Partida Rol por web

Ciudad de Mersem, mañana del tercer día de la primavera
Dos días de viaje tardaron en llegar a esta austera ciudad que tan mala fama arrastraba. Las calles sin asfaltar y llenas de barro húmedo, entorpecían el paso. Las casas eran de madera y paja. Solo las más ricas se construyeron en piedra; la posada, la casa del terrateniente y el cuartel de la milicia local.
Los lugareños, no eran agraciados. En su mayoría pobres, los bellos rasgos con los que nacieran, los perdieron en aquel inhóspito lugar.

El lugar era desde luego, mísero. Jord había conocido la miseria, pero en la forma sutil del desprecio, el dormir en un jergón mientras sus "hermanos" dormían en camas de plumas, en ser relegada a los extremos de las mesas y las peores piezas de comida, el de tener que llevar una armadura heredara. Pero lo cierto es que nunca había pasado hambre verdaderamente, siempre había tenido un sitio cálido y seco donde dormir y un lugar junto a la hoguera. Había podido crecer siendo, más o menos, una chiquilla, y el trabajo que había conocido había sido sólo el de escudera, librementre elegido y practicado con devoción hacia lo que significaba y hacia su señor, que era para ella más de lo que había sido su hermano mayor, ya nebuloso y sin rostro en su memoria. Ahora se daba cuenta de que había vivido bien, protegida entre los algodones del castillo de Talamanca y los protectores (aunque poco afectuosos) brazos de Lord Olmen. Así pues, la realidad le golpeó como una bofetaba y miraba con desconsuelo alrededor, a los niños tristes de tripas hinchadas, y los adultos sucios de miradas vacias, sin esperanza, sin futuro.

- ¿qué debemos hacer ahora mi señor? Si el foragido se esconde aqui destacará entre esta pobre gente, simplemente su volumen ya duplica la de cualquiera de estas pobres personas.- dijo con menos voz de la que pretendía

- Así es... si aun le queda algo de orgullo, no esconderá su titulo y por lo tanto, tendrá que ocultarse en el Templo de Nemie o si se ha despojado de todos los honores, como corresponde a perros de esa clase, estará escondido en cualquier lugar. 
Yo investigare sobre los recién llegados, tu acudirás al Templo y les preguntaras a los sacerdotes. 

Mersem es con toda certeza, el pueblo más alejado y el menos atendido, de todas las poblaciones del Valle. Sin embargo, poseía una de las mejores cervezas y era fuente de inspiración para recopilar nuevos rumores. 
No hacía mucho que Bariok llegase, tras una chanzas amigables, se gano el favor del posadero, que a cambio de sus dotes, le daría comida, bebida y una cama donde reposar lo ingerido. 

Haber llegado a Mersem, posiblemente gracias al destino, fue de lo mejor que le pudo pasar, pues esta gente, descuidada y abandonada, cuyas calles eran barro y casas de paja y arcilla, acababa de recibir la visita de un caballero. No tuvo momento de entrevistarse con él, pues se dirigió directo al Templo de Nemie, el único lugar que destacaba por su magnificencia. Un palacio en comparación con las casas que le rodeaban. 
Pero su suerte, iba en aumento, pues al día siguiente, dos caballeros, con una veintena de soldados, hicieron acto de presencia. Algo buscaba esa gente. 
Pero según los rumores, más notoriedad se manifestaba en la sala, pues se decía que dos extraños habían pedido cobijo en la posada, un hombre y una mujer, pero nadie supo ni quienes eran, ni que trataban. 

Mersem era con toda seguridad, el pueblo más descuidado de todo el Valle. Sus habitantes, sumamente pobres, malvivían de unas tierras húmedas y de un pastoreo enclenque. Las casas no eran más que chozas que en otros lados, las ocuparían los animales. 
De todo ello, lo único que demostraba tener dignidad y magnificencia era el Templo de Nemie, construido de piedra, mientras que las demás eran de arcilla y paja. 

Encontrar a Mermet, no resulto difícil. De entre todas las casas ruinosas, pocas eran las que se levantaban firmes. Una de ellas era el cuartel del pueblo, donde residen aquellos que sirven al Lord. 

Mermet, era el alguacil local. Uno hombre de tan malos modales, como higiene personal. De uniforme sucio, manchado por los asados y el vino ya tomados, barba de tres días, ojos legañosos y un hedor inconfundible, estudiaba las recientes visitas, pues en pocos días se habían reunido allí varios caballeros de noble casa. 

