Partida Rol por web

Liam esperó hasta que las presentaciones hubieron concluido y quedo claro que ninguno iba a convertir aquello en un duelo.

- ¿Alguien necesita asistencia médica?- Preguntó el joven teniendo bien claro que eso era más imperativo que las respuestas.

El gigante se dirige a mí en primer lugar, preguntándome acerca de la atalaya.

—De hecho, vengo de allí —asiento temeroso—. Gowan es… era un guardia que servía en la defensa de esa atalaya. Cuando llegué, él era el único ser vivo que quedaba allí. Estaba malherido, y decidí traerlo a este templo con la esperanza de que los monjes atendieran sus heridas. No esperaba encontrarlo desierto… —Bajo la vista al suelo, luchando por contener las lágrimas—. Por el camino, me habló del ataque que él y los otros hombres habían sufrido. Feondas. Se los llevaron a todos a rastras, bajo tierra. Y ahora Gowan está muerto. No hace ni cinco minutos. Solo he podido improvisar unas exequias para honrarlo. —Miro al joven de cabello rubio, en respuesta a su pregunta—. Me temo pues que la atención médica llega tarde.

Lanzo un profundo suspiro, sin saber muy bien qué más añadir.

Enarco una ceja al oír la pregunta del hombre del pelo blanco.

—Bueno… Gowan dijo que los había atacado una monstruosa criatura gigantesca parecida a un ciempiés, con unas tenazas enormes. —Mientras describo a la criatura, hago un esfuerzo por imaginármela yo mismo—. En mi vida había oído hablar de semejante feond, pero a juzgar por lo que veo, el mal puede presentarse bajo cualquier forma. —Dejo de hablar un momento y me giro hacia la capilla, agradeciendo la oportunidad que me brinda el tal Ean para cambiar de tema—. En efecto, me temo que este lugar está desierto. Había venido a la capilla de Santa Nyline en una misión de peregrinaje, y cuando me crucé con Gowan, pensé que sería buena idea traerlo conmigo para que recibiera atención médica. Al parecer, no era tan buena —digo sacudiendo la cabeza—. No he tenido ocasión de adentrarme mucho en el edificio, y está bastante bien conservado, pero todo parece indicar que lleva años abandonado.

Recorro con la vista a los recién llegados, agradeciendo en silencio que mi soledad haya tocado a su fin.

Examino al joven soustrainita mientras nos da sus explicaciones. Definitivamente, no tiene la actitud beligerante y hostil que imaginaba en sus iguales, y su talante humilde me inclina a pensar que está diciendo la verdad. Me permito a mí mismo relajarme un poco.

—Lo lamento por tu compañero, monje —digo en voz baja, dándome cuenta de que aún no había dado mis condolencias al hombre—. Como dice Ean, nos dirigíamos a la aldea de Varn, no muy lejos de aquí. Sospechamos que lo que sea que haya atacado la atalaya pueda haber ido hacia allí… Pero la noche se nos ha echado encima, y los bosques que nos rodean no son seguros. —Miro a mi alrededor, mis ojos exhibiendo una preocupación serena, como si temiese que algo pudiera abandonar el dosel del bosque y arrojarse sobre nosotros—. Por eso hemos decidido refugiarnos en tu capilla. Espero que no te importe que no compartamos tu fe —apostillo, con una expresión vacía que podría significar cualquier cosa. ¿Debería considerar a este joven, aparentemente bienintencionado, mi enemigo? No lo creo. Frente al mal de los feondas, sale a la luz la irrelevancia de cualquier pequeña disputa acerca de qué dios es el verdadero. Solo tengo la esperanza de que Urvan lo vea del mismo modo—. Creo que es justo que te advierta de que soy un ionnthén. Un demorthèn novicio.

El gigante vuelve a hablarme con una gentileza que contradice su imponente aspecto físico. Poco a poco, me preocupación inicial va dando paso a un genuino interés por los asuntos de estos recién llegados. Parece que tienen la intención de investigar el misterioso ataque a la atalaya. Los motivos que puedan tener para hacer tal cosa se me escapan. ¿Realmente son conscientes del peligro que correrían?

