Partida Rol por web

El viaje transcurrió sin incidencias. Después de varios días de viaje, el grupo pudo llegar a conocerse mejor, sobre todo a las nuevas incorporaciones: Ewan y Obelus. Satinder destacaba por pasar la mayor parte del teimpo ocupando las posiciones más avanzadas del grupo. Perdía bastante tiempo observando y escudriñando las plantas, flores y arbustos que rodeaban el camino que los llevaría hasta Wispil. Para el semielfo, el Bosque Verduran, era algo majestuoso. Sin duda era un vergel de naturaleza ancestral tan antiguo como la Floresta del Colmillo.

Por su parte, Obelus seguía preocupado pues en todo el viaje, todavía no había topado con un triste jabalí que llevarse a la boca. El mal humor del bárbaro se mantenía apaciguado, pues hacía un par de noches, el nirmathiano semielfo había conseguido cazar un venado. Obelus sabía que la carne de venado no era comparable al crujiente tocino de un jabalí chumarrado, pero reconocía que tras comerse una pata posterior y medio espaldar, la cosa había mejorado bastante.

A su vez, Ewan pasaba la mayor parte del tiempo dialogando con Elenzeran y Gudrid. El invocador escuchó de la viva voz del paladín, la exitosa misión que cumplieron en las tierras de Razmiran, esperando que también en esta ocasión la suerte los sonriera. No era tan raro que un grupo de agentes de campo del Decenvirato, fueran exterminados en una misión de mayor exigencia a la esperada...

Finalmente el grupo llegó a la bucólica ciudad de Wispil. Una localidad ocupada básicamente por gnomos y constituida de casa de dimensiones reducidas. La gran mayoría de la gente de las calles, se detenían para señalar a los piernaslargas y cuchichear a sus espaldas.

Tras unos cuantos días de viaje, por fin llegaron a su destino.
Durante el trayecto habían tenido la oportunidad de conocerse con mayor profundidad. Los nuevos integrantes parecían encajar muy bien en el grupo, incluso intercambiaban algunas bromas. El ambiente era sin duda distendido y agradable.

Sin embargo, Gudrid no conseguía alcanzar la dicha completa. Elenzeran se mostraba distante; apenas habían compartido unos momentos a solas en todo el camino. ¿En qué se había equivocado? La sacerdotisa estaba convencida de que algo había hecho mal, de otro modo no podía explicarse el porqué de su alejamiento.
Lo que sentía era nuevo para ella; hasta entonces el único amor que había conocido era el que sentía hacia su Señora.
Pero éste era distinto: era hermoso y angustiante a la vez. ¿Cómo expresar con palabras el ardor que anidaba en su boca por el beso que no llegó a dar?

En la tumba de su pecho, el corazón de la joven comenzaba a languidecer. Cientos de veces la muchacha había estado a punto de saltar a los brazos del blondo guerrero, abrir ante él las puertas de su corazón y liberar las sensaciones que la consumían por dentro. No obstante, siempre terminaba reculando. ¿Y si la rechazaba? ¿Y si no la encontraba hermosa?

Solía pasar largos ratos clavando sus almendrados ojos en aquél que era objeto de su deseo, y cuando éste le devolvía la mirada al fin, al percatarse de que estaba siendo observado, ella se ruborizaba y rápidamente dirigía la vista al suelo.

En más de una ocasión había pedido consejo a Aquella que siempre la amparaba, y calor recibía como respuesta. Un agradable y cálido abrazo que no hacía más que enaltecer el cariño que sentía por él.
Eso, al menos, hacía que la joven supiera que lo que su alma le pedía no contravenía los designios de su fe.

Tales eran las cavilaciones que habitaban en su ser, que apenas se percató de que habían alcanzado Wispil. Era muy curioso: la gran mayoría de ciudadanos eran gnomos y todo estaba construido en relación a su tamaño. En cierto modo, era encantador.

Gudrid se dirigió a sus compañeros: - ¿Cómo encontraremos a nuestro contacto?

Podemos preguntar, creo que eso sería un buen curso de acción-nada más decir eso, se dirige al primer peatón que pasa por ahí y se le acerca saludando con la mano.-Oye, oye, tú, no sabrás por donde vive un tal Wispil? Es un gnomo bajito -pone su mano a la altura de la pierna- de esta altura más o menos. La carencia de tacto del bárbaro es más que evidente, pero sin duda le resta algo de severidad por lo cómico de la situación.

