Partida Rol por web

Su nueva técnica de ataque había parecido resultar más efectiva que los lanzazos, aunque tampoco tuvo mucho tiempo para comprobarlo pues su rival se las arregló de alguna forma para hacerlo tropezar y se dio un tremendo golpe contra un tamiz. Pudo sentir como la carne de su frente y su pómulo intentaba colarse por los pequeños agujeros de la herramienta hasta que la inercia hizo que cayera al suelo dolorido y sin energías para seguir luchando. Todas sus preocupaciones se habían confirmado y finalmente había sido vencido por aquella magia oscura y peligrosa. Se arrastró un poco por el suelo en busca de su lanza y escudo, era un guerrero y si tenía que morir prefería hacerlo con sus armas. Desde allí comprobó que la batalla se libraba con suerte desigual para sus compañeros, algunos sufrían en duro castigo de los monigotes mágicos y otros con más pericia se iban deshaciendo de ellos. Le sorprendió sobre todo la maniobra que llevaron a cabo Bimbawa y Usurero, el viejo y la puta habían hecho mucho más que el guerrero en el combate, aunque a decir verdad cualquiera había hecho más y eso le preocupaba, aunque su mayor preocupación seguía siendo Rastrojo.

-¡Proteger a Rastrojo! ¡Proteger a Rastrojo!

En algún momento le tocaría fallar, y cuando sus tajos recorrieron el aire sin tocar papel, quedó claro que era en aquel. Maldijo entre dientes, con la nariz bastante dolorida, sabiendo que tenían que acabar aquello rápido. No sea que hubiera más sorpresas desagradables, que seguro que las habría. 

Viendo que los grandes guerreros tenían problemas con los soldaditos de papel, Sabandija trató de escurrirse por la espalda de aquel que atacaba a Ponzoña. Era la segunda vez en la misión que Sabandija trataba de ayudar al torpe rastreador del grupo de Rastrojo. Se a cuatro patas detrás del soldado de papel para que Ponzoña lo empujase y saliera volando.

En la plaza, con preocupado fuera de combate, los origamis se centran en Matagatos, que recibe otro fuerte capirotazo que le nubla la vista. El Cabo es un tipo duro, para la figura desgarbada que tiene, y resiste en pie. Por ahora. Pero estando en inferioridad numérica, es cuestión de tiempo que el Oscuro caiga.

En la calle que lleva de la plaza al muelle, Sacamantecas intenta hacer una maniobra extraña. Su contrincante también, y a punto está de ensartarse a sí mismo en el arma del Rufián. El cuarto samurai de papel está lo suficientemente dañado como para que sea más rápido acabar con él de un golpe de sable que arrastrándolo varias docenas de pies hasta el embarcadero. En cuanto al primer samurai, Sabandija se coloca a cuatro patas con tanta sutileza, que Ponzoña y el origami pelean a su alrededor sin reparar en él. Ponzoña no logra tirar del constructo de papel hacia el muelle, pero por lo menos evita el golpe de la katana.

Un poco más lejos, en el muelle, Rastrojo decide que las preocupaciones de Preocupado tienen un hueco importante en su agenda, y deben ser atendidas con total prioridad.

¡Se acabó! ¡Tengo que huír!

El chamán se arrodilló en el borde del muelle, y estiró la mano para alcanzar una estrecha piragua. Pero Godzilla tenía algo que decir al respecto...

Surgió del agua con las fauces abiertas, obligando a Rastrojo a levantarse hacia atrás para poner su mano fuera del alcance del cocodrilo. A continuación, el mestizo empezó a golpear con su bastón el borde del embarcadero, haciendo ruido para que Godzilla le siguiese. Pero con profunda frustración, vió que eran Usurero y Bimbawa los que aprovechaban ese momento para coger la canoa delante de sus narices.

¡No! ¡Cabrones! Sabía que no debía traer a esta misión a civiles... Un Hermano Juramentado estaría ahora mismo dando su vida en combate para que yo pudiese escapar. ¿Pero un civil? ¡Escoria! ¡Eso es lo que sois!

