Partida Rol por web

El ladrón vació un cofrecito en el saco de manera distraída. Pero no tan distraída, eran monedas y, por el sonido, sabía exactamente cuantas y de qué valor¹. Su atención se centró en el cuadro y se le escapó una sonrisa burlona. Ya decía él que el matado de Arthul no podía ser un nigromante de verdad, ¡si era un tirillas! El tío del cuadro sí que... -Oh oh.- Tragó saliva mientras guardaba un abrecartas de plata y salió a toda prisa hacia la escalera, tras coger un bastón con empuñadura de plata de detrás de la puerta.

Sería mucha casualidad que el fulano regresara justo cuando le estaban robando la torre. -Es imposible.- murmuró mientras cerraba la puerta. -Altamente improbable.- mientras comenzaba a subir las escaleras -Bueno, es dificil.- admitió por lo bajo mientras se guardaba el saco de botín en la mochila y seguía subiendo -Mierda. Va a pasar.- completó mientras volvía a desenfundar la espada y apretaba el paso para llegar a lo alto de la torre lo antes posible.²

A medida que ascendía, sin embargo, decidió primar el sigilo sobre la rapidez. Claro que siendo un ladrón era capaz de ir más rápido sin meter ruido que el fulano corriente, pero aún así...

Al final Roark ya estaba subiendo de dos en dos las escaleras. Maldita sea, que el botín ya era cojonudo y ni siquiera habían encontrado la sala del tesoro. Calculaba que, así a bote pronto, llevaba ahí cosas con valor de más de 3000 coronas de oro y sólo con lo encontrado en el dormitorio.

Cuando llegó a lo alto y vio el cielo abierto se asomó con cierta cautela. Ahora recordaba las palabras de Meser cuando hablaron del asalto...

- Está vivo, eso puedo confirmarlo. Y los tesoros ¡preguntad por ahí! Todo el mundo conoce la vieja Torre del Nigromante Laskheshainargescsiky. Aunque la mayoría lo llamen el Nigromante del Bosque para abreviar.

Laskheshainargescsiky. Joder. ¡No Arthul! ¡Laskheshainargescsiky! ¿Qué había dicho el puñetero espectro de los tesoros mágicos? Intentó hacer memoria. Había sucedido ayer mismo pero para el ladrón era como si hubiera pasado una vida entera.

El Ojo de Sarina permitía ver el futuro aunque su dueño no lo tuviera encima. Si el nigromante estaba vinculado igual ya sabía que estaban allí. Y luego estaba el amulelto de Patras que permitía teleportarse de forma inmediata a su portador a un sitio que conociese bien. Como por ejemplo su propia torre. ¿Por qué todo sonaba ahora menos divertido al pensar que esos objetos podrían ser usados por otro contra ellos?

Y en lo alto de la torre otra decepción. Ni un maldito orbe mágico, ni nada. Solo el viento azotando las rocas bajo un cielo nublado y aquella especie de gusano gigante que venía a lo lejos volando con alas membranosas.

Un momento...

¿Gusano gigante de alas membranosas?

¿Y eso que llevaba encima parecía una figura humana?

De pronto Roark se encontró recordando a su vieja mentora de cálculo cuando era niño: si un nigromante montado en un gusano gigante de alas membranosas se encuentra a una distancia aproximada de 12 kilómetros y el gusano recorre 60 kilómetros por hora... ¿cuánto tarda en llegar a lo alto de su torre?

El único consuelo que le quedaba al ladrón era que el verdadero nigromante no debía tener (o poder usar) el amuleto de Patrás para llegar de inmediato.

El ladrón suspiró hondo y hundió los hombros mientras pensaba que a veces no hacía falta una bola mágica para ver el futuro. Ni se molestó en calcular el tiempo que tenía. Nunca había sido muy bueno en los estudios, por eso era ladrón y no erudito seguramente. Lo suyo era la acción.