El enorme bárbaro se acercó con una sonrisa hasta un atareado gnomo, el cual empujaba una carretilla llena de sandías de gran tamaño. El lugar, un poblado de gran tamaño de aspecto idílico y tranquilo, chocaba con el movimiento de las grandes ciudades del Mar Interior. La arquitectónica de Wispil era de una belleza rural inestimable. Casas construidas en las bases de los grandes árboles del milenario Bosque Verduran, calles empedradas y rodeadas de zarzas floridas de frutos y flores y gente que parecía disfrutar de la vida allí...

- ¡¿Wispil?!...- Exclamó sorprendido el gnomo mientras miraba la gran corpulencia de Obelus. El ulfen proyectaba una gran sombra sobre el gnomo, el cual apenas alzaba un metro del suelo-... Creo que te equivocas amigo... Wispil es la ciudad en la que te encuentras. Nadie de aquí se llama Wispil... Al menos nadie que yo conozca...- divagó durante unos segundos el gnomo - Para ser sinceros, sería un nombre demasiado estúpido para un gnomo... ¿no crees?- prosiguió en una hemorragia de verborrea incontenible - Por cierto... ¡¿Usted no es de aquí?! ¡¿Verdad?!... Bla, bla, bla...-

Aaah, era la ciudad, entonces no estamos en Falbin? quizás es al revés ir a wispil y hablar con Falbin, conoce a un tal Falbin?

Obelus está metido de lleno en una conversación con un gnomo, que vete tú a saber cuando puede acabar.

Obelus intentaba aclarar el follón que había iniciado de forma accidental, pronunciando el nombre de Falbin. En ese instante, los ojos del gnomo se abrieron de par en par, dando a entender que conocía al personaje que el grupo de pathfinders buscaba.

- ¡¡Aaaaaah!!... ¡¡Falbin!!... ¡¡El herborista!!... ¡¡Pues claro!!- asintió el gnomo realizando vistosos aspavientos a modo de indicaciones - Deben seguir esta calzada hasta bajar la loma. Cuando hayan pasado la casa de los Guinardos, los Everios y los Multinios, encontraran una enorme abarrotada de árboles y zarzas. Esa casa pertenece a Falbin el herborista.- Finalizó el gnomo recogiendo las astas de su carretilla y prosiguiendo su camino.

La respuesta más obvia a la pregunta de Gudrid se la dio Obelus al acercarse al primer oriundo para preguntarle por Falbin. Tras un hilarante momento de confusión que hizo las delicias del aasimar, el grupo de pathfinders consiguió la información.

Gracias, Obelus, gracias a ti ya sabemos a donde ir. ¡Gracias, lugareño! Vamos chicos, ya estamos cerca...

Cuanto antes llegaran a casa de Falbin, antes se pondrían en marcha para solventar los problemas de la región.

Ewan llegó a entablar grandes conversaciones con el paladín de Iomedae y la sacerdotisa de Sarenrae. Era ajeno a ciertos sentimientos que había en el ambiente, con lo que la relación entre estos dos la observó como simple compenetración entre compañeros Pathfinders. Pero sobretodo Ewan disfrutó de los relatos del paladín en cuanto a la anterior misión. Deseaba ayudar en la causa, y tener dichos relatos que poder contar él, ...., o simplemente compartir con sus compañeros al cálido momento de una taberna.

Entre pensamientos y futuros deseos, llegaron a Wispil, y su directo compañero Obelus, hizo los honores de proporcionar la información necesaria con su característica forma de ser, ..., cada vez le caía mejor, ..., se podía decir que era una mezcla entre entrañable y divertido. Pero lo que de verdad quería ver es al enorme ulfen en acción; prometía ser impresionante.

Antes de que el benigno gnomo, al que Obelus había preguntado, se dispusiese a dar excesiva información, y esta se perdiese en un mar de tormenta, el paladín, atento en sus formas, despachó amablemente la situación con el oriundo ser, para pasar a lo que realmente importaba: tenían una misión que cumplir.

Sin mucho más tiempo que perder, el grupo prosiguió el camino que el entrañable -y pesado gnomo- había indicado. A medida que iban avanzando, podían seguir disfrutando de la belleza de aquel reducto rural, pero aquella sensación de calma y paz se vio truncada cuando al torcer hacia un lado el camino, vieron como unas columnas de humo se alzaban de la casa de Falbin. Algo no parecía ir bien...

Ewan permaneció al lado de Eidolon mientras el grupo conversaba con los oriundos gnomos del lugar. Quería ante todo controlar a la manifestación de este, para que no causase miedo y desconcierto en la población del lugar. No era para menos, ya que la visión de un oso blanco con protuberancias cristalinas cerúleas a lo largo de su níveo cuerpo, no se podía decir que fuese un animal "muy natural".

