Partida Rol por web

26 de enero de 2023

Torre Smith

Hacía frío, pero sus cuerpos ya no lo sentían de la misma forma. Era enero, y la noche amenazaba con regalarles algunos copos de nieve. A aquella hora la ciudad parecía dormida. Sin embargo, en los últimos días ya habían aprendido que cuando la mayoría de los mortales cerraban sus ojos era la hora de los depredadores.

Aquella noche verían por primera vez al recién nombrado Príncipe. Llevaba en el poder solamente desde Año Nuevo, y algunos rumores apuntaban a que no llegaría a San Valentín en el cargo... o vivo.

Faltaba poco para las tres de la madrugada, hora en la que habían sido citados. Solo entonces se abrirían las puertas para ellos. Fuera de la torre Smith estaban los tres neonatos, cada uno acompañado de un vampiro mucho más antiguo. Hasta donde sabían, aquella noche se ponía en juego su futuro. Podía ser la primera de una vida eterna en la sociedad vampírica... o la última.

El coleccionista había aceptado acompañar a Clarke aquella noche. No sabía dónde estaba la mujer que lo había abrazado, aquella a la que debía llamar sire, ni si la vería pronto. No sabía qué esperaba de él, o si en algún momento le pediría algo a cambio del regalo que le había dado. Lo único que sabía era que dependía de sí mismo.

Ji-Young lo miró de arriba a abajo. Le había ayudado a escoger cómo vestir para causar una buena impreisón.

—Estate tranquilo —le dijo—. El Príncipe necesita demostrar que los nuevos vampiros sois competentes. Os pedirá algo fácil, y podrás seguir adelante.

Llevó entonces la vista hacia la puerta de la torre, donde una mujer corpulenta y bien vestida estaba abriendo para darles acceso.

—Venga, vamos —lo invitó—. Lo harás bien.

Las últimas noches las había tenido que pasar entre libros. Ni su sire, ni su mentira, ni tampoco su Clan, estaban dispuestos a presentar a una neonata sin preparar. De modo que Catherine había recibido decenas de lecciones sobre las Tradiciones y la sociedad y había tenido que estudiar casi hasta el amanecer. Le había costado conseguir la más mínima aprobación, pero finalmente la había considerado lista.

—Recuerda lo que te he dicho —señaló Christine, que aparentaba ser una muchacha frágil pero ya le había demostrado su dureza en más de una ocasión—. Solo tienes que demostrar que estás a la altura, y será fácil. Si lo haces bien, tienes la eternidad por delante.

Esther había demostrado ser una mujer práctica. Las dos primeras noches de Ashley en su nueva condición habían sido una locura. Más de una vez había perdido el control, y había tenido que dejarse guiar más por su instinto que por lo que supiera. Y entonces había aparecido ella. La había seguido durante media hora antes de presentarse. Ashley tenía la sensación de que Esther se aburría mucho, pero aquel aburrimiento le había venido bien: al menos le había explicado lo que era y lo que implicaba. Y hasta le había conseguido una audiencia con el Príncipe. El Crío, como le llamaba ella, aunque le había advertido a Ashley que no dijera nada parecido delante de cualquiera más viejo que la propia Ashley... lo cual era, básicamente, todo el mundo.

Mientras les abrían las puertas dedicó una mirada a la joven. Le había dado algunos consejos sobre cómo vestirse, pero había dejado la elección a criterio de la antigua pizzera.

—Este es el rollo —le dijo—. Lo tienes más jodido que nadie ahí dentro, así que demuestra o prepárate para correr.

Hizo un gesto con la cabeza, invitándola a dar el primer paso.

—Venga, vamos. No hagamos esperar al Crío.

Ashley miró a su alrededor antes de entrar en la torre, con un destello de desconfianza que recordaba a un animal acorralado. Era una joven en la veintena, con el pelo negro y rojo trenzado y un gesto firme en la mandíbula. Iba vestida con unos vaqueros negros desgastados, un jersey oscuro con un una sonrisa alargada y felina estampada en blanco, y un plumas verde que había visto mejores momentos. 

Chasqueó la lengua y se inclinó hacia la mujer que iba con ella, pero no se molestó en bajar la voz.

—Esto está lleno de pijos, joder. ¿Estás segura de que tengo que entrar? Me cago en la puta, es que yo no pinto una mierda aquí.

