Partida Rol por web

Es una cálida tarde de septiembre, la llovizna azota los vidrios de las ventanas del salón principal, que ahora parece desierto. Al mismo tiempo la luz del atardecer se cuela casi en horizontal por ellas, dibujando apacibles sombras anaranjadas sobre los muros. El refugio se os hace enorme ahora que sólo sois cuatro. Tan sólo para poder vigilar todo el malogrado perímetro harían falta ocho personas (las alambradas no están en su mejor momento). Las diferentes estancias ahora os parecen enormes, antes llenas de actividad, ahora demasiado tranquilas. Recordáis con nostalgia cuando aún erais más de un centenar de personas aquí, trabajando codo con codo para sobrevivir. De eso ya hace un tiempo, aún erais unos críos.

vista aérea de Pedroso

Hace apenas unas horas que habéis quemado a Carlos en el patio trasero. Su muerte os recuerda que también podéis morir sin ser mordidos. Esta es la causa menos frecuente, y hay cierta tendencia a olvidarla. Todos le recordaréis por haber cuidado de vosotros hasta el último momento, aunque desde que quedó como el único adulto sólo se le veía cansado, triste, y deprimido. Hacía ya varias semanas que no salía al Afuera, su avanzada edad no se lo permitía, y pasaba muchas horas solo, meditando en silencio. Habéis aguantado estos últimos días con los recursos que Carlos religiosamente administraba y que os daba en pequeñas cantidades. Aunque no sabíais a ciencia cierta cuál era la situación del almacén, la actitud del anciano os hacía pensar que quedaban muy pocos recursos en Pedroso. Esto fue lo primero que verificasteis tras la humilde ceremonia en su honor celebrada por los cuatro.

A decir verdad la situación es desalentadora. Apenas queda comida, apenas quedan medicinas, apenas hay nada decente con lo que defenderos. El refugio es demasiado grande para ser defendido por vosotros, su estado es lamentable, y tiene muchos puntos que podrían ceder en cualquier momento. La ciudad no está mucho mejor. Hace meses que no se sabe nada de los otros grupos de supervivientes. Y todos los hospitales, supermercados, comisarías, escuelas, restaurantes, y hasta zonas residenciales enteras, han sido exploradas y recolectadas ya.

Los adultos siempre evitaban hablar sobre salir de Santiago. Contaban terribles historias, y aseguraban que si la ciudad estaba plagada de zombis, los alrededores lo estaban aún más. Sobre un mapa iban dibujando las zonas que exploraban, hasta darse cuenta de que estabais rodeados por hordas de esos caminantes. Tiene sentido si pensamos en la infinidad de campamentos que se levantaron para el Xacobeo de hace medio siglo, todos en el extrarradio.

Tras registrar a fondo el refugio habéis encontrado algunas cosas útiles, pocas, pero son mejor que nada. De los viejos y desvencijados vehículos que ocupan el taller, la Pulga es el más apropiado para un viaje así. Es ligera y fácil de conducir y reparar, está reforzada en su carrocería, consume poco combustible y ofrece un agradable descanso en su interior. Para cuatro personas es más que suficiente.

plano de Pedroso

Está claro que lo primero que necesitáis es un plan.

Os espero en el salón mirando la lluvia, pensando.
Pienso en alto:
- Podríamos ir a la costa, vivir de la pesca, en un barco de vela, a salvo. Pero ninguno sabemos navegar.
- Podríamos ir a una gran urbe como Madrid, para buscar colonias de supervivientes, pero la posibilidad de encontrarnos con hordas enormes es demasiado arriesgada.
- Por ahora, sinceramente, lo que veo más factible es subir a la montaña. Picos de Europa, quizás. Podemos cazar, vivir en un refugio, tendremos leña, y habrá muy pocos zombies. En el Pirineo podríamos tener posibilidades también.
Miro a mi alrededor.
¿Alguien me habrá oído?