La tentación de abrir la carta y espiar el contenido de ella crecía cuanto más me alejaba del Castillo de Talamanca. Mi pueblo sufriendo ataques de piratas y yo usada como un mensajero perdiendo el tiempo de manera absurda. Lo único que habían conseguido era que me cabreara aún más y respetara menos al actual soberano. Encima, Lord Olwen estaba preocupado por un robo, seguro que alguna joya personal. "Encontrar a Mermet, entregar carta, conseguid audiencia. Tendré el apoyo de Alester...". Observé el ruinoso aspecto del pueblo y murmuré un "genial" sarcástico, por otro lado, la concentración de nobles llama mi curiosidad. ¿Alester también les ha enviado aquí? ¿Para qué? ¿Qué pasará aquí? Esperé mi turno para entregar la carta. Alester podría mandar a cualquier emisario ¿Por qué la hija de un señor?  —seguía pensando en mi fuero interno—.

Aquellas dos personas tratan de pasar inadvertidos, escurridizos para las personas. Duraron poco tiempo en la sala común, desapareciendo en sus habitaciones. No obstante, tiempo te dio para ver que ella portaba un bulto oculto, muy bien disfrazado, menos para quien tiene un ojo avizor y es capaz de centrarse en los pequeños detalles. 
Por otro lado, se rumoreaba en la ciudad que un Caballero, al que andaban buscando en las proximidades, había robado un objeto de valor al Lord de Talamanca y que este, loco de ira, había mandado cientos de soldados en busca de dicho caballero. 

Ser Gerbasius y Ser Klauss, eran dos de ellos. Siendo el más llamativo el primero, que a sus espaldas cargaba con veinte soldados bien armados. 

No me cuesta identificar esas miradas furtivas en busca de perseguidores, esas prisas por estar fuera de la vista y los nervios a flor de piel. Pues yo mismo he estado en esa situación y es complicado disimular bien, hasta es dificil acostumbrarse... Lo único que me diferencia con ellos es que soy un desconocido y confio en mi anonimato, al menos por ahora...

En cuanto desaparecen de la sala común me acerco al amistoso posadero.

- Una pareja curiosa - comento sonriente - me recuerdan a una canción de los mares rojos. Esta cuenta la historia de dos jovenes que vivian un amor imposible y acabaron fugandose para eludir a quienes les impedian verse. ¿Crees que me contaran su historia? - me giro hacia las escaleras - Me gustaria componer una canción sobre ello.

Dos días tardaron en llegar hasta Mersem, lugar donde se haría el intercambio. Mersem, era una ciudad sucia, descuidad, desprovista de fuertes asentamientos o de lugares aseados. Solo unas pocas casas eran de piedra, siendo en su mayoría de barro. Estas eran la casa del Alguacil, la del terrateniente de las tierras y el templo de Nemie, el cual, se alzaba alto u poderoso frente a las otras casuchas. 

La pareja acudió a la posada, pues aquellas tierras eran demasiado húmedas y frías como para pasar la noche. Ocultaron su bulto, para que no fuera visto y entraron uno y después el otro. Tras hablar con el posadero, ambos se dirigieron a la habitación. 

- El encuentro será a medianoche, tras los muros del templo - un lugar oscuro y con facilidades para ocultarse, ya fuera desde lo alto o en las casas circundantes. Solo restaba hacer tiempo. 

El viaje se me ha pasado como un suspiro, una vez conseguido el trato y asegurado el botín, que por cierto es una preciosidad de espada. Nos habíamos movido con disimulo y rapidez, pero al menos alcanzamos la meta con el tiempo adecuado para llegar al intercambio, aunque seguramente en el castillo ya se hubiese corrido la voz del robo, por lo que habríamos de andar más vigilantes que nunca.

Y es por eso que antes de entrar en la posada mando a mi compañero primero y escondo el premio en un lugar donde solo alguien que buscase profundamente lo pueda encontrar, antes de seguirle en el camino y entrar como una persona más a pasar la noche. Conozco al posadero de alguna visita anterior, y es por eso que no tenemos problemas en conseguir una habitación con unas buenas vistas... y accesos. Entro en ella como noble por su casa, y arrojo mi somero petate contra la pared junto a la cama, antes de ponerme a revisar el equipamiento que llevo encima, empezando por las capas superiores de ropa y objetos.

-Bueno compañero, ¿qué piensas de Mersmen? Todavía tenemos tiempo hasta medianoche, si te interesa podríamos dar un paseo para revisar la zona, aunque antes preferiría elegir un atuendo más adecuado para la situación.

-Estoy de acuerdo contigo, primero consigamos algo de ropa informal, y sería buena idea eso de echar un vistazo por los alrededores-

Gerbasius compartió algunas palabras con lo lugareños, estos eran desagradables, desconfiados y maleducados, pero le sirvió para saber que otras personalidades habían llegado. 

