Partida Rol por web

 Me paso los próximos meses limpiando la morada de mi maestro y reparando cualquier desperfecto causado por el paso del tiempo. También le ayudo en un pequeño huerto que tiene en una cueva, con un tragaluz en el techo que da al exterior y por el que entra toda la luz y agua que las plantas necesitan.

 También entrenamos con espadas de madera, gracias a los cuales aumenta mi destreza y resistencia físicas. Corro montaña arriba y abajo, para mejorar mi velocidad y resistencia. Pero lo mejor de todo son las lecciones sobre La Fuerza, su filosofía y sus usos...

 Durante lo dos meses que hemos estado en el planeta, he intentado reparar los desperfectos causados por la criatura alada en el caza, sin ningún éxito. El jefe no va a estar nada contento conmigo cuando venga y lo vea...

Sí, me refería a Físico. Ya joder, vaya resultados ¿qué te está pasando?

En todos esos días, el maestro Dasis había estado observándote, aunque no con lupa: un verdadero alumno hace lo que sea por aprender, y ésto tu nuevo mentor lo sabía. R2 había logrado acceder a las cuevas por una gruta interior, accesible desde la cúspide del monte, donde tu caza estaba atracado y a salvo. Se alimentaba de la poca fuente de energía que el maestro Dasis lograba obtener con unos termohumidificadores que tomaban agua de la raíz de la montaña y la humedad del ambiente, aparte de recoger luz solar con paneles voltaicos y almacenarla en pequeños almacenes portátiles. Aquella vida era suficiente para Dasis, y debía serlo de momento para tí.

El entrenamiento era agotador, pero era la única vía de escape a la vida de servidumbre que el mentor te daba. AÚN no te había enseñado en los dos meses que llevabas ya allí ni un ápice de la Fuerza en sí, tan sólo te daba piceladas teóricas acerca de ello. Por supuesto, hubo de reconocer tus mejoras físicas y el buen estado de su hogar.

A veces le hacías preguntas sobre su pasado, y desistía hablar de ello, pues había sufrimiento, pero sí que te comentaba cosas sobre Tarrestnom:

En algunos lugares de éste planeta crecen unos extraños árboles, con un alto contenido de sílice. Éstos árboles dan unos raros pero jugasos frutos negruzcos -eran aquellos que te había ofrecido el día que te encontró, tras despertarte-. Los árboles son en realidad las puntas de una maraña de plantas que reposa a grandes distancias bajo la selva. Todo el alimento qu enecesitan lo encuentran en los minerales del suelo, la luz del sol que recogen las puntas y una vasta cantidad de agua bajo tierra, retenida por toda la red de raíces subterráneas.

Hay quien dice que es en realidad una sola planta que con los siglos ha llegado a cubrir toda la corteza del planeta. El agua que retiene en su interior circula por todas las raíces, includias las que emergen al exterior. La presión hacia arriba que lleva el agua hasta éstas es a veces mayor de la necesarias. Se originan entonces pequeñas bolsas en las terminales de las ramas que se van llenanod con el agua acumulada, creciendo en tamaño.

¿Sabes porqué estás aún aquí? -te preguntaba el maestro Dasis ahora, después de la retahíla que te había dedicado-

 Escuché con suma atención las explicaciones de mi maestro, fascinado por la información que me transmitía acerca del planeta. Cuando me hizo la pregunta, le respondí:

 - Solo puedo especular, Maestro. Supongo que mi entrenamiento todavía no a terminado...

No me refería a éso, por supuesto que no ha terminado -decía el Maestro Dasis-: estas AÚN aquí porque esas bolsas en los terminales de las ramas arbóreas se van llenando de agua acumulada, creciendo en tamaño y en... vida. Toda esta enorme vida es la que da un halo particular a Tarrestnom para quien pueda sentir la presencia de la Fuerza... y entre ella se puede confundir perfectamente la de un viejo maestro jedi y un potente aprendiz padawan, aun incluso de la mirada del Reverso Tenebroso. Por eso, joven discípulo, sigues aquí.

Bien, basta de cháchara -dijo finalmente-. La Fuerza parece penetrar en tí, y tú acercarte a ella. Comenzaremos sintiéndola, percatándonos de su presencia y dejándonos imbuir en su salubridad mental, física y espiritual. Vamos al terreno de mi cosecha. Allí, hay rocas grandes...

 Me paso los próximos meses practicando telequinesis, moviendo para ello algunas rocas, tanto telepatía y lectura de mente, para lo cual practico tanto con mi Maestro como con animales pequeños, con el fin de desarrollar mi capacidad de sentir y leer las mentes de otros.

 También realizo entrenamientos en aspectos más físicos, como usar el poder de Velocidad para esquivar proyectiles en forma de piedras que me lanza mi maestro, y también en combates con espadas de madera.

 Durante lo otros dos meses que hemos estado en el planeta, me los he pasado continuando intentado reparar los desperfectos causados por la criatura alada en el caza. Para mí es ya algo personal...

 Finalmente lo consigo. Después de tanto esfuerzos, logro mi recompensa.

El maestro Dasis veía cómo sus enseñanzas eran propicias en tí. Tenías mucho ganado, eras un padawan que había guardado su potencial sin llegar a perderlo, y ahora lo habías convertido en Fuerza viva dentro de tí. Tu mentor estaba muy orgulloso transcurrido ese tiempo. R2 consiguió reparar las abolladuras de tu nave (que un droide sólo lo hiciera en cuatro meses era algo digno de contar, pues en aquel remoto planeta no era fácil manipular tecnología).

