Partida Rol por web

Hubo un momento de oscuridad, la sensación de dejarse ir hacia el sueño, una paz benevolente en medio del caos desatado.

Y entonces Edgard despertó entre un montón de sacos. Le costó un poco orientarse en la oscuridad reinante pero pronto sus sentidos se estabilizaron. Estaba dentro. Dentro de la simulación. Por un momento olvidó nuevamente la importante misión que le traía hasta allí mientras se deleitaba contemplando la perfección de una realidad que simulaba ser imperfecta. Los nudos del suelo de madera, el olor a polvo, las raídas telas de los sacos de carbón sobre los que estaba descansando. Una tenue luz procedente de un rayo de luna creaba una atmósfera casi mágica pero real en todos sus aspectos.

La adrenalina le golpeó cuando recordó por qué estaba allí. ¡El tiempo apremiaba! ¡Había vidas en peligro! Conocía perfectamente el lugar  en el que se encontraba. Era el punto de extracción segura 2, el almacén de carbón del puerto, lo más cercano y directo a la casa ya que el punto 1 estaba en medio del bosque, donde las posibilidades de perderse en medio de la noche eran enormes, y el 3 se ubicaba en un viejo molino en los límites de la simulación, por donde había entrado el carromato. Se aproximó a una de las paredes y comprobó el tablón suelto que debía haber allí. Efectivamente bajo él había una caja con varias jeringuillas preparadas. Bastaba inyectárselas para que el sistema reconociese a un visitante y lo desconectase de forma inmediata. Aquel protocolo no pasaba por el control del Demiurgo. Cuando fue programado Edgard no comprendió el motivo pero ahora le quedaba claro. ¿Sospechaba Zimmer que podría suceder todo esto? El tipo era un genio, así que entraba dentro de la lógica pensar que se adelantaría hasta a las posibilidades más remotas de errores en la simulación.

Volvió a poner el tablón en su sitio y se dirigió a la puerta del almacén. Según recordaba tendría que enfilar por el camino principal hacia el norte y podría llegar a la casa en escasos diez minutos si iba a buen paso y había suficiente luz para no tropezar.

Edgar apretó el paso hasta la casa. «Con un poco de suerte, lograré interceptarlos antes de que salgan hacia el faro», pensaba mientras recorría el camino hacia el norte. Por un momento, recordó que no todo en la simulación iba a ser como el recordaba, por lo que decidió permanecer alerta durante el trayecto.

«Esto es de locos. ¿Quién habría imaginado que todo se desmadraría de esta forma? Esto parece uno de esos folletines de aventuras del siglo XIX, como si Dumas y Asimov hubiesen hecho buenas migas y se empezasen en diseñar una pequeña simulación de los horrores. No me extrañaría que hubiesen invitado también a Poe y a Lovecraft a su pequeño jueguecito», discurrió, recordando la extraña figurita de madera.

Cuando Edgar salió de la caseta el frío viento nocturno le azoto en el rostro. Había olvidado hasta que punto era realista aquella simulación. Empezó a avanzar a través de la calle principal. Era un amplio camino de tierra a los lados del cual se perfilaban las casas de los habitantes de Seamouth. Conocía cada una de esas viviendas: su estructura, las habitaciones, las zonas comunes. La mayoría eran modestas casas con una lumbre y un par de habitaciones, pertenecientes a familias de marineros. Pero por ejemplo la posada era un bonito edificio de madera de tres plantas, cuya parte inferior era una mezcla de bar y ultramarinos. Precisamente pasaba por su lado cuando le sorprendió en el interior ver que había una luz encendida que se movía. Un rostro se asomó al cristal de la ventana del bar: era una mujer joven que parecía visiblemente asustada. El candil iluminaba su pálido rostro mientras la chica hacía un gesto urgente señalando la puerta del local, aparentemente indicando a Edgar que entrase.

La propia mente de Edgar se metió en una encrucijada. Aquella muchacha no era más que una IA, no era real. Él sí, y tenía una misión urgente que cumplir. Por otro lado, su naturaleza curiosa le empujaba a averiguar qué había sucedido. Las posibilidades de que se tratase de una trampa eran demasiado elevadas, ¿pero y si se equivocaba? ¿De qué podía tratarse? ¿Y por qué iba a querer engañarlo Victoriana?