- ¡Estoy hasta la polla de ti, maldito pergamino arrugado! - Exclamó Sacamantecas mirando con odio visceral al monigote frente a él.

Aferró con fuerza su sable y lanzó un golpe con todas sus fuerzas tratando de partir por la mitad al desgastado origami, pero el papel animado mágicamente fue más rápido y se apartó en el último instante.

- ¡Quédate quieto, cojones! - Gritó exasperado el Rufián. Por el rabillo del ojo vio cómo Usurero y la jodida puta alcanzaban una de las canoas y se disponían a buscar. Bueno, no era que a Sacamantecas le importara mucho, él cumpliría su misión entreteniendo a esos monigotes de papel, o eliminándolos... aunque se pasara la tarde haciéndolo.

Ponzoña bufó como un búfalo a punto de atacar. Incluso pareció que de sus fosas nasales salía una vaharada. Entrecerró los ojos y embistió contra el origami con el objeto de lanzarlo al agua. Apenas alcanzó a ver la silueta de Sabandija arrodillado en el suelo a cuatro patas.

-Levántate y pelea como un hombre y no te arrastres como una sabandija, Sabandija -rugió.

Preocupado intentaba reptar por el suelo saliendo de la trayectoria de sus enemigos e intentando no entorpecer a Matagatos, era el único de sus compañeros que ahora podía observar pues el resto habían salido de su campo de visión en aquellos momentos. El Cabo se enfrentaba a dos de esas criaturas y le preocupaba el castigo fuerte que también estaba recibiendo, aunque era un chico fuerte y de momento resistía. Impotente intentó ayudarlo desde su posición.

-¡Cuidado! ¡A tu izquierda! ¡No no! ¡A tu derecha! ¡Otra vez a tu izquierda! ¡Cuidado con el otro!

Era imposible advertirle de todos los ataques que recibía, pero era lo único que podía hacer desde allí, esperaba que el resto ya estuvieran a salvo junto a Rastrojo y que Matagatos pudiera huir con ellos.

-¡Vete! ¡Salva a Rastrojo y al resto!

No quería que nadie se arriesgara por salvarlo, él ya estaba perdido, pero pensaba resistir hasta sus últimas fuerzas. Al menos moriría con su escudo y su lanza, como debía morir todo buen guerrero.

Matagatos gruñó al recibir otro golpe, pero no se daría por vencido, y mucho menos sería derrotado por dos malditos monigotes de papel. No, les haría pedazos. Y con esa convicción, volvió a lanzarse al ataque, con ambas espadas, dispuesto a cortar en pedazos a su enemigo. 

El grito de Ponzoña hizo que Sabandija se pusiese de pie de inmediato todo atribulado y sin saber qué hacer. Para pasar la vergüenza, cual avestruz, se metió en la primera casa que vio cerca. Allí respiró hondo echando un vistazo para ver si encontraba él también algún cubo de agua con el que poder reblandecer a alguno de los origamis.

Tan pronto como Sabandija entró en una de las casas, una anciana le sacó de nuevo a la calle a base de escobazos.

¡Taishi! ¡Taishi! ¡Furokoteno no kowayishiya namarajashi!

Quizás se podría traducir por "fuera, fuera, ladrón de mierda", o por "me violan, me violan, que alguien detenga al negro", o por "rebajas, rebajas, descuento en escobas hasta fin de existencias". Jamás lo sabrían.

Mientras Sabandija hacía el idiota, como forma subconsciente de llamar la atención y que se fijasen en él, Ponzoña logró arrastrar en su embestida al monigote de papel hasta el puerto. Ni siquiera tuvo que tirarlo al lago: Usurero y Bimbawa inclinaron la canoa desde el muelle de modo que un extremo se sumergiese y recolectase algo de agua, y luego de modo aparatoso maniobraron con la piragua para echar ese agua al primer samurai. Parecía que al final no iban a fugarse juntos, como dos locos enamorados, sino que querían la canoa para luchar con los constructos de papel.

