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Vampiro: Edad Oscura V20 - Bretaña nocturna [+18]

[Crónica 1.5] Estación de Nieblas - Apéndice - FINALIZADA

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01/08/2018, 19:07
Sybilla

Un hondo suspiro escapaba de los labios de Sybilla, mientras las caricias del normando se derramaban sobre su pelo, y a lo largo de su espalda. Un hondo suspiro que se entrecortaba al estrecharse sus recios brazos en torno a su cintura, llevándola a percibir con mayor proximidad la dádiva cálida de su sangre, y el olor almizclado de su pelo y de su piel resucitada.

Un hondo suspiro, que se convertía inevitablemente, en un siseo contenido, cuando la amenaza de su boca se cernía sobre su esbelto y pálido cuello, provocando que sus párpados se entrecerrasen, huyendo sus pupilas de la intensidad de aquel estímulo táctil que despertaba los instintos y traía consigo recuerdos velados de placer inconmesurable y depredatorio.

Volvía a beber su aliento, al mismo tiempo que aquel cuerpo fornido que reposaba junto a ella presionaba, paciente pero determinado, en una pregunta muda que fue recibida con un momentáneo titubeo, durante el cual jadeaba, separándose de sus labios, sondeándolo una vez más con aquellos pozos de triste oscuridad, soltándose de él, para retirar, uno a uno, los finos guantes de cuero que cubrían sus manos, ahora cálidas.

Unas manos que volvían a posarse sobre sus mejillas, y que se derramaban, de igual manera, por su melena robusta y castaña, perdiéndose aquella mirada profunda en un interrogante indeterminado, que parecía encontrar respuesta tan solo en las palabras mudas que se agolpaban, impronunciadas, en los labios de Sybilla.

Palabras mudas que acabaron por morir, en el fragor de un beso que ahora invitaba, y que se volvía por momentos necesitado y frágil, que se volvía hambriento mientras sus brazos se estrechaban finalmente en torno al cuello de su amante, atrayéndolo hacia ella al mismo tiempo que su cuerpo terminaba de inclinarse, para quedar tumbado sobre la hierba,

 
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03/08/2018, 12:31
Ingvar Lundson

Ermita de San Enogad, noche del 29 de octubre de 1264

-Dos horas y treinta minutos antes del amanecer-

La respuesta a su muda pregunta encontró una suerte de respuesta cuando ella separó una vez más sus labios con un entrecortado jadeo y volvió a detenerse para observarlo. De nuevo, la profundidad de la oscuridad de su mirada hizo asemejar sus ojos a pozos. Pero no sintió miedo alguno. Y cuando las manos, ya libres de los guantes, de Sybilla se enredaron en su pelo, provocándole un estremecimiento, no dudó.

Saltó. Hacia la oscuridad de esos ojos, hacia la ternura de sus labios.

Cuando ella dejó que su espalda cayera hacia la hierba, él la siguió, dejando que el ligero peso de ella lo arrastrase en un lento descenso al que ninguno de ellos prestó demasiada atención. Al fin y al cabo, casi parecía que fueran únicamente los labios de Sybilla los que estuvieran arrastrando al normando por la forma en la que Ingvar parecía negarse a separarse de ellos.

Ambos tocaron el suelo, los rizos castaños de él mezclándose con la oscuridad de la melena de ella, envolviéndolos en una oscuridad más profunda que la noche. Una oscuridad que, pese a todo, se había vuelto cálida. Sus besos se volvieron más intensos, más lentos y profundos, a medida que comenzaba a acompasar sus movimientos con los suyos.

¿Cuánto tiempo duró eso? Ninguno hubiera sabido decirlo. Pero finalmente fue él quien separó sus labios y se levantó, mientras sus ojos se mantenían en ella, devorándola con la mirada, ardiendo con un fuego muy diferente al de unos minutos atrás. Sin apartar la mirada, el gangrel se llevó las manos a la espalda y soltó las correas que sujetaban su armadura una a una, arrancándola finalmente con un tirón y dejándola caer a un lado sin cuidado alguno.

Aún a horcajadas sobre ella, aprovechó esa momentánea libertad para liberarse también de la camisa de lana, dejando al descubierto su torso. Un torso delgado pero fuerte, en el que los músculos se apreciaban, bien formados, bajo la pálida piel. Una piel sobre la que se dejaban ver algunas cicatrices, eterna herencia de la violencia de su vida como mortal.

El normando, sonriendo, terminó de desembarazarse de su camisa, que terminó cediendo con un crujido de tela desgarrada, aunque si eso llegó a importarle, no dio muestra alguna de ello. Ingvar descendió una vez más sobre ella, dejando que su piel, ahora al descubierto, fuera uniéndose al cuerpo de la cainita lentamente, sintiendo cada uno el calor del otro, separados tan sólo por la fina tela del vestido.

Besó una vez más su cuello, mordiéndolo suavemente hasta llegar a su barbilla, y siguió subiendo. Al llegar hasta sus labios, Ingvar se detuvo, deteniéndose justo antes de tocarlos, sintiendo el aliento entrecortado de ella uniéndose al suyo propio, resistiéndose por un instante a la necesidad, al deseo, de volver a beber del placer de su boca. Provocándola mientras su mano hacía descender, en una caricia insoportablemente lenta, el borde de su vestido por la curva de su hombro.

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03/08/2018, 20:25
Sybilla

Ermita de San Enogad, noche del 29 de octubre de 1264

-Dos horas y treinta minutos antes del amanecer-

La caricia del normando se hizo sentir, erizando su piel revitalizada, a medida que el tacto de la suave tela, y de las yemas de sus dedos, se deslizaba por su cuerpo esbelto, dejando poco a poco al descubierto sus formas de mujer mientras se cernía sobre ella, depredando su cuello pálido y tierno.

