Partida Rol por web

Victorian Vampire

Escena privada: El latido prestado.

Cargando editor
04/01/2018, 01:34
Hasel

El latido prestado

 

 

La época invernal era la más dura para él. Detestaba el frío y la falta de luz ligada a las últimas horas de la tarde. Al termino del día su cansancio era insoportable, la pierna derecha le dolía hasta el punto de sufrir calambres. Se le dormían las manos, especialmente las yemas de los dedos y trabajar en la misma posición durante horas y horas resultaba una tortura más allá del desgaste físico.

No era un ciudadano feliz, más bien era un autómata, ignoraba las condiciones laborales perjudiciales en que trabajaba, pues tenía que sobrevivir, no pensaba más allá de mañana, solo en el presente, y lo que en principio se dijo a si mismo solo sería un trabajo temporal se había convertido en un modo de vida del que no podía, o quizás no quería escapar ya. Tenía heridas en las manos, la piel irritada debido al contacto con el azufre y otros componentes químicos de los fósforos, los guantes de lana que usaban los trabajadores de la fábrica no eran impermeables y desde luego no garantizaban ninguna seguridad válida y eficaz para la protección de su salud.

Su jornada laboral empezaba a las seis de la mañana y terminaba a las ocho de la tarde. Ya era de noche cuando volvía del trabajo, desecho y cabizbajo, solo quería llegar a la posada de la señora Galinard para tirarse sobre la cama y dormir, a veces ni siquiera cenaba, el sueño le invadía por completo y el hambre se diluía en su estómago debido al cansancio. Cerraba los ojos y no soñaba con nada. Solo había oscuridad.

Ese era su mundo, su día a día, la vida de un joven pobre, con solo unos pocos francos en su haber, sin muchas expectativas de futuro. Quizás en su interior se había rendido y ya no tenía fuerzas para seguir peleando contra si mismo.

Emprendiendo el camino hacia la posada subió la larga cuesta llena de nieve que, como cada noche había de sortear para llegar hasta su hogar. Su abrigo de la lana de una pésima calidad apenas le cobijaba del frío, el aire invernal resecaba su garganta y el interior de su pecho. Sufría, le dolía. No podía respirar sin que su corazón se acelerase peligrosamente al subir por aquella pendiente haciendo un sobreesfuerzo. Los ataques de asma que padecía en el trabajo o en la pequeña habitación que tenía arrendada en la posada empezaron siendo habituales y pasaron a ser crónicos progresivamente. En cuanto la sangre surgió de sus labios en un fuerte arranque de tos se confirmó lo que en su interior ya sabía, que estaba muriendo lentamente.

Lo extrañó fue que Hasel no se asustó, no lamentó sufrir aquel desenlace si era voluntad de Dios, parecía haber aceptado su destino. Pocas primaveras y veranos había disfrutado, solo cuando tuvo la compañía de Ludmilla a su lado fue realmente feliz. Después de su desaparición los inviernos fueron más crudos, los sueños y la esperanza del niño que fue habían desaparecido.

Un escalón más, otro más, respira. - se paró en mitad de la cuesta agarrándose fuertemente a la barandilla de las escaleras pegadas al muro de la calle. Bajó la cabeza e intentó respirar calmado, pero la realidad es que no podía porque no era dueño de su corazón, la enfermedad lo cabalgaba por él. El miedo y la resignación fluían por su sangre, notaba la presencia de la fría muerte calándole hasta el alma y como los latidos de su corazón se asemejaban al minutero de una bomba a punto de explotar dentro de su pecho. Estaba mareado y aquella carencia de oxígeno prontamente le hizo perder el equilibrio. Todo se nubló.