En la calle, la lucha entre Sacamantecas y el cuarto samurai estaba equilibrado, pero equilibrado por abajo: los dos eran igual de mantas, y no eran capaces de eliminar a su contrincante.

Los dos samurais que quedaron en la plaza, por contra, eran unos espadachines excelentes, y consiguieron reducir a Matagatos. Entonces, con todo bajo control, el Brujo se les acercó y puso su bota sobre la mano del Cabo, obligándole a abrirla soltando a Agonía. Aquel mago Nyueng Bao se agachó y tomó la espada.

Sí... tal y como sospeché por lo eficaces que eran estas espadas con mis origamis... Son excelentes. Palpitan magia.

¡Cinco! ¡Ocho! ¡Coged a los prisioneros! Nos vamos. Tendrán ocasión de hablarme de estas armas en la comodidad de las mazmorras de Palacio. ¡Muahahahahaha...!

Tomaron a Preocupado y a Matagatos, ambos demasiado débiles como para resistirse, y entonces el mago lanzó un conjuro y el negro de su ropa se extendió como una nube de oscuridad. Para cuando la nube se disipó, el quinto samurai, el octavo samurai, el Brujo y los dos prisioneros habían desaparecido. No había Dicha... ni Agonía.

Sacamantecas respiró frustrado. No era capaz de sacarse de encima a aquel maldito monigote de papel... pero al menos no llegaban refuerzos.
En un último intento lanzó un tajo vertical tratando de sesgar a su enemigo por la mitad.
Si se lo quitaba de en medio, podría acudir junto a Usurero y seguir protegiendo a su mecenas.
Pero por enésima vez, la magia del origami hizo que esquivara el golpe del rufián.
- ¡Argggggh! - rugió de rabia. No podía seguir así... tarde o temprano se cansaría, y suponía que el monigote de papel no.

Los vio desvanecerse por arte de magia y la vieja y supersticiosa alma K´Hlata de Ponzoña se estremeció, provocando que el color de Ponzoña variara del negro al lívido, que no es blanco, sino morado y que es el color que toman las gentes negras cuando empalidecen,

Pese a todo, echó a andar con paso rápido hacia Sacamantecas, cogiendo de camino un cubo de agua y a sabiendas de que no alcanzaría a su compañero de viaje, arrojó su contenido en dirección al origami. Tenían que acabar con el último de aquellos monigotes antes de iniciar la búsqueda de su cabo.

Tan pronto entró en la casa Sabandija salió escopetado de ella, reculando con torpeza. Se cubrió la cabeza con los brazos como si aquella mujer le estuviera maldiciendo y pudier aprotegerse de sus maleficios así. Por allí fuera las cosas no iban bien y la magia tenía la culpa. Para un supersticioso K´Hlata todo aquello era demasiado y corrió a cobijarse en una casa que creyó vacía. Tenían que acabar rápido con los soldados origamis que quedaban y el agua parecía funcionar. ¿Cómo hacía aquel poderoso hechicero para manipular a sus marionetas sin estar presente?

Sabandija entró en otra casa a robar cubos, pero la anciana de la escoba le persiguió al interior de la vivienda, y los escobazos no dejaron un momento de calma para que el K'Hlata buscase el susodicho cubo.

Sacamantecas y el último samurai (de papel) seguían en empate técnico, y Ponzoña no podía ayudarle sin un cubo imaginario que si llegase a ser real no podría ni levantar de lo cansado que estaba.

¡Ya vamos en tu auxilio, Sacamantecas!

Decepcionante... Usurero salvando a su propio guardaespaldas. Ironías de la vida.