—¿Decís que vais a la aldea de Varn? —digo con una mueca de incomprensión—. ¿En busca de lo que sea que mató a esos hombres? ¿Con qué objetivo? —Sacudo la cabeza con la preocupación dibujada en el rostro—. Por favor, ayudadme a entenderlo. —Miro al grupo con mayor detenimiento. Mòr y Ean parecen combatientes capaces, pero Liam tiene aspecto de sentirse más cómodo con un libro entre sus manos que con una espada. En cuanto a las mujeres… ¿Quién sabe? He visto guerreras muy capaces entre los Filos del Templo, mucho más de lo que yo seré nunca. Pese a todo, dudo que un equipo de cinco personas triunfe donde toda una guarnición fue masacrada. Afortunadamente, parece que tienen la intención de pasar la noche aquí. Tal vez recobren el sentido común después de pasar unas horas con el Dios Único. Me hago a un lado para permitirles la entrada cuando escucho el comentario de Mòr sobre nuestras respectivas creencias—. ¿Y qué son los distintos credos, sino lenguajes diversos que tratan de explicar una misma realidad? Donde uno no llega, puede hacerlo otro. A veces ninguno es eficaz, y debemos mirar en nuestro interior para hallar la verdad. —Miro a Mòr con los ojos brillantes, repentinamente inspirado por mis propias palabras—. Estoy convencido de que en lo importante somos iguales.

Me quedo un tanto extrañado ante la pregunta de Urvan.

—No, no —respondo, sacudiendo la cabeza—. No creo que la intención de ninguno de nosotros sea ir a cazar feondas. Vamos a Varn a advertir a los lugareños del peligro que corren, y esperamos que ese monstruo no haya ido aún hacia allí. Si ha ido… vamos a tener que ayudarlos.

Asiento pausadamente al escuchar la inteligente respuesta del sacerdote. Sin duda es lo mismo que yo habría contestado en su lugar. Sin embargo, no tengo tan claro si realmente dice lo que piensa o si solo trata de evitar posibles animosidades.

—Múltiples dioses para explicar una única verdad —digo, todavía asintiendo—. No esperaba oír esa forma de pensar expresada en boca de uno de aquellos que llaman al suyo el «Dios Único» o «el Uno». La verdad es que es un asunto que daría mucho de qué hablar… Aunque me alegro de hallar acuerdo contigo. Eres bienvenido, Urvan. —Esbozo una sonrisa extraña, propia de alguien que no está acostumbrado a hacerlo, mientras empiezo a buscar posibles irregularidades en el suelo de la capilla, tratando de encontrar el lugar idóneo para montar un campamento—. Allí podríamos encender el fuego… Urvan, he oído decir que a tu dios no le gusta el fuego, y que desea que todo el mundo se convierta en un yermo congelado. ¿Es verdad?

A pesar de que mi pregunta parece buscar un enfrentamiento, no es el caso en absoluto; solo nace de la curiosidad. Si es así, me pregunto si el monje aceptará que compartamos la fogata con él.

El viento sopla y os hace encogeros bajo vuestra ropa de viaje. A pesar de que ha parado de nevar, no parece que el umbral de la puerta sea el mejor sitio para discutir de teología, así que os adentráis en el edificio.

El interior de la Capilla está en mejores condiciones de lo que habríais esperado. El tiempo parece haber respetado bastante bien el lugar, que sencillamente está lleno de polvo y telarañas, pero parece haber soportado bien las inclemencias del clima pese a no haber estado habitado en mucho tiempo. Algunas de las vidrieras se han roto durante las últimas décadas y sus trozos aún pueden verse en el suelo, pero las tres filas de bancos de madera se mantienen bastante bien, aunque no podríais decir por qué la carcoma no se ha cebado en ellos de la misma manera que en el cobertizo exterior.

A pocos pasos de la puerta, en dirección opuesta al altar, un bulto en el suelo llama vuestra atención casi inmediatamente. Junto a lo que parece el petate del viajero de Gwindre hay un cuerpo completamente tapado por una manta. Por supuesto, está completamente inerte, así que sin duda se trata del guardia de la atalaya que, según Urvan, falleció al poco de llegar aquí.

De nuevo, una voz con tono insistente acude a tu cabeza, aunque a duras penas podrías decir dónde la has escuchado.

- ¡No olvidéis la Capilla! Oculta secretos...

Cuando siento que el arquero me mira de reojo, clavo la mirada en él fijamente. No me gusta que me observen así. Levanto una ceja y, cuando finalmente él se gira y entra en el templo, continúo atenta a la conversación entre ambos hombres. Yo sí que estoy interesada en aprender todo lo posible. No es una cuestión de creer o no creer, sino más bien esa insana curiosidad que siempre me había hecho escuchar todo lo posible, mirar todo lo observable y aprender todo lo que me quisieran enseñar. En el fondo, era la misma razón por la que había decidido salir a ver mundo un día. 