Tosió, tosió mucho, su mano se aflojó y cayó súbitamente contra el suelo rugoso y helado rodeado de nieve. Un filo hilo de sangre asomó hacia afuera por sus labios, evidenciando la lucha imposible de ganar que se debatía en el interior de su cuerpo. El carmesí intenso anunciaba su muerte, contrastaba con el color amoratado que sus labios fueron adquiriendo dentro del marco de facciones pálidas y cinceladas que era su rostro. La vida de Hasel se apagaba, su pecho se movía al ritmo de unos irregulares espasmos, y sus ojos, aunque abiertos miraban hacia la nada. Su final había llegado.

Cargando editor
07/01/2018, 22:22
Ludmilla Flamcourt

Ludmilla adoraba el invierno. Ya antes de que la muerte sellase su eterna juventud siempre había creído que estaba lleno de magia, le encantaba jugar en la nieve y buscar la sombra de un hada detrás de cada copo que caía del cielo. Le gustaban las luces de gas que se encendían en las calles, hacer ángeles agitando sus brazos y tomar un chocolate caliente al regresar a casa. Su madre siempre aprovechaba esas fechas para ayudar en un hospicio cercano y le permitía acompañarla y repartir juguetes y abrigos entre los niños más pobres. A Ludmilla le encantaba el brillo de sus ojos al recibir cualquiera de esos regalos y siempre terminaba dándoles también sus guantes, su bufanda o sus propios juguetes cuando su madre no miraba. 

Habían pasado muchos inviernos desde entonces pero la pequeña vampira seguía prefiriendo los meses fríos, aunque por otros motivos. La caída del sol mucho más temprana le daba más horas en pie y, junto a eso, la posibilidad de espiar a Hasel en su camino de la fábrica hasta su casa. 

La ilusión de un corazón aleteando en su pecho marchito siempre aparecía cuando vislumbraba su silueta. Cada vez más alto, cada vez más adulto, pero ella era capaz de reconocerlo siempre y creía que podría hacerlo incluso cuando él fuese un anciano arrugado con barba blanca. Aunque la idea de un Hasel anciano mientras ella seguía siendo una niña eterna amargaba algo en su garganta con un sabor como a cenizas.

Llevaba esa noche su capa negra y con ella había cubierto sus cabellos. Se escondía entre las sombras que bordeaban el camino, demasiado lejos como para que él distinguiese su figura, pero lo suficiente cerca como para poder ver su rostro. Le vio aparecer por el camino y una sonrisa curvó sus labios infantiles mientras comenzaba a seguirlo, como una sombra que velase sus pasos para cuidar que llegase seguro a la cama.

Pero esa noche la alegría por verlo no tardó en diluirse. Hasel no tenía buen aspecto desde hacía un tiempo. Sus pasos eran vacilantes y sus toses se clavaban como puñales en el estómago de la pequeña. Estaba enfermo, seguramente por trabajar en una de esas fábricas, y el ceño de Ludmilla se frunció con preocupación por el que siempre había sido su amor. 

Lo vio caer y se tapó la boca con la mano. Nunca se había atrevido a acercarse a él, no desde que la habían convertido. Tenía demasiado miedo de que él no viera en ella a la niña que fue, sino al monstruo que residía en su interior. Temía su rechazo más que nada en el mundo y esa posibilidad era suficiente para mantenerla siempre alejada, siempre escondida en las sombras, siempre al otro lado de la ventana rozando el cristal con su naricilla para verlo dormir. Pero tampoco había pensado nunca que él podría morir, ni siquiera cuando lo imaginaba anciano entraba en su mente la idea de que Hasel dejase algún día de existir. 

