Partida Rol por web

... Pero apenas tenía tiempo para pensar.

El enorme bruto hacía temblar el suelo con su carrera, pisando y removiendo la tierra batida bajo sus pies. Era complicado imaginarse algo que pudiera detener la carga de semejante criatura, que incluso por simple peso ya sería imparable, cuando encima se encontraba preso de una furiosa sed de sangre. Era algo imposible. Y sin embargo ella había luchado contra demonios, había matado a un dragón, había sido discípula del más poderoso de los guerreros que habían existido. Su destino no era morir en esa arena. Y el de Illidan tampoco.

Con una velocidad pasmosa, se lanzó a cortar la carrera del ogro. Aprovechando su pequeño tamaño, buscó el momento oportuno y, en el último segundo, se coló entre las piernas de su enemigo, saltando para colgarse de su muslo en el momento en que lo doblaba y así hacerle tropezar a la vez que evitaba los golpes.

Era un movimiento arriesgado, peligroso si recibía algún golpe por parte del furioso gigante, pero el único que podía hacer cambiar de objetivo al enemigo. No quiso pensar en que ocurriría si fallaba, que ocurriría si no desviaba al monstruo aquél. Así que no lo hizo y dejó que fuera su cuerpo el que se moviera solo.

El ogro seguía avanzando a gran velocidad y fijó su mirada en Lyareth.

Todos pudieron ver como con gran antelación la colosal criatura comenzaba a alzar el puño para coger impulso y así desatar un demoledor ataque, sin embargo la cazadora estaba al tanto de cada uno de sus movimientos ya que aunque hubiese perdido su arma, los reflejos seguían estando a la altura de las circunstancias.

La criatura perdió el equilibrio cayendo de boca en el frío suelo de piedra. Dicha oportunidad no fue desaprovechada por el resto del grupo.

El humano y el orco se miraron y llegaron a un entendimiento mutuo. Se alzaron en carrera y se abalanzaron contra la gigantesca espalda de su enemigo para encaromarse a ella y usar toda la fuerza de sus puños y piernas para magullar aquella dura piel.

Illidan hizo alarde del poder demoníaco, descargando ráfagas de energía vil que impactaban contra el cuerpo derribado del ogro, haciendo que éste chillase de dolor.

Aún le quedaban fuerzas a la colosal criatura pero habíais tomado una seria ventaja en aquella batalla.

El ogro recibió infinidad de golpes por vuestra parte mientras las descargas de magia generadas por Illidan favorecían el combate a vuestro bando, pero en el fondo sabíais que esa ventaja podría traer consecuencias, unas consecuencias reflejadas en un Ogro cuyo enfurecimiento podía generarle pesadillas a un humano ordinario.

Se reincorporó tan rápido como pudo, con el cuerpo debilitado por vuestros ataques, y en un rápido gesto cogió al orco que tenía montado a su espalda propinándole codazos para agarrarlo del cuello como si fuese un mero juguete y de un mordisco arrancarle la cabeza de cuajo, escupiéndola segundos después provocando una escena totalmente macabra.

A pesar de aquel desagradable incidente, el resto del grupo siguió atacando aún con más fuerzas al enemigo. Illidan siguió con sus descargas de energía y el soldado de la alianza usando sus puños desnudos.

No había tiempo que perder. Su acción descabellada, solo llegada a buen fin debido a sus increíbles actitudes físicas, habían logrado dar a Illidan tiempo para cargarse de energía, así como ralentizar el avance del ogro y causarle daños que, aunque enfurecido, le habían dejado debilitado. Si no lograban acabar con él en ese instante no podrían hacerlo ya. Pero no serviría de nada pegar puñetazos sobre aquella correosa carne.

Con un nuevo gesto de decisión en el rostro, sin miedo, se lanzó de nuevo contra la iracunda criatura. Usó la pierna del bruto como apoyo de su pie para tomar impulso y, con agilidad, saltar hasta el brazo. Colgada de aquél saco de músculos tensos como cuerdas de barco, hizo acopio de todas sus fuerzas para levantar su propio peso y, grácilmente, rodear el cuello del monstruo con sus piernas.

Sabía que tenía poco tiempo, que en aquella posición sería sencillo que una de aquellas manazas la cogiera y la aplastara entre los gruesos dedos, o la lanzara contra el campo de energía con fuerza demoledora que la partiera todos los huesos. Si quería sobrevivir y hacer caer a la criatura, debía ser ya. Y vio claro como.