Vaciló unos instantes, fijándose mejor en la muchacha de la ventana. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? 

Edgar dudó en medio de la calle. La muchacha, apremiante, hizo un nuevo gesto antes de desaparecer tras la cortina. Se escuchó un ligero 'clack' cuando la puerta principal de la posada cuando alguien descorrió con cuidado un cerrojo desde el interior, aunque la puerta permanecía cerrada.

Edgar sacudió la cabeza y comprobó su reloj de bolsillo. Él mismo había trabajado con varios ilustradores hasta dar con un diseño adecuado para los dandy de Seamouth. Estaba programado para que se adaptase a la hora de la simulación, pero contenía una pequeña esfera —que habitualmente contendría los días o los meses— que indicaba la hora en el exterior¹. Demiurgo podría haber retocado aquel artefacto, pero prefería pensar que podía fiarse de su pequeña creación.

¡Qué demonios! No pasará nada por echar un vistazo… Además, si estuviese avanzando hasta una trampa, Davila me mandaría un aviso. Pero… ¿y si el aviso está en el reloj?

Sumido en sus cavilaciones, Edgar se aproximó a la posada mientras consultaba el reloj una vez más.

La mala suerte quiso que a Edgar le resbalase de la mano el reloj y que la cadena estuviera mal enganchada. Comprobó sorprendido como la esfera se estrellaba contra el suelo sin llegar a poder ver la hora que marcaba, ni dentro ni fuera. Hubiera querido culpar a Demiurgo de aquello pero tenía claro que había sido su propia torpeza.

Recogió el malogrado aparato¹ mientras avanzaba hacia la puerta de la posada. La empujó y justo cuando se introducía en ella escuchó un gruñido en la calle y unos pasos que se acercaban. Sin estar seguro del motivo se introdujo con premura en la oscuridad del local para evitar que quien quisiera que se acercase no llegase a verlo.

Sus ojos tardaron un poco en habituarse a las tinieblas. Mientras iban perfilándose las mesas de la taberna y el viejo mostrador - todo diseñado según sus indicaciones - le sobresaltó una voz femenina que susurraba desde un rincón.

- Sssssssh... que no le vean. ¡Se han vuelto todos locos! ¡Quieren ofrecer a los forasteros! ¡Rápido! ¡Debe ocultarse!

Intentó ubicar la procedencia de la voz, que parecía venir de detrás del gran mostrador. En el exterior, a través de la puerta de madera, resonaron unos amenazadores ladridos mientras una voz masculina ronca bramaba:

- ¿Quieres callarte perro del demonio? ¡No queremos alertar a nuestros ilustres visitantes!

Otra voz fuera  se rió de la gracia lanzada por el desconocido.

La viva imaginación de Edgar hizo girar sus engranajes mentales hasta formar una imagen de lo que podía estar pasando. ¿Una cacería? ¿Contra los sujetos de prueba? Eso estaba totalmente en contra del protocolo de actuación, y ni tan siquiera coincidía con los "eventos". Aquel sinsentido estaba escalando demasiado rápido, debía sacar cuanto antes a Knight y a Brotzman de allí.

—Gracias —susurró, apenas moviendo los labios.

Cuando se aseguró de que las voces del exterior sonaban cada vez más apagadas, se atrevió a formular frases más largas, con una vocalización menos exagerada y en un tono ligeramente más alto:

—Gracias de nuevo. Le ruego que disculpe mis modales, pero, ¿podría decirme qué diantres está sucediendo? Si mis compañeros corren algún peligro, debo correr a avisarles.