La sangre salpicó la nieve y Ludmilla empezó a acercarse sin pensar. No podía verlo morir ahí delante sin hacer nada, no podía dejarlo morir. Los últimos pasos los dio muy despacio. Sabía que si su corazón todavía latiese en ese instante lo sentiría retumbar en sus sienes y en su pecho. Hasel tenía los ojos abiertos y la pequeña se temió lo peor mientras terminaba de acercarse. Sus pupilas se dilataron cuando su mirada se posó en la sangre que manchaba de rojo el manto blanco y sintió algo revolverse bajo su piel. Sus colmillos se extendieron por instinto y la Sed rascó su garganta con una exigencia ácida. Un rugido empezó a nacer en el fondo de su esternón y lo silenció tapándose la boca y apartando la mirada de las gotas rojas. Tenía hambre, un hambre que laceraba sus venas y nublaba su mente. Ludmilla tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para contenerse y no saltar sobre él para desgarrar la carne de su cuello en busca de la carótida. Tuvo que recordarse que era Hasel quien tenía delante, el único ancla que le quedaba con su humanidad. Apretó los dientes y los párpados y se dejó caer de rodillas a su lado. Con sus manos que ya siempre estaban frías, tomó su mejilla y giró su rostro para ver sus ojos, lo necesitaba para controlarse por completo. Entonces la niña empezó a llorar.

Así fue como él la vio después de tanto tiempo, con el rostro pálido surcado por dos regueros de lágrimas carmesíes y la punta afilada de sus colmillos asomando entre sus labios. 

—Hasel, mi dulce Hasel —susurró, acariciando su rostro con la punta de los dedos, embargada de un éxtasis que tan sólo había podido soñar al volver a tocarlo—. No me dejes, por favor. No puedes dejarme... —Su tono se volvió algo exigente cuando repitió en voz más alta—. No puedes dejarme.

Fue un impulso. Había oído alguna vez que la sangre de los malditos podía curar, aunque nunca lo había puesto en práctica. Esa ponzoña que mantenía en pie sus cuerpos muertos sanaba las heridas y las enfermedades, eso decían algunos. Ludmilla no sabía si era cierto, ni tampoco qué consecuencias podía tener para ellos, pero el rostro pálido y la mirada perdida de Hasel fue suficiente como para que mordiese su propia muñeca y pegase la carne abierta a los labios de su amor, obligándole a beber. 

—Vamos, Hasel —musitó, queriendo animarle con sus palabras a seguir luchando un poco más—. No me dejes. No puedes dejarme. 

Notas de juego

He editado para corregir una errata, nada más. No es necesario releer ;).

Cargando editor
11/01/2018, 05:14
Hasel

La caricia fría y delicada que rozó su mejilla le provocó un escalofrío tan puro como si la misma nieve le hubiese añado con sus garras gélidas para después sepultarle vivo, le hizo estremecer, preguntándose aturdido que o quien le había tocado.

Unos segundos bastaron para que la realidad más imposible se presentase ante él, proyectando una imagen inhaudita, lo que en su enagenación mental aún era capaz de dilucidar como una alucinación o quizás el último sueño que en esas horas aciagas era para su cerebro lo más importante y capaz de recordar, antes de apagarse definitivamente.

Ludmilla, la primera persona que había moldeado su ser regalándole su amor y una infancia. Ella le libró de un mal peor que la esclavitud infantil de su trabajo, le dio alas para volar y batirse con fuerza contra la tormenta que arrasaba todo consigo, la carencia de sueños que asaltaba a niños como él, huérfanos, ignorantes y desprotegidos. Lo único que alimentó su imaginación y sus deseos en aquellos primeros años de vida fue tener su presencia incondicional a su lado, cada noche, abriendo la ventana de su habitación a un mundo de fantasía donde ambos niños se habían coronado reyes.

Su pequeña mano le obligó a girar la cabeza y contemplarla sangrando dolor por los ojos. ¿Por qué imaginaba a su pequeña Ludmilla llorando de ese modo por él? Era egoísta quizás, la había necesitado tanto que, en su fuero interno unas lágrimas ordinarias venidas de su alucinación no parecían ser suficientes. El dolor que había sentido por su ausencia se debía de equiparar tan desgarrador al de él, sangrando. Así justificaba la locura que le tenía preso delante de sus narices.