Depredando su cuello y provocando que arquease la espalda, tratando de encontrarse con su cuerpo, siseante, al mismo tiempo que se aferraba a su espalda descubierta, y posaba, ahora desconsolada, la mirada oscura sobre sus labios, acariciándolos con su propio aliento resucitado, para recorrer la escasa distancia que los separaba de los propios, y mirarlo, muy de cerca, contenida, mientras jadeaba y rozaba a penas su boca, hundiéndose sus dedos largos y finos en la carne fibrosa de la espalda desnuda de Ingvar. 

A penas lo había probado de nuevo, cuando nuevamente volvían a separarse, en el momento en el que su vestido debiera ser finalmente retirado. Sybilla contempló entonces al normando, alargó la mano, y deslizó su palma por el torso desnudo de Ingvar, recorriendo cada una de sus cicatrices con la punta de los dedos, con detenimiento y alevosía, al mismo tiempo que ella misma lucía, tal y como Dios la había concebido, frente a la mirada ardiente del gangrel. 

Su piel cremosa y pálida contrastaba enormemente con la profunda oscuridad de su mirada, y de su melena, que se había esparcido en negros y sedosos remolinos sobre la hierba. Sus caderas redondeadas y sus pechos llenos que parecían saludar al firmamento con descaro evidenciaban su feminidad, y se dejaban observar, se dejaban ver sin que la vergüenza tiñese la expresión de su dueña, mientras ésta seguía haciendo descender sus manos, haciendo descender brevemente su mirada para identificar la lazada que colgaba de su cintura, tirando de sus extremos para deshacerla, lentamente. 

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08/08/2018, 16:55
Ingvar Lundson

Ermita de San Enogad, noche del 29 de octubre de 1264

-Dos horas y treinta minutos antes del amanecer-

 

La respiración del gangrel aún no se había normalizado cuando finalmente se separaron lo mínimo necesario para retirar el vestido de ella, revelando su cuerpo. Un cuerpo más hermoso aún del que había imaginado, con suaves curvas y una piel que parecía estar hecha de un pedazo de la propia luna. Todo luz, salvo la oscuridad que se mantenía en su melena azabache, entre sus piernas, y en la sombra de las areolas que remataban unos pechos que parecían llamarlo.

Y en sus ojos, que lo miraban sin ápice de miedo o vergüenza desde su oscuridad, acentuando su deseo. No hubiera querido que fuera de otra manera.

Ella se movió para apoyarse sobre su pecho. Y mientras ella recorría su torso con las manos, él cerró los ojos. Quería sentir el movimiento de sus dedos sobre su piel, sentir su suavidad. Pero incluso con los ojos cerrados, la imagen de su pálido y hermoso cuerpo tendido sobre la hierba estaba grabada en su mente. Pero cuando finalmente sus manos alcanzaron la lazada de su pantalón, abrió los ojos y su sonrisa se volvió más provocativa que nunca.

Sus manos agarraron las de ella, soltando juntos ese nudo y dejando caer su ropa. Despacio, muy despacio, hasta que finalmente quedó libre y la única tela que los separaba se hizo a un lado por fin. Al caer, desveló que Ingvar llevaba ya un rato más que preparado.

Sin apartar ni un momento la ardiente mirada de sus ojos de su cuerpo, él separó con gentileza pero con decisión sus piernas para acomodarse entre ellas, avanzando hacia ella hasta que dejar que sintiera la punta de su miembro rozando su pubis, justo a punto de entrar en ella. Y entonces, él se detuvo, dejando que fuese su torso el que cayera sobre el suyo, dejando esa misma postura en la que ella podía simplemente sentirlo

Besó su vientre, blanco y plano a la luz de la luna. Recorrió la forma de sus costillas hasta acariciar sus pechos, sus labios queriendo devorar por un momento la oscuridad de sus pezones que destacaba sobre sus pechos níveos. Siguió hasta sus hombros, desde donde el aliento de Ingvar ascendió por su cuello, deteniéndose para cubrir cada ápice de su piel de besos y mordiscos que cada vez eran menos suaves. El normando sentía la sangre que corría por la piel. Se deleitaba en su propio deseo, en la tortura de buscar su sangre sin tenerla. En la amenaza de la condena que se escondía en la roja vitae prohibida que parecía llamarlo desde cada latido del corazón de la mujer.

-Ojala fueras aún mortal, Sybilla. –Susurró al llegar hasta su oído. Su voz, impregnada de una necesidad casi primaria, vibraba con emociones apenas contenidas. –Para poder sentir a qué sabe tu vida. Pero a cambio...

Y sin dejar tiempo a respuesta alguna, mientras sus últimas palabras estaban aún abandonando sus labios, sus caderas empujaron hacia delante entre las de ella, provocando que su miembro se hundiese profundamente en el abrazo de su ahora cálido vientre, y convirtiendo el final de su frase en un gemido de placer. Uno que desapareció en un nuevo beso.

 

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11/08/2018, 18:49
Sybilla

Ermita de San Enogad, noche del 29 de octubre de 1264

-Dos horas y treinta minutos antes del amanecer-

Sintiéndose placenteramente observada, Sybilla jadeó, sitiendo el peso, el calor reavivado del normando, derramándose, a través de su piel, y de su boca sobre su cuerpo pálido y esbelto, erizando su piel cremosa e impoluta, reafirmando la posición descarada y firme de sus oscuros pezones, al mismo tiempo que un gemido horadaba su garganta y su espalda se arqueaba, al percibir cómo su vientre lo recibía y lo abrazaba.