-Sigo pensando en alto, y recuerdo vagamente que unos adultos una vez mencionaron las islas Cíes como un paraíso en la tierra antes del brote. Hay muchas islas paradisíacas y pequeñas muy cerca de la costa de Galicia, hay rías fértiles cerca, y son islas pequeñas por lo que serían fácil de defender e igualmente de huir.
Quizá sería un lugar perfecto dónde establecernos: una isla. Se puede llegar prácticamente en bote con la mar tranquila.
Eso sí, seguro que muchos otros han pensado igual antes y podemos encontrarnos alguna colonia hostil de humanos... O peor.

Después de varias minutos subida en la antena, a unos cuantos metros de altura del suelo, decidí volver al refugio. Me encantaba ver el atardecer desde allí arriba independientemente del tiempo que hiciera, pues me ayudaba a despejar mi mente. Obviamente, nunca subía hasta arriba del todo, ¡eso sería una imprudencia!; o eso era lo que me decía la abuela que me había estado cuidando cada vez que lo intentaba. Aunque, a la distancia a la que me colocaba, un pequeño tropiezo tendría el mismo resultado que si hubiera pecado de imprudente.

Cuando descendí por completo, me sacudí las pequeñas gotas de lluvia que se habían adherido a la ropa y, tras ello, comencé a andar en dirección al patio delantero mientras silbaba una alegre canción que me había inventado. Mi padre me había enseñado a silbar mientras aún vivía, y era algo que me encantaba hacer. Sin embargo, cuando pasé por delante del taller, bajé la intensidad del silbido y pegué la oreja a la puerta: ¿estaría Gaspar haciendo sus pequeñas chapuzas? ¡Qué devoción y que habilidad para resucitar chatarra tenía ese chico! Sonreí ligeramente, y seguí mi camino hasta la entrada del salón.

—¡Hola-Hola~! —saludé, alegremente—. ¿Cómo estás, Nara?

Ni siquiera me había dado cuenta que estaba farfullando cosas raras. Así que, cuando la vi tan sombría y sumida en su mundo, me pregunté para mis adentros qué le habría pasado.

—Ehm, ¿estás bien...? —volví a preguntar mientras me colocaba a su lado.

Mi ropa mojada, mi pelo chorreando y mi piel húmeda dejaba entrever a la chica qué era lo que había estado haciendo durante esos minutos en los que apenas se me había visto. Por mi rostro descendía una pequeña gota que me provocaba un ligero cosquilleo en su recorrido, y qué... con un grácil movimiento, retiré con cuidado.

Estaba junto a Nara cuando pareció iniciar una conversación respecto al destino de nuestro inminente viaje. Lo cierto es que era una chica inteligente pero, con la cantidad de libros que he leído, seguro que hay algo que puedo aportar.

Sinceramente… yo me alejaría de las grandes ciudades. Es cierto que deben estar repletas de recursos pero, por otro lado, también entrañan mucho más riesgo. Las zonas rurales apartadas de los núcleos urbanos me llaman más la atención.

Respecto a eso, los Pirineos tienen la ventaja de que, en invierno, los zombis quedaran sepultados por la nieve, incapaces de moverse. Pero se liberaran en verano. Y por otro lado, sobrevivir en un clima helado es muy difícil. La comida escasea y cualquier paseo puede ser letal. La nieve esconde muchos peligros bajo su superficie.

Lo de la costa tiene muy buena pinta. Aun diría más. Una isla. La isla tiene una ventaja, solo aparecerán en la orilla los zombis que las corrientes marinas nos traigan. Esos descerebrados no tienen la capacidad de nadar o guiarse bajo el agua para alcanzar un destino. El mar también nos puede suministrar comida si es que aprendemos a pescar. No sabemos navegar pero no tiene que ser difícil llegar a algún sitio como Ibiza o Mallorca con un barco a motor que funcione. Aunque también podríamos perdernos y morir en el mar.

A mí me gusta la idea de la costa y… bueno, a ver qué opinan los demás…

Mierda. He hablado demasiado. Seguro que Nara está pensando que soy un coñazo y que menuda chapa le estoy soltando. Si los expertos en sobrevivir son ellos… ¿para qué me meto?

