Partida Rol por web

El Varigal sonríe ante el comentario de Liam. Por supuesto, su función principal es conocer bien los caminos y pasos de montaña, pero cualquier explorador que tenga un mínimo aprecio por su vida habrá aprendido también a no llamar la atención al moverse.

- Sí, yo estaré bien - responde a su siguiente pregunta. - Estoy acostumbrado a evitar problemas y conozco bien esta zona. Yo solo podré moverme más rápido y llegar hasta la aldea en unas pocas horas, incluso a la luz de la luna.

Se vuelve hacia Yldiane. - Sé que podrás guiarles sin problemas, pero si no habéis llegado a medio día, enviaremos a alguien a buscaros - asegura.

Inclinando la cabeza en un gesto de despedida, se da la vuelta sin esperar la respuesta de su compañera y se dirige hacia los árboles que rodean la capilla, evitando el camino principal por el que habéis llegado.

La trampilla a penas empieza a levantarse ante el esfuerzo del enorme ionnthén. Arven, que preparaba su arma para lo que pudiera aparecer, suelta la empuñadura de la espada y se agacha para ayudar a Mòr. Entre los dos consiguen levantar la losa sin demasiada dificultad. La chica jadea unos instantes, cansada por el esfuerzo, pero sonriendo orgullosa al haber demostrado ser de ayuda para alguien como Mòr en una tarea puramente física.

El olor a aire encerrado sale de golpe por la trampilla. No detectáis trazas de humedad ni el tufo a podrido que suele acompañarla, así que estáis bastante seguros de que, a pesar de llevar mucho tiempo cerrada, la sala que se encuentra bajo vuestros pies debe estar bien aislada del exterior.

Observáis el hueco que ha dejado la trampilla. Una endeble escalera de mano desciende hacia la oscuridad, pero no podéis ver el fondo. Si la madera de la escala a soportado tan bien el paso del tiempo como el interior de la Capilla, debería ser segura, pero en estas cosas nunca se sabe. Durante un momento pensáis lanzar una antorcha al fondo para ver la profundidad, aunque sin estar seguros de qué hay abajo ni el efecto que podría tener el fuego, no parece la opción más prudente.

Todo aquello me pilla por sorpresa. ¿Yo? Si no conozco la zona... El que la conoce es Jearon, yo sólo estoy ahí para aprender... Bueno, no será tan difícil seguir un camino, supongo. El caso es que sí me creo capaz de guiarlos a todos hasta Varn. 

-Tranquilo -respondo-, me encargaré de que lleguen a salvo y a tiempo. Tú ten cuidado. Por mucho que conozcas los caminos, no es bueno ir solo con lo que hemos visto... 

Entonces Liam, que ha salido conmigo, le pregunta algo y Jearon sonríe al responderle. Es un hombre afable y calmado. Me gustaría tener su temperamento a veces. Sin mediar más palabra desaparece y nos quedamos solos, el joven estudioso y yo. 

-Bueno, pues vamos a dar la vuelta a la capilla. Iré reconociendo el terreno y podemos coger algo de leña mientras. ¿Por qué has decidido acompañarme? Te imaginaba más un muchacho de mente y no de trabajos físicos. Por cierto, ¿puedo preguntar cuántos años tienes? -mi curiosidad puede con mi decoro al ver a alguien tan joven como él viajando con nosotros. 

Arven y yo conseguimos abrir la trampilla que da al sótano, echándola a un lado con un último esfuerzo. Inmediatamente, me asomo a las negras profundidades de más abajo. No se ve absolutamente nada. Quizá se trate de una cripta donde estén sepultados los huesos de hombres y mujeres importantes de la fe, pero si es así, ¿por qué esconderla tan bien? La negrura parece saludarme desde debajo de mis pies. El lugar recién abierto me da la impresión de no haber sido visitado en muchos años. ¿Quién sabe qué hay ahí abajo?

—Urvan… —empiezo, ligeramente nervioso, aunque con una extraña e inexplicable emoción—. ¿Es costumbre de tu fe construir esta clase de criptas ocultas? ¿Sabes a qué propósito podrían dedicarse? Y… —Me aclaro la garganta antes de continuar—: ¿Considerarías una falta de respeto que bajásemos a echar un vistazo?

No sé por qué, pero estoy convencido de que en ese misterioso sótano encontraremos algo revelador.