Sus manos se crisparon sobre su espalda. Sintieron cada músculo implicado en aquella danza tensarse, desplazarse sobre sus escápulas mientras sus uñas amenazaban con horadar la piel desnuda de Ingvar, al mismo tiempo que un siseo contenido escapaba de su boca, y sus piernas se buscaban, tras su espalda, para entrecruzarse y abrazarse, apretándolo contra ella, provocando que se le entrecortase la respiración, y que volviese nuevamente a gemir, lastimera.

Ahogaba Sybilla aquel sonido en la boca de su amante, y prendiéndose de nuevo a sus labios mientras percibía cómo sus filosos caninos rozaban su carne tierna, ansiosos y ardientes, sedientos y sensible a la calidez de la sangre-  ¿No era ésto vivir, Ingvar? ¿No me encuentro ahora acaso viva? ¿No me habías pedido acaso que viviera, en este preciso instante? -musitó, buscándolo con la mirada humedecida, mientras se desprendía brevemente de sus labios, e inclinaba su rostro hacia atrás, sobre la hierba, dejando entrever a través de sus labios entrecerrados el brillo blanco y acerado de sus dientes perlados, y el contorno afilado y desplegado de sus caninos. 

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04/10/2018, 16:42
Ingvar Lundson

Ermita de San Enogad, noche del 29 de octubre de 1264

-Dos horas y treinta minutos antes del amanecer-

El normando sintió cómo las piernas de su amante lo rodeaban, apretándolo contra su cuerpo, lanzando una muda exigencia para que continuara con la ardiente danza en la que estaban inmersos. Las uñas de la inmortal se clavaban en su piel hasta casi rasgarla pero eso, muy lejos de molestarle, espoleó aún más el fuego de su deseo mientras se hundía de nuevo en la calidez de su vientre.

Cuando ella separó los labios de los suyos, la boca de Ingvar trató, sin éxito, de perseguirlos, como si incluso esa nimia separación le resultara dolorosa. Como un deseo repentinamente fuera de su alcance, ella dejó que su cabeza cayera hacia atrás, permitiéndole ver la afilada punta de sus colmillos y su esbelto cuello blanco, en una mezcla perfecta entre peligro y deseo.

Con su mirada atrapada en las profundidades de sus ojos, el gangrel bebió de sus palabras con avidez. Y en respuesta a ellas, sonrió, dejando que en esa sonrisa se adivinara también la afilada forma de sus dientes destacando sobre sus labios.

Acercó su rostro de nuevo, buscando su boca para enredarla con la suya propia, dejando que su lengua sintiera la letal forma de sus colmillos, justo hasta el punto de conseguir la agridulce mezcla entre placer y dolor que alimentaba la excitación que nublaba su juicio.

-Esto es mi vivir, sí… -Susurró, abandonando sus labios para poder acercarse hasta su oído. -Pero dímelo tú, Sybilla. ¿Vives?

Con delicadeza, mordió el lóbulo de su oreja y tiró de él, mientras el ritmo de sus caderas comenzaba a acelerarse a medida que su instinto comenzaba a comprender el silencioso lenguaje del cuerpo de ella.

-¿Tienes lo que deseas…? – Insistió, deleitándose en los gemidos que brotaban de su garganta.

Con engañosa delicadeza, pasó su mano por la espalda de ella y, tensando todo su cuerpo, la levantó en el aire sin que ambos llegaran a abandonar su unión, sosteniéndola mientras dejaba que fuera simplemente el peso de la cainita el que lo llevara a hundirse aún más profundamente en su interior.

-Si aún te queda algo, simplemente… tómalo.

Su último susurro se volvió ronco y entrecortado cuando sus manos levantaron el cuerpo de Sybilla, sólo para dejarlo caer un instante después en un gesto que hizo temblar las rodillas de Ingvar y rompió su voz en un ahogado gemido.

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13/10/2018, 17:28
Sybilla

Ermita de San Enogad, noche del 29 de octubre de 1264

-Dos horas y treinta minutos antes del amanecer-

Sybilla gimió en la boca del normando, sintiendo cómo su lengua dibujaba el perfil de aquellas dagas afiladas que eran sus dientes, aventurándose, tentándola, estremeciendo su carne reavivada antes de deslizarse por el lóbulo de su oreja, y por su cuello, a través del cual se percibía el latido de su corazón intoxicado en aquel elixir de vida que era la poderosa vitae. 

Permanecía aferrada a él mientras sus manos, robustas, la tomaban del talle para alzarla, dejándola en aquella posición en la que sus rostros se encontraban frente a frente y su virilidad ahondaba en el descubrimiento de su vientre, arrancándole un respingo, y provocando que sus uñas definitivamente horadasen en su espalda, y el olor ferroso de la sangre inundase la brisa, inconfundible. 

La cainita volvía a gemir, desconsolada, buscando la boca de su amante, siendo ella ahora la que recorría aquel filoso contorno que caracterizaba a sus amenazantes caninos mientras se impulsaba, sirviéndose de sus hombros, acompasándose al movimiento de sus caderas, buscando sentirlo, enterrarlo en sus entrañas mientras se apretaba, aterida, contra su cuerpo, besándolo entretanto, sedienta, probando el tacto húmedo de su lengua, mordiendo, con un entrecortado jadeo, su labio inferior, sintiéndolo cálido en su boca, queriendo apretar, degustar...- Entrégate... Toma todo lo que ansías de mí... - profirió, entrecortada, desligándose de su boca, para derramarse por su cuello, sintiendo sobre la superficie sedosa de sus labios los propios latidos fingidos del reavivado corazón de Ingvar- Prueba mi vida... Saborea este momento... Y entonces... Podré tomar lo que deseo... 

