educación estaba por delante de eso. Iain era un buen cliente, y no parecía un mal hombre, así que no tenía por qué pagar los platos rotos de los demás.

Graham, mientras tanto, hizo una señal decorada con plumas de todos los colores a Emma. Era una señal de que era mejor pasar de Matt ese día, indicando que estaba más tonto de lo normal.

A aquellas horas los fogones estaban cerrados, así que el pobre chico ya no tenía trabajo. Tenía un trapo azul en la mano, lleno de grasa. Estaba limpiando, haciendo tiempo antes de irse a su casa. ¡Él que podía! Otros a esa seguían trabajando, por desgracia.

El reloj de la cocina marcaba las once y cinco a juzgar por la posición de las manecillas. El local no tardaría mucho en cerrar, pero si lo hacía antes o después era algo que decidían los clientes, a no ser que se demorasen mucho. Por suerte, eso por el momento era competencia de Claire, la otra camarera, la rubia, que afuera seguía atendiendo los clientes. Era la única persona que seguía ante el público, pues el resto de los empleados estaban congregados en aquel cuartito.

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24/09/2012, 00:44
Sophie Campbell
Sólo para el director

Por un instante la curiosidad y su sentido del civismo hicieron que dudase si acudir hacia el origen de aquel ruido, pero finalmente descartó la idea. No había oído ningún destrozo, ni gritos, ni sonido de neumáticos que indicase una huida apresurada, así que parecía claro que no se había llegado a producir un accidente No me gustaría acabar yendo sólo para cotillear, y menos a una hora tan tardía Lo mejor era que volviese a casa cuanto antes, y dejase cualquier posible asunto a...

La llamada Aquel derrape la había distraído, pero todavía tenía algo por hacer. Con rápidos movimientos, la joven sacó el móvil y marcó el 999- Con la policía, por favor -le indicó a la operadora, para después darle el número desde el que estaba llamando y esperar hasta ser redirigida- Están pegando a un chico, tienen que venir enseguida -su tono de voz no era histérico, pero si transmitía preocupación Espero que acudan rápido Indicó con eficiencia la calle del incidente, y tras un par de aclaraciones más colgó.

¿Por qué hacen esto? Puede que su clase no reuniese a chicos de la más alta sociedad, pero tampoco tenía un ambiente especialmente delictivo: no alcanzaba a comprender qué había llevado a ese puñado de compañeros a comportarse con tal salvajismo.

Aquellos pensamientos la mantuvieron ensimismada unos instantes, pero gradualmente volvió a darse cuenta de que seguía caminando junto aquel tipo- Y... ¿vuelve usted de trabajar? -le preguntó para romper aquella creciente tensión- Supongo que será algo importante si le ha tenido ocupado hasta tan tarde ¿no? -señaló distraídamente al maletín que llevaba. Lo cierto es que no tenía especial interés en lo que aquel hombre hiciese; para alguien como Sophie, aquello era el equivalente a una charla insustancial.

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24/09/2012, 12:48
Emma Swan

Emma asintió a Trevor. Además de su señal de no hablar con Matt ahora, le vió ocupado con el repartidor de carne.

Buenas noches Iain. Menuda está cayendo. ¿Te traigo algo? Le preguntó saludándole amable. Él estaba trabajando, pero eso no quitaba que si no tenía mucha prisa, se tomase alguna cervecita tranquilo. Aunque sea una toalla. Bromeó riendo, viendo lo calado que estaba. Tampoco le vendría mal eso.

Definitivamente ese no era el momento de hablar con Matt, aunque estaba preocupada y no demoraria la charla con su jefe. Sin embargo, seguía en horas de trabajo y había dejado a Claire ahí sola ante el peligro. Esperó respuesta.

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24/09/2012, 17:17
Edmund Young

Despues del monumental sablazo a su economía por un vaso con un montón de hielo y un poquito de ron y Coca-Cola© Edmund se apoyó en la barra y empezó a buscar a Greg.

Cerca no estaba, o no era capaz de verlo. Quiso ir a buscarle pero desde donde estaba veía a Lestrade, si es que era él, y la curiosidad le podía. Así que se metió la caña en la boca y sorbió un poco del mejunje que tenía en el vaso, mientras levantaba la cabeza, intentando ver algo más.

Fue en ese momento cuando vio, aun sin saber cómo, a Dawn abofeteando a un tío. Quizá fue porque creo una onda expansiva y la gente se alejó de ella, cuando se cabreaba producía ese efecto. Tenía cara de cabreada.

- Ai Dios. - pensó - Voy a tener que ir a salvar al capullo que la ha mosqueado antes de que lo mande llorando con su mamá.

Regresó entonces al mar de gente, de nuevo empujando, esquivando y serpenteando entre la gente, pero esta vez con la dificultad de tener que mantener su vaso intacto. Cuando llegara con Dawn tendría que intentar calmar los ánimos, apoyándola a ella pero sin ofender o menospreciar mucho al tío. Podía querer pelea y Edmund tenía ganas de todo menos de pelearse con alguien. Y menos con Lestrade por ahí, preparado para volverle a llevar a interrogar.

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