Claro que todo dio un vuelco cuando su voz salió en forma de susurro de su garganta, colándose por sus oídos entonando una melodía, dulce, suave y delicada como el algodón. Hasel, mi dulce Hasel... No me dejes, por favor. No puedes dejarme...

No, no era real, pero su terquedad y su niño interior le pertenecían así que respondió a la proyección de Ludmilla gastando la última gota de aliento que sobrevivía temblando en sus labios. - Que... hermosas palabras... - moriría feliz. Su respiración había cesado las nubecitas de vapor que hacía escasos segundos habían salido por su boca. La mirada de Hasel se quedó fija en la de la pequeña vampira, no parpadeaba. Pálido como una escultura tallada en mármol esperaba que la proyección de la infante desapareciese y la oscuridad que entelaba sus ojos se tornase luminosa en el tránsito que le aguardaba hacia la otra vida.

Empezó a cerrar los ojos en cuanto la última frase de Ludmilla se diluyó haciéndose añicos. Su voz quedó suspendida en el aire amortiguada por el silencio vacío de la noche y los oídos sordos del muchacho. Entró en parada cardiorespiratoria pero los labios cortados y resecos aún abiertos a la vida y el oxígeno que ésta pudiese proporcionale probaron el sabor de la sangre que la vampira le ofreció a su antiguo amor, acercando la muñeca a su boca. Unas pocas gotas cayeron en su interior, e involuntariamente penetraron en el torrente sanguíneo del joven a través de la lengua. La esencia de su maldad despertó la sangre de Hasel, quemándole primero la garganta y después el pecho.

Él mismo levantó la mano para tomar la de la pequeña cherie y beber de ella a pequeños sorbos sin separar sus labios ni un instante de su fría y tersa piel. Lo hizo con lentitud, succionaba la carne rasgada a medida que se su organismo se recomponía milagrosamente. Lamió con dificultad la herida abierta, y mientras el color de su sangre teñía de rojo sus dientes, sus ojos volvieron a mirarle con fijación, no como un moribundo, sino como alguien que recuperaba la conciencia y se preguntaba con una mezcla de miedo y fascinación como era posible verla de nuevo y estar vivo.

- Te necesito... - logró articular en cuanto despegó la boca de su muñeca. Hablaba el amor que conservaba por ella, pero también ese principio de adicción al cual se haría adicto.

Con seguridad, prendido en el frescor que sus verdes pupilas aún conservaban tal y como recordaba desde que eran niños, comprendió maravillado que Ludmilla había regresado para salvarle, atrapada en su apariencia de niña de 12 años por alguna razón que desconocía y quería entender.

- Tu sangre... - pronunció aturdido. - Me ha curado... - las palabras no salían de su boca con fluidez. - Ludmilla estás viva... - acarició su pequeña mano fría besando su dorso. Selló su adoración por ella con la marca de sus labios rojos sobre su piel marmórea. - ¿Cómo? - necesitaba comprenderlo.

Cargando editor
14/01/2018, 04:32
Ludmilla Flamcourt

Un tenue gemido de alivio abandonó los labios de Ludmilla cuando Hasel se aferró a su muñeca para beber con fruición. Lo contempló, fascinada y emocionada, mientras su rostro recuperaba el color que había perdido y las ojeras se desvanecían en una tez de aspecto saludable. Había funcionado, le costaba creerlo, pero así había sido. El alivio por haberlo salvado la inundó por entero y le hizo emitir una breve risa cantarina. Dejó que bebiera todo lo que quisiera, todo lo que necesitaba, sin preocuparse por si eso la debilitaría a ella. En ese momento habría dado hasta la última gota de su sangre si así pudiera mantenerlo con vida. 

Y yo te necesito a ti... —le respondió, con el alma en vilo. 