Entro junto a todos los demás en la capilla y echo un vistazo alrededor. Aquel lugar se me antoja añejo; es uno de esos sitios que aún tienen olor a madera cuando entras, a pesar de que algunos vidrios rotos hacen que entre el aire perfectamente, y una vieja fragancia a incienso permanece de fondo en ellos, arraigada, aferrada a sus pilares como un árbol aferra con sus raíces el suelo. Hace frío dentro, pero también tengo una sensación cálida, como si extrañamente, algo me protegiera entre aquellos muros. 

Camino un par de pasos hacia el interior y luego me acerco a Arven. 

—¿Crees que dice la verdad? —le susurro sin que me escuche nadie más—. Si todo lo que ha dicho es cierto, el pueblo de Varn está en un gran peligro...

Entonces recordó algo.

—¿Dónde estará Jearon? —me pregunto a mí misma—. Ha ido a explorar los alrededores hace rato y aún no ha vuelto... ¡Voy a dar una vuelta! —digo entonces a los demás—. Quiero reconocer el terreno alrededor de la capilla, encontrar a Jearon y asegurarme de que todo es seguro. Traeré algo de leña. 

Mòr me explica que su grupo y él se dirigen a la aldea de Varn a advertir a sus habitantes del peligro que corren. A medida que habla, una idea va tomando forma en mi mente, un eco vago y lejano en los confines de mi consciencia que crece hasta prácticamente convertirse en una voz que me grita al oído. ¿Y si el Uno está brindándome la oportunidad de demostrar mi valía y mi fe trayendo a mi presencia a estas almas embarcadas en una peligrosa misión destinada a salvar vidas inocentes? En circunstancias normales, si oyese a otra persona expresar esta idea en voz alta, habría dudado de su cordura, pero ahora, mi corazón se acelera con solo pensar en ello.

¿Y si…?

—Tal vez a los de la fe de Soustraine nos resulta más fácil entender un universo con un único dios —bromeo. Segundos después, la pregunta de Mòr me hace enarcar una ceja—. Creo que es una metáfora. Igual que el frío es capaz de preservar los alimentos y retrasar su descomposición, también puede preservar el mundo e impedir su corrupción. O tal vez sean las exageraciones de un enemigo de nuestra fe. —Vuelvo a reir, por segunda vez en un minuto. Es una sensación extraña y agradable—. No lo sé. No soy ningún teólogo, y en mi fe hay innumerables personas más sabias que yo. 

Liam asistió al intercambio entre Urvan y Mor con curiosidad, como con prácticamente todo, pero más allá de la peculiar sensatez de aquellos dos para con las supersticiones ajenas no creía que fuese a escuchar gran cosa más de interés.

- ¿Ne-necesitas ayuda?- Preguntó a Yldiane antes siquiera de saber que iba a hacerlo ¿Por que había dicho aquello? ¿Ayudarla con que? ¿A cargar leña?

- No os alejeis mucho. No deberíamos separarnos caída la noche.

Digo dirigiéndome a Yldiane y Liam, aunque sin mirarles. Mis ojos están concentrados en ver todo lo que hay en la capilla, intentando detectar cualquier cosa que no me cuadre allí dentro.

Oculta secretos. Oculta secretos...

La frase se repite en mi mente una y otra vez con aquella voz que no logro ubicar en el tiempo ni en el espacio.

¿Se refiere a algún tipo de historia o algo más material, como una puerta oculta?

- Además debemos descansar todo lo posible. Mañana aún nos esperan horas de camino.

Mientras Arven y Ean inspeccionan la Capilla, Mòr sigue hablando de teología con el adepto del Templo, mucho más abierto en sus ideas de lo que hubiera esperado el joven ionnthén. Liam, que al principio estaba hablando con ellos, pronto se cansa de discusiones filosóficas sobre temas que no se pueden experimentar de forma práctica y decide salir al exterior con Yldiane.

Aunque a penas hace unos minutos que habéis entrado, el sol ya se ha puesto en el horizonte. El bosque que rodea a la Capilla parece aún más amenazador ahora que la luz se empieza a desvanecerse. Yldiane mira a su alrededor y no tarda en sacar su nebular para iluminar el suelo.

