Partida Rol por web

El humo era intenso y dificultaba la respiración pero, poco a poco, iba disipándose y permitía ver el interior. No así el calor, que resultaba incluso más intenso que antes. El motivo estaba claro: había una fogata con forma de mediano sentada al final de la caverna. Justo encima de la trampilla que conducía de vuelta a la guarida del alquimista.

La fogata contemplaba sus manos con curiosidad. Bueno, entendamos la licencia poética: era una fogata con forma pero no tan definida como para tener claro que era una mano, que un pie o incluso que la cabeza. En realidad cabía la posibilidad de que la cosa estuviera haciendo el pino mientras un pie (o incluso una extremidad más pudorosa) apuntaba a su cabeza. Pero para una mayor tranquilidad moral los aventureros decidieron que era una cabeza mirando a una mano.

Al escuchar el ruido de las pisadas que llegaban desde la entrada la figura se volvió para observar con curiosidad alargando su cuello... o quizás extendiendo el pie derecho en una contorsión digna de quien no sabe usar todavía su cuerpo.

Rathikus permanecía con el escudo flotando a su lado. A su lado los enanos estaban preparados para cualquier cosa.

Rathikus jamás se había visto envuelto en jardín semejante. Por supuesto, había leído mucho acerca de invocaciones y criaturas creadas por magos, pero a parte del frágil y tambaleante sirviente que sostenía el escudo de Gromenauer, nunca había ido más lejos de eso. Sin embargo, parecía que iba a probar empíricamente lo que era un elemental.
Esperaba fervientemente que Dworkin hubiese rezado sus oraciones, por si acaso.

Se mantuvo a una distancia prudencial y, cubriendo ligeramente el escudo con su túnica, intentó comunicarse con aquel ente.
—E-esto... hola— comenzó a decir, intentando no transmitir su nerviosismo —, soy tu c-creador... em, buenas tardes.

La pequeña fogata extendió sus ¿brazos? mientras hablaba en pirónico, un idioma que usaban los elementales y que sonaba como el crepitar del fuego en las viejas hogueras:

-¿Sprak... prahsk.. pkshh? - se quedó un momento inmóvil, pero luego hizo un ademán de acercarse repitiendo -¿Sprak... prahsk.. pkshh? 

El enano estaba empezando a impacientarse. Y que el elementar estuviese así de cerca no ayudaba mucho. Además, no teía su escudo, lo que le cabreaba todavía más.

Con el gesto arrugado, se acercó al mago, para susurrarle—. No sé a qué esperas, pero más te vale conseguirlo. Que hemos dejado solos al mediano y al ladrón. Y eso nunca es buena idea.

- Por todos los demonios.

Dworkin dio un respingo al ver a la increíble criatura que se desplegaba ante sus ojos.

- ¿Se supone que ha hablado?- preguntó incrédulo- ¿Qué ha dicho?

Aquella masa ígnea parecía tratar de imitar algún tipo de forma humanoide. No tenía claro si era una deferencia hacia ellos, imitando su propia forma para que se sintiesen más cómodos o, por el contrario, algún tipo de acto reflejo de la criatura cuyos límites, evidentemente, estaban muy lejos de la forma humana.

Gromenauer empezaba a impacientarse. Rathikus decidió ignorarlo, pero empezaba a preguntarse si su apego por aquel trozo de metal se debía al caracter egoísta de los enanos o a que era más especial de lo que aparentaba a simple vista.
Sin embargo, debía reconocer que debía actuar rápido y asegurarse de que no era una amenaza. Al fin y al cabo, era la primera vez que pasaba algo así y empezaba a sentir ¿cariño?

El elemental parecía intentar comunicarse, e intentó hacer un esfuerzo por comprender sus "palabras". Durante sus años de escolar había estado fascinado con las invocaciones y todo lo relativo a estas: las dimensiones que habitaban algunos seres, sus poderes, el hecho de tener a alguien que pudiese pelear por él...
Sabía que los constructos basados en un elemento o una combustión poseían inteligencia, y eran los favoritos de aquellos arcanistas que no querían devanarse los sesos intentando comunicarse con animales o muertos vivientes (además, no exigían un trato tan respetuoso como las llamadas "criaturas de leyenda", que al final no eran más que monstruos inteligentes que se lo tenían muy creído).

Trató de recordar las noches de estudio que había pasado intentando imitar los ruídos de una fogata.

- [¿Padre?]^[1] - preguntaba aquella criatura - [¿Padre?] - repitió.