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17/10/2018, 12:52
Ingvar Lundson

Ermita de San Enogad, noche del 29 de octubre de 1264

-Dos horas antes del amanecer-

Fuego. El espíritu de Ingvar ardía con pasión, vivía, mientras sentía sobre su cuerpo el movimiento de las caderas de ellas, mostrándole nuevos caminos a las profundidades de su vientre, desnudando su deseo del mismo modo que habían desnudado sus cuerpos. Absorto en el placer, ni siquiera llegó a sentir el dolor de la piel de su espalda desgarrada por las uñas de Sybilla

Las palabras de ella inflamaron su deseo, pero también hicieron que algo en su interior se revolviera. Lo que ella deseaba podría ser desde su afecto o su sangre hasta su propia libertad. La preocupación distrajo por unos momentos al gangrel, hasta que, finalmente, recordó una de las verdades sobre las que había construido su existencia como cainita.

Vivía una vida prestada.

Ingvar había muerto ya años atrás, convertido en herramienta para la voluntad de otro. Raynier lo había liberado, de ese destino y de su propia ignorancia, pero lo cierto es que él nunca había perseguido la eternidad. Sólo disfrutaba de la prórroga que el destino le había otorgado.

Viviría tal y como él había dictado, pagando sus deudas y disfrutando la eternidad, saboreando sus placeres y desafiando los límites hasta que el tiempo y el tedio convirtieran en cenizas los últimos rescoldos de la pasión que aún ardía en su espíritu. Y cuando ese momento llegara, aceptaría el olvido sin temor a mirar a la parca a los ojos.

Divertido con su propia situación, se preguntó en qué momento había comenzado a dudar. En qué momento creyó que importaba todo aquello.

Lentamente, fue reduciendo el ritmo al que las caderas de ambos se movían, convirtiendo su pasional baile en una lenta danza, sintiendo el interior de ella profundamente y sin prisa, y tornando sus entrecortados gemidos en profundos suspiros.

Soltando su mano derecha del talle de la cainita, la tomó de la barbilla, aún enterrada en su propio cuello, y la obligó con delicadeza a alzar el rostro hasta que ambos quedaron de nuevo frente a frente, tan cerca que podían sentir sus alientos.

-Sybilla… -Susurró únicamente su nombre, poniendo en esa palabra toda la intensidad de los pensamientos y emociones que lo recorrían, dejando que fuera ella quien interpretara su significado como si diera por hecho que no eran necesarias más explicaciones.

Y tras hacerlo, apretó su labio inferior contra sus propios caninos, provocando que una brillante gota de sangre aflorara en ellos. Esbozando una ancha sonrisa, cruzó en un suspiro la distancia que los separaba para besarla. No fue un beso invasivo, ni profundo, sino que en esta ocasión se limitó a posar sus labios sobre los de ella, tiñéndolos con el rojo de la sangre para alejarse un instante después, saturado la noche con el embriagador olor de la sangre que ahora manchaba los labios de ambos cainitas.

Pero no se detuvo para ver su reacción. Inclinándose él mismo a un lado del rostro de Sybilla, besó la nívea piel de su cuello sin prisa, sintiendo bajo sus labios el palpitar de su corazón, encontrando el punto exacto en el que latía su vitae hasta encontrarlo. El lugar desde el que la sangre de ella parecía llamar a la suya propia.

Y en esta ocasión, no fue sólo un juego. Sin más aviso, los colmillos de Ingvar se hundieron en el cuello de ella, desgarrando la blancura de la piel de Sybilla para abrir las puertas al pozo carmesí que yacía bajo ella. La vitae inundó su boca y su garganta, y el normando bebió sin contenerse, embriagado por el placer del Beso, saboreando el poder de la sangre inmortal teñida de la esencia de su amante mientras continuaba hundiéndose en su interior.

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18/10/2018, 19:05
Narrador

Cuando bebes de la vitae de Sybilla sientes una euforia placentera, un estallido con el que te sientes casi humano otra vez. Esta sensación es pasajera y momentánea, pero nunca habías experimentado algo así anteriormente. Es un sabor delicioso, único, y que también sublima tu vínculo con ella de una forma mucho más sólido.

Notas de juego

Adquieres Vínculo de Sangre con Sybilla a primer nivel.

Haz una tirada de autocontrol a dificultad 6 para no beber en exceso. En oculto.

Entiendo que pretendes beber solo 1 punto.

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18/10/2018, 22:25
Ingvar Lundson
- Tiradas (1)

Notas de juego

Bueno, eso es entender mucho. Bebo un punto de momento, pero no tenía especial intención de dejar de beber, esto es algo que se hace una vez en la vid... en la muerte, así que debería disfrutarse apropiadamente.

En resumen, que voy a beber más, pero despacito y disfrutando el momento. Y por otro lado, también va a depender de la reacción de ella. Si cierra el círculo pues beberé hasta hartarme, si no ya veremos.

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19/10/2018, 21:00
Narrador

Notas de juego

Tienes plenamente el control de ti mismo. Así que a tu libre albedrío ;)

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24/10/2018, 01:27
Sybilla

Ermita de San Enogad, noche del 29 de octubre de 1264

-Dos horas antes del amanecer-

Sybilla alzó la barbilla, impelida por la mano amable y apremiante del normando, encontrándose una vez más, frente al fulgor de su mirada, observando, casi hipnotizada, cómo la vitae manaba de sus labios, para a continuación besarla, imprimiendo en su boca una simple brizna de aquel sabor primordial que tiñó sus labios en carmesí tras pronunciar su nombre con deleite, con anhelo, con el fervor de un amante pío.

