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Aguas de la rada de Brest, noche del 29 de octubre de 1264

No habíais demorado mucho vuestra partida, al llegar la noche pudisteis disponer de la embarcación prometida por el Príncipe de Brest, un navío sólido de cabotaje, tosco, pero maniobrable. Aunque partisteis junto al otro bote, propiedad de Selin, pronto la noche es dividió buscando cada uno su destino. Era una noche oscura, opaca, y aquello se traducía que las estrellas no os iban a ayudar en vuestra travesía.

Afortunadamente vuestro trayecto no era muy largo, y no debíais abandonar la seguridad de la rada de Brest, pero con la noche encima orientaros se hacía peligroso. Podíais perderos mar adentro o embarrancar contra alguna roca traicionera, aquel que hubiera decidido tomar el mando de la embarcación de vela debía navegar en aquel ambiente lúgubre, aunque soplaba un viento favorable para las maniobras.

Después de cruzar algunas palabras con todos los reunidos en el puerto afianzando las instrucciones que se habían dado la noche anterior, todos embarcaron en los navíos y pronto las luces de la ciudad de Brest comenzaron a quedar atrás. Frente a ellos quedaba la bahía de Brest, un lienzo pintado con todos los tonos de oscuridad que pudieran conocerse. Oscuridad en el cielo cubierto de densas nubes. Oscuridad en la orilla donde debería encontrarse Kermorvan. Y una oscuridad más, húmeda y viva, en las olas contra las que chocaba la quilla de la embarcación.

Sin embargo, Ignvar parecía completamente hecho a la navegación. Tal vez fueran reminiscencias de su vida mortal en el País de Dol, o tal vez de alguna forma la sangre que corría por sus venas era la que hacía que todos sus movimientos sobre la cubierta fueran fluidos y segundos. Cubierto por su pesada capa de viaje, con el pelo revuelto por la brisa que llegaba desde el Atlántico, el Gangrel parecía la viva imagen del guerrero vikingo navegando sobre su drakkar. 

La primera parte del viaje pareció incluso fácil. Maniobrando con habilidad, el barco salió del puerto rápidamente, dejando atrás al bote de Selin en cuestión de minutos. Sin embargo, a medida que se adentraban más en la rada de Brest y la oscuridad se volvía cada vez más densa, todos pudieron notar que algo no iba todo lo bien que debería. Cada vez más frecuentemente, Ingvar levantaba la vista al cielo, gruñendo maldiciones en voz baja. No había estrellas. Y con las luces de Brest perdidas ya tras ellos, no podía estar seguro de si estaba navegando en dirección sur u oeste. Incluso el viento parecía conspirar contra sus intentos de trazar una buena ruta, pues llegaba racheado y cambiaba de dirección constantemente.

-Dahut debe estar gastándonos una broma bastante pesada esta noche. -Gruñó, alzando ligeramente la voz. Parecía querer llamar la atención de sus dos pasajeras. -Con este viento y sin estrellas, no puedo estar seguro de la dirección que tomamos, y la península de Crozon es amplia. ¿Veis algo vosotras? ¿Y... son asustadizos vuestros acompañantes?

Consideraba prudente preguntarlo primero. En alguna ocasión, había utilizado sus poderes para ver en la oscuridad delante de cristianos, y éstos parecían relacionar inmediatamente el brillo rojizo de sus ojos con el demonio. Y en un bote cerrado, prefería no provocar en absoluto ese efecto. Nada bueno saldría de aquello.

Mientras embarcamos y nos internamos en la agobiante oscuridad que se extiende como un manto sobre la superficie aún más oscura del mar, no puedo evitar recordar la expresión de Mahé al despedirse de mí. Apesadumbrada, me paseo por cubierta, sintiendo que todo el negro que nos rodea, oscuro como la boca del lobo, no puede comprarse con el dolor negro que embarga mi corazón cuando su expresión adusta me asalta tras los ojos cuando los cierro. 

Pero Dios es misericordioso, y sé que si me arrepiento con la suficiente sinceridad, Ella me perdonará.

Aferrada a este vano consuelo, apenas percibo las leguas de agua que recorremos, hasta que la costa es sólo otro tono de oscuridad recortado contra el horizonte. Todo este entorno me recuerda con vaguedad a los ojos de nuestra acompañante, y antes de que pueda compararlos, los gruñidos del gangrel me sacan de mi ensoñación. Le miro, con desgana.

-Con este viento y sin estrellas, no puedo estar seguro de la dirección que tomamos, y la península de Crozon es amplia. ¿Veis algo vosotras? ¿Y... son asustadizos vuestros acompañantes?