Pero una vez pasó ese primer momento en que sintió que su ser se llenaba con el amor acumulado en los últimos ocho años, vio el estupor crecer en su rostro y empezaron a llegar las preguntas que tanto había temido. Su labio inferior tembló con la cercanía del juicio y, por un instante, Ludmilla pensó en obligarlo a olvidar y correr a refugiarse en las sombras. Pero lo había añorado tanto, lo había necesitado tanto... Y el beso con que tiñó de rojo el dorso de su mano derribó todas las defensas de la pequeña. 

No, Hasel... —dijo entonces, negando con una tristeza sombría en la mirada—. No estoy viva. Pero tampoco estoy muerta. —Sacaba ánimos de su contacto, tan real, tan esperado—. No sabía si funcionaría... Lo había oído, pero no sabía si era verdad. Y ahora estás bien y no voy a dejarte nunca más. 

Acarició su rostro de nuevo, pasando sus dedos por esos rasgos que habían crecido como no lo habían hecho los suyos y que, sin embargo, seguían siendo los del niño al que había amado. Después, pasó esa misma mano por sus mejillas pálidas, intentando secar sus lágrimas y consiguiendo a cambio emborronar la sangre sobre su rostro. 

—Soy una leyenda, mi amor. Un ser de pesadilla que acecha en la noche a los incautos. —Tal vez se estaba poniendo demasiado dramática, pero era demasiada la emoción del momento como para contenerse—. Las abuelas cuentan historias sobre los que son como yo para que los niños se vayan a la cama. —Hizo una pausa y sonrió, dejando en ese gesto que sus colmillos asomaran un poco más entre sus labios—. Pero tú no tienes que temer nada de mí, Hasel. Nunca te haría daño. No me temas, por favor —Su voz se volvió suplicante—. No podría soportarlo. 

Cargando editor
19/01/2018, 01:31
Hasel

Levantó la mano y borró dulcemente parte del rastro de sangre que había quedado manchado en sus mejillas. Escucharle decir que le necesitaba despertó en él una sensación incomparable de felicidad en su corazón.

Pero esa alegría se empañó en cuanto el joven constató en los ojos de la pequeña su tristeza por la afirmación que había hecho al dar por sentado que aún seguía viva.

- Pero... entonces... - le costaba entenderlo o quizás es que no quería procesar que su amor se encontrase atrapada en un estado indefinido entre la vida y la muerte. - No lo entiendo Ludmilla. Estás aquí, puedo verte, puedo tocarte, sentirte y escucharte. - deslizó el dedo índice a modo de caricia por su mejilla, surcando con lentitud el rostro pálido de la vampira hasta la parte inferior de su pequeña barbilla.

Apuesto a que si me acerco un poco más a ella percibiré su olor, imagino que el mismo que emanaba de sus cabellos y su piel cuando era pequeña...

- Debo creer que es un milagro, porque no tiene otra explicación. - frunció el ceño mientras sus pensamientos afloraban y se manifestaban abiertamente frente a ella con un gesto de negación de cabeza. - Tu sangre... - se humedeció los labios saboreando el residuo metálico de la sangre que aún quedaba en su paladar. -... y que me hayas encontrado justo esta noche, a punto de morir sin nadie querido a mi lado... -  esperanzado creyó inocentemente que el que estuviese viva era un regalo de Dios.

Pero aquel dulce y tranquilo pensamiento se desvaneció de repente cuando ella misma se confesó ser una criatura de cuento, un monstruo que despierta pesadillas en los niños.

¿Qué te han hecho mi dulce niña? - pensó muerto de dolor, horrorizado. Hasel no demostró cuanto le dolió saber aquello, se lo guardó en su interior evitando ser condescendiente con ella  y con su lástima, causarle más dolor.

- Mi vida sin ti no ha sido vida. - dijo observando los colmillos tímidos que le saludaban por primera vez a través de sus labios. - Aunque me lo hicieras... - su mano buscó la suavidad de sus cabellos dorados y ondulados en las puntas. - ... daño... ¿Cómo podría alejarme de ti, mi amor? - sonrió sin miedo.

