Partida Rol por web

Verano, 1179

Hay cosas que no se pueden explicar. Que solo pueden sentirse. La gratitud, por ejemplo, era una de ellas. Leonor estaba agradecida a Doña Ginebra. Cuando había llegado a la torre de la alianza, hacía apenas unos meses, no tenía donde caerse muerta. Había trabajado como una mula por un lugar caliente y algo de comer. Y por algún motivo incomprensible había llamado la atención de Doña Ginebra, que le había nombrado su doncella (la idea era tan estúpida que a veces, sola, le daban ganas de llorar) personal. Incluso le había llevado al pueblo a comprarle ropa decente, que le recordaba a la que tenía cuando... cuando tenía una familia.

Leonor era agradecida, y trabajaba bien para su señora. Servía la comida, le ayudaba al vertirse cada mañana, era su voz ante cualquiera de los siervos del castillo y se las ingeniaba para que su cuarto fuera el mas arreglado y limpio, sus ropas las mejor cuidadas y recibiera los mejores y mas suculentos platos de comida.

Por supuesto no era lo único que hacía. Leonor seguía con la mente puesta en la venganza. Por las noches, a veces se despertaba con un grito ahogado en mitad de las entrañas, casi llorando. Necesitaba poder. Y para eso necesitaba convertirse en aprendiz de alguno de esos extraños seres, de poder casi increible. Lo primero era descubirir como eran, y si alguno tenía, o buscaba aprendiz. Así que tuvo los ojos abiertos, y estuvo a la escucha. Era necesario saber como eran, y si buscaban o tenían a alguien, antes de dar cualquier nuevo paso.

Mientras dedicaba el tiempo que le quedaba a seguir con sus estudios, y leía ávidamente cualquier libro que cayera en sus manos.

 Tras la excursión al bosque de Broceliande pasásteis por Rennes y tu nueva señora decidió adecentarte, además de comprarse algunos complementos para sí misma. Nunca dejaría de sorprendenter la cantidad de dinero de la que parecía disponer de forma "gratuita" la nobleza. Ésta, por lo menos, era un persona agradable, digamos que "condescendiente". Tus nuevas ropas te sacaban claramente del estatus de una sirvienta fregasuelos y te colocaban en uno nuevo de asistenta o dama de compañía de una verdadera señora. Nadie dudaría de eso. Salvo que abrieras la boca, claro. Estando al lado de Ginebra quedaban claras tus deficiencias en el campo de los conocimientos, incluso como asistenta de una dama rural.

En todo caso, tus servicios se le hicieron eficientes, correctos, apreciados y, poco a poco, como era tu deseo, prácticamente "imprescindibles". Al poco de volver a la torre tu señora, gracias a tus averiguaciones, se percató de que uno de los magos, un silencioso pero extraño joven de mirada entre dolida y decidida, Eliatar, iba a recibir clases de equitación por parte del señor de Pléchâtel, Guillaume du Montverte, y no quiso perdérselo. Ésto, por un lado, te obligó a permanecer menos a su lado de lo que sería común, pues, como era de esperar, no había montura para ti, y por otro lado, te permitía observar al tal Eliatar sin levantar suspicacias. Incluso intercambiar algunas palabras con él.

Eliatar tiene problemas con su montura. Más allá de que sea o no torpe (que no lo es, al menos en apariencia), el animal lo rehuye como si fuera un depredador. Lo hace por su propia naturaleza y no porque lo maneje mal. Tiene *algo*. Esto sólo es el principio de una larga serie de observaciones a lo alto y bajo de la torre, allí por donde puedes asomar discretamente tus naricillas de curiosa ávida de información.

Y descubres algo. Algo a la vez maravilloso y a la vez terrible. Gornych Wyvern, verdadero señor de la torre, mago terrible, se planteó el establecerse aquí para tener tiempo para, entre otras cosas, tener un aprendiz. Y los aprendices de mago da igual que sean hombres o mujeres, aunque en esta torre coincida que no hay más que magos. Tu hombre, tu informador, el agradable Rowen Hwithgref. 

¿Gano un px adicional por historia por la expedición al bosque de Brocalinde debido a mi merito de aprendizaje rapido?

