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Escena 1: La Embajada

La embajada que Rusia mantiene en Georgia se encuentra en el centro de la ciudad de Tbilisi. Quienes provienen de países occidentales, la encuentran como un edificio pobre y viejo, en cuanto a decoración y ornamentos se refiere, teniendo en cuenta la importancia del mismo, pero los de la zona están acostumbrados al subdesarrollo. No obstante, destaca en comparación con el resto de viviendas de la zona. Se trata de una casa de tres plantas, de fachada blanca, pero oscurecida por el tiempo, y rodeada de un pequeño jardín en el que patrullan un par de parejas de agentes de seguridad.

Por el contrario, al entrar percibirán un fuerte cambio. La decoración es minimalista, moderna, elegante y de muy buen gusto pero que, a la vez, refleja el poco dinero existente. Una melodía de música clásica invade vuestros oídos sin que apenas os deis cuenta, produciéndoos una agradable sensación de tranquilidad. El gentío es lo suficientemente numeroso cómo para que las conversaciones se transformen en murmullos, pero no excesivo, unos 60 asistentes. Camareros, vestidos de etiqueta, circularán afanados de un lado para otro con bandejas de canapés y bebidas.

Surcas las calles de Tbilisi en un Skoda SuperB negro, el chófer conduce de una manera muy brusca y rápida pero finalmente llegas a la embajada. Uno de los guardias de seguridad te abre la puerta y te saluda con un gesto de cabeza. Ante ti queda ahora el camino que conduce a una puerta de doble hoja, un camino corto rodeado de un césped recíen cortado, que no tardas en percibir por el agradable olor.

Acompañas al ministro de Industria Sergei Volotvich, en un Mercedes negro. Durante el camino, charlásteis animadamente de los juegos olímpicos, de fútbol y… también de la difícil situación actual.

Tras haber repasado con el embajador y el responsable de seguridad, todas las medidas conforme al plan que estableciste. Sales del despacho del embajador cerrando tras de ti la puerta. Tienes campo libre para observar y hacer lo que deses, ya cumpliste con tu trabajo, este asunto, probablemente, no tenga mas novedades. Por lo menos ahora podrás comer y beber en paz.

Aspiro hondo y estiro las piernas.

Me gusta conducir rápido, pero odio ir de pasajero en un coche con un chófer que conduce como un maníaco. Por fin en la embajada. Espero que tengan mejor comida que la del hotel, estoy empezando a hartarme de ver nueces en los platos, en las salsas, en los postres...

Sigo refunfuñando mientras entro por la puerta del edificio.

Aún sonriendo al ministro y manteniendo ocasionalmente el contacto ocular con él, muevo la cabeza ocasionalmente para mirar si el personal está donde debería estar. Según la planificación debería conocer la cara de todos los miembros del equipo de seguridad, así que me detengo en cerciorarme de ello cuando caminamos a la embajada.

- Espero que todo salga bien hoy, Sr. Volotvich. - le digo para mantener el diálogo, si bien es demasiado obvio que ahora sí estoy de servicio.

Salgo al pasillo, desde mi posición en la primera planta, cerca de la barandilla, observo con calma toda la situación; un camarero se acerca con una bandeja llena de bebidas, observo rápidamente y tomo una copa de vino, dándole al camarero un apenas sonoro "gracias".

Estúpida ley contra el tabaco, en mi bolsillo pesa el paquete de cigarros mientras no hago más que estar aquí parado, con lo tranquilo que estaría fumando y no pensando en nada... pero no... hay que ser respetuosos con los demás y dejar de fumar en lugares públicos. Pero bueno, no le des más vueltas al asunto, tu trabajo ya ha terminado y ahora puedes relajarte... aunque si todo fuera tan sencillo.

Poca cosa llama mi atención, pero no por ello dejo de disfrutar de la velada.

Todos tus compañeros están donde tienen que estar y te sientes invadido por un sentimento de orguyo, has sabido hacer tu trabajo y tus hombres son disciplinados. No podrías decir lo mismo del personal ruso, que está más atento del pinchoteo y patruyan la sala de una forma más caótica.

Sergei Volotovich te dirige una sonrisa amable antes de contestarte, puedes ver que no es un hombre de jerarquías, sino del pueblo. Mientras te contesta nota como el volúmen de su voz decrece por momentos, para luego despedirse en un tono perfectamente audible por cualquiera de los cercanos.

Esperemos que sí, hay vidas que dependen de este contrato. Fueron muchos los que murieron el año pasado por el corte de suministro. Toda una vergüenza, se podía haber evitado perfectamente... Volotovich estira la cabeza, para saludar a un hombre entre la multitud. Discúlpame un momento, tengo un asunto que atender. Relájate y tómate algo a mi salud, lo estas haciendo muy bien.

Ves muchas caras conocidas, camaradas venidos de Rusia para disfrutar de la fiesta. Estáis en la posición poderosa de la negociación. Algunos de los presentes fuman no haciendo caso al consejo público, de todas formas, todabía no es una imposición sino una recomendación, en este país la ley aún está por aprobar.

 Demonios, hay demasiada gente aquí dentro. Dónde estará ese americano...