Liam observa atentamente, pero si la mujer está siguiendo algún rastro, él es incapaz de verlo. Pronto se centra en el artefacto magientífico que la chica lleva en la mano. Ha escuchado hablar de esas nebulares, que en las ciudades de Reizh han empezado a reemplazar a las antorchas y lámparas de aceite en las calles, pero no había tenido ocasión de estudiar ninguna hasta el momento.

De repente, el chico se sobresalta al escuchar una voz masculina.

- Todo despejado alrededor - afirma el recién llegado con tranquilidad acercándose a la pareja. Se apoya en el carath que le identifica como un Varigal y se dirige directamente a Yldiane. - Pero no me quedo tranquilo pasando la noche aquí. Aunque es probable que en Loch Varn hayan visto la almenara y se estén preparando para enfrentarse a enemigos, me gustaría avisarles de lo que hemos visto hasta el momento... ¿Crees que serás capaz de guiar tú al grupo hasta la aldea? - pregunta a la chica. - Si volvéis al camino principal no deberíais tener ningún problema en llegar hasta allí.

La conversación entre el ionnthén y el adepto del Templo es interrumpida por un grito de Ean informándoles de que hay una trampilla en el suelo del altar. Por un momento Urvan parece preocupado por que unos desconocidos, paganos para más señas, estén pisando despreocupadamente un suelo sagrado para su religión, pero considerando el tiempo que la capilla ha estado abandonada, acaba decidiendo que lo mejor que puede pasar es que esta gente que parece suficientemente respetuosa con su religión sea quien esté aquí en vez de cualquier animal salvaje o, peor aún, otras personas que prefieran destruir o profanar el lugar.

Los cuatro os acercáis a lugar señalado por el arquero. Casi oculta junto al altar hay una argolla enganchada a la losa, que seguramente permita levantarla para acceder a algún tipo de escalera descendente. Las miradas intrigadas se centran en Urvan, que no tarda en confirmar que no es habitual que las capillas de su religión se construyan con un sótano o habitación subterránea similar.

La voz de Ean me sobresalta, interrumpiendo mi conversación con el soustrainita. Cuando me acerco para ver qué es lo que ha encontrado, veo lo que parece ser una trampilla muy bien disimulada en el suelo, con una argolla empotrada en ella cuya finalidad es abrir la entrada. Mis ojos miran a Urvan, pero él parece igual de confuso que nosotros. La presencia de la portezuela secreta parece sorprenderlo tanto como a mis compañeros y a mí.

«Oculta secretos…».

La voz de mi recuerdo vuelve a mi mente, azuzándome para que investigue lo que se esconde a simple vista. ¿Qué secretos guarda este lugar que despiertan en mí una sensación de urgencia tan visceral?

—Apartaos —pido a mis compañeros con voz calma—. Voy a intentar levantarla.

Con sumo cuidado, descuelgo el laúd de mi hombro y lo deposito delicadamente en el suelo. Luego, doblando las rodillas, aso la argolla metálica con ambas manos, sujetándola con fuerza. Tomando una profunda bocanada de aire, empujo el suelo con las plantas de los pies, con todas mis fuerzas, y tiro de la trampilla hacia arriba.

Siguió a Yldiane a la noche observándola a ella y a su nebular. Dos curiosas piezas, aunque por motivos totalmente distintos. Absorto en estas disquisiciones Liam no pudo evitar dar un saltito cuando aquel hombre apareció de entre la nada... bueno realmente no era nada si no una sucesión de arboles y arbustos denominada comunment... bueno, que de la nada. Por lo menos consiguió evitar soltar un chillido, muy poco masculino sospechaba, delante de Yldiane... Y a todo esto ¿Por que le resultaba de repente tan importante impresionar a Yldiane? Era curioso como parecía sentir que la conocía mejor de lo que la conocía, como si hubiesen pasado tiempo juntos en el grupo... Pero aquello era absurdo, se habían conocido hoy y apenas habían intercambiado unas palabras. Curioso, quizás se le estuviese contagiando parte del desequilibrio mental que mostraban Mor y Ean. Esos si eran casos dignos de estudio. - Oh. Hola ¿Os enseñan sigilo a los varigals o es una afición vuestra?- Comentó el sonriente muchacho más por disipar su nerviosismo que por humor, el cual era una disciplina que lamentablemente nunca había conseguido dominar. - ¿Estarás bien solo?- Pregunto el joven sabiendo que seguramente se movería mejor con el grupo, pero aun así seguía siendo un hombre solo y visto lo ocurrido en la almenara...