Otoño 1179

¿Puede mas el odio o la esperanza? Aunque Leonor, claro, nunca explicaría esos cuatro meses de su vida en tales términos, lo cierto es que esa pregunta fue la ignorada base de su actividad. Tras la desgraciada muerte de Tristan al comienzo de la estación la joven criada, que no había olvidado que en una ocasión había sido amable con ella, se volcó en su trabajo, tratando de no dejar que la tristeza, y el odio, se apoderasen de su corazón. Su enfrentamiento con los bandidos le había removido recuerdos que siempre estaban, en todo caso, demasiado a flor de piel.

Si siempre había sido trabajadora, en estos cuatro meses se volcó en sus quehaceres casi hasta perder el sentido. Y además tenía muchas cosas que hacer. Siguió ayudando, y cumpliendo con sus obligaciones, con Lady Ginebra. Pero conforme a la petición de esta siguió indagando sobre los magos de la alianza. Sabiendo que el que era el lider, Gornych Wyvern, buscaba aprendiz, decidió demostrar a todo mago de la alianza su capacidad para trabajar y obedecer, como medio de preparación para el momento, que adivinaba cercano, en que iría a hablar con el mismísimo Gornych. Así cultivó su relación con Roland Belin y con Eliatar. Y además cumplió el encargo de Janos de Verdi.

Tras decirle este que necesitaba unas botas, habló con Tinaeus, y le pidió permiso, no solo para comprar las ropas, sino para ir a adquirir las distintas cuestiones que precisaba la alianza. Fue (si es que obtuvo ese permiso) con varios soldados, y con un carro. Y usó sus habilidades de regateo para obtener no solo buenas mercancias, sino obtenerlas a precios razonables.

Y por supuesto y sobre todo para cumplir el encargo del mago y traer las mejores botas de la región... y que no fueran demasiado caras.

Doblas y redoblas tu trabajo esperando que esto te prepare el camino para ofrecerte al iracundo y terrible mago como aprendiza. Odio o esperanza, desánimo o diligencia, testarudez o desidia... Nunca te hace falta resolver esas cuestiones, pues apenas cuentas con tiempo para ti. Tus decisiones son rápidas y rotundas y había algo en tu mente que te impulsaba a lograr una meta que hace escasamente unos meses ni hubieras podido pensar. Convertirte en maga, tener poder, usar hechizos para defenderte y hacer tu voluntad... Eran grandes aspiraciones, tal vez demasiado grandes para alguien como tú, pero siempre habías hecho las cosas que como se debía y habías sufrido grandes injusticias. Bien era posible entonces que después de tanta penuria Dios te reservara un destino igual de glorioso como humillante había sido tu pasado.

Hiciste tus tareas y más, obedeciste las órdenes y te adelantaste a ellas, averiguaste para tu señora y para ti misma, contaste incansablemente los cuentos que tu señora te pedía... y a la llegada del invierno estabas cansada, pero a la vez rebosante de ganas de que el viejo mago tuviera un momento para escucharte y para decirle tus palabras tanto tiempo meditadas.

INVIERNO DE 1179

Invierno 1179

Leonor aprovechó para tomar esas clases de intriga que su señora le había prometido. Y por supuesto siguió ocupándose de todas sus faenas, a las que ahora añadía tener el mayor contacto posible con los tres magos con los que había trabado buena relación: Eliatar, Roland Belin y Janos de Verdi. Su idea era tener los máximos conocimientos de los magos, de como eran y de lo que sabían, y de lo que hablaban, antes de tener esa conversación con el lider de los mismos: Gornych Wyvern

La estación transcurre en gran parte en la intimidad de la estancia de tu señora Ginebra. Lo que te revela son los entresijos políticos y oscuros de la forma de funcionar de la nobleza flamenca. No es oropel todo lo que reluce y bajo vestidos opulentos y apariencias magníficas se esconden algunas mentes dignas de ser temidas (y tenidas en cuenta). Y no sólo eso, sino que sus criados, aquellas personas "insignificantes e invisibles" son peones a veces más valiosos que los mismos caballeros. Y las batallas, muchas veces, se libran antes en los salones de los castillos antes que en las llanuras y colinas, con los soldados. Éstas son cosas que podías intuir, que tal vez podrías haber pensado con desagrado en alguna ocasión, pero es muy diferente imaginárselo de que te lo expongan friamente. La mentira, las alianzas matrimoniales y las relaciones comerciales o familiares tienen a veces mucho más peso que quién es el poseedor de la mayor cantidad de soldados. Espeluznante, sí, pero es la cruda realidad.