Volvió a bajar las escaleras mientras pensaba un plan. Claro que tampoco era muy bueno con los planes. El principal problema era el puñetero orbe, si el fulano podía ver el futuro cualquier cosa que se le ocuriese, como esconderse y sorprenderle, podía irse al garete muy rápido. Así que dejó las puertas de lado mientras seguía bajando hacia la puerta secreta y sus colegas.

Con suerte un enano, un bardo, una vieja, un ladrón y un espectro podrían cargarse a un nigromante y a su ayudante. Con mucha suerte, el ayudante a lo mejor quería ser maestro... Roark esbozó una sonrisa torcida. ¿Qué podía salir mal? Además ¿quién necesitaba planes teniendo a un enano de su lado? La sonrisa se esfumó, porque claro, también tenían a un bardo... Y eso no ayudaba...

Cuando Roark abrió la puerta secreta se sorprendió del espectáculo.

Sobre una mesa estaba desplegada una colección de fichas de Rokun. La partida iba por toda la superficie: cerrando jugadas, abriendo otras nuevas, bloqueos, contrabloqueos. Las fichas de Rokun eran mágicas y provocaban imagenes fantasmales del combate ficticio que tenía lugar: hordas de esqueletos peleándose con gárgolas voladores mientras algún dragón sucumbía a los golpes de un poderoso guerrero. Arthul parecía llevarlo bastante mal y en ese mismo momento el Gran Meser sacó la Ficha del Loto Negro para golpear con ella en la mesa de forma triunfal. Incluso Gromenauer, desde el pasillo, escuchó el gemido de desazón que se le escapó al nigromante.

—¡Y CON ESTO CIERRO MI JUGADA! ¡JAJAJAJAJA! ¡HE GANADO! ¡SOY LIBRE! ¡LIBRE!

Lo de ser libre no podría saberse pero desde luego cuando el Loto Negro golpeó la mesa las demás fichas empezaron a temblar y una reacción en cadena sacudió las imágenes fantasmales que representaban la batalla, haciéndolas desaparecer en volutas de humo. La mirada de Arthul iba de las fichas temblorosas al último reloj de arena que estaba a punto de terminar su contenido. Fichas, reloj, Meser, fichas, reloj, Meser...

—LIIIIIIIBREEEEEEEEEEEEE

Mientras decía esto alrededor de Meser se estaban moviendo las cosas como si de pronto fuera a estallar o a convertirse en un super-guerrero o algo parecido. Era todo muy espectacular, la verdad, y por un momento Roark casi se olvida de la noticia que venía a dar.

El ladrón meneó la cabeza para salir del embobamiento. No había tiempo para aquello. Aplaudió para disimular, haciendo como que llevaba ahí toda la partida, y se acecó a Gromenauer, se inclinó y le susurró algo al oído...

Luego siguio aplaudiendo un momento, carraspeó y se giró al pringado. -Bueno Arthul, te propongo algo para minimizar la derrota. ¿Y si te damos ésta torre? Porque está claro que un nigromante de tu ta...- mala idea hablar de tallas con el canijo Roark. -...lento no puede seguir subordinado a un idiota pomposo como el Lashkeloquesea ese.- señaló a sus compañeros -Supongamos que entre todos nos cargamos a tu jefe, nosotros nos damos un paseo por su sala del tesoro, para cubrir gastos de aventureo, ya sabes lo que es eso, y a cambio te quedas tú con toda la torre para ti solito. ¿Hace el trato?- tendió una mano a su excompañero mientras la otra se situaba elegantemente en la parte baja de su propia espalda...

Y se cerraba sobre el pomo de la daga envenenada...

-Atento a la puerta que éste es el ayudante, el nigromante de verdad acaba de aterrizar en la azotea de la torre...

—Ya veo, así que el Loto Negro ese funciona como la Ira de Dios de El Rey Trasgo™ —intervino Jingle, apareciendo detrás de Arthul, poniéndole una mano en el hombro y haciendo como que había estado estudiando la partida—. Pues vaya paliza, eh. Para un nigromante debe resultar muy irónico perder ante un no-muerto. Bueno, supongo que esto es un adiós.