Cargando editor
23/01/2018, 22:12
Ludmilla Flamcourt

Los ojos de Ludmilla se mantuvieron en los de Hasel, expectantes mientras él hablaba de milagros. Si se hubiera tratado de otra persona, la pequeña sin duda habría emitido una risa ácida con la ironía de usar esa palabra para su maldición. Pero era Hasel y sólo con escucharlo deseaba ser ese milagro del que él hablaba. No quiso decirle que no le había encontrado por casualidad, ni porque una luz guiase su camino, sino más bien porque llevaba años espiándole desde las sombras. En lugar de eso prefirió refugiarse en la calidez de su mano acariciando sus cabellos. 

Cerró los ojos y ladeó un poco el rostro, buscando esa mano con su mejilla siempre fría para alargar la caricia. Había soñado tantas veces con escuchar su voz de nuevo... Había temido tanto su reacción si descubría su secreto... Y ahí estaba él, demostrando con sus palabras que ese temor había estado sólo en su cabeza, que no le había perdido, que no la temía. Permaneció así durante algunos segundos, meciéndose en ese instante perfecto. 

Te he añorado tanto —musitó—. Tenía tanto miedo de que me rechazaras... 

La idea nació de una forma natural, como si una vez liberados de ese temor no hubiese ninguna otra opción, y cogió fuerza con cada una de las palabras de Hasel hasta que necesitó ponerla en voz alta. 

Tienes que venirte conmigo —dijo, cuando por fin abrió los ojos de nuevo, buscando la mirada del joven—. Yo te cuidaré, no dejaré que te pase nada malo. Nunca tendrás que volver a esa fábrica, me encargaré de todo. Ahora que sabes mi secreto no hay ningún motivo para que estemos separados, ¿verdad? 

Su mirada se debatía entre la súplica y la determinación. Quería ser lo primero que Hasel viese al abrir los ojos y que lo último que escuchase al acostarse fuese su voz. Todos sus sueños infantiles parecían cobrar vida en ese momento en que la vampira prefería no pensar en los inconvenientes. Su mente pensaba rápido, buscando un lugar donde esconderlo en la mansión, pues no quería compartirlo con Laurel, ni con nadie. 

Notó entonces que algo sucedía en las manos de Hasel y su mirada se desvió hacia ellas, a tiempo para ver cómo las heridas que los líquidos de la fábrica empezaban a curarse por sí solas, de forma lenta pero imparable. Su sonrisa se amplió y sus ojos brillaban maravillados cuando volvieron a alzarse en busca de los de él.

Podía estar maldita a los ojos de Dios, podía haber perdido su alma y estar condenada a morar entre tinieblas el resto de su existencia, atrapada en esa cáscara demasiado pequeña para su contenido... Podía ser así. Pero, en ese instante en que veía cómo las manos de su amor se sanaban gracias a su sangre, en ese instante fugaz, se sintió como si de verdad ella pudiera ser ese pequeño milagro que él necesitaba. 

Cargando editor
26/01/2018, 21:41
Hasel

El intercambio de miradas con Ludmilla mantuvo al muchacho medio atontado mirándole con una sonrisa suave de alegría, emoción e incredulidad. Jugó con sus doraditos mechones de cabello mientras ella ladeaba la cabeza y disfrutaba de su caricia.

El contraste de frío y calor de sus pieles era una combinación curiosa, pero Hasel estaba tan feliz al saber que su amor no había muerto que, en ese instante ni siquiera el frío intenso de la piel de la vampira le hizo retirar la mano y considerar ese contacto desagradable para él. Si la pequeña no podía dejar de ser así, él sería el calor que neutralizase su frío y los arropase a los dos.

En poco tiempo, Hasel se daría cuenta de que la vida de la vampira dependía por completo de la muerte de otras personas. Su pequeño cuerpo frío y muerto se alimentaba de inocentes.