El gnomo terminó por indicarles el camino, y mientras iban pasando las supuestas casas de las familias comentadas por el gnomo al que habían preguntado, Rampart, la manifestación extraplanar de su Eidolon, comenzó a mostrarse nervioso:

 - ¿Qué te pasa? - le susurró al oído a modo de tranquilizarlo.

Pero no hizo falta que este dijese nada, ya que se hizo visible el motivo de su nerviosismo. Parecía como si hubiese fuego en la supuesta casa de Falbin:

 - Rápido muchachos, parece que Falbin nos necesite.

Mientras decía esto, apresuró su paso, con Rampart siguiéndole a escasos pies, hacia la morada del gnomo al que buscaban ...

De un modo sorprendentemente rápido -gracias a Obelus- averiguaron dónde podían encontrar a Falbin.
Siguiendo las indicaciones que el lugareño les había dado, el grupo avanzó calle abajo. De repente, Ewan dijo algo que Gudrid no escuchó, pues se hallaba sumida en sus propios pensamientos. No obstante, no le hizo falta preguntar; ella misma lo vio: el humo ascendía hacia el cielo desde la que debía ser la casa de Falbin.

Ewan apretó el paso y lo mismo hizo ella, debían darse prisa si querían servir de alguna ayuda.

El paseo hacia la casa de Falbin se volvió carrera cuando percibieron el humo que parecía venir de la casa que les habían indicado como la del gnomo herborista. Elenzeran no dudó y se lanzó a una loca carrera, pues donde había un fuego podría haber personas en peligro... Por Iomedae!

El semielfo arquero frunció el ceño ante la humareda que se elevaba por encima de lo que debía ser la casa del gnomo Falbin, el compañero pathfinder que había sido enviado allí y que serviría de contacto en el lugar para el grupo. En aquel tipo de misiones, siempre rodeadas de intriga, solían pasar estas cosas... al poco de llegar a los destinos las cosas empezaban a complicarse más y más.

Pero aquella era la vida que habían elegido todos los presentes en el grupo, y seguramente por ese motivo eran más capaces que nadie a reaccionar ante las adversidades. El arquero, que era agil y rápido, cosa que había recibido de su herencia élfica, echó a correr hacia la casa sin titubear.

Si Falbin estaba en apuros, tal vez aún estaban a tiempo de salvarle.

Obelus, que iba el último, empezó a correr y acabó adelantando a todos, para sorpresa de sus compañeros y mientras se acercaba a la casa, ya iba desenfundando su espadón. Si no pasaba nada ya habría tiempo de enfundarlo más tarde. Pero como le habían enseñado, en caso de duda, le zurras.

A medida que el grupo se apresuró para llegar a la ajardinada y frondosa hacienda de Falbin, las voces de humanos se hicieron más patentes. Al parecer, discutían por algo, pero resultaba difícil distinguir por qué a tantos metros de distancia. Finalmente, cuando el grupo cruzaba las puertas de entrada al recinto, pudieron escuchar la voz grave de un individuo dando órdenes: 

- ¡¡Quemad todos esos arbustos!! ¡¡No dejéis nada!! ¡¡Las piezas serán para nosotros!!... No tendremos competencia...-  instaba a un grupo de humanos bien armados con arcos y espadas. Parecían cazadores o mercenarios experimentados, pues actuaban coordinado y con total tranquilidad... como si no tuvieran miedo a las consecuencias de sus actos. Eran tres y un par de ellos, azuzaban unos focos de fuego que habían iniciado. Pronto todo ardería como una tea...

El grupo de pathfinders también pudo contemplar como el cuerpo de un gnomo, yacía entre las calabazas de un pequeño huerto. Desde su posición resultaba extremadamente complejo afirmar si el pequeño estaba inconsciente o simplemente muerto. 

Obelus entró arrasando todo a su paso. Tras él, Elenzeran y Santinder se preguntaban cómo era posible que el ulfen corriera tanto a pesar de su tamaño y corpulencia. Un poco más atrás, Gudrid y Ewan seguían la estela de la cabeza junto a Rampart, la critura extraplanar.

La falta de subterfugio llamó la atención del trío de humanos. ¡¿Qué coño es eso?! ¡¿Un troll pelirrojo?!- exclamó uno de los cazadores señalando al bárbaro con su dedo. Acto seguido, el paladín aasimar y el arquero semielfo aparecieron tras Obelus y el hombre que anteriormente había dado las órdenes irrumpió de forma enérgica y despiadada:

- Me importa una mierda quién sean... ¡¡Simplemente matadlos!!