El elfo se giró, sonriendo. Ahora que Meser se iba al más allá, al fin le iba a dejar en paz. Era una deuda saldada de una larga lista.

Mientras Roark hablaba el Gran Meser no dejaba de gritar.

Arthul ni siquiera parecía mirar al ladrón y su mano tendida. Estaba más pendiente del último reloj de arena y de Meser.

—Meser... no puedes... no deberías liberarte ahora mismo... espera un momento... liberar la fuerza espectral en una torre de nigromancia puede tener consecuencias... Oh... mierda...

El fantasma de Meser no parecía estar dispuesto a escuchar. Seguía hinchándose como un pavo, como si estuviera absorbiendo todo lo mágico y espiritual que había por allí. Arthul parecía desesperado, pero cuando Roark mencionó a Laskheshainargescsiky pareció reaccionar.

—Oh joder... ya estará a punto de llegar.

Jingle escuchaba extrañado. ¿De qué estaba hablando Roark con el nigromante? ¿Cómo iban a darle su torre a cambio de...? ¿Quién puñetas era Laskheshainargescsiky? Le sonaba que Meser le había dicho algo sobre alguien con un nombre tan largo pero no recordaba el caso.

-Bueno ¿qué? ¿Hay trato o no hay trato? Te juntas con nosotros, nos cargamos a tu jefe y te quedas con la torre después de que nos hagamos con unos cuantos recuerdos. Aviva que en cuanto éste- señaló a Meser- se pire nosotros nos vamos también... Y te quedas para explicarle a tu jefe lo que ha pasado aquí...

El ladrón le echó un ojo a la mesa de rokun con curiosidad...¹

En vista de la nueva situación, Gromenauer guardó lo que tenía entre manos para sacar su martillo y su escudo. Estaba tocado, pero solo era su esencia. Su escudo, su martillo y su armadura aún estaban perfectamente. Si era un nigromante lo que venía, pues bueno, peor para él.

—Vamos, habla rápido o te quedas solo —dijo el enano señalando con el martillo al humano—. Y si tienes pociones de curación, es un buen momento para sacarlas...

Jingle miró al reloj, al enano, al nigromante, otra vez a Gromenauer, a Roark y, por último, a Meser. No tenía ni pajolera idea de lo que pasaba o de qué estaba a punto de ocurrir, pero su instinto le decía que lo mejor era escabullirse lo más rápido posible.

Aprovechando la confusión, se acercó poco a poco hasta la trampilla oculta que había encontrado Roark. Bien, puede que me haga con algún cachibache útil mientras huyo, pensó. Tenía en mente el amuleto de Patrás. Un ticket de huída del futuro escenario de una más que probable batalla, era toda una ganga.

Un pasito más…

Estalló.

O eso parecía.

Meser se convirtió en una bola de luz y explotó como una supernova.

Las piezas de Rokun salieron despedidas para todos lados, con la fortuna de que el Loto Negro fue a caer en la bolsa de Roark, quien a su vez se golpeó contra la estantería cercana haciendo que cayera una lluvia de arena sobre él cuando los relojes se desparramaron por encima de él.

Gromenauer no salió despedido hacia el pasillo porque los enanos son muy tozudos y raramente se despiden si no quieren. Pero aún así tuvo que esquivar un par de taburetes y agarrar al vuelo a Doña Golo, que iba camino de estamparse contra una de las columnas cercanas.

Arthul salió también por los aires, concretamente contra el techo, para luego caer obedeciendo a la inmutable ley de la gravedad.

Y Jingle se vio precipitado en su huida a través de la puerta secreta. Tan precipitado que se encontró rodando por un pasillo escaleras abajo de forma confusa, sin saber muy bien hacia donde estaba dirigiéndose.

Cuando la luz se disipó Meser ya no estaba. Un gimoteante Arthul sollozaba en el suelo hecho un ovillo, con el brazo en una postura bastante rara, diríase que destrozado:

—Oh... dioses... al liberarse ha abierto el Portal...