Liam observó curioso la marcha de Jearon, un tipo de pocas palabras y menos alardes emotivos. Pero suponía que podía ser un rasgo personal que había acentuado su vida como varigal. Tanto tiempo a solas, sin contacto con seres humanos por sitios en los que la persona más cercana dista kilómetros pueden afectar a la gente así. Demasiado tiempo consigo mismo. Sin embargo todas esas disquisiciones sobre psicología se borraron cuando Yldiane le habló. El joven agradeció que el luminar de Yldiane no llegase a desterrar del todo la oscuridad que ocultaba el sonrojo que le había producido su pregunta. - Yo... A decir verdad pensé que sería mejor que nadie rondase solo tal como están las cosas. No es que crea que necesites mi ayuda ni nada, que conste, pero siempre es mejor no quedarse solo en situaciones como estas. - Oh, lo soy, quizás demasiado para mi bien.- Respondió el joven sin poder evitar sonreír a la muchacha por su referencia a él como un “muchacho de mente”.- Pero soy aprendiz de herbolario. Paso mucho tiempo en el bosque buscando productos, así que no estoy todo el día sentado. - Cumplí dieciocho hace menos de un mes.- Dijo el joven mirando a Yldiane para ver como reaccionaba a su respuesta.- Y tranquila, solo es impropio el preguntárselo a una dama. - Pero si me permites preguntar, lo siento mi curiosidad me temo que es aun más grande que mi mente ¿Como es la vida de un varigal Yldiane? He leído sobre vosotros, pero no suelen hablar de como es vuestra vida, se centran en hechos concretos y rumores.- Preguntó el joven echándole valor mientras oteaba el bosque a su alrededor en busca de ramas secas para la hoguera, y ya de paso por si veía alguna hierba rara. Después de todo esta zona quedaba muy lejos de sus rutas de forrajeo.

Cuando veo a Mòr y a Arven abrir la pesada trampilla que conduce al sótano del templo, no puedo evitar tener la sensación de que se está perturbando la paz de un lugar ancestral. Mi primer impulso es protestar ante la impulsividad de los recién llegados, pero enseguida reparo en que sus acciones no van a ofender a nadie. Excepto al Uno, tal vez.

—Muchos templos y capillas disponen de cámaras subterráneas, en efecto —respondo a Mòr, quien da la impresión de hallarse a medio camino entre el temor y la fascinación—. Casi todas sirven como criptas o bodegas, aunque algunas también pueden utilizarse como archivos o repositorios de reliquias, siempre que no haya excesiva humedad ambiental… —Miro a los demás miembros del grupo, intentando averiguar por sus expresiones si están interesados o si por el contrario los estoy aburriendo. Luego contemplo la oscuridad de la trampilla, antes de añadir—: Tal vez, como fiel del Dios Único, yo sea el más indicado para guiar el descenso…

Tras un incómodo silencio, empiezo a bajar por la escalerilla.

A pesar de que soy consciente de que sin la colaboración de Mor la trampilla no se habría abierto, haberle ayudado y haberlo conseguido me produce una gran satisfacción, aunque temo que el esfuerzo me pase factura.

Intento no pensar en ello, y centrarme en el tema que nos ocupa: el interior de esa trampilla. ¿Estarían ahí los secretos de los que aquella voz habla continuamente?

Asiento a las palabras de Urvan.

- Estoy de acuerdo. Baja, y dinos qué ves. Yo te sigo de cerca.

Urvan llega el primero a la habitación y, tras comprobar que el suelo es de fría piedra y no parece contener nada inflamable alrededor de la escalera de mano, enciende con cuidado su lámpara de aceite. La luz ilumina la instancia mientras Mòr y Arven llegan a su lado.

La habitación no es nada parecido a lo que hubiérais esperado en este lugar. Mientras que un pequeño archivo o una sala del tesoro para guardar las reliquias de la santa a la que está dedicada la capilla podrían haber resultado relativamente normales, en vez de eso os encontráis con un pesado escritorio de madera en el que hay un pesado libro. Al acercaros a él veis que se trata del registro de la capilla.

En circunstancias normales este registro habría estado en la casa del vector que dirigiese la congregación pero al examinarlo más detalladamente os fijáis que pertenece a los años anteriores a la Guerra. ¿Quién sabe qué motivos llevaron a ese hombre a transladar su escritorio aquí en esos tiempos revueltos? Lo único que Urvan conoce sobre esta Capilla es que fue abandonada al comienzo de la Guerra del Templo.

Dos páginas llaman especialmente vuestra atención:

Dais la vuelta a la Capilla, asegurándoos de que no hay nadie por la zona y cogiendo algo de leña para poder encender una hoguera durante la noche, si es que el hombre del Templo os lo permite.

Al cabo de unos minutos en los cuales el sol se pone rápidamente en el horizonte, volveis a la Capilla justo cuando la oscuridad os impide continuar explorando el exterior. Entráis en el edificio esperando encontrar a vuestros compañeros hablando con el hombre de Gwindre, pero en vez de eso veis que el lugar está completamente vacío. El cadaver del guardia de la atalaya sigue ahí, igual que el resto de las cosas y los petates de vuestros amigos, pero no hay ni rastro de ellos.