De entre las sombras se asomó la muchacha. Miraba preocupada hacia la puerta que conducía al exterior y urgió al recién llegado a que se acercase al mostrador. No parecía tener más de 19 o 20 años quizás, aunque a Feelgood tenía dificultad para establecer las edades de las mujeres con aspecto de muñecas de museo. Tampoco había prestado excesiva atención al listado de IAs pero creía recordar que ésta se llamaba Mirabelle. Una huérfana que trabajaba en la posada. Maldijo no haber prestado más atención a los patrones mentales con las que se programaron a los habitantes de su pueblo. La muchacha susurró con urgencia:

- Claro que corren peligro. Y usted también. Han llegado la víspera del Despertar. ¿No lo ha visto? ¡Se ha hecho de noche de inmediato! Es lo que el profeta nos contó... serán entregados a Aquellos que Aguardan y se cumplirá la profecía del nuevo advenimiento. Pero mi padre no estaba de acuerdo con el precio a pagar y ellos... ellos... oh, dios misericordioso... este pueblo está condenado. ¡Nunca lograré escapar de aquí!

A Feelgood le costaba admitir que estaba ante una simulación. El pánico, el dolor contenido de esa muchacha, parecía muy real.

—Entonces no hay tiempo que perder, muchachita.

Aquello era demencial. Sin embargo, de algún modo, todo sucedía de forma tan caótica y repentina que ya comenzaba a acostumbrarse. Si aparecía Bill Murray por la puerta bailando el Moonwalk, tampoco le habría sorprendido. 

Concienciado de que su propia existencia y la de sus compañeros corría peligro, decidió empezar a jugar bien sus cartas. El no estaba limitado a una IA. Era un ser humano, de carne, huesos y todas esas cosas. Debía empezar a mover ficha y utilizar los recursos de los que disponía a su favor, tal y como habría hecho el gran Sherlock Holmes. Conocía el nombre de aquella "muchacha", y aquello ya era algo donde empezar a rascar:

—Esos ojos tan centelleantes me dicen que usted tiene un nombre igual de radiante. Algo que empiece por "M". ¿Martha? No, le falta algo. ¡Mirabelle! ¡Seguro que es Mirabelle! Y yo no conozco a ninguna Mirabelle cobarde. ¿Eres una cobarde, Mirabelle? He venido aquí a ayudar a los que pueda, en especial a mis compañeros. Si los has visto, te agradecería mucho que me guiases hasta ellos. Es muy importante que los encuentre. ¿Comprendes lo que te digo?

Los ojos de la muchacha se abrieron de par en par.

- ¿Cómo...? ¿Acaso es usted un mago? - la chica estaba maravillada - Espero que lo sea... tengo miedo, mucho miedo. Pero no pienso permitir que los malvados campen a sus anchas. Creo... creo que ellos tuvieron que ver con su accidente. Dios me perdone pero me mi odio es mayor que mi piedad.- sus ojos se empañaron - Sus amigos están en la casa de la colina. Pero ahora ellos están buscándolos por las calles. ¡Debemos ir por los túneles hasta allí!

Tras decir eso se desplazó hacia la parte posterior del mostrador. Feelgood sabía que allí estaba la trampilla que conducía al sótano donde se almacenaba la bebida, pero no había ninguna salida. Entonces entendió lo que acababa de decir la muchacha ¡los túneles! De pronto la idea vino como un fogonazo. En la primera versión de Seamouth alguien había propuesto que hubiera una red de túneles de contrabando, como los que se decía que existían en las leyendas de las grandes ciudades marítimas. Incluso se había realizado una estructura preliminar. Una de las primeras cosas que Feelgood eliminó en su revisión del entorno fue precisamente esa absurda concesión a la temática de las historias góticas. Y estaba seguro de que esos túneles no estaban en la versión que habían arrancado esa misma mañana. Pero entonces ¿cómo es que la muchacha los mencionaba? Se sentía casi tan ofendido como sorprendido. Pero lo pero era que si alguien había reinsertado los túneles en el sistema sería lo único de Seamouth que el buen doctor no conocería. Ni se había dignado a mirar aquellos planos realizados por algún jugador de rol enloquecido, más que por un verdadero arquitecto.

Intentando sortear sus primeras reticencias, decidió seguir con su plan de pasar a la acción. No era momento de ofenderse por un error como aquel. ¡Y mucho menos cuando parecían haber errores mucho más graves en funcionamiento! Aunque la existencia de los túneles le hacía pensar que la persona detrás de aquello tuviese también algo que ver con todo aquel dantesco escenario.