Quizás los aventureros estaban a punto de preguntar por el tema pero en ese momento toda la torre comenzó a temblar. Algunas piedras se desprendieron del techo. Fuera lo que fuera el Portal tenía pinta de ser importante para la estructura de la torre.

—Un poderoso nigromante a punto de llegar, un Portal abierto y una torre derrumbándose. ¿No nos estaremos pasando?— preguntó Asindara.

—¡Eh! ¡Nosotros sólo estamos observando!— contestó ofendido Random.

—Entonces si nosotros no estamos metiendo esa caña a los mortales... ¿quién...

La pregunta murió en los labios de la diosa. Hubo un silencio incómodo. Y luego, poco a poco, los dioses echaron un vistazo por encima del hombro, mirando hacia lo alto.

—No puede ser...— dijo Random.

—Sería absurdo ¿verdad?— comentó con voz temblorosa Asindara.

—Totalmente.— sentenció Haron.

—Totalmente.— asintieron todos en un murmullo.

Y siguieron contemplando aquella escena.

Roark se sacudió arena, fragmentos de relojes rotos, un par de tablones de la estantería y trocitos de mampostería de encima mientras se ponía en pie. Miró hacia la puerta secreta, hacia la puerta puerta, otra vez hacia la puerta secreta, luego al techo y finalmente a sus compañeros y luego a Arthul. Le estrechó la mano vigorosamente -Bueno Arthul, un placer haberte visto, si te pasas por Wurlwarld¹ nos tomamos unas copas ¿vale?- volvió a mirar a sus compañeros. -Yo voy a comprobar que la puerta esté en su sitio, luego si eso vuelvo...

Y con esas se encaminó a la puerta que llevaba a la salida de la torre.

Al principio con alomo y paso digno.

Al cruzar la puerta echó a correr hacia la salida...

—Bueno, sería un placer quedarnos a recibir a tu jefe, pero ya hemos cumplido nuestra parte del trato. La partida ha acabado, así que... ¡Adiós! —terminó de decir el enano mientras seguía al ladrón descendiendo por el pasillo, llevando a la vieja que había atrapado al vuelo con él.

Mientras bajaba por el pasillo, gritó al humano— ¿Te he contado alguna vez que los enanos somos expertos rebuscando entre los escombros? ¿Y dónde está el estúpido elfo? ¡Me lo había pedido yo! —terminó diciendo mientras intentaba seguir el ritmo a Roark.

Cuando aceleraba, una idea se formó en su mente. Si el nigromante podía ver el futuro, sabía que algo así iba a pasar. Así que, en algún momento, alguien les habia engañado. O el nigromante no veía el futuro, o había buscado esto deliberadamente.

En cualquier caso, era algo para plantearse fuera de la torre. Que los enanos eran expertos en mampostería, pero no era plan el darse un atracón de golpe.

Jingle rodó escaleras abajo. 

Por suerte, logró aterrizar sin despeinarse demasiado ni agravar sus ya de por sí preocupantes heridas —al fin y al cabo, todos los elfos tenían sus trucos para aterrizar bien—.

Todo estaba temblando y empezaba a pensar que aquel no era su día de suerte. Solo tenía opción viable: encontrar el amuleto de Patrás y salir despedido a algún punto seguro en el mapa. 

El elfo miró a los lados, confuso. ¿De verdad había logrado orientarse Roark en aquel pasillo a oscuras, o es que el estallido de Meser había provocado algún desajuste en la estructura de la torre?

Golo se encontró, en un santiamén, rebotando bajo el brazo musculoso de un enano a la carrera. ¿Qué tenían los enanos con las viejas chamanas? No estaba segura de entenderlo... sería otro de los tantos misterios de la vida.

Todo había sucedido muy deprisa y ni se había dado cuenta siquiera. ¿Qué había sucedido? ¿Estaría con problemas de memoria? La famosa enfermedad de olvido que la gente de a pie llamaba "memoria de mediano" o, si uno se quería hacer el sabio erudito, podía emitir todas esas palabras que habían elegido para denominarla: "Amnesia Lamentable Zonal Holística en Entendimiento, Intelecto, Memoria, Escritura y Reconocimiento", o mejor conocida como "Alzheimer", por el gnomo cabezólogo y doctor en ciencias del cuerpo que tuvo la excelente idea de acortar el nombre.