Manteniendo el equilibrio sobre la cabeza del ser, arañó el único punto débil que encontro. Metió sus afiladas uñas en los ojos del ogro, sintiendo el gelatinoso tacto de los blandos globos bajo su piel. Tragando saliva y sin pensar en que estaba metiendo las manos ahí, siguió hurgando y penetrando por las anchas cuencas, buscando cegarle y, si podía, llegar al cerebro.

El ogro, aún con restos de sangre en su ojos y con los últimos ápices de su fuerza bruta, intentó atrapar a la cazadora de demonios sin éxito.

De atraparla sería su fin, pero la salvaje bestia tan solo pudo arañar levemente parte de su cuerpo.

Lyareth fue consciente que de no haberse preparado ante un posible ataque, ahora estaría muerta; en tan solo una décima de segundo logró saltar de la cabeza del ogro para dejarle unos segundos indefenso para que Illidan pudiese seguir descargando su poder.

- ¡Desaparece, aberración! - gritó indicando que vuestro enemigo estaba en las últimas y que un único acierto podría significar la victoria.

El humano se abalanzó en carrerilla para intentar unirse al ataque.

El ogro se quedó paralizado. Se miró las manos y comprobó como éstas se tornaban negras.

- DOLOR... DOLOR... - gimoteaba mientras Lyareth que estaba a su lado comprobó que la carne del enemigo estaba empezando a desintegrarse.

- DO... LOR... - aquellas palabras fueron las últimas antes de ver como el ogro se había desintegrado hasta solo dejar los huesos.

La barrera mágica comenzó a transmitir una luz parpadeante hasta que desapareció por completo. Ahora podían escucharse con claridad los ruidos de la lucha que tenían el resto de las tropas con ogros menores. Vuestra lucha había finalizado pero no la guerra que se estaba llevando a cabo en esas ruinas.

Resolló, herida y cansada por el esfuerzo, pero en seguida volvió a recobrar la compostura. El sonido de la batalla tenía algo, un efecto reparador en ella, que hacía que no importara nada más. La lucha proseguía, y ella había nacido para la guerra, vivía para derramar sangre y había entrenado para no rendirse nunca, para jamás detenerse. Mientras quedaran enemigos en pie, ella no permanecería quieta.

Tras asentir hacia Illidan, en señal de respeto y agradecimiento por la victoria que acababan de obtener y que se debía por completo a él, se giró hacia dónde habían lanzado sus armas y fue hasta ellas. Con sus gujas en la mano, sintiendo el familiar tacto de sus espadas, el equilibrado peso de las armas que habían sido forjadas para ella, el plateado brillo de las hojas siempre bien afiladas, retrocedió hasta su maestro y le tendió las armas que le pertenecían, aquellas legendarias cuchillas gemelas que habían servido de patrón para todas las que habían llegado después.

—¿Sientes al ogro mago, señor?

El tiempo corría en su contra. Los ogros que había por allí, tropas menores e insignificante, no eran más que carnaza. Cho'Gall era la verdadera presa, una que escaparía si no se daban prisa en encontrarle y acabar con él. No podían perder tiempo con sus esbirros, sino cortar las cabezas cuanto antes. Ellos dos solos se valían para hacerlo, y después llevarían sus cráneos limpios clavados en una pica, como trofeo.

Illidan miró a su alrededor y después te miró.

- Se esconde cerca, pero le encontraremos. - aseguró, dejando claro que eras imprescindible para el éxito de la misión.

El "traidor" comenzó a andar, parecía que buscaba una salida.

- Solo han intentado entretenernos - frunció el ceño.

- Cho'Gall tiene que estar en cualquier refugio entre las ruinas - comenzó a avanzar más rápido.

- Vamos, juntos acabaremos con esto - parecía que estaba dispuesto hasta llegar al final, buscando al Ogro Mago que había ocasionado todo esto. Las palabras de Illidan daban a entender que dejaría a las tropas seguir luchando con los ogros, ya que son un "entretenimiento" para vuestra misión. El objetivo es la cabeza de Cho'Gal y el cazador de demonios quiere ir tras él.

Illidan y tú recorristeis las ruinas en busca de cualquier pista que pudiese dar con Cho'Gall; por fortuna para ustedes no fue demasiado complicado encontrar un pasaje subterráneo que llevaría a los subniveles de aquel complejo: un lugar idóneo donde llevar a cabo planes en secreto.