Liam no insistió con la charla, era obvio que Yldiane no era mujer de muchas palabras y él realmente era más de pensar que de hablar, o de actuar ya para el caso. Aunque cuando llegaron a la capilla sin encontrar no solo señal de nadie, excepto el cadáver, si no tampoco de que hubiese habido alguien no supo que pensar. Bueno si, pensó mirando a Yldiane, que no sería recomendable bromear con ella preguntándole si esa situación era romántica o terrorífica. - ¿Tienes alguna idea sobre que puede haber pasado aquí?- Preguntó Liam suavemente para no inquietar a la mujer, y por consideración al sigilo claro. Y mientras buscó en la capilla alguna otra salida oculta.

Siguiendo a Urvan por la quejumbrosa escalera, llego hasta una estancia que únicamente contiene una robusta mesa de madera sobre la que descansa un voluminoso libro. Al principio pienso que quizá lo más oportuno sería esperar a que Urvan hiciese los honores, dado su vínculo con la fe que construyó este santuario, pero viendo que este no se decide, termino por dar un paso al frente y abrir el libro.

El tomo parece tratarse de una especie de registro. A pesar de que la lectura no es uno de mis fuertes, el texto del libro está escrito en un lenguaje claro y sin artificios, por lo que puedo pasar sus páginas distinguiendo sin muchas dificultades la información relevante de la que no lo es. Al final, mi intuición parece acabar llevándome a unas páginas concretas, las correspondientes a los años 853 y 857. El papel está desgastado y la tinta se ha descolorido en algunos lugares, pero el texto está lo bastante claro como para que pueda leerlo en voz alta, para que todos mis compañeros puedan oírlo. Cuando termino, tuerzo la boca, volviendo a cerrar el libro.

—Tiempos tumultuosos… —sentencio, pensativo—. Tantas formas de pensar para al final no entendernos. Qué lástima. ¿Qué pensáis de esto?

Entorno los ojos, tratando de ver más allá de la oscuridad que rodea el pequeño cerco de luz que emite mi lámpara. Sombras trémulas bailan al ritmo inaudible que marca la diminuta y titilante llama, conjurando fugaces formas en los rincones más lejanos de la cámara. En el centro de la misma, sobre un escritorio de madera recia y estriada, descansa un grueso libro de hojas amarilleadas, como esperando a ser leído. La escena me infunde una profunda sensación de ancestralidad, y aunque la Guerra del Templo concluyó en tiempos recientes, este escritorio y este ajado volumen parecen contar su vida en siglos. Tal es la reverencia que siento por estas reliquias, estos fragmentos de historia, que no oso aproximarme al libro, y agradezco que Mòr se anime a hacerlo. Pasado un rato, como si la iniciativa del gigante hubiese deshecho una suerte de maldición que pesara sobre el tomo, me acerco a leerlo. La cálida luz de la lámpara arranca bellos reflejos de la tinta impresa sobre el papel, aunque las palabras con ella escritas me consternan. Aparentemente, no soy el único en sentirse así. Mòr expresa su disgusto ante las absurdas disputas a las que todo ser humano parece tristemente abocado. Según interpreto del escrito, los monjes que habitaban este lugar se vieron impulsados a huir a causa de las diferencias habidas con un grupo de demorthèn que habitaba en las montañas. Sacudo la cabeza.

—La única conclusión que extraigo es que las guerras solo dejan tierras devastadas y libros olvidados. —Miro a Mòr de reojo mientras hablo, y tengo la sensación de que sus ojos reflejan los míos—. Por curiosidad, ¿sabes algo de los demorthèn que habitan esta región?

Me encojo de hombros ante la pregunta de Urvan.

—Poca cosa, la verdad. Solo sé lo poco que he podido escuchar en los Tsioghair anuales… —Chasqueo la lengua—. Son encuentros en los que los demorthèn de toda la región, y sus aprendices ionnthén, se reúnen para intercambiar información. A pesar de lo que muchos creen, y aunque compartamos las mismas creencias, cada demorthèn tiene sus propias maneras y costumbres, y su forma personal de compartirlas con su comunidad… Y a menudo es poco amigo de hacerlas públicas. Así que, bueno —suspiro—, la respuesta corta es que no sé nada de ellos, más allá de sus nombres y de que todos tienen una opinión parecida de los tuyos. —Miro a Urvan a los ojos, con una expresión apenada, como si lo que fuese a decir no fuera a gustarle—. Creen que nos odiáis. Que odiáis a todo el que no piense como vosotros, y que no podéis ver las cosas que nos unen. Aunque, si te sirve de consuelo, me parece que en el fondo el sentimiento es mutuo. —Sacudo la cabeza—. Pobre consuelo, ¿eh?

Me vuelvo hacia Ean y Arven.