Según comentaban, dos extraños habían llegado recientemente al pueblo. Una mujer y un hombre, que apenas compartieron palabras con nadie. Los podría encontrar en la posada. 
También un charlatán habitaba la posada con canciones y leyendas de otras tierras. Un caballero que recien llego se oculto en el Templo, pero que cuya descripción no coincide con la de Ser Carler y una mujer de ropaje noble y mirada sombría. 

Estando en la sala de la posada, antes de salir y hacer los deberes del buen ladrón, que es conocer la zona. Ambos, sentís una ligera amenaza, es ese instinto que te avisa de algo, aunque no sepas de que es. Con movimientos rápidos de los ojos, descubrís la mirada de un hombre que está sentado junto a la chimenea. Os mira con fijación. 

- Gracias por la información, señora - le dije a una lugareña mientras se marchaba

Me molestó la actitud de los aldeanos, como si yo les fuera a hacer algo. Los pueblerinos son estúpidos, desconfían de todo el mundo por igual, aunque se plantase delante de ellos el mismísimo Lord Talamanca y les preguntara donde está la posada más cercana, lo mirarían con los ojos entreabiertos y le dirían "¿Quien quiere saberlo?". Al menos había conseguido algo de información, en otras ocasiones he estado más cerca de ser apedreado que de conseguir las respuestas que buscaba.

Nadie parecía haber visto a Carler, al menos no era tan imbécil como para mostrarse en público, seguramente estaría escondido o alguien le estaría ayudando. Supuse que la escudera se encargaría de caballero del Templo, quizás consiguiera sacarle algo sobre el paradero de Carler, así que decidí que mi mejor opción era la posada, al fin y al cabo la mayor parte de los personajes destacados de aquella triste aldea se encontraban allí.

Me encaminé hacia la posada siguiendo las indicaciones de los pueblerinos que se habían dignado a hablar conmigo. Era un sitio acogedor, lo mejor del pueblo sin duda alguna, así que entré preparado para gastarme algunas monedas, en estos tiempos la información podía llegar a ser muy cara...

Gerbasius entró en la posada justo para irrumpir en un duelo de miradas que mantenían dos personas. Todo parecía en silencio alrededor, aunque no era así. Varías personas disfrutaban de su bebida y algunos también de la comida del lugar. Pero esas dos personas, una mujer en la barra, junto al posadero, mirando con atención a un hombre, un bardo que le devolvía la mirada, ambos dando la sensación de tratar de averiguar algo del otro... 

Pero el momento se perdió, con la entrada del Caballero, momento en el que ambos parecieron volver a la realidad. 

El posadero no dijo nada. El era mudo para los asuntos de los demás. Hizo un gesto de indiferencia y se marcho a seguir con sus quehaceres. 
Momentos después, el tiempo justo que requería subir y bajar, volvieron a aparecer aquellas dos personas. En ese momento, una mirada de ella, captó la atención del bardo. Fue un solo segundo, pero un instante escudriñador, donde se trataba de averiguar el máximo posible del otro. 

Justo en ese momento, entro un caballero por la puerta. Era alto y rubio, de porte severo, joven pero astuto y bien vestido, algo que señalaba que no era de este lugar. Se acercó a la mujer y mientras hablaba con ella, vigilaba los gestos del bardo.

Aun antes de tener oportunidad de abandonar la sala común, veis entrar aun Caballero alto y rubio, sus ropas y su porte, lo distinguen como alguien reconocible. El caballero se puso a la vera de la mujer y pegado a la barra. 

- Saludos posadero - dijo levantando la mano en gesto de camaradería- una jarra de cerveza, estoy sediento! - y bajando la voz hasta un susurro se dirigió a la mujer que tenía al lado- Os ruego me disculpeis señorita, no pretendía interrumpir lo que quiera que estabais haciendo con ese bardo, ¿puedo invitaros a beber como pago por mi descortesía?

Por un instante aquellas dos personas, que sin duda eran de las que me habían hablado los aldeanos, parecieron intercambiar miradas, y por alguna razón mi presencia les interrumpió. Me acerqué a la barra, cerca de donde se encontraba la mujer, que ahora se dedicaba a disimular y fingir que allí no estaba ocurriendo nada.

- Saludos posadero - dije levantando la mano en gesto de camaradería- una jarra de cerveza, estoy sediento! - y bajando la voz hasta un susurro me dirigí a la mujer que tenía al lado- Os ruego me disculpeis señorita, no pretendía interrumpir lo que quiera que estabais haciendo con ese bardo, ¿puedo invitaros a beber como pago por mi descortesía?

Aunque centré mi atención en la mujer que tenía al lado, estuve atento a lo que hacía el bardo, quizás no le agradara que hablara con la mujer y no quería verme involucrarme en un conflicto sin sentido.