Partida Rol por web

Al oir que su compañero llevaba a su otro nieto y que no había salido del bosque, Dolores comenzó a sollozar. ¿Dónde estaría su hijo? ¿Dónde? Dolores le proporcionó lo que pidió, pese a que sabía que era una completa locura.

Pronto se haría de día.

Manuel se moja la cabeza para despejarse, pues entre el fuego que siempre atonta y el cansancio de no haber dormido, lo necesitaba. Después, moja el paño, y se lo ata al cuello, para subirselo cubriendose nariz y boca cuando sea necesario por volver cerca del fuego. Y sale de la casa dirigiéndose al lugar por el que entraron la otra vez, por donde él salió, intentando prestar atención, mirando y escuchando por si podía localizar a sus compañeros.

Lo único que escuchabas era el crepitar del fuego, y casi los últimos rescoldos en algunas de las raíces. Pese a que tu óido se hacía fino por momentos, no oías presencia humana. El humo aun reinante no te dejaba ver más allá de veinte pasos.

A mi...a mi no... ¡a mi no! -respondió con dificultad-, ¡a mi no, a los...cough, cough... a los dos! Prime...mero oí gritar a Lucio y luego pa...paró, se desvane...neció...y...y..., y luego me hi...hirió a mi; pe...pe, pero no con sus ma...ma...manos, sino con un fi...filo... ¡cough, cough!

Ciertamente no sabías qué quería decir... y si entendías algo quizá fuera desacertado. Aquellas palabras no decían mucho más que su simple forma. Estando en éstas podría decirse que no estaba Antonio menos herido que el bueno de Muthadi (que el pobre hizo lo que pudo), asi que Antón se tomó la licencia de ser el capataz del grupo en esos instantes. Apenas durmió durante ese breve transcurso de tiempo hasta que llegó el amanecer, poco radiante, aunque algo purificador, testigo oculto de lo que sucedió poco tiempo antes.

Antón se levantó, miró las heridas del otro soldado de corta estatura y afirmó que debían volver al pueblo. El fuego, pese a que seguía ardiendo ya con muy pocas llamas y unas nubes que llegaron calmaron la situación de la corteza ahora ceniza con las lluvias. El mercenario, entonces, pudo orientarse mirando firmemente al suelo, y determinó la dirección para volver a la granja, el punto de encuentro. Al saber de su situación (aproximada) en esos campos de Castilla, dedujeron que no hacía falta ni internarse en el bosque, ya que yendo en línea recta en la dirección marcada llegarían al camino que comunicaba la aldea de Dolores y Jaime con el bosque.

Y así fue. Durante una hora (algo menos) caminaron prestos en la medida de lo posible (las curas a brasa candente parecían aguantar en el moro) y por fin llegaron al camino que conducía a la granja.

Fue en esos momentos, durante un par de horas desde que saliste del bosque, llegaste a la aldea y volviste a los lindes del mismo a través del camino, cuando la noche terminó para ti. El sol salía algo tímido, más bien de la mano de unas nubes no muy propicias. En cuestión de minutos los vientos se agitaron y dichas nubes se posaron sobre tu cabeza. Acto seguido comenzó a caer unas lluvias que debilitaron el fuego que aún había cuando llegaste al camino, aunque algo más debilitado.

Fue entonces cuando el humo también cesó. Aun llevabas tu cubo y tu pañuelo, por si acaso.

Entonces fue cuando el alquimista, en su camino a la aldea vislumbró al infanzón aragonés, al mismo tiempo que éste veía como una pequeña comitiva se aproximaba hacia su posición. Maese Noguera y Maese Burgos se encontraban. Noguera observó cómo el alquimista tenía las heridas que horas antes había recibido, así como a Antón con el pelo enredado y las manos tiznadas, el cual portaba un bulto: era Muthadi... ¡estaba vivo! ¡Lo traían!

Todos se reencontraron en el camino junto a la entrada del bosque, el cual ahora ya no era verde por sus ramas ni rojo por el fuego, sino negro como la "Parca": estaba en su mayoría calcinado.

Alabado sea!-exclamó falegre Antonio al ver a Manuel- Noguera, dichosos los ojos que te ven ahora. Pensaba que no volveríamos de ese bosque del demonio. Como lograsteis salir? Nosotros apenas lo conseguimos y este-dijo refiriendose a Muthadi- ya pensaba que solo arrastraba su cuerpo para el entierro, pero aquí le ves. Mas muerto que vivo, pero aun respira el condenado.

