Partida Rol por web

Enomoto mantuvo un rostro inexpresivo mientras continuaba con su conversación con el Hiena de Ponzoña.

Me temo que no puedo decir nada de lo ocurrido con esa mujer, acabo de llegar en el último barco y no estoy al tanto de los últimos acontecimientos. Pero conozco al mercader que lleva las pujas. Podría llevarte a él... aunque su presencia y modales son desagradables. Si esa pista no te interesa, podemos ir directamente a la taberna y charlar sobre nuestro pasado y los hermanos que hemos perdido. Una mesa y dos copas son un entorno más adecuado que hablar en plena calle.

Un poco más allá, Kaiho proseguía su conversación con el Cabo.

Padre trabajar en Palacio. Él hablar mal a Shogún, y Shogún castigar. Shogún encerrar a Padre en jaula como a pájaro, junto a escaleras. Padre no pájaro. Padre ser hombre libre.

Kaiho podría referirse al hombre enjaulado en plena calle. Si es así, podría suponer un problema su rescate, ya que los dos guardias que cortan el paso hacia la parte alta de la ciudad, pueden ver perfectamente desde su escalón la jaula y sus inmediaciones, quince o veinte peldaños más abajo.

La moneda que tendió Sabandija entró en contacto con los dedos de Tojo, y estos se cerraron para sujetarla. Hubo un tira y afloja. Algo le decía al K'Hlata que su moneda no iba a ser restituída. Al final, Tojo consiguió hacerse con la pieza de cobre. Mordió para comprobar su autenticidad, y al notar que la acuñación tenía formas exóticas, se la guardó bajo el kimono.

Mientras, Rastrojo hizo a Preocupado esperar...

Un momento. Yo también estoy interrogando a alguien. Le preguntaré por el Palacio, que hablando despacio seguro que me entiende.

Miiiiiiií... quereeeeer... sabeeeer... dóndeee... estaaaar... Palacioooo. ¿Tú entender, estúpido Nyueng Bao de mierda?

El mercader se encogió de hombros, haciendo como si no comprendiese a Rastrojo, lo cual era del todo imposible para alguien que hablaba con semejante claridad. Para compensarlo, el Nyueng Bao le tendió a Rastrojo una piel de castor, y empezó a hablar en el extraño idioma de estas gentes, tratando de vender su mercancía.

En ese momento, Preocupado se volvió a preocupar, y volvió a encontrar con la mirada al misterioso mago moviéndose entre la multitud de la plaza...

También vió al Usurero moverse, seguido de cerca por Sacamantecas, ambos en dirección a Rastrojo y al propio Preocupado.

Bah, da igual. Buscaremos un edificio grande y lujoso. No voy a perder más el tiempo con este venderratas...

Rastrojo se giró, tropezando con Usurero. Ambos cayeron al suelo, y la especia que había comprado el jefe de Sacamantecas se esparció en una pequeña nube...

Aaaaaaatchís... Atchís, atchís.

Cof, cof... Atchuaaaás... Aaaaatchuás...

Los lugareños se abrieron en círculo, alejándose de Usurero, Rastrojo, Sacamantecas y Preocupado, mientras estos dos últimos trataban de contener las ganas de estornudar que les daba aquella especia en el aire irritando sus pituitarias.

¡HU! ¡CHING! ¡YAO!

El extraño mago sacó de su manga ocho muñecos de origami, sujetos entre los resquicios de sus dedos. Al arrojarlos, su magia los hizo crecer hasta convertirlos en peligrosos enemigos de papel.

Los ocho monigotes rodearon a todo aquel que estornudara.

¡Quietos todos!-dijo en K'Hlata, seguramente eligiendo ese idioma al ver que Preocupado y Rastrojo más morenos de piel-Me conocen como el Brujo, y soy el hechicero de cámara del Shogún. En nombre de la higiene pública, seréis conducidos a la isla para manteneros en cuarentena y que no contagiéis a ninguna de las buenas gentes de Puerto Rata.

Enomoto alzó la manga de su kimono para ponerla a la altura de su nariz y protegerse de los gérmenes. Su voz sonó atenuada tras la tela.

Tranquilo, Ponzoña... El Brujo se encargará de todo. Esos completos desconocidos serán llevados pacíficamente a la isla... o serán exterminados.

La astuta Bimbawa no quería separarse de Rastrojo... o quizás era a Usurero del quién quería mantenerse cerca. Se abrió paso entre la gente hasta llegar hasta ellos y empezó a sobreactuar.

Cof, cof... Ay, que malita estoy, y qué poco me quejo. Atchís... Cof, cof, cof, cof...