—En fin, me parece que aquí ya no queda mucho que hacer. Vamos subiendo. Igual Yldiane y Liam ya han preparado la fogata. Me estoy helando aquí abajo.

- Sí, vámonos antes de que nos congelemos todos.

Habría añadido a la frase un "estoy cansada" que sería totalmente lógico después del esfuerzo de abrir la trampilla, pero el orgullo me impide hacer de aquello una decisión personal. El frío general era la escusa perfecta. Por otro lado, más discusión sobre teología me habría puesto la cabeza demasiado caliente.

De repente, escucháis un ruido junto al altar. Yldiane coge su carath, preparándose para el combate, mientras os acercáis a él bordeando la mesa de piedra. Una de las losas del suelo parece haber sido levantada, desvelando unas escaleras que descienden a una pequeña cripta bajo la capilla.

Hay luz en la pequeña habitación y, cuando os asomáis por el hueco que ha dejado la losa, véis a Ean saludando con la mano a pocos escalones de haber empezado su ascenso. Esperáis arriba y uno a uno suben el resto de vuestros compañeros, acompañados por el joven gwendrita, que lleva un libro en sus manos.

Urvan coge el libro de la Capilla, pues puede contener información importante para el Templo una vez regrese a Gwindre.

Volvéis a la escalera de mano y ascendéis por ella. De vuelta en la Capilla, os encontráis a Yldiane y Liam, que se acercaban a la losa levantada sin tener muy claro si erais vosotros quienes estaban allí o si un nuevo ataque desde los subterráneos iba a asolar este lugar igual que la pequeña fortaleza que no hace mucho dejasteis atrás.

Una vez más, os juntáis todos en la parte superior de la Capilla.

Urvan y Mòr enseñan al resto del grupo el libro que han encontrado en la pequeña cripta reconvertida en el despacho del sacerdote que cuidaba la Capilla. En pocas palabras, resumen la información más relevante* que han podido leer allí abajo, antes de dedicarse con más atención al estudio del manuscrito.

Yldiane y Liam han cogido algo de leña, que podéis utilizar para encender una fogata en la parte trasera de la Capilla. La Varigal os informa que los alrededores del edificio parecen tranquilos y Liam os cuenta que Jearon se ha adelantado hacia Loch Varn para comprobar que la aldea está preparada para un posible ataque de los feondas que han arrasado la atalaya.

Mientras preparáis una rápida cena con vuestras raciones de viaje, miráis el cuerpo del soldado. No parece una buena idea dejarlo aquí, pues no tardará en empezar a descomponerse a pesar del frío del lugar. Además, a pesar de que el lugar parezca seguro, tanto los guerreros como la varigal coinciden en que es necesario dejar a alguien de guardia mientras los demás descansan.

La capilla parece un lugar más grande y menos acogedor tras regresar de la cámara subterránea. Exhalo lentamente, y contemplo las nubes de vaho que se forman con mi respiración. Empieza a hacer frío de verdad. Me froto el pecho con los puños para entrar en calor, agradeciendo en silencio que Yldiane y Liam hayan decidido ir a buscar leña. Mientras los miro, mi vista se desvía hacia un rincón más alejado de la estancia.

Y lo veo.

El cadáver de Gowan sigue tendido en el suelo, torpemente cubierto con una capa por la que solo asoman sus pies.

—Tenemos que enterrarlo —digo en voz alta a nadie en particular—. Ese hombre merece un destino mejor que pudrirse a la intemperie. ¿Alguien me acompaña fuera?

Sin esperar respuesta, me apresto a mover el cuerpo con la camilla improvisada que ingenié antes.

—Yo creo que sería mejor incinerarlo... —replico de repente. Luego miro a Urvan, esperando que no vea mis palabras como un intento de contradecir sus creencias—. En otras circunstancias no me importaría la clase de ritual que se llevase a cabo, e incluso entiendo que si Gowan era un soustrainita, debería ser enterrado... Pero estamos en un bosque lleno de bestias y cosas peores. Un feond de gran tamaño ha abandonado la atalaya no hace mucho, e incluso puede que aún siga cerca. —Un visible estremecimiento recorre mi cuerpo—. Enterrarlo cerca de la capilla podría atraer carroñeros durante la noche... O quién sabe qué. —Me froto la barbilla pensativo—. Si realmente hemos de enterrarlo, haríamos mejor en alejarnos antes de la capilla, a una distancia prudencial.

Espero la respuesta de Urvan. Como único representante de la fe del Dios Único, él debería tener la última palabra. Me giro hacia el resto.

—Y ya puestos, yo haré la primera guardia. Haremos cuatro guardias de dos horas. Id pensando quién hará la siguiente. —Me preparo para ayudar a Urvan a sacar el cuerpo de su camarada—. ¿Vamos?