Ginebra relata esto con gran capacidad, anécdotas, detalles deliciosos y poniendo el acento en la parte que se refiere a la obtención de información, parte crucial en toda guerra. Alguien puede haber perdido una batalla sin todavía saberlo...

Estas clases tan instructivas resultan en la inversión de buena parte de la estación y sólo puedes dedicar algunas horas sueltas a las paralizadas obligaciones de servicio y a hablar, dentro de lo posible, con los tres magos con los que has entablado cierto contacto. De los tres magos es Roland Belin con diferencia el que más se presta a conversaciones, aunque también el que más cuidado tiene con sus palabras, hablando mucho y desvelando poco, aunque sonrie pícaro al descubrir tu curiosidad (al parecer tampoco le da demasiada importancia, siendo como eres una sirvienta de la torre). Eliatar no es en absoluto buen conversador y llega escasamente a gentil, mientras que Janos... Janos directamente no aparece por ninguna parte. Los tres parece que se dedican a actividades solitarias en sus habitaciones, Janos y Roland estudiando libros y Eliatar montando por fin su laboratorio (con una estación de diferencia respecto a sus compañeros). Y sí, agradece algo de ayuda, aunque no te lo pide directamente. Es de él de quien, curiosamente, consigues más información, pues no es muy hábil con la mentira o la diplomacia: son magos, forman parte de una organización que abarca Europa entera, no se llevan bien con la Iglesia y su casa, la misma a la que pertenece Gornych Wyvern, está encaminada a las artes de la destrucción. Su casa (que así es como la llama) es la más solicitada cuando se presenta la batalla y ellos, la más efectiva fuerza destructiva que jamás a existido, salvo por su fundador, claro (un tal Flambeau, que dio nombre a su casa)...

PRIMAVERA DE 1180

Primavera 1180

Decir que Leonor era feliz sería decir demasiado. Pero por primera vez sentía que sus heridas habían empezado a curarse. O mejor, a no doler demasiado. Había cosas que no podían curar nunca.

Durante la primavera la sirviente... sirvió. Aunque ahora se prodigaba en dos quehaceres totalmente distintos. De un lado ponía su inteligencia en servir a Doña Ginebra, por otro ayudaba a Janos de Verdi en su taller.

Su mirada inteligente trataba de aprenderlo todo, de comprenderlo todo. Tenía la destreza, y también la vitalidad suficente. Y tenía la inteligencia y la percepción. Quería saber.

Terminaba agotada, y solía compartir con su señora todo lo que había ido pasando.

La primavera resulta una estación engañosa, exultante pero tan llena de actividad que llega incluso a resultar abrumadora. Tu señora decide seguir con sus clases de equitación, que se han transformado ya en días completos de excursiones a caballo, conviertiéndose rápidamente en una celebridad local, dada su extraordinaria belleza.

Tú, por tu parte, no tienes más que preparar las cosas para que sean del agrado de tu señora casi siempre ausente y tratar de colaborar en la medida de tus poco entrenadas manos lo permiten en las tareas que te encarga, también, Janos de Verdi. La comunicación con él resulta también complicada, pues el joven herrero-mago no es capaz de expresarse en bretón o francés y tú apenas lo logras en latín. Más allá de eso, esta estación él abandona la alianza, rumbo a Aquitania oriental, a las montañas, en pos de un ave que precisan para su magia (o algo así).

Descargada así de tus obligaciones, dispones de más tiempo para ti misma del que jamás habías dispuesto desde tu niñez. Paseas con tareas ligeras por la torre y escuchas conversaciones y observas, tratando de combinar un oído agudo con una inteligencia aguda, poniendo en práctica las enseñanzas que al respecto te ha proporcionado tu señora. Pero hay poco que hacer, pues quienes ahora ocupan la torre no son otros que grandes, sucios, vulgares, malablados y hoscos soldados normandos. Desde su llegada, acompañando al capitán de turba Edmund Simon, no hacen sino ponerlo todo patas arriba y decir animaladas o comportarse como los incivilizados hijos del norte que son. Sólo están a un estrecho paso de ser bandidos. De esta manera, lo que prometía ser una estación casi idílica, se convierte en poco menos que una pesadilla...

VERANO DE 1180