Volvieron a llenar medio palmo de la canoa con el agua del lago, y avanzaron con ella en brazos hasta la posición del origami. Tropezaron y se cayeron de bruces, y la canoa se impulsó por la inercia hasta los pies del samurai. En medio del combate, la pierna de papel da un paso atrás, pisando el interior de la canoa. La humedad empezó a empapar su espinilla, debilitando la estructura, y haciendo que el monigote cayese en el interior de aquella piscina portátil. Mojándose todavía más, el último rival fue vencido.

¿O quizás no? Sabandija salió de la casa, con la anciana diciendo cosas en su extraño idioma y dando escobazos en la cabeza del pervertido violador. A su llamada, empezaron a escucharse silbatos en la lejanía.

¡Piiiii... Piiiii!

Los guardias de Puerto Rata iban a llegar en cualquier momento.

Psssst...

De entre dos casas, la joven que vieron hablando con Matagatos trató de llamar la atención de los guerreros. Con un dedo hizo señas para que se acercasen.

Por aquí. Vosotros seguir a yo.

Podrían colarse en un callejón tras Kaiho, esperar a los guardias para luchar con ellos o tratar de escapar corriendo por las calles de Puerto Rata o en una de las embarcaciones del muelle con la que volver junto a Khadesa y Campaña.

- ¿Decepcionante? - Preguntó Sacamantecas sin esperar una respuesta. El rufián enarcó una ceja. Ya le explicaría luego él a Usurero cómo funcionaban las cosas.

- Vamos. - Dijo impulsando con urgencia su voz para que Usurero, y por ende la prostituta, siguieran a aquella mujer. - Sigamosla. - Añadió con prisa. Prefería no estar en medio del callejón cuando llegaran los guardias.

Quizá les estaba llevando de lleno a una trampa o quizá no. Si era un trampa tendrían que combatir igual... pero si no lo era habrían evitado un gran problema y podrían decidir cuál sería el siguiente paso.

El rufián ya daba por perdidos al Cabo y al guerrero K'Hlata de la Compañía... pero intuía que tanto Sabandija como Ponzoña se encabezonarían en intentar sacarlos de donde quiera que los tuvieran presos.

Sólo confiaba en que Usurero fuera sensato y urdiera un plan para salir de aquella condenada ciudad, aunque sin beneficios dudaba que Usurero quisiera regresar.

-¡Qué desastre! ¡Se los han llevado!- La misión estaba resultando tal fracaso que Sabandija apenas se preocupaba de los chichones que le iban a salir en la cabeza por los escobazos de la vieja furiosa de ojos rasgados. Los pitidos de los guardias no auguraban nada bueno cuando una bella joven les llamó la atención para que la siguieran.

- Sí, sí, vamos.- Contestó a Sacamantecas. Todo lo que fuera escabullirse le gustaba a Sabandija. No quería enfrentarse a la guardia por nada del mundo.

¡Ay Rastrojo!

Bimbawa, Usurero y Rastrojo también tomaron aquel callejón. Ponzoña, como si estuviese poseido por un ser exterior, también se unió a la hilera de idiotas. Al fondo, del callejón los muros de las dos casas terminaban en una pared de roca que marcaba el ascenso hacia el barrio alto. No tuvieron que trepar: Kaiho se paró un poco antes para desplazar un panel oculto en la pared, dejando a la vista un hueco a ras de suelo por el que uno a uno fueron pasando.

Al otro lado le esperaba una habitación oscura, sin puertas ni ventanas, perfecta para someterles a una emboscada. Escucharon a sus espaldas el sonido del panel encajando de nuevo en su sitio, cortándoles toda posibilidad de retirada. A tientas, Kaiho encontró la vela del recinto y la encendió, convirtiendo la oscuridad de boca de lobo en una espesura de sombras siniestras.

Vosotros cerrar boca...

En el exterior se escucharon las voces de los guardias, confusos por la desaparición de los hombres que perseguían. Unos segundos después, las voces se alejaron, y Kaiho pudo hablar sin recurrir a susurros.

Ahora todo bien. ¿Dónde espadachín de piel rosa?

Le cogieron. Y al tipo de la Infantería también. Se los llevó ese al que llaman el Brujo.