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En vuestra casa habíais recibido la buena nueva de vuestro Señor, el Conde Rodrigo IV de las Asturias. Os soprendió que hubiera pasado bastante tiempo sin saber mucho de él de forma cercana y no por noticias y oídas... Ahora su palabra había entrado en vuestro hogar:

En vuestra casa habíais recibido la buena nueva de vuestro Señor, el Conde Rodrigo IV de las Asturias. Os soprendió que hubiera pasado bastante tiempo sin saber mucho de él de forma cercana y no por noticias y oídas... Ahora su palabra había entrado en vuestro hogar:

En vuestra casa habíais recibido la buena nueva de vuestro Señor, el Conde Rodrigo IV de las Asturias. Os soprendió que hubiera pasado bastante tiempo sin saber mucho de él de forma cercana y no por noticias y oídas... Ahora su palabra había entrado en vuestro hogar:

Habíais oído hablar unos de otros. Incluso os habíais reunido entre la presencia de vuestro Conde tiempo atrás, en otras de sus llamadas señoriales, aunque es posible que no recordárais dichos eventos precisos y a cada uno de los comensales de su casa y vasallos a su servicio. Sin embargo coincidísteis, sorprendentemente, en una vieja posada en la estepa castellana, con vuestros compañeros. También llevaban monturas y servicio a las espaldas.

Formose un gran revuelo en dicho lugar, por albergar a gentes de tan alta estima, pese a que no revelaron sus nombres a nadie, pero se veía que eran hombres de honor y valentía. Sin embargo, los viajeros destacados si charlaron entre si, bajo el fuego de chimenea de una noche de tormenta. Recordaron y honraron a su señor el Conde de las Asturias y decidieron continuar todos juntos su camino hacia su casa, para el nombramiento.

Habíais pasado el primer día tras la salida de la taberna sin cazar, pues al parecer en esos terrenos no habíaiso podido encontrar una buena pieza que alimentar a todos, ni siquierea vuestros "avispados" mercenarios. Os hallábais ahora en el camino entre una población llamada Llanos del Condado y Soria. El clima se puso fresco de improviso, amenazando con fuertes lluvias mientras recorríais las interminables praderas ocres que ofrecía el monótono paisaje salpicado de vez en cuando por alguna arboleda raquítica de hojarasca.

Al atardecer se divisa una construcción en el horizonte que no tardásteis en identificar como un modesto grupo de granjas rodeado en su conjunto por una cerca de madera bastante endeble, una especie de empalizada pequeña y maltrecha. En el centro del círculo de casas destacaba un pozo y una caseta de madera que bién podría ser una leñera o pequeño cobertizo.

 Antonio se quedó en lo alto de la loma, observando la tarde. Durante el viaje no habían hablado demasiado. Quizas por que los caminos son peligrosos y nunca esta de mas ser atento. Bajose del caballo y a su guardaespaldas le dijo:

-Esta aldea parece un lugar tranquilo para descansar.-despues se giró hacia el resto de sus compañeros, sabedor de que le habían escuchado- ¿no creeis amigos?

Pero en ese momento un ataque de tos lo hizo trastabillar hasta casi quedar de rodillas, gracias a su guardaespaldas que lo sujeto hasta que Antonio se hubo recompuesto.

Todos notáis como Antonio tiene dificultades de respiración, tos y una palidez en la cara poco normal.

 Detuve mi caballo en lo alto de la loma, tal como hizo mi compañero de viaje, y observé el perfil de construcciones destartaladas que se recortaba en el horizonte. Ante las palabras de maese Antonio asentí.

 - Ciertamente. Parece un lugar humilde, pero a bien seguro que esas amables gentes tendrán a bien acomodarnos tal como merecen vuestras mercedes. - Dije con una sonrisa mirando a mis compañeros de viaje - Hoy cenaremos caliente.

 En el momento que el ataque de tos sobrevino a maese Antonio, bajé del caballo e intenté ayudarle a sentarse.

 - Bebed, bebed un trago de agua. - Le ofrecí de inmediato mi propio odre y traté de identificar qué le sucedía, pues no parecía un simple acceso de tos. - ¿Qué os sucede, maese Antonio?

Manuel que iba conduciendo al caballo con una mano, y con la otra jugando con su vieja baraja de cartas, ya algo desvencijada, no se hubiera llegado a dar cuenta de la parada de sus compañeros de viaje si no llega a ser por Antón, que dejó de caminar a su lado, poco antes de que Alvar hablase.

Dando la vuelta, ambos recorren los pocos pasos hasta ponerse a la par, y Manuel salta del caballo mientras contesta:

- Por mi parte, de seguro he estado en lugares peores, la humildad no me asusta. Es más, muchas veces se agradece.

