Partida Rol por web

Ok Alexis, fallo mío.

Elenzeran reaccionó rápidamente y sin dudarlo un instante se acercó hacia el lugar donde se encontraban aquellos cazadores que amenazaban los dominios de Falbin. Tras lo escuchado no había mucho lugar para la diplomacia, la herramienta preferida del aasimar. Desenfundó el mandoble y lo cruzó ante él.

Me parece que te hubiera venido mejor cerrar la boca, ahora tú mismo te has condenado....

El semielfo saltó de entre los árboles con gran rápidez hasta posicionarse junto al paladin de Iomedae, cuando observó los huertos consumiendose en llamas y el pequeño cuerpo del gnomo inerte entre las calabazas un odió profundo inundó su ser. El arquero había sido soldado antes que pathfinder, y como tal estaba acostumbrado a la guerra y la muerte que esta provoca. Pero la visión de un bosque como aquel siendo asaltado e incendiado de aquella manera le desquiciaba.

Sus dedos ágiles extrayeron una de sus afiladas flechas que colocó en Libertadora, su nuevo arco largo regalo de los Filos de la Libertad. Apuntó hacia el cazador que estaba más próximo y destensó la cuerda con suavidad.

Satinder estaba decidido a utilizar sus flechas para enviar al mismisimo infierno a aquellos asaltantes.

Ewan abrió los ojos como platos al ver el ruin ataque que estaban llevando a cabo dichos hombres contra el contacto que tenían que buscar en la misión. Aparte de esto, pretendían incendiarlo todo. No podían permitírselo.

Ewan pudo comprobar la coordinación y rapidez de sus compañeros. No le había dado tiempo a sopesar la situación cuando el paladín ya había tomado una posición en primera línea, y el arquero ya había efectuado un disparo.

Sin más pérdida de tiempo, Ewan corrió para tener una mejor visión de la situación y se giró hacia su Eidolon y le señaló al hombre más al norte y alejado:

 - ¡RAMPART! - Fue el único grito que profirió, pero este bastó para que su Eidolon comprendiese que debía actuar.

El combate se desencadenó como siempre... Violento y descarnado. Elenzeran extrajo el enorme mandoble de su espalda y tras besar la cruceta de su arma, allá donde se grababa el símbolo de la Heredera, se lanzó presto al combate. Por su parte Satinder, tensó con rapidez el arco y disparó a uno de los ruines cazadores que intentaban calcinar el jardín gnómico. Aunque su disparo fue certero, apenas rozó al contrariado enemigo, el cual comenzó a proferir lindos insultos focalizados en el arquero semielfo. 

Pero lo que no esperaba el soldado nirmathiano, era que una flecha se le hincara en su costado, tan dramáticamente que a punto estuvo de caer desmayado por el dolor. Esos tipos sabían disparar... 

¡No soy un troll! Responde Obelus con la nariz increíblemente colorada, su nariz parecía un indicador de peligro, pués al cazador no le dió ni tiempo a reaccionar, cuando con un potente golpe, le hizo caer.

El enorme ulfen de gruesa barriga, se encolerizó ante los comentarios de los cazadores. Cerró la boca en un grito sordo y arrugó la nariz mientras un tono rojizo invadía toda su cara. Luego se abalanzó sobre el contrincante que había recibido el rasguño de Satinder y descargó un poderoso tajo... Poco más pudo hacer el cazador. Una mitad de su cuerpo caía a un lado, mientras la otra lo hacía hacia el otro...

Aquel que parecía ser el líder, cargó una flecha y disparó al Ulfen bárbaro, pero su estado iracundo era suficiente como para ahuyentar hasta las flechas. El cazador marró su tiro y se vio obligado a retirarse.

 - Sí, amo. - Fue la contestación escueta, por parte parte del Eidolon, con una voz grave que imponía respeto.

Como una exhalación inició una carrera en pos del que había comentado Ewan. Pero los acontecimientos cambiaron, alejándose ambos cazadores y Ewan, en un cambio de táctica, dijo cuando Rampart pasaba a su lado:

 - ¡Rampart!, ¡dirígete al otro!

El Eidolon hizo un asentimiento de cabeza y continuó en su carrera, pero cambió posteriormente su dirección en pos del contrincante situado en el pequeño huerto de flores.

Sus compañeros demostraron una compenetración prácticamente perfecta: cada cual sabía perfectamente cómo actuar. De hecho, en apenas unos momentos, uno de los enemigos yacía muerto en el suelo.
Gudrid se quedó en una posición retrasada cuando sus camaradas se diseminaron por el huerto buscando posiciones tácticas adecuadas; ella, no obstante, no era tan diestra en esas lides.