Bueno… eso… pero iré donde vosotros queráis… no quería inmiscuirme…

Busco rápidamente algo que hacer, cojo mi mochila y empiezo a rebuscar algún libro para tener algo que hacer que no sea mirar a Nara.

Entro en el salón limpiandome las manos con un trapo que apenas consigue desparramar la suciedad un poco. Tengo en el rostro la satisfacción de la tarea realizada.

- La pulga ya está lista, hasta la última tuerca ajustada. Así que... ¿ya decidieron a donde vamos? Espero que sea algún lugar cálido?  - me estiro para tomar una silla y acomodarme - Aunque creo que la primera pregunta que tenemos que hacernos es: ¿Cómo vamos a atravesar el anillo de hordas que nos rodea?

La tarde parece llegar a su fin y las últimas luces brillan en el horizonte. La lluvia se ha hecho más intensa, al igual que el viento, que sopla desde el oeste en rachas cortas, azotando los árboles y produciendo un ruido sobrecogedor. Parece que esta noche habrá tormenta.

Estáis los cuatro reunidos en el Salón, sentados en torno a la chimenea que alguno de vosotros acaba de encender. Discutís sobre el plan a seguir, unos más interesados en el destino, otros preocupados por las hordas que rodean la ciudad. Jose está sentado en un sillón rodeado de sus libros que no para de hojear. Sunhee no puede parar quieta, y va de aquí para allá, mirando por las ventanas, abriendo armarios, curioseando por todas las habitaciones. Gaspar juguetea con el manual que le muestra las entrañas de la Pulga, aquí puede ver los esquemas eléctricos, los códigos de los líquidos, las tablas de mantenimiento y revisiones periódicas... Nara está quieta, agazapada sobre una silla, alerta, acariciando la afilada punta de una de sus flechas con un dedo.

En uno de los libros de geografía encuentras un pequeño artículo sobre islas de Galicia, viene un pequeño mapa esquemático:

Seis islas gallegas que merece la pena conocer

1. Islas Cíes

Las islas gallegas más famosas del mundo son las Islas Cíes. Están ubicadas al inicio de la Ría de Vigo. Cada año son visitadas por mines de turistas, debido a su belleza y singulares playas. La playa de Rodas está catalogada como una de las más bonitas del país. Las Cíes ofrecen al visitante un sinfín de actividades naturales, como rutas de senderismo. En las islas, los turistas pueden degustar la mejor gastronomía gallega. Para llegar hasta ellas es posible hacerlo en los barcos que parten desde cangas, Baiona o Vigo.

2. Islas Ons

Las Islas Ons son mucho menos conocidas que las Cíes, aunque su espectacularidad es única. Son algo más agrestes, pero igualmente preciosas. Están ubicadas en la Ría de Pontevedra. Cuenta con dos islas más o menos grandes y numerosos islotes de reducido tamaño. En Ons viven todavía cerca de 80 personas. Pese a estar catalogadas como Parque Nacional, aún hoy es posible alojarse en ellas a través de la acampada libre y gratuita.

3. Isla de Arousa

Es la isla más grande de toda Galicia. En ella viven unos 5000 habitantes. Desde el siglo XIX la Illa de Arousa es una de las localidades salazoneras más importantes de la Comunidad. Acceder a la isla es sencillísimo, ya que existe un puente que la une con la península. Una visita al puerto de esta isla es una experiencia única.

4. Isla de la Toja

Conocida mundialmente por sus aguas termales, la Isla de la Toja es un lugar único en el mundo. También está ubicada en la Ría de Arousa, justo frente a O Grove. También se pude llegar a ella en coche, cruzando el puente. El Gran Balneario de la Toja es el punto de interés turístico más visitado de la isla. Además, cuenta con campo de golf, casino y hasta un pequeño centro comercial.