Labios rojos como la sangre, piel tan blanca como la nieve que reposa, y cabellos negros como ala de cuervo. Para cuando Ingvar se separó una vez más de su rostro, Sybilla suponía una aparición sacada de lo profundo de una historia de ensueño, hermosa y aterradora. Una aparición de rostro delicado y feral que jadeaba y se estremecía, ante la proximidad de sus fauces.

Una que exhalaba, en medio de un profundo gemido cargado teñido de dulce dolor y asombro, temblando ante la poderosa sensación en cuyo origen se encontraba el consumo de la propia esencia, que se derramaba en la garganta del normando como un torrente inagotable de rubíes, llenando su boca, espeso y especial.

Sybilla cerró los ojos, arqueando la espalda mientras se aferraba, desesperada, a aquel que ahora la degustaba sin mesura. Sollozó, poseída por aquella sensación preñada de placer inconmensurable y recuerdos bañados por la luz del día, y entre estertores de agonizante éxtasis buscó su rostro, contemplándolo, acariciándolo mientras lo sentía en las entrañas, deleitándose al vislumbrar su expresión en medio de aquella consunción consumada.

Guardó aquella imagen en su memoria, volviendo a dejar caer sus párpados, y sin ser capaz de controlar la respiración desbocada que le daba el germen de aquella vida artificiosa que le otorgaba la sangre que ahora ingería Ingvar, se dejó llevar por aquel instinto asustadizo y primario que le gritaba que sobreviviera a aquello aunándose a aquel cántico carmesí. Se dejó llevar, y aún siendo consumida, entreabrió los labios, y posando las fauces sobre su protruyente carótica, apretó, gimiendo, ronca, de puro gozo, al ser capaz de sentir ella misma el torrente carmesí de la vitae del normando llenar, vibrar el su garganta con la melodía de sus infinitas notas de sabor al ritmo de los latidos de su corazón reanimado e imperecedero.

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07/12/2018, 12:46
Ingvar Lundson

Ermita de San Enogad, noche del 29 de octubre de 1264

-Un tiempo indeterminado antes del amanecer-

 

Los minutos pasaron sobre ellos sin que tuvieran efecto alguno. Sumidos en la profana comunión de ese círculo de sangre entregada y consumida, el tiempo no tenía significado alguno para los dos cainitas. El mundo se había reducido al calor de su piel, a la unión de su carne, y al éxtasis del Beso.

El mundo se había reducido, pero de algún modo, parecía aún más grande que antes.

Así que el normando bebió sin límite mientras su cuerpo seguía hundiéndose en ella, abandonándose a la esencia de la cainita mientras permitía que la suya fuese robada. Bebió, hasta que fue capaz de sentir su propia vida a través de la sangre que manaba del cuello de Sybilla. Hasta que dejó de haber diferencia alguna entre la sangre de ella y la suya propia. Hasta que, por un momento, hasta sus propias esencias se fundieron en una sola. Hasta que su mente individual se dispersó en un inacabable clímax.

Finalmente, tras una eternidad de gozo, Ingvar soltó la presa de sus colmillos sobre el cuello de su amante, alzando su rostro para aspirar el frío aire nocturno impregnado del poderoso aroma de la vitae. Jadeando, gimió lastimeramente cuando el tirón de la sed de ella sobre sí mismo, y por un momento estuvo a punto de perderse de nuevo en su cuello.

Lentamente, con gentileza, se separó del Beso de Sybilla y de la calidez de su vientre para dejarse caer sobre la hierba, con los ojos apuntando hacia lo alto y los labios aún cubiertos por la sangre de ella. Sin moverse más allá de la entrecortada e innecesaria respiración de su pecho. Sin querer alejar la desconocida sensación de paz, de plenitud, que se había adueñado de él. Aunque siempre había tratado de vivir intensamente, nada de lo que había hecho se había parecido siquiera a lo que acababa de suceder.

-¿Vives, Sybilla? –Susurró sin girarse hacia ella, sonriendo sin pretenderlo, con la mirada fija en el lejano cielo.

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08/12/2018, 00:29
Sybilla

Ermita de San Enogad, noche del 29 de octubre de 1264

-Un tiempo indeterminado antes del amanecer-

Aquella unión carmesí se dilataba en el tiempo, obnubilando la percepción y el pensamiento. La dama oscura se perdía en la sangre, hasta que la identidad de cada cuerpo, de cada gota, fue confusa. Disociada en aquella consumación, el eterno pesar que asomaba indeleble tras sus párpados fulguraba, hasta apagarse y enmudecerse, dando paso al sonido de cada jadeo y cada trago, de cada brizna del exquisito sabor de la vitae, fluyendo de uno a otro ser sin contención, sin reservas. 

Perdida en aquella corriente, Sybilla podía intuir, podía entrever aquella esencia olvidada, sentir de nuevo el aleteo de sus alas arrancadas, como algo lejano, breve y familiar que aliviaba primero su lamento y luego horadaba en ella como una daga al rojo vivo, enterrándose en su pecho, rápida y breve, en el mismísimo instante en el que el sublime embotamiento de sus sentidos finalizaba, y la fuente de aquel espejismo se alejaba con delicadeza. 

Una momentánea y angustiosa sensación la recorrió, durante un instante en el que se dejaba caer sobre la hierba y sus labios se entreabrían, desconsolados, mostrando sus fauces enrojecidas, acudiendo las manos níveas a su garganta, y a su pecho, acariciando, apaciguando aquella profunda sensación de repentino vacío, que finalmente se diluía también, serenándose y acallándose, mientras se apaciguaban las constantes artificiosas de su ser.