Así, la llevarían a ella también a la isla. Los demás podrían copiar el truco de Bimbawa, si querían acompañarla junto con Rastrojo y Usurero (y quizás también Preocupado y Sacamantecas, si no conseguían contener el estornudo), o podrían hacer como si no los conociesen de nada. Incluso podrían luchar y plantar cara al Brujo y sus samurais de origami, en total ocho, si es que no se sacaba más de la manga.

Todo sucedió demasiado deprisa para que Preocupado pudiera ocuparse de preocuparse de todo lo que estaba pasando: el mago que había reparado en ellos y había usado sus poderes para invocar unas figuras amenazantes, la especies inundando el aire y Rastrojo, Usurero y Bimbawa tosiendo mientras los condenaban a permanecer en esa isla de enfermos que tanto le había preocupado al pasar por ella y conocer para que servía. No podía dejar que se llevaran allí a sus amigos, al fin y al cabo no estaban enfermos, cosa que le preocuparía. Aspiró para hablar e intentar explicar que todo era un malentendido, pero las especias se le metieron en las fosas nasales provocándole una tos irreprimible.

-Cof, cof, cof. Esto no es lo que... cof, cof cof. Parece, cof, cof, cof.

Como pudo se puso en guardia con su escudo y su lanza, aunque le era difícil mantener una posición firme con tanta tos. ¿Que era aquello? ¿Algún tipo de polvo mágico? Eso le preocupaba porque lo tenía dentro y no podía hacer nada por sacarlo. Con cara de preocupación se giró hacia Rastrojo esperando instrucciones, no sabía si tendría que defender al aprendiz de chamán o si aceptaría ir a la isla y allí quitarles aquella magia maligna de encima.

-¿Que hace... cof, cof, cof, mos Rastrojo?

Rastrojo. Era como el maloliente excremento de un babuino resbalando por tu cara. Igualmente molesto, igualmente sucio e igualmente inoportuno. Como no podía ser de otro modo, Ponzoña bufó, y siguiendo el ejemplo del guerrero de la mataba, extrajo un paño de su pequeño zurrón y se cubrió con él la nariz y la boca. 

Que Rastrojo acabara en la isla de los leprosos tenía un algo de justicia poética que no le desagradaba al Hiena, pero que los otros compañeros de misión pagaran por su inutilidad sí resultaba incómodo. Miró hacia Matagatos, a la espera de la reacción de este de cara a seguir a su superior allí a donde este le guiara, aunque fueran las puertas del infierno. Solo después podría dar una respuesta a Enomoto. 

Sabandija no sabía qué hacer. Ya daba por perdida la moneda pero, ¿qué iba a hacer si se llevaban a Rastrojo?¿Qué extraños poderes tenía aquel que se decía el Brujo y que hacía que figuritas de papel crecieran hasta convertirse en monstruos? 

Monstruos de papel, no te asustes, puedes romperlos.- O al menos eso pensaba. Sin embargo el problema era que aquel mago decía trabajar para el Shogun y según el anciano ciego allí estaba Elefanta. Se llevó la mano a la espalda, tocando la cuerda del arco en caso de que tuviera que actuar. Desde luego que, si todos eran apresados, se entregaría también. Pero mientras alguno se quedara él iría a buscar a Elefanta y luego a Rastrojo.

Sacamantecas se vio sorprendido por la situación pese a haber estado vigilante. Seguramente su dedicación a la protección cercana de Usurero le había impedido ver a aquel mago que decía trabajar para el Shogun.

Pero no le importaba. Protegería a Usurero y haría lo que su patrón le mandara. Aguantó sobradamente las ganas de estornudar que el polvo le había provocado a los que estaban a su alrededor y se colocó interponiéndose entre Usurero y aquellos monigotes de papel. Le importaba un carajo quién fuera el mago o para quién trabajara. Si Usurero no quería, Sacamantecas no permitiría que nadie se acercara a un palmo del prestamista.

- Ni se os ocurra acercaros. - Advirtió al mago y sus monigotes.

Ya está. Solo Rastrojo era capaz de lograr que les atacaran hombres de papel en mitad de un mercado. Se sintió tentado de dejar que se lo llevaran, o mejor aún, de asegurarse de que nunca más le volviera a importunar con sus tonterías. Pero, por desgracia, no solo se lo llevaban a él. Bimbawa tampoco le importaba demasiado, pero Preocupado era un soldado de la infantería, y Usurero era alguien importante entre los seguidores de campamento y hacia funcionar muchos negocios en la Compañía. Así que no podía permitirse no hacer nada.

-Me temo que debo intervenir, luego necesito saber más sobre tu padre y como puedo ayudar-dijo el oscuro, antes de acercarse con paso firme a los "infectados" y los guerreros origami-me temo que eso no es posible. Necesito a parte de esos hombres, y no están infectados, si no afectados por la nube de especias que los rodea. 