* * *

Días después, el maestro se presentó en tu cuarto. No te despertó, sólo quedó delante de tí, mirándote, esperando que lo hicieras por tí mismo. Debía ser costumbre en su raza no interferir en el sueño de los demás.

Levántate, Gaheris -te dijo-. Ha llegado el momento. Coge tus cosas, desayuna copiosamente, y salgamos de esta montaña.

Tras vestirte y reponer fuerzas, salísteis por una de las aberturas que daban al exterior por la cúspide, la explanada en la cual aguardaba tu caza personal.

Iremos a pie, vamos a hacer un pequeño viaje -añadió sin más detalle adicional-.

De ésta manera, descendísteis la montaña por la parte trasera, quedando R2 en la guarida. El camino al principio se hizo lento, pues el maestro era un ser anciano y caminásteis y caminásteis durante un largo trayecto. Llevabas una mochila con lo necesario para acampar, aunque ciertamente aquello era insuficiente. Dasis reiteraba una y otra vez que la Fuerza proovería. Atravesando la densa selva en dirección norte, tardásteis un par de días en llegar a una zona altamente montañosa. Notabas al maestro muy concentrado durante ese viaje. Finalmente comenzásteis a ascender por la pendiente de la primeras estribaciones, hasta llegar a cierto punto elevado de la primera falda de montaña. Acto seguido, el maestro se detuvo, y tu con él, delante de una cavidad: era la entrada de una cueva.

Ésta es la entrada a una profunda caverna -enteonces, delante de ella, se sentó en cuclillas y cerró los ojos, como meditando y hablándote al mismo tiempo-, tan profunda como tú mismo puedas ser. Algunos han entrado aquí y no han logrado salir, y otros que lo hicieron se convirtieron en algo mejor de lo que fueron.

Luego extendió su largo brazo.

Es tu hora, padawan -te dijo-.

 Miré con curiosidad la cueva mientras escuchaba con atención a mi Maestro. Finalmente, le miré a él y le respondí, respetuosamente:

 - Voy, Maestro...

 A continuación me dispuse a entrar en la cueva. Según parecía, se trataba de alguna prueba de algún tipo y debía de estar preparado para cualquier cosa, manteniendo la serenidad y la calma.

El maestro Dasis, antes de que partieras, te indicó que en el interior era probable que te encontraras algunas bifurcaciones, caminos posibles por los que poder optar (aunque no te especificó cómo hacerlo).

Nada más entrar te encontraste una entrada rocosa y húmeda, muy húmeda. Lo único que podía alumbrar aquello era una pequeña linterna que habías llevado y si necesitaras disponer de más luz, el encendido de tu sable sería suficiente.

Tras avanzar, pronto te encontraste en una especie de zona pantanosa, llena de una espesa niebla. Había unos extraños arboles retorcidos por todas partes. No se oía ni un sólo ruido, todo estaba en silencio (excepto el chapoteo de tus botas al caminar). Tras mirar hacia atrás, notaste algo extraño: no reconocías demasiado en terreno por el que volviste. Es como si esa cueva fuera tan enrrevesada y poco orientativa que no diera pie a seguir un itinerario. Tal vez fueran pensamientos tuyos. De repente, sin previo aviso, oíste algo.

¡Aaaaaaaaah! ¡AAAh! -era la voz del maestro. Éste no solía gritar, y te extrañaba que lo hiciera. No sabías por dónde accedían o de dónde venían tales quejidos. De repente le viste corriendo a unos cien metros, más allá, entre los árboles.

¡Vuelve Gaheris! ¡Regresa! -añadió-.

 Estaba claro que si el Maestro gritaba de esa manera, estaba en peligro y necesitaba ayuda. No huir y dejarlo a merced de que sabe que. Sin dudarlo, pero con precaución, fui corriendo en dirección hacia donde le veía, con intención de socorrerlo:

 - ¡Tranquilo, Maestro, voy en su ayuda!.

Avanzastes corriendo por el interior de aquella zona pantanosa. Tus botas pisaban charcos, atravesaban brumas y saltaban ramajes, trozos de raíces saliéndose de la tierra. Ya veías al maestro Dasis, y antes de tu llegada veías que un grupo de cinco soldados imperiales lo rodeaban, deteniéndolo. El maestro no ofrecía resistencia y poco a poco se lo llevaban. Por mucho que avanzabas fervientemente hacia ellos, no lograbas alcanzarles. Era como si estuvieran constantemente lejos, y pronto se perderían...

 Manteniendo la calma, traté de seguir el ritmo y tratar de seguirlos. Esperaba que si era paciente, surgiría la oportunidad de liberar a mi Maestro, pero debía de ser cauto y no actuar alocadamente, como se esperaba de un Jedi. Sin darme por vencido, procuré no perderlos de vista hasta que el terreno me fuera favorable...

Avanzaste por la zona pantanosa. Por un momento estuviste aliviado de que tu unidad R2 no estuviera contigo, pues no podría atravear aquel fango y marañas húmedas y escalofriantes. Desde luego tenías cierto miedo, pero prácticamente era todo curiosidad. Aquel sueño te había enviado a Terrastnom a completar tu entrenamiento, y parecía que aquello era lo que estabas haciendo.

Perdiste de vista a tu maestro y a los soldados imperiales, pero tras un pequeño montículo vístes a u tipo sentado, de espaldas a tí, como meditando. Estaba ubicado sobre una roca plana, y a su alrededor había hedor y charcos. Lo miraste con curiosidad, y él se giró.