La calidez aún no había terminado de desaparecer, y su corazón aún latía, muy lentamente, cuando la voz del normando la sacó de su ensimismamiento. Un escalofrío recorrió su espalda, y le concedió aquella suerte de consuelo que era el poder sentir el eco de las mieles de aquel éxtasis intenso y eterno, arrancándole un suspiro, que llegaba antes de que volviese a observar a Ingvar con detenimiento y en silencio, devolviendo sus pupilas profundas y oscuras al cielo nocturno, antes de proferir palabra alguna.

¿Podrías afirmar qué es vida y qué no lo es, en este preciso momento?- preguntó, con suavidad, cerrando momentáneamente los ojos- Supongo que si debo elegir una respuesta más concreta... Debería decir... Que si existe algo semejante a la vida para nosotros, ahí fuera... Puede que esta noche hayamos estado a punto de encontrarlo. 

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15/01/2019, 11:23
Ingvar Lundson

Ermita de San Enogad, noche del 29 de octubre de 1264

-Un tiempo indeterminado antes del amanecer-

Aparentemente sorprendido ante su respuesta, Ingvar la observó durante unos momentos, en los que ella casi parecía dormida con sus ojos cerrados, para luego comenzar a reír. Era una risa diferente la que vibraba en el pecho del hombre, profunda pero cristalina, una risa de genuina sorpresa y deleite, que emanaba una contagiosa alegría.

-Ni siquiera en un momento como este dejáis de lado esa forma vuestra de pensar. –Contestó finalmente con voz suave. –Claro que puedo afirmarlo, Sybilla. Y aunque me equivoque, seguiré afirmándolo.

El normando sabía que no poseía, ni lo haría jamás, toda la verdad. Pero eso no le impedía el disponer de sus propias certezas, y vivir con intensidad de acuerdo a ellas. Probablemente, el vivir resultaría diferente para cada alma, pero se conformaba con seguir el camino que él mismo se había fijado.

-Dices que casi lo hemos encontrado… Bueno, si ésta es la recompensa de la búsqueda, tal vez deba buscarlo más a menudo. Pero para mí, es vivir. No cambiaría nada de lo que ha sucedido esta noche. –Sentenció, mientras se ponía de pie sin prisa y tendía una mano hacia ella para ayudarla sin mostrar vergüenza alguna por su orgullosa desnudez. Su piel, que recuperaba su habitual palidez por momentos, brillaba bajo la luz de la luna como una aparición. Y a pesar de ello, en contraste con la blancura nívea de la de ella, casi parecía oscura.

Un repentino gesto en su rostro y una sonrisa anunciaron que su habitual sentido de humor estaba de vuelta.

-Bueno, tal vez sí cambiaría algo. –Dijo mientras recuperaba su camisa rasgada, cubierta de polvo, y la sacudía con decisión. –Un buen lecho en lugar del duro suelo.

Alzando la mirada, pudo ver que el primer atisbo de claridad comenzaba a pintarse en el horizonte oriental. Aún quedaba largo tiempo hasta el amanecer real, pero ese aviso era suficiente como para comprender que su tiempo se había agotado. Ambos cainitas terminaron de cubrirse de nuevo antes de descender de nuevo hacia la oscuridad del refugio capadocio.

Descendiendo las escaleras el último para cerrar la entrada tras ellos, Ingvar aún sentía el aroma de la sangre de Sybilla impregnado en él, como un poderoso perfume que se negaba a evaporarse. Terminando de colocar la roca, su expresión oculta a todos, sonrió para sí mismo, recordando lo sucedido, y pensando…

En lo que aún estaba por suceder.

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15/01/2019, 11:25
Ingvar Lundson

Castillo de Brest, noche del 30 de octubre de 1264

—Dos horas antes del amanecer—

La noche se agotaba en el castillo de Brest. Tras la marcha de Sybilla, se había excusado también y había dejado el salón de audiencias. Poco más quedaba por debatir allí, y el tiempo comenzaba a desaparecer. La misteriosa incógnita que los esperaba al día siguiente podría presentarse en cualquier momento, pero el normando aún pretendía aprovechar el tiempo hasta el alba. Tras la conversación con la dama del lago, no había encontrado aún un momento a solas con la cainita de ojos negros para hablar de lo sucedido.

No era como si no confiase en Leyre pero… no, al contrario, se trataba exactamente de eso. La pequeña marioneta de Mahé era demasiado voluble como para revelarle demasiada información. Y si su compañera también había guardado el secreto frente a Gevrog, probablemente pensara de forma similar a él.

Así que la siguió por la misma puerta que había usado para dejar el salón de audiencias, guiándose por el eco lejano de sus pasos y el tenue rastro del olor que desprendía, un olor cuyos recuerdos aún provocaban algunos escalofríos en la espalda del gangrel. Finalmente, le dio alcance en un pasillo cercano a las habitaciones de invitados.

-Sybilla. –Deteniéndose, la llamó para alertarla de su presencia y dejar clara su identidad, aunque suponía que los finos sentidos de ella bien podrían haberlo sentido mucho antes. –Confío en que no os importune si os robo unos minutos a solas. Todo ha estado demasiado concurrido desde que salimos de esa cueva.

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15/01/2019, 22:18
Sybilla

Castillo de Brest, noche del 30 de octubre de 1264

—Dos horas antes del amanecer—

El semblante de la mujer de ojos negros como ala de cuervo mostraba razonable preocupación en el momento en el que abandonaba los salones comunes del hogar del príncipe de Brest para dirigirse hacia las habitaciones de invitados, percatándose de que los pesados pasos del normando seguían su estela. Mantenía Sybilla sin embargo el silencio, alejándose prudencialmente, de los oídos indiscretos y las paredes capaces de escuchar, hasta el momento en el que la voz de Ingvar resonaba, pronunciando su nombre, deteniendo sus pasos. 