De la cara de Manuel desaparece parte de una tensión de la que él no es consciente al ver a Antonio, Antón y Muthadi.

- Me alegro de que estéis a salvo. - dice con una sonrisa sincera.
- ¿Cómo logré salir? Buena pregunta, ¿Dios? ¿Suerte? ¿Buena memoria? Apuesto por la suerte - piensa el aragonés autocompadeciéndose.
- Simplemente fui afortunado al recordar el camino de salida. Pero maese Alvar... iba detrás mío, mas no llegó a salir del bosque. Por eso he vuelto tras dejar al niño. Para ver si podía ayudar. Maese Antonio, no creo que usted debiera siquiera intentar volver a entrar en el bosque, pero siento que yo debo hacerlo. Voy a intentar encontrar a nuestro compañero y a la niña, si no es demasiado tarde para ello. Antón, ayúdales a llegar bien a la granja, y esperadme allí, ¿de acuerdo?

¡Mi Señor! -dijo aún con Muthadi entre sus brazos-, ¡Qué va a encontrar en ese bosque sino muerte! ¡El fuego arrasó con todo y quién sabe de los peligros que aún acechan y ahora han quedado a la vista! ¡"El Bosque Negro" habría de llamarse y no "El bosque de los Condes", sin duda!

La lógica negativa en el pensamiento de Antón hacía que intentase convencer a su amo de no volver a entrar en ese lugar lleno de peligros (y mucho menos solo) y de gran extensión (100x100 metros).

Esta bien hijo, esta bien. ¿Solo pudisteis salvar a uno de los niños? Maria bendita...-musita Antonio con un cambio de humor- Antón, ayudame a llegar a la casa con el moro y después vuelve si quieres al bosque para ayudar a Don Manuel a buscar a Alvar. Yo creo que ya no podré dar un paso mas en varias semanas...

Antonio, que pese a ser cristiano, tenía muy buena mano con las "cosas alejadas de Dios" no podía parar de pensar en esas criaturas del bosque. Había oido hablar de Lamias, de las brujas, de los Trasgus del norte... pero nunca había visto nada como eso. Ahora miraba al bosque reducido a cenizas y se estremecía.

- Ahora sólo me preocupa el fuego, Antón. Cualquier animal tiene más inteligencia que la de quedarse a atacar a una posible presa cuando hay fuego alrededor. - dijo empezando a andar hacia el bosque. - Los niños estaban vivos, pero yo llevé al niño y Alvar a la niña. Hasta pronto.

Aunque de palabras y gestos confiados, se vé en su cara que no confia en encontrar a Alvar y la niña, pero también se ve la determinación por intentarlo sin demoras que puedan costarles la vida si no la han perdido ya.

Tras internarse en el bosque, intenta seguir el camino por el que salió, aunque la zona quemada era bastante amplia, con lo que sentía cómo a cada paso que avanzaba, se equivocaba. Tampoco veía nada útil ni cerca ni en la distancia. Ni siquiera las huellas que hubieran podido quedar de cuando entró por primera vez en el bosque.

- No te desanimes ahora Manuel. - dice hablando para sí. - Si no veo ningún rastro o algo antes del mediodía, intentaré salir de aquí, pero he de intentarlo.

No hay nadie cerca a quien tenga que convencer. Pero tal vez necesite autoconvencerse para seguir con ésta temeridad. Puede encontrar cualquier cosa en este maldito bosque, y sólo quiere encontrar a un hombre y una niña.

Llegaste incluso hasta la posición del lugar donde la columna de fuego estaba antes de descontrolarse. El cuerpo del individuo, de aquel Renubero, no estaba allí (probablemente habría sido calcinado). Tampoco había rastro de Álvar ¿qué le habría ocurrido? ¿Habría perecido también entre las llamas? Notaste como ningún pájaro cantaba; no es que lo hicieran siempre en ese bosque, pero ahora parecía como si el negro te invadiese las retinas... aquello era una aberración.

- Sé que venía justo detrás de mi, asi que a no ser que su cuerpo también sea cenizas, debería haber visto algún indicio. Cualquier cosa. - piensa justo antes de darse cuenta de que no sólo no ve nada, sino que tampoco escucha nada. Y perdiendo el color en la cara, sólo puede susurrar un: - Oh, mierda... - mientras saca su hacha y vigilante da una vuelta sobre sí mismo.

Vuelve a seguir el camino por el que salió. Más atento aún que antes. Sabiendo que si no ve a nadie, escaparon del infierno, de alguna forma.