5. Islas Sisargas

Un pequeño archipiélago de la Costa da Morte. Están ubicadas frente a Malpica de Bergantiños y son tres islas preciosas. Hoy en día están completamente deshabitadas y debido a su ubicación es habitual avistar desde ellas todo tipo de cetáceos.

6. Isla Pancha

Otra de las islas gallegas que merece la pena visitar. Se encuentra en la desembocadura del río Eo. Es posible acceder a ella sin complicaciones, ya que está unida a tierra a través de un puente. Su espectacular faro es uno de los principales atractivos de esta pequeña isla de Galicia.

Sosteniendo el manual entre tus manos lo cierras y lo abres, formando un ángulo. Esta forma te recuerda a la pala quitanieves que está unida al tractor en su parte delantera. En invierno te encanta limpiar la carretera con esta pala, y aunque el tractor no va muy rápido, la fuerza con la que aparta la nieve es espectacular. Es una lástima que sea tan pesada, podría apartar zombis con la misma facilidad si consiguieras sostenerla a la Pulga. Pero, ¿y si fabricas una más ligera con unas chapas y con lo que encuentres por ahí? ¿Esto podría ayudaros a pasar por alguna zona en la que haya muchos zombis? Parece una locura, pero ¿y si funciona?

Curioseando y abriendo armarios de las habitaciones ves algo extraño, te das cuenta de que este cajón tiene un doble fondo. Haces un poco de fuerza, y con algo de maña consigues abrirlo. ¡Un cajón secreto! Te encanta encontrar este tipo de cosas. En el cajón hay un cuaderno en el que apenas hay escritas unas páginas:

Escribo aquí para desahogarme. No puedo hablar con nadie. Creo que es imposible salir de Santiago. Estamos atrapados. Todo está plagado de zombis. Estamos rodeados. Cada vez que salimos a explorar el cinturón nos encontramos con más grupos. Clemente cree que sería posible escapar por la carretera del Romaño, dirección a Santa Comba. Pero hay tantos... dice que a partir del puente del Sarela hay menos, que si fuésemos menos... Yo lo veo muy arriesgado, demasiado. Y después de lo que ocurrió con Laura ni me lo planteo. Estamos condenados a morir aquí. Ya apenas queda comida, y los huertos no dan lo suficiente. Vamos a morir todos aquí. Sólo es cuestión de tiempo.

...

Antes había otros grupos en la ciudad. Los monjes en el Convento de San Francisco estaban bien, tenían huertas y animales. Luego el grupo del IXN, y los de Gaiás. En el convento entraron y lo arrasaron todo. Caranxo lo vimos arder desde aquí arriba, y no encontramos a nadie con vida. De Gaiás no sabemos nada desde hace meses. Creo que estamos solos. El mundo se ha terminado. Somos los últimos, y por poco tiempo.

...

Clemente se fue ayer. Me pidió que le acompañara pero no pude. Tengo demasiado miedo. No sé si lo habrá conseguido. No sabemos nada del otro lado del cinturón. Quizá las cosas estén aún peor que aquí. Me siento sola. Sin él todo me parece más muerto aún, con menos sentido. Más vacío. Debí haberme ido con él.

...

No puedo más. No quiero seguir viviendo así. Los demás hacen como que no ocurre nada. Alguno hasta cree que sobreviviremos a este invierno. Yo sé la verdad. Estamos muertos. Muertos en vida. La muerte nos rodea. Sólo hay muerte.

Observas a tus compañeros. Los cuatro estáis aquí. Tú te sientes diferente a ellos. Te has estado preparando para esto durante mucho tiempo. Ellos parecen tranquilos. Lo que os proponéis te preocupa bastante. ¿Seréis capaces de sobrevivir ahí fuera? ¿Estáis preparados? Jose es el que más te preocupa en este asunto. Deberéis cuidar de él, y no aporta demasiado. Es otra boca que alimentar, y a la hora de la verdad, cuando haya que enfrentarse a los muertos, ¿lo hará? Sois sólo cuatro. Ni siquiera sois suficientes para defender este lugar, ni siquiera sois suficientes para vigilar las alambrad... ¿quién hace guardia?