Así pues, la joven sacerdotisa corrió para encontrarse con el resto y elevando la voz se dirigió a los malhechores: - ¡En nombre de la Brillante Dama os conmino a parar! ¡¿Utilizáis el fuego para destruir?! ¡No sabéis nada!
Una llama ardía en su mirada, pero duró sólo un instante y pronto se disipó. Su rostro recuperó su natural expresión de bondad. Acto seguido alzó ambas manos en un intento de hacer un llamamiento a la paz.
- Pero no es tarde para retractarse. Deponed las armas y rendíos. Sólo así veréis nacer un nuevo día.

Con todo, la muchacha tenía pocas esperanzas de convencerlos. Pero lo que deseaba de verdad era que el combate finalizase rápido para poder atender al cuerpo que se veía tumbado en el suelo, que sin duda debía ser Falbin.
Elevó una silenciosa plegaria a su Señora rogándole que preservase la vida del gnomo.

El fuego se extendía rápida y descontroladamente. Por ahora, el combate parecía estar controlado, pero esos hombre malvados que habían atacado al gnomo herborista, no dudarían en matarlos al menor descuido que tuvieran, y si no, satinder podía rendir cuentas de ello...

Tras los primeros escarceos uno de los asaltantes cayó víctima de la enorme espada de Obelus. Elenzeran salió corriendo con determinación en pos del enemigo más alejado y con el mandoble en ristre. No dijo nada, las palabras ya sobraban. Sin mucho más tiempo para elucubrar, el paladín se lanzó a la carrera contra el líder de aquellos gusanos. 

A pesar de todo, el ruin cazador se hallaba lo suficientemente lejos como para ensartarle una flecha en el cuerpo.

El semielfo se sujetó el costado dolorido por el flechazo que le había devuelto uno de los cazadores. Estaba claro que aquellos arqueros tenían puntería y subestimarlos en ese sentido era mala idea. A pesar del dolor el arquero nirmathiano volvió a tensar una flecha en su arco y disparó de nuevo contra el cazador, aunque este estuviera lejos la puntería de Satinder era realmente admirable, y no por nada se había ganado el título de "exterminador de hombres" entre los razimiri a los que en cierta misión hizo huir atemorizados de un combate.

La flecha del arquero penetró de forma limpia en uno de los hombros del cazador. Demasiado cuesta arriba se le estaba volviendo la lucha al cobarde. Pero lejos de abandonar, el taimado enemigo extrajo un saquito marrón de uno de los laterales de su ceñidor y restó espectante...

Ewan se encaminó hacia los barriles que había en el patio de la casa, con la esperanza de que contuviesen agua para poder ayudar a apagar el peligroso fuego.

Cuando llegó pudo respirar aliviado al comprobar la existencia del líquido elemento. Comenzó a cargar uno de los barriles para dirigirse hacia los focos del fuego.

Obelus aún sigue cabreado por la ofensa hacia su gran persona y busca el próximo objetivo al alcance. Avanza hasta el cazador e intenta separar la cabeza de su cuerpo, a ver si se le despejan las ideas.

El ulfen se lanzó con rabia contra otro de los cazadores despiadados. Obelus parecía un tipo inocente la gran mayoría de las veces, pero llevaba muy mal cualquier tipo de crítica a su excesivo peso o belleza algo distraída.

Estaba a pocos metros del enemigo cuando este le lanzó el saquito. El saco impactó y se rompió sobre la armadura del enorme bárbaro. Una mezcla de resinas, fango y alquitrán,  cubrieron a Obelus enlenteciendo sus movimientos... 

A Obelus le lanzan una bolsa de maraña y lo dejan pegado al suelo. Como no puede avanzar, centra su ira en esa sustancia pegajos y la empieza a cortar con su espadón, liberándose de nuevo. Aunque está claro que el cazador ha ganado tiempo, no ha sido tanto como quizás el esperaba. Pués ahora tiene a un Ulfen cabreado con un objetivo bastante claro.

El líder de aquel grupo de cazadores, mantenía alejado con su movimiento al paladín, pues la armadura de éste impedía que se moviera con la suficiente presteza. Así fue como al ver al enorme ulfen enmarañado con el truco de su compañero, decidió que la mejor opción era tumbar al enorme bárbaro.

Quizás de esa forma, tuvieran una vía de escape viable.

Sin pensarlo, tensó su arco largo y descargó una certera flecha que se hundió en uno de los muslos de Obelus. El bárbaró bufó más fuerte que un mulo, cuando la sangre comenzó a brotar alrededor de la herida.