Al ver cómo maese Antonio está a punto de caer al suelo se queda callado por un momento, dando gracias mentalmente a conservar la salud y, al igual que Antonio, viajar acompañado. Cuando éste declina la invitación de Alvar, vuelve a mirar hacia adelante, y comenta optimista:

- Será mejor que nos demos algo de prisa, para que pueda descansar bien, si es un catarro, un buen sueño tras una cena caliente puede hacer milagros.

 Muy agradecido-dijo reclinando la oferta del agua-pero no se debe preocupar su merced por mi. traigo mi propio agua y es por seguro que no querra usted mis labios cerca de la suya. Puede que sea simplemente un catarro, pero tengo la frente caliente como el pecho de una manceba y Dios sabe que he visto ha mucha gente caer bajo el peso de esa calentura...la de la fiebre digo-rio guñandole un ojo a Alvar.- No teneis que preocuparos, Rabah cuida de mi.-Le dió una palmada en un hombro a su guardaespaldas y con su ayuda volvio a subir a su montura.

Era extraño que ninguno de sus compañeros se hubiera opuesto a ir con aquel arabe. No tenia nada de malo, pero la gente no solía estar comodo junto a ellos. De todas formas ya les había explicado que aquel moro era de confianza, y nadie lo puso en duda.

Claro, mi señor -decía Muthabi mientras miraba hacia arriba (debido a la altura, y no por el caballo) al tiempo que empujaba a su amo para ayudarle.

 Azuzo algo al caballo para ganar distancia respecto a mis compañeros, simulando ganas por llegar y cenar. Cuando estoy a distancia prudencial (unos cien metros o así), pongo el caballo nuevamente al paso e invoco el poder del amuleto que fabriqué cuando regrese de combatir al infiel.

Apenas entendía el chiste de las últimas palabras de su amo. El soldado simplemente se dedicó a seguir caminando hacia la aldea, bajo su máscara, mientras se levantaba el pesado escudo que tenía sobre su espalda.

Después de andar unos diez minutos, llegásteis al pueblo. Lo único que había eran varias chozas, zonas de animales y una empalizada. Cerca de la aldea veíais un bosque. Una vez alli, no se divisaban personas o animales a simple vista El olor no era muy bueno que digamos, procedentes de un recinto donde, seguramente, habría algún puerco y una especie de cuadra sin animales, llena de estiércol... El suelo de la aldea era húmedo y embarrado. La verdad es que aquel sitio era un lugar poco propicio para unos nobles (hablando de exquisiteces y demás lujos). En esos momentos, el cielo se oscureció, y un grupo de nubes que antecedían a la noche, la cual llegaría pronto, hizo irrumpir en la escena un terrible trueno que amenazaba a tormenta.

 Temome que este lugar habra de ser nuestro refugio. Pienso, y eso es algo que a mi edad se hace a menudo, que deberíamos preguntar a algun amable aldeano, quizas al señor de estas tierras si lo hubiere, sobre un sitio calido y resguardado donde esperar a que pase la tormenta. Que en el horizonte veo que durara mas que poco-dijo Antonio arreando a su caballo hacia una de las casas cercanas, la que mejor aspecto parecia tener.

 - Sabias palabras. Sobretodo teniendo en cuenta que lo último que necesita vuestra merced es una pulmonía.

 Busco entre las casas alguna que desprenda luz del interior o humo por su chimenea y, sin dudarlo un instante, me dirijo hacia la puerta y al grito de:

 - ¡AH DE LA CASA! - Intento abrir la puerta..

Del interior de una de las casas cercanas, escuchásteis la voz de una mujer, que respondía a vuestros preceptos desde el interior, sin ni siquiera abrir la puerta:

-¿Quién es? ¿Quién se atreve a pertubar el silencio de esta aldea? -preguntaba la voz.

Me sorprendió tan austera respuesta, sin embargo entoné con buena voz una réplica que desbaratase los innecesarios recelos que parecían mostrar aquellas gentes.

 - Somos hidalgos fieles a Dios y a la Corona. Hemos arribado a esta modesta aldea, junto a nuestros sirvientes, y requerimos de cobijo para pasar la noche y poder partir al amanecer. Mostraos sin recelo, mujer. Nada debéis temer de nuestras acciones.

 Debido al ulular del viento y los truenos ocasionales, mi voz debería haber emergido de mi garganta con más fuerza para poder ser escuchada. Por suerte, justo en el momento que pronuncié mis palabras el viento y los truenos hicieron una breve pausa, así que escuché el eco de mi voz rebotar por las paredes de la aldea. Por tanto, todos los presentes pudieron escuchar lo que dije.