En algún sitio un dios menor dejó de lanzar rayos a una aldea perdida que adoraba a una deidad rival y se giró para ver que pasaba en Zork. Era algo tan bonito: el primer encuentro de un Elemental recién creado con su hacedor. La deidad suspiró emocionada y luego siguió lanzando rayos a aquellos malditos herejes. 

Y sí, la escena era bonita, y probablemente Rathikus estaba emocionado. Pero la pequeña llamarada viviente se estaba acercando con sus ¿brazos? ¿piernas? extendidos hacia él...

Rathikus se había quedado pasmado mirando aquel fuego y parecía comprender sus palabras. Pero los dos enanos lo único que veían era que aquella masa flamígera se aproximaba al mago mientras abría de par en par sus ¿brazos? ¿piernas? ¿protuberancias reproductoras? ¿Por qué el estúpido mago se quedaba tan quieto? ¿Era presa de un conjuro solo comprensible en aquella lengua extraña? 

Una lágrima surgió de uno de los agrios lacrimales del mago. Una cálida sensación, que hacía tiempo que no recordaba, volvía a invadir su cuerpo. Por un momento entendió que aquello era lo que debía sentirse al ser padre; sin embargo, la alegría no duró mucho. Sin desdibujar su sonrisa, intentó recordar sus apuntes. Que el supiese, no había nada escrito acerca de elementales abrazando a sus creadores. Debía pensar algo.

—Gromenauer, creo que no necesitaremos ese escudo, puedes recogerlo pero no hagas ningún movimiento brusco, te lo ruego— le susurró a su compañero, liberando el encantamiento que pesaba sobre éste. Una vez lo recogiese, e imaginó que se alegraría de recuperarlo, desharía también al constructo.

Acababa de crear vida inteligente y se sentía tan apegado a su nueva criatura que no quería ser rudo. Si hubiese conocido algún hechizo ignífugo, lo abrazaría sin dudarlo.

—Prshak shhhh, fhhhrr fhrrrrj shhpr kahhhh shhh [1]— dijo, intentando hablarle con su mismo idioma, y acto seguido hizo un ademán de reverencia. Luego, hizo un gesto con la mano para que los enanos le siguiesen el juego.

- ¡Atrás, mago!- Dworkin descolgó a Golthar, su martillo de guerra, del arnés y se colocó en posición de combate.

Dudaba de las intenciones del mago, dudaba de las intenciones de aquel monstruo flamígero. Rezó a Hammarragh para que le orientara a tomar la decisión correcta. Rathikus parecía dominar la situación pero, y si no era así, y si ese ente mágico le había hechizado, y si...

Las manos sudorosas se tornaron blancas en la empuñadora de Golthar. Como clérigo, no dominaba las artes mágicas pero sí las divinas. Conocía algunas cosas sobre invocaciones y tratos espirituales. Si no atacaba, tal vez Rathikus moriría pero, si tenía la situación controlada y, por su intervención, perdía el control de la criatura, tal vez sería peor todavía.

Dio otro paso hacia delante.

Y entonces el mago habló.

Los brazos se aflojaron de repente y notó cierto temblor en las piernas. La duda les había salvado de una buena.

La llamarada viviente se detuvo al escuchar las palabras de Rathikus. Parecía imitar lo que hacía el mago con el movimiento de sus flamígeros apéndices. 

- Fffssh.. crkas dppd fsah craks chsp - dijo más calmadamente - dddjsss fishhhh skaks sksks.

Luego empezó a avanzar hacia el grupo, aunque con paso un poco más calmado. No parecía dispuesto a atacar sino a salir al exterior.

Y así era porque aunque los enanos no se enteraban de nada de aquella jerga el pequeño elemental había contestado tras la reverencia:

- Frío y humedad aquí. Debo salir al exterior y ver el mundo.

—Dejémosle salir, os prometo que no os hará ningún daño. Esta cueva no es adecuada para él, solo quiere salir fuera— le dijo a los enanos, intentando que se calmasen, mientras él mismo se apartaba para dejar paso al elemental. Parecían, con razón, estupefactos.

Observó los pasos de su creación, como todo un padre orgulloso. Mientras avanzaba se preguntaba de qué diablos se alimentaría o si necesitaba hacerlo siquiera, y qué clase de vínculo existía entre ellos. ¿Psíquico como con su constructo? ¿Fraternal, como del que se jactaban tener los magos más poderosos con monstruos legendarios? Meditó, haciendo memoria. 

—Kjrasshhh, fhhhrr. Grshaaaak ¿jpshhh kahj mpppfffhj? thja shhhj akj fhjj jpshhhr [1].