Tras marcar con unos papelitos las hojas relevantes para no estropear el libro levanto la cabeza buscando el mejor momento para hablar con mis compañeros. Este parece ser un buen momento…

Chicos, perdonad, he encontrado algo que podría ser interesante.

Les muestro el pequeño mapa del libro de geografía donde aparecen las islas más cercanas.

Algunas de ellas son fácilmente accesibles, normalmente a través de un puente que podríamos bloquear. No obstante me sigue gustando más la idea de ir en un barco o una lancha.

Arousa, Toxa, Ons y Cies están muy cerca de la costa y entre ellas. Creo que es la opción más segura ya que, si alguna de ellas es inhabitable, siempre tenemos otra relativamente cerca. Me preocupa el tema de conseguir y pilotar un pequeño barco a motor pero seguro que Gaspar se atreve.

Miro hacia una de las ventanas con preocupación…

Pero no sé cómo salir de aquí. Supongo que si hiciésemos ruido en un extremo del refugio los zombis podrían acudir y despejar un poco la entrada…

Estaba muerto de miedo. Solo pensar en salir del refugio resultaba aterrador. Kilometros y kilómetros hasta un posible destino que podría ser tan peligroso o más que nuestro refugio. Sin saber la cantidad de peligros y zombis que nos íbamos a encontrar por el camino. Con la necesidad imperiosa de encontrar comida y algún lugar seguro donde descansar cada noche. Parecía una tarea casi imposible… y posiblemente lo fuese.

Vamos a morir. Vamos a morir de una forma horrible, devorados vivos por un montón de cadáveres putrefactos. Voy a ver cómo me sacan las tripas y las mastican antes de caer inconsciente por el shock. Joder, cortarse las venas aquí y ahora parece un modo más placentero de acabar…

Cuando encontré aquel pequeño cuadernito, sonreí tontamente: siempre me pasaba cuando encontraba algo escondido, ¡era tan emocionante descubrir algo nuevo! Sin embargo, cuanto más leía, más se iba esfumando la sonrisa de mi rostro.

En un primer momento, pensé que debía enseñárselo a mis compañeros. Luego cambié de idea y creí mejor no mostrarlo directamente, así que me lo escondí debajo de mi ropa. El contenido del diario era preocupante, apenas daba esperanza y... lo que menos quería era que las pocas que teníamos se esfumaran de golpe. No sabía quién diablos era Clemente, pero si él había intentado salir de aquí, nosotros también podíamos.

En cualquier caso, antes de hablar con mis compañeros, intenté hacer un poco de memoria y entender qué lugares era los que se refería la persona del diario. Cualquier cosa que pudiera haber escuchado o pudiera saber...

No sabes dónde están esos lugares, pero sospechas que Gaspar sí.

- Deberíamos descansar y salir al alba, cuanto antes. Ya no podemos defender de manera eficiente el refugio y cada minuto que pasamos aquí es una temeridad. Jose, he de reconocer que tu plan parece lo más factible.

Cabizbaja, he estado sopesando nuestras opciones y Jose parece tenerlo controlado.

Me levanto, decidida.

- A dormir todos juntos al garaje junto a la pulga. Voy a revisar el perímetro. Nos parapetaremos allí esta noche, y si hay que huir a toda prisa, tendremos la pulga. Os parece bien?

Sin esperar respuesta, salgo resoluta con las últimas luces del ocaso, totalmente alerta, mentalmente despidiéndome de mi hogar, de todo lo que he conocido. Me voy directa a los frutales, a coger unas ramas para fabricar flechas en mi guardia.

Paseo a paso rápido, no hay manera de defender este sitio, la alambrada se cae a trozos. No tiene sentido seguir revisando, hay que irse de aquí.

Me vuelvo al garaje, me agazapo y me preparo para lo que va a ser el día más peligrosos de nuestras vidas. Afilo mi machete, y me pongo a fabricar flechas. Cuántas más flechas, más posibilidades de sobrevivir.