El líder de los Illidari te miró y asintió a modo de concienciación de que era un "ahora o nunca" y accedisteis a las escaleras que os llevaron a unas instalaciones totalmente distintas a lo que habíais visto en la superficie.

Tras cruzar varios túneles llegasteis a una gran sala repleta de estanterías lujosas, mobiliario digno de la nobleza y una infinidad de cuadros y telas bordadas con la mejor de las sedas ¿a caso éste era el refugio de un Ogro?

Uno de los cuadros más representativos desentonó con el resto y ayudó a darle una explicación a éste lugar.

Se trataban de imágenes de elfos nobles... 

Destrozados pasillos conformaban un antiguo laberinto, las ruinas de un lugar antaño magnífico, el hogar de un pueblo otrora poderoso del que ya no quedaba nada más que los restos. Era un recordatorio viviente de los que habían sido sus antepasados y un aviso de lo que le sucedería al mundo entero si dejaban que la Legión cumpliera sus propósitos. A medida que se adentraban en el lugar, aquella impresión se hacía más fuerte. Y así fue hasta que llegaron a una enorme sala digna de un rey.

—Esto no parece el lugar que Cho'Gall usaría para esconderse —aunque los lujos seguramente no le serían desconocidos al ogro mago, no tenía pinta de que siquiera cupiera allí. Sin embargo, no habían encontrado rastro de él, y una sensación la decía que estaba cerca, cada vez más.

Con suma cautela, se acercó hasta el enorme tríptico que representaba a los elfos, y con aire ausente se quedó pensativa, analizándolo en busca de algo que no debiera estar allí.

Lyareth de manera exitosa descubrió que detrás de uno de los cuadros existía una loseta de la pared muy sospechosa ya que sobresalía con respecto a las demás.

Tan solo tuvo que posar su mano para que ésta activase un mecanismo secreto que provocó que bajo sus pies lentamente apareciese un acceso hacia niveles aún más inferiores que en el que estabais. 

Illidan se sentía realmente complacido ante tu labor

- Bien hecho - comentó mientras preparó su arma y se dispuso a bajar por las escaleras de caracol que descendían varios metros.

Poco a poco los murmullos se fueron haciendo más y más notorios; de hecho los murmullos se convirtieron en algo más: parecía una ¿canción?¿o era una oración?

Etiu Sumun

Etiu Sumun Diabolas

Etiu Sumun Veritae Impregnum

Infernalis Domine

.

..

...

Etiu Sumun

Etiu Sumun Diabolas

Etiu Sumun Veritae Impregnum

Infernalis Domine

A cada peldaño que bajabais el cántico era más claro.

Asintió, guardándose la sonrisa, ante el cumplido de Illidan. No buscaba sentirse especial, aunque su orgullo luchara por hacer que lo creyera; sabía perfectamente que solo estaba en el lugar indicado en el momento indicado, y cualquiera de sus hermanos habría hecho lo mismo. Para eso habían dado sus vidas.

Queriendo mantenerse la primera, protegiendo así a su maestro, se adelantó sin dilación, con las armas listas, mientras descendían a las profundidades de aquél lugar. Pronto, el silencio se rompió con un ruido sordo de fondo, y al poco el sonido se transformó en un murmullo constante. A medida que se acercaban, pudieron reconocer un patrón y, después, las palabras de la que sin duda era una oración. 

—Cultistas —siseó furiosa, apretando los puños.

No había duda alguna. Allí debía de estar haciéndose algún tipo de rito o invocación. Uno que debía ser detenido antes de que llegara a su fin. Antes de avanzar, aguzó el oído para intentar reconocer a que razas pertenecían aquellos seres que alzaban sus voces.

Apenas estuvo unos segundos así; no tenía sentido perder el tiempo y rápidamente se dio cuenta de que la distancia y, los embozos que seguramente llevarían, o tal vez la cacofonía de tantas voces, hacían imposible su identificación. Al menos para ella, pese a su agudizado oído.

Como muchas otras cosas... Daba igual.

Sin perder ni un minuto más, empezó a caminar, casi bailando sobre el suelo, hacia el lugar dónde escuchaba los cánticos. Sus pies se movían sin hacer ruido alguno, ella misma se ocultaba en cada recoveco y sombra que encontraba, pasando desapercibida hasta que, al fin, encontró lo que buscaba. Allí, observó.