—¿Salir? —preguntó el enano algo confundido—. ¿De verdad quieres que esa cosa salga al exterior? ¿Acaso los magos no tenéis nada en la cabeza? —terminó de preguntar de forma retórica el enano, a la par que recogía su escudo.

Cuando ya lo tenía, continuó con su reproche al mago, mientras se ajustaba su escudo—. Piénsalo, mago. Es un elemental de fuego. ¿Dónde va a ir? A menos que lo mandases a una forja, poco más puede hacer. Y hasta que llegue allí, sembrará el caos y la destrucción por donde pase. Nadie lo entenderá. ¡Ni nosotros mismos lo entendemos! ¿Qué futuro le espera?

—Será destichado allá donde vaya —empezó a concluir el enano—. Y sembrará la desdicha a todo aquel que se cruce con él. Si quieres liberarlo, tendrás que procurar un lugar a donde debe ir. O eso, o devolverlo al lugar de donde vengan los elementales.

—Y ahora, vamos a buscar al mediano y al ladrón. No me fío de ninguno de los dos, seguramente ya estén en problemas.

A Rathikus le fastidiaba el repentino brote de conciencia que había demostrado el enano, pero odiaba aún más reconocer que tenía razón. Un elemental no era un un niño humano ni un perrito; era una forma de vida compleja, un constructo basado en fuego vivo.
—Por eso le acabo de decir que es libre de acompañarnos, con nosotros no puede hacer ningún mal; o, al menos, podremos impedirlo. Gromenauer, tienes que entenderlo, acaba de nacer, está confuso y esta cueva húmeda no es un lugar adecuado para él. Su sitio está con su creador, es decir, conmigo. Llegado el momento podrá decidir si quiere vivir en una forja o viajar a una dimensión más adecuada a sus necesidades.

Le apenaba destruirlo. Imaginaba que lo que preferiría el elemental sería luchar por su padre, defenderlo. ¿No era eso acaso lo que hacían los elementales?

—Pues si hay que salir vamos, que aquí ya no hacemos nada —dijo el enano dándose media vuelta y poniendo rumbo al exterior de la cueva—. Y vigila bien a esa cosa, o seré yo quien os mande a los dos a otra dimensión.

Y dicho esto, se encaminó a las ruinas con el resto del grupo.

—Y ahora, vamos a buscar al mediano y al ladrón. No me fío de ninguno de los dos, seguramente ya estén en problemas.

Rudar- pensó entonces Dworkin- el maldito mediano atontado se había alejado con el inconsciente de Roark. Debía protegerlo y se había enfrascado tanto con el mago que se había olvidado del mediano.

El enano volvió a fijar su mirada en el mago y su creación. Nunca hubiera imaginado que Rathikus poseía semejante poder. Debería mantenerlo vigilado, desde luego.

- No es mal sitio para un elemental este sombrío lugar- arguyó Dworkin- pues el fuego, la forja y la roca siempre permanecen juntos. ¿Acaso no escupe la montaña a veces fuego y roca de su interior? Desde luego no puede campar por los bosques a sus anchas. Vayamos a buscar a Rudar, no me fio de Roark. Y llevemos a tu... criatura con nosotros pero al interior de estas ruinas de nuevo. No sólo iluminará el camino, podría sernos muy útil contra el golem y cualquier otra criatura que el alquimista haya preparado para nosotros. En marcha.

Y dicho esto, se dirigió a la entrada de la caverna.

Mientras los demás discutían su destino el pequeño elemental ya estaba fuera de la caverna. Parecía complacido por lo que veía y rebosaba curiosidad. Curiosidad y fuego, claro. Porque ahora estaba intentando agarrar una rama de los hierbajos que crecían alrededor de la cueva con el evidente resultado de que estos prendieron casi de forma inmediata. Probablemente un elemental 'natural' habitaría en el Plano Elemental del Fuego, donde su curiosidad no sería tan destructiva. 

Aún así no se podía decir que pareciera desdichado. Muy al contrario. Parecía complacido como un niño por ver arder aquella zarza. Los aventureros miraron preocupados alrededor. Estaban en medio de un bosque. Y aquella bola de fuego con patas parecía dispuesta a tocar todo lo que no conociese.

Por cierto que desde la cornisa ahora veían las ruinas pero no había ni rastro de Roark o Rudar. Parecía evidente que se habían metido por su cuenta y riesgo en el interior de las ruinas. 

Un elemental de fuego con una ardiente curiosidad y dos insensatos que se habían metido de nuevo en las ruinas donde acechaba un golem furibundo sin esperar a la fuerza de ataque. Se acumulaba el trabajo.