- No podría haberlo hecho... Te he buscado en mi memoría cada día desde que desapareciste... - no pronunció la palabra sueños que habría sido lo lógico en él, pues llegó un punto en que imaginarla viva le hacía daño y era contraproducente para mantener su salud mental. La había desterrado a la fuerza de sus sueños, intentando protegerse a si mismo.

- Iré contigo. Siempre has sido el único hogar real que he tenido. - asintió con una sonrisa luminosa sabiendo que ella iba a cuidar de él. - Yo también cuidaré de ti... - no era consciente de que ella no necesitaba de ningún cuidado, podía acabar con quien le diese la gana tan solo con un mordisco, incluso con él.

Se incorporó cuando el frío del colchón de nieve que le rodeaba bajo su espalda empezó a molestarle. De pie, Hasel medía 1.90 y Ludmilla le llegaba más o menos por la cintura. Vio como los ojos de la pequeña se posaban sobre sus manos y rápidamente bajó la vista intrigado hacia ellas. Como por arte de magia sus heridas desaparecieron. El joven elevó las cejas en un gesto de sorpresa, riendo como si no estuviese del todo en sus cabales. - Es por tu sangre... es bendita, tiene algo que cura. - respondió medio drogado. Cuando descubriese la verdad, vería que su "pequeño milagro" no tenía nada de bendito.

Cargando editor
23/02/2018, 02:52
Ludmilla Flamcourt

Cuidaremos el uno del otro... Y así siempre estaremos a salvo —sentenció la pequeña vampira con una sonrisa que se extendía hasta sus ojos. 

Y con la risa de Hasel, ella también rió con ganas. Liberó en ese momento todas las carcajadas contenidas de una infancia truncada y sus risas argentinas resonaron con alegría por las calles de la ciudad. No protestó por las bendiciones que el joven le atribuía a su sangre, aunque en el fondo de su mente sabía que algún día él descubriría la verdad. Pero eso no importaba. Lo único importante en aquel instante era que estaban juntos y reían. Que nunca iban a volver a separarse. 

Cuando las risas se atenuaron Ludmilla alzó su pequeña mano de porcelana para coger la de Hasel. 

Ven, ya sé dónde podré esconderte —anunció, tirando de él para llevarlo a la mansión que compartía con Laurel. 

No le dijo que iban a vivir en una cripta, ni que a partir de entonces sólo podría ver la luz de la luna. Nada de eso le parecía importante. Le guiaría por las sombras y los rincones de la ciudad hasta que pudieran deslizarse silenciosamente en el que sería su nuevo hogar. Con tiempo ella se encargaría de que fuese confortable, para que Hasel estuviese a gusto allí, junto a ella, y nunca quisiera irse de su lado. No permitiría que nada les separase de nuevo.

Escena finalizada

Cargando editor
26/02/2018, 01:25
Ludmilla Flamcourt

Aquella noche, cuando Hasel abrió los ojos, lo primero que vio fue a Ludmilla, sentada en el borde del ataúd que estaban usando como cama desde que le había escondido en la cripta.

La vampira se había levantado en cuanto había caído el último rayo de sol, animada por el rugido de la Sed arañando bajo su piel. Llevaba sin alimentarse desde esa noche en que siguió a Hasel hasta verlo caer en la nieve y ya no podía reprimirse más. Estaba hambrienta como no recordaba haberlo estado desde que había sido convertida y cada partícula de su nuevo ser vibraba con el instinto de la caza. 

Se había vestido con una capa roja como la sangre, esa que siempre usaba cuando salía en busca de alimento, y ya tan sólo esperaba a que el joven despertase, apurando cada una de las últimas gotas de paciencia en contemplar su rostro dormido. Los dedos de una de sus manos acariciaban su mejilla y sus ojos le contemplaban con el amor más puro, nacido directamente de la inocencia de la infancia y conservado con mimo bajo una cúpula de cristal.