-Vaya un vikingo, pidiéndole ayuda a dos damas... -mascullo, asomándome ligeramente por la borda. No se me escapa que como libere mi lengua con demasiada soltura, un simple empujón podría poner fin a mi perorata. Sin embargo, no puedo evitar concluir- ¿También querréis que os ayudemos a ataros los calzones cuando queráis aliviaros?

Sybilla había dejado descansar a Aimeric en cubierta, si es que aquello era posible, mientras miraba hacia el horizonte. La noche sin luna llena le resultaba agradable, aunque llevaba la capucha de su capa echada, embozando su rostro, y por supuesto, las manos enguatadas. Casi eran visibles tan solo sus labios carmesí, y el perfil de su barbilla pálida bajo la levísima luz de los astros.

La mujer por lo demás se mantenía por ahora en silencio, escrutando la oscuridad, antes de dedicar un breve vistazo a Leyre- Si os aventuráis a ofrecer tal cosa no seré yo la que se agache a deslazar el calzón.-profirió, con una leve sonrisa torcida, antes de guardar silencio nuevamente. 

Aguas de la rada de Brest, noche del 29 de octubre de 1264

El agua seguía tranquila, rasgada por la habilidad naviera de Ingvar gobernando el pequeño bote. Con vosotros iban los ghouls de Leyre y Sybilla, un tipo con aspecto de mercenario el primero y un caballero el segundo. Los dos permanecían algo tensos, alerta y en guardia, mientras la embarcación seguía su curso. Había pasado una hora de viaje, aun quedaban siete de nocturnidad.

Escudriño el horizonte, frunciendo el ceño al ver alejarse las tierras a las que se supone que deberíamos aproximarnos.

-Marinero -comento, señalando hacia una neblina oscura de montañas y árboles- ¿no deberíamos estar yendo en aquella dirección?

Madre del Señor Todopoderoso, si se supone que él es el experto navegante, y nos está llevando a mar abierto, ¿cómo se desenvolverá en sus otras tareas? Por un momento temo haber sobreestimado sus capacidades, abrumada por su llamativo aspecto físico.
Observo la quilla de la embarcación formando un camino de espuma a su paso por entre las aguas, y me llevo una mano al ceño, para frotarlo levemente en un gesto de exhasperación. Probablemente este sea un castigo de Dios por asociarme con paganos voluminosos; está claro que abandonó esta empresa en el momento en el que decidí dejar de lado a dos cristianos para juntarme con un salvaje.

Tenía que haber elegido el grupo del templario.

Ingvar se giró hacia su acompañante al escuchar sus palabras con una expresión de suficiencia pintada en el rostro. Lo último que le faltaba era que una cortesana comenzara a darle lecciones sobre cómo gobernar un navío. Estaba a punto de contestar con un comentario mordaz cuando volvió a su mente el momento en el que, la noche anterior, tanto Leyre como Sybilla habían logrado captar un susurro apenas pronunciado a una buena distancia.

Chasqueó la lengua, y alzó la vista al cielo cubierto de nubes durante unos momentos, dejando que el viento agitara su pelo, antes de mirar de nuevo al frente. El horizonte era un degradado de color negro, pero había una mancha gris a proa que señalaba la costa de Kermorvan. ¿O no?

Tratando de no dejar que su inseguridad se reflejara, el normando entrecerró los ojos y liberó ligeramente a la Bestia que dormitaba dentro de su alma. Lentamente, sus ojos se cubrieron de un antinatural brillo rojizo, como si carbones ardiendo hubieran prendido detrás de sus pupilas. En la casi completa oscuridad de la cubierta, esas dos luces rojas brillaban como estrellas, disipando la oscuridad para su dueño.

Poco a poco, esa mancha gris hacia la que se había dirigido adquirió más nitidez... revelando una masa de nubes, quizás de tormenta, sobre el plano horizonte del océano Atlántico. Volvió la mirada hacia babor, a tiempo de ver cómo se estaban alejando, mucho más de lo que hubiera querido, de la península de Crozon. Contuvo una maldición y se obligó a sí mismo a mantener la seriedad. Lo último que necesitaba ahora era un escarnio de la pequeña consejera, o él mismo la lanzaría por la borda.

-Crozon está a nuestra izquierda, si. -Admitió mientras seguía pensando en cómo corregir el rumbo. En cualquier caso, ahora podría aprovechar la brisa para acelerar su ritmo de vuelta... lo cual no había evitado en absoluto que hasta ese momento hubiera perdido el tiempo. Pero con suerte, ellas no sabrían demasiado de navegación. -Ahora viraremos para acercarnos hasta Kermorvan desde el Oeste, con el viento de espaldas. Eso nos permitirá navegar más rápido.