Por las dudas, no quiso distraer a Gromi con detalles... como que podía correr ella misma, o que tenían que correr más rápido o esas piedras que caían los convertirían rápidamente en sí-muertos. Sostuvo con fuerza la lanza y puso el escudo por encima de la cabeza del enano, acomodándose un poco entre el brazo y las costillas de Gromenauer.

El trío de aventureros descendía a gran velocidad por las escaleras en espiral. Escuchaban a su alrededor aullidos y contemplaban figuras siniestras y traslúcidas pero antes de que pudieran hacerles algo parecían verse arrastradas hacia la zona superior de la torre. Alcanzaron, gracias a eso, la puerta principal de la estructura. Ya algunas piedras del techo se habían desplomado delante de ella pero gracias a la celeridad con la que emprendieron su retirada Gromenauer no tuvo problema alguno en abrirla de una patada mientras Roark levantaba la tranca que hacía de pasador por el interior.

Cuando se asomaron al exterior se encontraron de pronto con una enorme sombra sobre ellos.

¡Un troll! Los sabios y lingüistas de Zork nunca se habían puesto de acuerdo si el término correcto en este caso sería una trolla, del femenino del troll, pero es que sonaba muy raro.

El caso es que aquella mujer-troll se abalanzó sobre Gromenauer sin mediar palabra. Aunque su objetivo no parecía ser el enano sino el cuello de Doña Golo, donde el amuleto con el espíritu cantarín recuperó la voz.

No me toques, no me toques,
déjame en paz,
que mis poemas son lo genial,
y no te quiero cantar

Sobre las cabezas del grupo un torbellino de nubes parecía formarse con su base en lo alto de la torre del nigromante.
 

La mirada de Jingle intentaba adaptarse a la oscuridad con cierta dificultad¹ mientras las paredes, el suelo y el techo no dejaban de temblar. ¿Qué era aquello sobre lo que había puesto la mano? Era viscoso y pegajoso, aparte que olía como si fuera un matadero. Entonces se dio cuenta de que era ¡carne putrefacta!

Cuando levantó los ojos se encontró de frente con otros enrojecidos que le devolvían las miradas. ¡Zombies! ¡Decenas de ellos! ¡Aquella cámara era un foso de zombies!

Por suerte en ese mismo momento una piedra cayó del techo aplastando al muerto viviente que tenía delante de sus narices. Por desgracia parecía que la lluvia de piedras no iba a parar. Todo parecía a punto de colapsarse. Caminando hacia atrás sobre las manos, como un cangrejo, Jingle intentaba ubicarse.

Estaba en una cámara subterránea amplia, de paredes de mampostería, que debía contener en su interior al menos una veintena de zombies en diversos estados de putrefacción. Algunos casi enteros, otros simples cuerpos que se arrastraban con sus manos. Al fondo de la sala había un enorme arco de piedra con una puerta de madera que parecía bastante sólida. Era evidente que los zombis formaban parte de un sistema de protección tan simple como efectivo: una barrera de muertos vivientes siempre es una complicación.

A sus espaldas estaban los escalones por los que había caído rodando.

Roark saltó al exterior y se lanzó a un lado al intuir la sombra de la troll. Extrañamente, cayó boca arriba lo que le permitió observar desde un buen ángulo el torbellino de nubes que se formaba sore sus cabezas. -¡Gromenauer, hay que largarse de aquí!- se levantó y salió corriendo aprovechando que la troll se centraba en la vieja. Si es que ya lo decía él maldita sea -¡NUNCA HAY QUE ROBARLE A UN NIGROMANTE!

Mientras salía corriendo, enfundaba la espada y preparaba el arco por si había que explicarle a la troll que no era el mejor momento para ponerse a debatir...