Luego hizo un gesto hacia los otros que parecían haber venido a lo mismo que ella, saludando con la mano.

—Eh, qué pasa.

—No fallaré.—garantizó. Catherine estaba segura de que lo conseguirían. Aquello estaba amañado de todas formas y conseguirían pasar la prueba con sencillez. Eso creía. Tenía muchas ganas de empezar a explorar los límites de su nueva vida, de aprender y aprender. Ya no sentía la carrera contra el tiempo, para ella ahora simplemente tenía toda la eternidad para aprender.—Puedes estar segura.

Catherine miró a sus acompañantes y tuvo que concentrarse en el trabajo para no hacer ninguna mueca. ¿En qué consistiría aquella misión? ¿Serían sus compañeros aquellos? Esperaba que hubiera... tal vez alguien más como ella. Pero tal vez no. En cualquier caso, esbozó una sonrisa.

Ignoró el primer comentario de la mujer saludando con un gesto de cabeza.

—Soy Catherine Breather.—dijo a la muchacha que había hablado. La doctora era una mujer cincuentena con el pelo teñido de rubio pero en sus raíces podían verse algunas canas.—Trabajo en el museo de historia natural.—se presentó tratando de hacer aquella espera algo más amena.

Llevaba una camisa blanca y unos pantalones negros. Andaba con seguridad e incluso parecía algo impaciente. 

—Y yo en la pizzería Cannavalli —respondió a la mujer rubia, alzando la barbilla con un toque de orgullo y una pizca de desafío, como si la estuviese retando con la mirada a decir que su museo era mejor que la pizzería de ella.

Clarke empezaba a atar cabos. Al parecer, el collar que había robado, era mucho más que una simple joya, con él había liberado a la que sería su sire, y aunque había cumplido el trato con el coleccionista, intuía que la tal Laila Kensi no sería su amiga.

Ahora se encontraba junto a Yiun Suk a punto de conocer al Príncipe; no sabía qué esperarse, pero era medianamente agradable encontrarse una cara conocida. De momento, él iba a acatar las órdenes, por lo menos hasta saber cómo funcionaba todo ese nuevo mundo de los no-muertos.

—Con todo lo que he pasado sé que seré capaz de demostrar mi valía —respondió a su mentor.

Clarke miraba al frente, ya se había fijado en todos los detalles sin que nadie se diera cuenta. Escuchó lo que decía aquellas dos tipas que había a su lado mientras él permanecía callado. Espero no tener que ir con esta vieja y la niñata —pensó y puso los ojos en blanco.

—Mi nombre es Clarke Harris.—Era un hombre de 35 años, de hombros más bien anchos, cara angulosa y cejas pobladas. Llevaba una media melena hecha una maraña. —Soy, bueno, era profesor de gimnasia —eso podría explicar porqué iba vestido con un chándal negro y unas zapatillas de deporte viejas pero poco desgastadas —ahora trabajo en la noche. ¿Sabéis si esto es individual o si somos un equipo? —preguntó su voz ronca.

—Tienes que entrar, sí —dijo la mujer que acompañaba a Ashley.

Después echó un vistazo a los demás. Ella iba vestida con unos vaqueros y una chaqueta de cuero. Su actitud era tranquila, como si aquella noche no fuera distinta de cualquier otra. Tras pegar un repaso a Catherine y a Clarke saludó a los otros vampiros con un gesto de cabeza. Después se dirigió a Clarke.

—¿En la noche? —le preguntó con una media sonrisa—. ¿Qué eres, puto?

Después habló a los tres neonatos.

—¿Queréis un consejo? —les preguntó—. No la caguéis, y todo estará bien.

Tras esas palabras se dirigió al interior del edificio esperando que Ashley la siguiera.

La mujer que acompañaba a Catherine, por su parte, escuchó las presentaciones e hizo una leve inclinación de cabeza.

—Yo soy Christine Myron —se presentó—. Si necesitáis algo, podéis avisarme. Catherine tiene mi número.

Sus ojos fueron al interior, aunque no pasó de momento. Parecía que tuviera intención de cerrar la comitiva.

—Os pedirán que hagáis algo como equipo, pero seréis evaluados de manera individual. Aunque antes de eso, seguramente os pregunten algo para que os puedan conocer un poco.

El hombre de aspecto oriental que acompañaba a Clarke asintió a sus palabras y no se separó mucho de su lado. Pareció esperarle también para entrar en el edificio.