Esas últimas palabras parecieron espolear la actividad del Gangrel, que inmediatamente hizo girar el timón y las velas, que inmediatamente se hincharon al recibir el impulso de la brisa atlántica. El efecto hizo que la embarcación se escorara sobre el agua, pero tras unos instantes fue tal y como había predicho Ignvar. El viento hizo que el navío acelerara, y casi pareció comenzar a saltar sobre las olas, deslizándose con rapidez hacia su destino.

Casi una hora más tarde de lo previsto.

Aguas de la rada de Brest, noche del 29 de octubre de 1264

Finalmente pudisteis enfilar el camino correcto tras un incierto tramo a causa de la oscuridad, Ingvar recondució la embarcación para volver a las seguras aguas de la rada dejando atrás el mar abierto. Desde ese punto el viaje no fue excesivamente complicado, habiendo encontrado la costa de la península de Crozon ahora realizasteis navegación de cabotaje sin perder la costa de vista.

Quedaba ahora decidir donde detendríais la embarcación. Si en la propia Kermorvan o en sus afueras, apenas, calculaba el normando, os quedaban veinte minutos de trayecto hasta el pueblo, aunque desde que partisteis habían pasado algunas horas de más y era cercana la medianoche cuando os encontrasteis en disposición de fondear en vuestro destino.

Finalmente, la silueta de la costa de su destino se perfiló nítidamente frente a ellos. Una vez corregido el rumbo, el pequeño barco había navegado con rapidez hacia el sureste, y los ojos, aún brillantes, del Gangrel captaron ya las formas de las embarcaciones del puerto del pequeño pueblo. El viaje tocaría a su fin en cuestión de minutos, por lo que era el momento de resolver algunas cuestiones relativas a su… hospedaje.

-Ya casi hemos llegado. –Dijo, con una expresión pensativa en su rostro, mientras valoraba ventajas e inconvenientes de las opciones que tenían frente a ellos. –Sugiero decidir algunos temas antes de tocar tierra. Para empezar… si vamos a entrar en el, por llamarlo de algún modo, puerto, o si fondeamos en alguna cala cercana. Seremos mucho más evidentes en el puerto, pero también tendremos más garantías de que el barco no quede dañado allí que si lo amarramos en una zona virgen. Por supuesto, siempre podríamos fondear esta noche lejos, y llevar el barco a puerto si lo consideramos seguro mañana.

El normando se encogió de hombros, como si en realidad no le importara demasiado. Lo cierto era que, tal y como se había planteado el viaje, no planeaba regresar en barco directamente hasta Brest, por lo que no era su prioridad. Y en realidad, dudaba que la suerte que corriera el pesquero tuviese alguna importancia para Gevrog.

-Eso nos lleva al segundo punto, el importante. –Añadió, mirando a sus compañeras. –Refugio. Podríamos habilitar la bodega de este barril flotante para pasar el día, pero no me convence demasiado su seguridad. Especialmente, no me gusta la idea de que nuestro refugio esté sobre las mismas aguas de las que surge la niebla que hizo desaparecer al chiquillo desaparecido…

Hizo una pequeña pausa, dejando que sus argumentos cobraran peso por sí mismos a medida que la imaginación del resto de cainitas evocara los riesgos de los que había hablado.

-Por tanto, o bien encontramos un refugio entre los bosques, tierra adentro, o bien utilizamos una de las casas de Kermorvan. Con las desapariciones, habrá algunas vacías, y siendo nobles, el populacho no se atreverá a negarse. –Chasqueó la lengua. –Yo, particularmente, estoy más habituado a buscar amparo lejos de los hombres, pero en esta situación creo que lo ideal es que no nos separemos. Así pues… ¿qué decís?

Especialmente, no me gusta la idea de que nuestro refugio esté sobre las mismas aguas de las que surge la niebla que hizo desaparecer al chiquillo desaparecido…

-¿De verdad sólo te preocupa lo de la niebla mágica? -Resoplo- ¿Qué hay de los ladrones diurnos, las inundaciones, o incluso una marejada que se lleve el barco mar adentro? No, mi buen señor, no pienso dormir en esta cáscara de nuez.

 "Y menos en compañía de un hombre. Un bárbaro, para más inri", añado para mis adentros.

-Buscaremos alguna casa en buenas condiciones, estoy segura de que por aquí habrá algún hacendado que estará encantado de acoger a un grupo de nobles que llegan cansados de un viaje. -Resuelvo, poniéndome en pie al divisar por fin el embarcadero de Kermovan.