La dama oscura le dedicaba entonces a su interlocutor un gesto con la mano. Un gesto sutil y delicado que lo invitaba a seguirla, breve, antes de que sus pasos reanudasen la marcha hacia los que eran los aposentos que se le habían asignado, a los que se podía llegar tras recorrer una laberíntica sección de catacumbas, y que en su interior, resultaban acogedores y cómodos en decoración, aunque indudablemente húmedos, y oscuros. 

Sybilla dio paso al normando al interior de los mismos, y tras verlo pasar, cerró a su espalda, observándolo detenidamente, como si pudiera adivinar cada uno de sus rasgos a pesar de la penumbra. Contemplándolo, en medio del silencio y la oscuridad, durante un breve instante, antes de pronunciar palabra alguna.

- Las paredes escuchan. Las puertas que rodean cualquier corredor, aún más. -indicó, avanzando hacia el interior de la habitación, tomando asiento en una silla de madera, e invitando a Ingvar a hacer lo propio- Intuía que habría cuestiones que querrías discutir con mi persona, tras los eventos acaecidos durante la noche que nos concierne. -dijo, emitiendo un suspiro quedo, obligado pero necesario- Y agradezco que hayas preferido contener tus preguntas hasta este momento. Habría sido... Complejo... Mencionar determinadas cuestiones frente a nuestra compañera de viaje.-añadió, colocando las manos sobre su regazo- Habla. No te puedo prometer cualquier respuesta, pues debo lealtad a mi señora. Pero trataré de ser franca. 

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16/01/2019, 11:02
Ingvar Lundson

Castillo de Brest, noche del 30 de octubre de 1264

—Dos horas antes del amanecer—

Por toda respuesta a sus palabras, Sybilla se limitó a detenerse durante unos momentos y a dedicarle un discreto gesto con su mano antes de continuar con su avance. Sin mediar más palabras, Ingvar la siguió en silencio. Era evidente la necesidad de encontrar un sitio más discreto para poder hablar lo que hasta ese momento habían obviado. Y es que, incluso dando por sentado que la furia del Príncipe estaría manteniendo ocupados a gran parte de los oídos indiscretos de la corte, toda precaución era poca.

Finalmente, tras un corto pero laberíntico avance, llegaron hasta los aposentos de la dama. Al cruzar el umbral, los recuerdos de la noche anterior distrajeron durante un momento al normando antes de que se recordara a sí mismo lo que había venido a hacer. Sin embargo, ni siquiera eso pudo evitar que una sonrisa pícara cruzara por sus labios mientras observaba el lecho.

Sólo cuando estuvieron solos tras la puerta cerrada se permitió Sybilla romper su mutismo, confirmando en efecto que también ella temía por ser escuchada, y agradeciendo su propia discreción.

-Al contrario que mademoiselle de Abin, conozco el valor de callar a veces. Pocas. –Bromeó ante las palabras de ella. –Pero en efecto, hay algunas cosas que me inquietan de las palabras de Viviane. Conozco vuestros lazos. Responded a lo que sintáis que podéis.

Caminando lentamente por la sala, finalmente se dejó caer en una de las sillas de madera que le había indicado la cainita antes de continuar con la conversación.

-A pesar del tiempo que llevo aquí, no dejo de ser en muchos aspectos extranjero en Bretaña… hay mucho en la historia de estas tierras que desconozco. Pero incluso un extranjero puede hacerse preguntas. Para empezar… ¿Sabéis acaso quién… o qué… era esa mujer, Viviane? Por las palabras que cruzasteis… ya os habíais visto, aunque tal vez ni siquiera lo sabías.

Los ojos claros de Ingvar observaban a Sybilla con atenta curiosidad, aunque no era evidente si lo hacían tratando de estudiar sus reacciones a las palabras pronunciadas, o si simplemente el gangrel había decidido que las facciones de la inmortal eran un buen lugar en el que perderse.

-Pero las cuestiones más interesantes enlazan con tu señora. Margwaise Menguy… ¿la hermana de Mograine? ¿Hasta dónde se remontan estos linajes de hadas y cuentos? Porque, si estamos a punto de vernos envueltos en una guerra de hermanas inmortales por la posesión de esta tierra, deberíamos informarnos mejor. Gevrog parecía genuinamente preocupado… ¿Pero qué hay de vos misma? ¿El nombre de Mograine os dice algo?

Inclinándose hacia atrás en su asiento, su mirada se paseó por el techo de la estancia antes de recuperar una postura erguida y mirar de nuevo al rostro de su compañera.

-En fin, no es mi intención el avasallaros con preguntas… pero al menos, debo hacerlas. Esta guerra es mucho más vuestra que mía. Ni siquiera sé qué es lo que opinará Raynier realmente lo que está sucediendo.

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20/01/2019, 11:34
Sybilla

Castillo de Brest, noche del 30 de octubre de 1264

—Dos horas antes del amanecer—

Sybilla observó a Ingvar, mientras éste se sentaba, procediendo a quitarse cada uno de sus guantes, con delicadeza, al mismo tiempo que lo escuchaba, dibujando una expresión preñada de melancolía, a medida que sus preguntas se desgranaban. 