—Yiun-Suk —se presentó—. Quizá tengáis más público del habitual, o quizá no venga nadie. Sois los primeros abrazados durante el mandato del nuevo Príncipe.

Cuando pasaron al interior fueron guiados al salón de eventos del edificio, en la propia planta baja. Se trataba de una sala grande y con escenario. Había butacas para el público similares a las que podría tener un cine, y había capacidad para unas trescientas personas. Sin embargo, solo las dos primeras filas —unas treinta butacas— estaban ocupadas.

En el escenario vieron a dos personas hablando entre ellas. Una era una mujer de apariencia joven, rubia y con los ojos maquillados con una sombra azulada. Los tres neonatos sabían que debía ser la Senescal. Cuando ellos llegaron esta se apartó unos pasos del chico con el que hablaba y se quedó en el escenario pero en un segundo plano.

Las miradas de todos los presentes se pusieron sobre los recién llegados cuando hicieron su aparición. El otro cainita que había sobre el escenario, un chico verdaderamente joven, les hizo una seña para invitarlos a subir. Él se colocó a un lado y les pidió que se colocaran al otro, de forma que todos pudieran verlos.

—Buenas noches —los saludó—. Soy el Príncipe Lucian Létang, sed bienvenidos a mi ciudad. Esta noche espero que sea para vosotros el principio de una larga y provechosa vida como miembros de nuestra sociedad. Pero antes... tengo una pregunta.

Hizo una pausa algo dramática, llevándose los dos dedos índices a los labios, como si estuviera pensando.

—¿Cuál diríais que es la más sagrada de nuestras Tradiciones?

Catherine se quedó mirando a sus futuros compañeros mientras recibía sus palabras, cada una como un golpe en la cara. No entendía muy bien por qué eran tan sumamente desagradables pero supuso que se acostumbraría. Esbozó una sonrisa amable, sin ánimo de confrontar con ellos y escuchó lo que dijeron los acompañantes. Asintió tras tomar nota mental de todo lo que decían.

Cuando entraron al interior, Catherine se fue fijando en los detalles y al llegar frente al príncipe, hizo un gesto de saludo respetuoso. No quería meter la pata en la primera interacción. ¿Butacas? ¿Qué era aquello? ¿Una función de teatro? Se sintió algo abrumada con la situación. Subió atendiendo a las indicaciones. Tras meditar durante unos segundos, optó por responder.

—La..la más sagrada señor, la tradición de la Mascarada, no revelar nuestra verdadera naturaleza a los que no sean de la Sangre.—recitó de memoria.—Es importante desempeñar nuestras... tareas ocultos a los mortales.

Ashley soltó una carcajada irremediable con lo que le dijo Esther al profe de gimnasia, pero le hizo un gesto de saludo con la barbilla. Le molaban más sus pintas que las de la pija del museo. Parecía un tío legal, del barrio. Se encogió de hombros ante su pregunta, porque ella tampoco tenía ni puta idea, y entró tras su acompañante. 

En cuanto vio al chaval que mandaba en la ciudad, Ashley entendió algunas cosa que le había dicho Esther. Pero eso le moló, la verdad, mucho más que si hubiera sido un viejales estirado. Sabía que en su nueva condición la gente no envejecía y que el chaval podía tener tres mil años, pero una cosa era saberlo y otra tenerlo interiorizado. Parecía un chaval y ya está. 

Solo se pensó la pregunta un momento, se había estudiado ese rollo, por suerte y por indicación de Esther, que era más maja que pa qué. Así que después de la pija, respondió ella.

—La del Dominio. Esta ciudad es tu Dominio y por eso tú mandas. Las otras dependen de lo que tú digas. Así que respect. —Hizo un gesto llevándose dos dedos a la frente con deferencia.

Clarke hizo como si no hubiera oído la pregunta de Emmerson sobre su profesión y siguió escuchando al resto de acompañantes.

En cuanto entraron, Clarke intuyó quiénes debían ser las dos personas sobre el escenario: la Senescal y el Príncipe. Se quedó atento a lo que decía Létang, y también deseó que fuera principio de una larga y provechosa vida para él. Respecto a la pregunta  que les lanzó, no se pensó mucho la respuesta aunque fue el último en contestar.

—Considero que seis Tradiciones son fundamentales, pero diría que la más sagrada es La Mascarada, que por algo también es la primera. No existiríamos si reveláramos nuestra identidad.