La nube se había dispersado hasta diluirse en el aire, lo que hacía que las palabras de Matagatos no estuviesen apoyados por hechos sólidos. Sin embargo las pituitarias seguían irritadas, y Preocupado, Usurero y Rastrojo seguían tosiendo y estornudando. Tal era así, que Rastrojo ni siquiera pudo dar instrucciones a Preocupado. Tanto mejor, no era seguro que el inútil de Rastrojo fuese a tomar la decisión acertada.

Con Matagatos tratando de defender a sus más mejores amigos, Kaiho se vió sin interlocutor. En ese momento, echó a caminar entre la multitud en dirección al centro del pueblo. Puede que, con su mal dominio del idioma, la muchacha hubiese malinterpretado las palabras del Cabo, o puede que fuese una chica tratando de evitar meterse en líos. Ponzoña o Sabandija podrían interceptarla, aunque tampoco tendría mayor sentido: salvando a su padre, él les llevará hasta la casa de ambos, y Matagatos podría volver a hablar con Kaiho entonces.

La leve vibración de la cuerda del arco de Sabandija fue correspondido con un ligero "toc" del bastón del anciano ciego en la rótula del K'Hlata.

Mala idea, chico. Mala idea-susurró a Sabandija.

Tojo recogió el pañuelo con el dinero de toda una mañana pedigüeña, se puso en pie con ayuda de su bastón y se alejó de la plaza. Se hundía más y más en el callejón, guiándose con una mano acariciando la pared.

Enomoto, por contra, mantuvo posiciones. No iba a escurrirse por una callejuela como un campesino o un maleante, y para abandonar la plaza tendría que pasar algo menos lejos de los "infectados" de lo que estaba ahora, así que prefería esperar a que se los llevasen.

Está bien, Sacamantecas... Atchuás, cof-cof. Yo me ocupo.

Usurero avanzó un par de zancadas, y dos de los monigotes cruzaron sus katanas de papel cortándole el paso, para mantenerle dentro del cordón sanitario y que no le estornudase encima a nadie. El anciano parecía dispuesto a hacer otra exhibición de retórica como el que les ganó el pase gratuíto delante de las narices (y otros apéndices) de los Sodomitas. No era para menos: estaban en juego sus propios negocios, que no podría llevar a cabo desde la isla de cuarentena.

Señor Brujo, atienda a mi razonamiento. Desde tiempos inmemoriales...

Atchús. Cof, cof... Atchís, atchús. Aaaaaatchuaaash...

Siguió estornudando y estornudando. Estaba tan anulado como Rastrojo, tanto para usar su palabrería como para dar órdenes a Sacamantecas. Lo que decidiese hacer el Rufián tendría que ser sin consultarlo antes con su amo.

Extranjero-dijo el Brujo a Matagatos, con un deje de desprecio-, lo que temas que es o no posible, o que necesites o no a alguno de los enfermos, no es para nada relevante. Una medida de precaución se hace por cautela, no por certezas, y tú no puedes asegurar al cien por cien que estos hombres no estén aquejados por la enfermedad, pero yo sí puedo afirmar al cien por cien que llevar a estos hombres a la isla no hará enfermar al resto de gente que está aquí.

Fue intransigente en ese aspecto. El Brujo hizo un gesto con los dedos, y algunos de los monigotes se movieron un poco. De su formación en círculo alrededor de Preocupado, Rastrojo, Bimbawa, Sacamantecas y Usurero, pasaron a una formación en paréntesis, facilitando la salida del círculo en dos direcciones.

El anciano con el tatuaje en la calva-dijo en alusión a Sacamantecas-puede abandonar la escolta de mis origami por su izquierda. Los otros cuatro, incluída la niña con maquillaje de guarra, caminad hacia vuestra derecha hasta el muelle del lago.

Uno de los monigotes le dió un azote en el culo a Rastrojo con su espada de papel, como un viajero haciendo caminar a una tozuda mula. Algo debía de tener interiorizado el mestizo, que empezó a andar entre estornudo y estornudo. Mientras, el Brujo añadió...

Cualquier nueva alegación o cualquier reticencia a caminar, será tomado como desacato a la autoridad, y se procederá a la liquidación inmediata de los elementos subversivos como si se hubiese cometido el delito de desenvainar un arma contra mi persona.

El oscuro suspiró con exasperación. Siempre igual. 

-Entonces me temo que no me deja más opción. Necesito llevármelos de aquí, necesito que puedan salir de la ciudad para volver al lugar de donde venimos. Y lo van a hacer-dijo, con un tono que no admitía opción a réplica, mientras mantenía las manos cerca de las empuñaduras de sus espadas, casi de forma casual, listo para el ataque que el brujo había prometido que habría. 