Escudriño la sala con la mirada, en busca de Ulder, nuestro anfitrión, o de algún conocido, y me fijo también en si alguien me observa, quiero encontrar rápido al americano.

Al ver alejarse a mi acompañante me aproximo a una de las mesas y cojo una botella de agua, la abro y bebo un par de sorbos. Me resulta curioso como hay gente que se desenvuelve bien en las embajadas, porque yo no soy uno de ellos.

Al ver una fuente de frutos secos me acerco. Cojo un puñado abundante, y los como con presteza.

Demonios, me encanta como saben estas cosas.

Avanzas casi corriendo por las calles adyacentes a la embajada. Como no podía ser de otra manera, tu taxi te dejó tirado a 10 minutos de tu destino por una avería en el motor. Pero intentas verle el lado positivo cuando sientes vibrar tu teléfono móvil en el bolsillo.

- Disculpe señor, pero los taxis en esta ciudad no son tan fiables como en casa...creo que no acabaré de acostumbrarme del todo a este ambiente, pero no se preocupe, ya diviso la embajada, y llegaré en poco tiempo. Ahora si me disculpa tengo que colgarle, ya le llamaré cuando tenga oportunidad...

Su voz era entrecortarda, ya que su respiración iba en aumento debido al ritmo que llevaba al caminar.

George era un tipo al que no le gustaba llegar tarde, nunca lo había hecho, era uno de sus propios principios. Odiaba tener que esperar a alguien, y por esa razón se esmeraba en llegar el primero a cualquier sitio, ni demasiado temprano ni demasiado pronto, sólo y siempre a su hora. Y esta era una de esas veces en las que se culpaba así mismo por llegar tarde. No volverá a pasar se dijo así mismo mientras acerelaba el paso hacia la embajada...

En verdad divisaba el edificio de la embajada en la ontananza y procuró enmendar su error corriendo hasta llegar a la puerta.

El ambiente en la embajada continúa animado, la música sigue sonando, los camareros siguen trabajando afanados mientras los asistentes degustan comidas y bebidas acompañadas de buenas conversaciones. Esta misma actitud es la que mantiene el anfitrión y el resto de individuos relevantes en la negociación del convenio. La mayoría de ellos son caras conocidas para vosotros.

Con las fuerzas aún mermadas y con falta de aire, George, decide descansar un poco en el marco de la puerta. Tras unos momentos de respiro se interna en la fuerza.

Pero no puede pasar inadvertido. Con las prisas y la perdida de su maleta en el aeropuerto, se ha puesto uno de los pocos trajes que traía en su equipaje de mano. En verdad le encantaba aquel traje, pero entendía que no era lo suficientemente elegante para la recepción, aún así, decidió ponerselo puesto que no había encontrado nada mejor.

Sobre su camisa blanca lisa habitual, se encontraba una chaqueta del mejor lino (a conjunto con su pantalón) de un color blanco como la nieve y tan reluciente como este.

Después de atraer las miradas de la gente se dedicó a buscar algo con lo que saciar su apetito, y algo con lo que calmar su sed. Pronto aparece un camarero a su lado al que le quita una copa de champagne.

- Gracias - Le dijo timidamente al camarero mientras fijaba su mirada en los allí presentes, en especial en las mujeres que allí se encontraban.

- Do svidaniya. - me despido del hombre con el que hablaba, recordar los viejos tiempos siempre termina siendo una conversación recurrente, pero la situación al final se vuelve incómoda cuando "el recuerdo de la Madre Patria" acaba mostrando las diferencias entre unos y otros.

Un hombre que no pasa desapercibido, para nada, entra corriendo en la sala. La gente se vuelve y se le quedan mirando, es joven, fuerte, desde luego no es un chupatintas.

Enciendo un cigarro ante la mirada de una oronda mujer que me observa con desagrado, exhalo una bocanada de humo que se pierde en la sala mientras sigo observando la situación; un camarero en ese momento me acerca una bandeja con canapés, miro cada uno de ellos pero termino rechazando la comida, demasiadas muertes por intoxicación. Para mis adentros sonrío mientras otro "antiguo conocido" se acerca a charlar.

Con desagrado sigo la conversación, odio tener que hablar en estas recepciones.

Como todos, miro hacia el recién llegado. No puedo evitar pensar que los americanos no tienen el menor sentido de la etiqueta. Como un cacahuete mientras sigo distraídamente con la mirada al yanki.

¿Dónde se cree que está? 

Desconfío sistemáticamente de la gente impuntual: si están dispuestos a robarte el tiempo, también estarán dispuestos a robarte el dinero... o algo peor.

Saco un cigarrillo y me lo enciendo, mientras sigo con la mirada al recién llegado.

George apuró su copa lo más rápido posible mientras se internaba entre los allí presentes. Pero el trago de champagne le había sabido a poco. Buscó con la mirada un servicio y cuando lo hubo localizado avanzó hasta él con paso firme.

Cuando llegó al baño se acercó al lavamanos más proximo y se lavó la cara concienzudamente una y otra vez, hasta que las marcas de su pequeña carrera habían desaparecido.

Se colocó el traje y sacó su movil.