Viviane du Lac...-dijo, guardando silencio acto seguido, como si meditase sobre lo que debía añadir a continuación- Todos los hijos de Malkav de esta región dicen ser chiquillos de la dama del lago, y llevan su apellido. -indicó, con un leve suspiro- El por qué de tal cuestión, lo desconozco, mas, en efecto, sí que recordaba a la dama en cuestión.-contestó, posando la mirada de ojos profundamente negros sobre sus manos, blancas, níveas en contraste- La noche en la que... Me abandonaron en lo profundo del bosque, aún agonizaba. Estaba sola, en medio de un claro, siendo perseguida por los astros sin comprender lo que me había ocurrido. Sentía miedo, un profundo dolor, y una tristeza inenarrable. -confesó, con las pupilas perdidas en el pasado, antes de volver a posar las mismas sobre el rostro del normando- El rostro de Viviane apareció ante mí, en medio de mi ordalía. Ella... Se llevó toda mi pena, con una caricia. Me permitió... Sentir verdadera paz, durante un instante. Una paz que no he sentido jamás, desde entonces. -añadió, con un breve suspiro- Nunca supe su nombre. Pero recordaba ese rostro. Aquella misma noche, supe que lo recordaría siempre. - aseveró.

En cuanto a qué es... No lo sé. No al menos con seguridad. -indicó- Su aura es... Extraña. Es débil y pálida, como la de cualquier cainita... Impregnada del gris propio de la tristeza... Y a su vez resplandece, brillante, en una miríada de colores irisados, como la que portan aquellos seres nacidos de nuestros sueños y temores más profundos. Propia de lo mágico y lo feérico. -explicó, adquiriendo, con sus palabras, una expresión que denotaba la confusión que ella misma sentía al plantearse las posibilidades que aquello podía suponer.

Morgraine es otra cuestión. -puntualizó- Poco he escuchado sobre ella, pues lo cierto es que, mi señora no suele hablar, ni suele tolerar que se hable de ella, en su presencia. Sólo sé que se decía de ella que era una poderosa hechicera, que servía a Riothamus y constituía un auténtico poder detrás de su trono. -explicó- Y que esa niebla... Algo a caballo entre lo relativo a los cainitas y lo feérico, según indicó la dama del lago, me recuerda a aquellas quimeras que los hijos de Ravnos son capaces de invocar, con el simple poder de su voluntad. -indicó, sopesando aquella afirmación, funciendo levemente el ceño.

Algo que nos pueda hacer creer que el amanecer se encuentra sobre nosotros nos hará entrar inevitablemente en pánico. Y el temor de la Bestia es un temor excesivamente incapacitante. -apuntó- Sería súmamente sencillo eliminar definitivamente a alguien agazapado y temeroso, o inconsciente de su propio entorno debido al Miedo Rojo. 

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24/01/2019, 09:47
Ingvar Lundson

Castillo de Brest, noche del 30 de octubre de 1264

—Dos horas antes del amanecer—

El normando escuchó a la cainita mientras ella desgranaba su relato sobre cómo fue la primera vez en la que se encontró con el ser que se hacía llamar Viviane du Lac. A pesar de que su propia vida había estado llena de violencia y dolor, a pesar de que había probado incluso el áspero tacto de la madera en su corazón siendo poco más que un neonato, había algo en la forma en la que la voz de Sybilla vibraba al rememorar ese recuerdo que le decía que lo que ella había experimentado en aquel entonces iba mucho más allá de lo que podía imaginar.

Sin haber sido invitadas, unas repentinas ganas de acercarse a ella cruzaron la mente de Ingvar, que no pudo evitar preguntarse si era una reacción genuina, o podría tratarse de la consecuencia de haber unido sus vitaes la noche anterior. Pero poco importaba. Aun si fuera lo segundo, ahora formaba parte de él.

-Formáis parte de esta fábula de hadas por derecho propio entonces, Sybilla. –Contestó finalmente, mientras trataba de organizar en su mente todo lo que sabía. Salvada por la dama del Lago, protegida por la hermana de Mograine, era evidente que su compañera estaba más que involucrada en lo que estaba por venir.-¿Sabéis? Mi gente cuenta leyendas sobre magia… simples historias, aunque lo cierto es que no esperaba verme envuelto en una de ellas. Tal vez, lo que nuestros skald cantaban podría tener algo de verdad al fin y al cabo.

Se levantó de la silla en la que se había sentado, y dio unos pasos por la habitación, inquieto.

-En cuanto a Viviane… Si fue lo bastante generosa como para salvaros, entonces tiene mi simpatía. Pero no contaría mucho con ella en lo que está por venir… no estoy seguro, pero dudo que podamos considerarla exactamente una aliada. Esa mujer parece más bien una fuerza de la naturaleza. Tan impredecible como el viento en una tempestad, y tal vez más peligrosa.

El gangrel, que había detenido sus palabras y sus pasos mientras la escuchaba, las retomó de nuevo una vez que ella terminó de hablar sobre la misteriosa bruja.

-Así que la leyenda de Mograine llega hasta Riothamus… -Murmuró Ingvar después de escuchar lo que Sybilla sabía sobre ella. -Tal vez no estuviera tan equivocado cuando pensé en visitar las ruinas de su castillo. Creo que, a pesar de todo, deberíamos regresar a la península después de lo que sea que suceda mañana. Aún hay muchas preguntas sin respuesta. Los espectros que vimos en el templo… Ker’is… Riothamus… todo parece estar conectado, pero no soy capaz de ver los hilos que lo unen.

-Lo único que tengo claro… es que el trono de Brest ha sido, desde luego, un regalo envenenado para Gevrog. –Añadió, algo pensativo. Ni todo el oro del mundo haría que deseara la posición del Toreador en esos momentos. –Queda saber si se ha tratado únicamente de la mala fortuna del príncipe, o si ha sido su nombramiento el que ha desatado de alguna forma todo esto.

-¿Qué opináis vos? -Terminó por preguntar, deteniéndose al lado de la cainita. -¿Qué es lo que pensáis hacer respecto a todo esto? Doy por sentado que, al menos por parte de vuestra señora, tenéis mucho interés en lo que está por suceder.