—¡Perfecto! Muchísimas gracias, señorita Mirabelle. ¡El tiempo apremia y debemos encontrarles! Tal vez podamos evitar una tragedia esta noche. ¿Vendrá usted conmigo?

La muchacha asintió tendiéndole al doctor una lámpara de aceite mientras cogía otra para ella misma. Luego espero a que bajase por la escalerilla de metal que descendía a unos túneles horadados en la roca bajo el pueblo Seamouth. Feelgood sintió un poco de aprensión ante la estrechez de los túneles pero se recompuso rápidamente cuando Mirabelle acabó de descender.

La chica se adelantó para guiarle en el laberinto, lo cual sin duda fue una fortuna porque aquellos túneles parecían repletos de cruces y bifurcaciones laterales. Sin embargo Mirabelle avanzaba con paso firme hasta un momento en el cual se detuvo. Feelgood hizo lo mismo porque distinguió perfectamente una voz de hombre que terminaba una frase:

- ...donde estamos?

Aquella voz, sin embargo, le resultaba conocida a Feelgood. ¡Era la de Todd Brotzman!

Edgar se paró en seco al oír la voz del señor Brotzman. ¿Será posible? Tal vez se me de mejor rescatar a la gente de lo que pensaba, pensó. Con cuidado, miró a la muchacha y le guiñó un ojo mientras le indicaba con el dedo que guardase silencio. Tal vez podría divertirse un poco en medio de todo aquel caos. 

Colocó sus manos en torno a la boca para hacer algo de eco y procuró reproducir una voz lo más aséptica posible:

«Probando dispositivo de comunicación de emergencia… ¿Knight, Brotzman? ¿Pueden oírme?»

Mirabelle contemplaba extrañada la acción de Feelgood. Por su parte los otros dos parecían haber escuchado su voz.

«No, no puedo veros» Dijo con solemne honestidad. Con cuidado, le hizo una seña a Mirabelle para que se acercase con él. Por el sonido, pudo calcular dónde se encontraban. Técnicamente, su primera afirmación se convertiría en una mentira en cuanto los tuviese cara a cara, pero no le importaba demasiado. Había llegado el momento de ponerse serios.

Cuando los encontró, carraspeó un poco para lograr su atención:

—Pero sí, hay una emergencia, me temo. Sino no estaría aquí ante vosotros. 

Cuando Feelgood salió de entre las sombras acompañado por una muchacha rubia, de aspecto menudo, la sorpresa de Knigh y Brotzman fue mayúscula. ¿Qué hacía allí el buen profesor, dentro de la simulación? ¿Y a qué había venido aquella broma?

Los recién llegados avanzaron portando un candil hacia donde estaban los primeros incursores de la simulación.

Era evidente que estaba pansando algo raro. La gravedad del suceso era otro tema que tendrían que debatir.

Chris, tras un miniataque de pánico, -¡Oh por todos los...! ¡No haga eso, casi me da un chungo!- miró de arriba a abajo a los recién llegados -Vale. ¿Qué se ha roto? Porque no creo que haya venido de picnic...- mientras hablaba miraba a la rubia desconcertado -... ¿Y ella? ¿Refuerzos?

—Tienen que disculpar mi peculiar sentido del humor. Las cosas ahí fuera han perdido demasiado el norte, pero ahora no hay demasiado tiempo para explicaciones. Y cuando digo "ahí fuera", me refiero a "ahí fuera" en ambos sentidos. No solo las máquinas han comenzado a fallar, sino que los propios ciudadanos están actuando como auténticos dementes.

Se dio cuenta de que hablaba demasiado atropelladamente, por lo que se detuvo y cogió aire.

—Si he venido hasta aquí es precisamente porque los sistemas de comunicación han comenzado ha fallar. Necesitaba alertarles acerca del faro, pero veo que han tomado un rumbo alternativo. Esta muchacha es Mirabelle, una de las IA, que ha accedido a guiarme por estos laberínticos pasillos. Debemos salir cuanto antes de aquí. Algunos de los pueblerinos se han reunido y pretenden darles caza para sacrificarles ante sabe-Dios-qué.