A tomar por saco. Aquel cantamañanas y sus monigotes de papel le habían tocado demasiado las narices. Sacamantecas miró cómo aquellos monigotes cambiaban su formación y luego escuchó la “oferta” del Brujo.

Simplemente sonrió de forma siniestra, y ensanchó su sonrisa cuando Matagatos confirmó que habría pelea. Bien.

El rufián se preparó para desenvainar y atacar. Debía ser rápido y certero, y comenzaría por los monigotes más cercanos a Usurero. Pero no era tonto y decidió seguir el ejemplo del Cabo de la Compañía asi que no llegó a tocar la empuñadura de su arma… pero por escasos milímetros. Si había combate estaría listo para atacar primero, o reaccionar a tiempo ante aquellos monigotes.

Las cosas no pintaban bien y siguieron sin hacerlo cuando ni Rastrojo pudo hablar con aquel mago, él era su única esperanza, solo un gran aprendiz de chamán como él podía sacarlos de ese lío frente a un mago poderoso que se ayudaba de malos espíritus, espíritus que habían tomado forma medio humana y los habían rodeado. Reaccionó instintivamente azuzando con su lanza al monigote que había golpeado a Rastrojo.

-¡Eh tú! Cof cof cof. No vuelvas a tocar a nuestro chamán, no se puede tocar a un chamán.

Ya se había resignado a ir a la isla junto a Rastrojo, Usurero y Bimbawa, al fin y al cabo era más importante cuidar del aprendiz de chamán que buscar a una puta, pero el cabo Matagatos pareció resistirse. Preocupado se puso en guardia, si había pelea se encargaría de que ningún monigote dañara a Rastrojo.

- Pero si se los lleva y no están enfermos puede que acaben estándolo...- Su voz fue sonando cada vez más insegura y débil a medida que acababa la frase. No le gustaba hablar en público y estaba claro que tenía fundamentos de peso para que fuera así. Lo que quería explicar es que, si se llevaban a Rastrojo y a los demás a una isla llena de enfermos infecciosos, acabarían contagiándose, estuviesen o no enfermos ahora. ¡Ojalá Plumilla estuviera allí para explicárselo!

La tensión cada vez era más palpable entre Matagatos, Sacamantecas y los soldaditos de papel del brujo. Sabandija, con el miedo metido en el cuerpo, trató de buscar algún sitio donde esconderse y desde el cual no le vieran disparar flechas a traición. No quería meterse en una pelea contra uno de los sabios consejeros del Shogun, fuese quien fuese ese, se imaginaba que el jefe de todos allí, pero no podía dejar a sus compañeros ser exterminados sin hacer nada. Buscó un sitio desde no le vieran tensar el arco amenazante y, con una flecha preparada, esperó el devenir de los acontecimientos.

Rastrojo echó a andar, para no llevar otro azote en el culete. Y aunque Usurero al principio estaba confuso, y se limitaba a estornudar, Bimbawa lo tomó del brazó para avanzar tras el chamán, de modo que el viejo no se convirtiera en el blanco de las espadas de papel.

Pero Preocupado no avanzó... y además blandía una afilada lanza con gestos amenazantes. Los cuatro samurais origami más retrasados intentaron pegarle sendos capirotazos en la cabeza. Uno lo logró. Las katanas de otros dos se estrellaron contra la lanza. El cuarto samurai alzó la espada sobre su cabeza, de modo que accidentalmente ensartó el filo de papel en un gancho de carnicero que colgaba del alero del tejado de una de las casas, y que los comerciantes locales usaban para colgar y exhibir carne aviar. Ese origami no podría hacerles azotes en el culo ni capirotazos durante un rato.

En cuanto a los demás... Ni Matagatos ni Sacamantecas llegaron a tocar sus armas, solo a acercar sus manos. En el caso de Sacamantecas ni siquiera importó que no saliese por el hueco que habían dejado para él, ya que el grupo de "infectados" (salvo Preocupado), ya se estaban alejando del guardaespaldas. Si alguien se metió en el callejón de Tojo y tomó un arco entre sus manos, o nadie se enteró, o los que se enteraron no le dieron importancia.

El Brujo sonrió burlonamente, como un niño que se sale con la suya.

Un filósofo Nyueng Bao dijo una vez... "Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces entonces estás peor que antes".

No quedaba claro si era una provocación para que Matagatos cumpliese su amenaza de intervenir, o la frase proverbial iba por Preocupado, por no haber echado a andar hacia el muelle del lago cuando se le advirtió por primera vez.