Y, mientras tanto, se enredaba en los jirones de bruma de los sueños de Hasel, pues hacía apenas un par de noches desde que había descubierto que podía juguetear con ellos. Aún no había comprendido por completo ese poder, pero intentaba llamarlo, atraerlo a su lado desde sus mismos sueños. 

Así fue como él la vio al despertar, vestida de rojo y con sus pequeños colmillos asomando entre sus labios, pero con los ojos llenos de ternura. 

Sonrió al ver que abría los ojos y con su sonrisa esos dientes afilados y puntiagudos se dejaron ver un poco más. 

Hasel... —murmuró, deslizando sus dedos hasta su frente para luego volver a descender hacia su mejilla—. ¿Ya estás despierto, mi amor? Tenemos que salir... Necesito alimentarme y tú me acompañarás. 

No había duda en esa afirmación. La vampira daba por hecho que si eso era lo que ella quería, sería eso lo que sucedería. No quería separarse del joven ni un instante y en los días pasados desde que le había revelado su condición se había convencido de que nada de lo que ella pudiera hacer lo asustaría. Hasta el punto de que a esas alturas estaba segura de que podía compartir con él incluso la caza. 

Cargando editor
26/02/2018, 02:56
Hasel

Lo había permitido todo. La falta de luz, la oscuridad, la cripta húmeda y fría. Todo por ella. Aceptó de buen agrado pasar por todo aquello a cambio arañar un poco la felicidad a su lado. ¿Era posible siendo ella inmortal y él un humano?. Creía que si.

El pago parecía asequible a diferencia de vivir solo, enfermo y trabajar en la fábrica de fósforos que a punto estuvo de hacerle expulsar los pulmones por la boca si no hubiese sido por su sangre. La sangre que ahora adoraba y sin la cual no podía vivir. La pequeña había devuelto a Hasel la salud y la ilusión, pero la noche que la voz de Ludmilla, su esencia, se coló en sus sueños despertándole, esa ilusión se hizo trizas. Y con ella la esperanza de vivir un recuerdo pasado y las bondades de un amor puro que solo pervivía en su memoria de niño, y ya resultaba una químera coexistir en su mundo de adulto.

En esos sueños, la había visto siendo más que una niña, una mujer. Su esencia se componía del peso de sus años, vivencias y deseos, se había abierto paso entre los sueños del joven, proyectado la silueta de una adolescente de rubios cabellos como los de la pequeña, imitando los rasgos infantiles de su rostro aunque más desarrollados.

Esa poderosa psique le ordenó despertar rompiendo la paz en la que se mecía inocentemente el joven creyendo que todo iba a salir bien. Debido al hambre que avivaba su sed de sangre y mantenía sus colmillos afilados, en alerta, la vampira demandó una prueba de amor del pobre diablo, o simplemente exigía lo que era suyo por derecho al cobrarse voluntad a cambio de vida. La voluntad de Hasel. Su entrega, corazón y mente.

Abrió los ojos y lo primero que notó fue el tacto frío de la pequeña mano de Ludmi acariciando su rostro. Parpadeó seguidamente, respirando con lentitud el aire viciado de la cripta. - Estoy despierto... - musitó en un tono de voz bajito y dormido. Frunció el ceño en cuanto escuchó que la vampira tenía que alimentarse y él tenía que acompañarla. En los días que había convivido con ella encerrado en esa casa, no había visto comer a Lumilla ni una sola vez. Él era el único que comía algo y tomaba su sangre diariamente.

- ¿No será peligroso que te lleve a una taberna a estas horas? - preguntó ignorante. Pobre Hasel. Desconocía que hora era, pero temía que deambular en plena noche con su pequeña al lado podía ser peligroso. Aunque se sentía fuerte gracias a su sangre, no estaba de más subestimar a los ladrones y criminales que aprovechaban el amparo de la noche para salirse con la suya y delinquir en la ciudad.