Por una vez, no atacaría sin pensar.

Cuando llegasteis al final de las escaleras, el cántico sonaba tal claro que parecía que estaba dentro de vuestra cabezas.

Tan solo tuvisteis que avanzar unos cuantos pasos de manera sigilosa hasta comprobar que en una inmensa sala circular había un grupo de 5 o 6 encapuchados que estaban preparando una especie de ritual, donde en su epicentro había flotando el trozo de ¿una espada? era difícil de diferenciar ya que además de parecer un objeto envejecido, estaba fragmentado.

Parecía que no se habían percatado de vuestra presencia. Lo más destacable era que aquella arma no dejaba de palpitar con un tono violáceo.

Tal como esperaba. Los sectarios elevaban sus plegarias hacia un punto más alto que ellos mismo, y allí, sobre sus cabezas, estaba el objeto de adoración. Los fragmentos de un arma que irradiaba un aura maligna palpitaban con cada oración elevaba en el cántico, con cada hebra de magia que surgía del cántico ritual. No podía permitirse que llegara a su fin, pues bien sabía ella, por ver a su maestro, el poder que podía contener un artefacto como antiguo. Ni siquiera tuvo que pensarlo.

Haciendo gala de su sigilo, se acercó todo lo que pudo y, en completo silencio, danzó hacia los acólitos. Sin gritos de guerra, sin aviso, sin ruido. Primero matar, después preguntar. Las espadas se tiñeron de sangre durante el baile mortal, haciendo caer a los hombres a su alrededor.

Lyareth tan rápida como un rayo se lanzó al ataque; tenía la esperanza de poder acabar con ese mal de raíz a base de tajos limpios y certeros.

Para sorpresa de ambos, sus agujas comenzaron a rebotar como si hubiese un muro invisible que protegía a aquellos cultistas... aquella decepción fue acompañada de una risotada por partida doble.

Sí que han sabido llegar lejos

(Oh sí, sí que han sabido)

Las voces retumbaban a vuestra espalda.

Tras un portal mágico, Cho'Gall hizo acto de presencia. El detalle importante es que no era una ilusión o una proyección arcana: era el Ogro mago en carne y hueso.

- ¿Creíais que iba a ser tan sencillo?¿Que estarían desprotegidos? No sé a quiénes os habéis enfrentado antes, pero no nos infravaloréis - frunció el ceño

- (No, no. Nunca infravalores a un Ogro Mago como nosotros ¿entiendes? Somos invencibles) - dijo la otra cabeza.

Illidan no tardó en responder.

- ¡Brujo! - le llamó la atención.

- No quedará de ti ni los huesos - El cazador de demonios amenazó claramente.

Cho'Gall materializó un gigantesco martillo de guerra que podría pesar media tonelada perfectamente. La dejó caer sobre su voluminosa espalda y sonrió

- Sois ustedes los que estáis a tiempo de tomar la decisión correcta - miró a la otra cabeza.

- (Eso, ¡Eso! La oscuridad dominará este mundo ¿vais a quedaros en el bando perdedor?¿eh?) - aclaró

- Si aceptáis vuestra rendición y deponéis las armas... Sargeras el retornado será clemente. No gastéis vuestras vidas en vano; el final va a ser el mismo y podéis uniros a nosotros para preparar el camino -

- (¿Aceptáis o no?¿Eh?) -

Tras el tercer golpe fallido, sintiendo el muro protegiendo a los sectarios, se retiró junto a su maestro. Apenas un segundo después, Cho'Gall hizo acto de presencia.

—¿Hablas en serio? —preguntó, incrédula, ante la propuesta de aquél necio ogro. ¿Acaso, de verdad, podía siquiera creer que dos cazadores de demonios, dos seres que habían sacrificado sus vidas enteras a una causa sin final aparente, iban a rendirse en esos momentos cuando tenían una oportunidad única de cumplir algo que pocos creían poder llegar a ver? Si era cierto...—. De verdad eres más estúpido de lo que pensaba, brujo.

Con el rostro nublado por la ira y crispado por las ganas de matar a aquella criatura, pero sin querer precipitarse como contra el bruto de la arena, miró a Illidan y esperó un asentimiento. Una orden... Y atacarían juntos.